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jueves, 13 de febrero de 2025

José Miguel Gordoa

 


Gordoa (José Miguel). Nació en el Real de Álamos, Zacatecas. Estudió primero en el Colegio de San Ildefonso, de México, y después se incorporó a la Universidad de Guadalajara. Representó a la provincia de Zacatecas en las Cortes españolas, de las que era presidente cuando llegó el decreto de Fernando VII, de 4 de mayo de 1814, en que manifestaba que no juraría la Constitución y disolvía las Cortes. En esa ocasión pronunció un discurso que causó grandísima sensación y fue publicado en España y América. Regresó a México trayendo la cruz de Carlos III. Fue electo diputado por Zacatecas al Congreso Constituyente de 1824. Se le consagró obispo de Guadalajara en agosto de 1831.


(Tomado de: México en las Cortes de Cádiz (Documentos). El liberalismo mexicano en pensamiento y en acción. Colección dirigida por Martín Luis Guzmán. Empresas Editoriales, S. A. México, D. F. 1949)

jueves, 24 de febrero de 2022

Por la senda constitucional, 1820


El 1° de enero de 1820 las unidades del ejército expedicionario estacionadas en Cádiz y en espera de embarcarse rumbo a América, secundaron al comandante Rafael de Riego cuando proclamó la restauración de la Constitución de 1813. Otras guarniciones militares se unieron posteriormente al pronunciamiento, y en vista de que los comandantes del ejército no manifestaban ningún deseo de reprimir las revueltas por la fuerza, el 9 de marzo de 1820 el propio Fernando VII declaró: "Marchemos todos, y yo el primero, por la senda constitucional." Entonces llegó el reconocimiento para el liberalismo: los diputados doceañistas, unos en prisión, otros en el exilio, regresaron a la refriega política acompañados por una nueva generación de radicales que habían conspirado contra el régimen saliente en sociedades secretas y logias masónicas. Si bien esta revolución adoptó la forma de una restauración, de cualquier manera se distinguió por una gran variedad de manifestaciones públicas: banquetes, bailes, fuegos artificiales, desfiles en las calles. Aquí estuvieron todos los elementos de una revolución-fiesta, tan característica de la España del siglo XIX. Un contemporáneo comentó: "La revolución de 1820 fue en alto grado filarmónica." Que todas las plazas mayores del país fueran rebautizadas sin demora plaza de la Constitución muestra el grado de renovación.

El trienio constitucional se caracterizó por una movilización política notable, en parte organizada por las logias masónicas que exponían sus políticas en periódicos fundados con tal fin, para debatir las, primero, en las tertulias que se celebraban en los cafés de Madrid, y luego en las cortes. Sin embargo, los liberales pronto se dividieron en moderados y exaltados; las divisiones llevaron a la formación de nada menos que cinco gobiernos sucesivos en tres años cuyas políticas eran cada vez más radicales. La Iglesia cargó con el peso de la reforma: se suprimió la Inquisición definitivamente; los jesuitas, que habían regresado en 1815, fueron expulsados de nueva cuenta; los conventos fueron cerrados, y se redujo notablemente el número de las órdenes mendicantes. El Estado confiscó las propiedades de todas las órdenes que se habían suprimido. Pese a todos los esfuerzos, no pudieron recaudar impuestos suficientes para cubrir el monto de sus presupuestos, y tuvieron que enfrentar una serie de revueltas.

El insurgente navarro Francisco Espoz y Mina destacó como un importante liberal, y fue nombrado capitán general; en cambio, muchos capitanes de la guerrilla se pasaron a la rebelión, encabezando bandas en nombre del rey. Después de todo, hombres como el cura Merino habían peleado por Fernando VII contra los franceses, y no titubearon en combatir a los liberales, mucho menos si atacaban a la Iglesia. Lo ocurrido en 1808 se repitió en 1823: una invasión francesa decidió el destino político de España. La Santa Alianza se había formado en Verona en 1822 con las principales potencias del continente. Temiendo el contagio de la revolución liberal española, la Alianza apoyó la decisión de Carlos X de enviar a "cien mil hijos de San Luis" a derrocar el régimen constitucional. Los exiliados españoles se unieron a esta expedición, que encontró poca resistencia efectiva. A los cinco meses de su entrada, el 1° de octubre de 1823, Fernando VII fue restaurado en el absoluto ejercicio de su poder. Sin embargo, no recuperó la confianza, pues hasta 1828 conservó una guarnición de 22 mil soldados franceses en España. Los sucesos de 1820 fueron sólo el principio de un siglo de disturbios políticos y guerra civil para España: en ambos lados del Atlántico, el colapso de la autoridad tradicional de la monarquía católica creó un vacío político que el proyecto liberal no pudo cubrir.

(Tomado de: Brading, David - Apogeo y derrumbe del imperio español. Traducción de Rossana Reyes Vega. Serie La antorcha encendida. Editorial Clío Libros y Videos, S.A. de C.V. 1a. edición, México, 1996)

jueves, 20 de enero de 2022

Liberales en Cádiz, 1812

  


Mientras las guerrillas españolas y los soldados británicos combatían a los franceses, los liberales españoles pasaban el tiempo en Cádiz entre intrigas y peroratas. Cuando las cortes iniciaron sus procedimientos el 24 de septiembre de 1810, su primer acto fue declarar que estaban investidas con la soberanía de la nación española y que la regencia, como poder ejecutivo nacional que actuaba en representación de Fernando VII, debía reconocer esa soberanía mediante juramento formal. Fue entonces cuando el obispo de Orense prefirió renunciar a prestar juramento. El número de integrantes de las cortes fue muy variable en las distintas sesiones, pero según alguna fuente se componía de 158 diputados peninsulares y 53 americanos, aunque había entre estos últimos numerosos diputados suplentes. Un treinta por ciento de los diputados pertenecían al clero y un veinte por ciento eran funcionarios de gobierno; los demás eran abogados, militares y funcionarios locales en su mayoría. Desde un principio, predominaron en la asamblea los jóvenes liberales, quienes se habían nutrido de libros franceses, habían seguido modelos franceses en arte y literatura, y no veían razón alguna para optar por una política de corte británico. Al mismo tiempo temían la democracia pura y repudiaban el Terror que había ensombrecido el nombre de la revolución francesa.

El resultado de las deliberaciones de las cortes fue la Constitución de Cádiz, firmada el 18 de marzo de 1812 por 184 diputados. En ella se afirmaba que "la Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios" y que "la soberanía reside esencialmente en la Nación..." La principal encarnación de esta soberanía eran las cortes, cuyos miembros debían ser elegidos mediante un complicado sistema de juntas electorales en diversos niveles. Las cortes tenían poder para legislar; pero "la potestad de hacer ejecutar las leyes reside exclusivamente en el Rey", quien también era responsable de mantener el orden público y la seguridad nacional. Así se estableció de hecho una rigurosa separación de los ramos legislativo y ejecutivo del gobierno. A diferencia de su ejemplo francés, no hubo en ella una declaración de los derechos del hombre; en cambio, estableció que "la religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica y romana, única verdadera". El propósito fue crear un Estado unitario, una nación homogénea compuesta por ciudadanos libres e iguales, pero se hizo caso omiso de las hondas lealtades provinciales de tantos españoles, en la península y en América.

Una vez concluidas las deliberaciones acerca de la Constitución, las cortes procedieron a suprimir todos los derechos y las jurisdicciones feudales que seguían existiendo, y luego, el 22 de enero de 1813, votaron por abolir la Inquisición. Con ánimo aún más desafiante, en febrero de 1813 prohibieron a las comunidades religiosas pedir dinero para restablecer sus casas tras la salida de las tropas francesas, y de hecho les ordenaron no admitir novicios. Estos actos fueron los que llevaron a Wellington a criticar a los diputados, porque "no se preocupan más que de su estúpida Constitución y de cómo seguir en guerra con obispos y sacerdotes..." Sin embargo, lo que más lo inquietaba era que la Constitución no ofrecía protección a los derechos y propiedades de los terratenientes. Por su parte, José María Blanco y Crespo, español exiliado en Inglaterra, descalificó la Constitución como pieza literaria, simple documento que no guardaba relación con las realidades de la sociedad y la política españolas.

(Tomado de: Brading, David - Apogeo y derrumbe del imperio español. Traducción de Rossana Reyes Vega. Serie La antorcha encendida. Editorial Clío Libros y Videos, S.A. de C.V. 1a. edición, México, 1996)

lunes, 27 de enero de 2020

Proclama de Miguel Hidalgo por la libertad, 1810

Proclama de don Miguel Hidalgo

[Por la libertad de América]
[Octubre] 1810
Miguel Hidalgo y Costilla

Amados compatriotas religiosos, hijos de esta América: el sonora clarín de la libertad política ha sonado en nuestros oídos; no lo confundáis con el ruido que hizo el de la libertad moral, que pretendían haber escuchado los inicuos franceses, creyendo que podrían hacer todo aquello que se opone a Dios y al prójimo y dar larga rienda a sus apetitos y pasiones, debiendo quedarse impunes aun después de haber cometido los mayoreas crímenes. Lejos de vosotros semejante pensamiento en todo opuesto a la santísima ley de Jesucristo que profesamos, por lo mismo detestable y aborrecible hasta lo sumo.

La libertad política de que os hablamos, es aquella que consiste en que cada individuo sea el único dueño del trabajo de sus manos y el que deba lograr lo que lícitamente adquiera par asistir a las necesidades temporales de su casa y familia; la misma que hace que sus bienes estén seguros de las rapaces manos de los déspotas, que hasta ahora os han oprimido esquilmándoos hasta la misma subtancia con gravámenes, usuras y gabelas continuadas. La misma que ordena el que circule en vuestras manos la sangre que anima y vivifica las riquísimas venas del vasto cuerpo del Continente Americano; es decir, esas masas enormes de plata y oro de que a costa de mil afanes y con peligro de vuestras vidas preciosas, estáis sacando hace tres siglos, para saciar la codicia de vuestros opresores, y esto sin poderlo conseguir. Aquello, pues, que dispone el que con gran gusto y desahogo cultivéis aquella ciencia que es el alma del mundo político mercantil y el muelle o resorte que pone en movimiento la gran máquina de nuestro globo, cual es la agricultura, sin el penoso afán de pagar las insoportables rentas que de mucho favor se os han exigido; porque, decid, ¿habéis hasta ahora disfrutado por una sola vez los placeres del campo sin la zozobra de esperar al que viene a cobraros las rentas de las tierras que trabajáis? ¿Habéis tomado el gusto al sabroso licor que exprimís de las mamilas de vuestras vacas, sin el azahar [sic] de que el comerciante ultramarino que os fió cuatro andrajos podrá venir a echaros un embargo sobre esas mismas reses que a costa de sudores habéis criado y cuidado a fuerza de desvelos continuados? ¿No es verdad que muchos de vosotros ignoráis lo dulce que es al paladar la miel que fabrican las abejas? Los gusanos de seda, ni los conocéis; tampoco habéis trabajado en los plantíos de las arboledas, tan útiles a los grandes poblados, por la leña que producen con abundancia y suministración cuantiosa de sus maderas. Los emparrados, los olivos, las moreras, cuya utilidad ignoráis y aún nos están prohibidas; la utilidad de un sinnúmero de fábricas que podían aliviar vuestra vida afanada, ni sabéis cuales son, ni cuántas son de las que podíais lograr para desterrar el ocio y la holgazanería en que os halláis sumergidos. La educación, las virtudes morales de que sois susceptibles, el cultivo de vuestros despejados talentos para ser útiles a vosotros mismos y vuestros semejantes, aún se hallan en el caos de la posibilidad.
Reflexionad un poco sobre esto y hallaréis el gran bien que se os prepara, si con vuestras manos los unos y con vuestras oraciones los otros, acudís a ayudarnos a continuar y conseguir la grande empresa de poner a los gachupines en su madre patria, porque ellos son los que con su codicia, avaricia, y tiranía, se oponen a vuestra felicidad temporal y espiritual. Porque, ¿cómo podrán obrar bien para con Dios y con ellos, un sirviente mal pagado, un criado desatendido, ni un artesano, que a pesar de haber apurado sus tales [sic] para satisfacerles un desenfrenado lujo, se ve mal correspondido? El doblez de sus tratos y ventajosos proyectos de todo género, ha hecho que el engaño, el dolo y la mentira ande en la boca de todos, y que la verdad casi casi haya desaparecido de nuestro suelo. No penséis por esto que nuestra intención es matarlos; no, porque esto se opone diametralmente a la Ley santa que profesamos. Ella nos prohíbe y la humanidad se estremecería de un proyecto tan horroroso, al ver que unos cristianos, cuales somos nosotros, quisiésemos manchar nuestras manos con la sangre humana. A ellos les toca, según el plan de nuestra empresa, no resistir a una cosa en que no se les hace más agravio que restituirlos a su suelo patrio y nosotros defendernos con nuestras armas en caso de forzosa defensa. 
Aliento, pues, criollos honrados, aliento, la empresa ya está comenzada, continuémosla confiando en que el brazo poderoso de nuestro Dios y Señor nos ayudará como hasta ahora y no dudemos un momento del buen éxito. No deis oídos a las horrísonas voces de los que han pretendido espantaros y armaros contra nosotros, diciendo que venimos destruyendo nuestra sagrada religión católica. ¿No veis que en el primer pueblo que conquistamos nos hubieran despedazado y consumido? Es una falsedad sacrílega; preguntad a Zelaya, San Miguel, Yrapuato, etc., donde nos han recibido de paz, y interrogad a Guanajuato, que es la única ciudad donde encontramos resistencia y donde operamos no con todos los rigores de la guerra que nos presentaron, ¿qué imágenes destruimos y qué culto alteramos? Los templos han sido venerados, las vírgenes respetadas, los gobiernos reformados, no causando más novedad que la extracción de los europeos. A éstos sí que los podíamos acusar de impíos e irreligiosos; dígalo México, Puebla y Valladolid, y aun el mismo Guanajuato, donde el lujo y la moda a lo francés, arrancó de las paredes de sus salas (y lo mismo hubieran hecho en los templos si hubieran podido), las sagradas imágenes de Dios, de María Santísima y sus santos, colocando en su lugar por moda de buen gusto, estatuas obscenas, para tener la inicua complacencia de ver en lugar de modelos piadosos, incitativos de la lascivia impureza. Obsérvese en qué traje se presentaban ya en los templos de los divinos oficios; ya enraizados, ya pelones con pechos postizos los afeminados, silbando en lugar de rezar, cortejando a las prostitutas aun en la presencia real de nuestro Dios, con escándalo de los pobrecitos en quien se encuentra la verdadera piedad y religión. El vilipendio y desprecio a los sacerdotes, ¿quién lo ha practicado, sino ellos? La vindicación de su conducta, con deshonor de su estado eclesiástico; el despotismo que sobre esto ejercían y ejercen, es tan notorio que ya no lo duda ni el más estúpido. También nos dirían que somos traidores al rey y a la patria, pero vivid seguros de que Fernando Séptimo ocupa el mejor lugar en nuestros corazones, y que daremos pruebas de lo contrario, convenciéndolos a ellos de intrigantes y traidores. Por conservarle a nuestro rey estos preciosos dominios y el que por ellos fueran entregados a una nación abominable, hemos levantado la bandera de la salvación de la patria, poniendo en ella a nuestra universal patrona, la siempre Virgen María de Guadalupe. Ella nos ha de sostener y ayudar en este gran proyecto, dará esfuerzo a los débiles, esperanza a los tímidos y valor a los pusilánimes; disipará de las cabezas de muchos los angustiados pensamientos que le atormentan el alma, considerando la arduidad de la empresa, y facilitará su ejecución.
¡Buen ánimo, criollos cristianísimos! Alentaos con saber que el Dios de los Ejércitos nos protege. Nuestro ánimo no es derramar, si es posible, una gota de sangre de nuestros hermanos, ni aún de los que ahora consideramos por nuestros enemigos políticos. Unámonos a sostener una causa a nuestro parecer justa y sana, como lo es mantener ilesa nuestra santa religión, la obediencia a nuestro romano pontífice y a nuestro rey señor natural, a quien hemos jurado obedecer, respetar su nombre y leyes, cuidar de sus intereses [y] perseguir a cuantos se opongan a ello. Aquel que os dijese que somos emisarios de Napoleón, Temed mucho el que sea verdad; lo contrario, esto es, que él, ese mismo que lo llegue a decir, lo sea en realidad y mucho más si es europeo [resulta más factible], porque nosotros los criollos jamás hemos faltado ni somos capaces de tener conexión con ese tirano emperador.
¡Viva la religión católica! ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la Patria! y ¡Viva y reine por siempre en este Continente Americano nuestra sagrada patrona, la Santísima Virgen de Guadalupe! ¡Muera el mal gobierno! Esto es lo oiréis decir de nuestra boca y lo que vosotros deberéis repetir. [Miguel Hidalgo.]


(Tomado de: Briseño Senosiain, Lillian; Ma. Laura Solares Robles y Laura Suárez de la Torre (investigación y compilación) - La independencia de México: Textos de su historia. Tomo I Antecedentes. La lucha por la libertad. Coedición SEP/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. México, D.F., 1985)