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sábado, 18 de julio de 2020

Porfirio Díaz Mori III 1867-1915 1a parte

Al triunfo de la República, Benito Juárez propuso su reelección en la Presidencia, la cual obtuvo fácilmente; pretendió aumentar sus poderes ejecutivos e intentó que los eclesiásticos gozaran del derecho de voto y elección. Estos hechos, y el retiro hizo de varios jefes relevantes del ejército, provocaron serio disgusto entre los radicales del partido liberal. Porfirio Díaz, que había sido designado jefe de la segunda división, con sede en Tehuacán, expresó su disgusto y solicitó su retiro definitivo, el cual le fue concedido. Pasó a Oaxaca y se dedicó a la agricultura, pero no se alejó de la política, pues en 1870 fue elegido miembro del Congreso Federal. La segunda reelección de Juárez en 1872 hizo crecer el descontento de la oposición y se produjo el levantamiento que tuvo como bandera el Plan de la Noria; pero muerto el presidente el 18 de julio de ese año, la rebelión perdió su razón de ser. Lo sucedió el presidente de la Suprema Corte, Sebastián Lerdo de Tejada, quien al declararse reelecto en septiembre de 1875, exacerbó nuevamente a la oposición. Porfirio Díaz se levantó en armas, conforme al Plan de Tuxtepec, y al triunfar el movimiento, Lerdo abandonó la capital (20 de noviembre de 1876) y se refugió en Estados Unidos. El vencedor convocó a elecciones y fue electo presidente en mayo de 1877. El lema de Tuxtepec había sido la no reelección; así, en 1880 entregó el gobierno al general Manuel González. Sin embargo, nada le impedía ser reelecto para el periodo 1884 a 1888. Tras el tormentoso período de González, promovió su candidatura y volvió al poder. Se restituyó el texto constitucional a su forma primitiva, que nada decía de la reelección y Díaz ya no abandonó la presidencia sino hasta 26 años más tarde, en que tuvo que renunciar ante la revolución acaudillada por Francisco I. Madero. Poco antes de las elecciones enviudó de su primera esposa y contrajo segundas nupcias con una joven de 19 años (Porfirio tenía 54), Carmen Romero Castelló, hija de Manuel Romero Rubio, que fuera su enemigo político durante la presidencia de Lerdo.
Desde su primera gestión presidencial (1876-1880), el principal cuidado de Porfirio Díaz fue consolidarse en el poder. En el orden político, procuró dominar al Poder Legislativo, que hasta los tiempos de Juárez había sido poderoso opositor del Ejecutivo. Para ello manejó las elecciones de senadores y diputados de manera que sólo tuvieron acceso a las cámaras quienes le eran incondicionales. Se recurrió al fraude electoral por la violencia, la impostura de cajas electorales o la múltiple votación de las mismas personas. El Congreso decayó completamente y se convirtió en apéndice del Ejecutivo, sin otro fin que dar al régimen una apariencia de legalidad y democracia. La misma política fue ejercida en los Estados: se impusieron gobernadores adictos al presidente, de manera que la federación desapareció de hecho y se instauró un centralismo presidencial absoluto. El Poder Judicial se acomodó fácilmente a las circunstancias. Díaz sofocó toda rebelión aun en sus principios. En 1879, como le llegara la noticia de un complot revolucionario que se fraguaba en Veracruz, ordenó al gobernador Terán la aprehensión de los sospechosos y luego que los ejecutara, lo cual hizo con 9 de ellos sin formación alguna de causa (25 de junio). A esta política se le llamó de "Mátalos en caliente", por el texto de las instrucciones telegráficas que envió al mandatario local. Es muy larga la lista de las personas que fueron sacrificadas a causa de su rebeldía. Una de las más conspicuas fue el general Trinidad García de la Cadena, quien al aproximarse las elecciones para el cuatrienio 1888-1892, pretendió disputar la presidencia de Díaz: al internarse al norte del país, donde tenía sus partidarios, fue asesinado. Cuando la oposición provenía, no de caudillos particulares, sino de grupos, se les exterminaba igualmente, como ocurrió en el pueblo de Tomochic, en Chihuahua, cuyos habitantes fueron pasados por las armas, hasta el último, pues hasta los heridos fueron rematados en el paredón de fusilamiento (29 de octubre de 1892). Sin embargo, esta despiadada energía impidió la sucesión de revoluciones que con frecuencia estallaban en México por la disputa del poder, y se consolidó una paz muy grata a los habitantes de la nación, cansados de más de 60 años de guerra civil. Así se explica que a Porfirio Díaz se le llamara "héroe de la paz", y que sus opositores calificaran la situación de "paz sepulcral". La oposición de la letra impresa fue reprimida mediante la compra o la persecución de los editores de periódicos, hasta lograr su completo sometimiento. Hubo quienes resistieron heroicamente el soborno, la cárcel y la hostilidad, como los directores de La Voz de México y El Hijo del Ahuizote, El Tiempo, periódico católico, acabó por aceptar una subvención del gobierno, de manera que sus textos eran tolerados para dar la impresión de la existencia de una prensa libre. En los estados de la República la persecución contra la prensa libre fue aún más atroz, pues se llegó al asesinato de los directores de periódicos. La consecuencia de está política de represión, en lo cívico y en lo editorial, fue la absoluta indiferencia electoral del pueblo mexicano, que acabó por dejar desiertas las urnas, a las cuales sólo asistían por obligación los empleados públicos con la consigna de votar por los candidatos oficiales para las cámaras y por Díaz para la Presidencia.
En el orden religioso, no obstante el triunfo del liberarismo sobre la Iglesia Católica, el presidente Díaz optó por una política de completa reconciliación. Sin derogar las Leyes de Reforma, pues lo contrario hubiera sido otorgar un triunfo póstumo al partido conservador, tomó el más fácil camino de no observarlas. El pueblo se acostumbró así al desprecio y violación de la ley, aún por las mismas autoridades. Al amparo de este disimulo, la Iglesia volvió a ocupar un sitio determinante en el destino de la nación, pero sin responsabilidad alguna, pues oficialmente estaba separada del Estado. Las diócesis aumentaron en 8, los conventos de hombres y mujeres renacieron y aún se fundaron otros; y las escuelas confesionales funcionaban libremente, en especial las de los jesuitas a las cuales asistían los hijos de quienes fueron próceres liberales. Los bienes eclesiásticos, respetados y protegidos, aumentaron con donaciones y combinaciones financieras. Díaz hizo pública ostentación de su credo católico, al mismo tiempo que era miembro prominente de la masonería. El las bodas de oro del Arzobispo de México, el antiguo intervencionista Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, el presidente le regaló un lujoso bastón de carey y plata, que se exhibió por las calles de México. La Basílica de Guadalupe fue remozada a gran costo y el 12 de octubre de 1895 la imagen fue coronada solemne y espectacularmente.
El ejército había sido otra fuente de inestabilidad, a causa del poder que daba a los generales ambiciosos. Al principio de su gobierno, Porfirio Díaz no licenció a las tropas porque su cesantía las hacía propensas a seguir a los caudillos revolucionarios, pero las tuvo en constante movimiento por toda la República y las desarraigó de sus localidades nativas, con lo cual impidió las rebeliones locales. A quienes fueron guerrilleros liberales y republicanos los agrupó en cuerpos de policía rural y les encargó la persecución de los bandoleros y la seguridad de los caminos. Posteriormente, conforme consolidaba su poder, otorgaba de una parte grandes beneficios a los militares de alta graduación, y de la otra iba reduciendo los efectivos de tropa, de manera que no existiera una fuerza bélica que alguien pudiera encabezar en su contra. Al asumir la secretaria de Hacienda, José Ives Limantour redujo en todo lo posible las partidas destinadas al ejército con el fin de hacer ahorros y nivelar el presupuesto. Llegó la ocasión en qué prácticamente los generales no tenían a quién mandar y se les ocupaba en comisiones de estudio en México y en el extranjero. Sólo los muy adictos al presidente manejaban tropas, formadas por medio de la leva que arrancaba a los campesinos de sus hogares. Díaz no temía una agresión por parte de Estados Unidos, nación con la cual estaba en excelentes términos por su política de concesiones al capital norteamericano, cuyos intereses en México impedirían una nueva intervención europea como la francesa. Al ejército lo mantuvo ocupado en sofocar aún los más insignificantes brotes rebeldes y también en dos guerras contra los indios yaquis y mayos, en el norte, y mayas, en el sur.
Las tribus de yaquis y mayos vivían prácticamente independientes del gobierno y consideraban al hombre blanco, fuese norteamericano o mexicano, como su peor enemigo, lo cual las mantenía en constante pie de guerra. Díaz pretendió incorporarlos a la vida nacional, con el propósito de aprovechar sus tierras, pero el jefe Cajeme (José María Leyva) encabezó un levantamiento general (1885-1886) y libró sangrientos combates con las tropas federales hasta que fue vencido en Buatachive (12 de mayo de 1886). Huyó, pero denunciado por una india, se le aprehendió y fue muerto. Lo sucedió Tetabiate (Juan Maldonado), quien durante 10 años (1887-1897) acosó al gobierno con sus guerrillas hasta que se firmó el tratado de paz del 15 de mayo de 1897. Más adelante estalló nuevamente el conflicto, por incumplimiento del tratado, y Tetabiate fue derrotado, perseguido y asesinado por otro indio el 10 de julio de 1901. Los indios mayas en Yucatán, que se mantenían sublevados desde la primera mitad del siglo XIX, se habían hecho fuertes en Quintana Roo. El general Ignacio A. Bravo los redujo en 1901 y en 1905 se rindieron los últimos cabecillas. En las postrimerías del porfirismo, el general Bernardo Reyes organizó el servicio militar obligatorio con excelentes resultados, y acaso fue ésta la razón por la que Díaz se apresuró a alejarlo del mando y aun de la República. Aunque el Colegio Militar fue bien atendido, de ahí sólo salían oficiales destinados principalmente a los estados mayores...

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S.A. México, D.F. 1977, volumen III, Colima-Familia)

miércoles, 29 de enero de 2020

Sebastián Lerdo de Tejada

Hijo de don Antonio Lerdo de Tejada, español, y de doña Concepción Corral y Bustillos, criolla. Nació en Jalapa, Ver., el 25 de abril de 1820. 
Estudió en el Seminario Palafoxiano de Puebla, en donde recibió las órdenes menores. Renunció a la vida eclesiástica y continuó sus estudios en el colegio de San Ildefonso en México, recibiendo en 1851 el título de abogado; fue profesor de Artes en San Ildefonso desde 1849 y rector del mismo plantel de 1852 a 1863.
Participó en todos los acontecimientos que agitaron a México desde 1850, principalmente en la época de la intervención francesa. Perteneció a la Academia Interior de Buen Gusto y Bellas Artes. Fue magistrado del Tribunal de Justicia en 1855, miembro de la Junta Electoral del 30 de diciembre de 1858, que nombró jefe provisional del Ejecutivo; presidente de la Cámara de Diputados en 1861. Formó parte de la Comisión de Relaciones que dictaminó en contra del tratado Wyke-Zamacona. Poseía gran talento, vasta instrucción y energía, y una gran habilidad política. 
Fue un estadista consumado por su talento, cultura y experiencia. Acompañó a Juárez hasta Paso del Norte. En septiembre de 1863 Juárez lo nombró ministro de Justicia, y el 11 del mismo mes pasó al ministerio de Relaciones y Gobernación, desde donde emitió los decretos de noviembre de 1865 que prorrogaron el período presidencial de Benito Juárez hasta la terminación de la guerra, eliminando con ello a Jesús González Ortega, que pretendía asumir la presidencia en su carácter de presidente de la Suprema Corte de Justicia.
Lerdo fue el director de la política del país y el iniciador de grandes cuestiones internacionales que cristalizaron en el fortalecimiento del Derecho Internacional mexicano. Ocupó la presidencia de la Suprema Corte de Justicia. Candidato a la presidencia de la República en las elecciones de 1871, fue derrotado y retornó a su cargo de presidente de la Corte. A la muerte de Juárez, asumió la presidencia interinamente por ministerio de ley. Convocó a elecciones para el periodo constitucional de 1872-1876, presentándose como candidato en contra del general Porfirio Díaz, al que derrotó, tomando posesión el 1 de diciembre de 1872.
Durante su administración hubo paz relativa, pues las luchas de carácter religioso la alteraron. En 1873 dispuso la expulsión de 15 jesuitas extranjeros, y en 1874 fueron desterradas las Hermanas de la Caridad. En septiembre de 1873 elevó a la categoría de constitucionales las Leyes de Reforma. Reforzó la marina nacional, para lo que adquirió los pequeños vapores de guerra: “Independencia”, “Libertad”, “México” y “Demócrata”. Sometió al cantón de Tepic, en donde se encontraba levantado Manuel Lozada, el “tigre de Alica”, a quien derrotó el general Ramón Corona en la batalla de la Mojonera en 1873. Inauguró el primer ferrocarril de México a Veracruz en enero de 1873 y trató de unir los distintos partidos políticos. Dignificó la administración de justicia y auspició la educación.
En 1874 reformó la Constitución, estableciendo nuevamente la Cámara de Senadores.
Trató de reelegirse en 1876, pero en contra de ello, Díaz proclamó en enero de ese año el Plan de Tuxtepec. Los generales donato Guerra, de Jalisco; Méndez y Carrillo, en Puebla; Couttolenc, en Veracruz; Treviño y Naranjo, en Nuevo León, y otros secundaron el movimiento. Lerdo envió fuerzas contra los sublevados. El general Porfirio Díaz en su Plan desconocía al presidente de la República y a todos los funcionarios y convocaba a elecciones.
José María Iglesias, presidente de la suprema Corte, también se enfrentó al gobierno por razones jurídicas. El 16 de noviembre el general Díaz derrotó a las fuerzas del gobierno en Tecoac, entró en México y Lerdo tuvo que abandonar la capital. Salió por Acapulco el 25 de enero de 1877 rumbo a San Francisco, California y luego hacia Nueva York, en donde falleció el 21 de abril de 1889.
Su cadáver fue trasladado posteriormente a México y se le sepultó en la Rotonda de los Hombres Ilustres. Con Iglesias y Juárez, Lerdo representó la legalidad, defendió la República y forjó la conciencia nacional.

(Tomado de: Navarro A., Ramiro - Sebastián Lerdo de Tejada. Historia de México, tomo 10, Reforma, Imperio, República. Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V. México, 1978)


martes, 23 de julio de 2019

Manuel González



Nació el 17 de junio de 1832 en Matamoros, Tamaulipas. Hijo de Fernando González y de doña Eusebia Flores, a quienes perdió cuando tenía 15 años. Empuñó las armas en 1851 y se dio de alta como soldado raso en 1853. Dos años después, siendo ya oficial, partió con su batallón, el 2° de línea, a Veracruz y Puebla. El 10 de abril de 1862, con el grado de coronel, participó en la infortunada acción de Izúcar, en donde su jefe, el general Alatriste, fue hecho prisionero y fusilado.

Al lado del Gral. Porfirio Díaz combatió en el Sitio de Puebla de 1863, participó en las batallas de Miahuatlán y la Carbonera; perdió su brazo izquierdo en Puebla, el 2 de abril de 1867. En Tecoac fue factor definitivo para el triunfo del Plan de Tuxtepec, que acabó con el régimen del Presidente Lerdo de Tejada.

Su cuatrienio presidencial de 1880 a 1884, tuvo serios contratiempos: el motín del níquel; la quiebra del Nacional  Monte de Piedad, la deuda inglesa, etc. Después fue Gobernador Constitucional del Estado de Guanajuato.

En su tumba, que se halla en la Rotonda de los Hombres Ilustres del Panteón Civil, se lee en la lápida: "Un brazo nada más, pero de bronce; una mano, no más, pero de amigo".

Murió el 8 de mayo de 1893 en la Hacienda de Chapingo, Méx.

(Tomado de: Covarrubias, Ricardo - Los 67 gobernantes del México independiente. Publicaciones mexicanas, S. C. L., México, D. F., 1968)