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viernes, 8 de mayo de 2020

El cine y las distracciones en México, de 1896 a 1900

En la ciudad de México había pocas diversiones [en el periodo de 1896 a 1900], por lo que la gente convirtió al progreso en una distracción. Vio con buenos ojos la modernización de la policía y de la enseñanza, ni duda cabe, que quedó complacida con sus dotaciones de bicicletas y fonógrafos, respectivamente. Pero estaba más complacida con lo ameno que resultaba contemplar la instalación de los postes de la electricidad y de las excursiones, carreras y concursos que se organizaban con las bicicletas.
A la gente poco le preocupaba la aplicación "científica" de los nuevos inventos, los tomaba como un medio de esparcimiento. No es de extrañar que lo mismo sucediera con el cinematógrafo.

La instalación de los postes de hierro para la luz eléctrica, es lo que está provocando actualmente la curiosidad de los buenos habitantes de esta ciudad de los palacios y los jacales. A lo mejor encuentra usted a su paso un montón de seres que se apiñan en torno a un tripié, y una columna muy larga que se balancea en distintas direcciones. No le queda más recurso a la gente ocupada que atravesar por entre aquella trinchera de carne, buscando el punto por donde haya menos densidad.
Y por supuesto que no es remoto, al encontrarse ya en terreno libre, extrañar el peso del reloj, de la plata o de la cartera. Se deja comprender que los señores gendarmes no pongan ningún remedio a aquel inconveniente. ¡Qué van a poner! Si ellos son los primeros que se quedan con tamaña boca abierta, al ver qué se va irguiendo poco a poco el poste de metal, hasta rematar en una uña inmensa, por cuya punta se han de escapar torrentes luminosos.
Porque es lo que ellos dicen:
Es bueno que el pueblo reciba lecciones prácticas de conocimientos útiles. El sistema objetivo es la última palabra de la civilización; mañana, cuando se trate de parar una viga, un tubo o una columna, ya sabrán todos estos valederos que hay aparatos para economizar fuerzas y tiempo. Hoy todavía acostumbran hacerlo por medio de reatas, gritos y sombrerazos. Se termina la instalación de un poste y allá se van empleados, peones y acompañamiento de desocupados, con su gendarme y todo. Cien metros más adelante la escena se repite y así la vamos pasando.
("Notas de la semana", Frégoli, domingo 4 de agosto de 1897, p. 82)

La gente se llenó de júbilo con el nuevo alumbrado público, y para celebrar el hecho, el gobierno adornó con focos el zócalo, en septiembre de 1899, encendidos al unísono con el repique de las campanas de catedral, después del clásico "grito". Cuentan las crónicas que la iluminación parecía mágica y que la gente lloraba de emoción aunque no por la luz, sino por la solemnidad de la conmemoración.
La bicicleta también había invadido México. El Ayuntamiento se vio obligado a  reglamentarla y a crear una plaza de inspector del ramo, con sueldo de cuarenta pesos mensuales, para vigilar su estricto cumplimiento. Se creó un club ciclista que construyó un velódromo, que a menudo celebraba competencias de velocidad.
Hubo concursos de bicicletas adornadas, patrocinadas por el gobierno municipal. En los desfiles de las fiestas presidenciales marchaban contingentes de ciclistas con teas en las manos, para darle vistosidad a la peregrinación. Los diarios "científicos" no dejaban de escribir sobre su utilidad práctica: excelente sustituto del equino, en el cuerpo de caballería del ejército o en un combate al estilo medieval, y hasta en los matrimonios "fin de siglo", los contrayentes e invitados podían hacer en bicicleta el trayecto de la iglesia a la casa donde se celebraría el banquete. Pero el colmo fue su utilización en el ornato: en un salón del casino francés, donde se festejaba el aniversario de la toma de la Bastilla, las bicicletas adornaban los tímpanos de los arcos de medio punto.
Pero, además de útil, la bicicleta resultó una amena distracción, ya que permitían las invariables excursiones domingueras a Chapultepec, al Ajusco y hasta Toluca. La velocidad se apoderaba paulatinamente de los habitantes de la ciudad de México; era el ritmo del progreso.
El fonógrafo, al igual que el cinematógrafo, pronto se multiplicó casi por arte de magia. Había sesiones para oír la voz de los comandantes del ejército español, encargados de sofocar a los independentistas cubanos "... pocas veces habíamos sentido emoción igual a la que nos produjo está vez el maravilloso invento de Edison... Nos produjo gran deleitación e hizo que prorrumpiéramos en exclamaciones de júbilo al escuchar los rumores de un combate..." Había fonógrafos en las calles, que distraían los domingos a todos los campesinos o indígenas que llegaban a la metrópoli a vender sus mercancías. Los programas consistían primero en arias de ópera, discursos políticos y con posterioridad se podían escuchar poemas de los "modernistas". Los aparatos "se distribuyen al amparo y diez charros y diez esbozados con diez pilluelos escuchan, riendo con ingenua bonhomía".
-¿Quién se quejará ahora de la falta de difusión de la ciencia entre las masas?..."
Sin embargo, es el cine el que tuvo una difusión y aceptación más generalizada. Lo podían disfrutar un número mayor de personas, el precio de admisión era mucho más reducido que el de otras diversiones. El costo inicial de un peso bajó en el transcurso de tres años hasta cinco y tres centavos, hecho sintomático de su aceptación.
La bicicleta costaba demasiado para el labriego y para el obrero, la instalación de la luz dejó de ser espectáculo al ser concluida; el fonógrafo lo podían escuchar contadas personas requería el uso de auriculares que no siempre estaban limpios y producían enfermedades que en ocasiones causaban sordera.
El cine tenía a su favor la posibilidad de reunir en un salón a un auditorio muy numeroso. Además, cualquier local se adaptaba con facilidad para reunir a un grupo de personas, puesto que los empresarios aprovechaban las mínimas exigencias del Ayuntamiento en materia de higiene y seguridad.
No fue difícil que los cinematógrafos se reprodujeran, casi diríamos por generación espontánea. En el curso de tres años hubo esparcidos en la metrópoli hasta veintidós salones. El cine fue al principio un objeto de curiosidad científica: con su invención se daba cima a los estudios realizados para captar el movimiento, pero, por lo pronto, no tenía ninguna utilidad para la ciencia. Cómo espectáculo primero fue exclusivo de los "grupos científicos", después por el alto costo de la admisión, fue privativo de la alta burguesía porfiriana "...es indudable que a medida que nuestro inteligente público se vaya enterando del nuevo espectáculo, concurrirá a favorecerlo; siendo aquél un centro de reunión culto y elegante". Finalmente fue una diversión popular y tal hecho le trajo la antipatía de los círculos intelectuales de México. A lo largo de cuatro años, tres o cinco crónicas de destacados reporteros Luis G. Urbina, Amado Nervo y José Juan Tablada se ocuparon de él. Las publicaciones de los círculos "científicos y literarios" nunca lo tomaron en cuenta.
La primera impresión del público era el asombro, puesto que no se podía explicar el funcionamiento del mecanismo. Se les hacía difícil creer que contemplaban la fiel reproducción de la realidad:

-¡Ah qué caray!... no nos haga tan de al tiro, pos ¿cómo quiere que camine lo que está nomás pintado?...menearán el papel.
-¡No, -decía otro ranchero- es que son figuras en movimiento.
-...¡Pero tan grandotas! ...Y con más, que se menean muy bien, muy bien, hasta parece la mera verdad.
...Ni es toros campesinos se marcharon, jurando que el cinematógrafo es la combinación, no de luces ni de seres fotográficos, sino de un mecanismo con hilos y pitos, ruedas y ejes, piñones y tornillos que hacen mover aquellas imágenes...
["Notas de la semana", El Tiempo, domingo 30 de agosto de 1896, p.1]

(Tomado de: Aurelio de los Reyes: Los orígenes del cine en México (1896-1900). Colección Lecturas Mexicanas #61; Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1984)

sábado, 24 de noviembre de 2018

Joaquín Cantolla y Rico

 
 
 
La gran ascensión

de Don Joaquín Cantolla y Rico

(Anónimo)
 
Corrido cantado por don Chepito
Mariguano en la capital de México
 
Don Joaquín de la Cantolla
aeronauta singular,
el domingo va a subir
en su globo original.
 
Nunca pierde don Joaquín
la ocasión que se presenta,
y las veces que ha ascendido
son mucho más de noventa.
 
Tanto y tanto sube y baja
al traste dará con él,
y el día menos pensado
con alas va a amanecer.
 
Es el aire su elemento,
allí come, fuma y ronca,
en México no se ha visto
otro que iguale a Cantolla.
 
El mundo entero lo envidia,
los muchachos sobre todo
pues quisieran a porfía
de su canasto ir a bordo.
 
Recibe cartas a miles
pero él a todas desprecia
su globo es lo que le importa
lo demás es paja y tierra.
 
Es cierto que tiene amores,
pero es con los zopilotes,
que allá arriba lo visitan
y le dicen tiernas cosas.
 
En domingo en la mañana
gran ascensión nos ofrece
vitoreando a nuestra patria
y a todo lo que se eleve.
 
Alboroto como pocos
hay para aquella ascensión
pues tiempo hace no se mira
tan bonita diversión.
 
A todos los reservistas
también dedica su fiesta,
don Joaquín de la Cantolla
para que le armen la gresca.
 
Quisiera poder llevar
a la altura a todititos
para que vieran las guerras
que allí hacen los pajaritos.
 
La ascensión será magnífica
en esto no hay que dudar,
así es que vayan puntiales,
cuidadito con faltar.
 
Ya saben bien, a las doce,
se arrancará don Joaquín
de la vil tierra que pisa
para el céruleo confín.
 
Cara a cara al sol verá
como águila que ya es,
fíjense en sus facciones
y me lo dirán después.
 
Con tanto y tanto subir
a ese cielo renombrado,
ojos, narices y boca
se le han ido transformando.
 
De repente lo veremos
al señor Cantolla y Rico
por los espacios subir
con su culebra en el pico.
 
El domingo se promete
llegar al centro del Sol;
y llegará hasta la Gloria
si no se vuelve carbón.
 
Inter tanto desde aquí
exclamaremos un grito:
¡Viva México! Y que viva
don Joaquín Cantolla y Rico.
 
Don Joaquín de la Cantolla y Rico, nacido en la ciudad de México el 25 de junio de 1829, estudió en el Colegio Militar y después vivió de su trabajo como telegrafista.

Lo poco que Cantolla sacaba como telegrafista, lo invertía en su pasión: los globos aerostáticos.

Cantolla diseñó y fabricó tres globos: el Moctezuma I, el Moctezuma II y el Vulcano.

Las múltiples ascensiones de Cantolla, con sus triunfos y accidentes, en las fiestas de la ciudad de México, provocaron: admiración, burlas, y fama, siendo inspirador de: canciones, poemas, caricaturas, zarzuelas y corridos. A pesar de todo, Cantolla es considerado como uno de los pioneros de la aerostática nacional.

Cantolla murió el 25 de enero de 1914, luego de su última ascensión en un globo de gas, propiedad de Alberto Braniff. El corrido de La gran Ascensión fue compuesto de ocasión de una elevación realizada durante una fiesta en el año de 1902.

(Tomado de: Antonio Avitia Hernández- Corrido Histórico mexicano (1810-1910) Tomo I)
 
 
 
 

[Ascensiones en globo durante 1896-1900: Don Joaquín de la Cantolla y Rico]
 
[…] El afán de diversión de las clases bajas seguía insatisfecho y no era extraordinario que cualquier espectáculo novedoso las llevara a empeñar alguna prenda y que las conmemoraciones cívicas significaran verdadera explosión de alegría.

Por ello no fue raro el éxito de las ascensiones aerostáticas de don Joaquín de la Cantolla y Rico, y las exhibiciones cinematográficas. No sabemos cuántas ascensiones realizó De la Cantolla en el cuatrienio [de 1896 a 1900]. Lo cierto es que el Ayuntamiento le había negado los permisos durante años y se los volvió a conceder a fines de 1898.

Las ascensiones se efectuaban en las plazuelas o en los circos. A éstos se les quitaba la cubierta para que el globo quedara en completa libertad. Mediante un horno instalado ex profeso en el centro del ruedo, lo inflaban con humo. Desde mucho tiempo antes de la hora señalada para la ascensión, se juntaban verdaderas multitudes. Se instalaban en sitios aledaños y sobre las azoteas. A los cinco mil espectadores que normalmente se reunían, se agregaban los que desde las azoteas de su casa contemplaban el espectáculo; era, ciertamente, un número incalculable. El espectáculo se efectuaba los domingos o días de fiesta, 5 de mayo o 16 de septiembre; es decir, cuando acudían visitantes de los alrededores de la ciudad.

De la Cantolla y Rico era en sí un poema, con todo un ritual para sus ascensiones: un traje especial entallado, color café y azul oscuro, con cachucha de ciclista y al llegar a su máxima altura, desplegaba una bandera obsequiada por la emperatriz Carlota. El espectáculo contó con el entusiasmo de la multitud que le gritaba:

¡Viva el señor De la Cantolla! ¡Viva el águila mexicana! ¡Viva la autonomía de la patria! ¡Viva la libertad de Anáhuac independiente!

La multitud seguía con los ojos el trayecto del viajero y caminaba en dirección al punto del descenso. Casi siempre unos jinetes seguían al galope su llegada a tierra, en ocasiones de lo más accidentada. Alguna vez cayó en un tragaluz, otras en las obras del drenaje o en los lodazales:

El globo se lanzó a las alturas llevando en la barquilla al impertérrito “explorador de los espacios” y cuando ya no pudo subir más, cuando llegó a su máxima elevación quedó el “Moctezuma” en suspenso como las obras del drenaje, y vimos al aeronauta así como del tamaño de una sardina, agitarse en su trono celeste, y darse viento con una banderilla tricolor. El descenso fue solemne. Lleno de majestad casi voluptuosa… ¡Oh! Feliz aeronauta. ¿Dónde cayó?... ¡Qué importa! El señor De la Cantolla y Rico se parece al premio gordo de la lotería en que casi nadie sabe dónde va a caer. Su regreso fue casi un triunfo… las multitudes lo aclamaron, los gendarmes le abrieron valla y él hizo su paseo de gloria montado sobre una jaca vil, y recibiendo el hosanna de toda la turba multa de la plazuela… El domingo fue, pues, para el Salto del Agua, una reminiscencia del domingo de Ramos, con su acompañamiento de globos. [“Cantolla por los aires”, El Popular, martes 4 de julio de 1899]

Además de divertir a la gente con sus ascensiones, De la Cantolla, poseía un espíritu inquisitivo, “científico”. Afirmaba creer en el progreso y pretender el estudio de las capas atmosféricas. Uno de sus descabellados propósitos, fue el subir montado en un caballo, pero se le negó el permiso. Otra aspiración fue la de permanecer en lo alto el tiempo suficiente para tomar sus alimentos, pero tampoco se le concedió esa gracia.

El público no gozaba de este tipo de distracciones con frecuencia. En el transcurso de 1899 habría en total, unas diez, contando las de un norteamericano y una cubana, que puso en crisis el concepto de la feminidad de la prensa católica. Por tales motivos, cada ascensión constituía una novedad y las multitudes nunca decayeron en número.

(Tomado de: Aurelio de los Reyes: Los orígenes del cine en México (1896-1900). Colección Lecturas Mexicanas #61; Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1984)

viernes, 16 de noviembre de 2018

La fiebre del cinematógrafo




Los enviados de los Lumière, C. J. Bon (sic) Bernard y Gabriel Vayre llegaron a México a principios de agosto de 1896 y organizaron una primera exhibición pública el 14 de agosto, exclusiva para algunos grupos "científicos", en el entresuelo de la "Droguería Plateros". Hasta el jueves 27 se hizo la primera exhibición destinada a la sociedad en general. Los empresarios tenían intenciones de efectuar funciones semanarias, pero por el éxito, decidieron hacerlas diarias. En octubre salieron a Guadalajara regresando el mes siguiente a la ciudad de México.

A fines de diciembre se anunciaron las últimas exhibiciones del cinematógrafo en la ciudad de México, y los representantes de los Lumière salieron con destino a Francia a principios de 1897. Sin embargo, las sesiones no se terminaron porque el señor Ignacio Aguirre compró el aparato y continuó con las tandas en el mismo domicilio. En octubre de 1897 se trasladó al número 9 de la calle de Plateros y en noviembre desocupó el local para ir a recorrer la provincia, empezando por la ciudad de Puebla. Hasta el día 26 de noviembre de 1897 la empresa del ingeniero Toscano ocupó el local, adornado con flores para la primera exhibición.

Paralelamente a lo anterior, se habían instalado ya otros salones que exhibían los aparatos de Edison. La competencia iniciada durante estos primeros años, es un reflejo del pleito por la patente del espectáculo entre los hermanos Lumière y Edison, de lo cual resultó una diversidad de nombres empleados para designar a la diversión. La nueva invención resultó una verdadera "gallina de los huevos de oro".

En agosto de 1896 se dio a conocer el proyector de los franceses y al mes siguiente se exhibió en el teatro Orrín el vitascopio de Edison. En Guadalajara éste se conoció antes que llegaran los representantes de Lumière, razón por la cual la empresa tapatía les mostró menor interés. Los problemas técnicos no fueron superados en el teatro Orrín y las funciones se suspendieron no obstante el éxito logrado; en octubre se abrió una pequeña sala en el local de la agencia Edison, donde se exhibían el kinetófono, el kinetoscopio y el kathedoscopio (rayos X). En julio de 1897 se inauguró el cinematógrafo perfeccionado por Edison. Las funciones de estos aparatos continuaron hasta los primeros meses de 1898, fecha en que se dejaron de publicar los anuncios en los diarios. En enero de 1898 se daban funciones de ciclo cosmorama universal y en marzo se presentó un espectáculo similar al que se llamó The Passionscope. El teatro Nacional exhibió el "vitascopio" y parece que esta vez las dificultades técnicas sí fueron superadas.

En abril de 1898 se abrió un salón donde se mostraba el inventó mexicano bautizado con el nombre de aristógrafo, que dejó de exhibirse en junio, otro más denominado cronofotógrafo Demeny -de origen francés- funcionó en el teatro Nacional a partir del mes de octubre.

Ahora bien, con las funciones destinadas a los "grupos científicos" se auguraba que el cinematógrafo sería un espectáculo exclusivo para los altos círculos de la sociedad mexicana. Un detalle muy significativo es el hecho de que el primer salón estuviera en la calle de Plateros, que además de ser el nervio comercial de la metrópoli, se convertía los domingos en el paseo predilecto de los jóvenes decía "buena sociedad".

Las salas de exhibición que se abrieron con posterioridad se ubicaron en lugares más o menos cercanos uno de otro. No trascendieron las arterias del corazón de la ciudad. El kinetoscopio, el kinetófono, el passionscope y el ciclo cosmorama universal, fueron instalados en la calle de la Profesa 6 (hoy Isabel la Católica); el cinematógrafo perfeccionado por Edison, en la calle de las Escalerillas 7 (hoy primera de Guatemala); el aristógrafo, en la calle del Espíritu Santo 1 1/2 (hoy Isabel la Católica) y calle de 5 de Mayo.
 
 Todo parecía vaticinar que el cinematógrafo sería una diversión verdaderamente destinada a un reducido núcleo de la sociedad mexicana.

(Tomado de: Aurelio de los Reyes: Los orígenes del cine en México (1896-1900). Colección Lecturas Mexicanas #61; Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1984)