Para edificar Puebla se escogió un terreno inmejorable. Ésta, la segunda ciudad novohispana, fue fundada para dar albergue a las legiones de españoles anhelosos de enriquecerse, que llegaron al país al término de la conquista de la meseta central, y como el botín ya había sido repartido y nada podía dárseles, se diseminaron por la comarca subsistiendo en calidad de vagabundos o bandoleros.
Además de absorber a los malvivientes, se creyó que una población española afirmaría la seguridad en un territorio en el que abundaban los señoríos indígenas, y que serviría de modelo a los nativos para que conocieran y adoptaran los métodos de trabajo de los españoles. Se buscaron terrenos en los que no fuese necesario despojar a los indios, y después de probar dos sitios que resultaron inadecuados, la ciudad quedó definitivamente establecida en 1533. Se le llamó Puebla de los Ángeles en alusión a la ciudad angélica de la que habla san Juan Evangelista en el Apocalipsis.
Inicialmente la ciudad tuvo unos cincuenta vecinos españoles, para 1547 ya contaba trescientos, en 1570 sumaban ochocientos y hacia 1600 ascendían a 1,500. Muchos españoles estaban casados con indias, y además un buen número de indígenas se establecieron desde el principio en los suburbios. Los negros llegaron en número tan elevado que al finalizar el siglo XVI ya igualaban a la población blanca. Con el explosivo crecimiento de Puebla, el primer asentamiento español en la cercana Tepeaca de la Frontera y la vecina ciudad de Tlaxcala perdieron su importancia.
A fines del siglo XVI Puebla ya había ganado renombre como productor de trigo y otros cereales de origen europeo, que no sólo servían para abastecer a la Nueva España sino que se exportaban a Cuba, Perú y Guatemala. La multiplicación de los rebaños de ovejas alentó la creación de talleres en los que se fabricaban telas de lana. Se introdujo el gusano de seda y se llegaron a producir buenas telas. La cochinilla obtenida localmente se exportaba a Europa. En Puebla se fabricaban también embutidos, jamones y tocinos destinados al abasto de los barcos que partían de Veracruz a España.
Esto, más el comercio local y el de las mercaderías europeas y orientales que pasaban por Puebla y desde allí eran redistribuidas a otras partes del país, constituyó la base inicial de la prosperidad poblana. Luego fueron traídos de Bohemia varios maestros cristaleros que enseñaron a los artesanos locales a fabricar bellos candiles, y paralelamente llegaron procedentes de Talavera de la Reina, España, los hábiles alfareros que iniciaron la producción de la famosa cerámica local.
(Biblioteca Palafoxiana)
En 1678 la población ya rebasaba los 60,000 habitantes. La ciudad contaba con magníficas plazas y jardines públicos, y un gran número de mansiones particulares embellecían las calles. Con el auge se multiplicaron también los establecimientos religiosos. Conventos de monjas como los de Santa Clara, Santa Teresa, Santa Mónica y la Santísima Trinidad se unieron a los majestuosos reclusorios de frailes que empezaron a ser construidos en el siglo anterior. Como los de San Francisco, Santo Domingo, San Agustín y San Antonio, que ocupaban varias manzanas cada uno. La catedral, iniciada en 1575, quedó prácticamente terminada en 1649 merced al empeño del obispo Juan de Palafox y Mendoza, quien también creó la biblioteca conocida hoy por su nombre, notable por la magnificencia de sus estanterías, hechas por ebanistas locales. Éstos también producían finos muebles para ser vendidos al público.
En el siglo XVIII vino una caída, ya que la metrópoli prohibió el comercio de las colonias entre sí y las exportaciones cesaron. Los productores locales de lana y seda encontraron difícil competir con los de Europa y Asia y la actividad prácticamente desapareció. Para colmo, en el valle de México y el Bajío surgieron nuevos centros agrícolas y manufactureros que hicieron fuerte competencia a los establecimientos similares poblanos. Sólo prosperó la industria textil algodonera. Se registraron además epidemias que causaron miles de muertos y el 1793 la población de la ciudad fue calculada en 56,859 habitantes, o sea menos que en el siglo anterior.
(San Francisco Acatepec, Puebla)
Con todo, Puebla seguía siendo la segunda ciudad de la colonia en los primeros años del siglo XIX. Su silueta urbana ya era muy parecida a la actual, con las torres de catedral y las cúpulas de las iglesias dominando el panorama. Las casas particulares habían sido embellecidas aplicando filigranas de argamasa blanca y azulejos policromados a los rojos ladrillos que recubrían las fachadas. Ya se consumía en grandes cantidades “mole” (¿derivado de los currys de la India, como ha sugerido Octavio Paz?) y se había impuesto el vestido de china poblana, que aparentemente fue creado a partir de las prendas importadas de Manila.
(Tomado de: Armando Ayala Anguiano - ¡Extra! Contenido. México de carne y Hueso III. Tercer tomo: La Nueva España (1). Editorial Contenido, S.A. de C.V., México, D.F., 1997)
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