Mostrando las entradas con la etiqueta cactaceas. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta cactaceas. Mostrar todas las entradas

martes, 6 de agosto de 2024

Historia cultural del cactus VI Historia revolucionaria

 


Historia cultural del cactus 

6 Historia revolucionaria


España conservó durante dos siglos y medio el monopolio de la cochinilla, vigilándo celosamente todos los barcos que zarpaban de las costas mexicanas. El menor intento de exportar el piojo colorante era castigado con la pena de muerte. Sin embargo, un francés, Thierry de Menonville, desafió la terrible pena para procurar a su patria, recién convertida en república, la preciosa materia tintorera. Registró por la noche, cautelosamente, algunas de las mejores plantas-criaderos de cochinilla en el estado de Oaxaca ("Juaxaca", escribe él) y consiguió un puñado de piojos purpúreos. Logró llegar felizmente con su botín a Santo Domingo, donde la cochinilla se crió y se multiplicó, y pronto pudo enviarse a París un barril del precioso colorante.

La cochinilla llega ahora al momento culminante de su historia. El polvo obtenido de ella fue empleada para teñir con el rojo de la libertad la bandera de la República francesa, el glorioso tricolor con que se abanderó a la Convención Nacional en 1793. Los animalillos sustraídos de la Nueva España, fueron los encargados de ungir la nueva bandera de la Revolución.

Desgraciadamente, también el destructor de la república se adornó con la sangre de la cochinilla: el nuevo colorante rindió su tributo al tinte del que surgió la casaca roja del primer cónsul. Más tarde, un cactus mexicano vuelve a aparecer enlazado aunque solo anecdóticamente, con el nombre de Napoleón.

A comienzos del siglo XIX, un capitán inglés llamado Sidney Longwood trasplantó los grandes cactus candelabros de México a la isla de Santa Elena, carente todavía de historia. Ninguna ley española se oponía a esta operación de trasplante, pues las plantas de adorno quedaban todavía, por aquel entonces, al margen de la industria y el comercio. En Santa Elena las nuevas plantas cobraron gran altura y se ramificaron formando sobre la columna recta del tronco candelabros de muchos brazos, como en su tierra natal de México, con la única diferencia de que no florecían. La primera vez que se encendieron en ellos cientos de llamas, formadas por flores verdes y amarillas con puntas rojas, fue en la tarde del mes de mayo en que murió Napoleón. Parecía como si unos espíritus escondidos detrás de las rocas hubiesen esperado esta hora para aprender sus antorchas. A la vista de aquellos sirios encendidos de pronto, los barcos que cruzaban a lo lejos, susurraban: “Ha muerto”.



(Tomado de Kisch, Egon Erwin. Descubrimientos en México. Volumen 1. Prólogo de Elisabeth Siefer. Edición aumentada. Colección ideas, #62. EOSA, Editorial Offset, S.A. de C.V., México, Distrito Federal, 1988)

domingo, 12 de mayo de 2024

Historia cultural del cactus V Manufactura


 

Historia cultural del cactus


5. Manufactura


Y se apoderan del país con todo lo que repta por su suelo, vuela por su cielo y nada en sus aguas. Entre lo que reptaba por su suelo estaba la cochinilla, animal diminuto llamado a adquirir gran importancia. Cortés envió varias muestras a España, "simplemente por razones de ciencia", como hubo de manifestar disculpando el envío. Los españoles, que de primera intención desdeñaron como inútiles los granos de maíz y de cacao, el tomate y la vainilla y los trozos del jade más precioso, comprendieron inmediatamente el valor potencial de aquel colorante para la manufactura de tejidos de lana de Barcelona y la fabricación de telas de seda de Valencia.


Se plantaron a toda prisa las supuestas semillas, viendo con asombro que no retoñaban. Las autoridades en vista de ello pidieron a la Nueva España vástagos para plantar, tubérculos o raíces y les fueron enviados los de la Opuntia cochinellifera. De ellos surgieron en los territorios cálidos de la corona de España, en Argelia y en las Canarias, las chumberas, cuyas hojas se llenaron de bolitas diminutas, abarrotadas del ansiado colorante.


Ya existían grandes plantaciones de las que se obtenían ricas ganancias y aún no se había descubierto que las semillas vegetales no tenían nada de semillas vegetales. Cuando en 1703, Mynheer Ruyscher vio moverse a la cochinilla a través del microscopio que Leuwenhook acababa de inventar, todo el mundo meneó la cabeza escépticamente. ¿Un piojo? No era posible ¿Cómo iba a salir de un vulgar piojo un colorante tan precioso como éste?


Cuando preparaba en mi casa los apuntes para esta catedrática lección, abrí sobre la mesa un librote encuadernado en piel de cerdo que apenas me dejaba sitio libre para escribir. El título de esta obra, reducido a proporciones humanas, reza así: Museum Museorum o panorama de todas las materias y especias... desplegado ante la vista del doctor Michael B. Valentini; Francfort sobre el Mayn, Anno Domini MDCCXIV. (Largos años pasé por Europa buscando inútilmente esta obra alemana, que es, además de muchas otras cosas, una tecnología completa del período de la manufactura, para venir a dar con ella -¡oh milagros del exilio!- en la ciudad de México.) Todavía en 1714, el autor de este mamotreto lleno de erudición se resistía a dejarse convencer del todo por el microscopio:


Aún no está claro si la cochinilla debe considerarse como semilla o como otra cosa, y acerca de ello existen diversas opiniones -dice el infolio en su lenguaje arcaico-. Algunos la consideran como una semilla, razón por la cual la mayoría de los boticarios la clasifican entre las demás semillas y la incluyen en sus catálogos bajo el nombre de Sem. Coccinillae; otros, opinan que la cochinilla procede del coco, dándose ese nombre entre los españoles a un grano pequeño; otros, como Wilhelmus Piso en su Historia de las plantas brasileñas, describe minuciosamente una especie de higuera India en la que crecen, según ellos, las cochinillas.


Valentini enumera los muchos empleos que se dan a este diminuto y problemático cuerpo colorante en la manufactura de la época y apunta el hecho de que Italia debe a la cochinilla de la Nueva España la coloración roja de su vidrio.


(Continuará)


(Tomado de Kisch, Egon Erwin. Descubrimientos en México. Volumen 1. Prólogo de Elisabeth Siefer. Edición aumentada. Colección ideas, #62. EOSA, Editorial Offset, S.A. de C.V., México, Distrito Federal, 1988)

viernes, 19 de abril de 2024

Historia cultural del cactus IV Historia antigua

  


Historia cultural del cactus 

4. Historia antigua


La planta que ven ustedes aquí, señores, es la Opuntia cochinellifera y fue cogida por mí en la Pirámide de las Serpientes que se alza no lejos de la Ciudad de México [en Tenayuca, Edo. de México]. Un muchachito indio que vendía ídolos junto a la pirámide, metió el dedo en la axila de la planta, sacó una cosita diminuta, rojiza, como espolvoreada de harina, me la alargó y me dijo: "Una cochinilla". La aplastó contra la planta y salió sangre, en tal cantidad, que una de las paletas del nopal, teñida por ella, parecía un pedazo de carne cruda. Del animalito no quedó nada.


Esta planta se cultivó antaño para fomentar la cochinilla que vive en ella. En tiempos de los aztecas, se juntaba toda la sangre de estas pulgas purpúreas para entregarla al erario imperial: los príncipes de las tribus y los héroes guerreros eran recompensados con vasijas llenas de esta especie de carmín. La clase más preciosa de todas, la sangre de las cochinillas vírgenes o, por lo menos, de las hembras no embarazadas, solo podía emplearse para teñir túnicas del propio emperador y el manto del supremo sacerdote. En aquel México todavía no descubierto, el emperador y el verdugo vestían ropa del mismo color, como en el Sacro imperio Romano de la nación germánica. Pues en realidad el supremo sacerdote sacerdote de los aztecas era, al mismo tiempo, el supremo verdugo y tenía por trono y por altar el patíbulo, como nos lo relata Heine: 


Sobre las gradas de mármol del altar 


Se encuclilla un hombrecillo de cien años 


Sin un pelo en la cabeza ni en la barba, 


Revestidos de una roja camisola. 


Es el supremo sacerdote


Y está afilando su cuchillo…


De nada le sirvió afilar el cuchillo, de nada sirvieron los sacrificios humanos. El invasor avanzaba sobre la capital de los aztecas para arrancar el manto púrpura de los hombros del emperador y la camisola escarlata de los hombros del sacerdote-verdugo. Y los dioses no lo impidieron.


Pero lo que no pudieron impedir los dioses, por poco lo impide un modesto cactus, un nopal de la región de Cholula. En Cholula, Hernán Cortés pasó a cuchillo a la población; en tres horas amontonaron seis mil muertos. El Nuevo Mundo no había visto jamás, hasta entonces, una matanza semejante. Consumada esta hazaña, los españoles avanzaron sobre la capital, precedidos por el estandarte de la caballería. Era un día caluroso; los caballeros chupaban afanosamente, para apagar la sed, los frutos rojos de los nopales de Cholula.


Por el camino se ordena hacer alto: "¡Desmonten! ¡Rompan filas!" Pero, ¿Qué es esto, Dios del Cielo? ¡Sangre, es sangre! ¡Los soldados de Cortés orinan sangre! No cabe duda, sus venas han reventado: es un castigo de la Providencia por los crímenes horrorosos cometidos por ellos contra los indios. Los jinetes se apiñan temblorosos, caen de rodillas, elevan sus oraciones a Santiago de Compostela, hacen voto de enmienda y se niegan a seguir bajo las armas.


Poco después llegan a pie las tropas auxiliares de los indios. También ellas orinan rojo, pero la cosa no parece inquietarlas poco ni mucho. Los pecadores arrepentidos averiguan por los naturales del país que aquella "sangre" es, simplemente, la orina teñida por el zumo de las tunas de Cholula. No hay, pues, tal castigo del cielo ni motivo para arrepentirse. Descargada su conciencia de escrúpulos, los católicos caballeros prosiguen sus crueles hazañas guerreras.


(Continuará)


Tomado de Kisch, Egon Erwin. Descubrimientos en México. Volumen 1. Prólogo de Elisabeth Siefer. Edición aumentada. Colección ideas, #62. EOSA, Editorial Offset, S.A. de C.V., México, Distrito Federal, 1988)

viernes, 26 de enero de 2024

Historia cultural del cactus I Heráldica

 


Historia cultural del cactus 

(una catedrática lección)


1. Heráldica


No crean ustedes, señores, que el cactus figura en el escudo de México porque sea una planta nativa de este país. No; el emblema existía ya antes de que los aztecas conocieran la tierra que habría de ser la suya. Vinieron desde el remoto norte, desde las selvas hiperbóreas de América, por decirlo así, en busca de una patria, aquella patria que el oráculo les había anunciado. Se pasaron años y años recorriendo valles y montañas en todas direcciones y luchando con otras tribus, hasta que por fin, en el año 1325, encontraron la tierra prometida. No podía caberles la menor duda, pues la meta había sido señalada con toda precisión por la profecía: el signo indicado era un nopal de tres palas coronado por dos flores abiertas, sobre una roca rodeada por las aguas y, posada en lo alto, un águila real con una serpiente en el pico.

Sobre las aguas remansadas en el fondo de este valle, en las lagunas, las lenguas de tierra, las riberas y las islas, establecieron sus moradas aquellos indios cansados de largos siglos de vida nómada y dieron a su nueva sede el nombre con que ya la habían bautizado en los sueños de su largo peregrinar: Tenochtitlán, que quiere decir "donde está el nopal silvestre". La ciudad fundada por los aztecas se llama hoy México. La serpiente y el águila no abundan ya tanto como entonces, pero el cactus sigue dominando como entonces el paisaje mexicano.

México ostentaba el cactus como símbolo en sus banderas, en sus velas y en el cuño de sus monedas. Cuando alguna familia de sangre India solicitaba del virrey la merced de la nobleza, le presentaba su árbol genealógico, en que el árbol no era tal árbol, sino un nopal. Cuando visita uno la sala de códices del Museo Nacional, se convence de que las paletas ovales del nopal, con su forma de escudo o blasón, se prestan mucho más para inscribir nombres de personas y fechas que las hojas de roble o de tilo de los árboles genealógicos europeos.


(Continuará)


Tomado de Kisch, Egon Erwin. Descubrimientos en México. Volumen 1. Prólogo de Elisabeth Siefer. Edición aumentada. Colección ideas, #62. EOSA, Editorial Offset, S.A. de C.V., México, Distrito Federal, 1988)

jueves, 2 de septiembre de 2021

Laboratorios vegetales

 

(Foto: Invernadero Quinta Schmoll)

En el extraño mundo vegetal creado por la Naturaleza para vivir del aire y soportar más de cincuenta grados de cambio en la temperatura (del calor del sol en el cenit al frío de la madrugada), sobresale el cacto, asombroso laboratorio químico natural.

Y de los sitios de la Tierra abundantes en estos monstruos amables, sobresale México, aparante lugar de origen, y poseedor del más vasto catálogo de variedades.

Espinosos, grotescos y a veces hostiles, los cactos fueron durante mucho tiempo el patito feo de la jardinería -extraño en cierto modo, pues de cuantas plantas llevó Colón a Europa, éstas fueron las que más impresionaron- hasta que, nadie sabe dónde, empezaron a ser descubiertos los valores estéticos de estas plantas. De a una destacada estima como elemento ornamental sólo hubo un rápido paso.

Las variedades existentes en México parecen no tener límite en su número. Carl Schumann escribió hace tiempo un tratado que los entendidos estiman como obra clásica, y en él consignó seiscientas setenta especies. Pero de entonces a 1973 la lista ha seguido creciendo sin cesar. Helia Bravo, eminencia internacional en esta área científica, descubrió una nueva variedad: la Ferocactus lindayi, en la proximidad de la Presa del Infiernillo, en la costa michoacana, en 1965. Ese mismo año, en la Sierra de la Giganta, Baja California Sur, Anetta Carter descubrió otra especie más de Lophocereus schottii, cuyo tallo lo forman costillas creciendo en forma espiral "como una vela cuadrada que hubiese sido retorcida".

Ha cobrado tal importancia esta rama de la Botánica, que existen diversas organizaciones científicas internacionales consagradas al estudio. En México, por ejemplo, funciona una Sociedad Mexicana de Cactología (calle Juárez No. 14, Col. San Álvaro, México 17, D. F.), dedicada al trabajo -no lucrativo- de promover el estudio científico de estas plantas. Para probar su descomunal interés en el asunto, estos especialistas cactólogos llegan a rifarse entre ellos mismos algunos ejemplares de cactos.

El país que se extiende entre Tehuacán, Pue., y Huajuapan de León, Oax., está considerado por muchas autoridades científicas como "el mayor y más diversificado campo de cactus en todo el mundo".

Ahí, entre las arrugas de la tierra -vieja millonaria en años- y sobre las crestas y valles del inmóvil oleaje que fingen sus descarnados lomeríos, están esparcidos los hermosísimos ejemplares en tales formas y diseños y dimensiones que sorprenden inevitablemente.

El área de Zapotitlán, Chilac, la montaña de Tetitlán y su ladera opuesta, por San Luis Atototitlán, están cerca de Tehuacán y sirven de botón de muestra de lo que guarda la región de más sierra arriba. Chollas (el cacto esférico, sinónimo festivo de la cabeza humana) que alcanzan dos metros de diámetro; biznágas igualmente monstruosas, con frutos que alcanzan la dimensión del plátano dominico. Otros cactos son increíbles miniaturas, y otros más presentan raíces horizontales que miden hasta quince metros. Son verdaderos prodigios de la Naturaleza, máquinas vegetales creadas para vivir y desarrollarse virtualmente sin agua, expuestas al cambio brutal de los cincuenta grados centígrados en el mediodía, hasta varios grados bajo cero en la helada noche. Aferradas angustiosamente a una reseca roca caliza, sin humedad siquiera, sin humus vegetal del cual nutrirse, ¿cómo viven y se multiplican las células de estos gigantes?, ¿cómo -de la nada- producen su pulposa sustancia generosa en almidón, mucílagos, gomas, ácidos orgánicos, cristales de sílice, alcaloides y un sinfín de etcéteras? Algún día los nuevos hombres de ciencia del México nuevo descubrirán y aprovecharán los maravillosos procesos bioquímicos del cacto, prodigioso laboratorio que extrae de la atmósfera los elementos químicos, los transforma, desintegra y recombina a través de la milagrosa fotosíntesis.

Entre tanto, y si usted no quisiera o no pudiera viajar hasta Puebla-Oaxaca para conocer el más variado jardín de espinas en el mundo, entonces tome usted nota de un lugar bastante más cercano: Cadereyta, Qro., a 37 km de San Juan del Río, sobre la carretera que sube hasta Tamazunchale, S.L.P. El lugar se llama "Quinta Schmoll" y queda a cosa de 25 minutos de Tequisquiapan y sus baños termales. En tal lugar, además de contemplar un estupendo escaparate de actividades, puede adquirir, por pocos pesos, una colección de 50 plantas cactáceas, todas distintas, de 2 a 3 años de edad. Y (quién lo sabe) bien pudiera suceder que se uniera usted al más o menos un millón de personas que, en el mundo, están haciendo del cultivo y colección de cactos una de sus más amables diversiones.


(Tomado de: Möller, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)