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jueves, 29 de septiembre de 2022

Los jumiles, xotlinilli



Los jumiles de Taxco se desarrollan sobre los tallos y entre las hojas secas de los encinos pequeños. En el cerro del Huixteco el insecto es tan abundante que llaman jumileros a los nativos. Ellos, por su parte, celebran el día del jumil el 5 de noviembre. Estos insectos abundan de noviembre a febrero y desaparecen con las primeras lluvias, despiden un olor fuerte que se intensifica al tocarlos.

Cuando los recolectan, los guardan en canastones cubiertos con mantas ralas de algodón y se los rocían con agua para mantenerlos vivos, pues mueren pronto fuera de su ambiente. En el mercado los venden envueltos en hojas verdes de cucharillo (Quercus urbani), bien atadas para que no se escapen.

Los jumiles morelenses (Euchistus zopilotensis) son más pequeños, se encuentran en Cuachichinola y en Jamiltepec, donde se crían entre la humedad de las peñas del cerro. Se venden en los mercados de Cuautla y Cuernavaca. Para conservarlos, los echan en ollas de barro tapadas con hojas de maíz y les ponen una rama de laurel para entretenerles el hambre. Abundan durante el invierno.

Los jumiles también se comen tostados, acompañados de limón y sal, o en salsa de tomate de cáscara y chile guajillo. Asimismo, se preparan tostados y molidos con chile para espolvorear los alimentos y no falta quien se los coma vivos, en la creencia de que curan la dispepsia y las erupciones de la piel.


[Tomado de: Castelló-Yturbe, Teresa (texto y recolección), Presencia de la comida prehispánica. Fomento Cultural Banamex, México, 1986.]


(Tomado a su vez de: Vela, Enrique: Insectos en Mesoamérica. Usos y simbolismo, alimento y materia prima. Arqueología Mexicana, Edición especial #86. Editorial Raíces, México, 2019)

 

lunes, 13 de junio de 2022

Rubén Jaramillo


Mayo en la memoria

Es asesinado Rubén Jaramillo

23 de mayo de 1962


Aquel día un destacamento militar apoyado por policías judiciales sacó de su casa, en Tlaquiltenango, Morelos, al dirigente campesino Rubén Jaramillo, a su esposa Epifanía, que estaba encinta, y a sus hijos Enrique, Filemón y Ricardo. Dos horas después la familia fue acribillada en las cercanías de las ruinas de Xochicalco, consumándose así uno de los más atroces crimenes políticos del siglo XX mexicano.

Rubén Jaramillo nació en Tlaquiltenango hacia 1900. En 1914 se incorporó al Ejército Libertador del Sur del general Emiliano Zapata y se convirtió en un oficial apreciado y querido por los habitantes de Morelos y el sur de Puebla.

En 1918 Jaramillo reunió a los hombres que lo seguían y les explicó que la revolución zapatista había sido derrotada, por lo que valía más guardar las armas y retirarse para continuar la lucha en un momento más propicio.

Durante los años siguientes, trabajó en diferentes ranchos y haciendas, y conoció la cárcel en la que lo metieron los carrancistas luego del asesinato de Zapata. En los años veinte encabezó una lucha legal por la reforma agraria y consideró que el reparto prometido sólo era una bandera política y no un verdadero compromiso del gobierno. Al comenzar la década de los treinta, era el más conocido y respetado de los dirigentes campesinos del poniente de Morelos.

También apoyó decididamente la candidatura presidencial de Lázaro Cárdenas en 1934 y durante la campaña electoral preparó un estudio sobre la agricultura de la región que concluía con la petición de que el Estado construyera una gran central azucarera. Ese fue el origen del ingenio de Zacatepec, inaugurado por Cárdenas en 1938 y cuyo primer consejo de administración presidió Jaramillo.

En 1939, por expresa petición del general Cárdenas, Jaramillo y todos sus seguidores apoyaron la candidatura de Manuel Ávila Camacho, pero cuatro años después, considerando que el nuevo presidente había traicionado definitivamente los ideales de la Revolución, el dirigente llamó a sus compañeros a desenterrar las armas para recomenzar la lucha por la tierra y la libertad, reviviendo el zapatismo.

Pacificado gracias a la mediación de Cárdenas, Jaramillo siguió luchando por los derechos de los campesinos y colaboró con diversos movimientos nacionales. Pero desesperado por la corrupción de los políticos, las amenazas a los luchadores sociales y la imposibilidad de transformar las cosas por medios políticos, planeó levantarse en armas contra el gobierno por tercera vez.

Sin embargo ya no le dieron tiempo: fue asesinado y con él fueron sacrificados su esposa e hijos. Al día siguiente, sorteando el cerco militar que rodeaba el panteón de Tlaquiltenango, miles de campesinos acudieron a su entierro.

Luis A. Salmerón, historiador.

(Tomado de: Salmerón, Luis A. - Mayo en la memoria. Es asesinado Rubén Jaramillo. Relatos e historias en México. Año VII, número 81, Editorial Raíces, S.A. de C. V., México, D. F., 2015)

jueves, 17 de septiembre de 2020

Claudio Fox


93

Claudio Fox 1886-¿?

Los asesinatos monstruosos de la carretera de
Cuernavaca constituyeron una de las páginas 
 más patéticas y sombrías de nuestra turbulenta
 Historia Patria.

Miguel Alessio Robles

Claudio Fox fue Jefe de operaciones del estado de Guerrero, lugar donde consumó diversos actos criminales que le valieron la baja durante el mandato de Emilio Portes Gil. Pero su carácter sanguinario vio su clímax cuando perpetró el asesinato del candidato a la presidencia Francisco R. Serrano y trece acompañantes en Huitzilac, Morelos, el 3 de octubre de 1927.
Ya a fines de septiembre de ese año Serrano sabía que no tenía posibilidad de ganar las elecciones contra Álvaro Obregón, así que se alió al general Arnulfo R. Gómez, decididos ambos a evitar la reelección del general por medio de las armas si era preciso; su intención era aprehender a Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Joaquín Amaro el 2 de octubre, durante una exhibición de maniobras militares en los llanos de Balbuena. Consumado el golpe, designarían a un presidente interino y convocarían a elecciones. Confiado, Gómez salió con destino a Veracruz para movilizar tripas en caso de que el golpe en la ciudad de México fallara, y Serrano informó a la prensa que iría a Cuernavaca a festejar su santo.
El 2 de octubre, Serrano esperaba ansioso en la ciudad morelense las noticias de lo acontecido en el Distrito Federal. Al inicio del día siguiente se enteró de que el golpe había fracasado y, unas horas más tarde, él y sus acompañantes fueron aprehendidos. Joaquín Amaro había desarticulado rápidamente el intento de golpe mientras, en el Castillo de Chapultepec, Calles y Obregón decidían el destino de los prisioneros.
"¿Para qué traerlos a México, si de todos modos se ha de acabar con ellos? Es preferible ejecutarlos en el camino" expresó Obregón; Calles y Amaro consintieron. Joaquín Amaro mandó llamar a Claudio Fox, quien se presentó en el castillo de Chapultepec y recibió la orden por escrito:
"Sírvase marchar inmediatamente a Cuernavaca acompañado de una escolta de 50 hombres para recibir a los rebeldes Francisco R. Serrano y personas que lo acompañan, quienes deberán ser pasados por las armas sobre el propio camino a esta capital por el delito de rebelión contra el gobierno constitucional de la República". La orden estaba firmada por el presidente Plutarco Elías Calles y llevaba la bendición de Álvaro Obregón.
A Cuernavaca llegó  el mandato de trasladar a los prisioneros a Tres Marías, donde debían ser entregados al general Claudio Fox. Serrano y sus acompañantes fueron obligados a subir a los automóviles con las manos atadas con alambre de púas. La carretera fue cerrada entre Tres Marías y Huitzilac, donde los presos descendieron de los automóviles y fueron obligados a caminar a orillas de la carretera.
Serrano estaba acompañado por los generales Carlos A. Vidal, Miguel A. Peralta y Daniel Peralta; por los licenciados Rafael Martínez de Escobar -ex diputado constituyente- y Otilio González, el ex general Carlos V. Araiza y los señores Alonso Capetillo, Augusto Peña, Antonio Jáuregui, Ernesto Noriega Méndez, Octavio Almada, José Villa Arce y Enrique Monteverde. Fox ordenó su ejecución al coronel Marroquín, quien con una pistola en una mano, una ametralladora en la otra y la boca colmada de insultos no dejó a ninguno de los prisioneros con vida. 
Los cuerpos fueron trasladados al Castillo de Chapultepec, donde Álvaro Obregón, al llegar frente al cadáver de Serrano, dijo: "Pobre Panchito, mira cómo te dejaron", y señaló: "a esa rebelión ya se la llevó la chingada". Al día siguiente los diarios publicaron la versión oficial de los hechos: "El general Francisco R. Serrano, uno de los autores de la sublevación, fue capturado en el estado de Morelos con un grupo de sus acompañantes por las fuerzas leales que guarnecen aquella entidad y que son a las órdenes del general de brigada Juan Domínguez. Se les formó un consejo de guerra y fueron pasados por las armas. Los cadáveres se encuentran en el Hospital Militar de está capital".
Serrano fue sepultado en el Panteón Francés; tiempo después, casi de manera clandestina, catorce cruces fueron colocadas a un costado de la carretera vieja a Cuernavaca que dan testimonio, hasta nuestros días, del lugar donde Claudio Fox ejecutó la matanza de Huitzilac.

(Tomado de: Molina, Sandra – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)

miércoles, 3 de junio de 2020

Juvencio Robles

68

Juvencio Robles ¿?-1920

Dios te perdone Juvencio Robles
tanta barbarie, tanta maldad
tanta ignominia, tantos horrores
que has cometido en nuestra entidad.

De un pueblo inerme los hombres corren
muy después de eso vas a incendiar
qué culpa tienen sus moradores
que tú no puedas al fin triunfar.

Corrido popular.

Para 1912, el estado de Morelos era un polvorín debido a la lentitud del gobierno maderista para la restitución de tierras. Los zapatistas respondían con violencia a la violencia del gobierno, que los llamaba "bandidos feroces y contumaces asesinos". Al general Juvencio Robles, quien antes había combatido a las tribus apaches en la frontera norte del país, se le encargó restablecer la paz en la entidad.
"Todo Morelos, según tengo entendido, es zapatista y no hay un solo habitante que no crea en las falsas doctrinas del bandolero Emiliano Zapata. En un lapso de tiempo relativamente corto reduciré a esa falange de bandoleros que actualmente asolan el estado de Morelos con sus crímenes y robos dignos de salvajes", comentó el general, y para ello empleó el método de la "recolonización": evacuaba los pueblos, encerraba a la gente en campos de concentración e incendiaba el lugar.
Durante varios meses, Robles quemó pueblos enteros, reconcentró a sus habitantes, realizó fusilamientos en masa y permitió la rapiña de sus hombres. Los excesos llegaron a su cumbre el 15 de febrero de 1912, cuando "recolonizó" el pueblo de Naxpa: las tropas federales lo saquearon, asesinaron a los habitantes y prendieron fuego al lugar, cuya población era apenas de ciento treinta y un niños y mujeres y cinco hombres.
En los primeros días de agosto, al enterarse Madero de estos horrores, removió a Robles y puso en su lugar al general Felipe Ángeles, quien vio con repugnancia los excesos cometidos por su antecesor: "¿Tiene derecho la sociedad que permite el asesinato, por los jefes militares, de los humildes indios, víctimas de bajas y viles intrigas? [...] No tiene derecho [...] Es justificada la actitud de los zapatistas".
Tras la caída de Madero, Robles volvió a Morelos y continuó aplicando sus violentos métodos antizapatistas: depuso al gobernador, disolvió la legislatura local, encarceló a sus integrantes. Cómo premio, fue designado por Huerta gobernador provisional. Cuando la revolución constitucionalista triunfó, huyó al exilió.

(Tomado de: Molina, Sandra – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)

lunes, 1 de junio de 2020

Renovación del concejo, Anenecuilco 1909

Situada a unos cuantos kilómetros al sur de Cuautla, en el rico Plan de Amilpas, del estado de Morelos, con sus casas de adobe y sus chozas sobre el río Ayala, Anenecuilco era, en 1909, una aldea tranquila, entristecida, de menos de 400 habitantes. Era un pueblo que estaba al borde del colapso, y su crisis era tanto la consecuencia de una historia particular, que tenía 700 años de antigüedad, como el resultado de luchas específicas. Pero era también, destacándose entre los detalles singulares, un paradigma de la crisis que sufrían muchos otros pueblos de Morelos y de toda la República.
Durante treinta años, los grandes terratenientes cultivadores de caña de azúcar le habían disputado a Anenecuilco los derechos sobre las tierras y las aguas de la comarca. En los campos, a lo largo de las acequias de riego y en los tribunales, los de Anenecuilco habían luchado por sus derechos a los recursos locales. Pero, por lo general, gracias a que los hacendados influían poderosamente en el gobierno federal de la ciudad de México, a que dominaban el gobierno de Morelos y tenían sujetos a los funcionarios de las cabeceras de distrito, los campesinos perdieron sus pleitos. En 1909, la presión que se ejercía sobre ellos se había vuelto especialmente pesada. En esa primavera, los hacendados de Morelos se apoderaron por completo del gobierno del estado e impusieron la elección de un miembro de su propia banda, notablemente complaciente, como gobernador. Ese verano, el nuevo gobernador decretó una nueva ley de bienes raíces, que reformó los impuestos y los derechos a tierras todavía más en beneficio de los hacendados. Este golpe se sintió duramente en todos los pueblos del estado. En Anenecuilco descorazonó por completo a los viejos que eran los regentes establecidos del pueblo.
Los cuatro ancianos que componían el consejo regente de Anenecuilco reconocieron públicamente que no se sentían capaces de dirigir al pueblo hasta que se sortease la crisis. No hay testimonios de que hubiesen fracasado por falta de valor o por negligencia. Por lo que se sabía, seguían siendo hombres de carácter firme y leal. Uno de los concejales, Carmen Quintero, había participado activamente en la política local desde 1884, y su carrera había comenzado antes de que muchos de los hombres adultos de la aldea hubiesen nacido. Otro, Antonio Pérez, había cargado su rifle para defender las tierras del pueblo desde 1887. Los otros dos, Andrés Montes y José Merino (presidente del consejo), habían cumplido sus deberes firme y fielmente durante más de una década. Tampoco se sabe que los concejales hayan fracasado por no contar con la confianza de las personas a las que representaban. Por lo que se sabe, los aldeanos todavía los respetaban. Por lo menos, los concejales disfrutaban de una confianza "familiar", en la acepción literal del término, puesto que, probablemente, casi todos los de Anenecuilco podían considerar a uno de los cuatro ancianos regentes como tío, tío abuelo, primo, hermano, cuñado, padre, suegro, padrino o abuelo. A lo largo de toda su difícil historia, la aldea había vivido gracias a la fuerza de voluntad de hombres cono ellos, y ahora no contaba con una fuerza mejor en la que apoyarse. Lo que anonadaba a los concejales y los hacía sentirse desvalidos era, simplemente, un sentimiento de incapacidad física. Eran, como dijo su presidente (que tenía más de setenta años), demasiado viejos. Antes, la fatiga no los había extenuado. Pero ahora, por la nueva fuerza del influjo de los hacendados, la defensa de la aldea exigía una energía que ellos ya podían generar. El tener que tratar con los administradores y los capataces de los hacendados, en los términos de la nueva legislación, el enfrentarse al jefe político de Cuautla, el andar contratando abogados, el desplazarse para ir a hablar con el nuevo gobernador en Cuernavaca, el tener que que hacer viaje hasta la ciudad de México, inclusive, resultó, de pronto, ser demasiado para hombres viejos. Precisamente porque los concejales eran personas con sentido de responsabilidad, por tradición y por carácter, decidieron traspasar su autoridad a otros que pudiesen dirigir a la gente de la aldea.
En la tarde del 12 de septiembre de 1909, los hombres de Anenecuilco se reunieron a la sombra de las arcadas que se levantaban detrás de la iglesia del pueblo. Sabían que la reunión tenía que ser importante. Para que todo el mundo pudiese acudir, los ancianos la habían convocado para este día, que era domingo. Y para que no se enteraran los capataces de la hacienda no había hecho sonar, como acostumbraban, la campana, sino que se habían pasado el aviso de boca a boca. Se encontraba allí la mayoría de los que eran cabeza de familia y casi toda los demás hombres adultos, pero solteros. Llegaron de 75 a 80 hombres, parientes, amigos, parientes políticos, rivales. El presidente del concejo, Merino, les explicó las razones por las que ya no podían seguir haciéndose cargo de los asuntos del pueblo. Los ancianos habían servido al pueblo lo mejor que habían podido durante años, y el mejor servicio que ahora le podían hacer era el de renunciar. Los tiempos estaban cambiando tan rápidamente que la aldea necesitaba algo más que la prudencia de edad. Era necesario elegir hombres nuevos, más jóvenes, para que los representaran. Luego, Merino pidió candidaturas para su propio cargo.
Modesto González fue el primero en ser propuesto. Luego, Bartolo Parral propuso a Emiliano Zapata y éste, a su vez, propuso a Parral, se hizo la votación y Zapata ganó fácilmente.
A nadie sorprendió. Zapata era joven, pues apenas en el mes anterior había cumplido los treinta años, pero los hombres que votaron lo conocían y conocían a su familia; y consideraron que si querían que un hombre joven los dirigiese, no podrían encontrar a ningún otro que poseyese un sentido más claro y verdadero de lo que era ser responsable del pueblo. Había tenido problemas con las autoridades del distrito, la primera vez cuando sólo tenía diecisiete años, un año o dos después de la muerte de sus padres. Entonces había tenido que salir del estado durante varios meses y esconderse en el rancho de un amigo de su familia, en el sur de Puebla. Pero nadie se lo tomaba a mal: en el campo, los líos con la policía eran casi un grito de libertad. De todas maneras, en los últimos trece años había sido uno de los dirigentes del grupo de hombres jóvenes que habían partipado activamente en la defensa del pueblo, firmando protestas, formando parte, como jóvenes, de las delegaciones enviadas ante el jefe político, y ayudando en general a mantener elevada la moral del pueblo. Recientemente, había ayudado a organizar la campaña local de un candidato a gobernador de la oposición; y aunque su partido había sufrido una desastrosa derrota (se había intimidado a los votantes, se habían escamoteado votos, se había detenido a los dirigentes y se los había deportado a los campos de trabajo forzado de Yucatán), había establecido relaciones con políticos de todo el estado. Después de la promulgación de la nueva Ley de Bienes Raíces, había comenzado a trabajar regularmente, con el consejo.

(Tomado de: Womack Jr., John - Zapata y la Revolución Mexicana. Traducción de Francisco González Aramburo. Siglo XXI Editores, S.A. de C.V./SEP. México, D.F., 1985)

miércoles, 30 de octubre de 2019

Muerte de Zapata, 1919


Continúan las noticias sobre la muerte de Zapata; su cadáver será expuesto en Cuautla


*Carranza felicita a González
*El rebelde será sepultado en el mausoleo de los firmantes del Plan de Ayala
*Fotografía del cadáver e ilustración del momento de su muerte
*Toda la información es servicio exclusivo de EL UNIVERSAL; es la más veraz y completa
*El señor Presidente felicita al general González


Únicamente para EL UNIVERSAL


Cuautla, Morelos, 11 de abril.- El señor Presidente de la República envió al señor general don Pablo González, jefe de las operaciones en esta región, el siguiente mensaje:


“Del Palacio Nacional de México, el 11 de abril de 1919.- Señor general de División don Pablo González .- Cuautla, Morelos.- Con satisfacción me enteré del parte que me rinde usted en su mensaje de anoche, comunicándome la muerte del cabecilla Emiliano Zapata, como resultado del plan que llevó a cabo con todo efecto el coronel Jesús M. Guajardo. Lo felicito por el importante triunfo que ha obtenido el Gobierno de la República con la caída del jefe de la revuelta del Sur y, por su conducto, al coronel Guajardo y a los demás jefes, oficiales y tropa que tomaron participación en ese combate, los felicito por el mismo hecho de armas, y atendiendo a la solicitud de usted, he dictado acuerdo a la Secretaría de Guerra y Marina para que sean ascendidos al grado inmediato el coronel Jesús M. Guajardo y los demás jefes y oficiales que a sus órdenes operaron en este encuentro, y cuya lista deberá usted remitir a la propia Secretaría de Estado. Salúdolo afectuosamente.- V. CARRANZA.”


El Enviado Especial
JOSE GONZALEZ M.


LA MUERTE DE ZAPATA, PLENAMENTE CONFIRMADA


(Únicamente para EL UNIVERSAL)


Cuartel General de Cuautla, Morelos, 11 de abril.- (Recibido a las 5 p.m.).- De manera plena fue confirmada la muerte del cabecilla Zapata. Durante todo el día de hoy desfilaron frente al palacio municipal, en donde se exhibe el cadáver, los habitantes de esta población y de los alrededores.
Por disposición del general González, los más honorables ciudadanos de la localidad dieron fe del cadáver, certificando satisfactoriamente su identificación.
El teatro de los acontecimientos fue la hacienda de Chinameca, ayer a las 2 de la tarde.


CUAL FUE EL ARDID QUE SE PUSO A ZAPATA


Los detalles que hasta ahora se tienen del suceso, son los siguientes: el coronel Guajardo llegó con sus hombres a conferenciar con Zapata, quien invitó a aquél a comer en su casa el día anterior; mas Guajardo, fingiéndose enfermo de cólico, no asistió a la invitación, ofreciendo que la reunión la tendrían ayer. Antes del mediodía se reunieron los jefes mencionados, con sus respectivas escoltas, en cierta cantina, en donde Guajardo invitó a Zapata a tomar la copa y a cuya invitación se negó el cabecilla; pero Guajardo insistió, diciéndole que tomaran la copa él y sus hombres a su salud. Entre tanto, la señal convenida para proceder a la captura de Zapata era el primer toque de clarín indicando atención, para que las tropas de Guajardo le presentaran armas al jefe rebelde, como una demostración de respeto. La acción se ejecutó rapidísima, porque las tropas leales comprendieron que Zapata empezaba a darse cuenta del ardid. Una vez que hubo llegado Zapata, el toque de clarín rompió los aires y las tropas dispararon sus armas.
Como consecuencia del bien tramado plan, se entabló reñidísimo tiroteo entre ambas escoltas y poco después el vértigo segó a las hordas surianas y a los soldados de la República, confundiéndose en la lucha todo el resto de las fuerzas contendientes.
Resultaron muertos Emiliano Zapata y los “divisionarios” Gil Muñoz y Feliciano Palacio, secretario este último de Emiliano Zapata; Ceferino Ortega y Castejón, el coronel Lucio Castida y herido el “general” Capistrani, que huyó después. Hubo cerca de cuarenta muertos, que fueron sepultados en Chinameca, a excepción de Zapata, cuyo cadáver se retuvo aquí, en donde permanecerá por espacio de cuatro días.


EL ENVIADO ESPECIAL, José González M.


(Tomado de: Hemeroteca El Universal, tomo 1, 1916-1925. Editorial Cumbre, S.A. México, 1987)

jueves, 8 de agosto de 2019

Historia del Pronunciamiento del General Emiliano Zapata, 1911




Historia del Pronunciamiento del General Emiliano Zapata

El día 30 de agosto de 1911

Marciano Silva

Atención pido, público sensato,
 voy a dar mi explicación,
aquí en esta historia que yo les redacto
en mi mal pronunciación.

Voy a dar un pormenor
citando lo positivo,
porque ya estoy enterado
como también persuadido.

El jefe Zapata no estando conforme
después de haber conquistado,
se salió de Cuautla según los informes
pensando en los resultados.

Se fue rumbo a Anenecuilco 
que era su tierra natal.
porque conoció el peligro,
pues lo iban a traicionar.

Estando en su casa aunque no tranquilo
pensando en lo que sería
el nuevo gobierno quiso perseguirlo
por su grande bizarría.

Porque era un hombre valiente 
nuestro general suriano,
querían políticamente
por completo exterminarlo.

Llegó la noticia, según se declara,
al pueblo de Anenecuilco,
que luego al momento él se retirara
que iban a formarle sitio.

Mandó tocar las campanas
nuestro invicto general
Vamos de nuevo a campaña
la defensa es natural”.

En aquel momento se reunió su pueblo
para ver lo que pasaba,
y les dio a saber que el nuevo gobierno
asesinarlo trataba.

“Yo no ambiciono la silla
ni tampoco un alto puesto,
siento a mi patria querida
verla en tan cruel sufrimiento”.

Hablóle a su hermano con toda firmeza
y le dijo en el momento:
Rendir yo mis armas sería una tristeza,
sólo ya después de muerto”.

Esta política es falsa,
la tengo bien conocida,
quieren que entregue las armas
para quitarnos la vida”.

Respondió don Eufemio con acento fijo
y un valor sin segundo,
Ya no condesciendas, bajo el armisticio,
ya ves los pagos del mundo”.

Levantémonos en armas
vamos de nuevo a sufrir,
las conferencias dejarlas
hasta vencer o morir”.

Hoy lo que interesa es otra providencia
a lo que el tiempo depare,
para recibir de la Omnipotencia
lo que del cielo mandare”.

Saldremos, después veremos,
qué descubra el firmamento,
al fin después volveremos
si nos da lugar el tiempo”.

Día treinta de agosto dieron ese grito,
todos en conformidad,
¡Viva nuestra patria y este requisito
de paz, tierra y libertad!

Vámonos a padecer
vamos de nuevo a sufrir,
traidor nunca lo he de ser
por mi patria he de morir.

Salieron de Ayala rumbo a Chinameca
donde se reunieron todos
pidieron permiso con toda presteza
para jugar unos toros.

Dos días de toros jugaron 
nos quedan como recuerdos
y un hombre vil por trasmano
mandó un parte a Morelos.

Aquí en esta hacienda se encuentra Zapata
si lo quieren agarrar,
tiene cuarenta hombres, pero mal armados
ahora se han de aprovechar”.

Fórmenle una entretenida
sin dársela a maliciar,
denle todo lo que él pida
que su día se va a llegar”.

Pusieron violento el parte a Morales
puesto por la presidencia:
A traerme a Zapata se va usted al momento,
se halla en San Juan chinameca”.

Con mucho gusto lo haré,
ahora sí no se me escapa,
hoy mismo le traigo a usted
la cabeza de Zapata”.

Con seiscientos hombres marchó entusiasmado
queriendo igualar al viento
pero sólo Dios, que es dueño de lo creado
no le concedió su intento.

Como a las once del día
por Santa Rita pasaron,
dos hombres iban de guía
al punto donde llegaron.

Hacia una rendija donde dispusieron
dividirse por la altura,
y por La Cañada, doscientos se fueron,
los demás por La Herradura.

Sin saber que el general
había puesto su avanzada,
al pie de un buen tecorral
les preparó su emboscada.

Cuando les mandaron el: “¡Alto, quién vive!”,
Figueroa”, todos gritaron,
con un par de bombas, luego los reciben
para comenzar la loa.

Diez eran los zapatistas
contrarios seiscientos fueron,
pero sus grandes conquistas
con valor las defendieron.

De cada descarga de los zapatistas
diez o doce se tumbaron,
porque ya su gente estaba bien lista
y bien muertos los dejaron.

Los bombazos resonaban
sin cesar cada momento,
los zapatistas peleaban
haciéndoles muchos muertos.

Cuando el general se hallaba gustando
con don Santiago Posadas,
llegó la noticia que el gobierno había dado
y a la hacienda se acercaban.

Se montó en su buen caballo
paso a paso se fue yendo,
con unos cinco soldados
se quedó reconociendo.

Cuando el general divisó el gobierno
que se acercaba al poniente,
echó mano al rifle, se apeó muy sereno,
con cinco les hizo frente.

Lo rodearon cuatrocientos
pero no se acobardó,
le hicieron fuego al momento
y entre ellos se revolvió.

A pocos momentos de que tirotearon
Zapata se despidió,
haciéndoles fuego con tres que quedaron
a los cerros se internó.

Dicen que los derrotaron
porque así corrió la voz,
pero sólo a tres mataron
 contrarios sesenta y dos.

De testigo pongo aquí al siglo veinte
como certero y seguro,
para que nadie noticie el hecho presente
de lo pasado y futuro.

De Zapata estos recuerdos
quedaron siempre grabados,
en todo el plan de Morelos
y los pechos mexicanos.

***
Al triunfo de los maderistas, el presidente interino Francisco León de la Barra inició el licenciamiento de las tropas revolucionarias en el país. 
En el estado de Morelos, las presiones de los hacendados locales, obligaban al licenciamiento de las tropas de Emiliano Zapata, mientras éste se obstinaba en la exigencia del cumplimiento del artículo tercero del Plan de San Luis.
Luego de algunas conferencias entre Francisco I. Madero y Emiliano Zapata, se inició el licenciamiento de las fuerzas en junio de 1911 y se dio a Zapata, de manera no oficial, el cargo de Comandante de Policía Federal del estado de Morelos; cargo que, de hecho, Zapata nunca ejerció.
Al no licenciarse el total de las partidas zapatistas del estado de Morelos, los ataques de la prensa de la ciudad de México se incrementaron, mientras Francisco León de la Barra enviaba al Trigésimo segundo Batallón de Infantería bajo las órdenes de Victoriano Huerta para hacer campaña contra los jefes zapatistas no licenciados de Morelos; de la misma manera, el 11 de agosto, de la Barra suspendió la soberanía del estado.
Por su parte, Zapata, tratando de regresar a su vida comunitaria, contrajo matrimonio en julio, pero fue atosigado por sus enemigos locales, quienes veían en él, luego de la toma de Cuautla, al principal y más peligroso jefe revolucionario de Morelos.
Con la promesa del retiro de tropas federales del estado de Morelos, Zapata logró convencer a los jefes insumisos a deponer las armas para el 22 de agosto; sin embargo, las tropas federales de Huerta y las auxiliares guerrerenses de Ambrosio Figueroa, siguieron ocupando posiciones en Morelos y Zapata se vio obligado a huir a Anenecuilco.
El 30 de agosto, en Villa de Ayala y Chinameca, Zapata sufrió el ataque de las tropas irregulares guerrerenses de Federico Morales y Silvestre Mariscal, “Federico Morales, agente de Figueroa, lo había hecho mal y lo había dejado escapar. Tratando de atrapar a Zapata dentro de los muros de la hacienda de Chinameca, estúpidamente había ordenado una carga contra la guardia de la puerta del frente. Zapata había oído los disparos, y como conocía el terreno de la hacienda, se había escapado del edificio principal y había echado a correr por los cañaverales que quedaban atrás del mismo” [Womack, John. Zapata y la Revolución Mexicana. p. 118].
De la hacienda de Chinameca, Zapata huyó aparentemente al estado de Puebla, sin embargo se remontó a la sierra de Morelos y recomenzó su forzada rebelión.
Los gobiernistas guerrerenses de Ambrosio Figueroa fueron conocidos por los zapatistas como Los Colorados.



(Tomado de: Avitia Hernández, Antonio - Corrido Histórico mexicano (1910-1916) Tomo II. Editorial Porrúa, colección “Sepan cuántos…” #676. México, D.F. 1997)

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