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miércoles, 16 de julio de 2025

Santuarios - El Santo Niño de Atocha

 



Santuarios - El Santo Niño de Atocha 


La historia del Niño Jesús de Santa María de Atocha tiene más vueltas que un tranvía, pero después de mucho andar llegamos al mismo sitio. El 8 de octubre de 1566, se descubren las minas de San Demetrio. Para 1621 se le denomina al sitio Plateros. Desde el siglo XVII se venera un bello crucifijo de tamaño casi natural llamado El Señor de los Plateros. Su fama milagrosa se acrecenta con la resurrección de un muerto, lo que hace crecer la actual iglesia iniciada en 1789. 

Para 1830 circulan por toda la República con gran profusión, folletitos o estampas llamadas "novenas" que contienen la imagen del Niño Azul diciendo que es el Santo Niño de Atocha que se venera en Plateros. La estampa representa a un niño de 8 a 10 años con sombrero ancho y remate de plumas. El Infante está sentado en una silla con brazos, calza huaraches y lleva sobre los hombros una esclavina con la concha del peregrino y un cuello de encaje. En la mano izquierda lleva el báculo y el guaje del viajero y en la derecha una canastita. Cuando el peregrino viene a su santuario esa imagen no existe. 

El pequeño que nunca está 

Este niño no está y en el altar mayor, al pie del Santo Cristo de los Plateros se encuentra desde 1829 el Santo Niño de Santa María de Atocha que fue regalado, según tradición, por el marqués de San Miguel de Aguayo, propietario de las minas de Plateros. 

Esa imagen es cierta réplica del de Santa María, venerada en Atocha, Madrid, pero se trata de un niño recién nacido al que también se le ha dado atuendo de peregrino y se le coloca sentado, aunque en más modesta silla. La otra es una pintura, ésta es una escultura. Aquí como observa López de Lara se pregunta uno ¿Por qué se le quita de los brazos de su madre la Virgen María? 

Para darle culto independiente se le hace sentar en una silla y se le viste como a un Niño mayor. ¿Qué relación tiene ese pequeño con el Niño Azul o con el Santo Niño de Praga? El pueblo no se lo cuestiona ni le importa, sabiendo que sólo rinde culto al único Niño Dios nacido de la Virgen María, pero sí explica sus efectos: es que el Niño de la estampa se fue de viaje para ayudar a sus devotos. Por eso viste de peregrino y usa sombrero, por eso sus sandalias han aparecido con lodo. 

El santuario tiene un gran anexo para guardar los exvotos. Como en todos estos sitios el espacio siempre es insuficiente. 

Datos que hay que tener al alcance de la mano 

Ubicación.- Cerca de Fresnillo, Zacatecas.

Cómo llegar.- El santuario del Santo Niño de Atocha se encuentra cerca de la localidad de Fresnillo, está después de un recorrido, desde la capital, de 51 km aproximadamente por las carreteras 45 y 49. A casi 5 km al norte de Fresnillo se localiza la población de Plateros.

Fecha de celebración.- 25 de diciembre 

Peregrinaciones.- Atrae a casi un millón de visitantes cada año y es uno de los lugares de peregrinación más populares en nuestro país.


(Tomado de: Quesada A, Emilio H. - Santuarios, Guía #21, México Desconocido, Edición Especial, Editorial Jilguero, S. A. de C. V., México, Distrito Federal, 1995)

lunes, 10 de marzo de 2025

El origen de la lengua mexicana actual


 
El origen de la lengua mexicana 

En el ombligo de la luna, a la tierra del colibrí azul; Mexitl Tenochtitlan un día llegaron los intrépidos y osados, los exploradores, suavemente mecidos por las olas, traídos por las mareas. 

Sus lejanos navíos traían consigo el presagio secreto, sus palos mayores, sus grandes velas elevadas casi hasta el cielo anunciaban un nuevo mundo. 

Desde el otro lado del mundo llegaron, con sus observadores trepados en el carajo, con sus carabelas y bergantines anunciando la nueva era. 

Llegaron e hicieron suya la Tierra y esta tierra tuvo hijos; hijos de la verga, también de la chingada, del Sancho, pero hijos al fin y al cabo. 

Los siguientes diálogos, los actos que prosiguieron fueron violentos y crudos, hijos de la confrontación, hijos de la vida, del destino. 

Nadie se culió todos fueron cabrones.

Los conquistadores conquistaron, los conquistados sobrevivieron, sobrevivieron a todo. 

Y por el momento valió madre, harta corneta, así parecía, pero no hay mal que por bien no venga (refrán chingón de mi abuelita) y esto lo único que trajo fue un pueblo chingón: 

el pueblo mexicano descendiente de los más valientes y los más nobles Y ¿qué fue lo que hicieron los sobrevivientes los nuevos mexicanos? 
es quizá aquí donde comienza la historia de nuestro lenguaje. 

Quizá...

El lenguaje secreto comenzó con los vocablos aztecas, prohibidos en su momento, los corazones de los vencidos jamás fueron vencidos y las siguientes generaciones no pudieron acallar estas voces. 

Estos sincretismos no premeditados, lograron que también en las palabras comenzaran a ocultarse significados que las nuevas autoridades no comprendían. 

Así nació la lengua mexicana en el crisol de todas las razas del mundo; el crisol de nuestra Raza Cósmica. 

Es aquí en este momento cuando el lenguaje comenzó a volverse mexicano dejando de ser sólo español y aún menos castellano. 

Establecido el nuevo reino siendo ya formalmente una colonia, las nuevas normas sociales establecieron así también sus leyes y jerarquías. 

El lenguaje naciente se nutrió de indigenismos y europeísmos, así como la raza; voces aztecas, mayas, olmecas, totonacas, zapotecas, ñañus, rarámuris, chichimecas, apaches y toltecas se mezclaron con sus hermanas hispanas, anglosajonas, árabes, gitanas, griegas, judías, italianas, africanas y asiáticas. 



El mexicano: valiente, avezado, osado; el sobreviviente a toda prueba, humilde a veces, pero siempre digno y firme, descendiente de reyes y princesas, de guerreros y poetas, de piratas y de sabios se ha mantenido así,

 siempre de pie, de frente. 

La intensidad de sus expresiones refleja su fuerza y el largo camino que tuvo que andar para llegar a ser lo que somos: un pueblo chingón, bien verga. 

Pero por qué habla el mexicano así? 

Porque tiene pasión, porque tiene tantos huevos que el lenguaje le queda pequeño y necesita moldearlo, modelarlo, reformarlo, incluso transfigurarlo para ver si así puede expresar aunque sea un poco lo que le inunda el alma, lo que le desborda el corazón. 

Para defenderse, 

para identificarse,

y por sus huevos, así nomás.




Las lenguas nativas:

¿Qué se habla en México?

Hace mucho se dejó de hablar sólo español y casi nunca se habló castellano. 

Se habla español mexicano, pero no sólo eso también se habla: 

Slang 
albur 
albur fino 
calambur 
piropo 
chiste 
refrán 
dicho 
leperada 
doble sentido 
cantadito 
caló 
frases 
ñierismos 
fresismos 
chiflidito 
acá 



Y no solo eso, además se habla en jarocho, yucaterco, chilango, norteño, tapatío, chiapaneco, defeño, toluco, poblano pipope, tuso, regio, oaxacacaliforniano, tabajqueño, campechano, mochi, costeño, sonorita y muchos más. 

En México se habla español mexicano, casi nunca, casi nadie habla español formal. Aquí en el Ombligo de la Luna a nivel de piso a ras de lona; la neta se habla al chile. 

Y ya hablando al chile; nadie habla formal; ni el gobernante ni el sabio, ni siquiera la dama y mucho menos el pelado. 

Todos y cada uno de nosotros hablamos en código, cada sector, cada tribu tiene los suyos propios: si no los entiendes si no los atiendes no entras, te sacan. 

Con la banda maciza cágala tantito y te dan patrás, te quiebran, de menos una madriza culera. 

Varía el tono padre y no entras, cáaamara. 

Si no te la sabes no la haces.




(Tomado de: Amman, Guya (Autor), Luter Meza Bernal (investigación) y Bernardo Martínez Torres (ilustraciones) - Enciclopedia de los legoritmos mexicanos. Tercera Edición, S. A. de C. V. México, 2020).



sábado, 17 de septiembre de 2022

Expansión territorial y conquistas siglo XVI, II

  


Fundaciones

Las expediciones militares fundaron en su recorrido villas y fuertes que corrieron diferentes suertes. Unas se conservaron, otras con el tiempo se despoblaron y desaparecieron. Muchas de ellas originaron nuevos centros, que a su vez sirvieron de punto de partida para la penetración en territorios desconocidos.

Una de las principales fuerzas que movieron este avance paulatino a territorios inexplorados fue la misma que empujó a algunas expediciones militares: la búsqueda de metales preciosos. Pequeños grupos de hombres se internaban en tierras de chichimecas, impulsados por alguna vaga noticia acerca de la existencia de vetas. Los poblados fundados a causa de ello eran, a su vez, origen de otros.

Así como la expedición de Francisco de Ibarra tuvo su génesis en la zona minera de Zacatecas, se estimuló la formación de poblaciones en la zona del Bajío; en un principio fueron presidios (lugares donde estaba destacada una fuerza militar) y crecieron gracias al comercio que se efectuaba con la región minera. Tal es el caso de San Miguel el Grande.

Por 1554, los chichimecas comenzaron a asaltar y robar sistemáticamente las carretas que transitaban con mercaderías rumbo a Zacatecas. Al principio se intentó detener estos asaltos mediante una campaña militar, organizada por don Luis de Velasco, quien puso a Francisco de Herrera al frente de numerosos soldados. Pero esta fuerza no consiguió dominar a los indios, los cuales sistemáticamente se refugiaban en sitios inaccesibles ante la presencia de los soldados. Otras campañas militares, como la de Hernán Pérez de Bocanegra, consiguieron el mismo resultado.

Se vio, pues, que era indispensable buscar otra manera de proteger la seguridad de los caminos; la mejor manera de conseguirla sería fundar otras poblaciones además de San Miguel el Grande, que fueron Celaya, Aguascalientes y León. Pero estas fundaciones no bastaron para contener a los chichimecas, los cuales siempre encontraban un lugar o un momento propicio para atacar, de manera que se trató de lograr un acuerdo de paz con ellos. Un mestizo llamado Miguel Caldera estableció conversaciones con los indios y, finalmente, en la época de don Luis de Velasco el segundo, se logró la paz. El virrey comprometióse a darles carne para su sustento. En cambio, ellos aceptaron que se fundaran poblados de indios y de españoles en las regiones que habitaban. Así nacieron San Luis de la Paz, San Miguel Mezquitic y Colotlán.

También la ganadería originó el que se abrieran nuevos territorios a la expansión española. La rápida reproducción del ganado creó grandes problemas a la agricultura en las zonas centrales de Nueva España. Los cultivos de las regiones de Tepeapulco, del valle de Toluca, de Oaxaca y Jilotepec eran destruidos con mucha frecuencia por los rebaños; para evitarlo, el virrey ordenó que se dirigieran a zonas donde había grandes extensiones de tierra despoblada. Así fue como en los años posteriores a 1540 se inició el establecimiento de estancias ganaderas en tierras habitadas por chichimecas. Se introdujo la ganadería en los llanos de San Juan del Río, en la región de Apaseo y en Querétaro. Antes del descubrimiento de las vetas de plata, Guanajuato existía como estancia de ganado, propiedad de Pedro Muñoz. A medida que las regiones fueron aumentando su población, el ganado fue conducido más al norte; y con el tiempo llegó a ser una de las causas del nacimiento de grandes haciendas, como la de Francisco de Urdiñola, gobernador de Nueva Vizcaya, en Coahuila, a principios del siglo XVII.

Fundaciones hechas por indios.

El papel representado por los indios sedentarios en la colonización y población del virreinato de Nueva España es de suma importancia. Ya en las primeras expediciones que se llevaron a cabo para acrecentar el dominio español se encuentran los grandes ejércitos de indios aliados que las acompañaban. Pedro de Alvarado condujo tlaxcaltecas a Guatemala. De Tlaxcala, Huejotzingo y Cholula procedían los indios que auxiliaron a Nuño de Guzmán en la conquista de Nueva Galicia. Ibarra, Carbajal y Oñate utilizaron sus servicios, y cuando se consideró indispensable la colonización de Texas, los tlaxcaltecas fueron llevados también allí.

Pero no sólo se recurrió a ellos en las campañas militares, sino que como pacificadores fueron enviados para fundar en regiones alejadas de sus centros de origen. Se pensaba que ante el ejemplo de su vida, que transcurría en forma pacífica y organizada, los indios nómadas terminarían, a su vez, por aceptar ser reducidos. Así, fray Juan de San Miguel estableció con guamares, otomís y tarascos el pueblo de San Miguel, conocido actualmente como el Viejo para distinguirlo de la población española que se formó años después con el fin de detener los ataques de los chichimecas.

Cuando don Luis de Velasco logró la paz con estos últimos, se llevaron cuatrocientas familias de tlaxcaltecas, que fundaron Tlaxcalilla (muy cerca de San Luis Potosí), San Miguel Mezquitic, San Andrés y Colotlán. Para evitar que Saltillo continuara despoblándose, Francisco de Urdiñola fundó muy cerca San Esteban de la Nueva Tlaxcala.

Las poblaciones establecidas por las autoridades españolas con fines civilizadores tuvieron una organización especial que favorecía el que los indios ofrecieran menos resistencia a abandonar sus lugares de origen. A los habitantes se les dotaba de tierras y agua, se prohibía la proximidad de estancias propiedad de españoles, e incluso se limitaba su paso por ellas. Se les autorizaba tener ganados y poseer caballos, y sus parroquias eran administradas por frailes. No siempre se logró mantener estas condiciones, porque los españoles, que vivían o tenían estancias en las regiones donde estos pueblos se fundaron, trataban de obligarlos a trabajar en su provecho y procuraban apoderarse de las tierras que consideraban buenas, haciendo caso omiso de las disposiciones existentes para la protección de estos poblados. No fue posible conseguir la fusión de los indígenas llevados del centro con los nómadas que aceptaban reducirse, porque los primeros siempre miraron con menosprecio a los segundos.

Aparte los movimientos de población india, a los que nos hemos anteriormente, hubo otros hacia el norte, en que en forma espontánea un gran contingente de indios se dirigió en busca de la libre contratación a las zonas mineras y a las estancias de ganado.

La expansión misional.

A partir del territorio conquistado por Hernán Cortés, las órdenes religiosas extendieron sus labores misionales hasta regiones distantes y desconocidas. Los frailes seguían instaurando nuevos centros para la predicación, sin esperar que nuevos establecimientos de españoles dieran a los lugares una relativa seguridad. En esta actividad son muy conocidos fray Juan de San Miguel, quien predicando recorrió tierras que ahora pertenecen al estado de Guanajuato; fray Bernardo Cosin llegó al actual estado de San Luis Potosí; fray Andrés de Olmos evangelizó la Huasteca; fray Andrés de Segovia y fray Miguel de Bolonia, en 1541, fundaron el pueblo de Juchipila; fray Agustín Rodríguez, en 1581, predicaba en territorios inexplorados, los cuales en la actualidad pertenecen al estado de Chihuahua, y fray Juan de Larios, en 1674, fundó la misión de San Francisco de Coahuila. Los misioneros redujeron a muchos indios, que terminaron por adaptarse a la vida sedentaria, y facilitaron el posterior establecimiento de centros españoles, que encontraban en estos pueblos la mano de obra necesaria para sus estancias y haciendas.

Muchas veces la llegada de hacendados que trataban de obligar a los indios reducidos a que trabajasen en sus propiedades destruyó la labor de los evangelizadores, porque ellos, que habían aceptado paulatinamente la vida en los pueblos y que algunas veces difícilmente se habían sometido a la autoridad de los frailes, se rebelaban ante las exigencias de autoridades y propietarios de tierras, y se volvían a los montes o huían a las sierras, destruyendo las misiones y matando a la población blanca y a los misioneros.

A causa de ello, durante los siglos XVI y XVII, en el norte las misiones estuvieron constantemente expuestas a la destrucción, y el trabajo de los religiosos se vio muchas veces reducido a la nada; entonces volvían a empezar, construyendo nuevas misiones o reconstruyendo las perdidas.

Franciscanos y jesuitas fueron principalmente los encargados de la evangelización en tierras de chichimecas. Los franciscanos ejercieron las misiones principalmente en Zacatecas, Nueva Vizcaya (actualmente los estados de Durango y Chihuahua), Nuevo Reino de León, Coahuila y Texas; es decir, hacia el norte y este de Zacatecas.

Sinaloa (norte del estado que lleva ese nombre) fue punto de partida para los jesuitas; se extendieron hacia el este por la Sierra Madre Occidental, y hacia el norte por las regiones que llamaron Ostimuri, Sonora y Pimerías, en el actual estado mexicano de Sonora y en el norteamericano de California.

Expansión por necesidades de defensa.

Nueva España siempre tuvo problemas de defensa en la región septentrional. La amenaza que representaba el avance de los establecimientos franceses obligó a las autoridades españolas a ocuparse de la colonización de provincias, que no habían presentado atractivos suficientes a fin de mover a su poblamiento espontáneo.

En 1682, Roberto Cavelier, señor de La Salle, partió de Nueva Francia (Canadá) y exploró el río Mississippi de norte a sur hasta llegar a su desembocadura. El gobierno francés consideró que la comunicación fluvial con el golfo de México era de gran trascendencia y ayudó a La Salle para que en una segunda exploración se adentrara por el río en sentido inverso al de la expedición anterior.

Los exploradores llegaron a La Florida en el año 1684; costeando, pasaron frente a la desembocadura del Mississippi, al parecer sin advertirla. Continuaron navegando y desembarcaron en la bahía del Espíritu Santo, donde fundaron el fuerte de San Luis. La Salle exploró la región, siempre en busca del río, que no encontró. Viendo que los bastimentos se habían perdido, decidió ir por tierra en busca de auxilio. En el camino algunos de sus compañeros lo asesinaron y los hombres del fuerte quedaron abandonados a su ventura. Los indios, que advirtieron su precaria situación, los atacaron y mataron.

En la capital del virreinato de Nueva España se tuvo noticias del desembarco de los franceses, porque capturaron a unos piratas que hablaron sobre la fundación del fuerte de San Luis. De Cuba y Veracruz partieron navíos que recorrieron las costas del golfo de México sin encontrar al enemigo, aunque hallaron los restos de una nave.

Mientras tanto, los gobernadores de Nueva Vizcaya y del Nuevo Reino de León recibieron informes de los misioneros y de los indios sobre algunos extranjeros vestidos de hierro, que andaban entre los texas preguntando por las minas de plata, y los aconsejaban en contra de los españoles, a los que decían no debían obedecer porque no eran buenos. El capitán Alonso de León hizo prisionero a un francés, el cual no pudo proporcionar datos sobre el sitio que buscaban porque no había pertenecido a la fuerza de La Salle, sino a un grupo que había salido de Nueva Francia con intenciones de encontrarlo. El indio Juan Xaviata procuró los datos que finalmente permitieron en el año 1689 la localización de las ruinas del fuerte de San Luis en la bahía del Espíritu Santo.

Con el fin de evitar que en lo venidero los franceses pudieran ocupar esa región, en 1690 el rey ordenó que los franciscanos de Santa Cruz de Querétaro se encargaran de fundar misiones entre los texas. La primera fue la de San Francisco y, apoyándose en ella, otras que no tuvieron muy larga vida, ya que se abandonaron en 1694 debido a los problemas que presentaban su abastecimiento y mantenimiento.


(Tomado de: Camelo, Rosa - Expansión territorial y conquistas. Historia de México, tomo 6, México colonial. Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V. México, 1978)

lunes, 19 de julio de 2021

Fray Pedro de Gante


Lego franciscano, nació en Ayghem-St-Pierre, hoy suburbio de Gante, Bélgica, en la novena década del siglo XV; murió en la Ciudad de México en 1572. Pariente de Carlos V y con apellido original Motor, Van der Moere o de Muer, que se latinizó Mura, fue, junto con Juan de Tecto (du Toict) y Juan de Aora o Ayora, uno de los tres franciscanos que llegaron primero a Nueva España, en 1523; Ixtlixóchitl les dio aposento en el palacio de Nezahualpilli en Tezcoco, donde se dedicaron a aprender lengua mexicana. Un año después llegó la misión franciscana de fray Martín de Valencia, a cuya autoridad se incorporaron; Tecto y Aora murieron durante la expedición de Cortés a las Hibueras. A fines de 1526, o principios de 1527, estaba ya Gante en el convento de México, donde permaneció hasta su muerte.

Pedro de Gante se dedicó a la tarea, no de atender a la educación sucesiva de los niños según fueran llegando a la edad competente, sino a la de una numerosa generación de chicos y grandes, de hombres y mujeres, que de pronto aparecían urgidos de instrucción religiosa y civil. Gante, en virtud de su estado de lego y del defecto de ser tartamudo, se sentía imposibilitado para dedicarse a la predicación; sin embargo, muchas veces sirvió de intérprete y predicó cuando no había sacerdote que entendiera la lengua. Fundó varias escuelas, entre ellas la de México, que dirigió por medio siglo y estuvo detrás de la iglesia del convento de San Francisco. El sistema que rigió en aquella institución fue el siguiente: por las mañanas, lectura, escritura y canto, y por las tardes, doctrina; se asistía a las fiestas religiosas y se cantaba en coro; a los pequeños no les era permitido comunicarse con sus familiares, "para que no se contaminasen de los errores de la idolatría"; se preparaban grupos de jóvenes para ser enviados como catequistas a los alrededores de México e inclusive a las provincias más cercanas; se enseñaba latín, pintura, escultura, artesanías y arte de bordar, y se establecieron talleres donde trabajaban canteros, herreros, carpinteros, albañiles, sastres y zapateros.

Aparte la de San José de los Naturales, de siete naves, enteramente abiertas por uno de los extremos, para que los indígenas pudieran asistir a los oficios desde el atrio, levantó en México varias iglesias y capillas, entre las de los barrios de Santa María, San Juan, San Pablo y San Sebastián. El propio Gante, en 1529, refiere haber hecho construir más de cien iglesias y bautizado a más de doscientos mil aborígenes.

Rechazó tres licencias que le enviaron para ordenarse sacerdote: la primera, del Papa Paulo III; la segunda, del capítulo general celebrado en Roma siendo generalísimo de la orden fray Vicente Lunel, y la tercera, de un nuncio apostólico que estuvo en la corte de Carlos V. Tan grande era su fama que el arzobispo Montúfar, inmediato sucesor de Zumárraga, solía decir: "Yo no soy el arzobispo de México, sino fray Pedro de Gante." Escribió Doctrina cristiana en lengua mexicana, impreso al parecer en Amberes, Bélgica, en 1528, y posteriormente en México, en 1553; Cartas al emperador, el 31 de octubre de 1532 y 15 de febrero de 1552 (en las Cartas de Indias, números VIII y XVIII); Carta a Felipe II, de 23 de junio de 1558, publicada por González de Vera en Revista de España, I, tomo III, pág. 387, y la carta dirigida en común a los padres y hermanos de la provincia de Flandes, el 27 de junio de 1529, proporcionada por Ángel Núñez Ortega a Joaquín García Icazbalceta y publicada en la Bibliografía mexicana del siglo XVI, México, 1886 (FCE, 1954). De este último documento son las palabras que siguen:

"Mi oficio es predicar y enseñar día y noche. En el día enseño a leer, escribí y cantar: en la noche leo doctrina cristiana y predico. Por ser la tierra grandísima, poblada del infinita gente, y los frailes que predican pocos para enseñar a tanta multitud, recogimos en nuestras casas a los hijos de los señores y principales para instruirlos en la fe católica, y que después enseñen a sus padres. Aprendieron estos muchachos a leer, escribir, cantar, predicar y celebrar el oficio divino a uso de iglesia. De ellos tengo a mi cargo en esta ciudad de México al pie de quinientos o más, porque es cabeza de la tierra. He escogido unos cincuenta de los más avisados, y cada semana les enseño aparte lo que toca hacer o predicar la domínica siguiente, lo cual no me es corto trabajo, atento día y noche a este negocio, para componerles y concordarles sus sermones. Los domingos salen estos muchachos a predicar por la ciudad y toda su comarca, a cuatro, a ocho o diez, a veinte o treinta leguas, anunciando la fe católica, y preparando con su doctrina a la gente para recibir el bautismo. Nosotros con ellos vamos a la redonda destruyendo ídolos y templos por una parte, mientras ellos hacen lo mismo en otra, y levantamos iglesias al Dios verdadero. Así y en tal ocupación empleamos nuestro tiempo, pasando toda manera de trabajos de día y de noche, para que este pueblo infiel venga al conocimiento de la fe de Jesucristo. Yo, por la misericordia de Dios y para honra y gloria suya, en esta provincia de México donde moro, que es otra Roma, con mi industria y el favor divino, he levantado más de cien casas consagradas al Señor, entre iglesias y capillas, algunas de las cuales son templos tan magníficos como propios para el culto divino, no menores de trescientas tercias y otros de doscientas. Cada vez que salgo a predicar tengo sobrado que hacer en destruir ídolos y alzar templos al Dios verdadero. Pues así estas cosas, os ruego, padres y hermanos muy amados, que os dignéis orar por mí al Señor, para que oyendo vuestras oraciones, me alumbre y conozca yo lo que debo hacer y lo haga, y persevere siempre en su servicio y voluntad hasta el fin.

"Deseo y pido encarecidamente que alguno de vosotros tome sobre sí, por amor de Dios, el trabajo de traducir esta carta en lengua flamenca o alemana, y la envíe a mis parientes para que a los menos sepan de mí algo cierto y favorable, como que vivo y estoy bueno. De lo cual sea a Dios gloria y alabanza.

"No tengo por ahora más que escribir, aunque mucho pudiera contar de esta tierra, si no fuera porque del todo he dejado mi lengua nativa. Por tanto, no añadiré más que esto: que tengo gran necesidad de un libro que se llama la Biblia, y si me lo mandaséis me hariáis gran caridad. Ca ye ixquichi ma moteneoa y toteoh y totlatucauh y Jesu Christo"; que se interpreta así: no diré más, sino que sea loado nuestro Dios y su bendito Hijo Jesucristo. Fue escrita esta carta el 27 de junio de 1529 en el convento de San Francisco, de México.


(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen V, - Gabinetes - Guadalajara)

viernes, 20 de noviembre de 2020

Fray Diego Durán

Llegada de los conquistadores, según el Atlas o Códice Durán.

Nació en Sevilla, España, hacia 1537, y no en Texcoco como se ha venido repitiendo; murió en la Ciudad de México en 1588. Llegó a Nueva España entre 1542 y 1544. Su padre, probablemente de origen judío francés, de la Provenza (Durand, hispanizado el apellido en Durante, Durán), se estableció con su familia en Texcoco. Era de oficio calcetero y zapatero. Allí vivió Diego, hasta 1554 en que tomó el hábito blanco y negro de los dominicos en la Ciudad de México. En 1556 hizo profesión de fraile y en 1559 ya era presbítero. Dos años más tarde pasó a diversos sitios de la Provincia de Oaxaca. En 1565 radicó en Chimalhuacán Atenco y en 1581 fue vicario de Hueyapan. En 1587 enfermó gravemente, permaneciendo en el convento de Santo Domingo de la Ciudad de México. 
Profundo conocedor del náhuatl, fue uno de los más ardientes propagadores del Evangelio en el siglo XVI, al tiempo que diligente investigador y conservador de tradiciones y monumentos históricos (códices y manuscritos). Entre 1570 y 1575 escribió tres obras: Ritos, fiestas y ceremonias de los antiguos mexicanos (1570), en que proporciona datos de la región texcocana y traza el cuadro de los dioses y ritos con tal minucia, que da el sentido de la realidad vista; Calendario Antiguo (1579), en el que involucra al Tonalamatl -calendario mágico- con el que se llama civil, y describe las numerosas fiestas y ceremonias, y habla de la holganza de los mexicanos, que ellas propiciaban; e Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme. José Fernando Ramírez publicó una parte de ésta última obra en 1867 y Alfredo Chavero la restante, con los Ritos, fiestas y Ceremonias, el Calendario Antiguo y un Atlas de pinturas jeroglíficas (1880). Ambos volúmenes contienen la obra completa de Durán. De nuevo la dio a las prensas el padre Ángel María Garibay K. (2 bolsa., 1967), tomada del ológrafo original que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid. Hay una traducción al inglés, incompleta, por Doris Heyden y y Fernando Horcasitas. Es una historia de los pueblos antiguos. Comienza con la peregrinación de los mexica desde Aztlán y llega hasta la expedición de Cortés a las Hibueras (Honduras). Es "una historia radicalmente mexicana con fisonomía española", como la definió José Fernando Ramírez, obra de auténtico, pronunciado y rancio sabor primitivo. Ningún cronista retrató más al natural el carácter del indio mexicano; ninguno logró compenetrarse, como lo hizo el fraile dominico, de su compleja psicología. Adentró y se posesionó de minuciosos pormenores relativos a las prácticas religiosas y civiles, usos y costumbres públicas y domésticas, aspectos que otros cronistas desdeñaron en parte o trataron sin la profundidad con que los describe Durán. Sus relatos, llenos de vida y de brío, son de lo mejor que se ha escrito sobre el pasado antiguo de los mexicanos. Reivindica la cultura mexica ante los ojos de los europeos, dando una visión panorámica de la vieja vida del Anáhuac, y en esto muestra una tendencia hacia la historia universal. Por otro lado, sus páginas destilan nacionalismo, expuesto "con amor de mexicano antiguo", como dijera de él el padre Ángel María Garibay K. El Atlas es muy importante: se le ha dado el nombre de Códice Durán y lo forman numerosas pinturas jeroglíficas. Como apéndice al Atlas, trae un códice, asimismo, de pictografías fielmente reproducida, cuyos originales existen en la Colección Aubin-Goupil de la Biblioteca Nacional de París, riquísima en antigüedades mexicanas. A esta parte se le ha llamado Códice Ixtlixóchitl o Códice Mariano Fernández Echeverría y Veytia, quien lo mandó copiar del original. 


(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen III, Colima - Familia)

miércoles, 12 de agosto de 2020

Fray Jacobo Daciano


Nació en Dinamarca hacia fines del siglo XIV, de sangre real, aunque es por ahora imposible fijar su parentesco con los reyes de Dinamarca, quienes lo eran por aquellos años también de Suecia y Noruega. En los tres países reinó de 1448 a 1481 Cristián de Oldemburgo y le sucedió en 1481 su hijo Juan hasta 1513. Para entonces Jacobo era ya fraile de la Orden de Menores Franciscanos y había renunciado a todos sus honores nobiliarios. Hizo magníficos estudios humanísticos y teológicos. Sabía perfectamente latín, el griego y el hebreo. Por algunos años enseñó y luego le encargaron el gobierno de la Provincia Escandinava, que los franciscanos nombraban "de Dacia" o "Dania". De ahí que el religioso no sólo no llevará título nobiliario, pero ni siquiera apellido, por lo cual se le reconoce por Jacobo de Dacia o Daciano.  (Aún acreditados historiadores confunden la Dacia de fines del Renacimiento con la provincia romana Dacia, y lo hacen nacer en los países del Bajo Danubio). También es pura imaginación la que lo hace concuño de Car!os V por haberse casado Cristián II de Dinamarca (1513-1523) con Isabel, la hermana del Habsburgo. Tendría que haber sido hijo del rey Juan, pero los cronistas nunca dicen que fuera hijo del monarca danés. Aseguran, eso sí, que era de sangre real, de la casa de Dinamarca o Dacia.
El gobierno despótico de Cristián II rompió la unión de Kalmar. Suecia se volvió a separar. Además, durante su reinado (1513-1523), ardió el Imperio alemán en las primeras luchas religiosas luteranas. El incendio se propagó rápidamente en la región oriental por la apostasía del Gran Maestro de la Orden Teutónica y la división religiosa vdel Obispado de Brandenburgo. Casi toda la población entró en una verdadera guerra religiosa que pronto pasó a la vecina Dinamarca. El príncipe Jacobo, provincial a la sazón de los franciscanos, tuvo que tomar parte muy principal en las disputas religiosas y aún escapar de un atentado contra su vida. Cuando el mismo rey huyó, también él optó por expatriarse a España. Debió de ser en 1525 o poco después cuando se presentó al Emperador Carlos V para pedirle que lo enviara de misionero a las Indias. Este aceptó y le facilitó el viaje a la Nueva España. Debió de pisar playas mexicanas entre 1525 y 1528. De lo escrito por él, Beristáin sólo halló en el convento de Tlatelolco el registro de una disputa tenida al estilo escolástico entre fray Jacobo y fray Juan de Gaona años después. Se saca de allí que la primera impresión de fray Jacobo fue poco favorable: le pareció que se procedía muy a la ligera en la fundación de la Iglesia por la falta de obispos y sacerdotes, por no permitir los frailes que los indios comulgaran, por no proceder ya, cuanto antes, a preparar jóvenes indios bien dispuestos al sacerdocio. Quizá está insatisfacción determinó a fray Jacobo a pedir pasar a Michoacán en donde aprendió el tarasco y en donde, según los cronistas franciscanos, fue el primero en dar la sagrada comunión a los indígenas tarascos. Su ejemplo evangélico era innegable por pobreza, austeridad y consagración al apostolado de los indios. Lo nombraron guardián del convento de Tzintzuntzan, que era todavía la principal población tarasca. Años después le encargaron la dirección de los Conventos incipientes de Coeneo y Zacapu, en donde siguió bautizando millares de indígenas y también organizándoles sus pueblos. A sus buenos éxitos se debió el que le confiaran en 1541 el pueblo de Tarecuato, ya casi en los confines con el actual Estado de Jalisco, que al mismo tiempo que a Michoacán, acababan de erigir los franciscanos en Custodias. Por cierto que de los rarísimos documentos que se han conservado con la firma de fray Jacobo, uno está suscrito en Guadalajara el 20 de mayo de 1555 por el custodio fray Ángel de Valencia y los cuatro definidores (o asesores), entre los cuales estaba Daciano. Se trata de una valiente y enérgica representación al emperador en la que le piden conventos para esas tierras nuevas, y el envío de misioneros y de obispos que "no sean de pompa"; denuncian, además, los abusos de los oidores, los licenciados Contreras y de la Mancha. Fray Jacobo parece haber llegado a Tarecuato ya en 1541, y desde entonces se consagró a esa comunidad de tarascos, a su convento y a su templo. Lo consideraron siempre fundador de la población y no hace mucho conservaban aún su recuerdo con extraordinario cariño. Aseguran que guardan todavía allí su báculo. Parece que murió en 1574, ya muy anciano. Es curioso que sólo se halle mención de tan extraordinario personaje en los cronístas franciscanos: Mendieta, Guzmán, Torquemada, de la Rea y Beaumont, y una breve biografía en  Espinosa. Nada en otras fuentes.


(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S.A. México, D.F. 1977, volumen III, Colima-Familia)

lunes, 6 de mayo de 2019

Fray Juan Crespi


Nació en Mallorca, Islas Baleares, España, en 1721; murió en Carmelo, California, Estados Unidos, en 1782. Vino a Nueva España junto con otros dos mallorquinos: Junípero Serra y Francisco Palou en 1749. Con ellos fue miembro del colegio franciscano de San Fernando de la Ciudad de México. Los tres misionaron en Sierra Gorda, en la provincia o reino de nuevo Santander (Tamaulipas), al ocurrir la expulsión de los jesuitas en 1767, se les envió a la misión de la Purísima Concepción en California. Acompañó a Gaspar de Portolá en su expedición a San Diego y Monterey (1769) y aún más al norte, en el primer viaje de ese tipo por la costa occidental de América del Norte. Descubrió la bahía de San Francisco, dándose cuenta, el primero, de su importancia presente y futura como puerto estratégico. Retornó con Portolá a San Diego, e hizo por tierra el camino a Monterey. Fundó al lado de Serra la misión del Carmelo, y allí radicó los siguientes 12 años en compañía de su maestro y amigo. En 1772 acompañó a Pedro Fages a explorar la ruta a la bahía de San Francisco, y dos años más tarde a Pérez en su expedición a Alaska. De 1769 a 1774 participó en todas las expediciones terrestres y marítimas a la Alta California: de Vellicatá a San Diego, de San Diego a la Bahía de San Francisco, de Monterey al Valle de San Joaquín y de Monterey a Alaska. Dejó valiosos diarios que relatan 2 mil millas de viaje por tierra y acaso el doble por mar, v. Francisco Palou: Relaciones históricas de la Vida… Del Venerable padre fray Junípero Serra (1787); Herbert E. Bolton: Juan Crespi, missionary explorer con the Pacific Coast 1769-1774 (Berkeley, 1927); H. N. Bancroft: History of California (San Francisco, 1890); y Chas A. Engelhardt: The Missions and Missionaries of California (4 vols., 1908-1915).




(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. de C. V. D. F., 1977 tomo III, Colima - Familia)

lunes, 8 de abril de 2019

Fray Martín de la Coruña




Fray Martín de la Coruña

(Llamado Martín de Jesús), nació en Coruña, España, en 1493; murió en Pátzcuaro, Michoacán, en 1552. Fue uno de los doce primeros franciscanos que llegaron a la Nueva España. Apoyado por el rey Caltzontzin, ya bautizado con el nombre de Francisco, fue a Michoacán y fundó el convento de Tzinzunzan, en la capital del reino. Hizo arrojar al lago de Pátzcuaro los ídolos de oro y plata y destruyó los demás. En 1531 supo que fray Martín de Valencia quería salir en barco hacia Tehuantepec en busca de indígenas a quienes evangelizar; lo reemplazó, pero la expedición fue un fracaso: los soldados se amotinaron y fray Martín fue abandonado en la provincia de Motines, desde donde alcanzó Colima. En 1541 entregó al virrey Mendoza la célebre Relación de Michuacán, con importantes datos etnográficos relativos a los tarascos.


(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. de C. V. D. F., 1977 tomo III, Colima - Familia)



lunes, 14 de enero de 2019

Fray Toribio de Benavente, Motolinía


Nació en la villa de Benavente, Reino de León, España, entre 1482 y 1491; murió en la ciudad de México en 1569. Su verdadero nombre era Toribio Paredes. Cambió su apellido al tomar el hábito franciscano en algún convento de Extremadura, según se conjetura. Al llamarle los indígenas Motolinía (pobre o humillado), quiso llevar ese seudónimo de por vida. Es en rigor el pionero de los cronistas de Nueva España, puesto que forma parte de los doce franciscanos que arribaron al país en mayo de 1524. Fue guardián del primitivo convento de San Francisco de la Ciudad de México (1525) y de los de Texcoco (1527 y 1539-1541), Huejotzingo (1529), Cholula (1535), Tlaxcala (1530-1533, 1536-1539 y 1554-1556) y Atlixco (1551), fundado por él; visitador, defensor y juez comisario de las provincias de Huejotzingo, Tepeaca y Huaquechula (1529); fundador y trazador de la ciudad de Puebla de los Ángeles (1531), y vicario (1546) y provincial de la Orden en Nueva España (1548-1551).
 
Se enfrentó, en defensa de los indios, al Ayuntamiento de la Ciudad de México y a la Audiencia (1525-1529). Como misionero y civilizador, en su carácter de vicecomisario, sus actividades trascendieron la Nueva España, extendiéndose a Guatemala (1529-1535 y 1543-1544). A partir de 1556 se pierde misteriosamente toda huella de su vida. Murió en olor de santidad en el Convento Grande de San Francisco de México.
 
Humilde, caritativo, perseverante, activo y gran andariego, fue un profundo conocedor de las lenguas, las costumbres y la psicología de los aborígenes. Motolinía escribió unos Memoriales y una Historia de los Indios de Nueva España. Se ha pensado que los primeros eran un borrador de la segunda. Parece ser, sin embargo, que ambas obras se completan, porque hay párrafos que aparecen en una y no en otra, o que son más amplios en una de ellas. El relato abarca de 1521 a 1541 y se refiere brevemente al acontecer histórico, al régimen social y a la tarea de evangelización más que a la historia propiamente dicha; y constituye una fuente inapreciable para el conocimiento del pasado indígena, en especial para el estudio de la cuenca de México, el complejo de las culturas olmeca y nahua de la región poblana y los primeros años de la Colonia. Asimismo es un documento de gran valor para estudiar las ideas políticas españolas en América. La Historia constituye un arsenal de datos y una narración eminentemente humana. Escribió Motolinía, además, hacia 1554, una Carta al Emperador, Carlos V, que se conserva manuscrita en el Archivo de Simancas, España,  y en la que ataca directamente a De las Casas, refutándole sus teorías pacifistas acerca de la colonización en América y lanzándole una dura invectiva sobre su actuación en las Indias. Los Memoriales se conservan en copia del siglo XVI en la Latín Colecction de la Biblioteca de la Universidad de Texas, en Austin. Perteneció a Joaquín García Icazbalceta y está incluida en una compilación de documentos que llamó Libro de oro y tesoro índico, que publicó su hijo Luis García Pimentel con el título de Memoriales de Fray Toribio de Motolinía, Manuscrito de la Colección de don Joaquín García Icazbalceta (1903). Lo mismo hizo Antonio Peñafiel 1903). Fue reproducida en facsímil por Eduardo Aviña Levy (Guadalajara, 1967).
 
De la Historia de los Indios de Nueva España hay tres copias manuscritas en España, México y Nueva York, a partir de las cuales se ha editado muchas veces. Joaquín García Icazbalceta la publicó en Colección de Documentos para la Historia de México (2 vols., 1858-1866), precedida de las "Noticias de la vida y escritos de fray Toribio de Benavente o Motolinía", por José Fernando Ramírez. Se editó de nueva cuenta en Madrid (1869) y Barcelona (1914); y en México, por Salvador Chávez Hayhoe (1941), Editora Nacional (1956), Porrúa (1969) y Edmundo O'Gorman, con el título de Memoriales o Libro de las Cosas de Nueva España y de los naturales de ella. Nueva transcripción paleográfica del manuscrito original, con inserción de las porciones de la Historia de los indios de Nueva España que completan el texto de los Memoriales (México, 1971). Se ha traducido al inglés por Elizabeth Andros Foster (Berkeley, 1950) y por Francis Borgia Steck O.F.M. (Washington, 1951), con notas bibliográficas muy útiles. La Carta al Emperador se ha publicado repetidas veces: en Madrid (1805, 1852, 1857, 1867, 1873 y 1914); en México, por José María Vigil en Bartolomé de las Casas. Historia de las Indias (1877) y en  1941, 1949 y 1956 como apéndice a las ediciones de la Historia; y separadamente por José Bravo Ugarte.
 
 
(Tomado de: Enciclopedia de México, volumen II, Bajos-Colima)

martes, 25 de diciembre de 2018

Catecismo Náhuatl en imágenes

 
Contenido

Es éste uno de los varios catecismos que se emplearon para la evangelización de los indígenas mesoamericanos. Se halla trunco ya que de él sólo se conservan seis hojas, pintadas en papel europeo por ambos lados. El catecismo expone por medio de preguntas algunos temas principales de la doctrina cristiana. Al pie de las imágenes hay un texto náhuatl que facilita su interpretación. Entre los temas que trata están los tocantes a Dios con sus tres personas distintas y la enunciación de los principales atributos de cada una de ellas. Se informa que la Virgen María fue madre del hijo de dios, de la redención de Jesús por los pecados de los seres humanos y de que vendrá a juzgar a vivos y muertos en el juicio final, así como su destino, el cielo o el infierno. La presencia del Papa en Roma, como representante de Cristo en la tierra, está ilustrada por varias imágenes. La última parte hace referencia al demonio, enemigo de los seres humanos.
 
 
 
Características físicas
 
Está pintado en papel europeo, por ambos lados. Las seis hojas que se conservan miden aproximadamente 15.6 cm de altura por 10.5 cm de ancho. Las pinturas y glosas se presentan en columnas o bandas horizontales. El trazo, aunque a veces infantil, refleja en algunos casos cierta habilidad del tlacuilo que lo elaboró. De esto son muestras las representaciones de la Virgen María, así como el jeroglífico que expresa la idea de necuiltonoliztli, “riqueza”, que consiste en una flor dentro de un círculo con aves a ambos lados, verosímilmente colibríes. Los colores empleados son azul, rojo, amarillo y verde. La secuencia de los textos exige siempre una lectura horizontal a lo largo de las siete bandas que se registran en las páginas del catecismo.
 
 

(Tomado de: Miguel León-Portilla. Catecismo Náhuatl en imágenes. Arqueológica Mexicana, edición especial #42, La colección de códices de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia. Editorial Raíces, México, D.F., 2012)

viernes, 30 de marzo de 2018

Marcos Cipac




Primer pintor indio conocido. Alcanzó fama hacia 1555 al realizar varias obras en colaboración con Pedro Chachalaca, Francisco Xinmámal y Pedro de San Nicolás, también de raza indígena. La más importante fue el retablo de la capilla abierta de San José de los Indios, en el convento de San Francisco de México, mencionado por Bernal Díaz del Castillo. También hizo los murales del técpan de Tlatelolco, con retratos y genealogías de los señores indígenas. Según testimonio de fray Francisco de Bustamante, provincial de los franciscanos en 1556, fue Cipac quien pintó la imagen de la Virgen de Guadalupe que se venera en el Tepeyac. Este dato consta en la Información que fray Alonso de Montúfar, segundo obispo de México, mandó levantar ese año con motivo del sermón que Bustamante pronunció en la capilla de san José de los Naturales del convento de san Francisco, en presencia del virrey Luis de Velasco, de la Real Audiencia y de numeroso público. Entre otras cosas, dijo el provincial que “la devoción que esta ciudad ha formado en una ermita e casa de Nuestra Señora que han intitulado de Guadalupe, es en gran perjuicio que los naturales porque les da a entender que hace milagros aquella imagen que pintó el indio Marcos”.

(Tomado de: Enciclopedia de México, tomo 1)