miércoles, 10 de abril de 2019

Valses, polkas y mazurcas



Otras formas de origen extranjero se instalaron en el país, aclimatándose y transformándose según el peculiar sentir de los compositores nacionales. Entran en ese grupo en especial las formas bailables; la polka de origen checoslovaco, la mazurca y la redova polacas, el vals vienés, el schottisch, o chotis, y la galopa.


Entre todas ellas, habría que mencionar en primer lugar al vals, cuya irresistible popularidad se prolongó por más de seis décadas. El vals había llegado a México hacia 1815 en medio de grandes censuras y anatemas de la Iglesia. Pronto se convirtió en una de las formas más socorridas por los compositores de varias generaciones. Una vez en México y a pesar de conservar los elementos tradicionales de la forma, se transformó y evolucionó a tal grado que podría hablarse de un específico vals mexicano, que puede distinguirse grosso modo por sus tiempos pausados, su carácter lánguido y su apagado brillo instrumental. Si se le compara con el explosivo vals vienés, destaca el carácter más íntimo de sus melodías y cierto clima más de añoranza que de vitalidad rítmica. Es posible encontrar ejemplos muy antiguos de valses mexicanos. Tomás León (1826-1893) es autor de algunos tímidos ejemplos que podrían considerarse como valses. Sin embargo, y no sin razón, se sitúa la culminación del vals mexicano al mismo tiempo que el apogeo de la “tranquilidad” y “grandeza” porfirianas, aunque bien es posible hallar ejemplos de valses notables antes de don Porfirio y más allá de 1920.





Dios nunca muere del oaxaqueño Macedonio Alcalá fue escrito en 1869, en plena Intervención francesa; el internacionalmente famoso Sobre las olas de Juventino Rosas es de 1891. Río rosa y Recuerdo de Alberto M. Alvarado fueron compuestos en 1902, en tanto que Ojos de juventud de Arturo Tolentino en 1923. Los últimos resabios de la sensibilidad porfiriana desaparecieron lentamente; Morir por tu amor de Belisario de Jesús García, fue publicado en 1926.








Otro género privilegiado por la sociedad porfiriana fue la polka; la célebre Las bicicletas de Salvador Molet se sitúa alrededor de 1896. El diablito, de Carlos Curti, en 1901, y Las mandolinistas, de Jacinto Osorio, en 1896. El carácter jocoso, el ritmo excesivamente marcado y un tanto rudo, corrieron con tal suerte que a partir de Jesusita en Chihuahua, de Quirino Mendoza (1859-1957), la polka es considerada como un género distintivo de las regiones norteñas.





(Tomado de: Moreno Rivas, Yolanda - Historia de la Música Popular Mexicana. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Alianza Editorial Mexicana. México, D. F., 1989)

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