Suponga usted, por un momento, que lograse reunir a un grupo de los mejores pintores conocidos y les planteara su deseo: "Quiero que me hagan una pintura extraordinaria, con simbolismos capaces de narrar una historia en cada figura. Quiero ver hombres y animales dibujados con trazos simples y completos que transmitan una positiva sensación de poderío. Quiero que los hombres midan unos tres metros de alto y que haya borregos de cuatro metros, y ciervos enormes. Sólo quiero dos colores en las pinturas: un ocre rojizo y un negro bien oscuro. No deben utilizar brochas ni pinceles y tampoco pinturas líquidas de ninguna clase. Quizás les cueste un poco de trabajo realizar su obra artística porque lo que van a decorar es un lienzo casi horizontal, un techo rocoso. ¿La superficie? Digamos unos cuatrocientos cincuenta metros cuadrados. El techo está bastante alto pero no usarán escaleras ni andamios. Y una última recomendación: las pinturas han de durar unos mil años a pesar de estar expuestas a la intemperie porque en el salón no habrá puertas de ninguna clase."
A estas alturas, ¿qué clase de reacciones habría en los pintores famosos? Trate de imaginarlo y pensar en los problemas que le plantearían como respuesta. ¿Quién sería el bravo que aceptara la misión, sabiendo, además de todo, que no percibiría dinero a cambio, que su remuneración habría de ser puramente sentimental? Finalmente, ni siquiera su firma aparecería en la pintura.
¿Imposible hallar a ese hombre? Tal vez lo sea en la dimensión general de nuestra época, pero no en los tiempos y espacios del México existente tras los velos de muchos siglos atrás.
Los geniales artistas que satisficieron todos los requisitos arriba mencionados, dejaron para asombro y curiosidad y desconcierto de generaciones enteras, verdaderas obras murales que hoy en día todavía hacen vibrar al espectador. Sus galerías de exposición están abiertas, día y noche, tanto al público como al viento y la arena del desierto, al calor y al frío. Tales galerías son dos cuevas situadas en ese país interminablemente sorprendente que es Baja California Sur.
Una, la del Coyote, se localiza a unos cincuenta kilómetros al oeste de San Ignacio, un diminuto poblado en el centro mismo de la península, aproximadamente a la misma altura geografía que Guaymas, Sonora. El lugar es también conocido como Cueva de la Serpiente, porque una de las pinturas es justamente un larguísimo reptil con orejas que recuerdan las de la liebre. Hace tiempo que se ha tratado de establecer si -por diseño o trazo- tendría alguna asociación con la serpiente emplumada y cabeza con tocado que corresponde que corresponde al universo mitológico mexicano.
Y cerca de otro lugar también llamado Coyote, al sur de Mulegé, en tierras del rancho San Baltazar, está la cueva de San Borjita, con las figuras pintadas en el techo. La escena general parece reproducir una batalla puesto que abundan hombres con flechas en las manos y algunos tienen el cuerpo atravesado por los dardos. Para añadir problemas a la interpretación de las pinturas, éstas aparecen en muchos casos sobrepuestas entre sí. Para completar el testimonio, a poco que usted rasque en el suelo hallará puntas de flecha.
Desde luego, no son estas las únicas grandes pinturas rupestres que hay en el Territorio bajacaliforniano; la lista de lugares es muy grande y quizás las mejores no se conocen todavía; después de todo se trata de un lugar donde el misterio lo es todo.
Algún día, cuando usted decida conocer el "otro México" que decía el genial Fernando Jordán, llegue a San Ignacio y Mulegé; lo que ahí verá y sentirá corresponde a otra dimensión de la vida.
(Tomado de: Möller, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)
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