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lunes, 1 de septiembre de 2025

Caudillos de la nueva oposición: I Vicente Fox




 Los caudillos de la nueva oposición 


Sección: Señoras y Señores


Por Pedro Baca y María Julia Guerra 


I: Vicente Fox 


Nacido en la Ciudad de México y radicado en León, Gto., desde el tercer día de su vida, Vicente Fox Quesada -el segundo de los nueve hijos de un agricultor agricultor leonés y una inmigrante española, de 49 años de edad, casado y padre de 4 hijos adoptivos-, pasó la primera mitad de su vida cultivando 2 errores, y la segunda mitad, tratando de rectificarlos. Primorosamente educado por los jesuitas, en la niñez y adolescencia que creyó estar destinado al sacerdocio y sólo cuando sus padres lo obligaron a estudiar administración de empresas (en la universidad Iberoamericana en el D.F.) descubrió el sabor de afanes más terrenales, como la mercadotecnia y la programación por el camino crítico. Segundo, pensaba que la política era un juego indigno de gente bien nacida ahora lleva tres años actuando en ese campo, y cree que en política también pueden ganar los buenos, cuando son más que los malos. 

Apenas salido de la universidad, Fox Quesada se lanzó en desenfrenada carrera: en menos de 10 años avanzó de simple empleado a presidente de Coca-Cola para México y Centroamérica, no tanto por su excepcional talento, cree él, sino porque durante ese lapso nunca trabajó menos de 10 horas por día. En una de sus giras de trabajo por Centroamérica, le tocó ver unas elecciones en Costa Rica. Le impresionó el clima de festividad en las calles de San José, la capital del pequeño país. Después de votar, los costarricenses se veían tan contentos como si hubieran ganado la copa mundial de fútbol. A Fox le dio envidia y tristeza, pero, preocupado como andaba por los enredos dupolísticos (Coca-Cola y Pepsi) de la industria refresquera, ni le pasó por la cabeza la idea de regresar a México en el primer vuelo y encabezar una revolución.

Regreso al terruño: A principios de los 80, le sobrevino la crisis de los 40. La parda atmósfera del D.F. se le volvió irrespirable. Añoraba el calor del clan familiar. Extrañaba el ciclismo y la charrería, sus deportes preferidos, que aún practica. Las gaseosas empezaron a provocarle acidez. Una mañana se miró al espejo, enfundado en un traje de impecable corte inglés, y se vio ridículo. Ese día fue a la oficina en pantalón de mezclilla, botas de pico y sombrero tipo Stetson, y le dio gusto la mirada estandarizada de los yuppies. Al fin renunció graciosamente, y emprendió, tarareando por lo bajo, el camino de Guanajuato

Los siguientes 9 años los dedicó a sembrar fresas en el rancho de su familia, el San Cristóbal, cerca de León, y a organizar con computadoras el Grupo Fox, dedicado a la agroindustria, exportación de verduras congeladas, elaboración de alimentos para ganado y fabricación de calzado y botas vaqueras para la exportación (utilidades de 1989: 1.1 millones de dólares).

Podría haber seguido así por tiempo indefinido, respirando oxígeno campirano y ganando cada año su millón de dólares, de no haber surgido en 1987 el sinaloense Manuel Clouthier como candidato del PAN a la presidencia. Fox conocía y respetaba a Clouthier de años atrás. ¿Cómo podía un hombre así, meterse en un juego tan sucio? El de Guanajuato fue a preguntarle, y el de Sinaloa contestó que lo hacía para ser libre: -¿Cómo vas a ser empresario, es decir, emprendedor, si no eres libre? -dice Fox que dijo Clouthier-. ¿Y si no luchas para ser libre, de que te quejas? 

Las palabras de Clouthier trajeron a la mente de Fox el recuerdo de aquel día de elecciones en Costa Rica. Sólo la gente libre, pensó el ranchero de Guanajuato, anda por la calle tan contenta después de ir a votar. Empezó a concurrir a mítines opositores. 

Sin almidón: Los panistas de León dicen que Fox destacó desde el primer día, por sus casi dos metros de estatura y porque llegaba a las reuniones a caballo o en bicicleta. En la tribuna, el ranchero no se andaba con rodeos: -La oposición pierde no sólo por las marranadas del PRI -repetía machaconamente-, sino por bruta, por no saber defenderse. 

Tanta franqueza le granjeó la simpatía de miles de leoneses hartos del almidón de los políticos, y la candidatura del PAN a una diputación federal. En las elecciones de 1988 ganó por holgada mayoría. En el Congreso de la Unión se convirtió con facilidad en el especialista en temas agropecuarios de la diputación panista.

En 3 años como legislador Fox no logró gran cosa, ya que su partido, a pesar de contar en ese lapso con un centenar de diputados, no destacó por lo emprendedor y agresivo; pero se desprestigió menos que algunos de sus compañeros de bloque, gracias a la torpeza del gobierno de Guanajuato, que con actos intimidatorios hinchó las velas políticas del opositor: primero, se ordenó el cierre de una congeladora de los Fox; después, hordas de invasores se lanzaron sobre el rancho San Cristóbal; enseguida, los auditores de Hacienda se abatieron sobre el Grupo Fox; y con ese talante seudoamistoso que enchina la piel, diferentes emisarios empezaron a hostigar al priísta José Luis Fox, líder regional de los pequeños propietarios y hermano del diputado, para convencer a Vicente de la conveniencia de abandonar el PAN. La presión fue tan ominosa, dicen los Fox, que muchos antiguos amigos, empresarios obligados a andar de buenas con el gobierno, comenzaron a negarles el saludo.

Amigos de Fox: Dicen que tras la muerte de Clouthier en septiembre de 1989, el de Guanajuato sintió que tenía el deber moral de recoger la estafeta. No confiando plenamente en su partido, Fox optó por crear su propia organización para iniciar la lucha para conquistar el gobierno de su entidad. Fundó la OLE, Organización para la Liberación del Estado, encargada de reunir (por medio de rifas, boteos y eventos especiales) los 5,000 millones de pesos que requeriría la campaña, y reclutar a los 25,000 simpatizantes (porcicultores, los llamaban) que vigilarían a los priistas el día de la elección.

La campaña de Fox duró 250 días. Mientras los candidatos del PRI, Ramón Aguirre Velázquez, y del PRD, Porfirio Muñoz Ledo, se encarnizaban uno contra el otro como gallos furiosos, el panista se esforzaba por sobrevolarlos, apelando inclusive a las potencias celestiales (solía insistir en que la religión es uno de los ejes del proyecto nacional). No trató de nadar contra la corriente neoliberal del gobierno federal: más bien, subrayó a cada paso que, con tanta marranada, no hay modelo que valga, y que para salvar no sólo la economía sino también el alma, primero hay que limpiar a fondo los establos. Según se vio en agosto en las urnas, a un alto porcentaje de guanajuatenses les encantó escucharlo. 


Tomado de: Baca, Pedro, y Guerra, María Julia: Los caudillos de la nueva oposición. I Vicente Fox. Contenido, noviembre de 1991, número 341. Editorial Contenido, S. A. de C. V., México, Distrito Federal, 1991)

miércoles, 21 de mayo de 2025

Los charros franchutes

 


Los charros franchutes 


Hacía principios de siglo [XX] se asentó a tal grado la influencia musical europea, que casi no se escuchaban más que canciones italianas y francesas (algunas de ellas hechas en México). La situación fue descrita por Manuel M. Ponce en estos términos: "La música vernácula agonizaba en las perdidas rancherías del Bajío... Sufría el desdén de los compositores más prestigiados y se escondía como chicuela avergonzada, ocultando su origen plebeyo a las miradas de una sociedad que solo acogía en sus salones a la música de procedencia extranjera y con título en francés. Hubiérase juzgado un enorme atentado contra su majestad el chic, la intromisión de una canción vulgar en el programa de una esplendorosa soirée." 

En 1901, el pianista y compositor Miguel Lerdo de Tejada, hombre extremadamente inquieto y emprendedor, fundó su Orquesta Típica y vistió de charros a sus músicos para distinguirlos de quienes sólo interpretaban música europea. Sin embargo, la tendencia imperante era tan fuerte que ni el mismo Lerdo de Tejada logró escapar de ella. Los músicos charros causaban admiración, pero de sus instrumentos seguía fluyendo música de estilo europeo. El propio Lerdo compuso muchas canciones (Perjura, la más popular de ellas) en las cuales la calidad es tan elevada como obvia su inspiración europeizante. 

Durante los últimos años del régimen de Porfirio Díaz, la Orquesta Típica de Miguel Lerdo de Tejada fue vista como fidelísima intérprete de la música mexicana e incluso viajó al extranjero con la misión de darla a conocer "en todo su valor". Pero esas pulcras interpretaciones no representaban la exaltación sino la mediatización de la canción popular de México.


(Tomado de: Morales, Salvador y los redactores de CONTENIDO - Auge y ocaso de la música mexicana. Editorial Contenido, S.A. México, 1975)

lunes, 31 de marzo de 2025

Música de trinchera


 

Música de trinchera 

Mientras empezaban a confluir en la ciudad de México los primeros miembros de una bohemia magnífica que haría historia en la música mexicana, la Revolución desataba un intenso nacionalismo musical que era también expresión de rebeldía contra el exagerado afrancesamiento de la estirada sociedad porfiriana. 

Allá en la ensangrentada campiña los "Dorados", los "Pelones" y las soldaderas llenaban sus ocios y ahuyentaban el temor con canciones frescas y alegres como Cielito lindo, satíricas como La cucaracha, apasionadas como La Valentina y La Adelita o profundamente nostálgicas como la Canción Mixteca, que empezó a difundirse hacia el fin de la lucha. 

Asimismo, al quedar por fin relegadas las modas europeizantes, saltaron al primer plano algunas tonadas ya viejas para entonces, como Las tres pelonas, compuestas en 1893, y La barca de oro, cuyo autor había muerto en 1892. No menos extraordinario fue el resurgimiento "revolucionario" de la marcha Zacatecas estrenada en 1893. 

Pero su majestad el vals se negaba a rendirse y contraatacó con obras tan inspiradas como Río Rosa y Alborada, del duranguense Alberto Alvarado; Club verde de Rodolfo Campodónico; y sobre todo Ojos de juventud, con música de Arturo Tolentino y letra de Gus Águila. 

Fueron estos los últimos fulgores del vals, único género en el que los músicos mexicanos habrían logrado descollar.

Para divertir a Villa 

Las tres pelonas fue obra de Isaac Calderón, a quien le pareció muy gracioso el aspecto de sus tres hijitas que habían perdido el pelo a consecuencia de la epidemia de tifo que azotó al país en 1892. 

Nacido en 1860 en tierras michoacanas, Calderón era un hombre de aspecto enfermizo y suaves modales. Sin embargo, no vaciló en tomar las armas y participar en varios combates de la Revolución, aunque al iniciarse el conflicto ya pasaba de los 50 años y poseía un sólido prestigio como compositor y director orquestal. 

Varios cronistas de la época refieren que Las tres pelonas se cantaba con gran frecuencia entre los revolucionarios; más aún, el máximo admirador de la canción era Pancho Villa, quien gustaba de alegrarse haciéndola tocar una y otra vez, en ocasiones por espacio de horas enteras. Y entre sus "Dorados" era una de las tonadas más populares. 

Ingratas fueron, paradójicamente, las regalías que pagaron los villistas a Calderón. En 1915 una partida de ellos lo capturó y lo fusiló sumariamente en un pueblo de Guanajuato, sin imaginar siquiera que se trataba del compositor favorito de su jefe. Calderón murió sin pedir clemencia. Y -piensa uno- tal vez habría podido salvar su vida con solo identificarse como autor de Las tres pelonas

Periodista y trovador 

En 1892, al morir Arcadio Zúñiga en un pleito callejero, como correspondía a su existencia tormentosa, solo tenía un par de años de haberse dedicado en ratos de ocio a componer canciones. Tenía a su muerte apenas 34 años de edad y su actividad principal era el periodismo de batalla, que le había acarreado incontables persecuciones y sobresaltos. 

Tanto en Guadalajara como en Colima fundó diversos periódicos de tono vitriólico y vida breve. En esta última ciudad empezó a desarrollar sus dotes musicales, alternando la pluma mordaz con la guitarra de canto siempre suave y melancólico. 

Como si supiera que le quedaba poco tiempo, en los últimos dos años de su vida compuso un buen número de canciones y alcanzó a ver cómo varias de ellas se hacían populares en la región. Pero su triunfo máximo lo obtuvo casi 20 años después de muerto, cuando su obra cumbre, La barca de oro, se difundió por todo el país y mantuvo su popularidad durante varias décadas. 

Luces y sombras del "Cielito Lindo"

-¿El Cielito Lindo muy mexicano? Ni pensarlo. ¡Es andaluz! -expresó la investigadora Margit Frenk Alatorre hace varios años en una entrevista periodística. Y agregó-: Si no, dígame, ¿dónde está la Sierra Morena? Ese cantar vino de España y es del siglo XVIII o posiblemente de antes. ¡Quién lo sabe!

Y para corroborar su dicho, extrajo de su archivo una tarjeta con una sorprendente estrofa: 

Por el Andalucía vienen bajando 

dos ojuelos negros de contrabando…

Desde que el Cielito lindo empezó a correr de boca en boca durante la Revolución hasta popularizarse en todo el país y lograr después una extraordinaria difusión mundial, la polémica en torno a la canción fue constante. Por un lado, hay quien asegura, como Margit Frenk Alatorre, que se trata de un viejo cantar español anónimo. Abundan también quiénes opinan que es, efectivamente, un antiguo cantar anónimo, pero nacido en México. En Alemania hay un buen número de musicólogos que juran que la canción es de algún ignorado compatriota suyo. Y todas estas "facciones" tienen pruebas o al menos argumentos que se antojan válidos. 

Lo cierto es que Cielito Lindo está registrada a nombre de Quirino Mendoza con el número 45701 en la Sociedad de Autores y Compositores, entidad que durante años recibió regalías de todo el mundo por su explotación comercial. Hasta que la melodía pasó al dominio público. Estas regalías permitieron a Mendoza una cierta holgura económica en sus últimos años de vida y aún después de su muerte representaron un considerable beneficio para sus descendientes. 

Hace tiempo, en una entrevista, su nieta, Gloria Mendoza de Moreno, declaró en su calidad de beneficiaria de las regalías: -El Cielito Lindo lindo era la canción de mi abuelo que más producía; algunas veces llegué a cobrar hasta 5,000 pesos cada cuatro meses en la Sociedad de Autores y Compositores. Después la pasaron al dominio público y las liquidaciones se redujeron a dos o trescientos pesos.

En cuanto al probable origen español del Cielito lindo, exclamó airadamente: -Mi abuelito no se refería a ninguna "Sierra Morena", sino a su esposa, que era de tez morena y que le inspiró la canción. 

Según estas palabras, la estrofa no decía en realidad: 


De la Sierra Morena, vienen bajando 

un par de ojitos negros, cielito lindo, de contrabando


Sino más bien: 


De la sierra, morena, vienen bajando…


Lo cual, decididamente, parece un tanto absurdo. 

Mendoza nació en el seno de una familia muy humilde en Tulyehualco, D. F., el 10 de mayo de 1858. Aunque su destino parecía estar en la agricultura, él se dedicó a la música y aprendió a tocar varios instrumentos. Sus primeros trabajos musicales fueron como organista de las iglesias de la región. Después ingresó al ejército y más tarde al magisterio. Según la narración de su nieta Gloria, era maestro rural cuando se enamoró de una maestra llamada Catalina Martínez, quien tenía un lunar cerca de la boca. Así, Quirino le cantaba: 


Ese lunar que tienes, cielito lindo, junto a la boca 

no se lo des a nadie, cielito lindo, que a mí me toca. 


Un mar de partituras y silencio


Quirino y Catalina se casaron y tuvieron tres hijos. Mendoza sostuvo trabajosamente a la familia enseñando solfeo y componiendo música "sobre pedido". Produjo una gran cantidad de piezas: 73 himnos, 102 canciones, pasodobles, foxes y marchas, 57 cantos escolares, 50 huapangos, polcas, mazurcas y chotises, y dos cantos religiosos. Sólo dos o tres de ellos llegarían a popularizarse. 

Según sus descendientes, Mendoza se mantuvo hasta su muerte inmerso en un mar de partituras, sin hacer nunca el menor comentario escrito o verbal acerca de las constantes acusaciones de plagio que se le lanzaban. Sin embargo, se dice que lo mató una broma al respecto. Cuenta su nieta Gloria: 

-El 10 de noviembre de 1957 exactamente 6 meses antes de cumplir un siglo de vida mi abuelito recibió la visita de un amigo suyo quien le dijo en broma: "Quirino, dicen que te van a meter a la cárcel porque te apropiaste del Cielito lindo, de Jesusita en Chihuahua y de Honor y gloria." Mi abuelo, aunque sabía que era broma, se enfureció. Trató de levantarse de su asiento y no pudo. En ese mismo momento una embolia cerebral le cortó la vida, lo enterramos poco después. 


Una cucaracha de padre desconocido 


Investigaciones infructuosas y discusiones acaloradas tampoco han aclarado el origen de otras canciones que alcanzaron gran popularidad entre los revolucionarios. Así, por ejemplo, de la famosísima La cucaracha se ha dicho que es originaria lo mismo de Tamaulipas que de Morelos, Campeche o Yucatán. 

Lo único que se sabe a ciencia cierta es que los carrancistas la conocieron en 1914, a poco de haber tomado la ciudad de Monterrey, y la difundieron por toda la nación. Pronto se convirtió en una de las tonadas favoritas de los villistas. Quien dio a conocer La cucaracha a los revolucionarios fue un periodista desempleado que se ganaba la vida tocando el piano en las cantinas regiomontanas. Rafael Sánchez Escobar se llamaba y refería que su madre -quien a su vez la había aprendido de una tía- le cantaba la curiosa canción cuando era niño. 


La canción de Valentina Gatica 


También en 1914 saltó a la fama La Valentina, de la que por vagas referencias se piensa que nació en Sinaloa hacia 1909, de autor anónimo. Unos cinco años más tarde se aplicó a una muchacha llamada Valentina Gatica, quien parecía hecha a la medida de la canción, o viceversa. 

Valentina era la guapa hija de un asistente del general Álvaro Obregón que, al morir su padre en la lucha, tomó el fusil y combatió como parte de la tropa durante varios años, con lo cual se convirtió pronto en una figura muy popular. Relatan los cronistas de la época que era una rara combinación de belleza y valentía, y que la asediaban desde generales hasta reclutas. Uno de tales cronistas comenta: "De no ser porque su nombre coincidía con el de la canción, habríasele aplicado con mayor acierto La Adelita, pues no solo era una "moza valiente" y "popular entre la tropa", sino que también "el mismo general la respetaba" y acaso aspiraba a sus favores.”


¿Quién fue La Adelita?


En cuanto a La Adelita, las discusiones y las dudas no son menores. Hay quienes sostienen que la canción fue escrita en Tampico, en 1915, por un capitán carrancista llamado Elías Cortázar, en honor de una joven del lugar que nunca correspondió a su amor. Se afirma que el capitán murió en combate y que la canción, tras sufrir algunas modificaciones, se popularizó entre los combatientes de las diversas facciones revolucionarias. 

Hay una segunda versión según la cual el autor fue el sargento carrancista Antonio del Río Armenta y la inspiración una enfermera llamada Adela Velarde Pérez. 

Adela Velarde murió en 1971, y hasta el último de sus días aseguró que la auténtica Adelita era ella. Para apoyar su aseveración mostraba una carta autógrafa del finado arzobispo metropolitano Luis María Martínez, que dice: "Para la auténtica Adelita, con mi bendición." O bien un decreto presidencial de 1963 en el que se le concedía una pensión por sus servicios prestados a la Revolución y una nota periodística en la que se decía que el Senado la había reconocido como la verdadera Adelita. Las pruebas, por supuesto, distan mucho de ser irrefutables. Con todo, si no era la auténtica Adelita, merecía serlo. A los 71 años de edad seguía siendo una mujer muy bien puesta, con rastros aún de la belleza de su juventud. Animada, sonriente, bien maquillada y con aretes de Adelita según la versión de José G. Cruz, parecía no conceder importancia al hecho de que padecía cáncer incurable. Era hija de una acaudalado comerciante de Ciudad Juárez, y entre sus ancestros se contaban varios revolucionarios españoles y el célebre luchador juarista Rafael Dondé. Todavía no cumplía 14 años cuando "le entraron unas ganas locas de irse a la Revolución", después de charlar con una exmaestra de escuela que había fundado el cuerpo de enfermeras de la Cruz Blanca. Y como el padre le negó airadamente el permiso ella, se fugó del hogar. El 7 de febrero de 1913 Adelita quedó incorporada a las tropas carrancistas del Coronel Alfredo Breceda. 

Aprendió a curar heridos y le tocó presenciar muchos combates: Camargo, Torreón, Parral, Santa Rosalía...

Adela decía haber conocido a Antonio del Río Armenta en plan de amigo y compañero, y afirmaba haberlo oído tocar en su organillo de boca una canción cuyo título y letra sólo conocería tiempo después: La Adelita. Según Adela, Antonio murió cuando corría al río en medio de una balacera para llevar agua a un herido. Ella corrió a auxiliarlo y él le dijo: -Ya me tocó a mí, Adelita. Estoy peor que coladera. Busque en mi mochila. Ahí tengo música escrita... para usted.

-Minutos antes de morir me declaró su amor. Murió en mis brazos. Sólo entonces supe que me había convertido en protagonista del corrido más popular de la Revolución -narraba Adela, sin advertir el fuerte olor a telenovela que despedían sus palabras. Tras el asesinato de Carranza, Adela Velarde regresó a Ciudad Juárez con un niño de la mano "a tragarme el platillo fuerte de pedir perdón a mi padre", según decía. Luego se trasladó a la ciudad de México, donde trabajó 32 años en la oscuridad de un puesto burocrático en la Secretaría de Industria y Comercio. En 1965 contrajo matrimonio con el coronel Alfredo Villegas, que tenía a la sazón 75 años y vivía en Del Río, Texas, a donde se llevó a vivir a Adela. Ésta murió en un hospital de San Antonio, Texas, tres días antes de cumplir los 71 años. 

Otras melodías revolucionarias 

Lo mismo que Arcadio Zúñiga, autor de La barca de oro, el músico zacatecano Genaro Codina alcanzó la fama nacional después de muerto y con una sola pieza: la marcha Zacatecas. Codina, que murió en 1901, estrenó esta marcha en 1893. Aunque al poco tiempo los zacatecanos la adoptaron entusiastamente como su himno, sólo después de 1910 ganó popularidad gracias a los revolucionarios, en particular los villistas. 

Una vez pasada la ola revolucionaria, gozo de enorme popularidad la fina canción de Marcos Jiménez: Adiós, Mariquita Linda. Y en 1917 empezó a difundirse por todo México una melodía hondamente nostálgica: La Canción mixteca, del oaxaqueño José López Alavés, con sus estrofas:

¡Oh, tierra del sol!

Suspiro por verte, ahora que, lejos 

yo vivo sin luz, sin amor 

y al verme tan solo y triste 

cuál hoja el viento 

quisiera llorar, quisiera morir 

de sentimiento. 

La canción que completa el grupo de las más populares en aquellos años es La pajarera, tomada de autor desconocido que transcribiera Manuel M. Ponce, el músico a quien se considera ampliamente como el creador de la canción mexicana moderna.


(Tomado de: Morales, Salvador y los redactores de CONTENIDO - Auge y ocaso de la música mexicana. Editorial Contenido, S.A. México, 1975)

lunes, 27 de enero de 2025

Nacimiento y auge de la música mexicana I

 


Nacimiento y auge 

I

Romances, chuchumbés y jarabes 


La primera canción que podría llamarse "mexicana" -al menos por su lugar de nacimiento- fue tal vez un romance que los soldados españoles dieron encantar después de la Noche Triste:


 En Tacuba está Cortés con su escuadrón esforzado;

triste estaba y muy penoso, triste y con gran cuidado; 

la una mano en la mejilla y la otra en el costado.


 Los conquistadores, que tenían muy arraigada la costumbre de cantar sus aventuras, sus triunfos y sus desdichas en coplas a veces sentimentales, a veces picarescas, dieron así origen a las primeras canciones nacionales. Los indígenas casi no tuvieron oportunidad de contribuir a la formación y desarrollo del género, entre otras razones porque sus instrumentos -la chirimía, el teponaztli y el huéhuetl- fueron proscritos por los cazadores de idólatras, dado su uso eminentemente ceremonial. Además, los conquistadores -más preocupados por borrar todo vestigio de la cultura nativa que por conocerla- pronto relegaron al olvido la música indígena que, por el simple hecho de ser distinta la suya, consideraron inferior. 

En 1523, humeantes todavía las ruinas de la gran Tenochtitlán; fray Pedro de Gante fundó en Texcoco la primera escuela de música de la Nueva España. El ejemplo cundió a tal extremo, que en la mayoría de las iglesias edificadas en los años siguientes se establecieron escuelas de música o por lo menos de canto. Por supuesto, el género primordial que en ellas se cultivaba era la música sacra. 

A fines del siglo XVI y principios del XVII, mientras la música popular se desarrollaba poco menos que clandestinamente, en medio de prohibiciones y anatemas eclesiásticas, la ciudad de Puebla se convirtió en el gran centro novohispánico de la música barroca. Surgieron entonces varios compositores cuyas obras aún hoy son consideradas como ejemplo notable del género por los eruditos europeos y norteamericanos, pues en México se desconocen casi por completo. 

A partir del siglo XVIII, el empuje popular en materia musical llegó a ser tan grande que empezó a desbordar las rígidas costumbres y estructuras sociales establecidas por los españoles. Así, no hubo barreras que lograran impedir que criollos y mestizos desarrollaran y manifestaran gustos propios. 

De acuerdo con las investigaciones del musicólogo Vicente T. Mendoza, ya en 1684 había aparecido el primer corrido popular mexicano: Las coplas del tapado. El título alude a un misterioso personaje de la época llamado Antonio de Benavides. La primera mención del género se encuentra en el Diccionario de Autoridades (1729), que define el corrido como: "Cierto tañido que se toca en la guitarra, a cuyos son cantan las llamadas jácaras. Diósele este nombre por la ligereza y velocidad con que se tañe.”

Poco tiempo después, en el mismo siglo XVIII, el auge del comercio de esclavos determinó el surgimiento de los primeros ritmos afroantillanos. Pronto, el caribeño chuchumbé tomaría por asalto a la Nueva España tal como lo harían posteriormente y de tiempo en tiempo, otros géneros de idéntico origen, hasta culminar en época recientes con la avasalladora incursión del Mambo de Pérez Prado. 

Aunque la música del chuchumbé se perdió completamente como aconteció con casi todas las composiciones populares de la Colonia, los archivos de la Santa Inquisición conservan muchas de sus coplas henchidas de picardía. Y llegaron hasta ahí porque los inquisidores hicieron acopio de ellas como pruebas para prohibir este género "escandaloso, obsceno, ofensivo para oídos castos, que se baila con meneos, manoseos y abrazos, a veces barriga contra barriga”.


La primera canción de protesta 

Tal como sucedería en épocas posteriores con las cantinas, en la segunda mitad del siglo XVIII las pulquerías del altiplano se convirtieron en los principales focos de difusión de la música popular, no sin recibir por parte de los eclesiásticos el calificativo de "imagen e idea viva del infierno". Y, efectivamente, hacia 1770 los asiduos de estos "tugurios demoníacos" bailaban como alegres condenados sones tales como La cosecha o El pan de jarabe, catalogados por los inquisidores como "lo peor que puede inventar la malicia". De El pan de jarabe se conservan algunas coplas picantes: 


Esta noche he de pasear con la amada prenda mía, 

y nos hemos de holgar hasta que Jesús se ría. 

Ya el infierno se acabó, ya los diablos se murieron;

ahora sí, chinita mía, ya no nos condenaremos. 


Otros ritmos que florecieron a finales de la época colonial son el sacamandú y el pan de manteca, ambos subversivos y nacidos de la creciente rebeldía contra el orden impuesto y las autoridades establecidas. El mismo carácter tuvieron muchos sones, seguidillas, tiranas, chimizclanes, catacumbas, fandangos y súas, géneros que proliferaron en la época. De todos ellos sólo el jarabe merecía la aprobación de las autoridades civiles y eclesiásticas, pues las parejas lo bailaban "pudorosamente separadas". Según se sabe, este ritmo se interpretaba con jaranitas de cinco cuerdas, salterios, arpas y bandolones. 

Al estallar la guerra de independencia los ritmos proscritos se convirtieron en verdaderos himnos de la insurgencia, en calidad de alegres "canciones de protesta". Muy popular se hizo, por ejemplo la Canción de Apodaca, que en dos de sus versos decía: 


Señor virrey Apodaca: ya no da leche la vaca…


Años más tarde al consumarse la independencia y erigirse emperador Agustín de Iturbide, el ingenio popular dedicó a éste algunas coplas irónicas: 

Soy soldado de Iturbide, 

visto las Tres Garantías, 

hago las guardias descalzo 

y ayuno todos los días…


¡Europa, Europa! 

Abierto luego el país a las influencias del mundo entero, en los primeros años de vida independiente se registró una verdadera invasión de mazurcas, polcas, cracovianas y redovas, provenientes de la región de Bohemia. Esto explica las similitudes entre la música norteña mexicana y la de aquellas tierras centroeuropeas. 

Otra corriente que tuvo gran influencia fue la Italiana; su vehículo eficaz fueron las compañías de ópera que constantemente llegaban al país para recorrerlo en triunfo. Este influjo resultó tan poderoso que matizó fuertemente casi toda la producción de música fina en México a lo largo del siglo XIX. Puede decirse que todo compositor de cierta relevancia aspiraba a crear y ver en escena por lo menos una ópera "italiana" hecha en México. 

En descargo de aquellos compositores hay que decir que el medio musical mexicano de los primeros años independientes se hallaba frente a dos posibilidades que no satisfacían sus anhelos: por una parte la música sacra que durante tres siglos había sido poco menos que el único camino abierto para el músico con aspiraciones; por otra, la música popular a la que no era posible quitarle de pronto la etiqueta de "género ínfimo, deleznable y digno de la peor especie de gente" que también durante tres siglos le impusieron las autoridades virreinales. 

No quedaba otro recurso que volver los ojos a los géneros europeos mientras se creaban o se decantaban los propios. Esta situación se prolongó durante más de un siglo. Todavía a principios del siglo XX, las polémicas de los músicos mexicanos giraban alrededor de la adopción de tal o cual estilo europeo. 

Uno de los máximos impulsores de la nueva tendencia italianizante -aunque él mismo limitó su producción a la música sacra- fue Mariano Elízaga, quien ya desde los cinco años de edad maravillaba a la corte virreinal con sus prodigiosas interpretaciones en el clavicordio. Muy joven todavía, Elízaga fue maestro de capilla en la corte de Iturbide y profesor de música de la emperatriz. Al caer el Imperio, volvió a su natal Morelia y fundó allí el primer conservatorio de música del país. 

A continuación aparecieron en la capital varias academias musicales como las de José Antonio Gómez y Joaquín Beristáin. Éste, muerto a los 22 años, fue otro niño prodigio que a los 17 años ya era director de la Orquesta de la ciudad de México. 

Gómez fue compositor e intérprete de música sacra hasta 1839, año en que decidió buscar fuentes de inspiración en la música popular. Sus estilizadas transcripciones de jarabes y sobre todo sus Variaciones sobre el tema del jarabe mexicano llevaron por primera vez este ritmo del pueblo a los salones elegantes y dieron lugar a una corriente nacionalista que aunque débil, a partir de ese momento se mantendría con vida. 

Y mientras la música fina sumaba influencias y buscaba cauces, la inspiración popular seguía produciendo tonadas tan ingeniosas como desenfadadas. En 1847, al ocurrir la invasión norteamericana, se popularizaron canciones como Las margaritas, en la que se aludió a las muchachas "colaboracionistas" que aceptaban invitaciones de los soldados invasores: 


Una margarita 

de esas del portal 

se fue con su yanqui 

en coche a pasear. 


Años después, la Intervención Francesa sirvió de marco para que se impusieran arrolladoramente otras canciones. Los cangrejos, con letra de Guillermo Prieto, sirvió para hacer mofa de los conservadores que pretendían "marchar para atrás". Sobre todo, Mamá Carlota fue una especie de himno de los chinacos patriotas, que la cantaban en masa cuando entraron a Querétaro y tomaron prisionero a Maximiliano de Habsburgo. La música es de oscuro origen español, y la letra la compuso el general y literato Vicente Riva Palacio, cuando recibió noticias de que la emperatriz había partido en viaje a Europa buscando ayuda para su infortunado esposo. Es, sin duda, la "canción de protesta" más vibrante que se ha producido en México. Dicen algunos de sus versos: 


Alegre el marinero 

con voz pausada canta 

y el ancla ya levanta 

con extraño rumor.

La nave va en los mares 

botando cual pelota.

Adiós, mamá Carlota.

Adiós, mi tierno amor.


De la remota playa 

te mira con tristeza 

la estúpida nobleza 

del mocho y el traidor.

En lo hondo de su pecho 

ya sienten la derrota.

Adiós, mamá Carlota.

Adiós, mi tierno amor.


(Tomado de: Morales, Salvador y los redactores de CONTENIDO - Auge y ocaso de la música mexicana. Editorial Contenido, S.A. México, 1975)

lunes, 6 de noviembre de 2023

El terrible culto a la Santa Muerte

 


El terrible culto a la Santa Muerte


NO ES ACEPTADA POR LA IGLESIA CATÓLICA PERO ESTA DEVOCIÓN SE HA EXTENDIDO ENTRE LAS PERSONAS QUE BUSCAN PROTECCIÓN CONTRA SUS ENEMIGOS Y HASTA SOLICITAN FAVORES MUY ESPECIALES.


Por Mario Ostos

La llamada Santa Muerte, a menudo identificada con delincuentes, santería y ritos heterodoxos, ha logrado posicionarse en la fe de millares de mexicanos, al punto de que su culto se extiende poco a poco por gran parte del territorio nacional y otros lugares del mundo. Incluso muchos pretenden que este fervor sea reconocido como una doctrina institucional.

¿De dónde viene este entusiasmo por la muerte?

Para los mexicanos no es algo nuevo: la adoración y petición de favores se remonta a los tiempos previos a la Conquista, cuando cada cultura prehispánica tenía un apartado muy especial para ofrecer tributos a los fenómenos de la naturaleza. Los orígenes exactos de cómo empezó la adoración no son localizables; sin embargo, en México desde hace más de 3,000 años existe un tipo de culto festivo a la muerte. Las antiguas culturas la concebían como algo necesario para todos los seres de la naturaleza.

Mictecacíhuatl, para los mexicas; Yum-Kimil, HunAhau, para los mayas, los dioses de la muerte estaban presentes en las culturas precolombinas. Una vez terminada la Conquista, el culto se mantuvo en secreto con la instauración del cristianismo como religión única. Empero, la veneración por la muerte continuó discretamente.

"La Santa Muerte, como hoy la conocemos, apareció en Hidalgo en 1965 -apunta el periodista José Gil Olmos- y su culto está muy arraigado en los estados de México, Guerrero, Veracruz y el Distrito Federal. Su crecimiento ha sido tal que se posiciona a la altura de otros grandes personajes como los santos católicos".


CÓMO NACIÓ EL CULTO A LA SANTA MUERTE

Se originó en un barrio del poblado de Tepatepec, cabecera del municipio Francisco I. Madero, ubicado a 49 kilómetros de Pachuca y antiguamente habitado por indígenas otomíes. Todo empezó cuando murió una mujer otomí de 65 años, conocida con el nombre de Albina y famosa en el rumbo por las "curaciones milagrosas" que realizaba: ella tenía en su casa una efigie que los devotos consideraban la verdadera imagen de la Santa Muerte: un esqueleto de madera de un metro de alto, al que Albina reverenciaba, y muchos feligreses del pueblo aseguran que representa a San Bernardo. Tras la muerte de la india Albina, sus sobrinos comenzaron a transportar la efigie de madera por el poblado "haciendo toda clase de conjuros raros para perjudicar y matar gente", según dicen los escépticos del singular culto. Tiempo después, un sacerdote del lugar, alarmado por la actividad de los hermanos, confiscó el esqueleto, lo vistió de blanco, lo encerró en una vitrina y lo entronizó en la iglesia de San Agustín, donde la supuesta representación de San Bernardo desplazó a los otros santos y empezó a ser visitado por centenares de peregrinos que le ofrendaban veladoras negras y exvotos de oro y plata (ver: Los hidalguenses que le rezan a la Santa Muerte, Contenido, Nov. 1995).

Los templos se fueron multiplicando: La Noria, Zacatecas, seguidos de Yanhuitlán, Oaxaca, el "santuario" nacional de Tepito, en el Distrito Federal, San Pascualito, en Chiapas, Tultitlán, en el Estado de México, y el controvertido santuario de David Romo Guillén, cuyo rito desagradó a quienes lo seguían, por la notoria influencia santera que incluyó, al grado de cambiar a la Santa Muerte por un ser encarnado llamado Ángel de la Muerte.

Aunque son muchas la representaciones que existen de la muerte, así como los nombres que ha tenido a lo largo de la historia, en la actualidad la más aceptada es la imagen esquelética vestida con una túnica, que porta una guadaña, una balanza y el mundo. Sus fieles la festejan en dos fechas principales: el 15 de agosto y el 1° de noviembre. Comparte varios varios elementos de la fe cristiana, en su honor se hacen procesiones y se dicen oraciones; otros optan por erigirle un altar propio en su hogar, oficina o negocio, para sentirse protegidos por ella. En los altares, además de la estatuilla, se le rodea de ofrendas diversas, entre las cuales se encuentra arreglos florales, frutas, inciensos, vinos, monedas, dulces y golosinas, además de velas, cuyo color varía según la petición hecha.

A "La Niña Blanca" se le solicitan milagros relacionados con el amor, la salud o el trabajo, pero también se le piden favores por fines distintos, como la venganza y la muerte.


CULTO IGUALADOR

Tener fe en la Santa Muerte no es cuestión de posición económica, nivel educativo o a lo que se dedique una persona. Entre sus feligreses se encuentran desde vendedores ambulantes, políticos, líderes sindicales, ex secretarios de gobierno o narcotraficantes.

El periodista José Gil Olmos, relata en su investigación que personajes como María Félix, la bailarina y cantante cubana Niurka, Amado Carrillo Fuente, "El señor de los cielos", la ex lideresa sindical del magisterio Elba Esther Gordillo, el ex gobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz, el ex secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, entre otros, son algunos de los de los casi 2 millones de fieles que hay en México, de la también llamada "La Flaquita".


EXPRESIÓN DE CONTRACULTURA

la Santa Muerte es reverenciada, pero su culto y ritos han sido criticados y hasta prohibidos por la Iglesia católica, debido a las diferentes efigies de la escultura de un cuerpo esquelético cubierto por una túnica. Recibe ofrendas tales como puros, alhajas y hasta vestidos de novia, de quienes la invocan para conseguir marido. Hoy la veneración a La Niña reúne a narcotraficantes y otros delincuentes entre sus más fieles seguidores.

Apenas el año pasado, en mayo de 2013, la Arquidiócesis de México calificó el culto de la Santa Muerte como "blasfemo", además de asegurar que no se puede calificar como una religión o ramificación de la Iglesia católica.

El sacerdote Hugo Valdemar, director general de Comunicación Social de la Arquidiócesis de México, señaló que este rito a la muerte tampoco es "cultura" ya que desde el ámbito eclesial, lo que busca es la "destrucción del ser humano". La explotación de esta figura como una religión no mantiene siquiera una jerarquía y su culto procede de la ignorancia, afirma.

"No hay una jerarquía que la guíe, sino que se hace de una manera muy popular, y se extiende por la ignorancia de la gente que cree que es una devoción más, pero no lo es, y está en contradicción con la misma fe. No es posible rendir culto a la Santa Muerte y pretender tener una fe católica", señala Valdemar.

Por su parte, el cardenal Gianfranco Rabasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, indicó que el crimen organizado utiliza elementos como la muerte para borrar los valores de las relaciones humanas: "Primero, hay que aclarar a las jóvenes generaciones que la mafia, el crimen organizado y el narcotráfico no son religiones, a pesar de que la Santa Muerte se use de forma religiosa, pero no son religiones. Son, en efecto, un elemento blasfemo. Segundo, el crimen organizado no es cultura, sino anticultura, porque niega todos los valores humanos, sociales y culturales", expresó el cercano colaborador del Papa Francisco.


GUSTO POR LA CLANDESTINIDAD

precio de la gran cantidad de seguidores que ha sumado durante los últimos años en nuestro país, los intentos de institucionalizarse no han prosperado, en parte por sus propios líderes, que según los feligreses, se han encargado de ver en la creación de una "basílica" un negocio.

En 2005 las autoridades cancelaron su registro de grupo religioso bajo el argumento de que violó sus propios estatutos.

Al haber registrado un objeto de culto y dedicarse a otro, se afecta gravemente el objeto de la asociación religiosa y se les retira el registro en garantía de las personas que profesan esta confesión", esgrimió Armando Salinas Torre, entonces subsecretario de Población, Migración y Asuntos Religiosos, de la Secretaría de Gobernación.

Gil Olmos expone en su libro acerca de la Santa Muerte, que en 2008 David Romo Guillén, luego de haber perdido la licencia para rendir culto a la "Virgen de los olvidados", intentó darle un giro a la creencia y crear una parroquia para adorar al Ángel de la Muerte, pero esto no gustó a los fieles, principalmente porque Romo mostró gran voracidad, pues comenzó vendiendo criptas en 20,000 pesos, además de que sus "socios" eran los mismos que comercializaban estampas, estatuas y veladoras para la Santa. Esto fue tomado como un abuso por los adeptos que siguen prefiriendo la clandestinidad.

El cada vez más popular culto está dedicado, como exponen los expertos, a ofrecer un lugar a todos aquellos que han sido rechazados por la Iglesia católica: homosexuales, alcohólicos, drogadictos y criminales. Esta es una de las razones por la que ha adquirido tanta fuerza. Sus seguidores consideran que "es una mensajera que lo mismo que se lleva a un hombre pobre, que a un rico, a un niño o a un anciano".

La Santa Muerte se diferencia del resto de los santos no reconocidos por la Iglesia católica (como Jesús Malverde), en que no es una deidad que nazca de un personaje vivo, sino un símbolo y una tradición que conjuga costumbres prehispánicas y europeas.

La devoción hacia ella está definida por sus fieles como un culto popular al margen de la Iglesia católica: "Es una expresión del pueblo al que cohesiona y otorga identidad", expone la antropóloga Katia Perdigón.

La adoración a "La Flaquita" está lejos de terminar, coinciden los expertos, es un culto que seguirá creciendo más allá de cualquier moda. La muerte está más viva que nunca, sentencia José Gil Olmos.


LOS COLORES DE LA SANTA

*Blanca, salud y para los niños

*Negra, fuerza y poder

*Morada, para abrir caminos 

*Café, para contactar espíritus del más allá 

*Verde, para mantener unidos a los seres queridos 

*Roja, para el amor 

*Amarilla, para la buena suerte 

*Azul, para la vida profesional 

*Dorada, éxito económico y atracción del dinero 

*Ámbar, para la salud y la pronta rehabilitación.



(Tomado de: Ostos, Mario: El terrible culto a la Santa Muerte. Contenido No. 616. Editorial Contenido, S. A. de C. V. México, D. F., 2014)

lunes, 4 de septiembre de 2023

Salinas de Gortari III ¿fue vendepatrias?

 


Segunda parte 

Su México

3

¿FUE VENDEPATRIAS?

El cargo de vendepatrias, enderezado contra Salinas sobre todo después de que empezó a negociar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, tampoco tiene base firme de sustentación. En esencia, el tratado consiste en que se otorgaron fuertes disminuciones o exenciones de impuestos sobre 5,900 artículos que los países socios pueden exportar a México, pero en cambio México obtuvo el privilegio de exportar al norte con fuertes rebajas impositivas 7,300 de sus propios artículos. En cualquier otro país el TLC habría sido recibido con regocijo, por ofrecer un acceso privilegiado a los mercados más ricos del mundo; en México fue visto como una cesión de soberanía. En otros países se habrían apresurado a incrementar la producción de los artículos para exportarlos en grande; en México nos limitamos a lloriquear por los peligros que ofrecía la importación masiva de productos extranjeros.

Alguien hasta equiparó el TLC con el Tratado McLane-Ocampo, mediante el cual Benito Juárez otorgó a Estados Unidos el derecho de tránsito de Nogales a Guaymas, Son., por la vía de Hermosillo; el mismo derecho para otra ruta que iría de Matamoros, Tamps., a Mazatlán, Sin., por Monterrey y Saltillo, y todavía el derecho a pasar del golfo de México al océano Pacífico por el istmo de Tehuantepec. Se facultó asimismo a Estados Unidos para proteger con sus fuerzas armadas tanto las rutas del Norte como la ístmica siempre que lo juzgase necesario, corriendo los gastos por cuenta de México. Además se otorgaron concesiones aduaneras que de hecho permitirían al gobierno de Washington fijar los impuestos de exportación e importación entre los dos países (El Tratado McLane-Ocampo jamás entró en vigor por haberlo rechazado los legisladores de Washington, entre los cuales privaba la opinión de que Juárez carecía de autoridad y recursos para imponérselo al pueblo mexicano).

El hecho de que se haya equiparado el TLC con el Tratado McLane-Ocampo refleja la terrible ignorancia histórica que se padece en México, gracias a la cual mucha gente considera muy patriótico pasarse el día despotricando contra los yanquis y alentando contra el inminente peligro que corre el territorio mexicano de ser anexado a Estados Unidos. Este delirio de persecución impide trazar una estrategia defensiva contra los afanes de dominio que, por supuesto, tienen los yanquis: para quitarse de hipocresías habría que pensar un poco en lo que pudo haber hecho México si la fuerza hubiera estado históricamente de su lado.

El antiyanquismo nació en la Nueva España, como producto de la xenofobia característica de los españoles de aquel tiempo, quienes consideraban que todos los extranjeros eran herejes empeñados en corromper las buenas costumbres de la sociedad hispánica. Lejos de temer al imperialismo, los primeros antiyaquis se consideraban superiores a sus vecinos del norte porque en la Nueva España funcionó la primera imprenta de América (aunque a principios del siglo XIX sólo había cuatro imprentas en todo el virreinato y éstas publicaban únicamente novenas, devocionarios y vidas de santos, mientras que en el norte se hacían grandes tirajes con los libros más avanzados de la época); y porque en México existía una de las primeras universidades del continente (la cual conservaba los planes de estudios del siglo XVI, mientras que en Estados Unidos ya habían despuntado universidades tan modernizantes como las de Harvard y Yale).

Por su parte, los imperialistas yanquis surgieron desde fines del siglo XVIII: eran hombres como el estadista Thomas Jefferson, uno de los primeros en prever que las desorganizadas colonias españolas de América iban a quedar a merced de los nacientes Estados Unidos; y aventureros como el ex vicepresidente Aaron Burr, quien en 1804 trató de formar una disparatada expedición para expulsar a los españoles y proclamarse rey de México.


Los protoimperialistas yanquis basaban sus ideas en hechos tan palpables como los siguientes:

*En 1767 los españoles sofocaron un motín popular que estalló en el norte de Guanajuato y San Luis Potosí para oponerse a la expulsión de los jesuitas. Los españoles degollaron a 87 revoltosos, propinaron azotes a 73 y encarcelaron a 654; a continuación el virrey en turno, Marqués de Croix, expidió la célebre proclama que dice: "De una vez para lo venidero deben saber los habitantes de este reino que nacieron para obedecer y callar y no para inmiscuirse ni opinar en los altos asuntos del gobierno."

*Los novohispanos callaron y obedecieron, mientras que por las mismas fechas, solo porque Inglaterra pretendía aplicarles un leve impuesto sobre el consumo de té al que ellos no habían consentido, los yanquis esgrimieron un inmortal lema que todavía nadie se ha atrevido a proclamar en México -No taxation without representation- y dieron así el primer paso que los llevaría a ganar la independencia.

*A principios del siglo XIX las dos terceras partes de los yanquis sabían leer, mientras que el 95% de los novohispanos eran analfabetos.

*Los armadores de Boston enviaban desde fines del siglo XVIII sus naves para que fueran por el Atlántico hasta el extremo sur del continente y, tomando por el Pacífico, continuaran hasta California para participar en la productiva casa de ballenas. Luego los barcos volvían al punto de partida y, a pesar de lo largo del trayecto, con esa actividad se formaron algunas de las primeras grandes fortunas de Estados Unidos. Los novohispanos y los mexicanos recientemente independizados pudieron haber hecho el mismo negocio mandando barcos en un cortísimo recorrido para llegar a las ballenas, pero jamás lo hicieron porque la operación les parecía demasiado complicada y porque preferían consagrarse a la más productiva tarea de "hacer negocitos" con el gobierno.


Estos hechos mostraron a los yanquis que los mexicanos eran gente comodina, analfabeta y sin espíritu político; e impulsos dictados por la naturaleza humana hicieron surgir el imperialismo.

Inicialmente, en México no parecen haber preocupado las aspiraciones imperialistas de los hombres del norte. En 1811, José María Morelos y Pavón despachó hacia Estados Unidos, en calidad de agentes diplomáticos, al acapulqueño Mariano Tavares y el norteamericano David Faro, con el mensaje de que Morelos estaba dispuesto a ceder el territorio de Texas a cambio de ayuda para la guerra de Independencia. Esto lo reconoció el propio Morelos en carta fechada el 17 de febrero de 1813 y dirigida al insurgente Ignacio Ayala, de Yanhuitlán, Oax.

(La carta en cuestión aparece en la Colección de documentos para la historia de la guerra de independencia de México, publicada en 1882 por Juan E. Hernández y Dávalos. En cambio, fue omitida sin explicaciones por el historiador Ernesto Lemoine Villicaña en Morelos: su vida revolucionaria a través de sus escritos y otros documentos de la época, un libro publicado en 1965 por la UNAM al que ahora se tiene por versión oficial de los hechos.)

Por otra parte se ha difundido la versión de que el sometimiento de México fue obra del primer embajador de Estados Unidos, Joel R. Poinsett, quien maquiavélicamente introdujo divisiones en el cuerpo político de la nación para facilitar las intrigas de los imperialistas y dominar el país. Esto, si fuera verdad, indicaría que México es un país de bobos irredimibles por haberse dejado someter a Estados Unidos durante más de siglo y medio sin más esfuerzos que los desarrollados por un diplomático.


En 1837 Samuel Houston, un aventurero que jefaturaba unas gavillas de maleantes enviadas a apoderarse del territorio tejano, sorprendió dormido y en calzones -literalmente- al general Antonio López de Santa Anna jefe del ejército mexicano encargado de exterminar a los invasores.

Santa Ana pidió perdón y fue enviado a Washington a conferenciar con el presidente Andrew Jackson; después de mostrarse dispuesto a entregar no sólo Texas, sino todos los territorios que le pidieran, Santa Anna fue dejado en libertad. Creían los yanquis que se le fusilaría por abyecto y traidor en cuanto pisara tierra de México, pero cuando vieron que se le recibía con arcos triunfales y floridos discursos de pésame por los padecimientos sufridos en el cautiverio, los imperialistas advirtieron que nada les impediría la absorción de más territorios mexicanos.

En 1847 emprenderían la guerra que los dejó en posesión de California, Arizona, Nuevo México, etc. Nicholas P. Trist, el diplomático norteamericano encargado de negociar el nuevo tratado de límites, se asombró al constatar que en México existía un "partido de la guerra hasta la anexión total" integrado por individuos dispuestos a prolongar las hostilidades a fin de que los invasores se vieran obligados a avanzar sobre todo el país y engullirlo. Aunque no lograron su propósito, estos individuos se complacieron en formar parte del ayuntamiento pelele que se estableció en la Ciudad de México durante la ocupación, homenajearon con un lucido banquete al jefe de las fuerzas invasoras y hasta tuvieron la vileza de entregarle a los sobrevivientes del Batallón de San Patricio, integrado por irlandeses que habían desertado del ejército yanqui para pelear al lado de los mexicanos.

Al término de la guerra, el gobierno liberal yucateco, afligido por una gran sublevación de los mayas, envió a Washington al licenciado Justo Sierra O'Reilly con la misión de implorar al gobierno norteamericano que se anexara el territorio yucateco aunque fuese como colonia. El congreso estadounidense rechazó la oferta argumentando que no veía provecho alguno en tener que gobernar a gente como los yucatecos.

La última absorción de territorio mexicano por parte de Estados Unidos data de 1853, cuando Santa Anna vendió en siete millones de dólares el valle de La Mesilla, un desértico terreno que hoy se dividen los estados de Arizona y Nuevo México. Nadie se opuso al dictado de Santa Anna.

Todavía en 1858, un presidente norteamericano, James C. Buchanan, pidió al gobierno conservador instalado en la ciudad de México que le vendiera la Baja California; los conservadores, antiyanquis de cuño colonial, rechazaron indignados la propuesta, por lo cual Buchanan presentó la misma oferta al gobierno liberal instalado en Veracruz y presidido por Benito Juárez.

El gobierno liberal estaba formado por ministros totalmente identificados con el "partido de la guerra hasta la anexión total", como Melchor Ocampo y Miguel Lerdo de Tejada (este último, convencido hasta los tuétanos de que todos los males de México procedían de su herencia española, llegó a manifestarse dispuesto a trabajar no sólo por la anexión de todo el país a Estados Unidos, sino para que se impusiesen en México el protestantismo y el idioma inglés). Los liberales no podían tener escrúpulo en ceder Baja California, pero sabían que, de hacerlo abiertamente, la opinión pública los calificaría como traidores; y para eludir el punto fraguaron el proyecto de convertir a México en "un protectorado con otro nombre" de Estados Unidos.

Fruto de lo anterior fue el Tratado McLeane-Ocampo, firmado en Veracruz en 1859 y aprobado tanto por Juárez como por Buchanan. Se sobreentendía que una vez adueñados de la capital con ayuda yanqui, los liberales entregarian Baja California. (Los detalles sobre el "partido de la guerra hasta la anexión total" y del "protectorado con otro nombre" se encuentran expuestos en el libro Reforma México and the United States: a search for alternatives to Annexation, 1854-1861, del profesor Donathon C. Ollif, que los historiadores a sueldo del gobierno mexicano han eludido traducir al español y publicar en México).

La distribución de las tierras arrebatadas a México en 1847 provocó tal rebatiña entre los surianos empeñados en perpetuar la esclavitud y los norteños deseosos de suprimirla, que se hizo inevitable el estallido de la Guerra de Secesión (1861-1865), la cual causó la muerte de cientos de miles de personas y la destrucción de propiedades por valor de miles de millones de dólares. Y si eso ocurrió a causa de la absorción de territorios casi deshabitados, qué no podría ocurrir con tierras pobladas por millones de mexicanos turbulentos? Desde entonces empezó a cuajar en Estados Unidos la opinión de que era mal negocio anexarse más territorio mexicano.

En 1863, mientras Estados Unidos se desgarraba en la guerra civil, el ejército francés llamado en auxilio de los conservadores mexicanos -antiyanquis hasta el tuétano pero tan vendepatrias como los liberales yiancófilos- entró triunfalmente a la Ciudad de México y un año después Maximiliano de Habsburgo fue instalado en el trono del Imperio Mexicano. El gobierno de Washington, temeroso de que se concertara una alianza entre los surianos y los franceses, se olvidó de la Doctrina Monroe y declaró su neutralidad ante el conflicto, mientras fingía no darse cuenta de que los franceses adquirían pertrechos y contrataban mercenarios en su territorio; en cambio negaba ayuda material al gobierno liberal mexicano.

Al acercarse los franceses a la capital, Juárez huyó primero a San Luis Potosí y seguidamente a Saltillo, Monterrey, Chihuahua y Paso del Norte (la actual Ciudad Juárez). A la primera oportunidad despachó hacia Washington a su embajador Matías Romero, quien pasó años importunando al secretario de Estado, William H. Seward, con imploraciones de que aplicara la Doctrina Monroe y declarara la guerra a los franceses, o por lo menos proporcionara dinero, armas, municiones y hasta soldados para instalar a Juárez en la Presidencia.

Seward siempre salía con evasivas, tomándose su tiempo para actuar cuando estuviera en las mejores condiciones de hacerlo, o sea meses después de terminada la Guerra de Secesión. Entonces, muy a su salvo, envió una agria nota a Napoleón III pidiéndole que retirara sus tropas de México. El emperador francés ya estaba acosado en Europa por el surgimiento de la potencia prusiana, que no ocultaba su enemistad con Francia; a corto plazo tenía que ceder, aún guardando las apariencias; pero Romero se impacientó y logró convencer a un importante general norteño que andaba sin ocupación, J. M. Schofield, de que fuera a México con un ejército de 40,000 hombres entre los veteranos recién desmovilizados. Para inclinarlo a dejar plantado a Romero, a Seward le bastó con dar a Schofield una agradable puesto de observador militar en Europa. Luego llamó al embajador mexicano para recitarle el siguiente sermón:

-Convénzase, usted señor Romero: si el ejército de Estados Unidos marcha a México, jamás regresará, y cada millón de pesos que se les preste hoy el gobierno de Estados Unidos les costará después el territorio de un estado, así como cada rifle que les demos tendrán que pagarlo con una hectárea de concesiones mineras...Siempre será más honroso para los mexicanos que se salven por sus propios esfuerzos, pues así tendrán más probabilidades de estabilidad en el orden de cosas que se llegue a establecer.

Seward ideó después uno de los preceptos básicos del nuevo imperialismo yanqui: no hay que consentir demasiado a los gobiernos satélites (Sólo proporcionó algunas armas y municiones sobrantes de la guerra y algunos oficiales yanquis para que los liberales derrotaran a los conservadores abandonados ya por las tropas francesas.) Opuesto al imperialismo territorial que tantos perjuicios podían crear en Estados Unidos, Seward predicó en cambio a favor de un imperialismo económico-político: le seducía la idea de aprovechar los recursos naturales y la mano de obra barata de México y quiso alentar una emigración masiva de empresarios norteamericanos al país del sur.

Seward fue también el creador del segundo precepto fundamental del nuevo imperialismo: hay que ayudar a que los presidentes súbditos se instalen en su puesto, para que sepan a quién deben el empleo. Dos hombres peligrosos disputaban a Juárez la Presidencia: el prestigiado general Jesús González Ortega, quien según la letra de la Constitución debió haber sustituido a Juárez en el codiciado cargo desde el primero de diciembre de 1865; y el infaltable general Antonio López de Santa Anna, a quien los ayuntamientos de Jalapa y Veracruz ya organizaban un gran recibimiento en el puerto para -en compañía de la guarnición conservadora que no habían podido derrotar los liberales- llevarlo a la Ciudad de México y proclamarlo presidente antes de que Juárez llegara.

González Ortega residía en Estados Unidos y cifraba sus planes en apersonarse en Tamaulipas, donde el cacique local, Servando Canales, aliado a varios influyentes militares liberales y una nube de chambistas varios, pensaba iniciar una revuelta contra lo que ellos llamaban "la usurpación de Juárez". Encontrándose en Nueva Orleans, González Ortega fue notificado por el comandante del puerto, general P. H. Sheridan, que no podía permitirle continuar a la frontera, ya que tenía órdenes de impedírselo, y, como González Ortega se escapó y alcanzó a llegar a las cercanías de Brownsville, un oficial llamado Burton Drew lo aprehendió; mientras tanto, el comandante militar Thomas D. Sedwick, con el pretexto de que necesitaba proteger las vidas y propiedades de los norteamericanos residentes en Matamoros, cruzó la frontera con un buen número de soldados y rápidamente puso en fuga al cacique Canales y entregó la plaza a un subordinado del general juarista Mariano Escobedo. Tiempo más tarde, González Ortega logró burlar la vigilancia y llegar a Zacatecas; pero allí fue aprendido por un ex partidario traidor que se había pasado a las filas del juarismo; lo tuvieron largo tiempo en la cárcel y en 1886 murió, aparentemente loco.

Santa Anna también había viajado a Estados Unidos para gestionar que le entregaran la Presidencia de México, pero Seward vio que ya estaba demasiado viejo y desprestigiado, por lo cual no le hizo ningún caso. Entonces Santa Anna fletó El barco Virginia a fin de que lo reuniera con la multitud de sus partidarios en Veracruz; pero el cónsul norteamericano del puerto maniobró para que el barco U.S.S. Tacony y el inglés H.M.S. Jason impidieran desembarcar al recién llegado y persuadieran al capitán del Virginia de que se lo llevara hasta la Habana.

Con esto y las armas, municiones y oficiales norteamericanos que obtuvieron los liberales, los conservadores fueron derrotados y Juárez pudo instalarse en Palacio Nacional.

Desde entonces los gobiernos mexicanos -liberales todos- han tenido historiadores a sueldo, los cuales han difundido la patraña de que los conservadores eran vendepatrias pero ellos no. Una hazaña parecida realizaron en la antigua URSS otros historiadores a sueldos del gobierno, quienes hicieron creer al pueblo ruso que el "padrecito Stalin" era modelo de buen gobernante.


Otras acciones del nuevo imperialismo yanqui fueron las que se detallan a continuación:

*En 1910, a pesar de que en general había sido buen pupilo del imperialismo yanqui, Porfirio Díaz disgustó al gobierno de Washington porque había tenido demasiados rasgos de independencia, como favorecer a los ingleses en el otorgamiento de concesiones petroleras y sobre todo, porque ya contaba 80 años de edad y se negaba a dejar la Presidencia a alguien que mostrara capacidad para proteger los intereses de los inversionistas extranjeros. Como resultado permitieron que Francisco I. Madero preparara y proclamara su revolución desde Texas.

*En 1913, porque Madero se mostró reacio a satisfacer las exigencias del imperialismo yanqui, el embajador norteamericano prestó su residencia para que en ella se reunieran los generales traidores Victoriano Huerta y Félix Díaz y allí mismo firmaran el pacto que condujo al derrocamiento de Madero.

*En 1914 el ejército norteamericano, que había ocupado Veracruz para evitar que Victoriano Huerta -el cual había acabado por desagradar a los imperialistas- recibiera armas de Europa, evacuó el puerto para permitir que se refugiara allí Venustiano Carranza, a quien perseguían las fuerzas del rebelde Pancho Villa. Como Carranza no quiso agradecer el favor, en 1920 Los rebeldes sonorenses acaudillados por Álvaro Obregón tuvieron toda clase de facilidades para abastecerse de pertrechos militares en Estados Unidos y emprender una revuelta que terminó con el asesinato de Carranza.

*En 1916 Pancho Villa cayó sorpresivamente sobre el pueblecillo de Columbus, Nuevo México, y saqueo las casas y asesinó a muchos norteamericanos pacíficos, en un criminal intento por forzar a Estados Unidos a declarar la guerra a Carranza. Poco después entraron a México 10,000 soldados norteamericanos de una expedición punitiva jefaturada por el general John J. Pershing, los cuales pasaron un año en Chihuahua sin lograr siquiera tomar contacto con el buscado Villa. Esto demostró lo peligroso que puede ser enfrentarse a las guerrillas mexicanas en vez de operar a través de los gobernantes; y desprestigió, quizás para siempre, a Los partidarios del imperialismo territorial, como el famoso magnate periodístico William R. Hearst, quien en aquel tiempo todavía clamaba por la absorción total de México.

*En 1922 el presidente Álvaro Obregón, quien tenía en el gobierno varios elementos que le aconsejaban negarse a pagar las indemnizaciones por daños y perjuicios causados por la revolución a ciudadanos norteamericanos y, de ribete, extorsionar a las empresas petroleras con la amenaza de la expropiación, fue obligado a firmar los llamados Tratados de Bucareli, en los que concedió con creces todo lo que le exigieron desde Washington. (Pero no es cierto, como dicen algunos desorientados, que se haya comprometido en una cláusula secreta a no fabricar en México aviones, barcos de guerra y motores de explosión: esto equivaldría a que en 1995 se pretendiera prohibir a México la fabricación de productos como máquinas para viajar en el tiempo.)

*En 1938 el embajador norteamericano Josephus Daniels brindó públicamente con Lázaro Cárdenas por el éxito de la expropiación petrolera. Los cardenistas juran que éste fue sólo un gesto amistoso de los que suelen tener, de vez en cuando, los yanquis. Rechazan que el brindis haya tenido relación con el interés demostrado tradicionalmente por los partidarios de la Doctrina Monroe de sacar a los ingleses de México, sabedores de que, a fin de cuentas, el petróleo mexicano quedaría siempre a su disposición y al precio que ellos fijaran, aunque lo extrajera PEMEX.


Lo peliagudo de luchar contra el imperialismo yanqui es que no funciona a la manera tradicional, por medio de ejércitos de ocupación, pues éstos, con algunos hechos heroicos, podrían ser expulsados del país.

Hoy día, el gran poder del imperialismo descansa en la deuda exterior, que de mínima en 1970 ascendió a 100,000 millones de dólares en 1982 y ahora alcanza 140,000 millones.

Los países endeudados catastróficamente no pueden tener soberanía. En este aspecto, Salinas fue tan responsable del sometimiento de México al imperialismo yanqui como otros presidentes, pero no más.

Japón es el único país que ha logrado defenderse con gran éxito del imperialismo yanqui. En 1853 el comodoro Mathew G. Perry (quien por cierto había comandado la fuerza naval que ocupara Veracruz cinco años antes) desafió la prohibición de navegar en aguas japonesas y penetró con cuatro poderosos barcos a la bahía de Yedo (Tokio) para dejar un ultimátum: Japón tenía un plazo de doce meses para renunciar a su política aislacionista y permitir que los barcos extranjeros usaran los puertos japoneses con fines comerciales. Tras reflexionar que ellos no contaban con barcos de vapor ni cañones como los yanquis, los gobernantes japoneses se resignaron a "tolerar lo intolerable" y aceptaron las exigencias de Perry, pero lejos de andarse con lloriqueos, consagraron sus mejores esfuerzos a la tarea de convertir su país en una potencia de primer orden.

El sorpresivo ataque a Pearl Harbor, en 1941, fue considerado como una venganza por la extorsión de Perry.

En 1945, después de librar la II Guerra Mundial, Japón se rindió incondicionalmente al general Douglas MacArthur. Hiroshima y Nagasaki habían sido arrasadas por bombas atómicas, todo el país estaba en ruinas y la población padecía hambre y frío, pero ni siquiera entonces cayeron los japoneses en la autocompasión y en atribuir todas sus desgracias a los yanquis. Calladamente se pusieron a trabajar hasta que asombraron al mundo con sus progresos industriales y ahora nadie puede decir que sean satélites de ningún imperialismo.

Carlos Salinas de Gortari nunca alentó con su ejemplo a los mexicanos para que imitaran las virtudes cívicas del pueblo japonés, pero de ninguna manera fue un vendepatrias: no se puede vender lo que estaba vendido desde el siglo XIX.


(Tomado de: Ayala Anguiano, Armando - Salinas y su México. Contenido ¡Extra! México de carne y hueso. Segunda parte. Deslinde de culpas. Editorial Contenido, S. A. de C. V. México, D. F., 1995)