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lunes, 8 de septiembre de 2025

Desembocadura del rio Colorado, sin parecido con nada


 Sin parecido con nada 


Entre el río Hardy y el Gran Desierto de Arizona, a orillas del Colorado que baja bronco y rugidor desde su Gran Cañón, se extiende un ancho territorio comprendido desde el extremo sur de la reservación de Yuma, hasta las Islas Core y Montague

Parece yermo y desolado el inmenso espacio, pero es solo la primera impresión. En realidad, este Rincón de México ofrece singulares atractivos en sus panoramas, en sus lugares para natación y deportes acuáticos, en la abundancia de codornices, faisanes, patos y gansos. O bien es la profusión de peces, particularmente la "totuava", ejemplar que alcanza normalmente los dos metros de longitud. Y no muy lejos, a unos kilómetros, brota el agua sulfurosa en los veneros en Cerro Prieto, cercanos a un hermoso manchón de grandes laureles de la India. Estos manantiales, de algunos de los cuales brota vapor a respetable presión, serán un día económica energía para varias plantas termoeléctricas

Para el pintor y el fotógrafo, para todo aquel que ame las expresiones de la Naturaleza salvaje, esta región constituye una grandiosa reserva de atractivos. Por ahora son exclusivamente norteamericanos los que pasean por la zona, y a uno de ellos debemos la atención de habernos invitado a recorrer este paraíso escondido (tan escondido que pocos mexicanos han oído hablar del litoral del río Colorado dentro de México).

Hay varios caminos y brechas, de los cuales recomendaríamos la ruta de San Luis Colorado a Riíto, y luego el azaroso camino a la Bocana. Desde luego, esta última brecha es practicable con carro pequeño exclusivamente. Nada de lo que usted ha visto hasta ahora se parece a lo que puede ver en este territorio.


(Tomado de: Möller, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)

lunes, 11 de agosto de 2025

Llanto de piedra


Llanto de piedra 

En el país menos conocido de Guanajuato, el que se extiende desde San Luis de la Paz hasta el oriente de San Luis Potosí, hay una región bella como pocas. Comprende tupidos bosques de pinos con paisajes deliciosos y, hacia las tierras bajas, las selvas semitropicales menos exploradas. 

Se trata de una panorámica nueva, fresca, e interesante por sobre la alfombra arbolada y las formaciones rocosas, pero también bajo tierra. Sus entrañas son huecas en muchos sitios y corren aguas subterráneas tan negadas en otras superficies. 

Pocas gentes, aún entre los mismos guanajuatenses, han recorrido esta región en sus extraordinarias catedrales bajo tierra que son las Grutas de Bernalejo, particularmente apreciadas por los espeleólogos

Ciertamente se necesita de algún guía o conocedor (uno de los amables lugareños de la Mesa o de El Vergel, caseríos cercanos), porque la entrada a los palacios subterráneos es muy pequeña, más baja que la estatura de un hombre. A partir de la abertura visible, a gatas se avanza por unos cinco m y de pronto se abre el espacio dando lugar al desfile de los asombros. De la alta bóveda cuelgan los llantos lacrimosos de la piedra, de los óxidos y de las sales disueltas que bajan, gota a gota, hasta convertirse, estalactitas y estalacmitas, en una sola pieza: columnas de blanco ultrabrillante. 

Son varias cámaras subterráneas y en cada una de ellas las formaciones son diferentes, habiendo en algunas partes el increíble fenómeno de estalactitas que no siguen la vertical sino que se curvan hacia arriba. "Esto no puede ser; es imposible", suele ser la primera exclamación. Y sin embargo, además de que sí es posible, es abundante. 

Los nombres de los salones son los normales en todas las grutas: "Laberinto", "Las columnas", "Paso de las Agujas", "La Piñata", etc., pero, con ser tan comunes, no participan en la descripción. 

Hasta donde sabemos, las Grutas de Bernalejo no han sido totalmente exploradas hasta la fecha. Es un territorio subterráneo abundante en pasajes, grietas y pozos verticales sobre los cuales no existen referencias fidedignas. Cualquier intento informal que se haga por profundizar más en esta gruta, invariablemente conduce a la conclusión de que hacen falta equipo y adiestramiento especiales. Son los oscuros, atemorizantes dominios de lo desconocido, las verdaderas fronteras de lo incógnito. 

Y donde quiera que la luz de los reflectores horada esa noche eterna de las grutas, se refleja en blancas formas que no podrían reproducir Dante ni en sus peores delirios. 

Un día, cuando Guanajuato ensanche su visión universal del turismo, encontrará que las grutas de bernalejo le darán fama mundial. 

Entre tanto, si usted quiere internarse en el misterio negro de estas profundidades, la ruta se inicia en San Luis de la Paz (110 km al norte de Querétaro, o 94 al norte de Guanajuato), con rumbo a la que fuera Hacienda de Jofre (33 km) y diez kilómetros más hasta la Mesa de Jesús, casi en el límite con el Estado de San Luis Potosí; finalmente, 10 kilómetros hacia El Vergel. El camino es brecha practicable sólo a bordo de carro chico, pero sumamente hermoso, e incluye la vista de un puente natural que el paso de un río abrió horadando una gran roca.


(Tomado de: Möller, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)

lunes, 30 de junio de 2025

La intrigante Juxtlahuaca


 

La intrigante Juxtlahuaca 


Si a usted le interesa la pintura mural mexicana, desde sus raíces más remotas, en la Av. Guerrero Núm. 26 de Chilpancingo, Gro., le facilitarán el acceso a las grutas de Juxtlahuaca. Ahí, entre portentosas formaciones de piedra calcárea blanca, negra y rosada, verá en la "Sala de los Apaches" una de las pinturas más intrigantes por su arte y su simbolismo. Heine-Geldern afirma que abundan las evidencias de un intercambio de conceptos o de ideas entre estas pinturas y algunas orientales; la similitud de motivos y el tratamiento de los mismos para ese ir más allá de la casualidad. 

También Miguel Covarrubias se ha embelesado ante esa singular obra maestra rupestre y ha escrito de ella encendido elogios. Antonio Hernández S., una de las máximas autoridades en espeleología guerrerense, es el autor de un excelente folleto editado por el Departamento de Turismo de Guerrero. Se lo recomendamos. 

Una visita a estas grutas, quizá más espectaculares que las de Cacahuamilpa, constituye parte obligada del conocimiento de la belleza que nos rodea en un país de prodigios. 

La ruta: México-Petaquillas (11 km después de Chilpancingo), y por Tepechicotlán y Quechultenango hasta Colotlipa; si no ha llovido mucho hasta ahí llega el carro. Déjelo y use el servicio de caballos; son sólo ocho kilómetros maravillosos, a lo largo del Río Blanco y su tropical vegetación, hasta la boca de la gruta. Lleve lámpara eléctrica y pilas de repuesto, así como un swéater; hace frío y la emoción lo aumenta.


(Tomado de: Möller, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)

domingo, 11 de mayo de 2025

De las nieves al desierto


 

De las nieves al desierto


Hace doscientos ochenta años vino a México un hombre procedente de los Alpes bávaros. De cuantos lugares conoció, nada le apasionó tanto como un desierto en el que "la vida es sólo permitida a quien la merece”.

Y tanto empeño puso por explorarlo, que pasó veinticuatro años caminando a pie por aquellos calderos de arena. La muerte misma tuvo que ir por él hasta el desierto; se llamó Francisco Eusebio Kino, y su paraíso: el Desierto de Altar, en Sonora. 

Seducidos por uno de los caminos narrados por ese hombre increíble, lo recorremos. Va de Bahía Kino a Caborca, después de desvanecerse al cruzar el Bacavochi, volverse mil veredas antes de llegar a Casa Vieja, y dar rodeos y tumbos a su paso por El Burro, Bonancita y Bámori. 

Lo que ahí se ve puede ser ensueño o ser pesadilla, realidad o espejismo, pero nadie puede quedar impasible, no en ese país donde las rocas truenan de frío por la noche y de calor al mediodía. Hay zonas donde la arena es de cuarzo y la luz viaja en mil direcciones. La vida se rige por la implacable cronometría solar: cero animales, cero movimientos durante las horas de luz total; infinita acción de animales y alimañas durante el ciclo de la sombra. Todo es gigantesco, desde la silenciosa soledad hasta los fantasmales "cirios", cactus de 8 y hasta 10 metros de altura. Es el lugar donde usted puede pararse en un sitio jamás hollado desde la creación del mundo. 

Una advertencia, y muy seria: no se aventure sin la compañía de un lugareño conocedor. Las veredas o "rodadas" se multiplican y separan de pronto y ninguna va a ninguna parte; pueden hacer que se consuma todo el combustible y usted seguir en un laberinto.

Por lo demás, es fascinante la tierra donde "sólo vive el que lo merece”.


(Tomado de: Möller, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)

lunes, 3 de octubre de 2022

Michoacán volcánico

 

(Laguna Larga, Michoacán)

Hace ya cientos o serán miles de años, que el volcán de San Andrés, en Michoacán, dejó de vomitar su fuego espeluznante. Se quedó tan quieto que su cráter se volvió dulce, apacible, laguna de aguas azules y verdes.

San Andrés, como región volcánica es ya poco conocida aun para muchos michoacanos; sin embargo, la misma área, con el nombre de Los Azufres, despierta entusiastas y encendidos comentarios. Desde "pequeña Suiza" hasta "paraíso tarasco", los elogios son interminables. Y merecidos.

Se trata de una zona encantadora desde el punto de vista escénico. Uno de esos paisajes de tarjeta postal como sacados de algún nórdico país. Sin embargo, está en este México donde usted tiene el privilegio de vivir. Y a escasas cuatro horas, en automóvil, del D. F.

Montañas y lagos ciertamente abundan en el país. ¿Qué hay, entonces, en Los Azufres, que hace del lugar algo tan singular?

La combinación de atractivos.

Desde el camino que sube por la montaña copiosamente arbolada, van contemplándose en sucesivos planos las serranías michoacanas. Cuando deja de verse el panorama de la altura, es el bosque delicioso el motivo de admiración. Luego, la "Laguna Larga", situada no en el fondo de un valle como acontece con casi todas las lagunas, sino en lo más alto de la montaña, en el cuenco de lo que fuera un cráter. Y aparece de pronto, como un zafiro laminado. Y en su derredor un millón de altos pinos montando gallarda guardia.

En el fondo de las aguas clarísimas se ven los "respiraderos", pequeños conos que aparecen de pronto, se forman, dan salida al vapor sulfuroso y al agua que hay aprisionada muy abajo, y luego desaparecen para dejar lugar a un nuevo, diminuto cono que reanuda la operación, incesantemente, sin repetirse jamás. El agua es, pese a todo, fría. Poco invitante al nado.

Sin embargo, a cien metros de la laguna, hay un estupendo estanque natural, dónde el agua es tibia y acariciante; no hay grandes profundidades (dos metros es la mayor) que resulten peligrosas para los chicos.

Y a unos doscientos metros, siguiendo el arroyo que alimenta al estanque, está el surgidero del agua termal, caliente y olorosa a azufre. En torno al manantial, una pequeña y rústica "poza" artificial permite tomar inolvidables baños de salud.

Toda la región abunda en grietas por las cuales escapa el vapor prisionero en las entrañas telúricas. Es un espectáculo curioso, interesante, extraño, poco visto. Y hay también una "Laguna Negra", donde el cieno da a las aguas una oscura coloración. Aquí la temperatura rebasa los cincuenta grados centígrados; no es agua para baños ni cosa parecida sino simplemente una curiosidad de la Naturaleza, particularmente por la capa de vapor que flota sobre la superficie acuática.

Quieto, idílico es el ambiente. Son los dominios de la placidez. Muy pocos habitantes: una docena o dos, casi todos leñadores (¿qué tarasco no ha sabido del corte de madera?). No hay ningún caserío ni poblado próximos o por lo menos visibles, pero sí una magnífica escuela rural, impecable y casi elegante.

No hay lugar donde hospedarse. Este es el perfecto lugar de montaña para el "camping", para la tienda de campaña y la vida improvisada al aire gloriosamente libre. La temperatura es fresca durante el día; el sol caliente como debe de ser. Pero todas las noches de todo el año son frías, muy frías, y el cielo maravillosamente lleno de esos caminos luminosos que son las constelaciones.

La ruta, a partir del D. F.: carretera a Toluca-Zitácuaro y Ciudad Hidalgo (kilómetro 212). A seis kilómetros de esta población, rumbo a Morelia, está la desviación camino de terracería en muy buenas condiciones hacia San Pedro (cuatro kilómetros); siguiendo el mismo camino se sube por la montaña y veinte kilómetros después ya está usted en Laguna Larga (aproximadamente cuatro kilómetros antes de llegar, hay una bifurcación: la ruta de la derecha conduce a Los Azufres, el "baño viejo", en tanto que la de la izquierda lleva a la laguna de la que antes hablamos. Los Azufres, propiamente, no nos parece muy atractivo sino como curiosidad: es una gran poza de lodo burbujeante y azufroso donde el baño se dice que es casi milagroso.

Las ciudades más apropiadas como "base", le resultan, según su rumbo de procedencia, Zitácuaro, a 72 kilómetros, o Morelia, a 125 kilómetros, ambas con hoteles y restaurantes razonablemente buenos.

(Tomado de: Möller, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)


lunes, 3 de enero de 2022

La voz del fuego


El espectáculo terrible del fuego líquido que surge y se proyecta por los aires con el empuje que le dan las fuerzas ciegas desde el centro de la Tierra, puede usted verlo en un enorme cráter volcánico que mide casi dos kilómetros de diámetro (1,800 metros). Es la boca del ominoso Volcán de Fuego, el volcán de Colima, hermano del apacible nevado de Colima.

A una hora de camino por carretera, desde Atenquique, Jal., usted llega al pie del volcán. El camino hacia la cima es solamente practicable con un automóvil chico, de buena tracción.

Nunca olvidará usted ese recorrido, un poquitín peligroso pero sensacionalmente grato. Con el abismo a un lado y la lava quieta por el otro lado. De pronto, alto total mientras pasan los cendales de una nube. Queda usted suspendido casi en el vacío y dentro de un extraño silencio. Parece haberse detenido el movimiento del Universo. Luego, repentinamente se rasga el telón de la niebla y estalla la esmeralda del trópico abajo, en tanto se oye el ronco bufar de las bocas sulfurosas.

No hay mayor peligro. Hace mucho tiempo que el volcán de Colima no produce una erupción formal y no se cree que lo haga próximamente. Cuando su fuego y su lava y sus estremecimientos son mayores (como en 1913) sus cenizas llegaron más allá de la frontera con Guatemala. Este fenómeno se repitió recientemente el día 30 de enero de 1973.

Y por la noche el gran cráter de doscientos cincuenta metros de profundidad, se enrojece y surgen los tonos rojos del fuego que late abajo. Es un fascinante espectáculo terrible, de esos que hasta en los sueños se repiten para que la conciencia jamás los olvide.


(Tomado de: Möller, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)

jueves, 18 de noviembre de 2021

Desafío a los muralistas

 


Suponga usted, por un momento, que lograse reunir a un grupo de los mejores pintores conocidos y les planteara su deseo: "Quiero que me hagan una pintura extraordinaria, con simbolismos capaces de narrar una historia en cada figura. Quiero ver hombres y animales dibujados con trazos simples y completos que transmitan una positiva sensación de poderío. Quiero que los hombres midan unos tres metros de alto y que haya borregos de cuatro metros, y ciervos enormes. Sólo quiero dos colores en las pinturas: un ocre rojizo y un negro bien oscuro. No deben utilizar brochas ni pinceles y tampoco pinturas líquidas de ninguna clase. Quizás les cueste un poco de trabajo realizar su obra artística porque lo que van a decorar es un lienzo casi horizontal, un techo rocoso. ¿La superficie? Digamos unos cuatrocientos cincuenta metros cuadrados. El techo está bastante alto pero no usarán escaleras ni andamios. Y una última recomendación: las pinturas han de durar unos mil años a pesar de estar expuestas a la intemperie porque en el salón no habrá puertas de ninguna clase."

A estas alturas, ¿qué clase de reacciones habría en los pintores famosos? Trate de imaginarlo y pensar en los problemas que le plantearían como respuesta. ¿Quién sería el bravo que aceptara la misión, sabiendo, además de todo, que no percibiría dinero a cambio, que su remuneración habría de ser puramente sentimental? Finalmente, ni siquiera su firma aparecería en la pintura.

¿Imposible hallar a ese hombre? Tal vez lo sea en la dimensión general de nuestra época, pero no en los tiempos y espacios del México existente tras los velos de muchos siglos atrás.

Los geniales artistas que satisficieron todos los requisitos arriba mencionados, dejaron para asombro y curiosidad y desconcierto de generaciones enteras, verdaderas obras murales que hoy en día todavía hacen vibrar al espectador. Sus galerías de exposición están abiertas, día y noche, tanto al público como al viento y la arena del desierto, al calor y al frío. Tales galerías son dos cuevas situadas en ese país interminablemente sorprendente que es Baja California Sur.

Una, la del Coyote, se localiza a unos cincuenta kilómetros al oeste de San Ignacio, un diminuto poblado en el centro mismo de la península, aproximadamente a la misma altura geografía que Guaymas, Sonora. El lugar es también conocido como Cueva de la Serpiente, porque una de las pinturas es justamente un larguísimo reptil con orejas que recuerdan las de la liebre. Hace tiempo que se ha tratado de establecer si -por diseño o trazo- tendría alguna asociación con la serpiente emplumada y cabeza con tocado que corresponde que corresponde al universo mitológico mexicano.

Y cerca de otro lugar también llamado Coyote, al sur de Mulegé, en tierras del rancho San Baltazar, está la cueva de San Borjita, con las figuras pintadas en el techo. La escena general parece reproducir una batalla puesto que abundan hombres con flechas en las manos y algunos tienen el cuerpo atravesado por los dardos. Para añadir problemas a la interpretación de las pinturas, éstas aparecen en muchos casos sobrepuestas entre sí. Para completar el testimonio, a poco que usted rasque en el suelo hallará puntas de flecha.

Desde luego, no son estas las únicas grandes pinturas rupestres que hay en el Territorio bajacaliforniano; la lista de lugares es muy grande y quizás las mejores no se conocen todavía; después de todo se trata de un lugar donde el misterio lo es todo.

Algún día, cuando usted decida conocer el "otro México" que decía el genial Fernando Jordán, llegue a San Ignacio y Mulegé; lo que ahí verá y sentirá corresponde a otra dimensión de la vida.


(Tomado de: Möller, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)


lunes, 4 de octubre de 2021

Por los siglos de los siglos...

 


Estando la luna en cuarto menguante, y en ocasiones aún en plenilunio, centenares de animales empiezan a aparecer en algunas playas mexicanas. Permanecen en la zona donde rompen las olas en espera de otros animales rezagados. El agrupamiento va siendo cada vez mayor hasta que, en un tramo de cinco kilómetros aproximadamente, se congregan varios miles. Sólo entonces avanzan hacia la playa. Cumplen, con pasmosa puntualidad, una cita anual que, en muchos casos llega a tener sólo unos minutos de diferencia con respecto al arribo efectuado el año anterior.

¿De qué animales se trata? Dejemos la explicación a un reputado especialista: el profesor Archie Carr: "A través de una serie de modificaciones todavía no bien conocidas en detalle y de pocas de las cuales quedó constancia en los registros fósiles, fue evolucionando una curiosa e insólita criatura que, aunque conservó el viejo cráneo del cotilosaurio, poseía un pico córneo y desdentado, así como un cuerpo encorvado y retorcido encerrado en una especie de caja ósea sin paralelo en la Naturaleza."

Sí, tal como usted habrá discurrido, se trata de la tortuga; uno de los seres todavía desconocidos en muchos aspectos. Sus "arribazones" o llegadas, en oleadas de miles y miles, es uno de los espectáculos más extraños, intrigantes y admirables.

Por alguna misteriosa razón, los litorales marinos de México gozan de especial predilección por parte de las tortugas, turistas de un incógnito ultramar. Cinco distintas especies eligen un sitio particular entre Tamaulipas y Quintana Roo, en tanto, que otras seis diferentes cubren puntos situados desde la Baja California hasta Chiapas.

Su llegada anual origina una espectacular y frenética labor colectiva durante las cuales las tortugas excavan sendos agujeros, exactamente con las mismas medidas y profundidad, ponen sus huevos (a veces hasta cien cada ejemplar). Luego, concienzudamente, cubren con la arena totalmente el agujero y aplanan la arena con sus paletas. Ciertamente es singular la vista de una playa tan densamente cubierta de tortugas que bien se podría caminar, por kilómetros, sobre ellas sin tocar el piso. Simultáneamente se escucha un sordo, impresionante redoble, que es el golpear de las palas apisonando la arena. Finalmente, hacen falsas excavaciones en torno a la verdadera, para despistar a los enemigos naturales: coyotes, perros, cangrejos, gaviotas y... el hombre.

Una hora después de haber salido de las olas, vuelve a ellas la tortuga y se pierde en la inmensidad. Jamás conocen a sus críos. Éstos, que nacerán hacia los dos meses, conocerán la odisea de la supervivencia, desde la más absoluta e indefensa condición de recién nacidos, hasta su desarrollo total, cosa que sólo consiguen unas pocas. Las afortunadas, alcanzan pesos hasta de quinientos kilos. Las otras adquirirían la forma de un par de zapatos o una bolsa de "piel de cocodrilo" (de tortuga y no de otra cosa es el material vendido como de saurio). O se volverán "cecina de venado"... o salchichas... en el peor y más común de los casos, serán muertas por pescadores que no obtienen de ellas mayor provecho. (México es el primer país del mundo que ha puesto en marcha un programa de protección de las tortugas.)

Los lugares donde es posible ver el fascinante espectáculo sin igual de una arribada de tortugas (¿qué portentoso mecanismo las guías durante más de mil quinientos kilómetros en su viaje de regreso para desovar?) se ubican particularmente en Tamaulipas, en la Barra de Calabazas; en La Escobilla, Oaxaca; en Tlacoyunque, Guerrero, y en El Playón de Mismaloya, Jalisco. Agosto es justamente el mes en que ocurre la llegada de las tortugas, y cuando hablamos de muchos millares es en serio: entre la noche del 20 de agosto y el amanecer del día 22, de 1971, fueron ¡cien mil! las tortugas que llegaron a Mismaloya, Jal. Le aseguramos que quien haya visto este espectáculo jamás lo olvidará...


(Tomado de: Mollër, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)




jueves, 2 de septiembre de 2021

Laboratorios vegetales

 

(Foto: Invernadero Quinta Schmoll)

En el extraño mundo vegetal creado por la Naturaleza para vivir del aire y soportar más de cincuenta grados de cambio en la temperatura (del calor del sol en el cenit al frío de la madrugada), sobresale el cacto, asombroso laboratorio químico natural.

Y de los sitios de la Tierra abundantes en estos monstruos amables, sobresale México, aparante lugar de origen, y poseedor del más vasto catálogo de variedades.

Espinosos, grotescos y a veces hostiles, los cactos fueron durante mucho tiempo el patito feo de la jardinería -extraño en cierto modo, pues de cuantas plantas llevó Colón a Europa, éstas fueron las que más impresionaron- hasta que, nadie sabe dónde, empezaron a ser descubiertos los valores estéticos de estas plantas. De a una destacada estima como elemento ornamental sólo hubo un rápido paso.

Las variedades existentes en México parecen no tener límite en su número. Carl Schumann escribió hace tiempo un tratado que los entendidos estiman como obra clásica, y en él consignó seiscientas setenta especies. Pero de entonces a 1973 la lista ha seguido creciendo sin cesar. Helia Bravo, eminencia internacional en esta área científica, descubrió una nueva variedad: la Ferocactus lindayi, en la proximidad de la Presa del Infiernillo, en la costa michoacana, en 1965. Ese mismo año, en la Sierra de la Giganta, Baja California Sur, Anetta Carter descubrió otra especie más de Lophocereus schottii, cuyo tallo lo forman costillas creciendo en forma espiral "como una vela cuadrada que hubiese sido retorcida".

Ha cobrado tal importancia esta rama de la Botánica, que existen diversas organizaciones científicas internacionales consagradas al estudio. En México, por ejemplo, funciona una Sociedad Mexicana de Cactología (calle Juárez No. 14, Col. San Álvaro, México 17, D. F.), dedicada al trabajo -no lucrativo- de promover el estudio científico de estas plantas. Para probar su descomunal interés en el asunto, estos especialistas cactólogos llegan a rifarse entre ellos mismos algunos ejemplares de cactos.

El país que se extiende entre Tehuacán, Pue., y Huajuapan de León, Oax., está considerado por muchas autoridades científicas como "el mayor y más diversificado campo de cactus en todo el mundo".

Ahí, entre las arrugas de la tierra -vieja millonaria en años- y sobre las crestas y valles del inmóvil oleaje que fingen sus descarnados lomeríos, están esparcidos los hermosísimos ejemplares en tales formas y diseños y dimensiones que sorprenden inevitablemente.

El área de Zapotitlán, Chilac, la montaña de Tetitlán y su ladera opuesta, por San Luis Atototitlán, están cerca de Tehuacán y sirven de botón de muestra de lo que guarda la región de más sierra arriba. Chollas (el cacto esférico, sinónimo festivo de la cabeza humana) que alcanzan dos metros de diámetro; biznágas igualmente monstruosas, con frutos que alcanzan la dimensión del plátano dominico. Otros cactos son increíbles miniaturas, y otros más presentan raíces horizontales que miden hasta quince metros. Son verdaderos prodigios de la Naturaleza, máquinas vegetales creadas para vivir y desarrollarse virtualmente sin agua, expuestas al cambio brutal de los cincuenta grados centígrados en el mediodía, hasta varios grados bajo cero en la helada noche. Aferradas angustiosamente a una reseca roca caliza, sin humedad siquiera, sin humus vegetal del cual nutrirse, ¿cómo viven y se multiplican las células de estos gigantes?, ¿cómo -de la nada- producen su pulposa sustancia generosa en almidón, mucílagos, gomas, ácidos orgánicos, cristales de sílice, alcaloides y un sinfín de etcéteras? Algún día los nuevos hombres de ciencia del México nuevo descubrirán y aprovecharán los maravillosos procesos bioquímicos del cacto, prodigioso laboratorio que extrae de la atmósfera los elementos químicos, los transforma, desintegra y recombina a través de la milagrosa fotosíntesis.

Entre tanto, y si usted no quisiera o no pudiera viajar hasta Puebla-Oaxaca para conocer el más variado jardín de espinas en el mundo, entonces tome usted nota de un lugar bastante más cercano: Cadereyta, Qro., a 37 km de San Juan del Río, sobre la carretera que sube hasta Tamazunchale, S.L.P. El lugar se llama "Quinta Schmoll" y queda a cosa de 25 minutos de Tequisquiapan y sus baños termales. En tal lugar, además de contemplar un estupendo escaparate de actividades, puede adquirir, por pocos pesos, una colección de 50 plantas cactáceas, todas distintas, de 2 a 3 años de edad. Y (quién lo sabe) bien pudiera suceder que se uniera usted al más o menos un millón de personas que, en el mundo, están haciendo del cultivo y colección de cactos una de sus más amables diversiones.


(Tomado de: Möller, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)

jueves, 29 de julio de 2021

La desconocida Coyuca

 


En el centro de la laguna, frente a los esteros de Infiernillo, Empalizada y Comboy, hay dos diminutas islas-islotes: Isla Montosa e Isla Presidio, con playas y sitios para la fotografía subacuática, en agua dulce.

Luego, hacia el oeste, está la Isla Pájaros, con agradables rincones tropicales, y en dirección opuesta, siempre en la laguna, junto a la playa, una zona arqueológica virtualmente desconocida.

En las aguas, para la pesca deportiva, discurren los robalos, bagres, malacapas, mojarras, pargos y lisas, en tanto que las jaibas corretean por los tupidos manglares de las riberas.

Continuando el recorrido de la laguna, por el canal que forman Tangara y el Cocotal, está la jungla, paraíso de los marabúes, flamencos rosa, picopandos, patos y garzas.

Hasta aquí, omitimos el nombre de la laguna, en la esperanza de que usted la reconozca; si no le suena conocida no se extrañe, según parece sólo una persona de cada mil ha recorrido en lancha este pequeño edén del trópico guerrerense, y, sin embargo, está a solamente diez minutos del centro de Acapulco. Sí, se trata de la Laguna de Coyuca, ésa que se mira de reojo estando en la multivisitada Pie de la Cuesta.

Acepte usted nuestra sugestión: haga un recorrido en lancha por el lugar, desde el "embarcadero Nogueda", en Pie de la Cuesta, hasta la Barra de Coyuca, ya ante el mar; y por favor no olvide la cámara. Su viaje transcurrirá en una deliciosa paz silenciosa ante paisajes sedantes y gratos. No hallará nada sensacionalmente espectacular, pero sí conocerá uno de los lugares hermosos de Acapulco. El costo del recorrido es de cincuenta pesos por adulto, la mitad los chamacos, y "si son muchos hacemos una rebajita", le dicen los amables lancheros. No se arrepentirá usted, y menos aún si va en la época de lluvias o poco después, cuando el verdor es absoluto.

(Tomado de: Mollër, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)

lunes, 24 de junio de 2019

La montaña de vidrio



"Cuando hallemos las canteras negras donde se surte de pedernal el mexicano, le habremos puesto un nudo a sus terribles armas." en estos términos se refería Diego de Ordaz a la importancia de los yacimientos de obsidiana. Sus investigaciones, extensas y pacientes, pusieron en claro que la obsidiana no abundaba en este país, que no habían pequeñas vetas sino que debía localizarse una enorme "tepetizla" (montaña de vidrio) y a fuerza de no hallarla nunca se fue convirtiendo en una leyenda. Tiempo después, sometido ya el país, la búsqueda quedó extinguida.

Pero la montaña de vidrio existía, era tan real como hermosa.

Von Humboldt halló una pista en la Barranca de Iztla, en cuyo fondo un río arrastra brillantes trozos de obsidiana que después despule el roce contra otras rocas; pero el rastro parecía desvanecerse en el cerro Navajas, 20 kilómetros al sur de Huasca, Hidalgo. La limitación del tiempo impidió al sabio alemán añadir a su brillante trayectoria el descubrimiento de la mítica montaña.

Y fueron anónimos sus descubridores. Gentes de una época en que ¿para qué habría de servir el vidrio volcánico, tan frágil, difícil de trabajar y tan pesado? 

Acabamos de estar en la fantástica montaña. Los cerros y montes que la forman brillan al sol de la mañana. Resplandecen con un inmenso sembradío de cristales negros, y hay lugares en que hasta el camino mismo está revestido de obsidiana molida. Mojoneras, se llama uno de los lugares donde la obsidiana surge de entre la vegetación, y está a unos cinco kilómetros del entronque Zacualtipán, Tlahuelompa, rumbo a esta última población.

Examinada en una carta aérea, esta montaña resulta ser la misma que concluye su ubicación en el cerro Navajas; una línea recta trazada entre ambos puntos mide escasamente 30 kilómetros. ¡Si Humboldt lo hubiera sabido!

Y, en esta séptima década del siglo XX, de tecnologías inauditas, ¿de qué puede servir la obsidiana? Algún uso, utilitario u ornamental debe de tener aunque... ¿dónde están los geniales lapidarios que, como los antiguos mexicanos, tallarían en mil formas este caprichoso, quebradizo material, vidrio fabricado en las fraguas telúricas? Imaginamos que hoy día el precio de un espejo de obsidiana sería estratosférico, y quizá también lo fue en su época, como ese portentoso espejo de obsidiana, que nada envidia al mejor de la actualidad, hallado en las costas de Veracruz y que se exhibe como propiedad del Museo Americano de Historia Natural, en Nueva York.

En algo sí tuvieron razón los españoles a quienes tanto pavor infundían las macanas revestidas de obsidiana que atravesaba las corazas de hierro como si fueran de papel; no abundan los yacimientos de obsidiana, parecen ser exclusivos del centro de México, y, hasta la fecha, sólo se conocen el ya mencionado, otro menor en Tepayo, Otumba, Estado de México, y otro menor aún, en Zinapécuaro, Michoacán.

(Tomado de: Harry Möller - México Desconocido. Injuve, México, D. F., 1973)


viernes, 14 de junio de 2019

Totonacapan y su miniarquitectura


En el país donde los ojos son suavemente rasgados, las narices finas, delineadas cejas y esculpidas bocas entreabiertas, en el que fue un día famoso reino de Totonacapan, el arte tuvo manifestaciones singulares en su delicadeza.

Una de esas expresiones sui géneris, tal vez la menos conocida, es la arquitectura en pequeña escala, los templos miniatura, en total contraste con las ciclópeas masas piramidales de la misma era prehispánica.

Los diminutos templos totonacas que usted puede ver actualmente, fueron concebidos hará unos cuatro o cinco siglos antes de Cristo.

Se trata de verdaderos mausoleos cuyo interior aloja una o dos cámaras funerarias. Por fuera, pese al deterioro causado por más de dos mil años, es apreciable la riqueza ornamental. Sus techos son de dos aguas y también de cuatro. Incluyen un adoratorio en la cúspide del cuerpo central. Cuatro escalinatas guarnecidas por sólidas barandas de piedra y otros muchos detalles de elegante primor. Todo esto, créalo o no, en estas dimensiones: metro y medio de ancho, por menos de dos metros de altura. ¿Pequeñísimos? Claro, por eso los llamamos templos miniatura.

Además, están dispuestos -en algunos lugares- con el orden acostumbrado en los cementerios modernos occidentales. Parece ser que solamente los totonacas se ocuparon de erigir tan originales monumentos funerarios, y los distribuyeron en una enorme región desde Nautla, Ver., hasta Comapan, en la cuenca del Jamapa, cerca de Huatusco.

Para ver estas asombrosas muestras del especial sentido litúrgico que en Totonacapan se daba a los ausentes definitivamente, le sugerimos visitar la "ciudad fortaleza" de Quiahuiztlan, sobre la carretera asfaltada Veracruz-Nautla.



(Tomado de: Harry Möller - México Desconocido. Injuve, México, D. F., 1973)

sábado, 1 de junio de 2019

Matanchén y sus olas largas


Viajar sobre el lomo de las olas marinas es sensacional y ha dado lugar al "surfing", uno de los deportes más bellos y espectaculares que se conocen.

La acción se inicia cuando el nadador coloca su "tabla" o deslizador en la cresta de una alta ola y la va jineteando durante todo su raudo, espumoso y atronador viaje hacia la playa.

Por supuesto, el emocionante vértigo dura más tiempo mientras más larga y alta es la ola. Hawaii era la meca mundial de este deporte, hasta que alguien descubrió una playa llamada Matanchén, en Nayarit. Hacia ella baja actualmente, en número creciente cada día una corriente de "surfistas" procedentes de la costa estadounidense del Pacífico. Las playas de Matanchén y, en especial sus larguísimas olas de tres y cuatro metros de altura, satisfacen al más exigente fanático... y están varios miles de kilómetros más cercanas.

Dicen los expertos, en la principal publicación norteamericana dedicada al surfing, que "...Matanchén es el mejor descubrimiento en los últimos diez años, y México es para el surfista un mundo aparte, sobre todo un mundo muy personal".

Como resultado, la fotografía y la cinematografía logradas aquí no tienen paralelo, y el espectáculo es hermosísimo; de pie sobre su realizador, el surfista va recorriendo hasta un kilómetro y medio, toda la comba cascada bajo el rizo que está a punto de desplomarse y luego, ganando la carrera, va deslizándose por delante del desplome de varias toneladas de mar.

¿Y el paisaje?: tonos pastel bajo un sol de fuego que se diluye en la quietud de la costa. Sólo se mueven y se oyen las rompientes interminables. Ciertamente es un mundo muy personal. El lugar se llama Matanchén y está a seis kilómetros al sur de San Blas, Nayarit. ¿Había oído usted de sus olas de kilómetro y medio? 

(Tomado de: Harry Möller - México Desconocido. Injuve, México, D. F., 1973)

lunes, 20 de mayo de 2019

La enigmática Jaina



"Yo vengo de la Isla de los Muertos. De un mundo dulce donde todo lo que termina vuelve a empezar. Y sólo he vuelto para decir adiós, para ver ojos que no miraré más. Pronto me iré de nuevo a la Isla de los Muertos y empezaré a vivir."

Un verde mar mediterráneo rodea a la isla mencionada por el poeta del año 1447 aproximadamente, misma época en que el primer Dalai-Lama fundaba su monasterio en el Tibet para retirarse del mundo. Medio planeta separaba a ambos personajes, pero una misma idea los incendiaba por dentro. Hoy, quinientos años después, el fruto del Tibet sigue prisionero entre muros de roca batidos por las ventiscas de los Himalayas. El fruto de Jaina, la "isla de los muertos", sigue brotando de entre el islote artificial que acarician las tibias languideces del Mar Caribe. Y en efecto, las figurillas de Jaina viajan por el mundo entero y hablan por boca de quienes las ven y admiran.



La afirmación de que ahí "todo lo que termina vuelve a empezar" se ha venido cumpliendo por lo menos para las exquisitas esculturas mayas que un día fueron enterradas en Jaina sólo para empezar a vivir, de mano en mano, hasta nuestros días. Y algo muy particular debe haber habido ahí, que tan eficazmente movió a sus habitantes a crear un arte que no se parece a ningún otro en el mundo.

¿Qué hubo en Jaina tan importante para que durante trescientos años los nativos acarrearan desde las playas de Campeche tierra para rellenar los manglares y formar una isla? ¿Qué estirpe de artistas decidió aislarse ahí? Bien poco es lo que se sabe porque casi nada se ha investigado profundamente.



Si usted es buscador de misterios tiene una cita con la isla de Jaina que, por supuesto, no figura en los mapas comunes. Está a unas tres horas de Campeche, en lancha, hacia el Norte aproximadamente a la altura del río Sayosal, entre bellísimos arrecifes de coral y densos manglares en los que jamás ha andado humano alguno.

(Tomado de: Harry Möller - México Desconocido. Injuve, México, D. F., 1973)

jueves, 2 de mayo de 2019

Púrpura imperial


¿Había usted oído hablar de los amuzgos? No, no son ni animales ni plantas. Son unos quince mil hombres y mujeres que constituyen todo un país. Con su propio idioma y costumbres y tradiciones. Durante siglos han tratado de no mezclarse racialmente con sus vecinos, y han tenido éxito. Siguen viviendo en la oscura noche de su pasado misterioso. Hoy son los únicos depositarios de un proceso de teñido que data de hace más de mil años y quizás sea tan antiguo  como el que hizo célebre las telas de los fenicios: la púrpura de tiro, o múrice.

Ese color “púrpura imperial” ha sido como oro para los amuzgos y mucho depende de él la supervivencia económica del grupo. En noches de cuarto menguante lunar, bajan a la costa guerrerense y van recorriéndola pacientemente en busca de Murex purpura, el caracol mágico. Uno por uno, hasta sumar miles, los hacen segregar unas gotas de líquido tinte con el que dan color al algodón hilado a mano. Después, con jugos de frutas y otros recursos secretos, consiguen una gama de colores que va desde el brillante verde limón y el chartreuse, hasta el más oscuro púrpura. Las telas así teñidas jamás se decoloran y jamás se pudren. Además, llevan la prueba de su autenticidad: un leve aroma marino. Y hasta ahora nada iguala, en brillo, tonos y riqueza, a las sedas y algodones teñidos por los amuzgos.



Para encontrar a esos raros mexicanos, la ruta se inicia en Acapulco, costea hacia el sur, le lleva a Ometepec y de ahí por caminos de tierra, hacia el pueblo Amuzgos y otros que le rodean. No le asuste nada de lo que vea ahí, está usted en un país que se ha conservado independiente casi totalmente, y quieren seguir así. Lo demás, es aventura memorable.

(Tomado de: Mollër, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)



sábado, 20 de abril de 2019

De las nieves al desierto


 
Hace doscientos ochenta años vino a México un hombre procedente de los Alpes bávaros. De cuantos lugares conoció, nada le apasionó tanto como un desierto en el que “la vida es sólo permitida a quien la merece”. Y tanto empeño puso por explorarlo que pasó veinticuatro años caminando a pie por aquellos calderos de arena. La muerte misma tuvo que ir por él hasta el desierto; se llamó Francisco Eusebio Kino, y su paraíso: el Desierto de Altar, en Sonora.


Seducidos por uno de los caminos narrados por ese hombre increíble, lo recorremos. Va de Bahía Kino a Caborca, después de desvanecerse al cruzar el Bacavochi, volverse mil veredas antes de llegar a Casa Vieja, y dar rodeos y tumbos a su paso por el Burro, Bonancita y Bámori.


Lo que ahí se ve puede ser ensueño o ser pesadilla, realidad o espejismo, pero nadie puede quedar impasible; no en ese país donde las rocas truenan de frío por la noche y de calor al mediodía. Hay zonas donde la arena es de cuarzo y la luz viaja en mil direcciones. La vida se rige por la implacable cronometría solar: cero animales, cero movimiento durante las horas de luz total; infinita acción de animales y alimañas durante el ciclo de la sombra. Todo es gigantesco, desde la silenciosa soledad hasta los fantasmales “cirios”, cactos de 8 y hasta 10 metros de altura. Es el lugar donde usted puede pararse en un sitio jamás hollado desde la creación del mundo.


Una advertencia, y muy seria: no se aventure sin la compañía de un lugareño conocedor. Las veredas o “rodadas” se multiplican y separan de pronto y ninguna va a ninguna parte; pueden hacer que se consuma todo el combustible y usted seguir en un laberinto.


Por lo demás, es fascinante la tierra donde “sólo vive el que lo merece”.


(Tomado de: Mollër, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)



viernes, 5 de abril de 2019

Las truchas de Utt


En el techo de la Baja California, a tres mil metros de altura, nace un sinfín de arroyos poblados por gordas y hermosas truchas cuyo origen es toda una leyenda: fueron plantadas, arroyo por arroyo, por un millonario californiano que dedicó sus vacaciones anuales a la más extraña ocupación para un adinerado: distribuir truchas entre los arroyos más inaccesibles de una alta serranía, la de San Pedro Mártir.


Las famosas truchas de Mr. Utt dadas a conocer por el malogrado Fernando Jordán, en su El Otro México, constituyen ciertamente por lo que representó su traslado y distribución un singular gesto de amor hacia una región inhóspita, solitaria y alejada de todo menos de Dios.


Con todo, este rincón del mundo empieza a ser favorecido por un turismo muy peculiar: el que acampa y convive con el suelo. Turismo de camping. De familias que pasan ahí un par de semanas y vuelven el año siguiente. Todos son cautivados por el paisaje más opuesto al panorama modernista y artificial del siglo XX en las grandes capitales.


Cualquier geólogo describiría esta región como “el más sorprendente amontonamiento de escarpas graníticas”. Se alza bruscamente desde el nivel del mar y sigue elevándose hasta recibir la húmeda brisa del Océano Pacífico. Sus cumbres se coronan de pinares que los rapamontes han venido asesinando, y debajo de una colosal roca nace el arroyo de las Garzas que se lanza al vacío en tres prodigiosos saltos que suman más de 900 metros, para ser realmente la cascada más alta que se conoce en México.


(Tomado de: Mollër, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)

lunes, 25 de marzo de 2019

Carnaval y ayuno


¿A dónde iría usted a meditar -nos preguntaron- durante la próxima Pascua? De hacerlo, probablemente sería un lugar donde Cristo se llama “Quanamoa”, “nuestro Redentor”, y los hombres pasan por una auténtica penitencia voluntaria, pero cruel, durante tres días. Un lugar cerca de la más bella y alta laguna esmeralda que hayamos visto, entre barrancas y sierras nubladas, tan oculto y diminuto que en conquistador hispano tardó doscientos años antes de poder llegar ahí.


Es un reino cora, es decir, un pueblo en extinción. Lástima. Su pureza en el concepto de la vida podría hacer escuela en el mundo si se diera a conocer.


Aquí todavía se ven cuerpos pintados, de pies a cabeza, y los hombres, para poder ser bautizados deben ser “judíos” durante un par de semanas (y como tales tratados por los demás). Se está en medio de una civilización virtualmente extinguida pero tan lúcida que su mezcla de paganismo y cristianismo parece ser la perfecta transacción espiritual que satisface a todos por igual.


El lugar se llama Santa Teresa, Nay., al este de Acaponeta, y lo bastante remontado en la Sierra Madre como para desanimar al turista ocasional. La Semana Santa aquí se observa con carnavales y con ayuno, agotantes penitencias y un baño colectivo, al amanecer, en las heladas aguas del río que baja de la montaña helada.


Y la laguna esmeralda, su laguna sagrada, es un cuenco o cráter volcánico, sin peces pero con tortugas; “es todo lo que quedó después de la inundación que ahogó a todo el mundo”, aseguran los coras. Y en realidad, desde el paisaje hasta los héroes que lo habitan, todo hace pensar y meditar...


(Tomado de: Mollër, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)