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sábado, 2 de febrero de 2019

Miguel Hidalgo, Decretos en favor de Indios y Castas


Don Miguel Hidalgo y Costilla (1753-1811) realizó en la ciudad de Guadalajara una labor legislativa de primera importancia debido a su contenido social, en favor de los grupos que ocupaban las capas más bajas de la población, quienes, dicho sea de paso, nutrían los contingentes que acaudillaba.

Don Miguel Hidalgo y Costilla, Generalísimo de América, etc.

Por el presente mando a los jueces u justicias del distrito de esta capital, que inmediatamente procedan a la recaudación de las rentas vencidas hasta el día, por los arrendatarios de las tierras pertenecientes a las comunidades de los naturales, para que enterándolas en la Caja Nacional se entreguen a los referidos naturales las tierras para su cultivo, sin que para lo sucesivo puedan arrendarse, pues es mi voluntad que su goce sea únicamente de los naturales en sus respectivos pueblos.

Dado en mi cuartel general de Guadalajara a 5 de diciembre de 1810.

Miguel Hidalgo, Generalísimo de América.

Por mandato de Su Alteza.

Lic. Ignacio López Rayón, Secretario.


Don Miguel Hidalgo, Generalísimo de América, etc.

Desde el feliz momento en que la valerosa nación americana tomó las armas para sacudir el pesado yugo que por espacio de tres siglos la tenía oprimida, uno de sus principales objetos fue exterminar tantas gabelas con que no podía adelantar su fortuna; mas como en las críticas circunstancias del día no se pueden dictar las providencias adecuadas a aquel fin, por la necesidad de reales que tiene el reino para los costos de la guerra, se atiende por ahora a poner el remedio en lo urgente por las declaraciones siguientes:

1ª. Que todos los dueños de esclavos deberán darles la libertad, dentro del término de diez días, so pena de muerte la que se aplicará por transgresión de este artículo.

2ª. Que cese para lo sucesivo la contribución de tributos, respecto de las castas que lo pagaban y toda exacción que a los indios se les exija.

3ª. Que en todos los negocios judiciales, documentos, escrituras y actuaciones, se haga uso del papel común quedando abolido el del sellado.

4ª. Que todo aquel que tenga instrucción en el beneficio de la pólvora, pueda labrarla sin más obligación que la de preferir al gobierno en las ventas para el uso de sus ejércitos, quedando igualmente libres todos los simples de que se compone.

Y para que llegue a noticias de todos y tenga su debido cumplimiento, mando que se publique por bando en esta capital y demás villas y lugares conquistados, remitiéndose el competente número de ejemplares a los tribunales, jueces y demás personas a quienes corresponda su cumplimiento y observancia.

Dado en la ciudad de Guadalajara, a 6 de diciembre de 1810.

Miguel Hidalgo, Generalísimo de América.

Por mandato de su Alteza, Lic. Ignacio Rayón, Secretario.


(Tomado de: Álvaro Matute – Antología. México en el siglo XIX. Lecturas Universitarias #12. Universidad Nacional Autónoma de México, Dirección General de Publicaciones, México, D.F., 1981)



jueves, 31 de enero de 2019

Luis Cabrera, La Revolución de entonces y la de ahora

En el año de 1937 apareció un libro de título homónimo al de Alejandro Dumas: Veinte años después. Se hacía en él un balance de lo acontecido veinte años después de que Huerta usurpara el poder tras el asesinato de Madero, y veinte años después de haber sido promulgada la constitución de 1917. Su autor era el ya sexagenario Luis Cabrera, quien a partir de 1908 se distinguiría como periodista de oposición al régimen de Porfirio Díaz; en 1911 como ideólogo  de la revolución naciente; en 1912 como parlamentario revolucionario y, años más tarde, al lado de Venustiano Carranza, como ideólogo de la reforma agraria y hacendista notable. Cabrera, después de la tragedia de Tlaxcalantongo, decidió retirarse al ejercicio de su profesión de abogado.

Su reaparición en los medios políticos causó revuelo. Dictó una conferencia en la biblioteca Nacional titulada “El balance de la Revolución”. En ella hacía un análisis sociológico de lo que debe ser una revolución y aplicó sus criterios al caso mexicano. Mostró a quienes lo escucharon y a los lectores de El Universal, diario en que se publicó el texto político de la conferencia, que la “revolución hecha gobierno” no había satisfecho las demandas económicas, políticas y sociales que impulsaron a las masas a luchar por sus reivindicaciones. Tal cosa fue entendida en los círculos oficiales como un ataque al gobierno del presidente Pascual Ortiz rubio, quien, en los discursos de un banquete celebrado en Texcoco, tachó a Cabrera junto con Antonio Díaz Soto y Gama, antiguo ideólogo zapatista y agrarista, de “tránsfugas de la Revolución”.

La reprimenda a Cabrera –el viejo “Blas Urrea”- no quedó en discursos. También le costó “un viaje a Guatemala sin boleto de regreso”. Y el presidente Ortiz Rubio no sólo se dedicaría a responder a los conceptos de Cabrera, sino que lo hicieron también altos funcionarios del Partido Nacional Revolucionario, como Lázaro Cárdenas y Manlio Fabio Altamirano, que señalaron los aspectos negativos de la administración carrancista.

Hicieron ver que el Primer Jefe no puso atención en el problema agrario ni ofreció reformas sociales, sino que fue Obregón quien realmente emprendió un programa de acción tendente a hacer efectivos los principios consagrados por la Constitución de 1917. Asimismo recordaron que Carranza obstruyó el proceso democrático cuando trató de imponer como candidato oficial al ingeniero Ignacio Bonillas frente a Obregón, quien contaba con el apoyo popular.

Estos señalamientos trataban de descalificar a Cabrera como autoridad para juzgar lo que se había hecho en el proceso revolucionario. Pero el hecho de que fuera deportado del país implicaba inseguridad por parte del gobierno ortizrubista.

Cabrera siguió criticando a la administración pública mexicana, en especial a la de Lázaro Cárdenas. El viejo ideólogo agrarista reaccionó frente a las ideas y acciones de Cárdenas, particularmente en materia agraria. Cárdenas repartió grandes extensiones de tierra cultivable en regiones como La Laguna, el valle del Yaqui y la Nueva Italia en Michoacán, terrenos henequeneros en Yucatán. No lo hizo para fraccionar terrenos otorgando pequeñas propiedades privadas, sino ejidos colectivos. En una mentalidad liberal como la de Cabrera, esto se le antojaba como “un ensayo comunista en México” aduciendo que el ejido colectivo era una imitación del koljos soviético
.
Posteriormente, ideólogos cardenistas como Luis Chávez Orozco han tomado argumentos del propio Cabrera para explicar que, en realidad, Cárdenas estaba reviviendo instituciones que habían dado buen resultado en Nueva España y que el ejido colectivo no era imitación de instituciones extranjeras.

El problema, en realidad, era la vieja polémica entre liberales y radicales, que tuvo su mayor enfrentamiento en el seno del Congreso Constituyente  de 1916-1917. Para los liberales, el Estado sólo debía regular y no intervenir, mientras que para los radicales el Estado debía ser el medio propulsor y efectivo de las nuevas reformas. De ahí su fuerza y su participación legalmente sancionada.

En suma, se trata de dos maneras de entender la revolución. La del viejo precursor que contempla hechos que no previó, frente a la del nuevo revolucionario, que busca nuevas fórmulas para acelerar el proceso social de una revolución que amenazaba estancarse bajo la política del maximato. De ahí que el lector de la polémica encuentre razones fundamentadas en ambos bandos. Todo estriba en comprender las diferentes ideologías.

Por otra parte, la cada vez mayor participación del Estado en los aspectos economicosociales no es un fenómeno privativo del México de los años treinta. En la Unión Soviética se forjaba un estado socialista; los Estados Unidos, con el new deal de Roosevelt, dejaban atrás al liberalismo clásico, y Alemania, Italia y Japón se organizaban bajo la guía del nacionalsocialismo. La política del laissez-faire se antojaba por entonces como una cosa del pasado.
(Tomado de: Álvaro Matute – La Revolución de entonces y la de ahora. Historia de México, tomo 11, Etapa La Revolución Mexicana; Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V. México, D.F., 1978)