jueves, 2 de septiembre de 2021

Laboratorios vegetales

 

(Foto: Invernadero Quinta Schmoll)

En el extraño mundo vegetal creado por la Naturaleza para vivir del aire y soportar más de cincuenta grados de cambio en la temperatura (del calor del sol en el cenit al frío de la madrugada), sobresale el cacto, asombroso laboratorio químico natural.

Y de los sitios de la Tierra abundantes en estos monstruos amables, sobresale México, aparante lugar de origen, y poseedor del más vasto catálogo de variedades.

Espinosos, grotescos y a veces hostiles, los cactos fueron durante mucho tiempo el patito feo de la jardinería -extraño en cierto modo, pues de cuantas plantas llevó Colón a Europa, éstas fueron las que más impresionaron- hasta que, nadie sabe dónde, empezaron a ser descubiertos los valores estéticos de estas plantas. De a una destacada estima como elemento ornamental sólo hubo un rápido paso.

Las variedades existentes en México parecen no tener límite en su número. Carl Schumann escribió hace tiempo un tratado que los entendidos estiman como obra clásica, y en él consignó seiscientas setenta especies. Pero de entonces a 1973 la lista ha seguido creciendo sin cesar. Helia Bravo, eminencia internacional en esta área científica, descubrió una nueva variedad: la Ferocactus lindayi, en la proximidad de la Presa del Infiernillo, en la costa michoacana, en 1965. Ese mismo año, en la Sierra de la Giganta, Baja California Sur, Anetta Carter descubrió otra especie más de Lophocereus schottii, cuyo tallo lo forman costillas creciendo en forma espiral "como una vela cuadrada que hubiese sido retorcida".

Ha cobrado tal importancia esta rama de la Botánica, que existen diversas organizaciones científicas internacionales consagradas al estudio. En México, por ejemplo, funciona una Sociedad Mexicana de Cactología (calle Juárez No. 14, Col. San Álvaro, México 17, D. F.), dedicada al trabajo -no lucrativo- de promover el estudio científico de estas plantas. Para probar su descomunal interés en el asunto, estos especialistas cactólogos llegan a rifarse entre ellos mismos algunos ejemplares de cactos.

El país que se extiende entre Tehuacán, Pue., y Huajuapan de León, Oax., está considerado por muchas autoridades científicas como "el mayor y más diversificado campo de cactus en todo el mundo".

Ahí, entre las arrugas de la tierra -vieja millonaria en años- y sobre las crestas y valles del inmóvil oleaje que fingen sus descarnados lomeríos, están esparcidos los hermosísimos ejemplares en tales formas y diseños y dimensiones que sorprenden inevitablemente.

El área de Zapotitlán, Chilac, la montaña de Tetitlán y su ladera opuesta, por San Luis Atototitlán, están cerca de Tehuacán y sirven de botón de muestra de lo que guarda la región de más sierra arriba. Chollas (el cacto esférico, sinónimo festivo de la cabeza humana) que alcanzan dos metros de diámetro; biznágas igualmente monstruosas, con frutos que alcanzan la dimensión del plátano dominico. Otros cactos son increíbles miniaturas, y otros más presentan raíces horizontales que miden hasta quince metros. Son verdaderos prodigios de la Naturaleza, máquinas vegetales creadas para vivir y desarrollarse virtualmente sin agua, expuestas al cambio brutal de los cincuenta grados centígrados en el mediodía, hasta varios grados bajo cero en la helada noche. Aferradas angustiosamente a una reseca roca caliza, sin humedad siquiera, sin humus vegetal del cual nutrirse, ¿cómo viven y se multiplican las células de estos gigantes?, ¿cómo -de la nada- producen su pulposa sustancia generosa en almidón, mucílagos, gomas, ácidos orgánicos, cristales de sílice, alcaloides y un sinfín de etcéteras? Algún día los nuevos hombres de ciencia del México nuevo descubrirán y aprovecharán los maravillosos procesos bioquímicos del cacto, prodigioso laboratorio que extrae de la atmósfera los elementos químicos, los transforma, desintegra y recombina a través de la milagrosa fotosíntesis.

Entre tanto, y si usted no quisiera o no pudiera viajar hasta Puebla-Oaxaca para conocer el más variado jardín de espinas en el mundo, entonces tome usted nota de un lugar bastante más cercano: Cadereyta, Qro., a 37 km de San Juan del Río, sobre la carretera que sube hasta Tamazunchale, S.L.P. El lugar se llama "Quinta Schmoll" y queda a cosa de 25 minutos de Tequisquiapan y sus baños termales. En tal lugar, además de contemplar un estupendo escaparate de actividades, puede adquirir, por pocos pesos, una colección de 50 plantas cactáceas, todas distintas, de 2 a 3 años de edad. Y (quién lo sabe) bien pudiera suceder que se uniera usted al más o menos un millón de personas que, en el mundo, están haciendo del cultivo y colección de cactos una de sus más amables diversiones.


(Tomado de: Möller, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)

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