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lunes, 23 de septiembre de 2024

Población mexicana en Estados Unidos 1850-1900

 


Población mexicana en Estados Unidos 1850-1900 

Como puede observarse en la tabla 1 se estima que en 1850 quedaron 84 mil mexicanos de aquel lado de la frontera. Otros investigadores presumen que fueron cien mil, pero nunca mucho más. Al concluir la guerra entre México y Estados Unidos algunos miles decidieron abandonar todo para asentarse en Tamaulipas y Chihuahua. Los inmigrantes empezaron a llegar con lentitud y casi enseguida que terminó la guerra con Estados Unidos, cerca de 20 años antes de que se fijara con precisión la frontera. No se sabe con certeza cuántas familias fueron divididas por la guerra. Quizá el incremento en esas décadas se debió a procesos de reunificación familiar porque la mayoría de los inmigrantes llegaron de los estados del norte de México. De cualquier manera, la población mexicana en ese medio siglo pasa de 84 mil pobladores originales a 463 mil en 1900, un aumento de población de cinco veces. 

No existen estudios precisos sobre el proceso migratorio en esos años ya que la frontera era de hecho inexistente y el paso irrestricto. El periodo es largo, cubre desde los gobiernos de Juárez hasta los de Porfirio Díaz. En ese periodo se firmó el tratado de Guadalupe-Hidalgo, que quedó en letra muerta sobre todo en las cláusulas que les concedían derechos a los mexicanos que permanecieron. Esto coincidió con la llegada a los estados del sur norteamericano de gran cantidad de emigrantes europeos, debido tanto a la atracción de los hallazgos mineros como al desarrollo agrícola del área y a la construcción de los ferrocarriles. Después de la Guerra Civil norteamericana (1861-1865), el desarrollo industrial se incrementó de manera acelerada en todo el suroeste. 

La necesidad de mano de obra atrajo con seguridad a algunos mexicanos, pero hasta la década de 1880 fue China el proveedor principal de mano de obra barata. Se firmó entonces la Ley de Exclusión de la Inmigración que prohibió la inmigración de chinos, y luego de otros asiáticos, a los que se les consideró un peligro por sus "incapacidades mentales morales y económicas" (Acuña, Rodolfo, América ocupada, Editorial Era, 1970), para las preservación de la pureza de los ideales anglosajones. A partir de entonces México se convirtió en la fuente principal de trabajadores. Resultaba más barato su traslado y podían regresar a sus lugares de origen cuando ya no se les necesitara. De aquí que hacia fin del siglo, con la frontera ya definida, la migración fue un poco mayor tal y como lo reflejan los números.


(Tomado de: Diaz de Cossío, Roger; et al. Los mexicanos en Estados Unidos. Sistemas Técnicos de Edición, S.A. de C. V. México, D. F., 1997)

jueves, 30 de noviembre de 2023

La increíble historia de la China Poblana

 


Catalina de San Juan 

La increíble historia de la china poblana 


Antonio Rubial García

Doctor en Historia de México por la UNAM y doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla (España). Se ha especializado en historia social y cultural de la Nueva España (siglos XVI y XVII), así como en cultura en la Edad Media. Entre sus publicaciones destacan: La Justicia de Dios. La violencia física y simbólica de los santos en la historia del cristianismo. (Ediciones de Educación y Cultura/Trama Editorial, 2011). El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804). (FCE/UNAM, 2010), Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de sor Juana (Taurus, 2005), La santidad controvertida (FCE/UNAM, 1999), La plaza, el palacio y el convento. La Ciudad de México en el siglo XVII (Conaculta, 1998).

[Este estudio fue elaborado en el Seminario de Historia de la Vida Cotidiana del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, dirigido por la Dra. Pilar Gonzalbo Aizpuru]


En 1621, llegaba a Acapulco en la Nao de China una joven esclava vestida de hombre que no hablaba ni una palabra de castellano. Como todos los años por el mes de enero, los barcos de la flota que la traía venían cargados con productos y con esclavos del Asia, los cuales habían salido de Manila cuatro meses antes. Desde hacía medio siglo, este puerto se había convertido en la entrada del comercio español en el "Lejano Oriente" y en el punto estratégico desde donde se esperaba que el cristianismo se expandiría hacia China, Japón, indochina y todo el sureste de Asia. Manila, además, tenía comercio con las ciudades portuguesas de Macao en China y de Goa y Kochi en la India, donde la esclavita había sido comprada.

La joven iba destinada a la casa de una familia de Puebla y, cuando aprendió un poco de castellano, les contó que se llamaba Catalina de San Juan, que era una princesa del Gran Mogor y que había sido raptada por unos piratas en las costas de su tierra natal. Narró como había sido bautizada por los jesuitas en Kochi y vendida como esclava en Manila. Relató también como Dios le había librado de ser violada por los piratas que la capturaron y cómo había transformado su atractiva belleza en fealdad para protegerla. No sabemos qué partes de esa narración fueron verídicas y cuáles inventadas, pero sin duda sus relatos despertaron en los oyentes una gran compasión que la esclava supo usufructuar muy bien.

Cuando su amo murió, su ama entró al convento de las carmelitas descalzas de Puebla y su nuevo dueño, el clérigo Pedro Suárez, desposó a Catalina con un esclavo chino, quien nunca pudo consumar el matrimonio pues, como contaba ella misma, una fuerza celestial se lo impedía. Su marido murió y una vez viuda consiguió que su amo le diera la libertad, lo cual le permitió dedicarse al servicio del templo de la Compañía de Jesús en Puebla. En ese tiempo, Catalina se pasaba muchas horas de oración en las iglesias y se vio influida por los sermones de los jesuitas, en los cuales los predicadores pintaban escenas de las almas torturadas en el infierno por feroces demonios y de los sufrimientos de aquellos que penaban en el fuego del purgatorio y que pedían ser rescatadas por medio de misas y oraciones.

En los retablos cuajados de oro pudo admirar a los santos y santas con sus miradas extasiadas y sus ricos vestidos y escenas donde Cristo y la Virgen se manifestaban cubiertos de luz en medio de nubes luminosas y coros de ángeles. En las procesiones observó las imágenes de Cristo cubierto de llagas sangrantes y cargando con una cruz, que se paseaban por las calles rodeadas de dolorosos lamentos, cirios y olor a incienso. Esa religión de contrastes unida a una poderosa imaginación y a un pasado lleno de sufrimiento forjaron en la joven hindú una serie de visiones exaltadas. Según contaba, tenía tiernos coloquios con Cristo, quien la trataba como esposa, y con la Virgen que le prestaba al niño Dios para que lo cargara. También se le mostraba el Demonio de distintas maneras para hacerla caer en pecado.

A su muerte en 1688, tres de sus confesores, dos de ellos jesuitas, escribieron su vida con los materiales que la "beata" les facilitó. En estas biografías, Catarina (como también ha sido llamada) era presentada como una persona contradictoria. Despreciándose y humillándose a sí misma, se mostraba siempre como la elegida predilecta de Cristo y de la Virgen. Esclava y princesa, virgen y casada, hermosa y fea, analfabeta y sabia, Catalina era un producto de la cultura barroca que exaltaba los opuestos. La sociedad que la acogió, amante de lo exótico y de lo contrastante, debió estar fascinada al escuchar que estos hechos prodigiosos ocurrían en su tierra.

La prodigiosa vida de Catalina de San Juan estuvo marcada por los cambios y movilidades que se produjeron cuando Nueva España se convirtió en el centro de las rutas que comenzaron a rodear el planeta desde Europa, Asia y África. Como Catalina, a este territorio llegaron personas y productos procedentes de todo el mundo: mercaderes y esclavos, piratas y religiosos, obispos, virreyes y mendigos, hombres y mujeres de todos los estados y condiciones se movieron atravesando los mares y arribaron a destinos que hacía cien años nadie hubiera siquiera soñado.


(Tomado de: Ruibal García, Antonio. Catalina de San Juan. La increíble historia de la China Poblana. Relatos e historias en México, año 12, número 135. Ciudad de México, 2019)

lunes, 11 de enero de 2021

Vladimir Kaspé


(1910-1996) Arquitecto chino de origen ruso. Se instaló en México en 1942. Destacó en su trabajo editorial en la revista Arquitectura México y en obras relacionadas al entorno académico como en la Escuela Secundaria Albert Einstein (1949), la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (1953) y el Liceo Franco-Mexicano (1950); además participó en el diseño arquitectónico de oficinas, laboratorios y casas, así como en el conjunto habitacional El Rosario en la Ciudad de México. Fue profesor emérito de la UNAM entre 1943 y 1973.

(Tomado de: 100 extranjeros que amaron México. Muy interesante, septiembre de 2018, no. 09)





miércoles, 15 de enero de 2020

China poblana

Mujer que viste un traje derivado tal vez de la maja andaluza o de la lagarterana; castor rojo bordado de lentejuela, blusa que deja adivinar la opulencia del seno, medias blancas, zapatillas y rebozo. Los de china y charro se consideran atuendos nacionales. Antonio Carrión, historiador de fines del siglo XIX, identificó arbitrariamente a Catarina de San Juan, mística poblana del siglo XVII, con la "china poblana". La primera fue una esclava que procedía de Filipinas, como la nao de Manila, también llamada "de China", y vivió en la Puebla de los Ángeles. Según advierte Manuel Toussaint: "Nada tiene que ver este traje de nuestra china poblana de hoy, con la indumentaria paupérrima que Catarina usó para cubrir su desnudez... Como esclava, ningún lujo o gala puede haberse permitido y, ya mujer, en Puebla, esclava de sus amos y esclava de Dios ante todo, su indumento se reducía, como dice así confesor y biógrafo, a saya, manta y toca." "China" es voz quichua y significó en su origen hembra de cualquier animal; luego pasó a denominar una sirvienta, una india o mestiza, una mujer del bajo pueblo. La primera documentación de esta palabra es de 1553. Santillán, en sus Tres relaciones, refiere que los soldados españoles en Perú tenían indias "para chinas de sus mujeres y a veces para manceba de ellos y de otros". Juan de Ulloa, en su Relación histórica del viaje a la América Meridional, describe su visita a Quito hacia 1749 y dice de las chinas "que así llaman a las indias mozas solteras, criadas de las casas y conventos". 
Según Rufino Cuervo, en el lenguaje bogotano del siglo pasado [s. XIX] "china" equivalía a chica, muchacha, rapaza. Se ignora cuándo y cómo llegó el vocablo a México; pero se conoce la característica de la china mexicana, gracias a varios autores dignos de crédito. Joaquín García Icazbalceta dice que todavía alcanzó a conocerlas y aprueba la pintura que de ellas hace Manuel Payno en su Viaje a Veracruz: "Una mujer del pueblo que vivía son servir a nadie y con cierta holgura a expensas de un esposo o de un amante, o bien de su propia industria. Pertenecía a la raza mestiza y se distinguía por su aseo, por la belleza de sus formas, que realzaba con su traje pintoresco, hasta ligero y provocativo, no menos que por su andar airoso y desenfadado". Supone García Icazbalceta que después de haber desaparecido de México, las chinas subsistieron algún tiempo en Puebla, y de ahí les vino el nombre de poblanas. La interpretación de poblana de Puebla, aplicada a la china, parece discutible: poblano, en Hispanoamérica, equivale en ocasiones a pueblerino, campesino, lugareño, habitante de aldea. Esta acepción se conserva todavía en Yucatán. Es posible que por la convergencia de poblano como pueblerino y poblano como gentilicio de Puebla, se haya creado una confusión. En las obras de Guillermo Prieto, china y aun china poblana no necesariamente se refieren a china de Puebla. Payno, a su vez, sólo usa la palabra "china", sin añadidura de "poblana", y Somoano hace lo mismo. El confesor de Catarina de San Juan, el padre José del Castillo Grajeda, sabía que la religiosa había nacido en el imperio del Gran Mogol, la India; sin embargo, dice que hablaba como "todas las que son de nación china". La propia Catarina se define como una "china bozal". El traje de la china poblana es de fines del siglo XVIII o principios del XIX, casi 2 siglos después de la llegada a Puebla de la pequeña esclava hindú. De ahí que el deslinde de las dos figuras opuestas -la pobre religiosa que sufre martirios y la mujer alegre y vital- sea imprescindible. v. Nicolás León: La China Poblana (1923); R. Carrasco Puente: Bibliografía de Catarina de San Juan y de la China Poblana (1950).

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S.A. México, D.F. 1977, volumen III, Colima-Familia)

sábado, 23 de noviembre de 2019

El Parián


Por aquel tiempo se ordenó y se llevó a cabo la demolición del Parián, grande cuadrado que ocupaba toda la extensión que hoy ocupa el Zócalo, con cuatro grandes puertas, una a cada uno de los vientos, y en las caras exteriores, puertas de casas o tiendas de comercio. En el interior había callejuelas y cajones como en el exterior, y alacenas de calzados, avíos de sastre, peleterías, etc.
En un tiempo los parianistas constituían la flor y la nata de la sociedad mercantil de México, y amos y dependientes daban el tono de la riqueza, de la influencia y de las finas maneras de la gente culta.
La parte del edificio que veía al Palacio la ocupaban cajones de fierros, en que se vendían chapas y llaves, coas y rejas de arado, parrillas y tubos, sin que dejaran de exponerse balas y municiones de todos los calibres, y campanas de todos tamaños. Una de estas tiendas, la de mayor nombradía, era la de los “chatos" Flores, don Joaquín y don Estanislao, ricos capitalistas, con fundiciones de cobre, haciendas, y qué sé yo cuántas propiedades.
Al frente de Catedral había grandes relojerías, a las que daba el tono don Honorato Riaño, personaje singular del que se contaban mil curiosas anécdotas, y persona tenida en mucho entre los pintores de la época.
La contraesquina de la primera calle de Plateros y frente del portal la ocupaba la gran sedería del señor Rico, en que se encontraban los encajes de Flandes, los rasos de China, los canelones y terciopelos, y lo más rico en telas y primores que traía la nao de China.
A poca distancia del señor Rico se veía la gran tiraduría de oro de don José Núñez Morquecho, compañero de mi padre grande, el señor don Pedro Prieto, quienes mantenían cuantioso comercio con Filipinas y el Japón, haciendo envíos de cientos de miles de pesos en galones, canutillo, hilo de oro, flecos, rieles, etc.
Viendo a la Diputación, se hallaban los cajones de ropa de los señores Meca, las rebocerías de Romero y Mendoza, y la gran mercería de don Vicente Valdez, cuya sucursal de la calle de Monterilla, hacía cuantiosas realizaciones.
En el interior, principalmente, los cajones de ropa eran de españoles, como los señores Izita, Iturriaga, y no recuerdo quiénes más.
Aquella reunión de comerciantes tenían costumbres casi conventuales: el dependiente acudía con las llaves que guardaba en un bolsón de badana, vivía con sus amos, y su primer asignación era de ocho pesos mensuales, comía en la casa del amo, rezaba el rosario a la oración y se retiraba al entresuelo a conciliar el sueño.
No se le permitía al dependiente fumar, ni que le visitaran amigos, ni recargarse de codos en el mostrador… ni que se separase de su puesto…
Yo tenía muchos recuerdos del Parián, sobre todo los referentes al saqueo, y desde esa época, no sólo para mí, sino para muchos, tenía algo de triste el edificio, que sin duda aminoró el pesar, que de otro modo hubiera producido su destrucción.
El Parián, cerrado en la prima noche, en la parte frontera al portal, servía de lugar de tráfico a zapateros y sombrereros de lance o sea “del Brazo Fuerte”; y allí, borceguíes y zapatones se medían, teniendo por tapete las frescas losas de la banqueta y auxiliando el semivivo becerro del artefacto, con pedazos de papel o grasa, para la fácil internación del pie.
A las ocho de la noche variaba la decoración.
Las puertas de los cajones del Portal de Mercaderes y las alacenas se cerraban, y en los quicios de las puertas tomaban asiento caballeros, señoritas y señoras, a ver pasar la concurrencia.
Los solterones comodinos se encaramaban en la parte saliente de las alacenas cerradas, cercándolos de pie los tertulianos, porque cada agrupación era una tertulia. La acera del Parián del frente, era el complemento del paseo, sin más diferencia, sino que los quicios de las puertas eran para gente de baja ralea, entre la que se contaban las hijas vagabundas de la noche.
En el Portal de las Flores se vendían chorizones, pollo, fiambre, donoso, pasteles y empanadas, y otras olorosas meriendas; allí, en los quicios, y en amplios petates, se servían los manjares a la parte de la concurrencia más despreocupada, refugiándose, para las comilonas, la gente decente, en la parte del Parián que se ve al sur.
Todo este cuadro nocturno estaba pésimamente alumbrado por faroles alimentados con aceite, rompiendo de trecho en trecho, las sombras, haces de ocote o trastos de barro en grosero tripié, alumbrando la desaforada cara del proclamador de la mercancía, que gritaba con todos sus pulmones:
¡A cenar! ¡A cenar!
Pastelitos y empanadas!
pasen, pasen a cenar!


(Tomado de: Prieto, Guillermo (Fidel) - Memorias de mis tiempos (de 1840 a 1853). Introducción, Selección y notas de Yolanda Villenave. Biblioteca Enciclopédica Popular, #18. Secretaría de Educación Pública. México, 1944)

sábado, 13 de julio de 2019

Chin Chun Chan y el género chico



En 1908 abundaban ya las pequeñas piezas de autores nacionales que cubrían los estrenos de los teatros de barriada, aunque la zarzuela española insertada muy dentro de las costumbres porfirianas era considerada por el público como el más digno espectáculo para familias que pudiera desearse. Es por eso que al cobrar fuerza y popularidad entre las clases media y baja las obritas del "género chico", intelectuales puros como el poeta Luis G. Urbina pusieron el grito en el cielo publicando el siguiente anatema en el Mundo Ilustrado (junio de 1908):

"La tanda es un divertimiento cómodo y barato. Nuestra pereza intelectual, nuestra flacidez moral, nos inclinan naturalmente del lado de un espectáculo frívolo y ligero, que no pide preparaciones previas, ni exige el ejercicio del pensamiento o del sentimiento, sino que, sacudiendo los instintos, excitando las maldades antropológicas, rascando e irritando las innatas perversidades, pone en los labios humanos una risa de fauno beodo y quema un grano de tentación torpe en las almas amodorradas. Las autoridades fruncen de cuando en cuando el ceño y dan órdenes prohibitivas y severas; hacen enmudecer una copla; destierran un epigrama ponzoñoso; retocan una frase cruda; le ponen camisa de fuerza a una mímica picaresca. Pero no cortan, no pueden cortar de raíz el árbol robusto de la tanda. Arrancan ramajes, mas el tronco queda en pie lleno de savia. A su sombra venenosa se tiende el público, displicente y ahíto, pero habituado ya al espectáculo como un mendigo a su bodrio. Nuestras obras nacionales, en el 'género chico', hasta hoy, no son otra cosa que imitaciones burdas y tontas de las cacharrerías literarias ultramarinas. Cortamos sobre aquel viejo y corriente patrón, muestra fofa y mal tejida estameña artística. En todas partes hay 'género chico' es verdad; sólo que en los grandes centros de civilización no constituye un espectáculo de primer orden. Son en cualquier rincón, el refugio del gusto rufián y de la curiosidad extranjera."

Cualquier exceso que saliera del decoro indispensable, podía ser reprimido por la dura mano de la censura. Por aquellos años, el teatro María Guerrero convertido en "la catedral de los autores del género chico", presentó la obra del "sicalíptico" joven Carlos Fernández Ortega con bailables y couplets de José Quintero titulada México festivo; el estreno fue suprimido de inmediato por sus frases de doble sentido y sus "calambures" al rojo vivo. Pronto, la empresa corrigió la obra y las familias que se habían ausentado del teatro, pudieron concurrir a él sin temor al bochorno.
[...]
El repertorio de los teatros ligeros, hasta 1911 permaneció más o menos ligado a los estilos y modas establecidas en el género. Una revista estrenada en 1904, constituyó el prototipo de lo que sería la típica producción de revista: la obra Chin Chun Chán, con música del español Luis G. Borda y texto de José F. Elizondo; ingeniosa comedia de errores en un hotel de la ciudad de México con la cómica presencia del embajador de China en México, Chin Chun Chan obtuvo un éxito inmediato y tan duradero en los teatros de revista, que se siguió programando hasta el año 1946.

(Tomado de: Moreno Rivas, Yolanda - Historia de la Música Popular Mexicana. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Alianza Editorial Mexicana. México, D.F., 1989)




(Presentación de la Universidad Autónoma de Aguascalientes con motivo del 150 aniversario de Jesús F. Contreras.)