Sala 4
San Juanico
-¿Recuerda Usted que la Unión Carbide provocó miles de muertos en un lugar de la India, al escaparse gas venenoso? Pues aquí en San Juan Ixhuatepec tenemos una planta de la Unión Carbide, además de otras 35 industrias muy peligrosas.
-Es cierto, y las cinco distribuidoras de gas licuado funcionan a toda su capacidad.
-Dicen que primero se instalaron las fábricas y que luego nosotros, los habitantes de San Juanico, nos fuimos avecindando. Pero nuestro pueblo es muy viejo, con orígenes de antes de la colonia. Ixhuatepec quiere decir Cerro de las Palmeras. Sí, San Juan Bautista Ixhuatepec es más antiguo que Petróleos Mexicanos y que las gaseras y que todo…
El gobierno federal, junto con el del estado de México y la dirección de Pemex se esforzaron por borrar de la historia el drama de San Juanico. Los motivos son obvios: los responsables del siniestro que destrozó al pueblo, en orden de mayor culpabilidad son la dirección de Petróleos Mexicanos (a ella se le notificó oportunamente que el sistema de seguridad de su planta inmediata a San Juanico adolecía de fallas, pero nada hizo para remediarlas), el gobierno federal (la Secretaría de Energía, Minas e Industria Paraestatal, entre otras dependencias oficiales, no se ocupa de sujetar a Pemex a una constante observación, para ponerla en orden cuando peque de negligente, lo que ocurre a menudo) y el gobierno del estado de México (al tanto de que el centro de abastecimiento de Petróleos Mexicanos, situado en San Juan Ixhuatepec, no contaba con la debida atención, el gobernador del Mazo, tras de ocurrir la catástrofe se apresuró a minimizarla y habló sólo de 80 muertos).
En la planta de Pemex destruida estaban almacenados, dentro de enormes pelotas metálicas, millones de barriles de gas en estado líquido, que los gasoductos tendidos desde Azcapotzalco, Poza Rica, Minatitlán y Coatzacoalcos habían transportado. Además, las instalaciones de Pemex se encontraban a corta distancia de las de empresas privadas: Unigas, Gasomático, Gas LP y otras. Con multitud de tanques, siguen donde siempre. A diferencia de la desaparecida planta de Pemex, cuentas con equipos de seguridad, aunque no siempre dignos de confianza [Por insegura fue clausurada la gasera Vel-a-gas… pero no antes de noviembre de 1985. Los rumores sobre peligros que otras empresas establecidas cerca de San Juanico pueden originar, mantienen cada vez más intranquilos a sus moradores].
-¿Qué pasó con los donativos nacionales e internacionales, destinados a la población de San jUan Ixhuatepec? Buen número de indemnizaciones no han sido pagadas, y otras apenas si alcanzan para medio componer las casas que no destruyó el incendio.
-Muchos de nosotros padecemos de insomnio a raíz de la tragedia. Otros, si dormimos, soñamos que el fuego nos corretea y despertamos gritando.
-Un gran número hemos perdido nuestros trabajos, porque la catástrofe nos minó nuestras condiciones físicas.
A eso de las cinco y tres cuartos de la mañana del 19 de noviembre de 1984, una nube de gas escapado de cierta tubería fracturada, en la planta de Pemex (ya muy antigua y que ni siquiera contaba con sistema de alarma), al otro lado de la vía del tren y casi al pie del cerro del chiquihuite por cuyas faldas trepan veredas y jacales, llegó en cosa de minutos a la flama anaranjada del piloto y se incendió. Luego de tremendos estallidos, haciendo temblar las casas, la tierra, se elevaron gigantescos hongos de lumbre y las llamas pudieron verse a kilómetros de distancia. SE quemaron más de diez mil metros cúbicos de gas, 15 tanques de 20 toneladas volaron más de cien metros y una gran cantidad de trozos metálicos cayeron a 1500 metros de distancia. Cuatro salchichas enormes, llenas de gas, desaparecieron entre bolas de fuego.
Ya había en San Juanico gente en las calles, principalmente trabajadores que se dirigían a la carretera México-Pachuca para luego tomar algún medio de transporte. Muchos, en la terminal Indios Verdes, abordaban el metro para incursionar en el Distrito Federal.
-Ese día no tenía trabajo y estaba con una amiga, en uno de los varios moteles que hay en la carretera. Me salvé, porque de haberme quedado en casa de mis padres, aquí en San Juanico, no me vería usted ahora hablándole… La explosión acabó con la casa. Mis padres, mi hermano y mi hermana murieron.
-San Juanico era un infierno, palabra. Las llamaradas corrían por las calles, quemaban gente, achicharraban coches, destruían viviendas.
La primera explosión aniquiló a quienes trabajaban en la planta de Pemex. Siguió una segunda, más terrible, pero la tercera explosión fue peor todavía. Unas salchichas de metal, antes repletas de gas, volaron a cosa de 200 metros de altura y fueron a caer en el pueblo, aplastando casas y matando a sus habitantes.
El total de construcciones arrasadas en San Juan Ixhuatepec pasó de dos mil. Los rieles de la vía del ferrocarril a Veracruz fueron retorcidos por la lumbre.
Hoy separa a la población de la vía férrea un bordo cubierto de césped. Entre él y el Jardín Hidalgo, arreglado después de la catástrofe en lo que viene a ser un centro de San jUanico, antes repleto de viviendas, se pavimentó una nueva calle. Otra divide en dos secciones el parque. Un par más corren a sus lados.
Tan sólo en esa parte del pueblo murieron miles. Podría ser, abiertamente, un cementerio, más ni siquiera una placa puesta en el parque de aspecto agringado, cerca de la primera sección donde están las canchas de fut y básquet y los juegos infantiles; o en la segunda, adornada por una fuente de modelo extranjero, recuerda a los desaparecidos. No hay tumbas ni lápidas ni cruces ni grupos escultóricos funerarios ni epitafios. Y sin embargo aquel bordo se rellenó con el cascajo de las casas arrasadas y también con cenizas y huesos humanos. Allí y en el jardín yacen muchos despojos de niños, de viejas, de muchachas, de abuelos, de jóvenes…
Más aquí a los muertos se les niega todo recuerdo, ningún signo habla del drama como tampoco hay avisos que se refieran a los calcinados en sus hogares, a los destrozados en las banquetas.
-Tantos que nos mandaron ayuda, de muchos lados, del país y de otras nacioes; ¿dónde está quién la guarda?
-La sangre que recolectó el Instituto Mexicano del Seguro Social nos llegó a medias, la mayor cantidad se desvió en operaciones comerciales. Dicen que hasta la exportaron.
-¿Y los alimentos y la ropa y las medicinas?
Se compuso buena parte de San Juanico recurriendo a muchas encaladas, a botes y botes de pintura blanca. Nada indica ahí que el fuego lo haya semidevorado, tampoco hay una seña en memoria de la planta de Pemex: ni siquiera quedan unos trozos de chatarra.
Ya se han hecho viejas y apenas si llaman la atención las pintas: FUERA PEMEX ASESINO, Exigimos Viviendas y no Parque, POLICIA CORRUPTA…
A un buen número de habitantes de San Juanico, que sobrevivieron a la catástrofe pero se quedaron sin casas, los cambiaron al Valle del Anáhuac, donde ocupan construcciones apresuradamente levantadas y cuya mala calidad se hace más patente al paso de los días. Muchos otros de los que salieron lesionados siguen en San Juan.
Otro letrero: SAN JUANICO IGUAL A HIROSHIMA POR LA NEGLIGENCIA DE MARIO RAMON BETETA.
Cuando, en los momentos del desastre, una reportera le preguntó al director de Pemex si esta empresa indemnizaría a los damnificados de San Juan Ixhuatepec, enrojecida la nariz estalló Beteta: “¡Ellos son los que tienen que indemnizar a Pemex, ellos son los culpables!”
Posteriormente, don Mario Ramón, mientras se acariciaba la calva, dejó el asunto así: “En San Juan Ixhuatepec ocurrió un accidente”.
-Aquí hubo miles de muertos; sin embargo vea: todo está blanco y limpio, no hay casas derruidas ni sombras que murmuren. Pero su olfato no le mentirá: el aire apesta a gas. Y otra cosa: Pemex, calladamente, a 400 metros al noreste de su instalación destruida, ha puesto en funcionamiento una planta de diesel, gasolina y combustóleo. Además: no ha dejado aquí de surtir a las gaseras.
Marcelo moreno, jefe del Comité de Habitantes de San jUan Ixhuatepec que ha pretendido, sin resultados, hacer llegar la ayuda internacional y extranjera enviada a los damnificados precisamente a ellos, lograr que se les indemnice y que se mantenga la atención médica a quienes la requieran, encabezó la marcha a la Secretaría de Gobernación para presentar tales demandas el 28 de febrero de 1985.
Después de la manifestación, quienes participaron en ella abordaron autobuses. Apenas habían echado a andar, fueron interceptados por patrullas policiacas. Los uniformados echaron bombas de gas lacrimógeno al interior de los vehículos para hacer que se apearan sus ocupantes, a los cuales agredieron a macanazos. Golpeándolo, Moreno fue subido a una camioneta y llevado a una ergástula donde, sin ropas y a oscuras, casi en ayunas, estuvo dos semanas. Lo soltaron muy maltratado (sufrió la rotura del tabique nasal y del brazo izquierdo) y llegó manchado de sangre y en cueros a su casa. Luego anunció a la prensa que seguiría luchando por su gente. Desaparecido de nuevo, muy poco ha vuelto a saberse de su suerte.
El rumbo cardenista, esencialmente revolucionario, se torció a la derecha con su sucesor (desde la campaña presidencial, Manuel Ávila Camacho advirtió que él era creyente; es decir: católico). Afloró la característica inconfundible de un gobierno reaccionario: el gusto por la represión. Y ese gusto se ha ido acentuando al rodar de los sexenios, después del de aquel gordo mantecoso.
Por tanto, de un gobierno más retrógrado que el de José López Portillo; un gobierno proyanqui, servil a los empresarios y completamente antidemocrático, nada bueno cabe esperar en relación con el drama, y sus efectos, de San Juanico. (Un drama que se magnificaría diez meses más tarde, al zarandearse la tierra del Distrito Federal).
Gobierno represor, torturador y asesino.
Rodean al parque Hidalgo de San jUanico banquetas de adoquín rojizo, en cuyas orillas se suceden esbeltos farolitos pintados de negro. Cerca de la fuente, doña Angelina Molina, madre de cinco niños y con embarazo de seis meses, hace que una de sus hijitas se levante la blusa por detrás y me muestre la espalda y los hombros: están horriblemente quemados. En los muslos de su hermanito, que la acompaña, el fuego dejó feas cicatrices.
-En este parque había vecindades -recuerda doña Angelina-. Nadie de los que las ocupaban, al ocurrir el incendio, salvó su vida. Todas las viviendas se quemaron.
Pemex no instala centros de abastecimiento de gas en los Jardines del Pedregal o en los Bosques de las Lomas o en parecidos barrios oligárquicos: para ello prefiere zonas proletarias. Pero, como si no le bastara con arruinarlas tras de un accidente, aplaude al gobierno si en ellas ejerce su fobia a la autogestión del pueblo: nada debe opacar a su poder. Por ello, se impide que surjan grupos de defensa independientes y estorba el socorro a los damnificados que no se canalice oficialmente.
Ocurrió una tragedia atroz en San Juan Ixhuatepec, más de ella no queda memoria en ningún monumento. El pueblo es una fosa común cubierta de blanco que se hunde en el olvido.
Allí no pasó nada.
(Tomado de: Nikito Nipongo [Raúl Prieto Río de la Loza] - Museo Nacional de Horrores. Ediciones Océano, S. A. México, D.F., 1986)
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