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lunes, 4 de septiembre de 2023

Salinas de Gortari III ¿fue vendepatrias?

 


Segunda parte 

Su México

3

¿FUE VENDEPATRIAS?

El cargo de vendepatrias, enderezado contra Salinas sobre todo después de que empezó a negociar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, tampoco tiene base firme de sustentación. En esencia, el tratado consiste en que se otorgaron fuertes disminuciones o exenciones de impuestos sobre 5,900 artículos que los países socios pueden exportar a México, pero en cambio México obtuvo el privilegio de exportar al norte con fuertes rebajas impositivas 7,300 de sus propios artículos. En cualquier otro país el TLC habría sido recibido con regocijo, por ofrecer un acceso privilegiado a los mercados más ricos del mundo; en México fue visto como una cesión de soberanía. En otros países se habrían apresurado a incrementar la producción de los artículos para exportarlos en grande; en México nos limitamos a lloriquear por los peligros que ofrecía la importación masiva de productos extranjeros.

Alguien hasta equiparó el TLC con el Tratado McLane-Ocampo, mediante el cual Benito Juárez otorgó a Estados Unidos el derecho de tránsito de Nogales a Guaymas, Son., por la vía de Hermosillo; el mismo derecho para otra ruta que iría de Matamoros, Tamps., a Mazatlán, Sin., por Monterrey y Saltillo, y todavía el derecho a pasar del golfo de México al océano Pacífico por el istmo de Tehuantepec. Se facultó asimismo a Estados Unidos para proteger con sus fuerzas armadas tanto las rutas del Norte como la ístmica siempre que lo juzgase necesario, corriendo los gastos por cuenta de México. Además se otorgaron concesiones aduaneras que de hecho permitirían al gobierno de Washington fijar los impuestos de exportación e importación entre los dos países (El Tratado McLane-Ocampo jamás entró en vigor por haberlo rechazado los legisladores de Washington, entre los cuales privaba la opinión de que Juárez carecía de autoridad y recursos para imponérselo al pueblo mexicano).

El hecho de que se haya equiparado el TLC con el Tratado McLane-Ocampo refleja la terrible ignorancia histórica que se padece en México, gracias a la cual mucha gente considera muy patriótico pasarse el día despotricando contra los yanquis y alentando contra el inminente peligro que corre el territorio mexicano de ser anexado a Estados Unidos. Este delirio de persecución impide trazar una estrategia defensiva contra los afanes de dominio que, por supuesto, tienen los yanquis: para quitarse de hipocresías habría que pensar un poco en lo que pudo haber hecho México si la fuerza hubiera estado históricamente de su lado.

El antiyanquismo nació en la Nueva España, como producto de la xenofobia característica de los españoles de aquel tiempo, quienes consideraban que todos los extranjeros eran herejes empeñados en corromper las buenas costumbres de la sociedad hispánica. Lejos de temer al imperialismo, los primeros antiyaquis se consideraban superiores a sus vecinos del norte porque en la Nueva España funcionó la primera imprenta de América (aunque a principios del siglo XIX sólo había cuatro imprentas en todo el virreinato y éstas publicaban únicamente novenas, devocionarios y vidas de santos, mientras que en el norte se hacían grandes tirajes con los libros más avanzados de la época); y porque en México existía una de las primeras universidades del continente (la cual conservaba los planes de estudios del siglo XVI, mientras que en Estados Unidos ya habían despuntado universidades tan modernizantes como las de Harvard y Yale).

Por su parte, los imperialistas yanquis surgieron desde fines del siglo XVIII: eran hombres como el estadista Thomas Jefferson, uno de los primeros en prever que las desorganizadas colonias españolas de América iban a quedar a merced de los nacientes Estados Unidos; y aventureros como el ex vicepresidente Aaron Burr, quien en 1804 trató de formar una disparatada expedición para expulsar a los españoles y proclamarse rey de México.


Los protoimperialistas yanquis basaban sus ideas en hechos tan palpables como los siguientes:

*En 1767 los españoles sofocaron un motín popular que estalló en el norte de Guanajuato y San Luis Potosí para oponerse a la expulsión de los jesuitas. Los españoles degollaron a 87 revoltosos, propinaron azotes a 73 y encarcelaron a 654; a continuación el virrey en turno, Marqués de Croix, expidió la célebre proclama que dice: "De una vez para lo venidero deben saber los habitantes de este reino que nacieron para obedecer y callar y no para inmiscuirse ni opinar en los altos asuntos del gobierno."

*Los novohispanos callaron y obedecieron, mientras que por las mismas fechas, solo porque Inglaterra pretendía aplicarles un leve impuesto sobre el consumo de té al que ellos no habían consentido, los yanquis esgrimieron un inmortal lema que todavía nadie se ha atrevido a proclamar en México -No taxation without representation- y dieron así el primer paso que los llevaría a ganar la independencia.

*A principios del siglo XIX las dos terceras partes de los yanquis sabían leer, mientras que el 95% de los novohispanos eran analfabetos.

*Los armadores de Boston enviaban desde fines del siglo XVIII sus naves para que fueran por el Atlántico hasta el extremo sur del continente y, tomando por el Pacífico, continuaran hasta California para participar en la productiva casa de ballenas. Luego los barcos volvían al punto de partida y, a pesar de lo largo del trayecto, con esa actividad se formaron algunas de las primeras grandes fortunas de Estados Unidos. Los novohispanos y los mexicanos recientemente independizados pudieron haber hecho el mismo negocio mandando barcos en un cortísimo recorrido para llegar a las ballenas, pero jamás lo hicieron porque la operación les parecía demasiado complicada y porque preferían consagrarse a la más productiva tarea de "hacer negocitos" con el gobierno.


Estos hechos mostraron a los yanquis que los mexicanos eran gente comodina, analfabeta y sin espíritu político; e impulsos dictados por la naturaleza humana hicieron surgir el imperialismo.

Inicialmente, en México no parecen haber preocupado las aspiraciones imperialistas de los hombres del norte. En 1811, José María Morelos y Pavón despachó hacia Estados Unidos, en calidad de agentes diplomáticos, al acapulqueño Mariano Tavares y el norteamericano David Faro, con el mensaje de que Morelos estaba dispuesto a ceder el territorio de Texas a cambio de ayuda para la guerra de Independencia. Esto lo reconoció el propio Morelos en carta fechada el 17 de febrero de 1813 y dirigida al insurgente Ignacio Ayala, de Yanhuitlán, Oax.

(La carta en cuestión aparece en la Colección de documentos para la historia de la guerra de independencia de México, publicada en 1882 por Juan E. Hernández y Dávalos. En cambio, fue omitida sin explicaciones por el historiador Ernesto Lemoine Villicaña en Morelos: su vida revolucionaria a través de sus escritos y otros documentos de la época, un libro publicado en 1965 por la UNAM al que ahora se tiene por versión oficial de los hechos.)

Por otra parte se ha difundido la versión de que el sometimiento de México fue obra del primer embajador de Estados Unidos, Joel R. Poinsett, quien maquiavélicamente introdujo divisiones en el cuerpo político de la nación para facilitar las intrigas de los imperialistas y dominar el país. Esto, si fuera verdad, indicaría que México es un país de bobos irredimibles por haberse dejado someter a Estados Unidos durante más de siglo y medio sin más esfuerzos que los desarrollados por un diplomático.


En 1837 Samuel Houston, un aventurero que jefaturaba unas gavillas de maleantes enviadas a apoderarse del territorio tejano, sorprendió dormido y en calzones -literalmente- al general Antonio López de Santa Anna jefe del ejército mexicano encargado de exterminar a los invasores.

Santa Ana pidió perdón y fue enviado a Washington a conferenciar con el presidente Andrew Jackson; después de mostrarse dispuesto a entregar no sólo Texas, sino todos los territorios que le pidieran, Santa Anna fue dejado en libertad. Creían los yanquis que se le fusilaría por abyecto y traidor en cuanto pisara tierra de México, pero cuando vieron que se le recibía con arcos triunfales y floridos discursos de pésame por los padecimientos sufridos en el cautiverio, los imperialistas advirtieron que nada les impediría la absorción de más territorios mexicanos.

En 1847 emprenderían la guerra que los dejó en posesión de California, Arizona, Nuevo México, etc. Nicholas P. Trist, el diplomático norteamericano encargado de negociar el nuevo tratado de límites, se asombró al constatar que en México existía un "partido de la guerra hasta la anexión total" integrado por individuos dispuestos a prolongar las hostilidades a fin de que los invasores se vieran obligados a avanzar sobre todo el país y engullirlo. Aunque no lograron su propósito, estos individuos se complacieron en formar parte del ayuntamiento pelele que se estableció en la Ciudad de México durante la ocupación, homenajearon con un lucido banquete al jefe de las fuerzas invasoras y hasta tuvieron la vileza de entregarle a los sobrevivientes del Batallón de San Patricio, integrado por irlandeses que habían desertado del ejército yanqui para pelear al lado de los mexicanos.

Al término de la guerra, el gobierno liberal yucateco, afligido por una gran sublevación de los mayas, envió a Washington al licenciado Justo Sierra O'Reilly con la misión de implorar al gobierno norteamericano que se anexara el territorio yucateco aunque fuese como colonia. El congreso estadounidense rechazó la oferta argumentando que no veía provecho alguno en tener que gobernar a gente como los yucatecos.

La última absorción de territorio mexicano por parte de Estados Unidos data de 1853, cuando Santa Anna vendió en siete millones de dólares el valle de La Mesilla, un desértico terreno que hoy se dividen los estados de Arizona y Nuevo México. Nadie se opuso al dictado de Santa Anna.

Todavía en 1858, un presidente norteamericano, James C. Buchanan, pidió al gobierno conservador instalado en la ciudad de México que le vendiera la Baja California; los conservadores, antiyanquis de cuño colonial, rechazaron indignados la propuesta, por lo cual Buchanan presentó la misma oferta al gobierno liberal instalado en Veracruz y presidido por Benito Juárez.

El gobierno liberal estaba formado por ministros totalmente identificados con el "partido de la guerra hasta la anexión total", como Melchor Ocampo y Miguel Lerdo de Tejada (este último, convencido hasta los tuétanos de que todos los males de México procedían de su herencia española, llegó a manifestarse dispuesto a trabajar no sólo por la anexión de todo el país a Estados Unidos, sino para que se impusiesen en México el protestantismo y el idioma inglés). Los liberales no podían tener escrúpulo en ceder Baja California, pero sabían que, de hacerlo abiertamente, la opinión pública los calificaría como traidores; y para eludir el punto fraguaron el proyecto de convertir a México en "un protectorado con otro nombre" de Estados Unidos.

Fruto de lo anterior fue el Tratado McLeane-Ocampo, firmado en Veracruz en 1859 y aprobado tanto por Juárez como por Buchanan. Se sobreentendía que una vez adueñados de la capital con ayuda yanqui, los liberales entregarian Baja California. (Los detalles sobre el "partido de la guerra hasta la anexión total" y del "protectorado con otro nombre" se encuentran expuestos en el libro Reforma México and the United States: a search for alternatives to Annexation, 1854-1861, del profesor Donathon C. Ollif, que los historiadores a sueldo del gobierno mexicano han eludido traducir al español y publicar en México).

La distribución de las tierras arrebatadas a México en 1847 provocó tal rebatiña entre los surianos empeñados en perpetuar la esclavitud y los norteños deseosos de suprimirla, que se hizo inevitable el estallido de la Guerra de Secesión (1861-1865), la cual causó la muerte de cientos de miles de personas y la destrucción de propiedades por valor de miles de millones de dólares. Y si eso ocurrió a causa de la absorción de territorios casi deshabitados, qué no podría ocurrir con tierras pobladas por millones de mexicanos turbulentos? Desde entonces empezó a cuajar en Estados Unidos la opinión de que era mal negocio anexarse más territorio mexicano.

En 1863, mientras Estados Unidos se desgarraba en la guerra civil, el ejército francés llamado en auxilio de los conservadores mexicanos -antiyanquis hasta el tuétano pero tan vendepatrias como los liberales yiancófilos- entró triunfalmente a la Ciudad de México y un año después Maximiliano de Habsburgo fue instalado en el trono del Imperio Mexicano. El gobierno de Washington, temeroso de que se concertara una alianza entre los surianos y los franceses, se olvidó de la Doctrina Monroe y declaró su neutralidad ante el conflicto, mientras fingía no darse cuenta de que los franceses adquirían pertrechos y contrataban mercenarios en su territorio; en cambio negaba ayuda material al gobierno liberal mexicano.

Al acercarse los franceses a la capital, Juárez huyó primero a San Luis Potosí y seguidamente a Saltillo, Monterrey, Chihuahua y Paso del Norte (la actual Ciudad Juárez). A la primera oportunidad despachó hacia Washington a su embajador Matías Romero, quien pasó años importunando al secretario de Estado, William H. Seward, con imploraciones de que aplicara la Doctrina Monroe y declarara la guerra a los franceses, o por lo menos proporcionara dinero, armas, municiones y hasta soldados para instalar a Juárez en la Presidencia.

Seward siempre salía con evasivas, tomándose su tiempo para actuar cuando estuviera en las mejores condiciones de hacerlo, o sea meses después de terminada la Guerra de Secesión. Entonces, muy a su salvo, envió una agria nota a Napoleón III pidiéndole que retirara sus tropas de México. El emperador francés ya estaba acosado en Europa por el surgimiento de la potencia prusiana, que no ocultaba su enemistad con Francia; a corto plazo tenía que ceder, aún guardando las apariencias; pero Romero se impacientó y logró convencer a un importante general norteño que andaba sin ocupación, J. M. Schofield, de que fuera a México con un ejército de 40,000 hombres entre los veteranos recién desmovilizados. Para inclinarlo a dejar plantado a Romero, a Seward le bastó con dar a Schofield una agradable puesto de observador militar en Europa. Luego llamó al embajador mexicano para recitarle el siguiente sermón:

-Convénzase, usted señor Romero: si el ejército de Estados Unidos marcha a México, jamás regresará, y cada millón de pesos que se les preste hoy el gobierno de Estados Unidos les costará después el territorio de un estado, así como cada rifle que les demos tendrán que pagarlo con una hectárea de concesiones mineras...Siempre será más honroso para los mexicanos que se salven por sus propios esfuerzos, pues así tendrán más probabilidades de estabilidad en el orden de cosas que se llegue a establecer.

Seward ideó después uno de los preceptos básicos del nuevo imperialismo yanqui: no hay que consentir demasiado a los gobiernos satélites (Sólo proporcionó algunas armas y municiones sobrantes de la guerra y algunos oficiales yanquis para que los liberales derrotaran a los conservadores abandonados ya por las tropas francesas.) Opuesto al imperialismo territorial que tantos perjuicios podían crear en Estados Unidos, Seward predicó en cambio a favor de un imperialismo económico-político: le seducía la idea de aprovechar los recursos naturales y la mano de obra barata de México y quiso alentar una emigración masiva de empresarios norteamericanos al país del sur.

Seward fue también el creador del segundo precepto fundamental del nuevo imperialismo: hay que ayudar a que los presidentes súbditos se instalen en su puesto, para que sepan a quién deben el empleo. Dos hombres peligrosos disputaban a Juárez la Presidencia: el prestigiado general Jesús González Ortega, quien según la letra de la Constitución debió haber sustituido a Juárez en el codiciado cargo desde el primero de diciembre de 1865; y el infaltable general Antonio López de Santa Anna, a quien los ayuntamientos de Jalapa y Veracruz ya organizaban un gran recibimiento en el puerto para -en compañía de la guarnición conservadora que no habían podido derrotar los liberales- llevarlo a la Ciudad de México y proclamarlo presidente antes de que Juárez llegara.

González Ortega residía en Estados Unidos y cifraba sus planes en apersonarse en Tamaulipas, donde el cacique local, Servando Canales, aliado a varios influyentes militares liberales y una nube de chambistas varios, pensaba iniciar una revuelta contra lo que ellos llamaban "la usurpación de Juárez". Encontrándose en Nueva Orleans, González Ortega fue notificado por el comandante del puerto, general P. H. Sheridan, que no podía permitirle continuar a la frontera, ya que tenía órdenes de impedírselo, y, como González Ortega se escapó y alcanzó a llegar a las cercanías de Brownsville, un oficial llamado Burton Drew lo aprehendió; mientras tanto, el comandante militar Thomas D. Sedwick, con el pretexto de que necesitaba proteger las vidas y propiedades de los norteamericanos residentes en Matamoros, cruzó la frontera con un buen número de soldados y rápidamente puso en fuga al cacique Canales y entregó la plaza a un subordinado del general juarista Mariano Escobedo. Tiempo más tarde, González Ortega logró burlar la vigilancia y llegar a Zacatecas; pero allí fue aprendido por un ex partidario traidor que se había pasado a las filas del juarismo; lo tuvieron largo tiempo en la cárcel y en 1886 murió, aparentemente loco.

Santa Anna también había viajado a Estados Unidos para gestionar que le entregaran la Presidencia de México, pero Seward vio que ya estaba demasiado viejo y desprestigiado, por lo cual no le hizo ningún caso. Entonces Santa Anna fletó El barco Virginia a fin de que lo reuniera con la multitud de sus partidarios en Veracruz; pero el cónsul norteamericano del puerto maniobró para que el barco U.S.S. Tacony y el inglés H.M.S. Jason impidieran desembarcar al recién llegado y persuadieran al capitán del Virginia de que se lo llevara hasta la Habana.

Con esto y las armas, municiones y oficiales norteamericanos que obtuvieron los liberales, los conservadores fueron derrotados y Juárez pudo instalarse en Palacio Nacional.

Desde entonces los gobiernos mexicanos -liberales todos- han tenido historiadores a sueldo, los cuales han difundido la patraña de que los conservadores eran vendepatrias pero ellos no. Una hazaña parecida realizaron en la antigua URSS otros historiadores a sueldos del gobierno, quienes hicieron creer al pueblo ruso que el "padrecito Stalin" era modelo de buen gobernante.


Otras acciones del nuevo imperialismo yanqui fueron las que se detallan a continuación:

*En 1910, a pesar de que en general había sido buen pupilo del imperialismo yanqui, Porfirio Díaz disgustó al gobierno de Washington porque había tenido demasiados rasgos de independencia, como favorecer a los ingleses en el otorgamiento de concesiones petroleras y sobre todo, porque ya contaba 80 años de edad y se negaba a dejar la Presidencia a alguien que mostrara capacidad para proteger los intereses de los inversionistas extranjeros. Como resultado permitieron que Francisco I. Madero preparara y proclamara su revolución desde Texas.

*En 1913, porque Madero se mostró reacio a satisfacer las exigencias del imperialismo yanqui, el embajador norteamericano prestó su residencia para que en ella se reunieran los generales traidores Victoriano Huerta y Félix Díaz y allí mismo firmaran el pacto que condujo al derrocamiento de Madero.

*En 1914 el ejército norteamericano, que había ocupado Veracruz para evitar que Victoriano Huerta -el cual había acabado por desagradar a los imperialistas- recibiera armas de Europa, evacuó el puerto para permitir que se refugiara allí Venustiano Carranza, a quien perseguían las fuerzas del rebelde Pancho Villa. Como Carranza no quiso agradecer el favor, en 1920 Los rebeldes sonorenses acaudillados por Álvaro Obregón tuvieron toda clase de facilidades para abastecerse de pertrechos militares en Estados Unidos y emprender una revuelta que terminó con el asesinato de Carranza.

*En 1916 Pancho Villa cayó sorpresivamente sobre el pueblecillo de Columbus, Nuevo México, y saqueo las casas y asesinó a muchos norteamericanos pacíficos, en un criminal intento por forzar a Estados Unidos a declarar la guerra a Carranza. Poco después entraron a México 10,000 soldados norteamericanos de una expedición punitiva jefaturada por el general John J. Pershing, los cuales pasaron un año en Chihuahua sin lograr siquiera tomar contacto con el buscado Villa. Esto demostró lo peligroso que puede ser enfrentarse a las guerrillas mexicanas en vez de operar a través de los gobernantes; y desprestigió, quizás para siempre, a Los partidarios del imperialismo territorial, como el famoso magnate periodístico William R. Hearst, quien en aquel tiempo todavía clamaba por la absorción total de México.

*En 1922 el presidente Álvaro Obregón, quien tenía en el gobierno varios elementos que le aconsejaban negarse a pagar las indemnizaciones por daños y perjuicios causados por la revolución a ciudadanos norteamericanos y, de ribete, extorsionar a las empresas petroleras con la amenaza de la expropiación, fue obligado a firmar los llamados Tratados de Bucareli, en los que concedió con creces todo lo que le exigieron desde Washington. (Pero no es cierto, como dicen algunos desorientados, que se haya comprometido en una cláusula secreta a no fabricar en México aviones, barcos de guerra y motores de explosión: esto equivaldría a que en 1995 se pretendiera prohibir a México la fabricación de productos como máquinas para viajar en el tiempo.)

*En 1938 el embajador norteamericano Josephus Daniels brindó públicamente con Lázaro Cárdenas por el éxito de la expropiación petrolera. Los cardenistas juran que éste fue sólo un gesto amistoso de los que suelen tener, de vez en cuando, los yanquis. Rechazan que el brindis haya tenido relación con el interés demostrado tradicionalmente por los partidarios de la Doctrina Monroe de sacar a los ingleses de México, sabedores de que, a fin de cuentas, el petróleo mexicano quedaría siempre a su disposición y al precio que ellos fijaran, aunque lo extrajera PEMEX.


Lo peliagudo de luchar contra el imperialismo yanqui es que no funciona a la manera tradicional, por medio de ejércitos de ocupación, pues éstos, con algunos hechos heroicos, podrían ser expulsados del país.

Hoy día, el gran poder del imperialismo descansa en la deuda exterior, que de mínima en 1970 ascendió a 100,000 millones de dólares en 1982 y ahora alcanza 140,000 millones.

Los países endeudados catastróficamente no pueden tener soberanía. En este aspecto, Salinas fue tan responsable del sometimiento de México al imperialismo yanqui como otros presidentes, pero no más.

Japón es el único país que ha logrado defenderse con gran éxito del imperialismo yanqui. En 1853 el comodoro Mathew G. Perry (quien por cierto había comandado la fuerza naval que ocupara Veracruz cinco años antes) desafió la prohibición de navegar en aguas japonesas y penetró con cuatro poderosos barcos a la bahía de Yedo (Tokio) para dejar un ultimátum: Japón tenía un plazo de doce meses para renunciar a su política aislacionista y permitir que los barcos extranjeros usaran los puertos japoneses con fines comerciales. Tras reflexionar que ellos no contaban con barcos de vapor ni cañones como los yanquis, los gobernantes japoneses se resignaron a "tolerar lo intolerable" y aceptaron las exigencias de Perry, pero lejos de andarse con lloriqueos, consagraron sus mejores esfuerzos a la tarea de convertir su país en una potencia de primer orden.

El sorpresivo ataque a Pearl Harbor, en 1941, fue considerado como una venganza por la extorsión de Perry.

En 1945, después de librar la II Guerra Mundial, Japón se rindió incondicionalmente al general Douglas MacArthur. Hiroshima y Nagasaki habían sido arrasadas por bombas atómicas, todo el país estaba en ruinas y la población padecía hambre y frío, pero ni siquiera entonces cayeron los japoneses en la autocompasión y en atribuir todas sus desgracias a los yanquis. Calladamente se pusieron a trabajar hasta que asombraron al mundo con sus progresos industriales y ahora nadie puede decir que sean satélites de ningún imperialismo.

Carlos Salinas de Gortari nunca alentó con su ejemplo a los mexicanos para que imitaran las virtudes cívicas del pueblo japonés, pero de ninguna manera fue un vendepatrias: no se puede vender lo que estaba vendido desde el siglo XIX.


(Tomado de: Ayala Anguiano, Armando - Salinas y su México. Contenido ¡Extra! México de carne y hueso. Segunda parte. Deslinde de culpas. Editorial Contenido, S. A. de C. V. México, D. F., 1995)

lunes, 17 de julio de 2023

Salinas de Gortari II El protector de los pobres


Segunda parte 

Su México

2

EL PROTECTOR DE LOS POBRES


En un tiempo abundaron las personas convencidas de que Carlos Salinas de Gortari era un estadista genial por haber concebido y puesto en práctica el Programa Nacional de Solidaridad (PRONASOL), el cual representaba un invaluable recurso para sacar de la miseria a los millones de individuos que desde la época en que florecieron Teotihuacán y las prodigiosas urbes mayas, han pululado en la tierra ocupadas hoy por la república mexicana. Entre las virtudes que se atribuyeron al PRONASOL, destacaba la de estar basado en las decisiones propias de la gente beneficiada, no en imposiciones de la burocracia federal; en el hecho de que no repartía dádiva simplemente, sino que los beneficiarios aportaban trabajo manual para la realización de las obras y, sobre todo, en que los fondos gastados en el programa no provenían del ingreso fiscal normal, sino de los sobrantes que dejó la gran venta de empresas paraestatales realizada durante el sexenio, sobrantes que, de haber sido arrojados de manera torpe a la masa de dinero circulante, habrían sido consumidos por la inflación sin mayor provecho para el país.

Al terminar el sexenio, el PRONASOL había devorado 52,000 millones de nuevos pesos y había hecho posible la realización de 523,000 "obras y acciones de carácter social", como aulas, banquetas, puentes, el remozamiento de placitas pueblerinas, la pavimentación de algunas calles, la dotación de sistemas de drenaje y agua potable, más el otorgamiento de becas para alumnos de primaria muy pobres, que consistían en una pequeña despensa y cien pesos mensuales. Efectivamente, el programa aportó algunos beneficios para cientos de miles de pobres, pero la situación en general apenas varió y el problema de la miseria siguió tan acuciante como siempre.

Entre las principales críticas que se hicieron al PRONASOL figuran la de ser un recurso para aportar votos al PRI; que gran parte del dinero invertido se gastara en mantener al ejército de burócratas encargado de llevar a la práctica el programa, y sobre todo que no hubiera erradicado la miseria.

En efecto, millones de ciudadanos deben haberse sentido inclinados a votar por un partido que les entregaba algunas migajas en lugar de hacerlo por otro que sólo les endilgaba discursos. Pero era absurdo esperar que el PRI emprendiera programas destinados a conseguir votos para un partido rival. Y por supuesto, gran parte de los 52,000 millones de nuevos pesos invertidos fueron despilfarrados o robados por la burocracia. Qué otra cosa podría esperarse de un programa gubernamental?

En la época colonial quiero se la pasaba sermoneando a la población con peticiones de que le entregaran dinero "para socorrer a los pobres", y a la postre solo creó unas cuantas instituciones roñosas de caridad mientras algunos arzobispos y obispos obtenían rentas que, según el barón de Humboldt, sobrepasaban a las asignadas a muchos príncipes de Alemania. Salinas, aprovechando la inagotable masa de bobos que ofrece el país, no hizo más que continuar la tradición y tomar su tajada del lucrativo negocio de socorrer a los pobres. Contrariamente a lo que se dice, jamás articuló la absurda promesa de erradicar la miseria en un sexenio.

Todos los gobiernos de todas las épocas han tenido como objetivo principal el de esquilmar a los gobernados con impuestos y repartirse el dinero entre los gobernantes; si en los países avanzados la repartición del botín fiscal se realiza de manera más decorosa que en México, es porque su ciudadanos han impuesto a los gobernantes una infinidad de candados que automáticamente reducen a lo tolerable el nivel de robo social, y si la sociedad mexicana no ha impuesto más candados de ese tipo, la culpa recae más en el subdesarrollo que en la persona de los gobernantes.

Milenio y medio se pasó la Iglesia compadeciéndose de los pobres y pidiendo dinero para redimirlos sin que la situación mejorara de manera apreciable. El gobierno mexicano ha hecho lo mismo desde 1917, y si la miseria no ha empeorado, al menos se puede afirmar que México no ha dejado de ser uno de los países con mayores índices de miseria en el mundo y que ni los más optimistas creen que el flagelo se pueda suavizar a corto plazo.

Ningún gobierno de ninguna época ha erradicado jamás la miseria de su pueblo; las naciones que hoy gozan de elevados niveles de vida deben su bienestar al hecho de que estimularon la producción, crearon millones de empleos y con esto vino la abundancia. Si en la Alemania o el Japón de posguerra un político hubiera sugerido gastar 17,000 millones de dólares -a eso equivale lo devorado por PRONASOL- en hacer obras de caridad entre la población -aunque ésta se moría literalmente de hambre y de frío- lo más probable es que lo hubieran metido a un manicomio. Por lo menos a nadie se le habría ocurrido confiarle un puesto de dirección en el gobierno.

Con los 52,000 millones de nuevos pesos despilfarrados en PRONASOL se hubiera podido financiar el surgimiento de -muy a grosso modo, por supuesto- 52,000 empresas -comercios, talleres, pequeñas fábricas, etc.-  con el nada despreciable capital de un millón de nuevos pesos cada una. Estas empresas podrían haber creado cientos de miles o tal vez un millón de nuevos empleos y habrían estado obligadas a amortizar el capital que se les prestó, habrían pagado impuestos junto con sus empleados, y de esta manera se habrían obtenido más recursos para bajar impuestos o promover otras actividades productivas. A los pobres les habría sido más benéfico disponer de nuevas fuentes de trabajo que poder pasearse por la calle recientemente pavimentada de su pueblo. Claro, para los miles de burócratas empleados en PRONASOL no habría habido "chamba", pero la ley de la necesidad quizá los habría obligado a buscarse un empleo más dignificante o hasta crear una pequeña empresa aprovechando los recursos que se facilitaran para promover la producción.

Gemelo de PRONASOL fue PROCAMPO, otro armatoste destinado a subsidiar a los campesinos más pobres, en el cual se gastaron 11,700 millones de nuevos pesos sólo en 1994. Atrás del programa, además de ganar votos para el PRI, estaba el deseo de ayudar a los campesinos a competir con los agricultores extranjeros que, al entrar en vigor el Tratado de Libre Comercio, podrían incrementar sus exportaciones a México.

A lo largo de toda la frontera con Estados Unidos se observa un desconcertante fenómeno: al norte, donde se pagan los salarios más altos a los peones, los agricultores pueden vender -por ejemplo- el maíz que producen a un precio inferior hasta en un 50% al que pueden venderlo los agricultores mexicanos, y aún así los del norte obtienen utilidades que les permiten pagar impuestos sobre la renta y vivir con gran comodidad ellos y sus familias. Al sur, en tierras de la misma calidad, sujetas al mismo régimen climático y con la ventaja de que los peones ganan salarios más bajos y los ejidatarios recibieron las tierras gratuitamente y no pagan impuestos, se considera imposible competir en precio con los norteamericanos.

Los economistas del gobierno suelen afirmar que la desventaja está en que los agricultores norteamericanos reciben subsidios que no disfrutan los mexicanos, pero tales subsidios se les han pagado a cambio de que mantengan ociosas sus tierras y así dejen de producir, porque no habría mercado para absorber las fantásticas cantidades de granos que podrían obtenerse si se activaran todas las tierras norteamericanas, en tanto que los ejidatarios mexicanos suelen recibir pequeños préstamos que generalmente nunca pagan (y los líderes se benefician con tajadas de esos mismos préstamos), con lo cual el consumidor mexicano tiene que pagar altos precios por el producto nacional y de ribete aportar, por la vía de los impuestos, cantidades enormes de dinero para financiar el déficit de los bancos y subsidiar a los productores ineficientes.

Cuesta trabajo criticar a los ejidatarios, seres pobres entre los mexicanos más pobres, pero la verdad es que el corrupto régimen ejidal los ha convertido en "parásitos que ni comen ni dejan comer", como suelen decir los campesinos trabajadores. El mal estaba hecho desde antes que naciera Salinas, de modo que no puede achacársele a él la responsabilidad; más bien, al reformar el artículo 27 constitucional para permitir la compraventa de algunos terrenos ejidales, Salinas tomó una medida que podría ser útil a largo plazo para ser más eficiente el campo mexicano.

Salinas fue acusado de traición a la patria por haber reformado el artículo 27, y lo mismo sucedió al discutirse la conveniencia de privatizar la Compañía Nacional de Subsistencias Populares, CONASUPO, a pesar de que todo el mundo conoce los negocios que se hacen a la sombra de esa empresa: cobro de fuertes comisiones por facilitar la importación de productos extranjeros, venta con elevada pérdida del mismo producto a los favoritos y hasta "jineteo" y robos del dinero que se debe pagar a los productores nacionales. Por supuesto, los acusadores de Salinas fueron los burócratas a quienes perjudicaría la privatización de CONASUPO y -aunque parezca increíble- las acusaciones encontraron eco nada menos que entre los contribuyentes a quienes se ha hecho creer que la diabólica institución beneficia a los pobres.

En efecto, el país tiene ganas de creer que el gobierno puede redimir a los pobres y debe hacerlo. Esta patraña surgió durante el virreinato, se reforzó con el estallido de la revolución mexicana y no se sabe si algún día podrá erradicarse, pues ahora son más numerosos los burócratas empeñados en difundirla.

Una causa más palpable de la miseria que aflige a los mexicanos es el número de burócratas que deben sostener, el cual, sólo por lo que se refiere a los afiliados al ISSSTE, pasó de 134,352 en 1962 a 430,482 en 1970, a 1,086,872 en 1976, a 1,582,114 en 1982, a 2 millones 100,000 en 1988 y a 2,250,000 cuando terminó el mandato de Salinas, pese a que el número debió haber bajado por la publicitada supresión de algunas dependencias federales. Más aún, durante el sexenio de Salinas la tajada del presupuesto federal dedicada al pago de la nómina burocrática pasó del 23.2% en 1988 al 40.2% en 1994 sin que surgiera un clamor público de censura, pues la gran aspiración de la mayoría de los mexicanos parece seguir siendo la de beneficiarse con algún gaje burocrático.

Las cifras no incluyen a las fuerzas armadas, ni a los empleados de las paraestatales, ni a los empleados supernumerarios. Conservadoramente se puede calcular que el gran total asciende a más de cuatro millones, de los cuales por lo menos la mitad no desempeñan ningún trabajo útil si es que no resultan nocivos. Tal es el caso de los pequeños burócratas que acechan tras sus ventanillas la oportunidad de extorsionar a los ciudadanos cobrándoles "mordida" por poner un sello o simplemente por no inventar dificultades para los trámites, pues esos individuos impiden que mucha gente abra negocios creadores de empleos productivos, y por ello millones de mexicanos queden condenados a no tener ni quien los explote -si se admite que todo es una explotación- y obligados a marchar a Estados Unidos en calidad de braseros indocumentados.

Como las cucarachas, los burócratas que viven de fastidiar a los ciudadanos independientes suelen ser más perjudiciales por lo que echan a perder que por lo que se comen. El elevado costo de los trámites, más los altos impuestos, desestimula la creación de empleos en el país, y la abundancia de burócratas de mediana o alta categoría que han amasado desde capitales importantes hasta inmensas fortunas constituyen un constante recordatorio de que el gran negocio que puede hacerse en México es el de medrar desde el gobierno. Los que se resuelven a intentar la creación de una empresa industrial o comercial suelen ser vistos como tontos o ilusos y de esta manera se desestimula aún más la actividad productiva.

Salinas emprendió un esbozo de reforma administrativa mediante el cual las cinco leyes con 895 enredosos artículos que regulaban la actividad agropecuaria fueron reducidas a dos leyes con 230 artículos; los 118 artículos de la antigua ley federal de pesca bajaron a 30; la ley de turismo bajó de 108 artículos a 55; la ley forestal de 90 a 58, la minera de 109 a 59 y las cuatro leyes que permitían al gobierno intervenir en la economía, con 113 artículos, fueron fundidas en una sola con 39 artículos. Salinas merece un aplauso por esta labor y sólo se le debe censurar que no haya agilizado más los trámites ni haya procurado que los inspectores dejen de molestar a los ciudadanos que operan dentro de la ley.

Hasta dónde se puede atribuir a Salinas la culpa de que siga prevaleciendo la miseria en México, y hasta dónde recae la responsabilidad sobre la sociedad mexicana por no haber sido capaz de controlar a sus gobernantes, es una cuestión que podría discutirse largamente y desde varios ángulos, pero la conclusión definitiva debe ser que el problema data de siglos y que, al no resolverlo, la culpa no fue toda de Salinas. Si Salinas dejó al país sumido en la miseria, también es cierto que no lo recibió en la opulencia ni mucho menos.


(Tomado de: Ayala Anguiano, Armando - Salinas y su México. Contenido ¡Extra! México de carne y hueso. Segunda parte. Deslinde de culpas. Editorial Contenido, S. A. de C. V. México, D. F., 1995)

lunes, 12 de junio de 2023

Salinas de Gortari I, deslinde de culpas

 


Segunda parte 

Su México

1

DESLINDE DE CULPAS


En 1993, los sondeos de opinión más confiables mostraron que el 75% de los mexicanos aprobaban entusiastamente el desempeño en el cargo de Carlos Salinas de Gortari. Los mismos sondeos indicaban que Salinas, a los 3 meses de haber dejado el poder, se había convertido en uno de los hombres más odiados de la historia de México. Se le acusaba de haberse enriquecido fabulosamente por medio de la corrupción burocrática, el nepotismo y el favoritismo hacia sus amigos o prestanombres; de entregar la soberanía del país al imperialismo yanqui; de haber sumido a México en la miseria; de no haber implantado la democracia y haber usurpado en cambio la Presidencia por medio de un escandaloso fraude electoral, y de arruinar al país con su política "neoliberal". -Ahora solo falta que lo culpen de la fealdad de los mexicanos- dijo un periodista.

En gran parte, el cambio de opinión se debió a que Salinas parece haber sido autor intelectual o por lo menos encubridor de dos sonados asesinatos políticos, el del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio y el del dirigente priísta Francisco Ruiz Massieu. Salinas tuvo la oportunidad de quitarse de encima el cargo de asesino, si es que no lo fue, y no quiso aprovecharla. Conocía perfectamente la experiencia vivida por Plutarco Elías Calles, quien al ser asesinado el presidente electo Álvaro Obregón, en 1928, inmediatamente fue señalado por los obregonistas como autor intelectual del crimen. Para desembarazarse de las sospechas, Calles sólo tuvo que asignar a los obregonistas más exaltados la tarea de realizar las investigaciones del caso y permitirles trabajar sin cortapisas, de manera que al concluir las investigaciones sin que aparecieran elementos probatorios de las sospechas, los propios obregonistas tuvieron que proclamar la inocencia de Calles.

Salinas, en cambio, impidió que participaran en la investigación del asesinato las autoridades de Baja California, a las que en rigor correspondía ocuparse del caso, y los funcionarios federales a quienes confió al principio las investigaciones -el procurador general Diego Valadés y el fiscal especial Miguel Montes- cometieron deliberada o torpemente tal cantidad de omisiones y de errores que, al final, dejaron la impresión de que sólo estaban intentando enmarañar la investigación y, como Salinas era el único hombre con poder suficiente para orquestar un encubrimiento de tal magnitud, él -mientras no demuestre su inocencia-, será considerado probable asesino intelectual.

Ahora bien, hasta los matricidas tienen derecho a que se les juzgue exclusivamente por su delito, y es injusto que la sociedad pretenda endilgarles lacras ajenas. Si un matricida fue buen hijo hasta el día anterior al del crimen, es injusto no reconocérselo; y si el tal matricida fue buen ingeniero o médico y realizó buenas obras en su desempeño profesional, tampoco se deben ocultar estos hechos. Así, si Carlos Salinas de Gortari resultara ser el autor intelectual o encubridor de los asesinatos políticos que se le atribuyen, esto no invalidaría el hecho de que durante los primeros cinco años de su sexenio tuvo un desempeño que le valió ser considerado por la mayoría de los mexicanos como un presidente de calidad excepcional.

Es saludable, por lo demás, hacer un deslinde de la parte buena y la parte criminal que pudo haber tenido la labor del presidente Salinas. Entre quienes lo acusan hay una inmensa legión de individuos que pretendían entrar al gobierno a robar, más otros que ya habían robado y querían seguir robando, y cobraron un odio infernal hacia Salinas por haberles impedido el acceso al botín presupuestal. Por otra parte, la sociedad mexicana ha pretendido convertir a Salinas en chivo expiatorio de todos los pecados de la sociedad misma, la cual se engaña diciéndose que, de no haber sido por Salinas, México sería ahora un país en el que reinarían la abundancia y la honestidad. Como la evidencia indica que Salinas no fue causa sino efecto de las lacras propias de la sociedad mexicana, reconocer esto podría ser una ayuda para empezar a corregir las deficiencias.

Entre las falsedades que se han endilgado a Salinas destaca la de haberlo presentado como asesino nato. Después de que se marchó al exilio fueron reproducidos unos recortes periodísticos que daban cuenta de un drama vivido por la familia Salinas en 1951: los padres habían salido de casa dejando a Carlos, su hermano Raúl y un vecinito al cuidado de una sirvienta; algún imprudente dejó por ahí un rifle cargado, los chicos se pusieron a jugar con él y se disparó un tiro que causó la muerte de la sirvienta. Al siguiente día, la sección policiaca de los diarios capitalinos publicó destacadamente la noticia de que los niños habían "fusilado" a la joven y que Carlos declaró: "Yo la maté de un solo tiro; soy muy valiente".

Cuando ocurrieron los hechos, el jefe de la familia Salinas, don Raúl, desempeñaba un empleo de tercer nivel en la Secretaría de Hacienda y carecía de influencias para acallar a los periódicos así como de dinero para sobornar a los reporteros policiacos. Carlos tenía 3 años de edad y, si dijo las palabras que pusieron en su boca los reporteros policiacos, obviamente no podía darse cuenta de lo que estaba diciendo.

Otra falsedad difundida por los enemigos políticos es la de que, enfurecido con un caballo que no le hizo ganar una competencia hípica, en 1970, Carlos Salinas lo mató de un tiro. Los entrenadores y compañeros de Salinas en el ambiente hípico aseguraron a un reportero de CONTENIDO que la versión es completamente falsa.

También se dijo que Carlos Salinas tuvo por amante a la joven actriz Adela Noriega y que ésta había dado a luz unos gemelitos engendrados por el expresidente; la actriz demostró a través de la revista Actual que la versión es calumniosa de principio a fin. Realmente, Carlos Salinas cometió demasiados actos censurables para que todavía se le endilguen otros.

Al analizar las críticas enderezadas contra Salinas se debe tomar en cuenta que el jefe del Estado y el Gobierno mexicanos se llama presidente, un título acuñado en Estados Unidos al momento de establecerse la Independencia. Una infinidad de dictadorcillos latinoamericanos y africanos han adoptado el mismo título, que en Estados Unidos conserva bastante respetabilidad, pero que en el resto del mundo -salvo excepciones- solo ha servido para cobijar los desmanes de incontables políticastros ladrones y torpes, cuando no asesinos: Idi Amin Dada, Alfredo Stroessner, Fulgencio Batista, etc., etc.

En México, de acuerdo con la Constitución vigente, que fue adecuada a la conveniencia de lo que llegaría a ser el Partido Revolucionario Institucional, y sobre todo con las leyes no escritas que rigen la sociedad mexicana, el presidente es una especie de dueño del país. Puede cobrar impuestos a la medida de su voracidad y puede gastar los ingresos fiscales de la manera que se le antoje. Con sólo alegar motivos de utilidad pública que ningún juez se atrevería a discutirle, puede privar de sus propiedades a los ciudadanos que le resulten molestos. Por lo demás, nunca faltan políticos e influyentes que ponen a disposición del presidente en turno a sus esposas, hermanas e hijas.

Cierto, la Constitución otorga al congreso la facultad de revisar las cuentas del Ejecutivo, pero en la práctica esto nunca se ha hecho y los legisladores -incluyendo a los oposicionistas- se han desentendido de ejercer su función de auditores, pues la enorme suma de recursos que tienen a su disposición los presidentes han determinado que los poderes Legislativo y Judicial sean vasallos del Ejecutivo.

La tradición de que los presidentes medren con los negocios públicos antecede a la Constitución de 1917, que es la que está en vigor. En el siglo pasado, el dinero sacado de las arcas públicas por Antonio López de Santa Ana representaba sumas tan elevadas que todavía en 1860, cuando estaba exiliado en la isla antillana de St. Thomas, el caudillo pudo mandarse construir un palacio que a la fecha sigue admirando a los turistas, quienes también reciben del guía la noticia del que el expresidente mexicano gastaba tanto dinero que, cuando abandonó su refugio, la isla cayó en una aguda depresión económica. Hasta Benito Juárez, paradigma de presidentes honestos, al morir en 1872 dejó en su testamento propiedades por valor de 150,233.81 pesos, equivalentes a muchos millones de dólares actuales, a pesar de que cinco años antes, cuando recuperó la Presidencia en la Ciudad de México, no poseía más que una levita lustrosa que parecía de pordiosero. Y la fortuna legada por Porfirio Díaz permitió a sus descendientes vivir con gran comodidad en Europa durante 30 años. De los presidentes "emanados de la revolución", lo más sorprendente son las excepciones: Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos tenían capitales muy modestos cuando dejaron el poder.

A Carlos Salinas de Gortari se le acusa de haber recibido tajadas astronómicas por autorizar la privatización de Teléfonos de México, los bancos y otras paraestatales. Los zares de Rusia también amasaron enormes fortunas con los negocios públicos, pero ni siquiera los bolcheviques los han acusado de ladrones, pues los zares de Rusia, como los presidentes de México, eran los dueños de su país y podían apropiarse de los fondos públicos y hasta mandar a asesinar sin que nadie pudiera oponérseles.

Si los presidentes de México han tenido el derecho de enriquecerse fabulosamente y enriquecer a sus parientes, favoritos, amigos y prestanombres, a Carlos Salinas no se le puede reprochar que haya ejercido tal derecho, aunque se le comprobara que en efecto cometió todos los desmanes que se le atribuyen. Las familias mexicanas que aplauden a sus hijos cuando hacen "negocitos con el gobierno" y que truenan contra la corrupción solo cuando no les toca una canonjía, una aviaduría o un puesto oficial lucrativo, o por lo menos un compadre que los favorezca desde un cargo público, son las verdaderas culpables de que Salinas haya actuado como lo hizo.

En los siguientes capítulos se analizarán otros cargos contra Salinas y para terminar se plantearán algunos que hasta ahora no ha formulado la opinión pública.


(Tomado de: Ayala Anguiano, Armando - Salinas y su México. Contenido ¡Extra! México de carne y hueso. Segunda parte. Deslinde de culpas. Editorial Contenido, S. A. de C. V. México, D. F., 1995)

viernes, 16 de diciembre de 2022

Fundación de Valladolid (Morelia)

 


Valladolid -como originalmente se llamaba Morelia- debió su fundación a una disputa sostenida entre el obispo Vasco de Quiroga y el virrey Antonio de Mendoza. "Tata" Vasco, defensor de los indios, quería instalar la capital de Michoacán en Pátzcuaro, donde se le facilitaría atender las necesidades de los múltiples indígenas avecindados en la comarca, pero los españoles no querían vivir junto a un obispo que condenaba sus atrocidades, y al cabo, con la protección del virrey, el 18 de mayo de 1541 fundaron su propia ciudad en el valle de Guayangareo. El rey aprobó que la nueva ciudad adoptara el nombre de Valladolid.

Todavía en 1580, según anotó un cronista, Valladolid "no era más que un ruin cortijo, con ocho o diez casas de españoles y los conventos de San Francisco y San Agustín", que estaban en proceso de construcción. El primero de ellos sólo fue terminado en el siglo XVII y modificado en el XVIII (hoy se haya convertido en un expendio de artesanías). El segundo data de las mismas fechas y en sus terrenos funciona ahora un gran mercado de antojitos.

La cantera de la ex Valladolid es de un color rosado que hermoseó sus espléndidos edificios, como la catedral, cuya construcción se inició en 1660 y se concluyó en 1744, el SeminarioTridentino, inaugurado en 1770, que ahora sirve de oficinas para el gobernador de Michoacán; el acueducto monumental, que tenía 253 arcos y alimentaba treinta fuentes públicas; el colegio de los jesuitas, terminado en 1660, que hoy se llama Palacio Clavijero y sirve como casa de la cultura; la calzada que desemboca en el santuario de Guadalupe, inaugurada en 1732, y un gran número de magníficas residencias particulares. En 1810 Valladolid contaba cerca de 14,500 habitantes y estaba clasificada como la quinta ciudad del país.

Pátzcuaro, Santa Clara del Cobre y otros pueblecitos michoacanos desarrollaron una arquitectura popular llena de encanto, que milagrosamente ha resistido el embate de las construcciones pseudo-modernistas añadidas a últimas fechas.


(Tomado de: Armando Ayala Anguiano - ¡Extra! Contenido. México de carne y Hueso III. Tercer tomo: La Nueva España (1). Editorial Contenido, S.A. de C.V., México, D.F., 1997)


viernes, 22 de febrero de 2019

Fundación de Guadalajara



Guadalajara parecía predestinada a convertirse en una gran urbe: el conquistador de sus tierras, Nuño de Guzmán, enemigo jurado de Hernán Cortés, logró separarla de los confines de la Nueva España y convertirla en capital del reino de Nueva Galicia. Guadalajara tuvo Audiencia propia, independiente de la de México, pero el reino era pobretón y la ciudad capital apenas contó durante el virreinato.

Fundada definitivamente en 1540 en un territorio en el que habían vivido unos indígenas tan primitivos que ni siquiera dejaron huellas de su paso, Guadalajara sobrevivió trabajosamente a las continuas incursiones de chichimecas empeñados en expulsar a los intrusos. Hacia 1700 apenas albergaba quinientos españoles, quinientos negros y otros tantos indios y mestizos. Sólo existían casitas de adobe y no había jardines; el drenaje, a cielo abierto, daba origen a mortíferas enfermedades.

Apenas a mediados del siglo XVIII fueron construidos los portales de la plaza principal. La catedral con sus torres de “alcatraces al revés” no fue concluida sino hasta 1854, y las bóvedas del imponente Hospicio Cabañas acababan de ser cerradas en 1810, cuando el edificio fue destinado a servir de cuartel para los soldados que libraban la guerra de Independencia. Paradójicamente, al revés de Guanajuato, la guerra atrajo a Guadalajara muchos miles de individuos que huían de la violencia desatada en sus comarcas, y con esto la ciudad empezó a crecer aceleradamente. Hacia 1820 ya tenía unos 30,000 habitantes. Medio siglo antes se había comenzado a producir en sus alrededores el aguardiente de tequila a escala industrial. 


(Tomado de: Armando Ayala Anguiano - ¡Extra! Contenido. México de carne y Hueso III. Tercer tomo: La Nueva España (1). Editorial Contenido, S.A. de C.V., México, D.F., 1997)

viernes, 11 de enero de 2019

Fundación de Querétaro

 
(Templo de Santa Rosa de Viterbo)
 
Mientras Zacatecas subía y bajaba en importancia como centro urbano, Querétaro conservó hasta bien entrado el siglo XIX el título de tercera ciudad del virreinato que le adjudicó en 1680 el erudito Carlos de Sigüenza y Góngora. El despegue inicial se debió a la fertilidad de las tierras queretanas y sobre todo al hecho de ser paso obligado para las caravanas de carretas que iban a Zacatecas, primero, y poco después a Guanajuato, con lo cual el comercio alcanzó enorme desarrollo.

Hacia el siglo XII hubo en la comarca de Querétaro un puesto avanzado de los toltecas. Tras la caída de Tula la tierra cayó en manos de los chichimecas bárbaros, y pocos años después de la caída de Tenochtitlan fue ocupada por grupos otomíes a quienes jefaturaba un caudillo llamado Conín. En 1532 llegó a tierras queretanas una corta expedición integrada por algunos españoles y muchos aliados tarascos; Conín se sometió a los recién llegados y por tal motivo el poblado que se fundó poco después fue llamado Querétaro, una palabra derivada de voces tarascas que significan "en el juego de pelota", lo mismo que Nda-maxei, como le llamaba Conín en otomí. El primer asiento resultó demasiado cenagoso, por lo que en 1550 la ciudad fue trasladada al sitio que ocupa hoy en día.

En 1638, un cronista dejó escrito que Querétaro tenía 480 vecinos españoles, todos ellos propietarios "de casas muy cumplidas... Todas tiene agua de pie, huertas y viñas.. (en el campo) tienen dos molinos grandiosos y otro en el mismo pueblo... Hay más de un millón de cabezas de ganado menor y gran abundancia de ganado mayor".

Durante el siglo XVI se hicieron algunas construcciones modestas, todas las cuales fueron demolidas en el siglo siguiente para sustituirlas por otras mejores. De 1698 data el monumental convento franciscano, que abarca cuatro manzanas. La fachada de la iglesia de Santa Clara de Jesús se terminó en 1633 y en 1629 el templo del convento de San Antonio.
 
 

En el siglo XVIII se terminó de construir el acueducto y surgieron edificios como el convento a iglesia de San Agustín, el hospicio de Nuestra Señora de la Merced, los colegios jesuitas de San Ignacio y San Francisco Javier, además de mansiones particulares como la llamada Casa de los Perros y los palacios de Hecala, de los condes de Sierra Gorda y de Francisco Antonio de Aldai. Desde Querétaro se impulsó la construcción de una serie de misiones en la Sierra Gorda. Al despuntar el siglo XIX Querétaro no sólo era una de las ciudades más prósperas y hermosas de la Nueva España, sino que a su gran actividad agrícola y comercial añadía gran número de molinos, telares, talleres industriales y la Real Fábrica de Tabacos, en la que laboraban cientos de trabajadores. Sus habitantes sumaban más de 40,000.
 
(Tomado de: Armando Ayala Anguiano - ¡Extra! Contenido. México de carne y Hueso III. Tercer tomo: La Nueva España (1). Editorial Contenido, S.A. de C.V., México, D.F., 1997) 
 
 
 

lunes, 3 de diciembre de 2018

Fundación de Puebla

 
 
 
Para edificar Puebla se escogió un terreno inmejorable. Ésta, la segunda ciudad novohispana, fue fundada para dar albergue a las legiones de españoles anhelosos de enriquecerse, que llegaron al país al término de la conquista de la meseta central, y como el botín ya había sido repartido y nada podía dárseles, se diseminaron por la comarca subsistiendo en calidad de vagabundos o bandoleros.

Además de absorber a los malvivientes, se creyó que una población española afirmaría la seguridad en un territorio en el que abundaban los señoríos indígenas, y que serviría de modelo a los nativos para que conocieran y adoptaran los métodos de trabajo de los españoles. Se buscaron terrenos en los que no fuese necesario despojar a los indios, y después de probar dos sitios que resultaron inadecuados, la ciudad quedó definitivamente establecida en 1533. Se le llamó Puebla de los Ángeles en alusión a la ciudad angélica de la que habla san Juan Evangelista en el Apocalipsis.

Inicialmente la ciudad tuvo unos cincuenta vecinos españoles, para 1547 ya contaba trescientos, en 1570 sumaban ochocientos y hacia 1600 ascendían a 1,500. Muchos españoles estaban casados con indias, y además un buen número de indígenas se establecieron desde el principio en los suburbios. Los negros llegaron en número tan elevado que al finalizar el siglo XVI ya igualaban a la población blanca. Con el explosivo crecimiento de Puebla, el primer asentamiento español en la cercana Tepeaca de la Frontera y la vecina ciudad de Tlaxcala perdieron su importancia.

A fines del siglo XVI Puebla ya había ganado renombre como productor de trigo y otros cereales de origen europeo, que no sólo servían para abastecer a la Nueva España sino que se exportaban a Cuba, Perú y Guatemala. La multiplicación de los rebaños de ovejas alentó la creación de talleres en los que se fabricaban telas de lana. Se introdujo el gusano de seda y se llegaron a producir buenas telas. La cochinilla obtenida localmente se exportaba a Europa. En Puebla se fabricaban también embutidos, jamones y tocinos destinados al abasto de los barcos que partían de Veracruz a España.
 
 

Esto, más el comercio local y el de las mercaderías europeas y orientales que pasaban por Puebla y desde allí eran redistribuidas a otras partes del país, constituyó la base inicial de la prosperidad poblana. Luego fueron traídos de Bohemia varios maestros cristaleros que enseñaron a los artesanos locales a fabricar bellos candiles, y paralelamente llegaron procedentes de Talavera de la Reina, España, los hábiles alfareros que iniciaron la producción de la famosa cerámica local.
 
(Biblioteca Palafoxiana)

En 1678 la población ya rebasaba los 60,000 habitantes. La ciudad contaba con magníficas plazas y jardines públicos, y un gran número de mansiones particulares embellecían las calles. Con el auge se multiplicaron también los establecimientos religiosos. Conventos de monjas como los de Santa Clara, Santa Teresa, Santa Mónica y la Santísima Trinidad se unieron a los majestuosos reclusorios de frailes que empezaron a ser construidos en el siglo anterior. Como los de San Francisco, Santo Domingo, San Agustín y San Antonio, que ocupaban varias manzanas cada uno. La catedral, iniciada en 1575, quedó prácticamente terminada en 1649 merced al empeño del obispo Juan de Palafox y Mendoza, quien también creó la biblioteca conocida hoy por su nombre, notable por la magnificencia de sus estanterías, hechas por ebanistas locales. Éstos también producían finos muebles para ser vendidos al público.

En el siglo XVIII vino una caída, ya que la metrópoli prohibió el comercio de las colonias entre sí y las exportaciones cesaron. Los productores locales de lana y seda encontraron difícil competir con los de Europa y Asia y la actividad prácticamente desapareció. Para colmo, en el valle de México y el Bajío surgieron nuevos centros agrícolas y manufactureros que hicieron fuerte competencia a los establecimientos similares poblanos. Sólo prosperó la industria textil algodonera. Se registraron además epidemias que causaron miles de muertos y el 1793 la población de la ciudad fue calculada en 56,859 habitantes, o sea menos que en el siglo anterior.
 
(San Francisco Acatepec, Puebla)

Con todo, Puebla seguía siendo la segunda ciudad de la colonia en los primeros años del siglo XIX. Su silueta urbana ya era muy parecida a la actual, con las torres de catedral y las cúpulas de las iglesias dominando el panorama. Las casas particulares habían sido embellecidas aplicando filigranas de argamasa blanca y azulejos policromados a los rojos ladrillos que recubrían las fachadas. Ya se consumía en grandes cantidades “mole” (¿derivado de los currys de la India, como ha sugerido Octavio Paz?) y se había impuesto el vestido de china poblana, que aparentemente fue creado a partir de las prendas importadas de Manila.
 
(Tomado de: Armando Ayala Anguiano - ¡Extra! Contenido. México de carne y Hueso III. Tercer tomo: La Nueva España (1). Editorial Contenido, S.A. de C.V., México, D.F., 1997)

miércoles, 15 de agosto de 2018

Fundación de Veracruz

Fundación de Veracruz



Pocos días después de la llegada de Cortés a Ulúa, decidió fundar un pueblo en las arenosas playas de Chalchiuhcuecan, y romper toda liga con Velázquez, levantándose contra su autoridad y haciendo la expedición por cuenta propia. Aún hay quien asegure que todo esto lo tenía tramado desde Cuba con algunos de los principales capitanes de la expedición.


Hombre tan astuto como audaz, Cortés, comprendiendo que cualquier paso en falso pudiera dar al traste con su empresa, se valió, para llevarla adelante, de la gran influencia que ejercía sobre sus soldados, y de la amistad que tenía con los principales capitanes. En suma, preparó e insinuó el negocio de tal manera, que fueran sus mismos subordinados quienes propusieran la fundación de la población, y el nombrarle capitán general con toda independencia de Velázquez.



Presentáronse, en efecto, la mayoría de los soldados en el alojamiento de Cortés solicitando tales cosas, y éste tras fingidas resistencias, fundó la Villa Rica de la Vera Cruz, (así llamada por haber llegado los españoles el Viernes de la Cruz, y por lo que dijo Portocarrero a Cortés, que mirase las tierras ricas), distante unas tres leguas de la actual población de este nombre.



Al fundarse la ciudad, se eligió desde luego ayuntamiento, nombrándose alcaldes, regidores, alguacil mayor y demás funcionarios que tenían en aquéllos tiempos los cuerpos municipales de España, y se clavó la picota en el centro de la plaza, en señal de dominio y autoridad. Para comprender la importancia de este paso de Cortés, basta recordar el importante papel que desempeñaban los ayuntamientos en España en aquella época, la independencia casi completa de que gozaban, y los grandes privilegios y libertades que habían logrado alcanzar, y que con tanto tesón defendieron, desafiando aun el poder de los reyes.



Elegido, pues, el ayuntamiento y los oficiales al antojo de Cortés, quien hizo recaer la elección en sus parciales, fingió renunciar al mando con el objeto de que se declarara, como se efectuó, que habían caducado los poderes que el gobernante Velázquez diera a Cortés, y que atendiendo a que convenía al buen servicio de Su Majestad la colonización y conquista de la tierra, se elegía por capitán general y justicia mayor al mismo Cortés, por ser el más apto para tal cargo, y estipulándose que como recompensa se le daría un quinto de oro del que reuniese o rescatase, una vez reducido el real quinto.


(Tomado de: Alfonso Toro – Historia de México 2, dominación española)






Fundación de Veracruz

La Villa Rica de la Vera Cruz fue trasladada en 1525 de su emplazamiento original frente a Quiahuixtlan al hoy pueblecillo de La Antigua, y en 1599 fue refundada en el sitio que ocupa actualmente. Para entonces, la mayor parte de la población indígena y las ciudades totonacas ya habían desaparecido por efecto de las pandemias traídas de ultramar.

Al iniciarse el siglo XX, el puerto tenía como edificios principales los de algunos conventos, la catedral y el cabildo; estaba rodeada por una recia muralla dotada de baluartes y puentes levadizos y protegida por el fuerte de San Juan de Ulúa, como defensa contra los piratas ingleses y holandeses que la saquearon en el siglo XVII.

A pesar de las epidemias, la población ascendía tal vez a 15,000 habitantes, negros y mulatos en su mayoría, pues los españoles que llegaban al puerto a comerciar con el arribo anual de las flotas abandonaban el sitio en cuanto podían hacerlo, para trasladarse a la fresca y salubre Jalapa.



(Tomado de: Armando Ayala Anguiano - ¡Extra! Contenido. México de carne y Hueso III. Tercer tomo: La Nueva España (1). Editorial Contenido, S.A. de C.V., México, D.F., 1997)