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sábado, 17 de septiembre de 2022

Expansión territorial y conquistas siglo XVI, II

  


Fundaciones

Las expediciones militares fundaron en su recorrido villas y fuertes que corrieron diferentes suertes. Unas se conservaron, otras con el tiempo se despoblaron y desaparecieron. Muchas de ellas originaron nuevos centros, que a su vez sirvieron de punto de partida para la penetración en territorios desconocidos.

Una de las principales fuerzas que movieron este avance paulatino a territorios inexplorados fue la misma que empujó a algunas expediciones militares: la búsqueda de metales preciosos. Pequeños grupos de hombres se internaban en tierras de chichimecas, impulsados por alguna vaga noticia acerca de la existencia de vetas. Los poblados fundados a causa de ello eran, a su vez, origen de otros.

Así como la expedición de Francisco de Ibarra tuvo su génesis en la zona minera de Zacatecas, se estimuló la formación de poblaciones en la zona del Bajío; en un principio fueron presidios (lugares donde estaba destacada una fuerza militar) y crecieron gracias al comercio que se efectuaba con la región minera. Tal es el caso de San Miguel el Grande.

Por 1554, los chichimecas comenzaron a asaltar y robar sistemáticamente las carretas que transitaban con mercaderías rumbo a Zacatecas. Al principio se intentó detener estos asaltos mediante una campaña militar, organizada por don Luis de Velasco, quien puso a Francisco de Herrera al frente de numerosos soldados. Pero esta fuerza no consiguió dominar a los indios, los cuales sistemáticamente se refugiaban en sitios inaccesibles ante la presencia de los soldados. Otras campañas militares, como la de Hernán Pérez de Bocanegra, consiguieron el mismo resultado.

Se vio, pues, que era indispensable buscar otra manera de proteger la seguridad de los caminos; la mejor manera de conseguirla sería fundar otras poblaciones además de San Miguel el Grande, que fueron Celaya, Aguascalientes y León. Pero estas fundaciones no bastaron para contener a los chichimecas, los cuales siempre encontraban un lugar o un momento propicio para atacar, de manera que se trató de lograr un acuerdo de paz con ellos. Un mestizo llamado Miguel Caldera estableció conversaciones con los indios y, finalmente, en la época de don Luis de Velasco el segundo, se logró la paz. El virrey comprometióse a darles carne para su sustento. En cambio, ellos aceptaron que se fundaran poblados de indios y de españoles en las regiones que habitaban. Así nacieron San Luis de la Paz, San Miguel Mezquitic y Colotlán.

También la ganadería originó el que se abrieran nuevos territorios a la expansión española. La rápida reproducción del ganado creó grandes problemas a la agricultura en las zonas centrales de Nueva España. Los cultivos de las regiones de Tepeapulco, del valle de Toluca, de Oaxaca y Jilotepec eran destruidos con mucha frecuencia por los rebaños; para evitarlo, el virrey ordenó que se dirigieran a zonas donde había grandes extensiones de tierra despoblada. Así fue como en los años posteriores a 1540 se inició el establecimiento de estancias ganaderas en tierras habitadas por chichimecas. Se introdujo la ganadería en los llanos de San Juan del Río, en la región de Apaseo y en Querétaro. Antes del descubrimiento de las vetas de plata, Guanajuato existía como estancia de ganado, propiedad de Pedro Muñoz. A medida que las regiones fueron aumentando su población, el ganado fue conducido más al norte; y con el tiempo llegó a ser una de las causas del nacimiento de grandes haciendas, como la de Francisco de Urdiñola, gobernador de Nueva Vizcaya, en Coahuila, a principios del siglo XVII.

Fundaciones hechas por indios.

El papel representado por los indios sedentarios en la colonización y población del virreinato de Nueva España es de suma importancia. Ya en las primeras expediciones que se llevaron a cabo para acrecentar el dominio español se encuentran los grandes ejércitos de indios aliados que las acompañaban. Pedro de Alvarado condujo tlaxcaltecas a Guatemala. De Tlaxcala, Huejotzingo y Cholula procedían los indios que auxiliaron a Nuño de Guzmán en la conquista de Nueva Galicia. Ibarra, Carbajal y Oñate utilizaron sus servicios, y cuando se consideró indispensable la colonización de Texas, los tlaxcaltecas fueron llevados también allí.

Pero no sólo se recurrió a ellos en las campañas militares, sino que como pacificadores fueron enviados para fundar en regiones alejadas de sus centros de origen. Se pensaba que ante el ejemplo de su vida, que transcurría en forma pacífica y organizada, los indios nómadas terminarían, a su vez, por aceptar ser reducidos. Así, fray Juan de San Miguel estableció con guamares, otomís y tarascos el pueblo de San Miguel, conocido actualmente como el Viejo para distinguirlo de la población española que se formó años después con el fin de detener los ataques de los chichimecas.

Cuando don Luis de Velasco logró la paz con estos últimos, se llevaron cuatrocientas familias de tlaxcaltecas, que fundaron Tlaxcalilla (muy cerca de San Luis Potosí), San Miguel Mezquitic, San Andrés y Colotlán. Para evitar que Saltillo continuara despoblándose, Francisco de Urdiñola fundó muy cerca San Esteban de la Nueva Tlaxcala.

Las poblaciones establecidas por las autoridades españolas con fines civilizadores tuvieron una organización especial que favorecía el que los indios ofrecieran menos resistencia a abandonar sus lugares de origen. A los habitantes se les dotaba de tierras y agua, se prohibía la proximidad de estancias propiedad de españoles, e incluso se limitaba su paso por ellas. Se les autorizaba tener ganados y poseer caballos, y sus parroquias eran administradas por frailes. No siempre se logró mantener estas condiciones, porque los españoles, que vivían o tenían estancias en las regiones donde estos pueblos se fundaron, trataban de obligarlos a trabajar en su provecho y procuraban apoderarse de las tierras que consideraban buenas, haciendo caso omiso de las disposiciones existentes para la protección de estos poblados. No fue posible conseguir la fusión de los indígenas llevados del centro con los nómadas que aceptaban reducirse, porque los primeros siempre miraron con menosprecio a los segundos.

Aparte los movimientos de población india, a los que nos hemos anteriormente, hubo otros hacia el norte, en que en forma espontánea un gran contingente de indios se dirigió en busca de la libre contratación a las zonas mineras y a las estancias de ganado.

La expansión misional.

A partir del territorio conquistado por Hernán Cortés, las órdenes religiosas extendieron sus labores misionales hasta regiones distantes y desconocidas. Los frailes seguían instaurando nuevos centros para la predicación, sin esperar que nuevos establecimientos de españoles dieran a los lugares una relativa seguridad. En esta actividad son muy conocidos fray Juan de San Miguel, quien predicando recorrió tierras que ahora pertenecen al estado de Guanajuato; fray Bernardo Cosin llegó al actual estado de San Luis Potosí; fray Andrés de Olmos evangelizó la Huasteca; fray Andrés de Segovia y fray Miguel de Bolonia, en 1541, fundaron el pueblo de Juchipila; fray Agustín Rodríguez, en 1581, predicaba en territorios inexplorados, los cuales en la actualidad pertenecen al estado de Chihuahua, y fray Juan de Larios, en 1674, fundó la misión de San Francisco de Coahuila. Los misioneros redujeron a muchos indios, que terminaron por adaptarse a la vida sedentaria, y facilitaron el posterior establecimiento de centros españoles, que encontraban en estos pueblos la mano de obra necesaria para sus estancias y haciendas.

Muchas veces la llegada de hacendados que trataban de obligar a los indios reducidos a que trabajasen en sus propiedades destruyó la labor de los evangelizadores, porque ellos, que habían aceptado paulatinamente la vida en los pueblos y que algunas veces difícilmente se habían sometido a la autoridad de los frailes, se rebelaban ante las exigencias de autoridades y propietarios de tierras, y se volvían a los montes o huían a las sierras, destruyendo las misiones y matando a la población blanca y a los misioneros.

A causa de ello, durante los siglos XVI y XVII, en el norte las misiones estuvieron constantemente expuestas a la destrucción, y el trabajo de los religiosos se vio muchas veces reducido a la nada; entonces volvían a empezar, construyendo nuevas misiones o reconstruyendo las perdidas.

Franciscanos y jesuitas fueron principalmente los encargados de la evangelización en tierras de chichimecas. Los franciscanos ejercieron las misiones principalmente en Zacatecas, Nueva Vizcaya (actualmente los estados de Durango y Chihuahua), Nuevo Reino de León, Coahuila y Texas; es decir, hacia el norte y este de Zacatecas.

Sinaloa (norte del estado que lleva ese nombre) fue punto de partida para los jesuitas; se extendieron hacia el este por la Sierra Madre Occidental, y hacia el norte por las regiones que llamaron Ostimuri, Sonora y Pimerías, en el actual estado mexicano de Sonora y en el norteamericano de California.

Expansión por necesidades de defensa.

Nueva España siempre tuvo problemas de defensa en la región septentrional. La amenaza que representaba el avance de los establecimientos franceses obligó a las autoridades españolas a ocuparse de la colonización de provincias, que no habían presentado atractivos suficientes a fin de mover a su poblamiento espontáneo.

En 1682, Roberto Cavelier, señor de La Salle, partió de Nueva Francia (Canadá) y exploró el río Mississippi de norte a sur hasta llegar a su desembocadura. El gobierno francés consideró que la comunicación fluvial con el golfo de México era de gran trascendencia y ayudó a La Salle para que en una segunda exploración se adentrara por el río en sentido inverso al de la expedición anterior.

Los exploradores llegaron a La Florida en el año 1684; costeando, pasaron frente a la desembocadura del Mississippi, al parecer sin advertirla. Continuaron navegando y desembarcaron en la bahía del Espíritu Santo, donde fundaron el fuerte de San Luis. La Salle exploró la región, siempre en busca del río, que no encontró. Viendo que los bastimentos se habían perdido, decidió ir por tierra en busca de auxilio. En el camino algunos de sus compañeros lo asesinaron y los hombres del fuerte quedaron abandonados a su ventura. Los indios, que advirtieron su precaria situación, los atacaron y mataron.

En la capital del virreinato de Nueva España se tuvo noticias del desembarco de los franceses, porque capturaron a unos piratas que hablaron sobre la fundación del fuerte de San Luis. De Cuba y Veracruz partieron navíos que recorrieron las costas del golfo de México sin encontrar al enemigo, aunque hallaron los restos de una nave.

Mientras tanto, los gobernadores de Nueva Vizcaya y del Nuevo Reino de León recibieron informes de los misioneros y de los indios sobre algunos extranjeros vestidos de hierro, que andaban entre los texas preguntando por las minas de plata, y los aconsejaban en contra de los españoles, a los que decían no debían obedecer porque no eran buenos. El capitán Alonso de León hizo prisionero a un francés, el cual no pudo proporcionar datos sobre el sitio que buscaban porque no había pertenecido a la fuerza de La Salle, sino a un grupo que había salido de Nueva Francia con intenciones de encontrarlo. El indio Juan Xaviata procuró los datos que finalmente permitieron en el año 1689 la localización de las ruinas del fuerte de San Luis en la bahía del Espíritu Santo.

Con el fin de evitar que en lo venidero los franceses pudieran ocupar esa región, en 1690 el rey ordenó que los franciscanos de Santa Cruz de Querétaro se encargaran de fundar misiones entre los texas. La primera fue la de San Francisco y, apoyándose en ella, otras que no tuvieron muy larga vida, ya que se abandonaron en 1694 debido a los problemas que presentaban su abastecimiento y mantenimiento.


(Tomado de: Camelo, Rosa - Expansión territorial y conquistas. Historia de México, tomo 6, México colonial. Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V. México, 1978)

lunes, 9 de septiembre de 2019

El comercio de Nuevo México, antes de 1821


Antecedentes del comercio de Santa Fe

[...]
Como las leyes coloniales prohibían todo comercio con el extranjero, el comercio entre Luisiana y Nuevo México que existía desde finales del siglo XVII se hacía a través de los pieles rojas. El derecho de asiento concedido a los ingleses empezó en 1713 con el tratado de Utrecht, y fue entonces cuando los franceses de la Luisiana establecieron el fuerte de Natchitoches, en el Misisipí. Un par de años después, en 1717, Louis Juchereau de St. Denis, que trataba de establecer comercio directo entre Luisiana y Nuevo México, fue apresado en territorio de Nuevo México y enviado a la capital. Sus guías, los pieles rojas, pudieron seguir acudiendo a las ferias anuales de Santa Fe y Taos, a las que llamaban cambalaches, y donde llevaban pieles de cíbola y tasajo para cambiar por cuchillos, pucheros, ollas de cobre.
Cuando en 1803 Luisiana pasó a manos de los Estados Unidos, los mercaderes franceses y los angloamericanos intercambiaron información, lo que habría de despertar el interés de la frontera norteamericana por un probable comercio con Santa Fe cuando esas notas fueron suficientemente conocidas.
A principios del siglo XIX Zabulon Montgomery Pike, en su estudio de las provincias fronterizas de la Nueva España, nombró a William Morrison, de Kaskasia, Illinois, como el primer norteamericano que organizó una aventura comercial hacia Nuevo México, doce años después de la apertura del Camino Real. Morrison había enviado a Batista Lalande a comerciar a Santa Fe, pero éste se quedó a vivir ahí, guardándose el producto de la mercancía. Pike, enviado a reconocer el territorio cercano a Nuevo México, pasó por Kaskasia, y Morrison le pidió que presentara una demanda contra Batista Lalande. La lectura del diario de Pike resulta de interés. Pike se valió de la demanda como pretexto para enviar a uno de sus acompañantes, el doctor Robinson, a explorar el territorio cercano a Santa Fe, en un intento por estudiar las perspectivas de comercio, fuerzas militares y conocimiento del país en general.
Pike relata el establecimiento de dos ciudadanos norteamericanos en Santa Fe: Lalande y un tal James Parsley, llegados en 1802. El permiso de residencia de ambos tal vez lo obtuvo don Pedro Bautista Pino, delegado de Nuevo México a las cortes de Cádiz, quien había recomendado al virrey la apertura de Santa Fe con el propósito de equilibrar su balanza comercial, puesto que el gobierno de Nuevo México tenía un déficit anual de 52 mil pesos debido a que sus importaciones ascendían a 112 mil pesos al año mientras que sus exportaciones sólo llegaban a 60 mil.
El teniente Zabulon Montgomery Pike había sido enviado por el gobierno estadounidense a reconocer y explorar el territorio desde San Luis Misuri hasta las fuentes del Misisipí, y de ahí a la Luisiana. Resulta curioso que en el momento de ser arrestado haya consignado en su diario que había tenido intención de penetrar en territorio español: “Nuestra mira era la de conseguir el conocimiento del país en cuanto a prospectos para el comercio, su fuerza, etcétera”.
Cleve Hallenbeck, en su Land of Conquistors, opina que los historiadores contemporáneos concuerdan en que Pike debe haber tenido instrucciones que nunca se hicieron públicas. No hay duda de que el viaje había sido organizado con algo de misterio; el mismo Pike se quejó de que muchos de sus compatriotas lo acusaban de haber sido parte de un siniestro proyecto organizado por el general Wilkinson. Años más tarde Josiah Gregg, en su importante estudio del comercio de Santa Fe, relató cómo muchos de sus contemporáneos creían que la expedición de Pike había tenido relación con el famoso proyecto de Aaron Burr, vicepresidente de los Estados Unidos, quien fue acusado de querer formar un imperio posiblemente con la Luisiana, Texas y México. Aunque su actuación es aún fuente de controversia, sabemos que dijo a Andrew Jackson que planeaba invadir la Nueva España. Sea como fuere, Hallenbeck insiste en que la reiterada aseveración de Pike de que no sabía que se encontraba en el Río Bravo era falsa, ya que para entonces había mapas españoles en los Estados Unidos y el general Wilkinson seguramente poseía alguno.
Esa fue la época en que la nación norteamericana discutía con España la extensión del recién adquirido territorio de la Luisiana. [...]
En ese marco histórico de desarrolló la expedición del teniente Zabulon Pike. Según Beck, en su Historia de Nuevo México, el más reciente estudio de la conspiración de Aaron Burr prueba que “la entrada del teniente Pike en Nuevo México fue un efecto secundario de la conspiración, y constituyó un probable intento de preparar el camino para un atentado filibustero”. Beck llama a Pike “cómplice involuntario del traidor general Wilkinson”, quien por haber perdido la confianza de Burr estaba listo para delatarlo. Considera que el doctor Robinson, acompañante de Pike, era probablemente un agente de Wilkinson que revelaría a los españoles los proyectos de Burr relativos a la posibilidad de invadir el norte de la Nueva España. En cuanto al pretexto de cobrar la deuda que Lalande, el comerciante prófugo, tenía con Morrison, fue un invento para proteger a Pike en caso de que la proyectada guerra con España comenzara durante su largo viaje. Pike construyó un fuerte en el Río Bravo, hacho que Beck interpreta como la creación de una excusa para poder reclamar ese territorio en caso de guerra con España. El análisis de la expedición de Pike lo lleva a afirmar que los papeles en poder de Pike convencieron a los españoles de que su finalidad era reclamar todo el territorio bañado por los tributarios del Misisipí, y controlar las tribus indígenas del área. [...]
En cuanto al proyectado reconocimiento de las provincias fronterizas de la Nueva España, Pike parece haberlo llevado a cabo extensamente, aunque no con profundidad. Además de escribir con detalle lo observado en el trayecto de Santa Fe a Chihuahua, Pike incluyó un extenso apéndice en el que proporcionaba infinidad de datos geográficos, políticos y económicos acerca de las provincias de la Nueva Vizcaya, Sonora, Sinaloa, Coahuila, Durango y hasta Guanajuato. Su relato es digno de leerse por ser el primero de una lista de relatos-diarios de norteamericanos que viajaron a Nuevo México y a otras provincias fronterizas en la época que precedió a la guerra con México. sus prejuicios encabezaron la lista de aquellos a quienes su fanatismo racial y religioso impidió ver algún valor en las costumbre hispanomexicanas.
Por medio de Pike sabemos cómo era Santa Fe entonces: un típico pueblo novohispano de la frontera, con su aspecto de aldea miserable, a excepción de sus iglesias. Santa Fe comerciaba con el resto de la Nueva España a través de Vizcaya, Sonora y Sinaloa, vendiendo 30 mil borregos al año, tabaco, pieles de venados, cabrito y búfalo, sal y estaño. Recibía productos manufacturados, armas, azúcar, hierro, municiones y vinos. De Sonora a Sinaloa llegaba oro, plata y queso. Durante su viaje Pike cayó en los prejuicios del tiempo y la tradicional leyenda negra, tan arraigada ya en las mentes estadounidenses: el atraso científico de los novohispanos, su degradación moral, la frivolidad de sus mujeres, el fanatismo y la superstición religiosa, su actitud servil ante las autoridades, no eran más que el fruto normal de su herencia española, y esto a pesar de que en su prólogo Pike dice haber suprimido muchas observaciones sobre las costumbres novohispanas por gratitud a aquellos que lo habían ayudado. Entre sus reflexiones anota que en “hospitalidad, generosidad y sobriedad la gente de la Nueva España destaca en el mundo, pero en patriotismo, energía de carácter e independencia de alma se encuentra entre lo más bajo”. Esto no dejaba de ser contradictorio. Una cosa era la realidad y otra los estereotipos.
Por el gran número de observaciones culturales y geográficas la lectura de la relación de Pike vale la pena. Además no hay que olvidar que fue el primer viajero estadounidense en nuestras provincias fronterizas. Su libro termina con la relación del viaje de regreso, durante el cual le fue prohibido hacer observaciones astronómicas o tomar cualquier nota. Los prisioneros fueron llevados por los caminos más desconocidos para que Pike no pudiese tomar nota mental, según él interpretó, por miedo de una invasión. No sabía que su sarcasmo anotaba lo que sería muy verdadero: Pickney, ministro de Estados Unidos en España, la amenazaría con una guerra si no vendía Florida oriental a su país. Como consecuencia de lo visto y oído, Pike terminó su libro pidiendo veinte mil voluntarios para ayudar a la Nueva España a obtener su independencia. Los Estados Unidos se beneficiarían si ayudaban a la emancipación ya que se podrían hacer cargo del comercio de un país rico que, en opinión de Pike, nunca sería una nación de marinos.
La influencia de la relación de Pike en la nación norteamericana fue grande, pues enfatizaba el contraste entre las baratísimas materias primas de los estados fronterizos de México y los exorbitantes precios que pagaban por los productos manufacturados provenientes del centro del país, por lo que no es raro que pensara que los norteamericanos podrían terminar el desequilibrio comercial con los productos de su país, sin duda más baratos.
Interesado por el relato de Pike, y quizá con la idea de que la revolución de Hidalgo habría terminado con las restricciones comerciales, en el verano de 1812 Robert McKnight llegó a Santa Fe con una expedición, pero fue arrestado y estuvo en la cárcel de Chihuahua hasta 1822. Durante esos diez años el senador Benton, representante de Misuri ante el congreso de los Estados Unidos, trató inútilmente de que el secretario de Estado lo liberara. En 1815 Auguste Choteau y su expedición recibieron permiso del gobernador de Nuevo México, Alberto Mainez, para acampar al este del río Rojo y desde ahí comerciar con San Fernando de Taos y Santa Fe. Dos años después el nuevo gobernador, Pedro María de Allende, les retiró el permiso y los mandó arrestar. Un batallón de doscientos hombres fue enviado a buscar un fuerte estadounidense que se decía existía en el río de las Ánimas. No encontraron el fuerte pero Choteau y sus hombres, además de ser arrestados, fueron despojados de todos sus bienes. Como éstos ascendían a 30,338 pesos, Choteau y sus acompañantes se dirigieron a San Luis Misuri a pedir protección y ayuda a su gobierno. Esa demanda por confiscación de bienes parece haber sido la primera demanda comercial hecha al gobierno virreinal en relación con el comercio de Santa Fe. El caso de Choteau tiene una gran importancia histórica porque fue el típico de lo que sucedería a través de la historia de este comercio: Las autoridades de Nuevo México, nativas de esa región, estarían siempre dispuestas a conceder privilegios, a lo que las autoridades llegadas de la capital del país se opondrían. El gobernador Mainez, nacido en Nuevo México, trató de desarrollar un comercio para levantar la situación económica de la región. Por eso dio la concesión a Choteau; en cambio, el gobernador Allende, enviado de la capital, estaba empeñado en hacer efectivos los mandatos de la misma. Desde tiempos de la colonia la política del gobierno mexicano pareció haber confundido el bien de la nación con el de la capital. En la capital se veía claro el problema de la soberanía, que no lo era tanto en la provincia.


(Tomado de: Moyano Pahissa, Ángela - El comercio de Santa Fe y la guerra del 47. Colección SepSetentas, #283. Secretaría de Educación Pública, México, D.F., 1976)    

martes, 18 de diciembre de 2018

Fundación de Zacatecas

 
 
La Bufa, el espectacular cerro que domina el panorama de la ciudad de Zacatecas, recibió su nombre de una voz vascuence que significa “vejiga de cerdo”, pues fueron vascos los primeros cristianos que llegaron al lugar. En las faldas del promontorio encontraron medio millar de indios que vivían en unas casas de forma cónica hechas con armazón de troncos y cubiertas de zacate. Los zacatecos vivían de la caza y la recolección de frutos silvestres, pues desconocían la agricultura. Los hombres andaban totalmente desnudos excepto por una especie de mocasines que usaban para protegerse de la espinosa vegetación de la árida comarca, y las mujeres se cubrían el cuerpo de la cintura para abajo con cueros de venado.

Aunque poseían arcos y flechas, macanas, hondas cuchillos de obsidiana y rodelas, los zacatecos no lograron impedir que los expulsara de su tierra un puñado de españoles decididos a asentarse allí. El jefe de los intrusos, el capitán Juan de Tolosa, había recibido de un indígena una piedra rica en plata e indicaciones de que en el territorio zacateco abundaba el precioso metal. Después de que Tolosa hizo analizar varias cargas de piedras recogidas en el sitio, por la colonia corrió la voz de que en Zacatecas habían sido descubiertas unas minas fabulosamente ricas y sobre la comarca se precipitó un alud humano sediento de aprovechar la bonanza. La ciudad de Zacatecas fue fundada oficialmente el 20 de enero de 1548. Al año siguiente ya operaban allí 34 sociedades mineras.
 
(Mina El Edén, Zacatecas)

Como ciudad, sin embargo, Zacatecas no fue gran cosa en sus inicios. Al igual que tantos otros poblados mineros, de pronto albergaba una gran población y poco después quedaba semidesierta. Las calles se trazaban “al aventón”, y lo primero que se procuraba era disponer de sitios donde pudieran funcionar diversiones como carreras de caballos, juegos de baraja, corridas de toros, peleas de gallos, tabernas y casas de prostitución. Los franciscanos erigieron su gran convento en 1567, los agustinos empezaron a construir el suyo en 1576 y los dominicos en 1608, pero sólo en 1792 empezaron a funcionar las primeras escuelas primarias. En sus inicios, Zacatecas fue importante sobre todo porque de sus minas salió el dinero para financiar la conquista de Filipinas y porque de la ciudad partió en 1554 la expedición que conquistaría la Nueva Vizcaya (Chihuahua y Durango); en 1556 la que tomaría posesión de Nuevo León y Coahuila, y la que marchó en el mismo año a la conquista de Nuevo México. Además, la vigilancia del camino por el que se enviaba la plata zacatecana a la ciudad de México requirió fundar un buen número de puestos militares que luego dieron origen a muchos poblados del Bajío y Aguascalientes.

Otro gran negocio de Zacatecas fue la venta de empleos burocráticos, los cuales eran tan remunerativos que hacia 1675 el puesto de alguacil mayor se vendía en 32,000 pesos y el de alférez en 10,000. Sólo en el siglo XVIII la ciudad adquirió elementos para superar los ciclos de auge y decadencia. No sólo se realizaron buenas obras públicas y más construcciones religiosas, sino que los particulares tuvieron dinero e interés en erigir muchos de los soberbios edificios que harían de Zacatecas una de las ciudades más hermosas de la república a fines del siglo XX.
 
(Tomado de: Armando Ayala Anguiano - ¡Extra! Contenido. México de carne y Hueso III. Tercer tomo: La Nueva España (1). Editorial Contenido, S.A. de C.V., México, D.F., 1997)