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jueves, 30 de noviembre de 2023

La increíble historia de la China Poblana

 


Catalina de San Juan 

La increíble historia de la china poblana 


Antonio Rubial García

Doctor en Historia de México por la UNAM y doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla (España). Se ha especializado en historia social y cultural de la Nueva España (siglos XVI y XVII), así como en cultura en la Edad Media. Entre sus publicaciones destacan: La Justicia de Dios. La violencia física y simbólica de los santos en la historia del cristianismo. (Ediciones de Educación y Cultura/Trama Editorial, 2011). El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804). (FCE/UNAM, 2010), Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de sor Juana (Taurus, 2005), La santidad controvertida (FCE/UNAM, 1999), La plaza, el palacio y el convento. La Ciudad de México en el siglo XVII (Conaculta, 1998).

[Este estudio fue elaborado en el Seminario de Historia de la Vida Cotidiana del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, dirigido por la Dra. Pilar Gonzalbo Aizpuru]


En 1621, llegaba a Acapulco en la Nao de China una joven esclava vestida de hombre que no hablaba ni una palabra de castellano. Como todos los años por el mes de enero, los barcos de la flota que la traía venían cargados con productos y con esclavos del Asia, los cuales habían salido de Manila cuatro meses antes. Desde hacía medio siglo, este puerto se había convertido en la entrada del comercio español en el "Lejano Oriente" y en el punto estratégico desde donde se esperaba que el cristianismo se expandiría hacia China, Japón, indochina y todo el sureste de Asia. Manila, además, tenía comercio con las ciudades portuguesas de Macao en China y de Goa y Kochi en la India, donde la esclavita había sido comprada.

La joven iba destinada a la casa de una familia de Puebla y, cuando aprendió un poco de castellano, les contó que se llamaba Catalina de San Juan, que era una princesa del Gran Mogor y que había sido raptada por unos piratas en las costas de su tierra natal. Narró como había sido bautizada por los jesuitas en Kochi y vendida como esclava en Manila. Relató también como Dios le había librado de ser violada por los piratas que la capturaron y cómo había transformado su atractiva belleza en fealdad para protegerla. No sabemos qué partes de esa narración fueron verídicas y cuáles inventadas, pero sin duda sus relatos despertaron en los oyentes una gran compasión que la esclava supo usufructuar muy bien.

Cuando su amo murió, su ama entró al convento de las carmelitas descalzas de Puebla y su nuevo dueño, el clérigo Pedro Suárez, desposó a Catalina con un esclavo chino, quien nunca pudo consumar el matrimonio pues, como contaba ella misma, una fuerza celestial se lo impedía. Su marido murió y una vez viuda consiguió que su amo le diera la libertad, lo cual le permitió dedicarse al servicio del templo de la Compañía de Jesús en Puebla. En ese tiempo, Catalina se pasaba muchas horas de oración en las iglesias y se vio influida por los sermones de los jesuitas, en los cuales los predicadores pintaban escenas de las almas torturadas en el infierno por feroces demonios y de los sufrimientos de aquellos que penaban en el fuego del purgatorio y que pedían ser rescatadas por medio de misas y oraciones.

En los retablos cuajados de oro pudo admirar a los santos y santas con sus miradas extasiadas y sus ricos vestidos y escenas donde Cristo y la Virgen se manifestaban cubiertos de luz en medio de nubes luminosas y coros de ángeles. En las procesiones observó las imágenes de Cristo cubierto de llagas sangrantes y cargando con una cruz, que se paseaban por las calles rodeadas de dolorosos lamentos, cirios y olor a incienso. Esa religión de contrastes unida a una poderosa imaginación y a un pasado lleno de sufrimiento forjaron en la joven hindú una serie de visiones exaltadas. Según contaba, tenía tiernos coloquios con Cristo, quien la trataba como esposa, y con la Virgen que le prestaba al niño Dios para que lo cargara. También se le mostraba el Demonio de distintas maneras para hacerla caer en pecado.

A su muerte en 1688, tres de sus confesores, dos de ellos jesuitas, escribieron su vida con los materiales que la "beata" les facilitó. En estas biografías, Catarina (como también ha sido llamada) era presentada como una persona contradictoria. Despreciándose y humillándose a sí misma, se mostraba siempre como la elegida predilecta de Cristo y de la Virgen. Esclava y princesa, virgen y casada, hermosa y fea, analfabeta y sabia, Catalina era un producto de la cultura barroca que exaltaba los opuestos. La sociedad que la acogió, amante de lo exótico y de lo contrastante, debió estar fascinada al escuchar que estos hechos prodigiosos ocurrían en su tierra.

La prodigiosa vida de Catalina de San Juan estuvo marcada por los cambios y movilidades que se produjeron cuando Nueva España se convirtió en el centro de las rutas que comenzaron a rodear el planeta desde Europa, Asia y África. Como Catalina, a este territorio llegaron personas y productos procedentes de todo el mundo: mercaderes y esclavos, piratas y religiosos, obispos, virreyes y mendigos, hombres y mujeres de todos los estados y condiciones se movieron atravesando los mares y arribaron a destinos que hacía cien años nadie hubiera siquiera soñado.


(Tomado de: Ruibal García, Antonio. Catalina de San Juan. La increíble historia de la China Poblana. Relatos e historias en México, año 12, número 135. Ciudad de México, 2019)

lunes, 6 de junio de 2022

Francisco Galí

(Francisco Galí: mapa de la Alcaldía Mayor de Tlacotalpan, 1580)

Navegante, cartógrafo y urbanista español de la segunda mitad del siglo XVI, que posiblemente perteneció a la familia de los notables alarifes moros de ese apellido establecidos en Zaragoza, España, en el siglo XV. Después de realizar algunos viajes se estableció en Tlacotalpan, Veracruz, cuya traza urbana diseñó, ejecutando también algunos trabajos cartográficos de gran precisión, como el mapa a escala de la Alcaldía Mayor de Tlacotalpan, entonces perteneciente al Obispado de Tlaxcala, que acompaña a la relación de Juan de Medina, fechada el 18 de febrero de 1580,:la cual respondía al interrogatorio de Felipe II, cursado a todos los alcaldes de las colonias americanas y que fue reproducido, al igual que la carta mencionada, en el tomo V de los Papeles de la Nueva España recopilados por Del Paso y Troncoso. Era en aquel entonces virrey de México, Pedro de Moya y Contreras, quien encargó a Galí la exploración de los mares y las costas occidentales del septentrión americano en busca de fondeaderos para los buques procedentes del Océano Pacífico. Partió Galí de Acapulco el 10 de marzo de 1582 con dos fragatas, en las que navegó por más de dos años hasta las costas asiáticas; visitó Manila y Macao, y estudió cuidadosamente las corrientes marinas; desembarcó a su retorno en el lugar que hoy ocupa San Francisco de California. Galí escribió la relación pormenorizada de su viaje y se la remitió al virrey; pero el manuscrito, por causas ignoradas, llegó a manos del holandés Juan Hugo van Livischen, quien lo publicó en su idioma como Derrotero de las Indias (Amsterdam, 1596, 1614 y 1626); se publicaron también traducciones al inglés  (Londres, 1598), al latín (La Haya, 1599) y al francés (Amsterdam, 1610, 1619 y 1638). Hasta la fecha no existe ninguna versión española de tan importante relación.

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen V, - Gabinetes - Guadalajara)

miércoles, 15 de enero de 2020

China poblana

Mujer que viste un traje derivado tal vez de la maja andaluza o de la lagarterana; castor rojo bordado de lentejuela, blusa que deja adivinar la opulencia del seno, medias blancas, zapatillas y rebozo. Los de china y charro se consideran atuendos nacionales. Antonio Carrión, historiador de fines del siglo XIX, identificó arbitrariamente a Catarina de San Juan, mística poblana del siglo XVII, con la "china poblana". La primera fue una esclava que procedía de Filipinas, como la nao de Manila, también llamada "de China", y vivió en la Puebla de los Ángeles. Según advierte Manuel Toussaint: "Nada tiene que ver este traje de nuestra china poblana de hoy, con la indumentaria paupérrima que Catarina usó para cubrir su desnudez... Como esclava, ningún lujo o gala puede haberse permitido y, ya mujer, en Puebla, esclava de sus amos y esclava de Dios ante todo, su indumento se reducía, como dice así confesor y biógrafo, a saya, manta y toca." "China" es voz quichua y significó en su origen hembra de cualquier animal; luego pasó a denominar una sirvienta, una india o mestiza, una mujer del bajo pueblo. La primera documentación de esta palabra es de 1553. Santillán, en sus Tres relaciones, refiere que los soldados españoles en Perú tenían indias "para chinas de sus mujeres y a veces para manceba de ellos y de otros". Juan de Ulloa, en su Relación histórica del viaje a la América Meridional, describe su visita a Quito hacia 1749 y dice de las chinas "que así llaman a las indias mozas solteras, criadas de las casas y conventos". 
Según Rufino Cuervo, en el lenguaje bogotano del siglo pasado [s. XIX] "china" equivalía a chica, muchacha, rapaza. Se ignora cuándo y cómo llegó el vocablo a México; pero se conoce la característica de la china mexicana, gracias a varios autores dignos de crédito. Joaquín García Icazbalceta dice que todavía alcanzó a conocerlas y aprueba la pintura que de ellas hace Manuel Payno en su Viaje a Veracruz: "Una mujer del pueblo que vivía son servir a nadie y con cierta holgura a expensas de un esposo o de un amante, o bien de su propia industria. Pertenecía a la raza mestiza y se distinguía por su aseo, por la belleza de sus formas, que realzaba con su traje pintoresco, hasta ligero y provocativo, no menos que por su andar airoso y desenfadado". Supone García Icazbalceta que después de haber desaparecido de México, las chinas subsistieron algún tiempo en Puebla, y de ahí les vino el nombre de poblanas. La interpretación de poblana de Puebla, aplicada a la china, parece discutible: poblano, en Hispanoamérica, equivale en ocasiones a pueblerino, campesino, lugareño, habitante de aldea. Esta acepción se conserva todavía en Yucatán. Es posible que por la convergencia de poblano como pueblerino y poblano como gentilicio de Puebla, se haya creado una confusión. En las obras de Guillermo Prieto, china y aun china poblana no necesariamente se refieren a china de Puebla. Payno, a su vez, sólo usa la palabra "china", sin añadidura de "poblana", y Somoano hace lo mismo. El confesor de Catarina de San Juan, el padre José del Castillo Grajeda, sabía que la religiosa había nacido en el imperio del Gran Mogol, la India; sin embargo, dice que hablaba como "todas las que son de nación china". La propia Catarina se define como una "china bozal". El traje de la china poblana es de fines del siglo XVIII o principios del XIX, casi 2 siglos después de la llegada a Puebla de la pequeña esclava hindú. De ahí que el deslinde de las dos figuras opuestas -la pobre religiosa que sufre martirios y la mujer alegre y vital- sea imprescindible. v. Nicolás León: La China Poblana (1923); R. Carrasco Puente: Bibliografía de Catarina de San Juan y de la China Poblana (1950).

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S.A. México, D.F. 1977, volumen III, Colima-Familia)

sábado, 23 de noviembre de 2019

El Parián


Por aquel tiempo se ordenó y se llevó a cabo la demolición del Parián, grande cuadrado que ocupaba toda la extensión que hoy ocupa el Zócalo, con cuatro grandes puertas, una a cada uno de los vientos, y en las caras exteriores, puertas de casas o tiendas de comercio. En el interior había callejuelas y cajones como en el exterior, y alacenas de calzados, avíos de sastre, peleterías, etc.
En un tiempo los parianistas constituían la flor y la nata de la sociedad mercantil de México, y amos y dependientes daban el tono de la riqueza, de la influencia y de las finas maneras de la gente culta.
La parte del edificio que veía al Palacio la ocupaban cajones de fierros, en que se vendían chapas y llaves, coas y rejas de arado, parrillas y tubos, sin que dejaran de exponerse balas y municiones de todos los calibres, y campanas de todos tamaños. Una de estas tiendas, la de mayor nombradía, era la de los “chatos" Flores, don Joaquín y don Estanislao, ricos capitalistas, con fundiciones de cobre, haciendas, y qué sé yo cuántas propiedades.
Al frente de Catedral había grandes relojerías, a las que daba el tono don Honorato Riaño, personaje singular del que se contaban mil curiosas anécdotas, y persona tenida en mucho entre los pintores de la época.
La contraesquina de la primera calle de Plateros y frente del portal la ocupaba la gran sedería del señor Rico, en que se encontraban los encajes de Flandes, los rasos de China, los canelones y terciopelos, y lo más rico en telas y primores que traía la nao de China.
A poca distancia del señor Rico se veía la gran tiraduría de oro de don José Núñez Morquecho, compañero de mi padre grande, el señor don Pedro Prieto, quienes mantenían cuantioso comercio con Filipinas y el Japón, haciendo envíos de cientos de miles de pesos en galones, canutillo, hilo de oro, flecos, rieles, etc.
Viendo a la Diputación, se hallaban los cajones de ropa de los señores Meca, las rebocerías de Romero y Mendoza, y la gran mercería de don Vicente Valdez, cuya sucursal de la calle de Monterilla, hacía cuantiosas realizaciones.
En el interior, principalmente, los cajones de ropa eran de españoles, como los señores Izita, Iturriaga, y no recuerdo quiénes más.
Aquella reunión de comerciantes tenían costumbres casi conventuales: el dependiente acudía con las llaves que guardaba en un bolsón de badana, vivía con sus amos, y su primer asignación era de ocho pesos mensuales, comía en la casa del amo, rezaba el rosario a la oración y se retiraba al entresuelo a conciliar el sueño.
No se le permitía al dependiente fumar, ni que le visitaran amigos, ni recargarse de codos en el mostrador… ni que se separase de su puesto…
Yo tenía muchos recuerdos del Parián, sobre todo los referentes al saqueo, y desde esa época, no sólo para mí, sino para muchos, tenía algo de triste el edificio, que sin duda aminoró el pesar, que de otro modo hubiera producido su destrucción.
El Parián, cerrado en la prima noche, en la parte frontera al portal, servía de lugar de tráfico a zapateros y sombrereros de lance o sea “del Brazo Fuerte”; y allí, borceguíes y zapatones se medían, teniendo por tapete las frescas losas de la banqueta y auxiliando el semivivo becerro del artefacto, con pedazos de papel o grasa, para la fácil internación del pie.
A las ocho de la noche variaba la decoración.
Las puertas de los cajones del Portal de Mercaderes y las alacenas se cerraban, y en los quicios de las puertas tomaban asiento caballeros, señoritas y señoras, a ver pasar la concurrencia.
Los solterones comodinos se encaramaban en la parte saliente de las alacenas cerradas, cercándolos de pie los tertulianos, porque cada agrupación era una tertulia. La acera del Parián del frente, era el complemento del paseo, sin más diferencia, sino que los quicios de las puertas eran para gente de baja ralea, entre la que se contaban las hijas vagabundas de la noche.
En el Portal de las Flores se vendían chorizones, pollo, fiambre, donoso, pasteles y empanadas, y otras olorosas meriendas; allí, en los quicios, y en amplios petates, se servían los manjares a la parte de la concurrencia más despreocupada, refugiándose, para las comilonas, la gente decente, en la parte del Parián que se ve al sur.
Todo este cuadro nocturno estaba pésimamente alumbrado por faroles alimentados con aceite, rompiendo de trecho en trecho, las sombras, haces de ocote o trastos de barro en grosero tripié, alumbrando la desaforada cara del proclamador de la mercancía, que gritaba con todos sus pulmones:
¡A cenar! ¡A cenar!
Pastelitos y empanadas!
pasen, pasen a cenar!


(Tomado de: Prieto, Guillermo (Fidel) - Memorias de mis tiempos (de 1840 a 1853). Introducción, Selección y notas de Yolanda Villenave. Biblioteca Enciclopédica Popular, #18. Secretaría de Educación Pública. México, 1944)

lunes, 22 de abril de 2019

El galeón de Manila


El Galeón de Manila fue la prolongación en el Pacífico de la Flota de la Nueva España, con la que estaba interrelacionado. La conquista y colonización de Filipinas y el posterior descubrimiento de la ruta marítima que conectaba dicho archipiélago con América (efectuado por Urdaneta siguiendo la corriente del Kuro Shivo) permitieron realizar el viejo sueño colombino de conectar con el mundo asiático para realizar un comercio lucrativo.

El Galeón de Manila fue en realidad esto, un galeón de unas 500 a 1,500 toneladas (alguna vez fueron dos galeones), que hacia la ruta Manila-Acapulco transportando una mercancía muy costosa, valorada entre 300,000 a 2.500,000 pesos. Su primer viaje se realizó el año 1565 y el último en 1821 (éste galeón fue incautado por Agustín de Iturbide). La embarcación se construía usualmente en Filipinas (Bagatao) o en México (Autlán, Jalisco). Iba mandada por el comandante o general y llevaba una dotación de soldados. Solían viajar también numerosos pasajeros, que podían ayudar en la defensa. En total iban unas 250 personas a bordo.


La ruta era larga y compleja. Desde Acapulco ponía rumbo al sur y navegaba entre los paralelos 10 y 11, subía luego hacia el oeste y seguía entre los 13 y 14 hasta las Marianas, de aquí a Cavite, en Filipinas. En total cubría 2,200 leguas a lo largo de 50 a 60 días. El tornaviaje se hacía rumbo al Japón, para coger la corriente del Kuro Shivo, pero en el año de 1596 los japoneses capturaron dicho galeón y se aconsejó un cambio de itinerario. Partía entonces al sureste hasta los 11 grados, subiendo luego a los 22 y de allí a los 17. Arribaba a América a la altura del cabo Mendocino, desde donde bajaba costeando hasta Acapulco. Lo peligroso de la ruta aconsejaba salir de Manila en julio, si bien podía demorarse hasta agosto. Después de este mes era imposible realizar la travesía, que había que postergar durante un año. El tornaviaje demoraba cinco o seis meses y por ello el arribo a Acapulco se efectuaba en diciembre o enero. Aunque se intentó sostener una periodicidad anual, fue imposible de lograr.

El éxito del Galeón de Manila era la plata mexicana, que tenía un precio muy alto en Asia, ya que el coeficiente bimetálico existente la favorecía en relación al oro. Digamos que en Asia la plata era más escasa que en Europa. Esto permitía comprar con ella casi todos los artículos suntuosos fabricados en Asia, a un precio muy barato y venderlos luego en América y en Europa con un inmenso margen de ganancia (fácilmente superior al 300 por 100).


Los terminales de Manila y Acapulco constituyeron en su tiempo los emporios comerciales de los artículos exóticos y sus ferias fueron más pintorescas que ninguna. En Manila se cargaban bellísimos marfiles y piedras preciosas hindúes, sedas y porcelanas chinas, sándalo de Timor, clavo de las Molucas, canela de Ceilán, alcanfor de Borneo, jengibre de Malabar, damascos, lacas, tibores, tapices, perfumes, etcétera. La feria de Acapulco se reglamentó en 1579 y duraba un mes por lo regular. En ella se vendían los géneros orientales y se cargaba cacao, vainilla, tintes, zarzaparrilla, cueros y, sobre todo, la plata mexicana contante y sonante que hacia posible todo aquel milagro comercial.

La mercancía introducida en América por el Galeón de Manila terminó con la producción mexicana de seda y estuvo a punto de dislocar el circuito comercial del Pacífico. La refinadísima sociedad peruana demandó pronto las sedas, perfumes y porcelanas chinas, ofreciendo comprarlas con plata potosina y los comerciantes limeños decidieron librar una batalla para hacerse con el negocio. A partir de 1581 enviaron directamente buques hacia Filipinas. Se alarmaron entonces los comerciantes sevillanos, que temieron una fuga de plata peruana al Oriente y en 1587 la Corona prohibió esta relación comercial directa con Asia. Quedó entonces el recurso de hacerla a través de Acapulco, pero también esto se frustró, pues los negociantes sevillanos lograron en 1591 que la Corona prohibiera el comercio entre ambos virreinatos.

Naturalmente los circuitos comerciales no se destruyen a base de prohibiciones y el negocio siguió, pero por vía ilícita. A fines del siglo XVI México y Perú intercambiaban casi tres millones de pesos anuales y a principios de la centuria siguiente el Cabildo de la capital mexicana calculaba que salían de Acapulco para Filipinas casi cinco millones de pesos, parte de los cuales provenía del Perú. Esto volvió a poner en guardia a los defensores del monopolio sevillano, que lograron imponer restricciones al comercio con Filipinas. A partir de entonces se estipuló que las importaciones chinas no excediesen los 250,000 pesos anuales y los pagos en plata efectuados en Manila fuesen inferiores a medio millón de pesos por año. Todo esto fueron incentivos para el contrabando, que siguió aumentando. En 1631 y 1634 la monarquía reiteró la prohibición de 1591 de traficar entre México y Perú, cosa que por lo visto habían olvidado todos. Hubo entonces que recurrir a utilizar los puertos intermedios del litoral pacífico, como los centroamericanos de Acajutia y Realejo, desde donde se surtía cacao de Soconusco a Acapulco, de brea al Perú y de mulas (de la cholulteca hondureña), zarzaparrilla, añil, vainilla y tintes de Panamá, lo que encubría en realidad el tráfico ilegal entre los dos virreinatos.

(Tomado de: Lucena Salmoral, Manuel - El Galeón de Manila. Cuadernos, Historia 16, fascículo #74, La flota de Indias. Información e Historia, S. L. España, 1996)

jueves, 24 de enero de 2019

La Real Cédula de Consolidación de Vales, 1804

El investigador Romeo Flores Caballero ha dicho de esta cédula lo siguiente: “Ante la apremiante necesidad de recursos… la Corona expidió la Real Cédula de Consolidación, cuya ejecución provocó graves consecuencias económicas, sociales y políticas en las posesiones americanas. El estudio de las repercusiones de esta cédula es de vital importancia puesto que, además de mostrar la ignorancia que la metrópoli tenía sobre el mecanismo de la economía en sus posesiones coloniales, constituye la primera acción directa tomada contra los bienes de la Iglesia, medio siglo antes de las leyes de Reforma expedidas por el gobierno de Benito Juárez”. (Romeo Flores Caballero, La contrarrevolución de Independencia. Los españoles en la vida política, social y económica de México (1804-1838).

Sobre la venta de los bienes de Obras Pías en los Reinos de Indias e Islas Filipinas.
El Rey.

Con Real orden de primero de diciembre próximo pasado remití a mi Consejo de Indias, para su cumplimiento en la parte que corresponde, copia del Real Decreto que me ha servido expedir con fecha de veintiocho de noviembre último, y de la Instrucción que acompaña, relativo a la venta de los bienes de Obras pías en mis Reinos de las Indias e Islas Filipinas; cuyo tenor, el de la citada instrucción, y de los cuatro formularios que en ella se expresan, son las siguientes:

Por mi Real Decreto de diez y nueve de septiembre de mil setecientos noventa y ocho, y por los motivos que en él se expresan, mandé enajenar los bienes raíces pertenecientes a Obras pías de todas clases, y que el producto de sus ventas, y el de los capitales de censos que se redimiesen o estuvieren existentes para imponer a su favor, entrase en mi Real Caxa de Amortización, con el interés anual de tres por ciento, y la especial hipoteca de los arbitrios destinados, y que sucesivamente se destinaron al pago de las deudas de la Corona, a más de la general de todas sus Rentas; pero conservándose siempre ilesos a los Patronos respectivos los derechos que les correspondan,  así en las presentaciones, como en la percepción de algunos emolumentos, que deberán satisfacérseles del tres por ciento del interés anual; y aunque por entonces no fue mi Real intención extender esta providencia a los Dominios de América, habiendo acrecentado la experiencia en los de España su utilidad y ventajosos efectos, tanto para las mismas Obras pías, que libres de las contingencias, dilaciones y riesgos de su administración, han conseguido el más fácil cumplimiento de sus fundaciones, como para el bien general de la Monarquía y utilidad de mis vasallos, cuyo empeño en estas adquisiciones y gastos que están haciendo para mejorarlas son la prueba más segura de sus ventajas; he resuelto por todas estas razones, y las del particular cuidado y aprecio que me merecen los de América, hacerlos participantes de iguales beneficios, a cuyo fin mando que desde luego se proceda en todos aquellos Dominios a la enajenación y venta de los bienes raíces pertenecientes a obras pías, de cualquiera clase y condición que sean; y que su producto en los censos y caudales existentes que les pertenezcan se ponga en mi Real Caxa de Amortización, baxo el interés justo y equitativo que en el día sea corriente en cada Provincia, a cuya seguridad y la de los capitales han de quedar obligados todos los arbitrios que por la Pragmática-Sanción de treinta de agosto de mil ochocientos se consideraron general y especialmente; y sin embargo que con ellos y el celo de mi Consejo Real y su Comisión gubernativa se están cumpliendo religiosamente esas obligaciones, para mayor seguridad de las de América la especial hipoteca de las Rentas de Tabacos, Alcabalas, y demás de mi Real Hacienda que entran en aquellas Tesorerías, dexando al arbitrio de los interesados señalar la que más les acomode para su respectiva cobranza; y declaro desde luego libres por esta vez del derecho de Alcabala, y cualquiera otro, las ventas y contratos que se celebraren con arreglo a este Decreto, y a la Instrucción firmada de mi Secretario de Estado y del Despacho de Hacienda que acompaña. Y encargo a los muy Reverendos Arzobispos, Reverendos Obispos y Prelados Regulares contribuyan por su parte en todo lo que fuera necesario al cumplimiento de este Decreto y citada Instrucción, como lo espero de su justificación y celo. Tendréislo entendido y lo comunicaréis a quienes corresponda y particularmente a mi Consejo de Indias, a fin de que expida la Real Cédula correspondiente para su puntual cumplimiento. Señalado de la Real mano de S. M. en San Lorenzo a veinte y ocho de noviembre de mil ochocientos y cuatro. = A D. Miguel Cayetano Soler. = Es copia del Decreto original que su Majestad se ha servido comunicarme. = Miguel Cayetano Soler.
(Tomado de: Álvaro Matute – Antología. México en el siglo XIX. Lecturas Universitarias #12. Universidad Nacional Autónoma de México, Dirección General de Publicaciones, México, D.F., 1981)  

martes, 18 de diciembre de 2018

Fundación de Zacatecas

 
 
La Bufa, el espectacular cerro que domina el panorama de la ciudad de Zacatecas, recibió su nombre de una voz vascuence que significa “vejiga de cerdo”, pues fueron vascos los primeros cristianos que llegaron al lugar. En las faldas del promontorio encontraron medio millar de indios que vivían en unas casas de forma cónica hechas con armazón de troncos y cubiertas de zacate. Los zacatecos vivían de la caza y la recolección de frutos silvestres, pues desconocían la agricultura. Los hombres andaban totalmente desnudos excepto por una especie de mocasines que usaban para protegerse de la espinosa vegetación de la árida comarca, y las mujeres se cubrían el cuerpo de la cintura para abajo con cueros de venado.

Aunque poseían arcos y flechas, macanas, hondas cuchillos de obsidiana y rodelas, los zacatecos no lograron impedir que los expulsara de su tierra un puñado de españoles decididos a asentarse allí. El jefe de los intrusos, el capitán Juan de Tolosa, había recibido de un indígena una piedra rica en plata e indicaciones de que en el territorio zacateco abundaba el precioso metal. Después de que Tolosa hizo analizar varias cargas de piedras recogidas en el sitio, por la colonia corrió la voz de que en Zacatecas habían sido descubiertas unas minas fabulosamente ricas y sobre la comarca se precipitó un alud humano sediento de aprovechar la bonanza. La ciudad de Zacatecas fue fundada oficialmente el 20 de enero de 1548. Al año siguiente ya operaban allí 34 sociedades mineras.
 
(Mina El Edén, Zacatecas)

Como ciudad, sin embargo, Zacatecas no fue gran cosa en sus inicios. Al igual que tantos otros poblados mineros, de pronto albergaba una gran población y poco después quedaba semidesierta. Las calles se trazaban “al aventón”, y lo primero que se procuraba era disponer de sitios donde pudieran funcionar diversiones como carreras de caballos, juegos de baraja, corridas de toros, peleas de gallos, tabernas y casas de prostitución. Los franciscanos erigieron su gran convento en 1567, los agustinos empezaron a construir el suyo en 1576 y los dominicos en 1608, pero sólo en 1792 empezaron a funcionar las primeras escuelas primarias. En sus inicios, Zacatecas fue importante sobre todo porque de sus minas salió el dinero para financiar la conquista de Filipinas y porque de la ciudad partió en 1554 la expedición que conquistaría la Nueva Vizcaya (Chihuahua y Durango); en 1556 la que tomaría posesión de Nuevo León y Coahuila, y la que marchó en el mismo año a la conquista de Nuevo México. Además, la vigilancia del camino por el que se enviaba la plata zacatecana a la ciudad de México requirió fundar un buen número de puestos militares que luego dieron origen a muchos poblados del Bajío y Aguascalientes.

Otro gran negocio de Zacatecas fue la venta de empleos burocráticos, los cuales eran tan remunerativos que hacia 1675 el puesto de alguacil mayor se vendía en 32,000 pesos y el de alférez en 10,000. Sólo en el siglo XVIII la ciudad adquirió elementos para superar los ciclos de auge y decadencia. No sólo se realizaron buenas obras públicas y más construcciones religiosas, sino que los particulares tuvieron dinero e interés en erigir muchos de los soberbios edificios que harían de Zacatecas una de las ciudades más hermosas de la república a fines del siglo XX.
 
(Tomado de: Armando Ayala Anguiano - ¡Extra! Contenido. México de carne y Hueso III. Tercer tomo: La Nueva España (1). Editorial Contenido, S.A. de C.V., México, D.F., 1997) 
 

lunes, 30 de abril de 2018

Agustín Ahumada y Villalón

Agustín Ahumada y Villalón



Marqués de las Amarillas. Se ignoran el lugar y fecha de su nacimiento; murió en Cuernavaca el 5 de febrero de 1760. Cuadragésimo segundo virrey de la Nueva España, había cobrado prestigio militar en las guerras de Italia y gobernado la ciudad de Barcelona. Entró a México el 10 de noviembre de 1755. Celebró la institución del patronato de la Virgen de Guadalupe (1756); trató de corregir los vicios de los eclesiásticos de Puebla; intervino, tratando de avenir a las partes, en los litigios que suscitó el descubrimiento de los minerales de plata nativa de la Iguana, en el Nuevo Reino de León; consiguió pacificar, por conducto del gobernador Miguel Sesma, la provincia de Coahuila; continuó las obras del desagüe del valle de México; envió auxilios a Filipinas, amagada por los infieles, y a Florida, para contener a los ingleses; organizó los lutos por la muerte de la reina María Bárbara de Portugal; despachó a España una flota de 11 navíos, custodiados por 2 de guerra (1756); y asistió con oportunidad al presidio de San Sabás, cercano a san Antonio de Béjar, sitiado por los indios comanches sublevados.

   En 1757 las tropas virreinales constaban de 2897 hombres, organizados en 15 cuerpos formados por 61 compañías. Los mayores efectivos se encontraban en Veracruz y México; en el interior había partidas de 7 a 100 soldados.

Las minas de plata más productivas en esa época eran las de Bolaños, en Jalisco, y la Voladora, en Nuevo León. El situado a Filipinas se aumentó a 70 mil pesos anuales, pues el producto de la Real Hacienda montaba a $7.4 millones. En 1759 nació el volcán del Jorullo, en la jurisdicción de Ario (Michoacán), y el 10 de agosto de ese año murió el rey Felipe IV, quedando la reina como gobernadora hasta la mayoría de edad de Carlos III. Una de las últimas acciones del virrey fue mandar limpiar de arena las calles de Veracruz, pues a muchas de las casas se entraba ya por las ventanas a causa de los médanos. Muerto en Cuernavaca, fue sucedido por la Audiencia, presidida por Francisco de Echávarri, hasta que llegó el nuevo virrey Francisco Cajigal de la Vega, gobernador que había sido de La Habana.


(Tomado de: Enciclopedia de México)