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domingo, 10 de noviembre de 2019

Cuauhtémoc

Debió nacer en Tenochtitlan hacia 1496. Hijo de Ahuíxotl, su filiación materna es imprecisa: unas fuentes señalan como su madre a Cuauyatitlali, princesa chontal, (del actual estado de Guerrero), y otras a la princesa tlatelolca Tlilalcápatl. Del náhuatl cuahutli, águila, y temoc, que baja, Cuauhtémoc significa “águila que desciende”, modo de aludir al sol (cuyo atributo era el águila) en el lapso en que declina del cenit al poniente. En 10 tochtli (1502) murió Ahuízotl y Cuauhtémoc quedó huérfano de padre, debiendo su madre atender a la educación del príncipe. “Desde los 3 años -dice el Códice Mendocino- se instruía al varón mexica en la obediencia, la laboriosidad, la devoción a los dioses y la sobriedad, con tal rigor que los métodos eran duros y no pocas veces crueles. La educación superior estaba reservada a los hijos de los militares y sacerdotes y se impartía en el Calmécac, establecimiento exclusivo y riguroso”. A los 15 años Cuauhtémoc debió ingresar al Calmécac. En esa escuela endureció su cuerpo en las prácticas más severas: durmió en el suelo para mortificar la carne, padeció ayuno y permaneció en vigilia para observar el tránsito de las estrellas o para bañarse en el frío estanque del recinto sagrado a la medianoche. Allí también fue iniciado en los secretos de su religión, en la astronomía y en la ciencia de su calendario. No se conocen con certeza las batallas de la época de Moctezuma II en que haya participado para alcanzar el grado de Tlacatecuhtli, o sea jefe supremo; pero debió acompañar al ejército azteca en sus incursiones al sur y en las guerras floridas de Tlaxcala.

en 1 Acatl (1519), año de la profecía de Quetzalcóatl, Hernán Cortés y su hueste tocaron suelo mexicano. Los emisarios de Moctezuma, enviados a la costa, regresaron con la descripción de los invasores: “De puro hierro se forma su traje de guerra, con hierro se visten, con hierro se cubren la cabeza; es de hierro su espada, su arco, su escudo…; vienen encima de ciervos y tienen, de este modo, la altura de los techos. Sólo sus rostros están visibles, enteramente blancos… y sus perros, muy grandes, con orejas plegadas, con lenguas colgantes, con ojos de fuego, salvajes como demonios, siempre jadeantes, moteados como de jaguar moteado”. Moctezuma dijo: “Entiendo que es el dios que aguardamos, Quetzalcóatl; este trono y silla y majestad suyo es, que de prestado lo tengo…” y entregó la ciudad a los españoles. Solo unos cuantos, especialmente Cuauhtémoc y Cuitláhuac, no creyeron en la supuesta divinidad de los intrusos. Estos encadenaron a Moctezuma, tendieron una celada a Cacama, aprehendieron a Cuitláhuac, quemaron vivo a Cuauhpopoca, saquearon los templos y palacios, y derrumbaron los ídolos.

El 20 de mayo de 1520 Cortés salió rumbo a Cempoala para detener a Pánfilo de Narváez. Pedro de Alvarado, que había quedado al frente de la guarnición en Tenochtitlan, arremetió en junio contra los indios nobles reunidos en el templo mayor y consumó una bárbara matanza. Este hecho provocó la sublevación popular. Los mexicanos atacaron a los españoles, les pusieron sitio en su cuartel y les cortaron las provisiones. Cuauhtémoc, al frente de un ejército, avanzó desde Tlatelolco, arrolló a Ordaz que le salió al paso con 400 arcabuceros y ballesteros, y aún desbandó a la tropa de Cortés, que venía de regreso. Las embestidas indígenas arreciaron durante los días siguientes. Cortés pidió a Moctezuma que impusiera paz y éste exhortó a sus súbditos, protegido por los escudos de los invasores, para que depusieran las armas; pero de la multitud surgió la voz de Cuauhtémoc, quien dijo en alto: “¿Qué dice éste bellaco de Moctezuma, mujer de los españoles, que tal puede llamarse, pues con ánimo mujeril se entregó a ellos de puro miedo y asegurándose nos ha puesto a todos en este trabajo ? ¡No le queremos obedecer porque ya no es nuestro rey, y como a vil hombre le hemos de dar el castigo y pago!”; y diciendo esto le tiró tal pedrada que lo derribó bañado en sangre. Los españoles decidieron entonces salir de México; pero en su huida, especialmente en la cortadura de Acalotlipan (Puente de Alvarado) y desde ahí hasta Popotla, fueron batidos, y deshechos los tlaxcaltecas que los acompañaban. A esta Noche Triste (30 de junio de 1520) siguió la retirada de Cortés a Los Remedios y después hacia Tlaxcala, donde buscó refugio.

Muerto Moctezuma (a consecuencia de la pedrada o asesinado por los españoles), el consejo indígena eligió a Cuitláhuac como señor de los mexicanos; a los 80 días de duelo por el fallecimiento de su antecesor, según el rito, fue entronizado (7 de septiembre), pero el 25 de noviembre murió víctima de la la viruela, enfermedad traída a México por un negro de la expedición de Narváez. Cuauhtémoc gobernó de hecho hasta enero de 1521 y ascendió después al trono al término del año indígena, durante los nemonteni, o cinco días aciagos. Enterado de que Cortés pensaba poner sitio a Tenochtitlan, organizó al ejército y al pueblo, ofreció quitar los tributos a sus vasallos, hizo salir de la ciudad a los inútiles, fortificó la plaza, destruyó los puentes y mandó armar 5 mil barcas. El conquistador, a su vez, ya repuesto, construyó bergantines en Tlaxcala y los transportó desarmados hasta el lago de Texcoco; destruyó a fuego la flota enemiga, cortó el acueducto y puso sitio a la ciudad.

Los aztecas defendieron tenazmente sus posiciones durante 75 días, del 30 de mayo al 13 de agosto de 1521, hasta que quedaron reducidos al islote de Tlatelolco, diezmados y hambrientos. En el último instante, Cuauhtémoc trató de poner a salvo a su familia en una canoa, pero fue apresado por García Holguín y llevado ante Cortés. “Señor Malinche -le dijo-: ya he hecho lo que soy obligado en defensa de mi ciudad y no puedo más, y pues vengo por fuerza ante tu persona y poder, toma ese puñal que tienes en el cinto y mátame luego con él”. El vencedor lo mantuvo prisionero y días después el tesorero Alderete, en Coyoacán, le aplicó aceite hirviendo en los pies para que confesara dónde había ociultado el tesoro de Moctezuma. Soportó el tormento con estoicismo y aun pudo reprender al señor de Tacuba, que se quejaba: “¿Estoy yo acaso -le dijo- en un deleite a baño?

En 1524 Cortés llevó consigo a Cuauhtémoc a la expedición de las Hibueras y el 26 de febrero de 1525, dando oídos a un rumor de sedición, mandó matarlo, junto con otro de los señores que lo acompañaban (acaso Cohuanacoxtzin, de Texcoco) y el fraile Juan de Tecto, según la interpretación que Jospe Corona ha hecho de la lámina CXXXV del Códice Vaticano Latino 3738. El lugar de la ejecución pudo ser Xicalango. v. Antigüedades de México basadas en la recopilación de Lord Kingsborough, estudio e interpretación de José Corona Núñez (1964).

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen III, Colima - Familia)

martes, 5 de noviembre de 2019

Hernán Cortés



Nació en Medellín, Extremadura, y murió en Castilleja de la Cuesta, ambas en España (1485-1547). Fue hijo del capitán Martín Cortés y de Catalina Pizarro Altamirano, ambos de ascendencia noble, aunque de escasa fortuna. A los 14 años de edad pasó a Salamanca, para estudiar latinidad y jurisprudencia, pero en dos años que allí estuvo apenas aprendió la primera y tuvo cierta práctica jurídica al lado de un escribano. Vagó después un año por el camino de Valencia y regresó pobre y urgido a Medellín, ya con la resolución de probar fortuna en América. Sus padres le dieron la licencia y el dinero para el viaje. En 1504 se embarcó en San Lucar de Barrameda, en una nave de Alonso Quintero, con destino a La Española (Santo Domingo), donde gobernaba Nicolás de Ovando, un pariente suyo. Participó en las campañas contra los indios de Amihuayahua y Guacayarima, y luego obtuvo una encomienda y la escribanía del ayuntamiento de Azúa, villa recién fundada. Vivió en paz y con holgura 6 años, hasta que en 1511 acompañó al capitán Diego Velázquez a la conquista de Cuba. En premio de sus servicios recibió en encomienda los indios de Manicarao, se estableció en Santiago de Baracoa y fue el primer español que tuvo hato y cabaña en el oriente de la isla. 
Por ese tiempo un compañero suyo, Juan Juárez, llevó desde Santo Domingo a Cuba a su madre y a tres hermanas, a una de las cuales, Catalina, la Marcaida, galanteó Cortés, resistiéndose después al matrimonio. Este incumplimiento y su carácter pendenciero le concitaron la animosidad de Velázquez, que amaba a otra hermana de Juárez y quien acabó por ponerlo preso. Tras una fuga y otras aventuras, al fin contrajo nupcias con Catalina y obtuvo de Velázquez el nombramiento de alcalde de Santiago, puesto que desempeñaba en 1518. 
En ese y en el año anterior los viajes de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva revelaron la existencia de nuevas tierras al oeste, pobladas por indígenas de una cultura superior y ricas en oro y plata. Deseoso de extender los dominios del rey, el gobernador Velázquez organizó una tercera expedición y puso al frente de ella a Cortés, con quien arregló el negocio por escritura del 23 de octubre de 1518, otorgada ante Alonso de Escalante. Las instrucciones se reducían a buscar a Grijalva, explorar el país descubierto, tomar posesión de él, obtener oro, imponer la fe y rescatar a unos cautivos cristianos de que se hablaba. Tras rápidos preparativos, Cortés zarpó de Santiago el 18 de noviembre e hizo escalas en Trinidad y La Habana para proveerse de bastimentos, pertrechos y hombres. Velázquez sospechó una posible defección de Cortés y trató de detenerlo, revocándole la licencia, pero éste abandonó la isla, ya en actitud de franca rebeldía, el 18 de febrero de 1819. Unos días más tarde tocó Cozumel e inició así su mayor hazaña, que culminaría el 13 de agosto de 1521 con la toma de México-Tenochtitlan.
La capital del imperio azteca quedó arrasada y Cortés fijó su residencia en Coyoacán. Allí fueron a sometérsele muchos señores indígenas, entre ellos el monarca de los tarascos. El monto del botín, que a muchos de los de su hueste pareció irrisorio, hizo que permitiera el tormento que Julián de Alderete aplicó a los señores de México y de Tacuba, a quienes por ese medio se trató de obligar a que revelaran el paradero de los tesoros perdidos. Para atraerse el favor de Carlos V, le envió el conquistador la quinta parte de lo conseguido, primero con Antonio de Quiñones, que murió en ruta, y luego con Alonso de Ávila, que cayó prisionero de los franceses; pero que pronto repuso con el tesoro que al fin puso Diego de Soto en manos del rey de España. Mientras tanto, Velázquez, contando con el apoyo del Obispo de Burgos, consiguió que se enviase al gobernador Cristóbal de Tapia, con orden de quitar el mando a Cortés y conducirlo preso a la corte; pero como tales instrucciones no eran directas del emperador, los comisionados de Cortés lo convencieron de que se reembarcara, contentándolo con comprarle los caballos y negros que había traído (diciembre de 1521). Al fin triunfaron las gestiones del duque de Béjar y otros amigos del conquistador, y el 15 de octubre de 1522 se nombró a Cortés, desde Valladolid, gobernador y capitán general de la Nueva España, se prohibió a Velázquez intervenir en los asuntos de ésta y se levantó el embargo sobre el oro y otros bienes remitidos a Martín Cortés. Por entonces se decidió reconstruir la capital en el mismo sitio en que había estado, muy a pesar de los inconvenientes de su situación lacustre, aunque referida ahora a una traza española. En noviembre de 1522 murió Catalina Juárez, quien poco antes había llegado a Nueva España.
Apenas consumada la caída de México-Tenochtitlan, quiso Cortés que se emprendiera la exploración de territorios más remotos: entre otros, Juan Álvarez Chico, Alonso de Ávalos y Gonzalo de Sandoval penetraron al occidente; Francisco de Orozco y Pedro de Alvarado viajaron al país de los zapotecos: el propio Alvarado fue enviado después a la conquista de Guatemala (1523) y Cristóbal de Olid, por mar, a la de Honduras (principios de 1524). Éste último, seducido por Velázquez, gobernador de Cuba, traicionó a Cortés, quien primero envió contra él a Francisco de las Casas y luego fue personalmente en su busca. Salió de México en octubre de 1524 con un lucido y fuerte acompañamiento y llevándose por precaución a Cuauhtémoc y otros señores vencidos. Dejó en la capital, encargados del gobierno, al tesorero Alonso de Estrada, al contador Rodrigo de Albornoz y al licenciado Alonso de Zuazo. Alcanzó sin mayores dificultades la desembocadura del río Coatzacoalcos, pero de allí en adelante los expedicionarios tuvieron que atravesar ríos caudalosos, abrirse paso en la selva, transitar por áspero pedregales, salvar pantanos, tender puentes y sufrir el ataque de las plagas tropicales. En Izancanac o Xicalango, temiendo una conspiración de los jefes cautivos, hizo colgar de una ceiba a Cuauhtémoc y a Cohuanacoxtzin, señor de Texcoco; y de un bastidor de madera, al fraile franciscano Juan de Tecto. Estas muertes ocurrieron el martes de carnaval 26 de febrero de 1526. Cuando llegó a Naco encontró que ya el desertor había muerto a manos de las Casas; auxilió a los colonos de Trujillo y aun quiso explorar un estrecho en Nicaragua, pero las noticias que recibió de México (el alzamiento de Gonzalo de Salazar y Peralmíndez Chirinos contra los oficiales reales) lo movieron a emprender el regreso. Viajó por mar a La Habana (donde ya había fallecido Velázquez) y de ahí a Veracruz (24 de mayo de 1526). En México una insurrección popular depuso a los usurpadores y él entró a la ciudad en julio.
Durante su expedición a las Hibueras (Honduras), su secretario Juan de Rivera consiguió que se otorgara a Cortés el tratamiento de don, se le nombrara adelantado de la Mar del Sur y se le dieran el hábito y las armas de Santiago, comprometiéndose por él a entregar a la corona 200 mil pesos en año y medio; pero a la vez que se le conferían esos privilegios, las acusaciones de sus enemigos aumentaban, de modo que se dispuso abrirle juicio de residencia. El 2 de julio de 1526 llegó a México el juez Luis Ponce de León, asumió el gobierno el día 4 y murió el 20, sospechándose que Cortés mandó envenenarlo. Antes de fallecer, dejó al mando al licenciado Marcos de Aguilar, inquisidor del Santo Oficio, quien a su vez murió 7 meses después, siendo sustituido por el tesorero Alonso de Estrada. Este desterró de la capital a Cortés, quien primero se mudó a Coyoacán y luego a Texcoco, para finalmente pasar a España y exponer sus quejas. Carlos V lo recibió con honores, le concedió el título de marqués y le cedió vasallos y posesiones. y le confirmó el cargo de capitán general (6 de julio de 1529), pero no le devolvió el gobierno político, pues desde 1528 se había instalado la primera Audiencia, presidida por Nuño de Guzmán e integrada por enemigos suyos. Cortés consiguió en Roma, por conducto de su enviado Juan de Rada, el patronato perpetuo del Hospital de la Purísima Concepción, después llamado de Jesús. Por esos días contrajo nupcias con Juana de Zúñiga, hija del conde de Aguilar y sobrina del conde de Béjar. Entre las joyas que regaló a su esposa estaban 5 esmeraldas valuadas en 100 mil ducados. La Audiencia, mientras tanto, le siguió el juicio: se le acusó de intentar alzarse con la tierra, de haber defraudado a la corona menguando el quinto real, de haber desobedecido las instrucciones que trajeron Narváez y Tapia, y de haber asesinado a Catalina Juárez, Ponce de León y Garay.
Sin embargo, el proceso no tuvo mucho efecto en España, donde pesaban más sus relevantes servicios, y regresó a Veracruz el 15 de julio de 1530, en compañía de su madre, su esposa y una numerosa comitiva. Pasó a Tlaxcala y Texcoco, pero no entró a México por habérselo prohibido la emperatriz para evitar fricciones con la Audiencia. Al cambio de los miembros de Ésta y mientras se precisaban los límites territoriales del marquesado, se retiró a Cuernavaca para administrar sus vastas haciendas y planear, en su carácter de adelantado de la Mar del Sur, nuevas exploraciones y conquistas en el Océano Pacífico. La primera la envió a las Molucas, confiada a Álvaro de Saavedra; la segunda, en 1532, zarpó de Zacatula, al mando de Diego Hurtado de Mendoza, que pereció; la tercera, en 1533, terminó con la muerte de Diego Becerra, a manos del piloto Ortún Jiménez, descubridor casual de California; la cuarta, en 1535, la dirigió él mismo hasta La Paz y el golfo que lleva su nombre, después de haber rescatado en Chametla un navío que fue tomado por Nuño de Guzmán; y la quinta, en 1539, a cuyo término Francisco de Ulloa descubrió el litoral occidental de la península. 
en 1540 tuvo serias diferencias con el virrey Antonio de Mendoza, pues creyó que la expedición terrestre al norte de Sonora, en busca de las míticas ciudades de Quivira y Cíbola, invadía sus derechos sobre la Mar del Sur. Viajó a España para quejarse ante Carlos V, pero esta vez no fue atendido, a pesar de que se unió a las fuerzas del emperador en la desafortunada campaña contra Argel (1541). En Sevilla tuvo otro grave disgusto al ver frustrado el matrimonio de su hija María con Álvaro Pérez Osorio, hijo del marqués de Astorga. Decepcionado y enfermo, testó el 12 de octubre de 1547, en Sevilla, ante el escribano público Melchor de Portes; se retiró a Castilleja de la Cuesta y murió el 2 de diciembre de ese año, a los 63 de edad.
De su matrimonio con Juana de Zúñiga, dejó Cortés un hijo (Martín) y 3 hijas (María, Catalina y Juana). Tuvo además 5 bastardos: Catalina Pizarro, de una india cubana; Martín, de Marina; Luis, de Elvira de Hermosillo; Leonor, de Tecuichpochtzin o Isabel Moctezuma; y María, de otra india noble. Su cadáver se depositó en el sepulcro de los duques de Medina Sidonia, extramuros de Sevilla, y después se trajeron sus huesos a la Nueva España. Estuvieron en la iglesia de San francisco de Texcoco hasta 1629, en que por disposición del virrey marqués de Cerralvo se trasladaron a la capilla mayor de San Francisco de México. De ahí pasaron, en tiempos del virrey Revillagigedo, a un sepulcro que se construyó en la iglesia del Hospital de Jesús, pero en 1823, ante el temor de que la plebe lo profanara, se ocultó en secreto la urna que contenía los restos. Estos fueron hallados, en un muro del propio templo, en 1946. El conquistador fue cronista de sus propias acciones, pues escribió 4 Cartas de Relación a Carlos V (1520, 1522, 1524 y 1526). 






(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen III, Colima - Familia)

lunes, 26 de noviembre de 2018

Política exterior, Centroamérica 1895

 
 
En la época de Manuel González surgieron conflictos con Guatemala ocasionados por la política hegemónica de Justo Rufino Barrios. Este, sin embargo, tuvo en su momento que ceder, pero mantuvo mientras vivió un vivo interés por solucionar el supuesto problema fronterizo entre los dos países.

Sus sucesores en el poder, menos dotados que Barrios y más desconfiados de México, Manuel Lizandro Barillas, José María Reyna Barrios y Manuel Estrada Cabrera, defendieron con obstinación sus posiciones; aun siendo liberales, consideraron que la administración liberal mexicana apoyaba a sus enemigos los conservadores para obtener beneficios y favorecer la anexión de Centroamérica a México. El apoyo que México encontró en Costa Rica y en El Salvador, que se sentían defendidos de la hegemonía expansionista de Guatemala, nos predispuso con Guatemala, aun cuando en ocasiones, como en el caso de las reclamaciones pecuniarias, México pagara cumplidamente sus obligaciones. Los dirigentes de Guatemala pensaron siempre que México tenía pretensiones sobre Centroamérica, a las que había que oponerse, más lo que México deseaba era que no se constituyera en Centroamérica una potencia enemiga que, apoyada como lo estaba por los Estados Unidos, pudiera poner en peligro su seguridad. Esa preocupación de la diplomacia mexicana fue muy intensa, al grado que se traslució en el exterior y España ya reanudadas con ella las relaciones trató de actuar como intermediaria. La torpeza de la política norteamericana, llevada principalmente por James Blaine, fue un factor que intervino negativamente en la solución pronta y efectiva de las dificultades con esos países. El problema fronterizo fue por lo menos resuelto en 1895, año en el cual el presidente, en su Mensaje ante el Congreso, pudo anunciar que: “Debemos reconocer el buen sentido con que el gobierno de Guatemala se ha prestado de esta manera a la conclusión pacífica y amigable de una contienda que, por su carácter y duración, amenazaba con graves consecuencias. Congratulémonos, pues, de que, salvándose la honra y los justos intereses de ambas repúblicas, estén a punto de renovarse, sobre bases más sólidas, las relaciones amistosas de la Nación Mexicana con una de sus vecinas”.

Sin embargo este tratado, la tirantez diplomática entre Guatemala y México prosiguió. La explicación amplia de ella nos la proporciona don Daniel Cosío Villegas en su penetrante estudio, en el cual nos dice:
 
 

“Esas relaciones se complicaron más con el recurrente movimiento de unión de los cinco países centroamericanos. Además de haber formado una sola unidad de gobierno durante los siglos de la dominación española, sus semejanzas culturales, la ocupación de una región aparentemente propicia para formar una gran nación y el hecho más obvio y convincente de que cada uno de los cinco países esa demasiado pequeño y pobre para caminar con seguridad por el mundo moderno, los condujeron a formar una federación al separarse de España. La unión fracasó al poco tiempo, pero volvió a intentarse una y otra vez en el resto del siglo XIX y principios del XX. Para ello se usaron todos los procedimientos posibles: la negociación diplomática abierta, la intriga extensa y compleja, la imposición por las armas y la influencia de países extranjeros, sobre todo, claro, de México o los Estados Unidos. También se experimentan todas las formas de organización constitucional: desde el gobierno central con poderes casi ilimitados, pasando por una federación en que el gobierno general sólo tenía las facultades no reservadas expresamente a los estados federados, quienes conservaban así una gran autonomía interior, hasta la unificación limitada a las relaciones exteriores. En fin, se ensayó el método de meter en la unión, de un solo golpe, a los cinco países, o bien iniciarla con sólo dos o tres para que el tiempo y el ejemplo convencieran a los demás de sus ventajas.

“Ahora bien: aun cuando de todos y cada uno de los cinco países partió alguna vez la iniciativa unionista, fue Guatemala la que más empeño puso en el asunto, no porque allí fuera más vivo el ideal unionista, sino porque sus recursos naturales y su población la hacía más fuerte. La probabilidad mayor, pues, fue que la unión se hiciera por iniciativa de Guatemala y que, en el nuevo estado, Guatemala tuviera un peso preponderante. México, lógicamente vio un peligro en que una nacionalidad fuerte resultara regida por un país con el que jamás había podido entenderse. Tener un vecino temible era ya motivo suficiente de preocupación; pero tenerlo a la espalda cuando se tenía al frente a Estados Unidos, significaba dividir en dos una vigilancia y unos recursos de por sí limitados. La preocupación de México llegó al punto máximo posible cuando descubrió que el campeón de la unión centroamericana eran los estados Unidos. Hecho de tal gravedad no podía significar sino una de dos cosas: o deliberadamente los Estados Unidos querían crearle esa situación, y entonces la intención era muy clara, o los Estados Unidos la prohijaba de buena fe, pero sin entender y sin importarle gran cosa ese peligro para México.

“En una situación aparentemente desesperada favoreció a México un elemento. Entre el fin de la primera federación y los muchos ensayos que la siguieron para reconstituirla, cada uno de los cinco países centroamericanos fue haciéndose un modo propio de vivir; muy particularmente, las clases gobernantes crearon en cada uno intereses poderosísimos. Y como la unión suponía el sometimiento a una autoridad nueva, más general y fuerte, la unión, en realidad, siempre tuvo opositores. La resistencia más frecuente provino de Costa Rica, pero en alguna ocasión partió de Nicaragua, Honduras o El Salvador y aun de la misma Guatemala. México, en consecuencia, tendió a favorecer a los países que en un momento dado eran opositores a la unión, o a quienes querían formarla sin la preponderancia de Guatemala. Esto significó, por supuesto, que México se sintió obligado a extender su actividad política a toda América Central, buscando entre los países centroamericanos individualmente considerados o entre las alianzas y bloques que nacían y desaparecían en el torbellino de la política centroamericana, el equilibrio de poder más favorable a su seguridad.

“Era inevitable que, dentro de este cuadro, México y los Estados Unidos se encontraran en la América Central y que sus intereses chocaran; pero hubo un factor más que dio un carácter casi permanente a ese choque, y que lo hizo más agudo. La desproporción territorial, demográfica y económica entre México y Guatemala, acentuada por el progreso material y la estabilidad política que México fue ganando a partir de 1877, creo en Guatemala la idea de que perdería siempre en un trato directo de sus negocios con México. Discurrió entonces buscar una proporción de fuerza no sólo equilibrada, sino que la favoreciera decididamente. Para ello, acudió a los Estados Unidos, y lo hizo con una constancia tan admirable como desmedida.

“En efecto, fue continua y desproporcionada la ayuda que Guatemala pidió a los Estados Unidos para defenderse de México, y verá también que la diplomacia guatemalteca no dejó de tener algún éxito. Esta comenzaba no sólo por halagar, sino por cohechar a los representantes diplomáticos norteamericanos en Guatemala y en Centroamérica en general. Seguía por poner a disposición de ellos toda la correspondencia diplomática, aún la más estrictamente confidencial, del gobierno de Guatemala con sus agentes diplomáticos en México y los Estados Unidos, para no mencionar la del gobierno de México con los representantes de Guatemala acreditados ante él y la que se cruzaba entre el ministro de México y el secretario de Relaciones de Guatemala. El halago y el cohecho llegaron a los extremos de la cesión a los Estados Unidos de los derechos de Guatemala a Chiapas y Soconusco, la venta de las islas de la Bahía, el derecho de tránsito y acuartelamiento de tropas de los Estados Unidos en territorio de Guatemala, o la idea de constituir ésta y aun a a la América Central toda en un protectorado norteamericano.

“Puede decirse que, salvo dos, todos los ministros de los Estados Unidos en Guatemala cayeron en la trampa del halago y el cohecho. Todos los secretarios de Estado examinaron con interés gasta las proposiciones más extravagantes de Guatemala, aun cuando sin aceptar ninguna. Lo cierto es, sin embargo, que rara vez se negaron a intervenir en favor de Guatemala, y, en consecuencia, en contra de México. En el caso concreto de José Santos Zelaya –del cual, según Salado Álvarez, no se les daba un bledo a nuestros intereses nacionales-, México tenía la prolongada experiencia del favor apenas disimulado de los Estados Unidos por Estrada Cabrera, gobernante que, más que ningún otro, sentía por México la más arraigada antipatía. Apoyar a Zelaya, enemigo de Estrada Cabrera, era restaurar el equilibrio de fuerzas en favor de México y, por tanto, en desmedro de Guatemala y los Estados Unidos
”.

Después del año de 1898, en que se apoderó de la presidencia de Guatemala Manuel Estrada Cabrera, las relaciones con Guatemala volvieron a ser críticas debido a que un grupo de enemigos del dictador, encabezado por el ex presidente Manuel Lizandro Barillas, José León Castillo y el general Salvador Toledo, quienes contaban con el apoyo del presidente de El Salvador Pedro José Escalón y del ex presidente Tomás Regalado, inició una revuelta, salida en parte de Chiapas y en parte de El Salvador, la cual originó un estado de guerra entre El Salvador y Guatemala. Para contenerla, intervinieron los Estados Unidos, que invitaron a México a mediar, habiendo logrado imponer paz, volver al “statu quo ante” y a comprometerse a que en caso de conflicto llamarían como mediadores a los Estados Unidos y a México. En el año de 1907, el ex presidente de Guatemala Manuel Lizandro Barillas fue asesinado en México, en donde vivía alejado de la política, por órdenes de Estrada Cabrera. México pidió la extradición del general José M. Lizama, quien contrató a los asesinos, pero Guatemala la negó. En el mes de mayo, un grupo de jóvenes enemigos del dictador realizaron un atentado terrorista contra Estrada Cabrera, el cual desgraciadamente falló. Estrada Cabrera afirmó que la Legación Mexicana había favorecido el complot. Federico Gamboa, ministro de México en ese país, mostró una actitud digna y prudente ante las acechanzas de Estrada Cabrera, pero recibió órdenes de México de trasladarse a El Salvador. La tirantez aumentó y se pensó que en un momento dado México pudiera declarar la guerra a Guatemala. Las relaciones con ese país se normalizaron en 1908, al ordenar que la Legación volviera a Guatemala y nombrar al licenciado Luis G. Pardo como nuevo ministro.

Si por el lado de Guatemala las cosas no marcharon bien, hay que mencionar que México adoptó una actitud de altura en el conflicto que suscitó el dictador de Nicaragua José Santos Zelaya contra Honduras y en el cual el gobierno de Roosevelt quiso que México mediara, pero en forma activa, con intervención armada, habiéndose Díaz negado a ello y manifestado que únicamente intervendría siempre que ambas partes lo solicitaran y sin recurrir a la fuerza.
 
(Tomado de: Ernesto de la Torre Villar – Segundo período presidencial de Díaz e inicio de su reelección hasta 1910. Historia de México, tomo 10, Etapa Reforma, Imperio y República; Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V. México, D.F., 1978)