miércoles, 4 de abril de 2018

Conchita Jurado o Carlos Balmori

 
Las increíbles bromas de Conchita Jurado

Por: Fernando Martí



El mejor día en la vida del licenciado Gabriel Martínez Montes de Oca fue también el peor. Los hechos tuvieron lugar en el casino militar de la ciudad de México, una noche de mayo de 1927.

Durante toda su vida adulta Martines Montes de Oca había soñado con irse a vivir al Oriente misterioso. El día en cuestión creyó tocar su sueño con las puntas de los dedos: el excéntrico millonario español Carlos Balmori le ofrecía nombrarlo se representante personal en Japón con una dotación de 10 millones de pesos oro para gastos iniciales.


-¿Cómo ha dicho usted? -rugió Balmori- ¿Se ha atrevido a llamarme "gachupín infecto"? ¡Esa ingratitud y esa impertinencia le costarán la vida!


Chaparrito y esmirriado, de anteojos y bigotazos, siempre enfundado en largo gabán y tocado con enorme sombrero, Carlos Balmori no inspiraba mucho respeto por su figura -pero su fama generaba terror. Se sabía que el multimillonario (cuya fortuna equivalía a la decRockefeller) era excéntricamente generoso con sus amigos pero que también solía ser cruel y hasta sádico con quienes osaban desafiarlo. Todo México sabía que el gran Balmori jamás aceptaba un no por respuesta y que no escatimaba ingenio ni dinero para hundir a sus enemigos en la ignominia.



La aparición


-No acepto excusas-cortó Balmori los incoherentes balbuceos del licenciado Martínez Montes de Oca-. De inmediato designaré a mis padrinos. Después de la primera reunión con la parte contraria, los padrinos de Martines Montes de Oca volvieron con caras fúnebres:


-Balmori exige duelo a muerte -explicaron-.


A los pocos minutos, llegó un visitante inesperado: un famoso ebanista comisionado por Balmori para tomar las medidas de Martinez Montes de Oca y construirle esa misma noche el ataúd más lujoso jamás visto en México (y que Balmori pagaría). Las lágrimas estallaron en los ojos del infortunado. -¿Qué he hecho yo, qué he hecho...? - se atragantaba.


En ese instante se abrió la puerta y apareció Balmori: Nada, mi querido licenciado; usted no ha hecho nada. Solo estábamos haciéndole puerquito para que ingrese en nuestro círculo de balmoreadores. ¡Bienvenido!


Balmori se arrancó los bigotes postizos, se quitó el sombrero y el gabán y, matertnalmente besó a Martinez Montes de Oca en la mejilla izquierda. -Mi verdadero nombre es Conchita Jurado -confesó.


Conchita Jurado había nacido el 2 de agosto de 1865. En 1927, cuando Martines Montes de Oca fue balmorizado, era ya una dulce anciana de 61 años. Su sexo, su edad, su natural simpatía y lo frágil de su apariencia (medía 1.45 de estatura y pesaba 45 kilos) la libraron de ser asesinada por alguna de sus víctimas.


Martínez Montes de Oca fue uno solo entre más de 200 mexicanos destacados a quienes esta mujer primero balmoreó y luego balmorizó (es decir, convirtió en cómplices sedientos de vengarse en un tercero).


Desde la niñez Conchita dio pruebas de tener un talento histriónico devastador. Siendo adolescente, se disfrazó una vez con ropas de muchacho y engañó a su propio padre: se presentó a pedirle la mano de su hemana mayor y ya estaba por conseguirla cuando apareció la hermana y declaró que nunca antes había visto a aquel mequetrefe.


Su arte la absorbió a tal punto que ni tiempo tuvo para casarse. En vez de salir a ver aparadores como una chica normal, se iba a la Merced disfrazada de busca pleitos y, puñal en mano, asustaba a transeúntes despavoridos. Otras veces llegada de Europa en busca de marido, lograba intaciones, encendidas declaraciones y regalos deslumbrantes. Así comenzó a refinar sus técnicas para la obra que sería la culminación de su vida: la creación de Carlos Balmori.




Multifacético


A la muerte de sus padre Conchita, ya solterona, se fue a vivir a una vecindad de la calle de Cuauhtemotzín. No tenía nada en el mundo excepto un creciente grupo de amigos, los primeros balmoreadores. Entre ellos había varios periodistas que desde sus diarios respaldaban los inventos de Conchita.


Así cobró vida Balmori, un personaje escurridizo, misterioso, omnipresente. Un cronista de sociales escribió que no sólo era multimillonario industrial y financiero sino también noble, descendiente directo de los condes de Balmoral y compadre de Alfonso XIII, del zar Nicolás, de John Rockefeller, de Thomas Alva Edison y de Pofirio Díaz.


Otro plumífero escribió que Carlos Balmori tenía en su palacio de Coyoacán una prodigiosa alberca eléctrica, regalo que le había hecho su compadre Thomas Alva Edison.


En los círculos elegantes las andanzas de Balmori eran la comidilla de los insaciables. Balmori era al mismo tiempo una asceta que se retiraba al desierto a meditar y un lujurioso que hacía danzar un ballet de adolescentes desnudas en su palacio de Coyoacán. Era un filántropo que con sus millones fletaba 12 navíos cargados de alimentos para las víctimas de un terremoto en Pakistaní, un anciano que compraba con cheques de 5 cifras los favores de tal o cual niña de sociedad y un pirata internacional, dueño de plantaciones de opio en Turquía, de lenocinios en Marsella, de bancos en Londres y de fábricas clandestinas de licor en el Chicago de la ley seca.



Orgías eléctricas

Todo mundo se desvivía por ser presentado a Balmori. Muchos lo lograban. La filosofía fundamental de las balmoreadas era que todo mortal tiene un precio, que toda virtud está en venta y que la desgracia ajena es el único consuelo que permite seguir viviendo con la ignominia propia.


La relación de las mejores balmoreadas abarcaría un libro (de hecho, el doctor Luis Cervantes Morales, secretario personal, médico de cabecera y uno de los inventores de Carlos Balmori, publicó en 1960 un copioso libro de recuerdos).


El mecanismo era siempre parecido. Los balmoreadores, ojos, oídos y servicio secreto de Conchita, seleccionaban un candidato: por ejemplo, un diputado que venía soñando desde meses atrás con asistir a alguna de las orgías que, se decía, organizaba Balmori con un grupo de alumnas de una elegante escuela de monjas en su alberca eléctrica de Coyoacán.


 De pronto, un prominente burócrata le brindaba la oportunidad.

-Debemos concentrarnos en casa del mayordomo de Balmori, en la calle de Cuauhtemotzín, donde el magnate enviará por nosotros-.


Cuando el grupo estaba reunido, el propio Balmori hacía su entrada sorpresiva. Era un hombre impulsivo, infalible juez instantáneo de caracteres fofos y que sufría, además, repentinos ataques de generosidad. Llevaba a un lado al diputado y le hablaba en tono urgente:


-Diputado, mis investigadores me dicen que usted es el hombre mejor capacitado en México para el puesto de entrenador erótico de mi ballet de jóvenes. Yo le pagaría a usted 50,000 pesos mensuales, aquí tiene usted 100,000 a cuenta; es un cheque contra el Banco de Montreal, y le daría una residencia cercana a mi palacio de Coyoacán. Por favor, no me diga que no.


El diputado no podía decir que sí ni que no; simplemente, perdía el habla.


-De paso, diputado -agregaba Balmori-, espero que el lunes vote usted en contra de ese ridículo proyecto del presidente. Con su voto el rechazo quedará asegurado.

El diputado era un protegido del presidente en cuestión y votar en la cámara en su contra sería su ruina moral y política. Pero decía: -¡Acepto!

Entonces Balmori se palpaba el pecho:

-Mi fistol? ¿?Dónde está mi fistol? ¡De este cuarto no saldrá nadie hasta que no aparezca mi fistol...!

Todo mundo conocía el fabuloso fistol de Balmori (que Conchita había comprado en la Lagunilla por 50 centavos). Se trataba de un regalo póstumo del difunto zar Nicolás a su compadre Balmori. Por peso y tamaño, decían los "conocedores", era el segundo diamante del mundo, pero por pureza de la luz y belleza del tallado la joya era la primera.




Los balmoreados

Balmori siempre andaba acompañado de fornidos guardaespaldas, a veces altos jefes de la policía o del ejército que habían sido previamente balmoreados. Tras breve búsqueda, el increíble diamante aparecía entre las ropas del diputado. El político era acorralado, convicto de robo y traición, venalidad, lascivia y codicia. Para la próxima balmoreada sería ellas diligente de los cómplices...


Con diversos señuelos fueron balmoreados, entre otros muchos, el entonces secretario de gobernación del DF, licenciado Enrique Delhumeau; el famoso empresario del toreo, Jesús Luna y Echegaray; el general Antonio Macedonio, jefe del 50 batallón de infantería (quien poco después se levantó en armas contra el gobierno y, por sus pistolas, obligó a un banco a pagarle el cheque falso que le había dado Balmori); el inspector general de policía Valente Quintana; el jefe del departamento jurídico de la Secretaría de Salubridad, Enrique Morales; el diputado Jorge Meixueiro, quien años después, por motivos que nada tuvieron que ver con Balmori, se suicidó en pleno recinto de la Cámara; los toreros Rodolfo Gaona y José Ortiz; y hasta, se asegura, el secretario de Educación Juan Marcos Peón Altamirano; el jefe del Departamento del DF, José Manuel Puig Casauranc y los presidentes Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles.


Balmori consiguió que hombres casados aceptaran divorciarse para contraer nuevas nupcias con la supuesta sobrina y heredera del magnate. Hizo que hombres con fama de honestos consintieran en presentarle a sus esposas a cambio de un alucinante cheque contra el Banco de Montreal. Logró que generales prominentes juraran traicionar a la patria, que políticos de renombre entraran en las más ruines maquinaciones, que policías se juramentaran para delinquir y jueces para prevaricar.



Menos la Inmortalidad

Por 3 veces Balmori consiguió, incluso, que conocidas damas aceptaran casarse con él por su dinero, y las respectivas ceremonias se efectuaron con todos los detalles, ante supuestos jueces y notarios. Cuando se revelaba la verdad las mujeres lloraban desconsoladamente, más por los millones esfumados que por el hecho de haberse casado con una fémina.

Todo se compra, todo se vende, menos la inmortalidad. Conchita Jurado y Carlos Balmori murieron a las 4 de la tarde del 27 de noviembre de 1931, sin un centavo en la bolsa, tal como habían vivido. Descansan en el panteón civil de Dolores, en una tumba sarcásticamente decorada con azulejos que tienen pintadas las mejores hazañas de Balmori.



(Tomado de: Contenido ¡Extra! Mujeres que dejaron huella. Primer Tomo. Editorial Contenido, S.A. de C.V. México, D.F., 1998)

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