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martes, 10 de septiembre de 2024

Yucatán y Texas: una alianza entre rebeldes, 1841-1843, 1

 


(Sam Houston)


Yucatán y Texas: una alianza entre rebeldes, 1841-1843 

La escena y los personajes 



La República de Texas existió como tal desde el 2 de marzo de 1836, en que declaró su independencia de México, hasta el 16 de febrero de 1846, en que se anexó a Estados Unidos como el estado número 28. Por su localización geográfica, sus recursos potenciales y las circunstancias que le dieron origen como república independiente de México, Texas fue de gran interés comercial y estratégico no solo para México y Estados Unidos, sino también para Inglaterra, Francia y otros países europeos. 

Uno de los uno de los principales actores del drama que empieza a principios de 1836 fue Samuel L. Houston, presidente de la República de Texas en dos ocasiones: de septiembre de 1836 a fines de noviembre de 1838, con Lamar como vicepresidente, y de diciembre de 1841 a fines de noviembre de 1844. En su primera administración tomó posesión del cargo antes de la fecha prevista por la constitución texana, debido a su gran popularidad. En su discurso inaugural habló muy poco y superficialmente de su programa de gobierno, el cual de hecho estaba basado en la inminente anexión de Texas a Estados Unidos. Su gabinete reunió a personas de varias tendencias políticas en un invento en un intento por unificarlas. 

Líder de la oposición en contra de Lamar, Houston fue el candidato más esperado para derrotarlo en las elecciones. Su segunda administración unida a un Congreso conservador, fue el opuesto de la ambiciosa y costosa presidencia de Lamar. Los cortes presupuestales del 6° Congreso fueron tajantes. Se eliminaron muchos puestos públicos, se redujeron las plazas burocráticas, se bajaron los salarios. Los gastos militares posteriores a 1841 se limitaron a mantener a un reducido grupo de rangers. Su política pacifista con los indios, especialmente con los cherokees, ahorró vidas y dinero. 

Figura muy popular por su papel central en la revolución texana, Houston poseía experiencia política desde sus años al lado de Andrew Jackson. Totalmente opuesto a Lamar y muy crítico de su administración, canceló y revirtió todas las medidas tomadas por éste cuando asumió la presidencia por segunda vez: fuertes cortes presupuestales frente a la banca rota en la que Lamar dejó al gobierno tejano. En cuestiones políticas, la tendencia de la población tejana fue dividirse en facciones pro o antiHouston, ya que, en términos generales, sólo una minoría de los habitantes creía firmemente en la existencia promisoria de una Texas independiente; la mayoría deseaba y esperaba, como Houston, su anexión a Estados Unidos y celebró este hecho cuando finalmente ocurrió. 

Llama la atención que le interesara más deshacerse del ejército que incrementar su fuerza, especialmente frente a la amenaza de una confrontación con México. En mayo de 1837 licenció a todas las tropas exceptuando a 600, soldados ofreciéndoles transporte gratuito a Nueva Orleans a aquellos que decidieran regresar a Estados Unidos, o bien 1,280 acres de tierra a aquellos que aceptaran el licenciamiento y decidieran asentarse en Texas. Para equilibrar la disminución de fuerzas bélicas, el Congreso creó a los Texas Rangers. Esta institución se encargaría principalmente de lidiar con el problema indio, el cual Houston trató de resolver lo más pacíficamente posible, preservando los derechos de los cherokees, pero sin llegar a una solución duradera. 

Para los efectos de este trabajo podemos resumir la postura de Houston de la siguiente forma: estaba a favor de la anexión de Texas a Estados Unidos y en contra de llegar a la guerra con México. Cuantos menos choques con éste, mejor. 

Por su parte Mirabeau B. Lamar fue presidente de diciembre de 1838 a fines de noviembre de 1841, presentando en su discurso inaugural y primer mensaje al Congreso un ambicioso programa congruente con su idea de unas Texas independiente y de irse a la guerra con México si fuera necesario. Realizó intentos de establecer la paz con el descontento vecino, pero condicionados al reconocimiento por parte de México de la independencia tejana. Se puede afirmar que su política de defensa nacional fue muy agresiva. 

Su política financiera fue dispendiosa, otorgando mucho presupuesto para el ejército y la marina, lo que ocasionó un aumento tremendo de la deuda pública y exterior, que empeoró con la emisión de papel moneda. Le interesó conservar la flota texana, hacer alianzas bélicas con Yucatán en contra de México e intentar quitarle a éste el territorio de Santa Fe. Se manifestó a favor del bloqueo de los puertos mexicanos y desde fechas tempranas, como miembro del gabinete de Burnet, se negó a firmar el tratado de Velasco con Santa Anna, pues opinaba que éste debía ser juzgado en una corte marcial y ejecutado. 

Lamar puso en práctica una política sumamente agresiva y violenta contra los indios, especialmente contra los cherokees. Inmediatamente después de tomar posesión de la presidencia anunció un drástico cambio en la política india, estableciendo que los indios, o se plegaban a las leyes texanas, o dejaban la nación o serían exterminados. Algunos autores afirman que la administración de Lamar fue marcada por las más sangrientas guerras de indios que ocurrieron en la historia de Texas. Muy criticado por su administración, agobiado por problemas de todo tipo -financieros y bancarrota, la alianza con Yucatán, la expedición a Santa Fe, la agresión contra los indios- se tuvo que enfrentar al partido de Houston, quien desde el Congreso se opuso a todos sus proyectos. 

Con respecto al papel jugado por las potencias europeas, Houston decidió buscar su reconocimiento con la aprobación del Congreso, en el verano de 1837, convencido de que Estados Unidos, en esos momentos, no consideraría la anexión de Texas. Sin embargo, la actitud inicial de lord Palmerston, ministro de Asuntos Extranjeros inglés, fue de indiferencia, y las razones para ello eran que Gran Bretaña se oponía a la esclavitud, los capitalistas ingleses tenían millones invertidos en bonos mexicanos y a su gobierno no le interesaba ayudar a una nación que probablemente pronto se uniría a Estados Unidos. 

la situación cambió a raíz de la guerra de los Pasteles y del cambio en la política tanto de Houston como especialmente de Lamar. James Hamilton, el enviado de Lamar a Europa, tuvo más éxito con los franceses, logrando la firma de un tratado de comercio el 25 de septiembre de 1839, aunque no logró que le concedieran un ansiado préstamo. De esta forma, Francia fue la primera nación que reconoció la independencia tejana, lo que llevó luego a la república a firmar un tratado con Holanda en septiembre de 1840. 

El reconocimiento diplomático de Gran Bretaña fue posterior al de Francia y se dio en respuesta a las tendencias anexionistas cada vez más fuertes en Texas. En noviembre de 1840 Palmerston y Hamilton firmaron un tratado de comercio y navegación que obligaba a Gran Bretaña a ser mediadora en el conflicto con México, y a darle a Texas 5 000 000 de dólares de la deuda mexicana contraída con los poseedores de bonos ingleses. A cambio de ello se le daba a Gran Bretaña manga ancha en la supresión del tráfico de esclavos. Este tratado, a pesar de las dudas del senado texano, fue ratificado en 1842. Por lo tanto, no les interesaba a los ingleses el bloqueo de los puertos mexicanos por la flota texana, pues ello entorpecería las prácticas de paz.

A estas alturas, tanto Francia como Gran Bretaña estaban ansiosas por prevenir la anexión de Texas. A principios de 1844 el ministro de Relaciones Exteriores inglés le presentó al representante mexicano en Londres un plan para lograr que Texas no se anexara a Estados Unidos. Tal plan implicaba el reconocimiento de la independencia texana, así como la garantía de los límites entre ambos ambas naciones bajo la supervisión de ingleses y franceses. 

Sin embargo, la anexión de Texas fue uno de los principales asuntos en la campaña presidencial de 1844 en Estados Unidos, por lo que se decidió suspender toda decisión hasta después de las elecciones. La razón de esto es que muchos estadounidenses estaban en contra de Inglaterra y se creía que si los ingleses intervenían en el asunto, ello no haría más que acelerar el proceso de la anexión. 

La postura de México en relación con la independencia y anexión de Texas fue siempre muy clara: de franca oposición. Sistemáticamente se negó a hacer la paz con Texas y a reconocer su independencia, estableciendo que su anexión a Estados Unidos sería causa de guerra. Fueron las luchas intestinas y el vacío de poder político en México, más que la fuerza de los texanos, los que permitieron a Texas y el gobierno de Houston mantenerse a salvo de las amenazas mexicanas. 

El tratado de Velasco, firmado el 14 de mayo de 1836 por el presidente Burnet y Santa Anna, fue casi inmediatamente rechazado por el Congreso mexicano, mientras que el gobierno anunciaba su intención de someter a Texas a como diera lugar. El presidente Houston, convencido de que México tenía demasiadas dificultades internas como para cumplir con sus amenazas, no tomó ninguna medida al respecto. 

Cuando Lamar subió a la presidencia en diciembre de 1838, la situación se tornó más crítica, ya que manifestó que "si la paz sólo puede ser obtenida por la espada, dejemos a la espada a hacer su trabajo". No obstante, al mismo tiempo que establecía una política de franca hostilidad hacia México, también emprendió negociaciones de paz. 

En el otoño de 1839, mientras México estaba inmerso en la corta pero costosa guerra de los Pasteles con Francia, Lamar aprovechó la oportunidad para mandar al primer comisionado texano Barnard E. Bee, a negociar el reconocimiento de la independencia tejana y de la frontera en el Río Bravo a cambio de 5 000 000 de dólares. A pesar de contar con el apoyo del ministro inglés en México, Richard Pakenham, Bee fracasó. A fines de ese mismo año, Lamar envió a James Treat en una misión similar e igualmente improductiva, que duró diez meses y en la que el gobierno mexicano participó solamente para mantener a la flota texana alejada de los puertos nacionales. No obstante la asistencia del ministro inglés en las negociaciones, asistencia que estaba ahora respaldada por el tratado firmado con Gran Bretaña en 1840, la misión del tercer comisionado texano, James Webb, tampoco tuvo éxito. Webb regresó a Texas con la recomendación de prepararse inmediatamente para la guerra. Fue a raíz de estas noticias que Lamar decidió entrar en tratos con Yucatán y establecer una alianza de apoyo mutuo en contra de México. 

Así, a pesar de la hostilidad manifiesta de Lamar en contra de México, de su ayuda a los federalistas yucatecos y de la expedición a Santa Fe, que resultó en la invasión de Texas por México en 1842, ni Texas ni México estuvieron nunca en posición de hacerse la guerra realmente. De nuevo en el poder, Houston tomó una actitud cautelosa hacia México, y aunque pidió refuerzos, armas y dinero a Estados Unidos, acabó vetando la decisión del Congreso de declarar la guerra. Proclamó una tregua en junio de 1843, y el 15 de febrero del siguiente año, los comisionados de Texas y México firmaron un acuerdo de armisticio. Sin embargo, las negociaciones terminaron abruptamente cuando el gobierno mexicano se enteró de que Houston había firmado en secreto un tratado de anexión de Texas a Estados Unidos. 

A los texanos les interesaban sobre todo las relaciones con Estados Unidos, tanto durante la revolución como durante la república. El gobierno texano buscó la ayuda estadounidense, a veces la intervención directa a su favor, o el reconocimiento diplomático y aún la anexión lo antes posible. 

Houston fue el presidente que más asiduamente buscó el apoyo y la anexión a Estados Unidos, considerando que el voto que lo llevó a ese cargo en septiembre de 1836 era un voto a favor de dicha anexión. Sin embargo, sus comisionados en Washington no encontraron mucha respuesta a estos anhelos, ya que había serias dudas de que Texas pudiera mantener su independencia, miedo de ofender a México y la creencia de que el reconocimiento diplomático sería el primer paso rumbo a la anexión. Al final de su administración, el presidente Jackson nombró a Alcee La Branche encargado de negocios de Estados Unidos en Texas. 

Después del reconocimiento, Texas presionó por la anexión, pero la propuesta hecha por Hunt, uno de los comisionados, en agosto de 1837, fue rechazada bajo el argumento de que lo impedían los tratados celebrados con México. Había, además, mucha oposición a la anexión por parte de los antiesclavistas. Cuando Lamar subió la presidencia, el Congreso texano retiró la petición en enero de 1839 y no se volvió a hablar de anexión por un buen tiempo.

Algunos autores opinan que si algo de positivo tuvieron las expediciones texanas a Santa Fe y Mier fue que encendieron nuevamente el interés del público estadounidense por Texas, a la vez que se dieron otras circunstancias, que revivieron las discusiones con respecto a su anexión. Entre éstas está el hecho de que Houston reiniciara las negociaciones al respecto con la administración del presidente John Tyler. Éste las aceptó quizá por miedo a la creciente influencia de Gran Bretaña sobre Texas. Houston, por su parte, puso dos condiciones: que las fuerzas armadas estadounidenses se prepararán para impedir cualquier invasión de Texas y que las negociaciones se mantuvieran en secreto. 

Vale la pena destacar este periodo de las relaciones Texas-Estados Unidos, especialmente por los personajes que intervinieron en los acontecimientos: el sureño John C. Calhoun sustituyó A. P.  Upshur como secretario de Estado de Tyler, y preocupado por lo que consideró una política imperialista agresiva de Gran Bretaña, accedió a las demandas de Houston, además de que tenía interés en aumentar el territorio de estados esclavistas dentro de la Unión. El 12 de abril de 1844 Calhoun firmó un tratado con los comisionados texanos que establecía la anexión de Texas a Estados Unidos en calidad de territorio, a cambio de lo cual Estados Unidos asumiría la deuda texana. No obstante, en los siguientes meses el Senado estadounidense rechazó el acuerdo por la oposición de los antiesclavistas. 

*

Otra circunstancia importante fue el lugar destacado que ocupó la anexión de Texas dentro de los temas de la campaña presidencial estadounidense de 1844. Martin van Buren perdió la nominación al partido demócrata por manifestarse en contra de la anexión, quedando como candidato a la presidencia James Polk, abiertamente anexionista. Enfrentándose a Henry Clay, el candidato whig que se oponía a la anexión inmediata de Texas. Polk resultó electo, con lo que la anexión fue prácticamente un hecho consumado. 

Sin embargo, por indicaciones de Tyler al Congreso, las condiciones de la anexión fueron establecidas el 28 de febrero de 1845 en una resolución conjunta de las cámaras antes de que Polk asumiera la presidencia. Los términos de la misma fueron los siguientes: Texas entraría a la Unión como un estado; Estados Unidos se encargaría de ajustar todas las cuestiones relativas a los límites internacionales; toda la propiedad pública texana, incluyendo la flota naval, puestos militares, fortificaciones y armamento, sería cedida al gobierno estadounidense; Texas retendría su public domain para pagar su deuda pública; con el consentimiento de Texas podrían constituirse hasta cuatro estados en su territorio; la esclavitud estaría prohibida en el estado formado al norte del paralelo 36° 30'; y el presidente podría vetar la resolución conjunta del Congreso y proponer otro tratado de anexión. 

Si bien Polk se manifestó de acuerdo con la resolución proporcionada por Tyler, los retrasos en su aprobación y firma a finales provinieron del presidente de Texas, Anson Jones, así como de los agentes de Inglaterra y Francia, Charles Elliot y el conde de Saligny respectivamente, quienes seguían tratando de impedir la anexión mediante el reconocimiento de la independencia texana por parte de México. No obstante, la presión de la opinión pública en favor de la anexión forzó el presidente Anson a convocar a las cámaras en Austin a principios del mes de julio. La convención estudió tanto la resolución como el tratado con México que Elliot había formulado, rechazando unánimemente este último y recomendando la aprobación de la propuesta hecha por Estados Unidos. Tras la votación en favor de la anexión y de la aprobación de una constitución tejana recién redactada, el 29 de diciembre de 1845 Polk firmó la incorporación oficial de Texas a la Unión, la cual se verificó en forma definitiva el 16 de febrero de 1846.


(Tomado de: Careaga Viliesid, Lorena - De llaves y cerrojos: Yucatán, Texas y Estados Unidos a mediados del siglo XIX. Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. México, Distrito Federal, 2000)

lunes, 15 de julio de 2024

México, Yucatán y Texas: Relaciones peligrosas y combinaciones explosivas


Relaciones peligrosas y combinaciones explosivas 


En septiembre de 1821 Yucatán se incorporó a México como estado soberano, aunque su lealtad y patriotismo localistas eran mucho más fuertes que su necesidad de dependencia del país. Poco después se daba el primer enfrentamiento violento entre liberales y conservadores, además del inicio del conflicto con el gobierno nacional, pues el arancel aduanal aumentó de 15 a 25%. Laa intervención del emperador Iturbide calmó los ánimos y resolvió momentáneamente el problema político. Poco después, no obstante, al darse el cierre de los puertos mexicanos a las embarcaciones españolas, entre 1822 y 1823, el comercio con Cuba se interrumpió, causando estragos en una de las principales actividades económicas yucatecas. Son los años en los que el país dio el giro, con Santa Ana a la cabeza, hacia la república federada, y en 1823, ya resuelto temporalmente el asunto del comercio con Cuba, Yucatán decide nuevamente unirse a México. 


La primera constitución política yucateca, aparecida en 1825, reflejó el modelo de la nacional de 1824. Las relaciones entre Yucatán y México transcurrieron en armonía durante este periodo federalista del país, especialmente en 1827 cuando la península obtuvo una serie de privilegios sobre sus derechos aduanales. Todo ello cambió abruptamente con el advenimiento del centralismo a partir de 1830, y de ahí en adelante, los vaivenes políticos nacionales entre centralismo y federalismo reflejaron el estado de las relaciones entre Yucatán y México. 


En 1835 el gobierno nacional intentó obligar al yucateco a pagar los mismos derechos aduanales que el resto de los departamentos del país, imponiéndole a la península un nuevo y antiguo sistema a la vez: las alcabalas, o sea, el impuesto interno por el paso de mercancías. Además, se le demandaba a Yucatán el pago de porcentajes por concepto de los productos aduanales y que sus habitantes se sumaran forzosamente a las listas de conscriptos que irían a pelear a Texas. 

La rebeldía yucateca no se hizo esperar y Yucatán empezó a sostener relaciones con "el enemigo" texano, además de exigir la vuelta al federalismo y el respeto a sus prerrogativas económicas. Según Edward Fichten, el verdadero rompimiento entre México y Yucatán sobrevino en los momentos en que México regresó a un centralismo conservador reflejado en la Constitución de 1836: 


En contra de esta Constitución y de las políticas que se desarrollaron a partir de ella tanto Texas como Yucatán optaron por separarse. Con la secesión de Texas el gobierno federal, controlado por Santa Ana, exigió la ayuda de Yucatán mediante el pago de 200,000 pesos de sus ingresos aduanales, violando así las condiciones especiales que la península había establecido para unirse a México. Adicionalmente, 2,500 yucatecos fueron reclutados para pelear contra los texanos (con quienes ya simpatizaban) pero no se tomó ninguna providencia para que luego pudieran regresar a la península. 

 

Ocurrió así la primera separación de Yucatán del resto del país y los ánimos separatistas hablaban ya de independencia como algo beneficioso. En mayo de 1838 Santiago Imán llevó a cabo su primer levantamiento a favor del federalismo, y aunque fue derrotado y encarcelado, organizó una segunda asonada en contra del centralismo exactamente un año después. Entre sus fuerzas se encontraban 150 yucatecos que se habían escapado de un barco que los llevaba a pelear contra Texas. 


Aunque las rencillas económicas entre Mérida y Campeche empezaron aún antes de la independencia de México, a nivel político el año de 1840 marcó un momento importante, pues el partido liberal yucateco se dividió en dos bandos opuestos. Como ya dijimos, la oposición giró no alrededor de las tendencias políticas hacia el federalismo o el centralismo, pues ambos bandos eran declaradamente federalistas, sino que dependió del asunto de la unión o separación con México, y de la manera como estar incorporados o no al país afectaba los intereses productivos y comerciales de los grupos de poder económico de Mérida y de Campeche. 


Los dos partidos que surgieron en esos momentos reflejaban los intereses económicos de los grupos que pugnaban por el control de la península. La facción liderada por Santiago Méndez, representante de los intereses comerciales del puerto de Campeche, proponía la separación de Yucatán en tanto el país no regresara al federalismo ni les garantizara su autonomía local y privilegios especiales. El otro grupo, con sede en Mérida y con Miguel Barbachano a la cabeza, representaba los intereses agrícolas de la región y propugnaba por una Independencia total. En las elecciones de abril de 1840, Méndez triunfó como gobernador y Barbachano asumió la vicepresidencia. Luego durante la infructuosa campaña mexicana contra la península en 1842, Méndez regresó a Campeche a participar en su defensa, dejando a Barbachano a cargo de la administración política de la península. 


Antes, sin embargo, para junio de 1840, la rebelión federalista de Imán había triunfado en la península, promulgándose la segunda Constitución Política del estado, el 31 de marzo de 1841, mientras que en otras regiones abundaron otros pronunciamientos federalistas y de apoyo a Texas. Santa Anna intentó valerse de un héroe yucateco de la independencia -Andrés Quintana Roo- para negociar el retorno de Yucatán a la nación. Barbachano y Quintana Roo lograron llegar a un acuerdo, plasmado en los tratados del 28 de diciembre de 1841, que el presidente no firmó ni ratificó. 


Como veremos más adelante con más detalle, los enfrentamientos entre Yucatán y México se dieron en esos años dentro del contexto de la guerra de México contra Texas y de la alianza entre texanos y yucatecos. Intentando dominar Yucatán a toda costa, Santa Ana ordenó el envío de tropas a la península en 1842, mismas que fueron derrotadas por los yucatecos con ayuda raival con la ayuda de los mayas y de la armada texana:


El gobernador D. Juan de Dios Cosgaya, y luego D. Miguel Barbachano, sostuvieron la resistencia más enérgica contra las fuerzas que la administración del general Santa Anna mandó sobre Campeche... Forzoso fue al dictador apelar a una negociación pacífica, aparentando sentimientos humanos y filosóficos para mejor cubrir el desenlace de una campaña mal meditada y peor conducida después de la humillación de Tixpehual. El general Santa Anna celebró un convenio con los disidentes de Yucatán, el cual elevó a rango de ley el 15 de diciembre de 1843. 

 

Por medio de dichos tratados basados en los de 1841, el presidente aceptaba darle Yucatán un trato preferencial en cuestiones arancelarias. No obstante, al decir de los historiadores y políticos yucatecos, Santa Ana no tardó ni un año en violarlos y el intento de unión fracasó, separándose la península de nueva cuenta en 1844 y desconociendo el supremo gobierno en 1845, año en el que Texas se anexó a Estados Unidos. Otros piensan que las estipulaciones de los tratados de diciembre de 1843 no beneficiaban a nadie, incluyendo a los yucatecos: 

Las pasiones, los errores y las falsas apreciaciones ocultaron al pueblo las condiciones de la reincorporación, que más bien dicho, fueron obsequios del gobierno general para hacer desaparecer todo motivo de queja. Este tratado, violado a cada paso por los funcionarios de la Península, al fin fue reprobado por lo perjudicial que hubiera sido su observancia. La Cámara de Diputados de 1845, desechó y reprobó las mencionadas estipulaciones. 

Santa Ana emitió una serie de disposiciones que prohibían la libre importación de productos yucatecos en los puertos mexicanos, e intentó enviar a sus propios representantes para gobernar la península. La reacción yucateca fue inmediata, así como nuevamente la separación y el desconocimiento del gobierno. En enero de 1846 el congreso local hizo formal la escisión de Yucatán de México y nombró a Barbachano gobernador. 

Al estallar la guerra con Estados Unidos y en oposición a la tendencia monárquica de Paredes y Arrillaga, Santa Ana se pronunció a favor del federalismo y le prometió a Barbachano un tratado de reincorporación en los términos del acuerdo de diciembre de 1843, violado por él mismo. El gobernador yucateco inició nuevamente una serie de gestiones para la reincorporación, que el Congreso proclamó el 2 de noviembre de 1846. Sin embargo, ante los posibles efectos nocivos que la guerra con Estados Unidos podía tener en los puertos y comercios mexicanos, el líder de los campechanos, Santiago Méndez, dio un golpe separatista y neutral en Campeche y la unión con México volvió a quedar en el aire. De hecho, al enterarse de la posibilidad de reunificación, los estadounidenses ya habían bloqueado la isla del Carmen y el siguiente paso era Campeche. 

En 1847 encontramos a un Yucatán supuestamente neutral y de facto separado de México. Todavía para esos momentos, la entidad gozaba de una serie de ventajas que le permitían utilizar la unión y el separatismo a su favor. Sin embargo, ningún político yucateco, de ningún bando, contó con una fuerza bélica que, hasta esos momentos, había permanecido tras bambalinas. Y fue el levantamiento maya, conocido como la guerra de Castas, el acontecimiento que robó a Yucatán todo su poder de negociación con México, poniéndolo, a partir de ese momento, en el desventajoso papel de tener que aceptar cualquier arreglo a cambio de la tan necesaria ayuda para detener a los mayas. 

Como hemos visto, el único momento en que Mérida y Campeche unieron sus fuerzas e intereses para pelear contra el enemigo común que era México fue en 1842, logrando derrotar a las fuerzas santanistas y recobrar su soberanía. No obstante, poco duró la armonía yucateca, ya que las rencillas comenzaron nuevamente y llegaron a un punto candente al estallar la guerra entre México y Estados Unidos. Ahí comenzó una de las etapas más negras de estas conflictivas relaciones, lo que Mary Williams denomina "una lucha faccional de incalificable barbarie", pues ambos partidos se hicieron la guerra sin tregua y ambos utilizaron a las huestes mayas con consecuencias tan imprevisibles como nefastas.



(Tomado de: Careaga Viliesid, Lorena - De llaves y cerrojos: Yucatán, Texas y Estados Unidos a mediados del siglo XIX. Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. México, Distrito Federal, 2000)

jueves, 13 de junio de 2024

Yucatán a mediados del siglo XIX


Antecedentes: Yucatán a mediados del siglo XIX

Una historia muy particular 

[...]

A la llegada de los españoles, la península no sólo no contaba con un poder centralizador como el resto de México, sino que estaba dividida en 16 cacicazgos en lucha unos con otros, lo cual constituyó durante décadas un reto memorable para conquistadores, colonizadores y misioneros. Durante la etapa colonial, Yucatán no constituyó realmente parte del virreinato de Nueva España, sino que su capitán general y gobernador dependía, en lo político, del virrey en lo militar, del rey, y de la Real Audiencia para las cuestiones judiciales. Dicho capitán general era nombrado directamente por la corona y en los casos de un interino por el virrey. Bajo su autoridad estaban los alcaldes mayores y los tenientes de rey, como el que administraba el puerto de Campeche. En el siglo XIX y a raíz de las reformas borbónicas, el capitán general fue sustituido por un intendente con poderes casi absolutos en los ámbitos político, administrativo, judicial y militar. En los inicios del XIX, Yucatán era una intendencia con capital en Mérida, que comprendía las Islas y la alcaldía mayor de Tabasco.

Como ya mencionamos, la península ni siquiera tenía una continuidad territorial con Nueva España. No existía tampoco una similitud cultural en cuanto al grupo indígena que habitaba la península y que era el maya. En general, tenía lazos económicos más fuertes con Cuba que con México y, por lo mismo, mayores y más fuertes lazos sociales y de comunicación. Desde 1814, Yucatán era la única provincia que podía comerciar libremente con otras naciones, incluyendo a otras colonias españolas. Tenía sus propias tropas y navíos de guerra, así como un arancel de aduanas muy favorable, o sea, menor del que pagaban las provincias de Nueva España (15% por mercancías extranjeras y 9% por mercancías cubanas). Es importante recordar todas estas particularidades de Yucatán en los albores del siglo XIX, por la relevancia que más tarde tendrán en sus tendencias políticas y en sus relaciones con el centro de México.

la independencia de México es el mejor ejemplo de un proceso histórico regional, ya que la lucha se concentró en el Bajío, el centro del país y la tierra caliente, y no tocó a Yucatán más que cuando ya había realmente terminado. El triunfo de los grupos de poder criollos realizas encontró un eco favorable en la sociedad yucateca, que se había mantenido conservadoramente al margen del conflicto, y ello se explica por las características tan particulares que tenía Yucatán A fines de la etapa colonial, y que ya mencionamos brevemente.

Resulta interesante conocer la opinión de Juan Suárez y Navarro quien, en 1861, realizó para el presidente Juárez una extensa investigación acerca del acontecer en Yucatán, del por qué de sus particularidades, de las rencillas entre Mérida y Campeche y del estado que guardaba el comercio de esclavos mayas a Cuba. Entre otras cosas, comenta lo siguiente:


Permaneciendo los habitantes de aquel suelo enteramente extraños a la gran lucha iniciada en 1810 hasta 1821, por un acto libre y espontáneo, también calculado como necesario, Yucatán se adhirió al gran todo de la nación, y en aquella época, y muchos años después, fue atendido y considerado por el gobierno nacional. La especie de independencia de que Yucatán disfrutó bajo el gobierno de los virreyes, favoreció el que desde muy temprano se aclimatasen allí las doctrinas y los principios liberales, y no por otro motivo cuando en 1823 fue derrocado el imperio fugaz de Iturbide, el gobierno de la península siguió el impulso de la nación, ratificando el pacto de unión a ella como el más seguro medio de su futuro bienestar.


El país emergió de largo proceso independentista en medio de una gran euforia que no correspondía a una realidad que hablaba a gritos de escasez de recursos, baja demografía, total desorganización social y política, estancamiento del comercio de ultramar, fuga de capitales y deuda externa. Los criollos triunfantes, con Iturbide a la cabeza, se propusieron de inmediato gobernar a México mediante una monarquía constitucional que al poco tiempo fracasó; y así, en 1821, se abre el debate nacional acerca de la naturaleza del gobierno que más le convenía al país, debate que llegó a convertirse en guerra civil y que determinaría el desarrollo de México en esa etapa.

A riesgo de simplificar pavorosamente el acontecer para abreviar en lo posible esta semblanza introductoria y ubicar a Yucatán en los inicios del siglo XIX, diremos que la gran escisión política a nivel nacional se dio entre el grupo de los liberales y el de los conservadores. Estos últimos en general continuaron durante varias décadas favoreciendo al régimen monárquico como el mejor para el país, mientras que los liberales, partidarios del republicanismo, se dividieron a su vez, en dos facciones: los federalistas y los centralistas. Los primeros partidos políticos del país emanados de las logias masónicas en pugna pronto se identificaron con estas tendencias: los yorkinos eran federalistas, mientras que los escoceses optaron por el centralismo.

A partir de 1812, los grupos políticos yucatecos reflejaron el acontecer político nacional con particularidades propias: los sanjuanistas, una curiosa mezcla de liberales católicos, apoyaron resueltamente los cambios propugnados por la constitución de Cádiz. Su lucha se centró en lograr una serie de reformas sociales desde el punto de vista cristiano, que incluían el rescate de la población maya. Paralelamente, el grupo de los liberales compuesto por criollos y mestizos anticlericales, sostenía que el modelo político y económico a seguir era el de Estados Unidos, y de acuerdo con estas ideas, los mayas les parecían un obstáculo en el progreso de la península. Un tercer grupo era el de los rutineros, al que pertenecían las autoridades políticas, el alto clero y numerosos hacendados, todos ellos monárquicos recalcitrantes interesados en mantener el statu quo y continuar dominando y utilizando a los mayas.

Para 1818, los sanjuanistas habían dado lugar a la llamada Confederación Patriótica, a la cual se sumaron también varios liberales y rutineros. Esta agrupación, que no comulgaba con los ideales insurgentes de Independencia, apoyó nuevamente la Constitución de Cádiz y el establecimiento de una monarquía constitucional. Al mismo tiempo, el grupo liberal se empezó a identificar con la logia yorkina, a la cual se sumaron varios sanjuanistas y también rutineros. Los pocos rutineros que permanecieron como tales se convirtieron en un reducido grupo de conservadores monárquicos. Para 1823, este panorama de tendencias y alianzas políticas había evolucionado hasta incluir a tres grupos: la Liga, producto de la unión de la Confederación Patriótica y otros grupos menores, la Camarilla, emanada de la logia yorkina, y el partido liberal como tal. Tanto la Liga como la Camarilla se habían olvidado por completo de la reivindicación de los mayas y sus miembros eran todos republicanos federalistas y liberales; la única diferencia era que los partidarios de la Liga eran católicos y los de la Camarilla, anticlericales. Por su lado, el partido liberal yucateco imprimió un nuevo sello al panorama político de la península -que era el de un republicanismo federalista liberal- al irse polarizando entre Mérida y Campeche. Como bien dice Suárez y Navarro:


Los principios políticos jamás han estado en discusión en la Península; la clase inteligente nunca ha entrado en lucha por esas o las otras teorías de gobierno, porque evidentemente en ningún estado de la Confederación han existido tan de tan antiguo los principios liberales y republicanos como en aquel suelo privilegiado. Las leyes más importantes de reforma que la nación ha sostenido por medio de una lucha sangrienta, estaban ejecutoriadas en Yucatán desde el año de 1782, puesto que bajo el gobierno del obispo Piña se verificó la desamortización de bienes eclesiásticos... el origen de las vicisitudes políticas de aquel país no ha sido la mayor o menor resistencia que hayan podido hacer las clases menos ilustradas ni los intereses de las corporaciones que en el resto de la República han pugnado abiertamente contra las tendencias del siglo... la lucha política en Yucatán se circunscribe a intereses puramente personales…


De esta forma, la lucha política en Yucatán adquirió características muy particulares, pues dependió de los intereses económicos, básicamente comerciales, de estas dos entidades, las cuales eran federalistas separatistas o federalistas prounión con México, según les conviniera. En lo único en lo que siempre estuvieron de acuerdo fue una rotunda negativa al centralismo que implicaba una intervención directa del gobierno mexicano en los asuntos yucatecos. De los intentos centralistas por controlar y doblegar a la península emanan todos los problemas que se generaron entre Yucatán y México, como lo afirmaría cualquier yucateco que se precie de serlo. No obstante, también Yucatán jugó con fuego en momentos cruciales para el país, parapetándose detrás de una pretendida neutralidad y alimentando el fuego de la lucha política interna con funestas consecuencias.


(Tomado de: Careaga Viliesid, Lorena - De llaves y cerrojos: Yucatán, Texas y Estados Unidos a mediados del siglo XIX. Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. México, Distrito Federal, 2000)

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Escritura de esclavitud de indios, 1848

 
 
 
Escritura

De contrata que sirvió para los primeros indios que fueron expulsados para la Habana, en beneficio de varios propietarios, mediante una indemnización al Gobierno del Estado [de Yucatán]
 
Yo, _____________ natural del Estado de Yucatán en la República mejicana, de edad de ____ años, de oficio, _________ declaro que me he contratado libre y voluntariamente con el Sr. D. __________ agente de _________ para embarcarme en el buque ______________ y pasar a la isla de Cuba, obligándome desde mi llegada a dedicarme en ella a la orden de los referidos Sres. por el término de diez años en los períodos y divisiones que establezcan (no pasando de dicho tiempo) y para servir a la persona o personas que designen en los trabajos de campo, ya sean ingenios, cafetales, potreros, vegas y cualesquiera otra clase de fincas, o en algún otro trabajo de caminos, fábricas, talleres o servicio doméstico, pues me comprometo a trabajar en todo aquello a que se me destine y pueda ejecutar en las horas del día que son de costumbre, y en aquellas faenas extraordinarias que estén establecidas en los campos de aquella isla. –Si yo llevase mujer que se contrate libremente, se ocupará en el campo en mi cuidado y asistencia y además en las faenas ordinarias de su sexo, como cocinar, lavar o asistir enfermos, etc. y en las ciudades o pueblos en el servicio doméstico. Nuestros hijos estarán bajo nuestro especial abrigo y protección hasta la edad de nueve años sin estar obligados a ninguna clase de trabajo; pero pasada esa edad hasta la de 14, aunque seguirán bajo nuestro abrigo podrán ocuparse en aquellas cosas ligeras que puedan desempeñar ya sea en el campo, en las fábricas o servicio doméstico.
 
El tiempo de diez años de mi contrata empezará a contarse desde el día de mi llegada a cualquier punto de la isla a donde se me conduzca; bien entendido, que por vía de gratificación, o enganche deberá pagárseme el pasaje y mantención a bordo, gastos de desembarque, traslación, etc., etc., sea cual sea la suma que esto importe; y sin que en ningún tiempo pueda deducirse por cuenta de mi salario o raciones ninguna cosa de estos gastos.
 
En retribución de mi trabajo se me darán mensualmente dos pesos fuertes en moneda corriente, y además ración semanal de tres almudes de maíz siendo soltero, y seis siendo casado, y diariamente una taza de café o atole endulzado para el desayuno, ocho onzas de carne salada, doce onzas en plátanos u otras raíces alimenticias, (o algún frijol en lugar de estas raíces) todo cocinado con sal, al uso de la isla o al de mi país; y si el trabajo fuese en pueblo o ciudad, la carne, arroz y frijol que sea costumbre, o bien la ración señalada para los empleados en el campo si yo la prefiriese. Se me darán también, gratis, así como a mi mujer e hijos, si los tuviese, ganen o no salario, dos mudas de ropa de algodón al año, una chaqueta o chamarra de abrigo, un sombrero y un par de sandalias o alpargatas de cuero. Si yo quisiese hacer uso de algún aguardiente, se me dará en corta cantidad el que desee, deduciendo su importe de mi salario mensual.

Si cayésemos enfermos, mis hijos, mi mujer o yo, nos curará un facultativo y tendremos toda la asistencia médica que éste prescriba y requiera la enfermedad. No debiendo ser de nuestra cuenta los gastos que en ella se eroguen, sino por la de nuestro patrón, quien no podrá obligarnos a trabajar hasta después de estar enteramente buenos y recobrados.
Los domingos y días clásicos, después de cumplir con los preceptos de la iglesia, podremos emplearlos, si queremos en trabajar en nuestro propio provecho dándonos al efecto algún pedazo de tierra donde poder sembrar, siempre que no estemos destinados al servicio doméstico, y estándolo, no tendremos derecho a esas ventajas, pero se nos dará en cambio toda la ropa y calzado que necesitemos, según a lo que se nos destine.

Si yo falleciese o alguno de mis hijos, o mujer, los gastos del entierro religioso serán por cuenta del patrón a quien sirva, y nada por la mía.

Si llegase yo a inutilizarme en el servicio, quedará a mi arbitrio y voluntad retirarme a mi país o a donde mejor me convenga, o bien seguir trabajando en lo que pueda; debiendo entenderse por inútil, quedar ciego, baldado o en cualquier otro estado que imposibilite un trabajo regular.

Si mi mujer, o hijas mayores, se empleasen en el servicio del establecimiento a donde se me destine, ganarán sin perjuicio de mi asistencia, el salario mensual de un peso fuerte, lo mismo que nuestros hijos varones en la edad arriba indicada de nueve hasta catorce años; pero pasando de esta edad, ganarán lo mismo que yo en todas sus partes.

Durante el expresado tiempo de mi contrata, no podré ausentarme ni variar de amo sin justas y legales causas, ni dejar de prestar mis servicios a la persona con quien me he ajustado o a la que éste me designe a quien deberé respeto y obediencia absoluta, y a los agentes encargados del trabajo, pudiendo legalmente obligárseme al cumplimiento de mi contrato, quedando sujeto en los delitos que pueda cometer, a las leyes del país y a sus autoridades constituidas.

Espirado el tiempo de mi contrato, quedaré en plena libertad de regresar a mi país natal con toda mi familia, o de hacer nuevo contrato bajo las condiciones que tenga a bien estipular.

En fe de lo cual, y para debida constancia hacemos dos de un tenor en los idiomas castellano y maya, siendo testigos D. __________ y ____________ vecinos de esta ciudad.
 

(Tomado de: Lorena Careaga Viliesid (comp.) – Lecturas básicas para la historia de Quintana Roo. Antología, Tomo II, La guerra de Castas)

lunes, 29 de octubre de 2018

Decreto para la venta de indios mayas, 1848



Decreto

De fecha 6 de Noviembre de 1848, origen de la venta de indios que tantos abusos causó después.


Secretaría de Guerra y Marina.- Miguel Barbachano, Gobernador del estado libre y soberano de Yucatán, a todos sus habitantes, sabed: que habiendo acreditado la experiencia que la lenidad y dulzura con que se ha tratado a los indios sublevados que han caído prisioneros en poder de las tropas del Gobierno, no ha surtido en el ánimo de los que aún permanecen con las armas en la mano el efecto moral que era de esperar; que los decretos de amnistía dados en favor de los que se presentasen, corrieron su término sin obtener grandes resultados: que los que han sido puestos en libertad después de hechos prisioneros, lejos de reconocer en beneficio de dejarlos en quieta posesión de sus hogares, han vuelto a tomar partido entre los sublevados; que habiendo por consiguiente absoluta necesidad de dictar en la península medidas de precaución contra la osadía y tendencias de esa raza, disminuyendo su número en los departamentos sublevados, en cuanto sea posible y conveniente, y deseando por último, conciliar dichas medidas con los principios de humanidad y el derecho de gentes, en uso de las facultades extraordinarias de que legalmente me hallo investido para poner en acción los medios más adecuados para terminar la presente guerra, he venido en decretar y decreto:

Artículo único. A todo indio que sea hecho prisionero con las armas en la mano, o que habiendo tomado partido con los sublevados no se hubiese acogido en tiempo hábil a la gracia de los indultos publicados en su favor, podrá el gobierno alejarlo de su respectivo domicilio, y aun expulsar del Estado por diez años cuando menos, a los que tenga por conveniente, exceptuándose a los cabecillas, que serán precisamente juzgados militarmente conforme a los decretos de la materia.

Por tanto, mando se imprima, publique y circule para su debido cumplimiento. Dado en el palacio del gobierno, en Mérida a 6 de Noviembre de 1848. – Miguel Barbachano. – A D. Martín F. Peraza::.

Y lo transcribo a U. para su inteligencia y efectos correspondientes, Mérida 6 de Noviembre de 1848. – M. F. Peraza.


(Tomado de: Lorena Careaga Viliesid (comp.) – Lecturas básicas para la historia de Quintana Roo. Antología, Tomo II, La guerra de Castas. Fondo del Fomento Editorial del Gobierno del estado de Quintana Roo, Instituto Quintanarroense de la Cultura. S/F)