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jueves, 1 de agosto de 2019

Bach es bueno para los ojos

(David Alfaro Siqueiros: Retrato)
En Taxco, una hermosa californiana le pidió a Siqueiros que le hiciera un retrato. Cuando acudió al taller del pintor, en una capilla semiderruida, y le ofreció 400 pesos por el cuadro, el artista creyó soñar.
"Apenas exagero si afirmo que la emoción que experimenté entonces fue parecida a la del adolescente que descubre el amor y estalla en fuerza y alegría, pues sobre mí pesaban graves problemas que en la fugacidad de un instante vi resueltos".
El gobierno del Presidente Emilio Portes Gil lo había confinado a Taxco. En los límites del pueblo se levantaban invisibles murallas que no debía trasponer sin permiso del alcalde. Era el precio por su relativa libertad, la condición impuesta para dejarlo salir de la Penitenciaría del Distrito Federal.
"Respiraba de nuevo. Quedaban atrás los corredores de la cárcel, tristes y monótonos como un río siempre sucio, pero subsistía una realidad que a ratos me agobiaba: Blanca Luz Brun y su bebé vivían conmigo, no tenía un centavo, el mercado de mi pintura era inexistente, Taxco estaba incomunicado y las perspectivas, como las ilusiones, tenían el color y también la inconsistencia de un rayo de sol.”
El día en que la americanita llegó a mi estudio, la acogí casi con la alegría reservada para una novia. Pronto dispuse el mejor sillón para ella y empecé a trabajar. Bosquejaba las líneas iniciales, estudiaba el rostro, la luz, libraba dentro de mí las primeras luchas para captar rasgos esenciales de su carácter, cuando me interrumpió con la voz formal de quien ha de decir algo importante:
-Señor Siqueiros, si no ha pintado usted los ojos, mejor no los pinte, porque lo que usted está viendo no son mis verdaderos ojos.
-¿Cómo? ¿Entonces qué? ¿Cuáles son sus verdaderos ojos?
Pensé que me encontraba frente a una de tantas turistas semialienadas que con frecuencia visitan el país y sin volver a la conversación me apresté a continuar la tarea, pero ella tornó a interrumpirme:
-Mis verdaderos ojos -y en su palabra había pasión- son aquéllos que tengo cuando estoy inspirada tocando a Bach, porque ha de saber que no soy una mujer cualquiera, sino una pianista que ha conquistado renombre a pesar de su juventud.
La convicción de que estaba por recibir una mala noticia me hizo dejar los pinceles. Contemplé a la bella mujer y aguardé lo irremediable.
No se hizo esperar. Con naturalidad expuso sus deseos: si había de pintarla, que fuera ante un piano, pues quería un retrato con sus verdaderos ojos.
-Mis ojos, señor Siqueiros, se vuelven como de humo, bellos como luz de luna cuando interpreto a Bach.
No dejé lugar sin visitar: la casa del presidente municipal, las de los hombres más ricos de Taxco, las de mis amigos, hasta que di con un instrumento que se encontraba más cerca del clavecín que del piano. Para mi mala suerte era ya demasiado tarde y nuestra llegada hasta el lugar donde se encontraba el enorme aparato musical coincidió con la terminación del tiempo en que había luz eléctrica, pues en el Taxco de entonces, como en la cárcel de ahora, llueva o truene los focos eran apagados a las diez de la noche.
Hubo necesidad de encender velas y empecé a pintar a la jovencita, mientras ella oprimía las teclas de un instrumento desafinado y volteaba a verme para que apreciara la luz en sus ojos.
Al día siguiente, cuando me propuse reanudar las sesiones pictóricas en la mañana, ella se opuso. Debía ser como la víspera.
-He descubierto la suprema armonía. La noche y Bach, ¿se da cuenta de lo que eso significa, señor Siqueiros? La noche hace temblar a la estrella y durante la noche se esclarece el misterio de la vida. ¿Comprende?
Prosiguieron los trabajos. Concluí el cuadro.
-Es hermosísimo -me dijo ella-. Vea: mis ojos son etéreos...
Siguieron otras fantasías. Y luego... otros sueños"


(tomado de: Scherer García, Julio – Siqueiros, la piel y la entraña. Ediciones Era, S.A. México, D.F. 1974)

miércoles, 29 de mayo de 2019

Tres pesos por un retrato

(David Alfaro Siqueiros: Retrato de María Asúnsolo, niña)
El cuadro de la mujercita -uno de los que se llevó Laughton- es muy bonito. Nació, además, de circunstancias que a Siqueiros le parecen, todavía hoy, llenas de ternura. Piensa en ellas como un adulto cuando revive pasajes particularmente gratos de su niñez.
"Recuerdo que un día, en apariencia ordinario, llamó a la puerta de mi estudio, en Taxco, una señora, campesina, como de setenta años. No bien le franqueé la puerta, me dijo:
-Sé que usted retrata a las personas, siñor, y yo quiero tener un retrato en pintura, que es lo que me han dicho que usted hace.
Le pregunté si lo quería para regalárselo a alguien, pero me contestó que no, que lo quería para su casita y para que sus hijos la vieran cada vez que fueran a visitarla, estuviese o no."
Era tan hermosa y tan interesante la mujer, que el artista la hubiera pintado de todos modos. Pero quiso responder a sus deseos, de tal manera que no le confesó que le hubiera gustado que le sirviera de modelo, sino que le preguntó:
-Muy bien, señora, ¿y cuánto me puede usted pagar?
-Yo pago lo que sea.
¿Cómo darle a esa señora el precio que habitualmente cobraba entonces por un retrato? Buscó la manera más adecuada de responderle y plantearle el problema, ocurriéndosele interrogarla al revés:
-Creo que hay aquí un fotógrafo y pintor llamado Montenegro. ¿Cuánto cobra ese señor por los retratos?
-Sí, hay un señor Montenegro, y a una hermana mía por un retrato iluminado le cobró tres pesos.
-Bien, yo le hago el retrato iluminado por tres pesos, pero a condición de que me deje copiarlo para tener dos.
Etonces ella meditó unos segundos y al fin le dijo:
-Yo le compro los dos.
Sonriente, aunque desconcertado, ofreció esta solución:
-En ese caso, le pintaré tres.
-Bueno, bueno, el tercero se lo mandaré a mi compadre Encarnación, que vive en Taxco el Alto.
-No -se opuso el artista-. Mire usted, es que yo quiero quedarme con uno.
Entonces ella levantó los ojos maliciosamente, como preguntando: "¿Si le estaré yo, tan vieja, gustando a este siñor?"


"La señora se extrañó que yo quisiera que ella fuera varios días a sentarse delante de mí. Creo que en alguna ocasión estuvo a punto de decirme: "Sabe usted que el señor Montenegro lo hace más aprisa". Pero sólo, si acaso, esbozó la censura. El hecho es que con puntualidad extraordinaria se presentaba todas las mañanas en mi estudio, se sentaba en el lugar acostumbrado y sin externar jamás deseos por ver lo que estaba yo haciendo, se retiraba cuando así se lo indicaba.
Varias veces, cuando la observé con fijeza para trasladar al lienzo algún rasgo que pudiera acentuar determinados aspectos de su carácter, la presentí ausente, como si fuera ajena a los problemas de los demás y se conservara únicamente interesada e seguir el curso del arroyo, ya casi seco, de sus propios sentimientos. Pensé en una analogía entre su cutis moreno y curtido por el sol, igual que lodo al fin endurecido como la piedra, con aquel otro paisaje de su mundo interior, igualmente necesitado de aguas nuevas."
Terminó el retrato. La viejecita se ve austera y tiene el aire hierático de la campesina mexicana. Aparece con una falda verde oscuro y una blusa rosa. Sin duda alguna es de las pequeñas obras que ha realizado con mayor ternura. Tal vez por eso, para Charles Laughton fue uno de sus cuadros preferidos.
"Cuando a la viejecita le dije que ya podía llevarse su compra, pero que le pedía permiso para quedarme con una igual -la réplica, de la que no quería desprenderme-, tranquilamente sacó su paliacate donde tenía atado el dinero y de la manera más natural sacó los tres pesos convenidos y me los pagó."
Cuentan que después no salía de su asombro, pues muchos turistas, mexicanos y extranjeros, le ofrecían cantidades mil por ciento superiores a lo que ella pagó por su retrato. Pero jamás quiso venderlo.
"La última vez que estuve en Taxco, o mejor dicho, la última vez que pude ver la pequeña pintura, contemplé el retratito  en el mismo lugar que le había destinado desde el primer día. Por cierto que le puso un marco muy feo, de esos de fotografía iluminada..."

(Tomado de: Scherer García, Julio – Siqueiros, la piel y la entraña. Ediciones Era, S.A. México, D.F. 1974)
  

martes, 19 de febrero de 2019

Las calles de Tasco



Imposible imaginar seres más caprichosos, más locos que las calles de Tasco. Odian la línea recta por su fealdad matemática; detestan la horizontal por su falta de espíritu. Aquí, en Tasco, las calles avanzan, suben, descienden, tuercen a la izquierda, después a la derecha; de pronto se encabritan en una barranca, o se arrepienten y regresan al punto de partida. ¿Quién dijo que las calles fueron inventadas para ir de un sitio a otro, o para dar salida a las casas? Las calles de Tasco existen como entes de sinrazón, lo cual justifica su existencia más que si lo fuesen de razón. Algunas son puramente decorativas como el espacio que se abre, hacia algo desconocido, entre los bastidores de una trascendental decoración de teatro. Otras quieren ceñir a la población, viboras rellenas de plata alrededor del abdomen excesivo, y renuncian, desmayan lánguidas y se pierden en la ladera de un cerro. Después inventan un pretexto para reanudarse, pero no donde debieran, sino en el sitio que a su pereza conviene.

Las calles de Tasco llevan una ventaja sobre las de otros reales de minas, como Guanajuato o Zacatecas, y es que no hay en ellas esas odiosas escaleras; todas son en forma de rampa, aunque tengan cuarenta y cinco grados de pendiente y los tacones se claven, como garras, en los intersticios del empedrado. ¡Qué románticas, de noche, con su vetustez, su silencio y su farol colonial en la esquina! Cale hay que no tiene en su ámbito una sola puerta o ventana; admirable para un idilio de sordomudos, sería como si estuviesen en el país de los ciegos sin serlo ellos.



Pero hablemos de algunas calles cuya historia o tradición llega a nosotros.

La calle más importante es la Antigua Calle Real. Atraviesa la población entrando por el Norte y sale por el Sur para seguir la ruta de Acapulco. Pero serpea a su antojo; procura cruzar por sitios cuyo paisaje encanta; es una buena propagandista de Tasco. Los nombres de sus tramos variaban con el sitio que recorrían: Calle Real de San Bernardino de Siena; Calle Real de los Mercaderes; Calle Real de San Nicolás y que hoy ha cambiado y son: del coronel Agustín Tolsá, de la Libertad y de Porfirio Díaz.

La Calle del Arco, acaso la más característica, parece que antaño se llamó de San Sebastián. La Calle de Pineda debió sin duda su nombre a algún minero prominente que llevaba ese apellido. La Calle de la Muerte se designó así por el esqueleto de piedra que, roído de años y amarillecido de intemperies, gesticula sobre la puerta que da acceso a la escalera de la torre sur del templo. La Calle de la Veracruz nos lleva a la capilla de su nombre y la de Guadalupe trepa –calvario cotidiano, coronado por la riqueza del paisaje- hasta el templo de igual designación. El Callejón del Nogal, más que cerrado, ciego, con un recodo a su entrada para que nadie pueda inspeccionarlo atrevido, se indigna porque lo usan como letrina…

Algunas tradiciones se relacionan con las calles. Dicen que doña Elena de Añorga, dueña que fue de la riquísima mina del Espíritu Santo, mandaba peones que alfombraban con barras de plata las calles por donde tenía que pasar cuando venía a Tasco. La Calle de las Estacas que cruza la barranca así llamada, debe su nombre a unas estacas que había en la parte más baja; todavía muestran allí unos grandes bloques de piedra con el hueco que sostenía las estacas. Servían éstas para clavar en ellas a las mujeres que hacían torpe o ilícito comercio de su cuerpo.

La rebeldía de las calles de Tasco, al no querer seguir un plan definido, ha hecho que, sin pensarlo, se formen entre ellas huecos que no ha sido posible llenar de casas: entonces se realizó el prodigio de las plazas de Tasco.


(Tomado de: Manuel Toussaint (texto) y Francisco Díaz de León (grabados) - Oaxaca y Tasco)


miércoles, 6 de febrero de 2019

La Parroquia de Santa Prisca


El corazón de Tasco, el centro de su vida espiritual, el monumento que desde cualquier sitio se ve, es la parroquia de Santa Prisca. Edificada en cantera traída del monte del Huisteco, goza en dominar sus contornos, goza en entregarse cuando se mira desde las alturas circunvecinas. Su perfil desgarrado, su cúpula de azul espejeante, su color rosado sobre el cielo ultramar, sus torres rojas al crepúsculo, despiertan una emoción que difícilmente puede olvidarse. Todo Tasco está en ella y ella se difunde como fuerza magnética sobre su ciudad: es su orgullo y su amparo.

La antigua Parroquia de Tasco era un templo pobrísimo. Su techo de tejamaniles era reparado todos los años sin que los diluviales aguaceros tuvieran para él pizca de respeto. Su torre única, pobre de campanas, conmovía apenas a la estatua de piedra de Santa Prisca que existía en la fachada. Pero llega don José de la Borda a Tasco, pasa algún tiempo allí con su hermano don Francisco que trabajaba, años hacía, en las minas de San Ignacio y la Lajuela; se casa allí con doña Teresa Verdugo, hija de un prohombre tasqueño, el capitán don Francisco de igual apellido; va en busca de suerte propia; ya picado del gusano de la minería, a Tlalpujahua; hace allí fortuna, regresa a Tasco, muerto quizás su hermano, a trabajar las minas que éste dejara; llégale la bonanza estupenda de la veta de San Ignacio y entonces reconstruye de su propio caudal, con esplendor inusitado, la parroquia de Santa Prisca. El arzobispo de México, Rubio y Salinas, le concedió licencia para la obra en día 23 de febrero de 1751. Borda hizo esculpir el escudo del prelado sobre la fachada del templo, simétricamente con el escudo real de España que después de la Independencia fue sustituido por una tosca águila con nopal y serpiente. Conócese la licencia dada por el Virrey a solicitud de Borda en 12 de febrero de 1751. Borda puso dos condiciones para hacer el templo a su costo: que nadie, fuese sacerdote o seglar, se entrometiera en la obra, ni pudiese manejar los fondos a ella destinados, sino él. Por eso el templo salió tan homogéneo: sigue una sola idea, una sola cabeza es la que manda, un solo gusto es el que preside a la fábrica.

El templo fue dedicado durante los días 11 y 12 de marzo de 1759. Está bajo la advocación de Santa Prisca y se gastó en su edificación, sin contar la cal, el material de las bóvedas, el fierro, la jarcia, las alfombras, la plata, los ornamentos y los vasos sagrados, la cantidad de 471,572 pesos, 5 y medio reales.

Su atrio se halla limitado por dos monumentos: uno esbelto que tiene la estatua de San Miguel, en piedra, y otro una cruz esquinada en un ángulo de 45 grados. Son los dos de una elegancia, de una finura delicadísima. Como la calle del Arco, que arranca del ángulo del atrio donde se halla la cruz, baja aguda pendiente, éste está limitado y sostenido por bello muro de curvas entrantes y salientes, rematadas éstas por macetones esculpidos en piedra con estípites en forma de flámulas.


La fachada nos muestra un bello ordenamiento barroco. Su locura es moderada; goza en sus partes bien compuestas, en su técnica ceñida. La fantasía dieciochesca ha encontrado frenos en el buen gusto, en la ponderación, en la cultura de quien dirigía la obra. Los alardes, los excesos, los derroches, se quedan en los retablos del interior; aquí estamos trabajando en cantera, en esta bella cantera teñida de rosa, con una tierra traída del Huisteco. Dividida en dos cuerpos, y un remate, la encuadran columnas geminadas; lisas las bajas, salomónicas las superiores. Sobre la puerta el escudo pontificio finamente esculpido como obra de un platero colonial, y arriba un gran medallón ovalado con un relieve que representa el bautismo de Cristo. El remate con una ventana coronada por una concha y los escudos a los lados, sobre la fachada; el reloj, con la Virgen y dos Evangelistas, parece un gran reloj de chimenea, hecho en bronce dorado o en mayólica policroma.

Sobre la bóveda admiramos los bellos remates que coronan los muros del templo; tienen carácter de tallas en madera, como los ornatos del monumento a la cruz, y los jarrones del muro, en el atrio. Y, a la vez, cierta influencia oriental, originada, sin duda, por los objetos que la Nao de China desembarcaba en Acapulco y pasaban por aquí para la capital del virreinato. En los ángulos de la estructura que sostiene el tambor de la cúpula, cuatro grandes ornatos piramidales, como pies de cirial, insisten en esa técnica y, si os fijáis bien, veréis que los remates de las torres tienen la misma original forma: por eso se ven distintas de cuanta torre colonial existe.

Por la silueta desgarrada en esculturas y ornatos, las torres oscilan si se las ve desde lejos: parecen dos temblorosas concreciones en piedra. El ojo goza siguiendo los detalles de su ornato, la filigrana de sus pilastras. Los campaniles inferiores descansan sobre ménsulas formadas por grandes máscaras; unas grotescas, trágicas otras.

La cúpula se halla cubierta de bellos azulejos. ¿De dónde traerían estos azulejos? ¿Serían hechos aquí? Porque son diversos de cuanto azulejo existe, sobre todo los azules, de color diverso del de los típicos poblanos. Vecina del cielo, fue como una semiesfera concéntrica del empíreo y atesoró bajo ella maravillas.
Podéis penetrar conmigo al interior del templo. Los retablos deslumbran en una tempestad de oro fino. Serenad vuestra vista y vaya vuestra vista recorriendo con inefable deleite. Se recreará en los huecos de las entrecalles, se hundirá hasta perderse en los vericuetos de las volutas; se sentirá satisfecha sobre los repisones y las ménsulas; se verá acogida en lo hondo de los nichos.

Quien os diga simplemente que estos retablos son modelos de retablos churriguerescos –si en lo churrigueresco puede haber modelos- ¡qué lejos de definirlos queda! La fantasía humana, llevada al paroxismo; el arte, tocado de sobrehumano delirio; la piedad exaltada a lo sublime; la magnitud dando corazón al oro; la magnificencia desbordándose en chorros, han realizado la unión grandiosa que produjo esta máxima obra de arte. Leed, si podéis, cada una de estas creaciones, porque todas tienen su personalidad, y ved cuán pequeña resulta una sola palabra, de clasificación, para encerrar estas maravillas.

Si sois atentos, observaréis un detalle interesante: la obsesión de la concha, no sólo como pretexto ornamental sino considerada como parte importante en la concepción de los retablos: en el lugar más conspicuo, en la parte más solemne, coronando un frontón roto o en el sitio álgido de una concha. En el exterior del templo abundan también las conchas: no cabe duda, Borda tenía la obsesión de la concha.

El púlpito y los ambones de madera fina; un bello tenebrario de intarsia; el órgano, dentro del estilo dominante, bajo estas bóvedas sostenidas por arcos suntuosos que descansan en un cornisamiento esculpido maravillosamente. Y los retablos llenando los huecos de los arcos: he aquí el interior del más bello templo de la República.

Aún debéis ver la Sacristía, digna del resto, con una estupenda mesa y tres sillones tallados, de la misma obra que el púlpito, y pinturas de Miguel Cabrera, a quien perdonamos su mediocridad en gracia a la armonía del sitio.

Si pudierais ver el tesoro, admiraríais algunas custodias de plata dorada, un bellísimo cáliz de plata cincelada y un cofrecillo de plata repujada, de principios del siglo XIX, que es una maravilla.

En una estancia que sirvió de Sala Capitular se guardan los retratos de personajes de Tasco o que contribuyeron a su mejoramiento; allí está el de los dos Bordas, don José y el doctor; el del papa Benedicto XIV que agregó el templo de Tasco a la lateranense de Roma; el del arzobispo Rubio y Salinas que dio permiso para su construcción; el de Juan Ruiz de Alarcón, apócrifo, colocado allí porque todos los vecinos de Tasco quieren que Alarcón haya nacido allí, aun contra el mismo Alarcón que aseguraba haber nacido en México; el de Becerra Tanco, el de… ;pero asomaos a esta ventana enrejada sobre el admirable paisaje de Tasco… ¿verdad que Tasco, gracias a Borda, no necesita que haya nacido en él ningún Alarcón ni ningún nadie, para ser estupendamente bello?

Salgamos a ver Tasco, sus callecitas empedradas, sus recodos llenos de paz; sobre nosotros queda el templo, corona de Tasco, maravilla del arte virreinal. Y este templo es un homenaje al clero secular, a la autoridad del papa y los obispos; podéis comprobarlo con el hecho de que en sus retablos no hay un solo santo fraile; todos son sacerdotes, obispos o papas. Es un himno entonado por Borda en honor de la clerecía.

(Tomado de: Toussaint, Manuel - Oaxaca y Tasco. Grabados de Francisco Díaz de León. Lecturas mexicanas, primera serie, #80. Fondo de Cultura Económica, México, D. F., 1985)


miércoles, 12 de diciembre de 2018

Tasco


Tasco, ciudad altiva, encaramada sobre tu barroco basamento de plata, como orgullosa virgen de retablo. ¿Eres tan estimada por tu esquivez, o las dificultades que amontonas entre tu serenidad reposada y el sediento caminante que te anhela te hacen aparecer más bella?

El automóvil ruge, piafante de caballos opresos; las ruedas se encabritan, el agua hierve, la gasolina suda. Dicen que van a construir una carretera para ir a Tasco. Hoy existe un sendero de cabras por el cual, milagrosamente, pueden transitar automóviles.

¡Los carriles de Borda! ¡Qué felicidad siento al encontrarme en vosotros!: ¡Ya estamos cerca! Por aquí pasaron largas filas de mulas cargadas de plata. Por aquí pasó Borda, gran señor de la Colonia, en su litera dieciochesca o en fogoso caballo. Su cortejo brillaba al sol, movido reguero de colores, pero nadie sospechaba las emociones del prócer gambusino. Protegido de Dios, vio bonanzas que llenaban sus arcas de tesoros, pero dábale las espaldas la Fortuna, para probarlo, y tenía que volver a empezar.

Mas ¿qué mucho si la grandeza de su espíritu superaba a la enormidad de su caudal? Borda sobrevive en sus obras; la mayor de las obras de Borda fue Tasco.

Desde luego el nombre
Tasco y no Taxco. ¿Por qué esa extemporánea X? si el nombre indígena fue Tlachco (lugar del juego de pelota), tan impropia es la X como la S. sigamos entonces la costumbre colonial y escribamos Tasco, puesto que así se pronuncia. (Una eminencia indiscutible en lingüística náhuatl escribe Tasco igual que yo: don Francisco del Paso y Troncoso.)

Figúraseme que aquellas personas que usan letras exóticas en su escritura han comido una terrible sopa de letras que se les ha indigestado: tienen indigestión de letras. Unos cambian letras sencillas por otras que lo son menos: Taxco, por Tasco; Baltazar, por Baltasar; Amacuzac por Amacusac; Tlálpam, por Tlalpan. Otros dejan en medio de una palabra una letra inútil, o inarmónica. Tepotzotlán, en vez de Teposotlán; Atzcapotzalco, cuando podría ser Ascaposalco. ¿Qué se ve muy feo? Todo depende de la costumbre. Otros acostumbran erizar su apellido con letras aisladas que son como baluartes inexpugnables a la pronunciación; otros… ¿a qué seguir enumerando a estos maniáticos?

Necesitan arrojar una buena cantidad de letras que tienen en el cuerpo y volver a aprender el silabario, con cautela, sin atracarse y, sobre todo, digiriendo lo que comen con su espíritu; es la única manera de que no se les indigesten las letras, es decir, de que no sean pedantes.

(Tomado de: Toussaint, Manuel - Oaxaca y Tasco. Grabados de Francisco Díaz de León. Lecturas mexicanas, primera serie, #80. Fondo de Cultura Económica, México, D. F., 1985)