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jueves, 5 de diciembre de 2024

Antonio Helguera

 


Apuntes de historieta 

Especial: Helguera 

por Luis Gantus


De trazo privilegiado, su agudeza y mordacidad lo colocaron entre los caricaturistas más renombrados del país. Gustaba de la historieta y aunque siempre dijo que le costaba trabajo hacerlas, realizó algunas con muy buen sentido artístico y, sobre todo, humorístico. Usaba su trabajo para hacer catarsis cada día buscando que la gente entendiera de forma sencilla lo que sucedía en el país, hablamos de:


Helguera


Antonio Helguera nació el 8 de noviembre de 1965. Desde niño fue un gran consumidor de historietas, sus primeras lecturas las encontró en casa, una buena cantidad de ejemplares de Chanoc, Tin Tin, Asterix y Spirou y Fantasio, acompañaron su infancia. Posteriormente, trabó amistad con Gonzalo Rocha, quien le presentó la historieta El Spirit, de Will Eisner, la cual se convertiría en una de sus favoritas. En la búsqueda de emular a su héroe, realizaba historietas de su personaje "El agente 0047", el cual vendía a sus compañeros del Colegio Madrid. Su carrera historietil fue abruptamente detenida por su madre cuando tiró a la basura sus historietas. 








Sin embargo, esto no detuvo su espíritu artístico. Al descubrir los libros de Rius, la brutalidad cómica de Boogie, el aceitoso -que aparecía en la última página de la revista Proceso- y Los Manuscritos del Fongus de Jis -que se publicaban en el suplemento de historietas del periódico Unomásuno, conocido como el Masomenos- lo llevaron a su primer trabajo en el taller de grabado de Sergio Arau y Gonzalo Rocha, de donde salió al poco tiempo por su espíritu exageradamente festivo en el horario laboral. 

De ahí empezó su carrera como caricaturista en el periódico El Día, en la sección internacional, donde tuvo cierta libertad de trabajo, a pesar de ser una publicación afiliada al partido en el poder, el PRI. Por esas fechas, comenzó a tomar un taller de caricatura con Rafael Barajas El Fisgón, lo que le abriría las puertas del periódico La Jornada, en 1985, para cubrir el espacio que dejara vacante Helioflores. Esta enorme responsabilidad, a sus escasos 19 años, le causó gran nerviosismo, pero pudo sacarlo a flote con la ayuda de sus colegas El Fisgón, Rocha y Magú





Empezó en la sección internacional pero al poco tiempo se encargó de ilustrar la sección "El Correo Ilustrado". En esa década de los 80, colaboró con la revista Siempre!, fundada por José Pagés Llergo. Tuvo un breve paso por las Histerietas de La Jornada y por el suplemento El Tataranieto del Ahuizote, del mismo periódico. Con el tiempo, se convirtió en uno de los caricaturistas principales de dicha publicación.

Al retirarse el editor Guillermo Mendizábal de su cargo como director de Editorial Posada, su hijo Fernando se hizo cargo del negocio y decidió llamar a Rius para proponerle realizar de nueva cuenta la historieta Los Agachados, Rius le contrapuso una revista de humor político y, junto con El Fisgón y Helguera, fundaron la revista El Chahuistle, que durante dos años se convierte en un fenómeno de ventas y les otorga una gran reputación como críticos del sistema, sobre todo en una época donde no era fácil oponerse al poder. 




Fernando Mendizábal no cumple con los acuerdos establecidos y los fundadores decidieron abandonar la revista después de 41 números publicados, para empezar una nueva aventura editorial, el 25 de febrero de 1996, ahora con Editorial Grijalbo: El Chamuco y los Hijos del Averno. Su primera etapa cerró en el año 2000 pero regresó con mayores bríos en 2006 para permanecer a la venta hasta el día de hoy. 

Antonio Helguera realizó varios libros en coautoría: en 1994 junto con El  Fisgón publica El sexenio me da risa, y en 1995, la continuación de éste, El sexenio YA NO me da risa. En 2000, vuelve a hacer mancuerna con El Fisgón y ahora con José Hernández, para el libro El sexenio me da pena, tridente artístico que se repetiría en 2003 con El sexenio se me hace chiquito. En 2007 se publica una colección de cuadernillos con lo mejor de los moneros que colaboraban en el periódico La Jornada que se tituló Lo mejor de... y que incluyó a Ahumada, El Fisgón, Hernández, Magú, Rocha y Antonio Helguera. 





Su dupla con José Hernández empezó en la revista Milenio Semanal, con la sección llamada Mileño, en 2005 se trasladaron a la revista Proceso para ocupar la última página, donde se hiciera famoso Boogie, el aceitoso, de Roberto Fontanarrosa, uno de los héroes de Antonio. Ahí realizaron la sección Mono Sapiens, de la cual se publicaron dos compilaciones: Los sexenios de Mono Sapiens y Ya sé que no aplauden

Ganador del Premio Nacional de periodismo en 1996 y 2002, también recibió el Premio La Catrina en 2017 durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. 

Murió a los 55 años víctima de un infarto el 25 de junio de 2021. 

@gantusluis 






(Tomado de: Gantus, Luis - Apuntes de historieta. Especial. Helguera. El Chamuco y los Hijos del Averno, número 417, Julio de 2021)

lunes, 25 de marzo de 2024

La espinosa historia del chayote

 


La espinosa historia del chayote

Corrupción entre la prensa y el poder político en el siglo XX

Marco A. Villa | Historiador


Era aún la época dorada priísta, entre los sexenios de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, cuando la práctica del "chayote" comenzó a institucionalizarse, dado que llevaba ya tiempo fluyendo entre algunas tintas de la prensa corrompida. Fuera "chayotito" cuando era poco o "doña Rosario" cuando era una cantidad mayor, el chayo o chayote era -o es, mejor dicho- la compensación generalmente económica que un periodista recibe de algún político, empresario u otro personaje con poder. ¿Las razones? Favorecer alguna movida chueca (adulterio, delito...) o sacar de la jugada a un candidato con serias posibilidades electorales y capaz de hacer sombra a su contraparte del partido en el poder, por mencionar las más comunes.

Sobre el origen del término, la versión más extendida involucra a Julio Scherer García -el legendario director de Excélsior y apodado el Mirlo Blanco por mantener sin manchas su plumaje al no aceptar dinero de políticos- quien a su vez encargó a Elías Chávez, reportero de Proceso, escribir sobre esta práctica que incluiría en su libro Los presidentes. Chávez cuenta: "Mientras el entonces Presidente de la República pronunciaba un día de 1966 el discurso inaugural de un sistema de riego en el estado de Tlaxcala, entre los reporteros corría la voz: ¿ves aquel chayote? Están echándole agua. Ve allá". Resultaba que, atrás de la planta, un representante de presidencia repartía el soborno. Desde entonces, su entrega se convirtió en un secreto a voces, con reporteros que representaban un cúmulo cada vez mayor.


¿El padre del chayo?

En la búsqueda de las raíces del chayote, invariablemente nos encontramos de frente con Carlos Denegri (1910-1970), "el mejor reportero de su tiempo, el peor periodista de la historia', a decir del escritor Enrique Serna, autor de la novela biográfica El vendedor de silencio. Este personaje destacó por su preparación y contactos: hablaba alemán, francés e inglés y se defendía en portugués e italiano; colaboró en Time, Life y otras publicaciones extranjeras que lo buscaban cuando necesitaban corroborar datos o informar sobre México; contaba con una extensa red de contactos nacionales e internacionales que participaban tanto en su reportajes como en sus corruptelas. Era hábil para obtener información, diestro en el arte de las relaciones públicas y sobre todo en la obtención de exclusivas, entre otras cualidades que puso al servicio de sus embutes.

De negri fue hijastro de Ramón Pérez Denegri, político prominente que formara parte de los gabinetes presidenciales de Álvaro Obregón y Emilio Portes Gil. Con los años, sacó maliciosamente provecho de su trabajo, a la sombra y resguardo de un régimen que tenía la costumbre de seducir a los periodistas destacados y mantener un férreo control sobre la prensa.

Carlos tocó la cima de la fama con su serie de entregas reporteriles en las que informó desde Londres varios momentos de la Segunda Guerra Mundial. Era 1942 cuando cruzó el Atlántico para cumplir su misión. Reunidos después en el libro Luces rojas sobre el Canal, estos textos eran enviados por teletipo (telex) a la redacción de Excélsior y publicados a cinco columnas en la primera plana. Línea a línea, cautivaba a los lectores por la emoción y el suspenso que imprimía a sus entregas. En ellos se pintaba como un gran "ligador": lo mismo un aristócrata inglesa que una sudamericana o la recepcionista de un hotel.

Pero quizás el clímax llegó cuando dejó de enviar notas durante varios días luego de informar que las embarcaciones nazis estaban torpedeando a los Aliados. La gente pensó que había muerto. Otro golpe de talento que se tradujo en temprano éxito mediático lo dio en 1945, cuando escribió: "Hoy, los Estados Unidos detonaron en Hiroshima y Nagasaki la primera bomba atómica en la historia de la humanidad", y a continuación reprodujo el Padre Nuestro completito.

Se convirtió en una celebridad... y también empezó a encumbrarse como el periodista más poderoso, impune y rico gracias al chayote, mismo que obtuvo de la élite política y empresarial durante cerca de veinte años. El mismo gabinete presidencial asistía a sus cumpleaños. Destaca un hecho que refleja su proclividad a esta práctica: la plana que compraba a Excélsior por cincuenta mil pesos para después vender las menciones a políticos, ya fueran a favor o en contra; en este último caso, pagado por un tercero. Vino después su columna "El fichero político", en donde aquellos que no eran favorecidos pasaban "una temporada en el infierno", como escribiera Carlos Monsiváis. Pionero de la televisión, transmitió por décadas un programa que cerraba invitando a los televidentes a encontrarse en la próxima emisión, seguida de la frase "Dios mediante". Porque además era creyente. El mismo Scherer contó que Denegri "alguna vez entrevistó a Dios".

Se ha dicho que los tiempos cambian y que el chayote ya se ha "secado" y desaparecido. ¿Será?


(Tomado de: Villa, Marco A.. La espinosa historia del chayote. Corrupción entre la prensa y el poder político en el siglo XX. Relatos e historias en México, año 12, número 135. Ciudad de México 2019)

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Las fuerzas armadas abrieron fuego contra los manifestantes de México 1968


Las fuerzas armadas abrieron deliberadamente fuego en contra de los manifestantes de México

Le Monde, 5 de octubre de 1968
Claude Kiejmann, corresponsal

México, 4 de octubre.- Es una masacre: no existe otro término para describir lo que ocurrió durante el mitin organizado por el comité estudiantil de huelga en la Plaza de las tres Culturas, en el centro del barrio de Tlatelolco, inmenso centro urbano de concreto y cristal, que de ahora en adelante será tristemente célebre en la historia de la represión.
El lugar es el más adecuado para una emboscada, si emboscada hubo, como algunos aquí se muestran dispuestos a afirmarlo. En las últimas semanas ya se habían producido varias “batallas” en Tlatelolco, pero la del pasado miércoles fue de lejos la más dura.
El objetivo de ese mitin, que empezó a las 5 de la tarde, eras reclamar la salida de la tropa que todavía ocupa el Instituto Politécnico, ubicado a varios centenares de metros de la plaza. Se acababa inclusive de cancelar la consigna de marchar hasta el “Poli”. Varios oradores, hombres y mujeres integrantes del comité de huelga, ya habían tomado la palabra. Uno de ellos se encontraba en el tercer piso del edificio Chihuahua, en la galería abierta que sirve de descansillo y permite el acceso a los departamentos. Rodeado por unas 50 personas, estaba afirmando que era indispensable “continuar la lucha” y seguir exigiendo “un diálogo público con el gobierno para defender la Constitución y el derecho”. Hombres, mujeres y niños, muchos de ellos sentados en el suelo, escuchaban. Estudiantes caminaban entre los grupos y repartían volantes. En las grandes avenidas contiguas, el tráfico era normal. Las unidades del ejército se habían parapetado alrededor del Politécnico. En el cielo, el helicóptero de la policía del Distrito Federal vigilaba la ciudad. En el jardín del conjunto habitacional había niños que nadaban en la piscina. Los padres de familia regresaban a sus casas leyendo el periódico. Cinco minutos más tarde apareció un segundo helicóptero y a las 6 y 20 minutos vimos arriba de la iglesia Santiago-Tlatelolco una doble luz verde, una luz de bengala, Se oyeron unos gritos: “¡No pierdan la calma! ¡No corran!”.
Ya está oscureciendo y nadie entiende la razón de ese tumulto. El orador reitera las consignas de calma, pero bruscamente, uno de sus vecinos lo ataca y neutraliza, al tiempo que todos los que están en la tribuna intentan escaparse. Los atrapan agentes vestidos de civil que salen de los departamentos. En la explanada, antigua pirámide azteca rodeada por fosos, los manifestantes intentan huir sin entender claramente lo que está ocurriendo, pero se topan con militares, con la cabeza protegida por cascos, y metralletas y fusiles en las manos.
A la inversa de la versión dada por la mayoría de los diarios mexicanos, hasta ese momento no se disparó un solo tiro desde los edificios que rodean la plaza, bi tampoco de las azoteas. En cambio, entre la multitud se ven hombres vestidos de civil, llevando un guante blanco en la mano izquierda, que hacen señas a los militares. Después de esa señal, estos últimos abren un fuego nutrido contra la multitud. En ese momento empieza el horror. Saltamos de los terraplenes que tienen unos tres metros de altura. Es el pánico.
Los militares avanzan, obligándonos a replegarnos cerca de la iglesia. Desde el edificio, hombres vestidos de civil parecen dirigir el avance y los movimientos de los soldados haciéndoles grandes señas. Los soldados van llegando de todas las calles. Habrá más de cinco mil, se hablará de 300 tanques… Estos soldados matan. La mayoría de los estudiantes ayudan a las mujeres en su huída, las protegen. Ya cayó la noche. Nos inunda una lluvia torrencial. Los tanques se van acercando. Primero bloquean la entrada del edificio Chihuahua. Son las siete y quince de la noche, la balacera sigue. Tiros de bazuca incendian el edificio Chihuahua.
Las luces de los edificios están apagadas y ya no se ve a nadie. Más tarde nos enteraremos de que muchos departamentos están llenos de refugiados tendidos en el piso y en la oscuridad. Pasan detenidos, con las manos detrás de la nuca, empujados por soldados que los golpean. Otros han sido desvestidos y están mojados y desnudos en las azoteas de los edificios. En la Plaza de las Tres Culturas yacen muertos y heridos, entre ellos varios niños.
Se empuja a los detenidos, entre los cuales me encuentro, contra la iglesia. Tenemos los brazos en alto. Se ordena a los hombres tirar sus cinturones y a las mujeres sus paraguas. La balacera se paró a las ocho de la noche, quizás a las ocho y cuarto. El comportamiento de los detenidos llama la atención: una mezcla de valor y determinación, con mucho enojo también, y una gran calma. Para ellos hay un solo responsable: es Díaz Ordaz, ya que la Constitución mexicana únicamente autoriza al presidente de la República para dar a las Fuerzas Armadas la orden de disparar. Pero toda la gente que se encuentra aquí sabe de sobra que hace mucho tiempo que la Constitución no es más que un artificio.
Son las diez y media de la noche: la balacera vuelve a estallar. Esta vez se dispara en contra de los edificios ubicados del otro lado del barrio de Nonoalco, donde, según se dice, se esconden francotiradores. Esta segunda balacera se prolonga durante 20 minutos. Detrás de la iglesia se oyen golpes. Las mujeres suplican a los soldados que las dejen entrar al templo. Pero sólo se nos permitirá penetrar en el convento contiguo a la iglesia después de dos horas de espera. Ahí estaremos amontonadas 3,000 personas.
Todo el barrio está ocupado por tanques y soldados. A las cuatro de la mañana me liberan junto con una joven francesa que me acompañaba. En la ciudad se oyen los aullidos de las sirenas de las ambulancias.
El comité de huelga ha sido diezmado, pero todavía no se puede medir la amplitud del golpe que acaba de sufrir. Coraje, asombro, angustia y horror están en su punto culminante. Por lo que se dice, hay que remontarse a 1914, año del golpe de Estado del general Huerta contra el presidente Madero, para encontrar semejante carnicería en la capital mexicana. Mientras tanto, el secretario de la Defensa, el general Marcelino García Barragán, declara: “Yo soy el alto mando responsable. No se decretará el estado de sitio. México es un país en el que impera y seguirá imperando la libertad…”
Pero el editorialista del diario Excélsior, cuyos fotógrafos fueron heridos por el ejército, se pregunta cuál es la razón de esa masacre.

Tomado de: Rodríguez Castañeda, Rafael - Testimonios de Tlatelolco. PROCESO, Edición Especial. CISA Proceso Comunicación e Información SA de CV. México, 1988)