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sábado, 28 de diciembre de 2019

Revolución cristera, 1875-1876


[...] la llamada Revolución cristera que estalló en Michoacán y Jalisco entre 1875-76 y que tuvo como causa principal, aun cuando no única, el protestar por la aplicación de las medidas reformistas que herían la sensibilidad de los católicos mexicanos. En Saguayo, Zamora y Nuevo Urecho hubo sublevaciones. En esta última población Abraham Castañeda y Antonio Reza lanzaron un plan por el que desconocían la Constitución de 1857; los poderes de la Nación y proponían un presidente interino para que convocase a un Congreso que constituyera al país en república, la cual tendría como religión oficial a la católica. Se enviaría un representante ante la Santa Sede que arreglara un concordato, mediante el cual se dejara resuelto el problema de las adjudicaciones de los bienes eclesiásticos nacionalizados. El Plan de Nuevo Utrecho proponía la abolición del impuesto del timbre, por el que tanto luchara Matías Romero, y de los capitales, y apoyaba la reducción de los gastos del gobierno. Otro motivo, más íntimo, que los rebeldes tenían, radicaba en la defensa de sus propiedades agrícolas, principalmente las que estaban constituidas en comunidades de las que eran despojados en razón de las leyes reformistas. La ocupación violenta de tierras en esas zonas y en otras vecinas como las de Coalcomán, de las que fueron despojados los naturales, quienes tuvieron que replegarse hasta la costa para sobrevivir y defender lo poco que les quedó, representa un motivo potente de resistencia. Esa resistencia será la que, mezclada también con una persecución antirreligiosa, daría lugar a la revolución cristera de la época del general Calles y Obregón en 1926-1927.

(Tomado de: de la Torre Villar, Ernesto - La administración de Lerdo de Tejada (1872-1876). Historia de México, tomo 10, Reforma, Imperio, República. Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V. México, 1978)

miércoles, 14 de agosto de 2019

Lerdo de Tejada y los indígenas, 1872-1876



Los indígenas bajo la administración de Lerdo de Tejada


Los grupos indígenas del país produjeron en los años que nos ocupan [1872-1876] varias alteraciones. En el norte, comanches y apaches, que escapaban de la cacería que el general norteamericano Sheridan había decretado contra ellos, asolaban ranchos y aldeas, asesinaban hombres y niños, raptaban a las mujeres, robaban el ganado y hacían imposible la vida desde Sonora a Tamaulipas. Destacamentos militares establecidos en los estados fronterizos, así como también en Yucatán, trataron de detener los avances, latrocinios y homicidios que los indios cometían. Hombres influyentes, como los Terrazas de Chihuahua y García Morales en Sonora, hicieron frente a la situación, organizando grupos de milicias, a los que dotaron de armas e implementos para la persecución de los malhechores. El mejor aliado que por entonces se tuvo para combatir ese flagelo lo representaron otros grupos indígenas, como el de los kikapoos, que llegó en 1859, dio guerra a los comanches y logró contenerlos. El gobierno les otorgó tierras en Chihuahua y más tarde ante el acoso de los texanos al mando de McKencie a esos indios, se les trasladó a Durango en donde todavía habitan consagrados a la agricultura.


En el noroeste fueron los pápagos, los opatas y pimas quienes resistieron a los apaches, más la situación de peligro no cesó del todo y la tranquilidad de Sonora, Sinaloa y Baja California no era muy efectiva. En el occidente Manuel Lozada, el 17 de enero de 1873, lanzó su Plan Libertador de los pueblos unidos de Nayarit, se declaró en franca rebeldía contra el gobierno de Lerdo, rebelión que sólo termina con la muerte de Lozada el mes de julio de ese mismo año.


Por el sur, alejados de todo centro cultural, sin ninguna vía de comunicación, dentro de selvas oscuras y primarias, indios esclavizados, sometidos a todos los vejámenes de hacendados, funcionarios y militares mantenían un nivel de vida infrahumano.


En Chiapas los chamulas practicaban aún el sacrificio humano copiando la crucifixión como forma de holocausto. El castigo que se les impuso provocó la guerra de castas que se contuvo en 1873 con resultados sangrientos muy crecidos. San Cristóbal, Simojovel y Chilón sufrieron durante largos meses la furia incontenible de los indios que en ese momento volcaban su odio concentrado de siglos sobre sus opresores, blancos y ladinos. En Yucatán, aunque la guerra de castas surgida dos décadas atrás había cesado, aún no se extinguían los rescoldos de la misma. Buena parte de los indios sublevados, para escapar de la muerte o de su venta como esclavos a Cuba, prefirió internarse en la selva y vivir en una rebelión latente. Chan Santa Cruz, la capital de los rebeldes, no fue sujeta ni por liberales ni por los imperiales y en 1872 produjo nueva explosión rebelde que puso en peligro a Valladolid y alertó al gobierno que destacó fuerzas para contenerlos.


Los indios llamados cruzoob, apoyados por los ingleses de Belice, quienes les dotaban de parque y armas, asaltaban haciendas y pequeños poblados robando y matando sin cesar. La República Restaurada no pudo dominar ese foco de rebeldías y de inseguridad. Correspondió al régimen de Porfirio Díaz acabar con dureza y en forma definitiva con ese problema.


(Tomado de: Torre Villar, Ernesto de la - La administración de Lerdo de Tejada (1872-1876). Historia de México, tomo 10, Reforma, Imperio, República. Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V. México, 1978)

sábado, 29 de junio de 2019

Chiapas y Soconusco, 1881



En el campo de la política exterior, tenemos la controversia suscitada con Guatemala. Gobernaba a la República de Guatemala Justo Rufino Barrios, de ingrata memoria, quien, como todo tiranuelo, desviaba el descontento que producía su mala administración con actitudes expansionistas y demagógicas.


Ansioso de poder y popularidad y mal aconsejado por grupos antimexicanos, trataba de afianzar su dictadura con el apoyo del gobierno norteamericano. Justo Rufino Barrios reclama a México, a base de una interpretación absurda de la historia de las relaciones entre los dos países, y con una argumentación jurídica totalmente inválida, la devolución de las provincias de Chiapas y Soconusco que desde el mes de septiembre de 1824 habían declarado, a base del libre principio de autodeterminación de los pueblos, anexarse a México y formar parte de la República mexicana como un estado más de nuestra federación, deseo que ratificaron con posterioridad a 1838, cuando se disolvió la República de Centroamérica, habiendo en 1840 pedido Soconusco su reincorporación a Chiapas y por tanto a México, lo cual fue aceptado por el Congreso. Más aún, en los años 1877 y 1879, Guatemala se comprometió a que comisionados de los dos países realizaran una serie de trabajos destinados a fijar con exactitud los límites entre las dos repúblicas, evitar el paso ilegal de uno a otro país, evitar la comisión de delitos en esa zona fronteriza, principalmente el paso de grupos armados merodeadores que ocasionaban frecuentes daños en las poblaciones mexicanas. México estaba interesado en contener también la intromisión de ingleses por el territorio de Belice y evitar que Gran Bretaña siguiera incitando a los indios de Yucatán y Quintana Roo a la rebelión.


Barrios deseaba reconstituir la unidad centroamericana a base de anexiones y para ello quería ocupar Chiapas y Soconusco como principio de anexarse después Costa Rica y El Salvador, que se opusieron a sus designios. Para realizarlo, pulsó al gobierno norteamericano, encabezado por el presidente J. A. Garfield, quien tenía como encargado del Departamento de Estado a James Blaine, que favorecía una política expansionista. Los Estados Unidos vieron con buenos ojos los deseos de Barrios, que solicitaba su ayuda, pues eso le permitía intervenir más hondamente en Centroamérica.


Fue en su mensaje presidencial del 16 de septiembre de 1881 cuando el presidente [Manuel] González dio a conocer a la nación las dificultades con el vecino país, acerca de lo cual encontró apoyo en el Congreso, que declaró por boca de su presidente: “La Representación Nacional aprueba los esfuerzos que el Poder Ejecutivo ha hecho para llevar a buen término y procurar solución honrosa a situación tan punible y puede estar seguro de que en ese sentido, así como en el sentido de la dignidad y del derecho de la República, contará siempre con el decidido apoyo del Poder Legislativo”.


Ignacio Mariscal, quien dirigía las relaciones exteriores, recibió de parte del ministro de los Estados Unidos en México, Philip H. Morgan, una comunicación en la que éste le informaba que su gobierno, atendiendo la petición guatemalteca, había creído conveniente actuar como consejero desinteresado en la diputa con Guatemala, pues estaba convencido “de los peligros que correrían los principios que México ha defendido tan señaladamente y con tan buen éxito, si viera con desprecio los límites que la separan con sus vecinas más débiles, o si se recurriera al uso de la fuerza para ejercer derechos sobre un territorio en disputa, sin la debida justificación de títulos legítimos…” El secretario [Ignacio] Mariscal, al informarse de las pretensiones norteamericanas, respondió que México no aceptaba ni siquiera discutir los derechos que tenía sobre Chiapas y Soconusco, los cuales integraban libremente la federación y que tampoco creía aceptable admitir la actuación de un árbitro en ese asunto que no lo requería.


Como al poco tiempo el presidente Garfield fue asesinado, le sucedió Chester Arthur quien nombró como secretario de Estado a Frederick Frelinhuysen, llevando ambos una política más conciliatoria. México, por otra parte, destacó a Marías Romero, hombre que gozaba de influencia y estima en los Estados Unidos y el cual, ligado por amplia amistad con el general Grant, convenció tanto a la opinión pública cuanto a los políticos yankis, de la justicia de México y de las desmedidas ambiciones de Barrios. Este, pese al envío de su canciller, Lorenzo Montúfar, y del viaje que él mismo hizo a Washington, no logró que los Estados Unidos impusiesen a México su intervención como árbitro en una disputa improcedente. Más aún, aceptó, no del todo convencido, pues más tarde crearía nuevas dificultades, firmar con Romero, quien estuvo debidamente acreditado, una convención preliminar en la que se indicaba que “la República de Guatemala prescinde de la discusión que ha sostenido acerca de los derechos que le asistan al territorio de Chiapas y su departamento de Soconusco”. México evitaba así no sólo perder una porción de su territorio, sino también someterse a la intervención de un extraño en una disputa injusta. La posición de México quedó bien sentada y el gobierno de [Manuel] González obtuvo por ello el apoyo de la opinión pública.



(Tomado de: Torre Villar, Ernesto de la - Inicio del porfirismo. Historia de México, tomo 10, Reforma, Imperio, República. Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V. México, 1978)

lunes, 26 de noviembre de 2018

Política exterior, Centroamérica 1895

 
 
En la época de Manuel González surgieron conflictos con Guatemala ocasionados por la política hegemónica de Justo Rufino Barrios. Este, sin embargo, tuvo en su momento que ceder, pero mantuvo mientras vivió un vivo interés por solucionar el supuesto problema fronterizo entre los dos países.

Sus sucesores en el poder, menos dotados que Barrios y más desconfiados de México, Manuel Lizandro Barillas, José María Reyna Barrios y Manuel Estrada Cabrera, defendieron con obstinación sus posiciones; aun siendo liberales, consideraron que la administración liberal mexicana apoyaba a sus enemigos los conservadores para obtener beneficios y favorecer la anexión de Centroamérica a México. El apoyo que México encontró en Costa Rica y en El Salvador, que se sentían defendidos de la hegemonía expansionista de Guatemala, nos predispuso con Guatemala, aun cuando en ocasiones, como en el caso de las reclamaciones pecuniarias, México pagara cumplidamente sus obligaciones. Los dirigentes de Guatemala pensaron siempre que México tenía pretensiones sobre Centroamérica, a las que había que oponerse, más lo que México deseaba era que no se constituyera en Centroamérica una potencia enemiga que, apoyada como lo estaba por los Estados Unidos, pudiera poner en peligro su seguridad. Esa preocupación de la diplomacia mexicana fue muy intensa, al grado que se traslució en el exterior y España ya reanudadas con ella las relaciones trató de actuar como intermediaria. La torpeza de la política norteamericana, llevada principalmente por James Blaine, fue un factor que intervino negativamente en la solución pronta y efectiva de las dificultades con esos países. El problema fronterizo fue por lo menos resuelto en 1895, año en el cual el presidente, en su Mensaje ante el Congreso, pudo anunciar que: “Debemos reconocer el buen sentido con que el gobierno de Guatemala se ha prestado de esta manera a la conclusión pacífica y amigable de una contienda que, por su carácter y duración, amenazaba con graves consecuencias. Congratulémonos, pues, de que, salvándose la honra y los justos intereses de ambas repúblicas, estén a punto de renovarse, sobre bases más sólidas, las relaciones amistosas de la Nación Mexicana con una de sus vecinas”.

Sin embargo este tratado, la tirantez diplomática entre Guatemala y México prosiguió. La explicación amplia de ella nos la proporciona don Daniel Cosío Villegas en su penetrante estudio, en el cual nos dice:
 
 

“Esas relaciones se complicaron más con el recurrente movimiento de unión de los cinco países centroamericanos. Además de haber formado una sola unidad de gobierno durante los siglos de la dominación española, sus semejanzas culturales, la ocupación de una región aparentemente propicia para formar una gran nación y el hecho más obvio y convincente de que cada uno de los cinco países esa demasiado pequeño y pobre para caminar con seguridad por el mundo moderno, los condujeron a formar una federación al separarse de España. La unión fracasó al poco tiempo, pero volvió a intentarse una y otra vez en el resto del siglo XIX y principios del XX. Para ello se usaron todos los procedimientos posibles: la negociación diplomática abierta, la intriga extensa y compleja, la imposición por las armas y la influencia de países extranjeros, sobre todo, claro, de México o los Estados Unidos. También se experimentan todas las formas de organización constitucional: desde el gobierno central con poderes casi ilimitados, pasando por una federación en que el gobierno general sólo tenía las facultades no reservadas expresamente a los estados federados, quienes conservaban así una gran autonomía interior, hasta la unificación limitada a las relaciones exteriores. En fin, se ensayó el método de meter en la unión, de un solo golpe, a los cinco países, o bien iniciarla con sólo dos o tres para que el tiempo y el ejemplo convencieran a los demás de sus ventajas.

“Ahora bien: aun cuando de todos y cada uno de los cinco países partió alguna vez la iniciativa unionista, fue Guatemala la que más empeño puso en el asunto, no porque allí fuera más vivo el ideal unionista, sino porque sus recursos naturales y su población la hacía más fuerte. La probabilidad mayor, pues, fue que la unión se hiciera por iniciativa de Guatemala y que, en el nuevo estado, Guatemala tuviera un peso preponderante. México, lógicamente vio un peligro en que una nacionalidad fuerte resultara regida por un país con el que jamás había podido entenderse. Tener un vecino temible era ya motivo suficiente de preocupación; pero tenerlo a la espalda cuando se tenía al frente a Estados Unidos, significaba dividir en dos una vigilancia y unos recursos de por sí limitados. La preocupación de México llegó al punto máximo posible cuando descubrió que el campeón de la unión centroamericana eran los estados Unidos. Hecho de tal gravedad no podía significar sino una de dos cosas: o deliberadamente los Estados Unidos querían crearle esa situación, y entonces la intención era muy clara, o los Estados Unidos la prohijaba de buena fe, pero sin entender y sin importarle gran cosa ese peligro para México.

“En una situación aparentemente desesperada favoreció a México un elemento. Entre el fin de la primera federación y los muchos ensayos que la siguieron para reconstituirla, cada uno de los cinco países centroamericanos fue haciéndose un modo propio de vivir; muy particularmente, las clases gobernantes crearon en cada uno intereses poderosísimos. Y como la unión suponía el sometimiento a una autoridad nueva, más general y fuerte, la unión, en realidad, siempre tuvo opositores. La resistencia más frecuente provino de Costa Rica, pero en alguna ocasión partió de Nicaragua, Honduras o El Salvador y aun de la misma Guatemala. México, en consecuencia, tendió a favorecer a los países que en un momento dado eran opositores a la unión, o a quienes querían formarla sin la preponderancia de Guatemala. Esto significó, por supuesto, que México se sintió obligado a extender su actividad política a toda América Central, buscando entre los países centroamericanos individualmente considerados o entre las alianzas y bloques que nacían y desaparecían en el torbellino de la política centroamericana, el equilibrio de poder más favorable a su seguridad.

“Era inevitable que, dentro de este cuadro, México y los Estados Unidos se encontraran en la América Central y que sus intereses chocaran; pero hubo un factor más que dio un carácter casi permanente a ese choque, y que lo hizo más agudo. La desproporción territorial, demográfica y económica entre México y Guatemala, acentuada por el progreso material y la estabilidad política que México fue ganando a partir de 1877, creo en Guatemala la idea de que perdería siempre en un trato directo de sus negocios con México. Discurrió entonces buscar una proporción de fuerza no sólo equilibrada, sino que la favoreciera decididamente. Para ello, acudió a los Estados Unidos, y lo hizo con una constancia tan admirable como desmedida.

“En efecto, fue continua y desproporcionada la ayuda que Guatemala pidió a los Estados Unidos para defenderse de México, y verá también que la diplomacia guatemalteca no dejó de tener algún éxito. Esta comenzaba no sólo por halagar, sino por cohechar a los representantes diplomáticos norteamericanos en Guatemala y en Centroamérica en general. Seguía por poner a disposición de ellos toda la correspondencia diplomática, aún la más estrictamente confidencial, del gobierno de Guatemala con sus agentes diplomáticos en México y los Estados Unidos, para no mencionar la del gobierno de México con los representantes de Guatemala acreditados ante él y la que se cruzaba entre el ministro de México y el secretario de Relaciones de Guatemala. El halago y el cohecho llegaron a los extremos de la cesión a los Estados Unidos de los derechos de Guatemala a Chiapas y Soconusco, la venta de las islas de la Bahía, el derecho de tránsito y acuartelamiento de tropas de los Estados Unidos en territorio de Guatemala, o la idea de constituir ésta y aun a a la América Central toda en un protectorado norteamericano.

“Puede decirse que, salvo dos, todos los ministros de los Estados Unidos en Guatemala cayeron en la trampa del halago y el cohecho. Todos los secretarios de Estado examinaron con interés gasta las proposiciones más extravagantes de Guatemala, aun cuando sin aceptar ninguna. Lo cierto es, sin embargo, que rara vez se negaron a intervenir en favor de Guatemala, y, en consecuencia, en contra de México. En el caso concreto de José Santos Zelaya –del cual, según Salado Álvarez, no se les daba un bledo a nuestros intereses nacionales-, México tenía la prolongada experiencia del favor apenas disimulado de los Estados Unidos por Estrada Cabrera, gobernante que, más que ningún otro, sentía por México la más arraigada antipatía. Apoyar a Zelaya, enemigo de Estrada Cabrera, era restaurar el equilibrio de fuerzas en favor de México y, por tanto, en desmedro de Guatemala y los Estados Unidos
”.

Después del año de 1898, en que se apoderó de la presidencia de Guatemala Manuel Estrada Cabrera, las relaciones con Guatemala volvieron a ser críticas debido a que un grupo de enemigos del dictador, encabezado por el ex presidente Manuel Lizandro Barillas, José León Castillo y el general Salvador Toledo, quienes contaban con el apoyo del presidente de El Salvador Pedro José Escalón y del ex presidente Tomás Regalado, inició una revuelta, salida en parte de Chiapas y en parte de El Salvador, la cual originó un estado de guerra entre El Salvador y Guatemala. Para contenerla, intervinieron los Estados Unidos, que invitaron a México a mediar, habiendo logrado imponer paz, volver al “statu quo ante” y a comprometerse a que en caso de conflicto llamarían como mediadores a los Estados Unidos y a México. En el año de 1907, el ex presidente de Guatemala Manuel Lizandro Barillas fue asesinado en México, en donde vivía alejado de la política, por órdenes de Estrada Cabrera. México pidió la extradición del general José M. Lizama, quien contrató a los asesinos, pero Guatemala la negó. En el mes de mayo, un grupo de jóvenes enemigos del dictador realizaron un atentado terrorista contra Estrada Cabrera, el cual desgraciadamente falló. Estrada Cabrera afirmó que la Legación Mexicana había favorecido el complot. Federico Gamboa, ministro de México en ese país, mostró una actitud digna y prudente ante las acechanzas de Estrada Cabrera, pero recibió órdenes de México de trasladarse a El Salvador. La tirantez aumentó y se pensó que en un momento dado México pudiera declarar la guerra a Guatemala. Las relaciones con ese país se normalizaron en 1908, al ordenar que la Legación volviera a Guatemala y nombrar al licenciado Luis G. Pardo como nuevo ministro.

Si por el lado de Guatemala las cosas no marcharon bien, hay que mencionar que México adoptó una actitud de altura en el conflicto que suscitó el dictador de Nicaragua José Santos Zelaya contra Honduras y en el cual el gobierno de Roosevelt quiso que México mediara, pero en forma activa, con intervención armada, habiéndose Díaz negado a ello y manifestado que únicamente intervendría siempre que ambas partes lo solicitaran y sin recurrir a la fuerza.
 
(Tomado de: Ernesto de la Torre Villar – Segundo período presidencial de Díaz e inicio de su reelección hasta 1910. Historia de México, tomo 10, Etapa Reforma, Imperio y República; Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V. México, D.F., 1978)