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jueves, 7 de agosto de 2025

Eulalio González “Piporro”



Eulalio González “Piporro


(1921-[2003], Nuevo León, México). Lejos de ejercer su carrera de contador privado, el actor primero fue reportero de El Porvenir, locutor en la XEMR de Monterrey, maestro de ceremonias en centros nocturnos, incluso en las arenas de la lucha libre. Su principal campo de batalla fue en las calles de Ayuntamiento donde se ubicaba la XEW y de ahí se presentó la oportunidad para participar en la industria del celuloide con la cinta La muerte enamorada (1950), a partir de la cual interpretaría papeles secundarios hasta que llegó su gran oportunidad al lado de Pedro Infante al participar en la serie ¡Ahí viene Martín Corona!, la cual se transmitía por la XEQ y dónde interpretaba a Piporro. Esta serie fue llevada al cine y en ella también representó a dicho personaje, de ahí su sobrenombre. Durante su carrera participó en 67 películas, entre ellas Espaldas mojadas (1953) y la más reciente es Ni parientes somos (1989). 

Lorena Ríos


(Tomado de: Dueñas, Pablo, y Flores, Jesús. La época de oro del cine mexicano, de la A a la Z. Somos uno, 10 aniversario. Abril de 2000, año 11 núm. 194. Editorial Televisa, S. A. de C. V. México, D. F., 2000) 

jueves, 24 de julio de 2025

Luis Leal

Luis Leal


Es uno de los ejes alrededor del cual gira la historia de la crítica literaria latinoamericana y en particular de la literatura chicana. Nació en Linares, Nuevo León, en 1907 y emigró a Estados Unidos a la edad de 19 años; obtuvo la ciudadanía norteamericana después de haber participado en la Segunda Guerra Mundial. Su visión de ambos países le ha permitido anular fronteras y enlazar y conjugar tradiciones, folclore e historia en estudios que reafirman las raíces y la identidad de los mexicanos-americanos y que muestran sus contribuciones a la historia y la cultura americanas. Incansable promotor de la literatura mexicana y mexicano-americana, cuya prolífica labor como investigador y profesor universitario se ve reflejada en una veintena de libros y unos 300 artículos de crítica especializada y en la dirección de unas cincuenta tesis doctorales. A esta labor, hay que añadir su trabajo editorial en varias revistas literarias especializadas, así como en el National Chicago Council of Higher Education y su participación en la Comisión de la Literatura de las Américas de la Modern Language Association. Luis Leal, profesor emérito de la Universidad de Illinois, desde varios años ha escogido como su casa al Centro de Estudios Chicanos de la Universidad de California, en Santa Bárbara donde a sus casi 79 años de edad sigue contribuyendo al conocimiento de la literatura. Su obra ha enriquecido la trayectoria de la literatura mexicana de este siglo y ha elevado a la literatura chicana a la posición que hoy ocupa en el mundo de la academia. En 1991 recibió la orden mexicana del Águila Azteca. [Falleció en Santa Bárbara, California, en 2010]



(Tomado de: Diaz de Cossío, Roger; et al. Los mexicanos en Estados Unidos. Sistemas Técnicos de Edición, S.A. de C. V. México, D. F., 1997)

sábado, 1 de marzo de 2025

Elisa Irina Sáenz Garza



Elisa Irina Sáenz Garza 

Por Adela Cedillo 


Bueno Elisa, como ya les había comentado, era una maestra regiomontana. Su hermano era el tercer responsable regional de las Fuerzas de Liberación Nacional. Elisa se incorporó a la guerrilla desde el 69. Fue la primera mujer de las Fuerzas de Liberación Nacional. Ella se casó con Raúl Sergio Morales Villarreal, quien también fue esposo de Dení, ella también fue la primera mujer que llegó a Chiapas al núcleo Emiliano Zapata, y bueno les voy a leer algo que escribió el compañero Alberto López Limón sobre ella. 

Elisa Irina Sáenz Garza, originaria de Monterrey, Nuevo León, y miembro de la Dirección Nacional de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, fue detenida-desaparecida junto con su esposo Raúl Enrique Pérez Gazque el 21 de marzo de 1974 en Ocosingo, Chiapas, por soldados pertenecientes al 46° Batallón de Infantería del Ejército Mexicano. 

Unidades del Ejército Mexicano y Dirección Federal de Seguridad detectaron en el Rancho "El Diamante", Municipio de Ocosingo, Chiapas, una base de entrenamiento del núcleo militar y dirigencia nacional de las Fuerzas de Liberación Nacional, integrada por César Germán Yáñez Muñoz (a) "Manuel" o "el hermano Pedro"; Juan Guichard Gutiérrez (a) "Calderón"; Carlos Arturo Vives Chapa (a) "Luis"; Raúl Enrique Pérez Gasque (a) "Alfonso", "Miguel" y Elisa Irina Sáenz Garza (a) "Carmen", "Blanca", "Murcia" y "María", quienes al ser descubiertos por elementos policiacos, huyeron hacia la sierra, pero posteriormente fueron detenidos Vives Chapa, Sáenz Garza y Pérez Gasque (bueno aquí solo quiero aclarar que fueron detenidos por separado).

Después del enfrentamiento sostenido con las fuerzas militares Elisa Irina y sus compañeros intentaron romper el cerco y escapar, a través de la sierra, sin embargo agotados por el esfuerzo y sin víveres decidieron hacer contacto con los habitantes del rancho de Santa Rita creyendo poder obtener las mercancías necesarias; no se percataron que los campesinos de esa zona eran simpatizantes y colaboradores de las fuerzas armadas. En un descuido fueron apresados por los habitantes quienes de inmediato se comunicaron con las tropas regulares a quienes los entregaron. 

Raúl Enrique Pérez Gazque, también miembro de la dirección nacional de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, esposo de Elisa Irina Sáenz Garza, en su declaración del 9 de abril de 1974 señaló que el 21 de marzo al ir a comprar una cajetilla de fósforos a la tienda fue detenido por la población civil de Santa Rita junto con su esposa Elisa Irina Sáenz Garza "Blanca" y amarrados los trasladaron a la cárcel, para que media hora más tarde lleguen elementos del Ejército para conducirlos a El Diamante, municipio de Ocosingo, Chiapas. Ya vendados en dicha población trasladaron al matrimonio a la zona militar de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

El 23 de marzo de 1974 fueron capturados por un grupo campesino campesinos que acompañaban a elementos del 46* Batallón de Infantería en el rancho de Santa Rita, municipio de Ocosingo, Chiapas. Los combatientes Elisa Irina Sáenz Garza y a Raúl Enrique Pérez Gázque miembros del grupo guerrillero Fuerzas Armadas de Liberación Nacional. De inmediato fueron trasladados al cuartel militar de Tuxtla Gutiérrez, donde comenzaron a ser torturados para obtener toda la información posible sobre las actividades y miembros de su organización revolucionaria. A las 07:00 hrs. del 1 de abril, procedente del Distrito Federal arribó Aeropuerto de Tuxtla Gutiérrez el avión tipo C-47 matrícula 6006 de la Fuerza Aérea Mexicana para trasladar al Campo Militar No. 1 tanto a Elisa Irina Sáenz Garza como Raúl Enrique Pérez Gazque. Dicho avión despegó de Tuxtla Gutiérrez a las 18:05 horas y se estimó su arribo a la ciudad de México a las 21:00 horas de ese mismo día. 

Se ha intentado extraoficialmente que la opinión pública crea que murieron en la Sierra Lacandona de Chiapas, eludiendo la responsabilidad que tienen las fuerzas armadas en su detención-desaparición.

Elisa Irina Sáenz Garza y Raúl Enrique Pérez Gazque fueron llevados al Campo Militar No. 1, donde rindieron declaración bajo tortura. Desde el 9 de abril de 1974 no se sabe nada de ellos, pero en sus expedientes, fechados en 1980, la Dirección Federal de Seguridad anotó lacónicamente que ambos habían muerto ese año. Si estos sujetos cometieron la atrocidad de tener a Elisa seis años en un sótano, en una cárcel clandestina, en el Campo Militar No. 1, es algo que se nos debe aclarar y también dónde están sus cuerpos, qué hicieron con ellos. 


(Tomado de: Aguilar Terrés, María de la Luz (compiladora) - Guerrilleras. Antología de testimonios y textos sobre la participación de las mujeres en los movimientos armados socialistas en México, segunda mitad del siglo XX. Ciudad de México, 2014).

martes, 18 de diciembre de 2018

Fundación de Zacatecas

 
 
La Bufa, el espectacular cerro que domina el panorama de la ciudad de Zacatecas, recibió su nombre de una voz vascuence que significa “vejiga de cerdo”, pues fueron vascos los primeros cristianos que llegaron al lugar. En las faldas del promontorio encontraron medio millar de indios que vivían en unas casas de forma cónica hechas con armazón de troncos y cubiertas de zacate. Los zacatecos vivían de la caza y la recolección de frutos silvestres, pues desconocían la agricultura. Los hombres andaban totalmente desnudos excepto por una especie de mocasines que usaban para protegerse de la espinosa vegetación de la árida comarca, y las mujeres se cubrían el cuerpo de la cintura para abajo con cueros de venado.

Aunque poseían arcos y flechas, macanas, hondas cuchillos de obsidiana y rodelas, los zacatecos no lograron impedir que los expulsara de su tierra un puñado de españoles decididos a asentarse allí. El jefe de los intrusos, el capitán Juan de Tolosa, había recibido de un indígena una piedra rica en plata e indicaciones de que en el territorio zacateco abundaba el precioso metal. Después de que Tolosa hizo analizar varias cargas de piedras recogidas en el sitio, por la colonia corrió la voz de que en Zacatecas habían sido descubiertas unas minas fabulosamente ricas y sobre la comarca se precipitó un alud humano sediento de aprovechar la bonanza. La ciudad de Zacatecas fue fundada oficialmente el 20 de enero de 1548. Al año siguiente ya operaban allí 34 sociedades mineras.
 
(Mina El Edén, Zacatecas)

Como ciudad, sin embargo, Zacatecas no fue gran cosa en sus inicios. Al igual que tantos otros poblados mineros, de pronto albergaba una gran población y poco después quedaba semidesierta. Las calles se trazaban “al aventón”, y lo primero que se procuraba era disponer de sitios donde pudieran funcionar diversiones como carreras de caballos, juegos de baraja, corridas de toros, peleas de gallos, tabernas y casas de prostitución. Los franciscanos erigieron su gran convento en 1567, los agustinos empezaron a construir el suyo en 1576 y los dominicos en 1608, pero sólo en 1792 empezaron a funcionar las primeras escuelas primarias. En sus inicios, Zacatecas fue importante sobre todo porque de sus minas salió el dinero para financiar la conquista de Filipinas y porque de la ciudad partió en 1554 la expedición que conquistaría la Nueva Vizcaya (Chihuahua y Durango); en 1556 la que tomaría posesión de Nuevo León y Coahuila, y la que marchó en el mismo año a la conquista de Nuevo México. Además, la vigilancia del camino por el que se enviaba la plata zacatecana a la ciudad de México requirió fundar un buen número de puestos militares que luego dieron origen a muchos poblados del Bajío y Aguascalientes.

Otro gran negocio de Zacatecas fue la venta de empleos burocráticos, los cuales eran tan remunerativos que hacia 1675 el puesto de alguacil mayor se vendía en 32,000 pesos y el de alférez en 10,000. Sólo en el siglo XVIII la ciudad adquirió elementos para superar los ciclos de auge y decadencia. No sólo se realizaron buenas obras públicas y más construcciones religiosas, sino que los particulares tuvieron dinero e interés en erigir muchos de los soberbios edificios que harían de Zacatecas una de las ciudades más hermosas de la república a fines del siglo XX.
 
(Tomado de: Armando Ayala Anguiano - ¡Extra! Contenido. México de carne y Hueso III. Tercer tomo: La Nueva España (1). Editorial Contenido, S.A. de C.V., México, D.F., 1997) 
 

lunes, 2 de abril de 2018

Santiago Vidaurri (Monterrey, 1864)



Don Santiago Vidaurri se hallaba en su casa, que también era el palacio del Estado de Nuevo León y Coahuila, que por cierto le pareció al matrimonio un caserón sin el decoro y la importancia que hacían presagiar su nombre. Don Santiago se hallaba sentado en un sillón de cuero que no pecaba de limpio ni de nuevo; un butaque como se decía entonces.

Se puso en pie al ver a las visitas y éstas pudieron contemplar a sus anchas aquel cuerpazo que parecía los de esos cirqueros que suelen treparse en los hombros de otros para simular gigantes. Era cargado de hombros, de talle corto, de piernas larguísimas y de brazos de mono. Vestía pantalón y chaqueta de buen trigo negro, llevaba el chaleco desabrochado y usaba zapatones de gamuza negruzca sujetos con correhuelas, dejando ver los calcetines enormes y bastos, aunque limpios, y las pantorrillas flacas, semejantes a uno de esos palos que ahora usan para jugar no sé qué juego americano. La piel de la cara era amarillenta, la nariz grande y mal hecha, la frente calva y con una furia de pelo que te bajaba desde el occipucio, la barbilla menguada y tirando a separse del resto de la cara, las orejas grandes, la voz bronca y sin inflexiones.


Luego que las visitas se instalaron en sendos sillones de vaqueta don Santiago se restituyó a su butaque, no sin pedir permiso a los recién llegados para acabar de firmar.

-Es cosa de un instante; no me tardo nadita; ahora verán ustedes.

Y cruzó la pierna izquierda sobre la derecha, le dio dos vueltas alrededor de la espinilla, se colocó los papeles en el muslo y siguió firmando las cartas que le presentaba un escribiente mientras otro las retiraba y vertía arenilla sobre el charco de tinta negrísima, del más puro huizache, que habían dejado la cursiva con que don Santiago ponía su nombre y la engarabitaba rúbrica con que la remataba.


Sacó el general un pañuelo de olancillo, grandote y teñido de azul, se sonó a dos manos y cogiendo una gorra que yacía sobre la silla inmediata llamó con dos palmadas. Una mujer insignificante apareció en la puerta y saludó de mala gana a las visitas.


-Juana, hija, di que me traigan el chocolate; ya tengo en el estómago tanto agujero así -y señaló un círculo del tamaño de un asiento de silla.


-Dispénsenme; en este momento soy con ustedes -dijo mientras la criada llevaba un diminuto pocillo de chocolate con su correspondiente escolta de panes de manteca...


-¿Ustedes gustan? Los viejos tenemos estas servidumbres, ¿verdad? -y sopesó con un bizcocho el negro Caracas, coronado con un copetito de irisada espuma.


-Conque usted es hija de mi querido amigo don Canuto Delgado, y el señor, a lo que parece, yerno del dicho amigo... Bien, bien.


Se enjugó la jeta pelona y huérfana de barbas con la servil levita atestada de embutidos y relindos y lanzó un regüeldo que inútilmente trató de sofocar con el trapo...


-Por aquí – le dijo a la muchacha, que conducía tintineando un vaso lleno de agua limpísima  y un botellón de barro poroso.


Bebió el agua del vaso, acercó éste para que le echaran del cangilón, y poniendo la mano como abanico lanzó otro eructo más ruidoso que el primero. Luego extendió las piernas cuan largas eran, se caló la gorra, y conservando  tras de la oreja derecha la pluma de barbas azules, tiró de una hoja de maíz que se asomaba por el intersticio de la gorra y la frente, cogió tabaco de la tagarna, sacó yesca y eslabón y con el cigarrote entre los labios interrogó a los sujetos que estaban de visita:


-Conque vienen de Saltillo, ¿eh? Y qué tal, ¿cómo se portan los saltilleros? Yo he querido ir a ver a don Benito, he querido ir a verle; pero en éstas y en las otras se me ha ido pasando…


Dió un chupote al cigarro y continuó viendo ascender el humo por la espesa atmósfera del cuarto.


-Me dice aquí el licenciado que está resuelto a separarse del Gobierno y que ya no aguanta aquello; es natural, una persona de verguenza… yo soy liberal, soy La espada del Congreso, como me llamó El Nigromante, y la verdad es que se lo he demostrado al país.


Cuando todo estaba perdido, de esta tierra salieron los que le dieron el golpe a la reacción: Zaragoza, Zuazua y Quiroga estuvieron criados a mis pechos, y Escobedo, Treviño y Aramberri son como mis hijos; a todos los he mantenido a mis órdenes… bueno, pues tiene usted que yo estoy resuelto a que ésta palomilla que ha sacado de México don Benito no nos caiga aquí para arruinarnos… porque, ¿qué quiere usted? A mí mi trabajo me ha costado mantener esto en paz, y hasta ahora, gracias a Dios, en tan linda hora lo diga, vamos bien hasta donde es posible…  yo no digo nada del Presidente; sera un ángel, tendrá rositas; pero trae una percha de malosos  que da horror. Nada menos vienen con él unos cubanos, unos tales Quesadas, que son como las tres de la tarde. Ya, ya empezaron por aquí y francamente creo que no volverán a meterse en otra… en el rancho del Borrego quedó muerto un pelado llamado Villanueva, Francisco Villanueva, coronel y diz que gobernador de San Luis; yo no sé nada; no sé sino que mi compadre Santos Pinilla supo que venían echando el gato a retozar y les dio una zacateada como era su deber; a mí me avisó todo cuando ya estaba hecho, y cuando las cosas están así, ya ni llorar es bueno… y la verdad es que si no se aplican esos remedies todo se lo lleva Cristo: de la hacienda del Potosí se sacaron los mañosos una barbaridad de yeguas, y a la de Raíces llegó un coronel, Adolfo Garza , y cargó con no sé cuántas bestias… figúrese no más;  haberme costado tantísimo fundar el orden y la paz, que son los bienes que la divina Providencia nos ha concedido guarder por una especial distinción, y ahora exponernos a perderles… es cuanto se pueda ver… y lo que es mientras yo viva no ha de suceder que caigan sobre nosotros los hambreados de México, toda esa gentuza que con una mano atrás y otra delante viene a ver qué pepena, a ver qué se lleva… ¿No le parece, que hago bien?

-¿De manera, señor general, que usted piensa someterse a la intervención? –dijo María como queriendo sondear al viejo marrullero.

Vidaurri dió un chupetón al cigarro, sumió aún más las mejillas, echo humo por la boca y narices, quitó la ceniza con el dedo meñique, se repatingó en el asiento y dijo con socarronería:

-Eso, mi señora doña María, eso es mucho cuento. Aquí necesitamos la adopción de un pensamiento salvador, otros hombres y otras obras… si Juárez no se empeña en quitarle al Estado sus recursos, si no trata de arruinar a estos pueblos, que bastante sufren ya con la sequía, yo me pondré de su parte, pero en otro caso, ¡caramba!, puede creerme que… yo no sé, no sé qué hacer ni cómo averiguármelas.

-¿Y lo sabe don Benito?

-A don Benito ya se lo he dicho y puedo decírselo a usted, porque no es un secreto: anda ya de estampa en los papeles públicos. Si el Gobierno despide a su camarilla, todo está listo; si la conserva, no hay arreglo ni hay nada… ¿Qué quiere usted? Yo soy fronterizo y me pongo nervioso al ver que vienen los pisaverdes de la calle de Plateros a comerse lo que nosotros hemos ahorrado con tantísimo trabajo… pero que vengan, que vengan; ya sabré responderles como se lo merezcan.

-Entonces usted está contra Juárez –aventuró Brambila.

-¡Ave María Purísima…, sin pecado concebida! ¡Cómo había de estar contra don Benito! Es el Presidente legítimo y ya usted sabe que yo soy muy liberal: la espada del Congreso me llamó Nacho Ramírez, El Nigromante, ya le conoce… bueno, pues quien manda manda y cartucheras al canon, quepan o no quepan, ¿no le parece? Yo a don Benito le creo impecable, y por cierto que no todos tienen de él esa opinión…


-De modo que usted es juarista.

-Juarista soy, señora mía; pero eso no quiere decir que quiera hacer ronda con los tulices que acompañan al don Benito… Trae a un tal Quesadas, ése el cubano, el mismo de que le hablaba, que es más ladrón que las ardillas, y al tal Lerdo, que es un tinterillo más canalla… En fin, que no sé.

-Los franceses vienen dando garantías, tratan bien a las poblaciones, implantan Gobiernos duraderos y llaman a su lado a los hombres honrados en cada localidad. ¿Se inclinaría usted a los franceses?

-Hija mía; ¿pero qué voy a saber? Ya le he dicho que soy muy liberal, muy demócrata. Bueno; pues si el pueblo quiere defenderse yo me pongo a su frente y puede contar con que no queda un francés para remedio. Pero si el pueblo tiene ganas de franceses, pues no hay mas que hacerle su santísimo gusto, no hay más que darle francesitos hasta hartarle… Al enfermo, lo que pida.

-¿Y qué le parece a usted de la idea de mi padre de marcharse a la capital?

-Hija –respondió el Viejo echando yescas y guardando debajo de la camisa la bolsa con las herramientas-, hija, en eso no es posible dar consejos; su corazón, su carpintero.

-Pero ¿usted qué haría en su lugar?

-¡Ay, mi señora doña María! ¡Qué difícil es ponerse uno en el pellejo del otro!... Pero, en fin, yo haría esto que no me compromete a nada: me largaba a México, seguía diciendo que era muy liberal y muy republican, y no aceptaba ningún destino del Imperio mientras no tuviera seguridad de que aquello estaba más firme que las quijadas de arriba, y a vivir… ¿Que triunfaban los intervencionistas? Pues yo me conservaría en mi apartamiento, con la seguridad de que me guardarían mis frijoles los tales; a nadie se mima más que a un enemigo… ¿Que triunfaban los republicanos? –lo cual pongo más en duda que la venida del Anticristo-. Yo sostenía que estaba en México para servir a la causa y que, no contando con recursos para seguir a don Benito, me iba a la capital a ejercer mi profesión con entera independencia… ¿Qué es su padre de usted? ¿Diputado? Pues de diputados está llena la capital. ¿No se han tapado las narices ministros, generales, adjudicatarios, parientes de Juárez y hasta amigos suyos, uña y carne como quien dice? Si quiere un mal consejo dígale que se vaya, que se marche. Al fin nadie le ha de pedir cuentas, y si se las piden, con no darlas es bastante. Que se vaya por donde se fueron Zarco, Zamacona, Berriozábal, el mundo entero; que no haga el papel de loco buscando lo que no ha perdido. Pero eso, allá él, allá él; yo cumplo con darle mi opinion de amigo. ¿Qué dice?

-Pues digo que cuanto usted nos acaba de comunicar se lo transmitiremos fielmente, y que estoy segura que mi padre lo aceptará al pie de la letra.

-¡Pero, por María Santísima, que no suene mi nombre, que yo no figure en eso! Ni una palabra, señora mía, ni una palabra, pico de cera.

-Pierda cuidado el señor Vidaurri, que en cuanto a secreto…

Y salió el matrimonio del cuarto del gobernador, que con su cigarrote entre los labios y envuelto en su sarape les despidió en la puerta deseándoles muy buen viaje.

El mismo día se restituyeron a Saltillo.


(Tomado de: Victoriano Salado Álvarez – Episodios Nacionales: La Emigración. Editorial Porrúa, S.A. Colección “Sepan Cuántos…” #471, México, D.F. 1985)