Esta asombrosa figura impresiona desde el primer momento. Con su cabeza de murciélago, sus garras y pies del mismo animal pero con cuerpo humano, con un collar del que penden tres campanas, cuyo badajo es un pequeño fémur, el dios nos transporta al mito nahua que nos relata cómo, en cierto momento, muerde el clítoris de la diosa Xochiquetzal; el sangrado dará comienzo a la menstruación. Así comienza el ciclo femenino de la vida y la muerte, es decir, el de los días fértiles y los que no lo son. Pero va más allá: el murciélago hematófago habita en cuevas, matriz que puede parir pueblos y a la vez es entrada al inframundo, lo que denota la importancia de la dualidad vida-muerte.
Su relación con la noche es evidente, pues es cuando sale para alimentarse, por eso la figura muestra restos de haber estado pintado de color negro. Para los mayas, este animal ocupaba uno de los escaños o cámaras que estaban en el camino al inframundo, tal como lo expresa el Popol-Vuh: "Zotzi-ha, la Casa de los Murciélagos, se llamaba el cuarto lugar de castigo. Dentro de esta casa no había más que murciélagos que chillaban, gritaban y revoloteaban en la casa. Los murciélagos estaban encerrados y no podían salir".
(Tomado de: Matos Moctezuma, Eduardo - "Voces de barro" - Los ejes de vida y muerte en el Templo Mayor y en el recinto ceremonial de Tenochtitlan. Arqueología Mexicana, edición especial #81. Agosto de 2018. Editorial Raíces/Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ciudad de México)
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