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jueves, 12 de diciembre de 2019

Breve historia de la guerrilla mexicana


La guerrilla mexicana surgió como consecuencia de la matanza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968 y tuvo 2 focos principales: el primero apareció en la Universidad Patricio Lumumba, de Moscú, donde era becario el maestro de escuela Fabricio Gómez Souza, originario de Nanchital, Ver., quien al escuchar por radio lo ocurrido en Tlatelolco, llegó a la conclusión de que el régimen priista iba a derrumbarse y creyó ver la oportunidad de acelerar su caída. Con este fin reunió a una docena de estudiantes mexicanos y entre todos formaron el Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR), con Gómez Souza como jefe.

En busca de ayuda, los del MAR acudieron a la embajada cubana, pero Fidel Castro le tenía pavor a Gustavo Díaz Ordaz y nada consiguieron. En seguida presentaron su solicitud a las autoridades soviéticas, las cuales no podían arriesgar la suerte del gran aparato de espionaje contra Estados Unidos que mantenían en México y tampoco les dieron nada, aunque se les sugirió ponerse en contacto con la embajada de Corea del Norte. en este país imperaba el generalísimo Kim II Sung, un megalómano famoso por sus extravagancias y delirio de grandeza, que aspiraba a convertirse en líder de todo el Tercer Mundo y, por lo tanto, aprobó entusiastamente la petición de los mexicanos.


Peregrinación al lejano Oriente

Apenas un mes después del “Tlatelolcazo”, Gómez Souza viajó a Pyongyang, capital de Corea del Norte, donde se le pidió reunir por lo menos medio centenar de revolucionarios fanáticos que recibirían entrenamiento especial en Corea del Norte y volverían a México para encargarse de entrenar a otros revolucionarios. A fin de no llamar la atención, los futuros guerrilleros deberían llegar en 3 contingentes sucesivos. De vuelta en Moscú, Gómez Souza recibió de la embajada norcoreana 25,000 dólares para que él y 4 de sus compañeros fuesen a México a efectuar el reclutamiento inicial. Los 5 llegaron al país por rutas separadas en los primeros meses de 1969.

A principios de 1970, el medio centenar de guerrilleros ya había llegado a Pyongyang, en 3 contingentes. Por la vía de París viajaron a Berlín oriental y de allí tomaron el tren a Moscú. Luego, amparados por pasaportes norcoreanos con nombres supuestos, tomaron el Transiberiano hasta llegar a su destino. (Los soviéticos argumentaron que su implacable policía para nada sospechó de tantos norcoreanos que hablaban español; y el gobierno mexicano, entonces simpatizante del “socialismo” aceptó la explicación.)

Los guerrilleros fueron llevados a un campo de entrenamiento situado a 50 kilómetros al noroeste de Pyongyang, donde fueron sometidos a un régimen castrense-monacal, de largos y constantes ejercicios, sin ninguna diversión, hacinados en barracas de madera y bajo la prohibición de beber alcohol o tener relaciones sexuales. Se les enseño manejo de armas, karate, técnicas para dinamitar y de asalto a bancos e instalaciones militares, métodos para disfrazarse y organizarse, manejo de claves y aparatos de telecomunicación, etc. Sobre todo, se les impartió un fuerte adoctrinamiento para que perdieran el miedo a morir y matar.

El fracaso de los coreanos


En septiembre de 1970 todos estaban ya de regreso en México. No se les proporcionaron armas ni dinero en escala importante, pues las armas debían obtenerlas asesinando soldados y policías y el dinero lo conseguirían por medio de asaltos a bancos y secuestro de personajes acaudalados. Cada guerrillero debía reclutar y entrenar a 10 más y así sucesivamente, hasta disponer de varios millares y quedar en condiciones de tomar el poder. Con rapidez pasmosa instalaron centros de entrenamiento en México, D.F., Zamora, Mich., San Miguel Allende y Salamanca, Gto., Querétaro, Qro., Puebla, Pue., Chapala, Jal., y Acapulco, Gro.

En febrero de 1971, 4 guerrilleros alquilaron una casa en Jalapa, Ver., donde se establecería un centro de entrenamiento para manejo de explosivos. Por el aspecto estrafalario de los jóvenes, un vecino supuso que eran hippies marihuanos y los denunció a la policía local, que como medida precautoria dio aviso a la Dirección Federal de Seguridad.

El subdirector de la DFS, Miguel Nazar Haro, viajó a Jalapa para ver qué sucedía. Al entrar a la casa se llevó la primera sorpresa: se topó con un pizarrón tapizado de diagramas de torres de transmisión eléctrica, con indicaciones sobre los puntos donde se debe colocar los explosivos para derribarlas. Los hombres de Nazar no tuvieron más que permanecer en el domicilio para ir deteniendo uno por uno a los guerrilleros que fueron llegando. En los interrogatorios confesaron lo que planeaban hacer y dijeron que esperaban la llegada de otros “estudiantes”. El jefe del centro tenía instrucciones de reportarse a Gómez Souza cada cierto tiempo y, cuando faltaron los reportes, el propio cabecilla se trasladó a Jalapa para investigar. En total cayeron así 19 “coreanos” -entre ellos Gómez Souza- y 21 reclutas nuevos. Ese golpe y otros que vinieron en rápida sucesión determinaron la muerte del MAR. A fines de 1976 se supo que sólo quedaban en libertad 11 “coreanos”, pues los demás habían sido muertos o estaban en la cárcel. Pero la actividad subversiva no desapareció, sino que fue heredada por un segundo foco guerrillero.


Soldados dormidos

El 2 de octubre de 1968, el estudiante de filosofía y letras de la UNAM, David Jiménez Sarmiento, miembro de la Juventud Comunista, escapó sano y salvo de Tlatelolco y de inmediato se prometió luchar hasta el último aliento por vengar a sus compañeros caídos. Rápidamente reunió a varios camaradas para formar 3 comandos guerrilleros llamados “Lacandones”, “Arturo Gámiz” y “Patria o Muerte”, los cuales tomaron la vanguardia de la subversión cuando los “coreanos” fueron prácticamente liquidados.

Los de este segundo foco se inspiraban en el ejemplo de Arturo Gámiz, un maestro de escuela comunista radicado en el DF que, tratando de emular las hazañas de Fidel Castro, el 23 de septiembre del ya lejano 1963 y en compañía de una docena de compañeros atacó por sorpresa el pequeño cuartel militar de Madera, Chih., con la idea de establecer un foco guerrillero en la Sierra Madre. Varios soldados que dormían fueron muertos, pero otros tomaron las armas y en un santiamén mataron a Gámiz y 10 de sus acompañantes. Los fugitivos fueron ultimados por elementos del ejército el 11 de septiembre de 1968.

Los viejos comunistas tachaban de infantilismo la aventura de Gámiz, pero muchos jóvenes vieron en él a un héroe de epopeya, el revolucionario suicida que alcanza en el martirio la gloria suprema. Los distintos comandos actuaban con independencia unos de los otros y se ha dicho, aunque sin confirmarlo, que desde Moscú o La Habana les llegaron órdenes de formar un solo grupo, al que llamaron Liga 23 de Septiembre, en recuerdo de la fecha en que Gámiz llevó a cabo el ataque al cuartel de Madera. (Sólo los famosos Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, así como algunos grupos menores, se mantuvieron ajenos a la Liga).

Los hijos de la decadencia

Entre los independientes destacaron 4 hermanos apellidados Campaña López y originarios de Cosalá, Sin., Dos de los hermanos, Carlos y Alfredo, estudiantes de la Universidad de Guadalajara y miembros de la Juventud Comunista, asaltaron varios bancos y empresas a fines de 1972 y principios de 1973. Poco después fueron aprehendidos y, para liberarlos, un tercer hermano, llamado Juventino y apodado “Ho Chi Minh”, fundó las FRAP (Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo). Los Campaña López llevaron a cabo varios secuestros muy sonados, como el del cónsul norteamericano de Guadalajara, Terrance Leonhardy, el del industrial Pedro Sarquis y el de José Guadalupe Zuno, suegro del presidente Echeverría; como pago por las liberaciones obtuvieron varios millones de pesos y la libertad de 30 guerrilleros, entre ellos los hermanos Carlos y Alfredo, quienes fueron enviados en avión especial a Cuba.

Las FRAP perdieron terreno poco a poco y el principal dolor de cabeza del gobierno pasó a ser la Liga 23 de Septiembre, que hasta en el título de su periódico clandestino -Madera- proclamaba su carácter suicida y, en sus páginas, remachaba las tesis de que no tiene nada de malo matar policías o soldados, ya que éstos son instrumentos de la burguesía, y llamaban “expropiaciones” a los secuestros y asaltos bancarios.

El primer golpe de la Liga tuvo lugar el 17 de septiembre de 1973, cuando asesinaron al industrial regiomontano Eugenio Garza Sada en un fallido intento por secuestrarlo. El gobierno anunció que no negociaría con delincuentes y después de 2 o 3 fracasos la Liga dejó de promover secuestros, para concentrarse en los asaltos bancarios. Todavía en 1976 trataron infructuosamente de secuestrar a Margarita López Portillo, hermana del presidente electo, y en este fallido intento murió el fundador, Jiménez Sarmiento.

Los de la 23 de Septiembre asesinaron -frecuentemente a sangre fría- a por lo menos 76 policías antiterroristas. Un día se metieron al Hospital Naval del DF y dieron muerte sorpresiva a 4 marineros de guardia para quitarles las armas. Además del odio que sentían ante los elementos policiacos, actuaban motivados por la esperanza de crear pánico entre los familiares, para que los instaran a buscar un trabajo menos peligroso. Inevitablemente, los policías respondían con el mismo odio y extraoficialmente se sabe que dieron muerte a centenar y medio de guerrilleros, además de que lograron encarcelar a cerca de 300.

Hasta 1976, fecha del último balance publicado, quedaban en libertad cerca de 200 guerrilleros cuyos descendientes o émulos -el más notable es el Subcomandante Marcos- siguen atizando la subversión en escala menor, aunque sus probabilidades de éxito se han reducido desde que a últimas fechas la sociedad mexicana dio pruebas de rechazar cada vez más firmemente las soluciones violentas.

(Tomado de: Acosta, Jaime - II Breve historia de la guerrilla mexicana. Contenido, #462, diciembre de 2001. México, D.F.)

jueves, 21 de junio de 2018

Las virreinas de México

Las virreinas de México

Por Jaime Acosta

De los 62 virreyes que llegaron a México, 22 eran obispos, viudos o solterones, así que las virreinas sólo sumaron 40. El erudito Manuel  Romero de Terreros se esforzó por investigar quiénes fueron estas damas y qué hicieron de notable. A la mujer de aquella época se le asignaba un papel meramente doméstico y decorativo en los saraos palaciegos y las fiestas campestres, y ni los historiadores ni los documentos públicos suelen registrar los hechos de esta especie; sin embargo, Romero de Terreros descubrió mucho más de lo que podría esperarse y pudo localizar un buen número de personalidades vigorosas, cuando no fascinantes.
Las primeras 5 virreinas pasaron aparentemente la vida en la cocina y la sala hogareña, pues de ellas no se conocen más que los nombres:
Catalina de Vargas,
Ana de Castilla y Mendoza,
Leonor de Vico,
María Manrique, Marquesa de Aguilar y
Catalina de la Cerda, duquesa de Medina Coeli.
El sexto virrey fue obispo, de modo que la sexta virreina, Blanca de Velasco, condesa de Nieva, fue esposa del séptimo virrey, el marqués de Villa Manrique (1585-1590). Esta señora sí se hizo notar, y mucho, pues era soberbia y antipática, además de que, para recalcar su influencia, abiertamente hablaba de que era ella quien designaba y promovía a los funcionarios religiosos; tanto la virreina como el marido tuvieron fama de corruptos, por lo que se le ordenó al virrey regresar a España y el obispo de Tlaxcala, Pedro Romano, revisó las pertenencias del matrimonio cuando regresaba a la península para ver que no se llevaran nada indebido.

También fue notable la octava virreina (1590-1595), María de Ircio y Mendoza. Hija del conquistador Martín de Ircio, encomendero en Tepeaca, Puebla, y de doña María de Mendoza, hermana bastarda del primer virrey, doña María Ircio parece haber nacido en la Nueva España. Casó con el virrey Luis de Velasco hijo, quien fue muy querido en México, aunque su suegra escribió al monarca español quejándose de que el matrimonio de la hija “nos salió tan trabajoso que al dicho mi marido costó la vida y a mí y a las dichas mis hijas nos tiene en gran aflicción”, pues valiéndose de su influencia, el virrey “torcía a su favor la justicia” para apoderarse de los bienes pertenecientes a la suegra, a la cuñada y a su misma consorte, a quien amenazaba de muerte para obligarla a firmar los documentos en los que cedía al marido sus propiedades.
En el siglo XVII la duquesa de Alburquerque (1624-1635), era tan altiva, pagada de sí misma y afecta al boato que, deseando recalcar su posición en la sociedad, mandó hacer una jaula para aislarse en ella junto con su hija mientras se desarrollaban las ceremonias de inauguración de la vieja catedral.
Dos virreinas se hicieron notar por la estrecha amistad que tuvieron con sor Juana Inés de la Cruz: Leonor Carreto, marquesa de Mancera (1664-1673), y la condesa de Paredes (1680-1686), a quienes la monja dio, respectivamente, los nombres de “Laura” y “Lysi” en unos apasionados poemas dedicados a ellas. (los eruditos siguen discutiendo acerca de si el amor declarado por la monja en sus poemas fue lésbico o neoplatónico.)
La condesa de Paredes (1688-1696) vivió una experiencia angustiosa al escapar de las turbas que incendiaron el palacio virreinal en 1692. Pasó el resto de su tiempo en México lamentando la pérdida de los caudales y el robo de las joyas que sufrió a consecuencia de los disturbios.
En el siglo XVIII sobresalió la primera condesa de Revillagigedo (1746-1755) por su elegancia y por la prodigalidad con que repartía limosnas y donativos. La marquesa de las Amarillas (1755-1760) dio mucho de qué hablar porque montaba a caballo como hombre y era muy  afecta a participar en saraos y fiestas campestres.


Felicitas St. Maxent, condesa de Gálvez


El premio de popularidad lo ganó la joven, bella y elegante condesa de Gálvez, Felicitas St. Maxent (1785-1786). Hija del último intendente francés de la Luisiana, doña Felicitas nació en Nueva Orleáns y conoció a su marido el futuro virrey cuando llegó de guarnición a la ciudad. (Doña Felicitas tenía 3 hermanas que también casaron con oficiales españoles destacados en nueva Orleáns; una de ellas fue esposa del célebre intendente Riaño que murió en Granaditas.) con su educación francesa y su simpatía personal, doña Felicitas concurría frecuentemente a los teatros y a los paseos populares, mezclándose con el pueblo, que la ovacionaba.
Doña María Antonia de Godoy y Álvarez (1794-1798) era hermana del favorito de Carlos IV y aprovechó la oportunidad para obtener “mordidas” en cuanto negocio se cerraba con el gobierno y así enriquecer escandalosamente.
La esposa del virrey José de Iturrigaray (1803-1808), Inés de Jáuregui, mostró abierta preferencia por intimar con las familias criollas linajudas y desdeñar a los gachupines, por lo que se decía que estaba arrimándole simpatías a su marido para que lo coronaran rey en caso de que se declarara la independencia. De ella se supo también que estaba asociada con una comadre en cuya casa se compraban y vendían favores oficiales.


Doña Francisca de la Gándara y Cardona, condesa viuda de Calderón, por Vicente López.



María Francisca de la Gándara (1813-1816) nació en San Luis Potosí y llegó a virreina por casualidad, ya que en su condición de criolla normalmente hubiera estado excluida de alcanzar ese rango. (La otra virreina nacida en la Nueva España, María de Ircio y Mendoza, era vista como española pura por haber vivido en una época en la que el criollismo apenas empezaba a definirse.) Doña María Francisca de la Gándara tenía 22 años de edad cuando el coronel español Félix María Calleja cumplió 48 y, considerando que ya era tiempo de formar familia, pidió y obtuvo la mano de doña Francisca, cuya familia contaba entre los principales de la localidad. Con los años Calleja fue ascendido a mariscal de campo por haberse convertido en azote de los insurgentes, y el hecho de que fuese el elemento más apropiado para gobernar el virreinato determinó que se pasara por alto el lugar de nacimiento de la esposa. Doña María Francisca acompañó al marido en varias de sus campañas y emigró con él a Europa, donde permaneció hasta el día de su muerte para librarse con la distancia de sufrir los odios que inspiraban los criollos rivales de los victoriosos insurgentes.



(Tomado de: Jaime Acosta, Contenido, ¡Extra! Mujeres que dejaron huella, primer tomo (1), 1998)