Mostrando las entradas con la etiqueta alfareria. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta alfareria. Mostrar todas las entradas

jueves, 6 de mayo de 2021

Hombre-murciélago

 

(Dios murciélago o buiguidi beela. Cultura zapoteca. Epiclásico. Miraflores, Chalco, estado de México. MTM.)

Esta asombrosa figura impresiona desde el primer momento. Con su cabeza de murciélago, sus garras y pies del mismo animal pero con cuerpo humano, con un collar del que penden tres campanas, cuyo badajo es un pequeño fémur, el dios nos transporta al mito nahua que nos relata cómo, en cierto momento, muerde el clítoris de la diosa Xochiquetzal; el sangrado dará comienzo a la menstruación. Así comienza el ciclo femenino de la vida y la muerte, es decir, el de los días fértiles y los que no lo son. Pero va más allá: el murciélago hematófago habita en cuevas, matriz que puede parir pueblos y a la vez es entrada al inframundo, lo que denota la importancia de la dualidad vida-muerte.

Su relación con la noche es evidente, pues es cuando sale para alimentarse, por eso la figura muestra restos de haber estado pintado de color negro. Para los mayas, este animal ocupaba uno de los escaños o cámaras que estaban en el camino al inframundo, tal como lo expresa el Popol-Vuh: "Zotzi-ha, la Casa de los Murciélagos, se llamaba el cuarto lugar de castigo. Dentro de esta casa no había más que murciélagos que chillaban, gritaban y revoloteaban en la casa. Los murciélagos estaban encerrados y no podían salir".


(Tomado de: Matos Moctezuma, Eduardo - "Voces de barro" - Los ejes de vida y muerte en el Templo Mayor y en el recinto ceremonial de Tenochtitlan. Arqueología Mexicana, edición especial #81. Agosto de 2018. Editorial Raíces/Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ciudad de México)


jueves, 22 de abril de 2021

Tláloc

 


(Tláloc. Cultura Centro de Veracruz. Postclásico. Tehuacán, Puebla. MNA)

Tláloc era la deidad relacionada con la lluvia, las nubes, el rayo y la fertilidad. Su imagen la observamos en las distintas culturas mesoamericanas, que dependían en buena medida de la agricultura para su subsistencia. Un dato inequívoco para su identificación son los dos aros que rodean sus ojos y que representan serpientes enroscadas, que en ocasiones culminan en la nariz del dios. Como muchas deidades mesoamericanas, Tláloc tenía un lado positivo y otro negativo. En el primero predominaba su bondad para llevar el agua a la tierra y, de esta manera, fecundarla para obtener una buena cosecha. Por el otro, podía negar la lluvia al hombre, lo que acarrearía momentos de aridez con consecuencias terribles para el pueblo. De ahí que las festividades en su honor y de sus ayudantes, los tlaloque, se realizaran en distintas ceremonias a lo largo del año. En algunas de ellas se sacrificaban niños para garantizar una buena cosecha. Su pareja era Chalchiuhtlicue, deidad femenina relacionada con el agua y que también era invocada para obtener el vital líquido.

El culto a estos dioses viene de épocas muy antiguas; en Teotihuacan lo vemos presente tanto en la pintura mural como en la cerámica y en la escultura en piedra.

(Tomado de: Matos Moctezuma, Eduardo - "Voces de barro" - Los ejes de vida y muerte en el Templo Mayor y en el recinto ceremonial de Tenochtitlan. Arqueología Mexicana, edición especial #81. Agosto de 2018. Editorial Raíces/Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ciudad de México)

viernes, 5 de marzo de 2021

Mictlantecuhtli

 

(Mictlantecuhtli. Cultura mexica. Posclásico Tardío. Casa de las Águilas, Templo Mayor. MTM)

El señor del inframundo, que es lo que significa su nombre en lengua náhuatl, se representa semidescarnado. Su pareja era Mictlancíhuatl, señora del Mictlan o mundo de los muertos. Ambos se encontraban en el nivel más profundo -el noveno- adonde llegaban quienes morían de cualquier tipo de muerte no asociada a la guerra o al agua.

Los muertos tenían que ser devorados por la tierra, Tlaltecuhtli, que con sus afilados colmillos se comía la carne y la sangre. Una vez devorado, la esencia sería parida por la tierra para que fuera a su lugar de destino conforme al tipo de muerte que hubiera tenido: al Sol si era guerrero muerto en combate o sacrificio; al Tlalocan si había fallecido por causa del agua o enfermedades asociadas a ella, o al Mictlan si sufría cualquier otro tipo de muerte. En este último caso las esencias del individuo muerto tenían que emprender un viaje de cuatro años lleno de peligros para, finalmente, presentarse ante Mictlantecuhtli.

La escultura muestra agujeros en su cabeza -seguramente para colocarle cabello de personas muertas- y destacan sus largas uñas. Lo más enigmático, en un principio, fue el elemento trilobulado que cuelga entre sus costillas. Después de un análisis en fuentes históricas y códices, se determinó que se trataba del hígado, víscera que guarda los humores del cuerpo humano.

(Tomado de: Matos Moctezuma, Eduardo - "Voces de barro" - Los ejes de vida y muerte en el Templo Mayor y en el recinto ceremonial de Tenochtitlan. Arqueología Mexicana, edición especial #81. Agosto de 2018. Editorial Raíces/Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ciudad de México)

jueves, 21 de enero de 2021

Huehuetéotl, Dios viejo y del fuego

 

(Huehuetéotl, dios viejo y del fuego. Cultura totonaca. Clásico. Cerro de las Mesas, Tlalixcoyan, Veracruz)

Esta antigua deidad mesoamericana se representa con la figura de un hombre anciano, desdentado, que lleva sobre su cabeza un enorme brasero. Sus antecedentes los vemos en Cuicuilco, lugar que floreció antes de nuestra era, localizado al sur de la Ciudad de México. Siempre he pensado que la deidad representa los conos volcánicos tan abundantes en esa región del Valle de México. Uno de ellos, el Xitle ("ombligo"), con sus erupciones de humo y lava, acabó con ese centro urbano. En ese sitio surgieron las primeras representaciones del dios, en pequeñas piezas de barro en las que se observa el brasero que porta, y que para mí no es otra cosa que el cráter del volcán, que arroja humo. Sin embargo, una de las figuras más emotivas de esta deidad que rige el centro u ombligo del universo es la que proviene de la Costa del Golfo. Posee una calidad excepcional y muestra al anciano encorvado, con las características ya señaladas. En el brasero vemos la cruz, símbolo del dios y que representa los cuatro rumbos universales. En la cosmovisión de estos pueblos él es quien, con su sabiduría, guarda el equilibrio del universo con dioses beligerantes que ocupan los extremos de esos rumbos.

[...]

(Tomado de: Matos Moctezuma, Eduardo - "Voces de barro" - Los ejes de vida y muerte en el Templo Mayor y en el recinto ceremonial de Tenochtitlan. Arqueología Mexicana, edición especial #81. Agosto de 2018. Editorial Raíces/Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ciudad de México)

lunes, 20 de mayo de 2019

La enigmática Jaina



"Yo vengo de la Isla de los Muertos. De un mundo dulce donde todo lo que termina vuelve a empezar. Y sólo he vuelto para decir adiós, para ver ojos que no miraré más. Pronto me iré de nuevo a la Isla de los Muertos y empezaré a vivir."

Un verde mar mediterráneo rodea a la isla mencionada por el poeta del año 1447 aproximadamente, misma época en que el primer Dalai-Lama fundaba su monasterio en el Tibet para retirarse del mundo. Medio planeta separaba a ambos personajes, pero una misma idea los incendiaba por dentro. Hoy, quinientos años después, el fruto del Tibet sigue prisionero entre muros de roca batidos por las ventiscas de los Himalayas. El fruto de Jaina, la "isla de los muertos", sigue brotando de entre el islote artificial que acarician las tibias languideces del Mar Caribe. Y en efecto, las figurillas de Jaina viajan por el mundo entero y hablan por boca de quienes las ven y admiran.



La afirmación de que ahí "todo lo que termina vuelve a empezar" se ha venido cumpliendo por lo menos para las exquisitas esculturas mayas que un día fueron enterradas en Jaina sólo para empezar a vivir, de mano en mano, hasta nuestros días. Y algo muy particular debe haber habido ahí, que tan eficazmente movió a sus habitantes a crear un arte que no se parece a ningún otro en el mundo.

¿Qué hubo en Jaina tan importante para que durante trescientos años los nativos acarrearan desde las playas de Campeche tierra para rellenar los manglares y formar una isla? ¿Qué estirpe de artistas decidió aislarse ahí? Bien poco es lo que se sabe porque casi nada se ha investigado profundamente.



Si usted es buscador de misterios tiene una cita con la isla de Jaina que, por supuesto, no figura en los mapas comunes. Está a unas tres horas de Campeche, en lancha, hacia el Norte aproximadamente a la altura del río Sayosal, entre bellísimos arrecifes de coral y densos manglares en los que jamás ha andado humano alguno.

(Tomado de: Harry Möller - México Desconocido. Injuve, México, D. F., 1973)