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lunes, 9 de octubre de 2023

Nicolás Bravo

 

Nicolás Bravo

Alejandro Villaseñor


He aquí otro teniente de Morelos, hoy conservado todavía con los rasgos con que la historia lo describe fielmente, pero cuya figura pasará mañana al dominio de la leyenda para agigantarla hasta convertir al guerrero del Sur en héroe. Su vida está tan llena de rasgos de bravura y de generosidad que hacen la tarea del historiador en extremo fácil, pues al narrar hechos magnánimos siente el alma más consuelo que al tener que referir exclusivamente muertes, hecatombes y sucesos desgraciados.

En Chilpancingo, pequeña ciudad del Sur de México, nació don Nicolás Bravo el 10 de noviembre de 1786. no hizo más que los estudios primarios, pues además de que poseía suficientes bienes de fortuna para no necesitar trabajar, por aquel tiempo la afición al estudio no estaba muy desarrollada entre los habitantes de aquellas cálidas regiones y la indolencia era, como lo es hoy todavía, característica de los surianos; se dedicó a las labores del campo y ya en edad núbil contrajo matrimonio. Vivía en la hacienda de Chichihualco, cercana a Chilpancingo y propiedad de la familia, en compañía de su padre don Leonardo y de sus tíos, don Miguel, don Víctor, don Máximo y don Casimiro, que se dedicaban a las labores del campo y a la administración de la finca.

Cuando resonó en la Colonia el grito de Dolores, sus ecos llegaron hasta aquellas apartadas comarcas y fueron acogidos con simpatía por la familia que tenía que lamentar muchas demasías cometidas por las autoridades españolas; sin embargo, como la región permaneció en quietud, ellos no hicieron nada que diese a conocer sus simpatías; pero las autoridades españolas eran demasiado suspicaces y a pesar de que don Nicolás estaba casado con la hija de Guevara, comandante de realistas de Chilapa, como vieran que los Bravo no obsequiaban la invitación que se les había hecho para que levantasen una compañía como habían hecho otras haciendas, empezaron a molestarlos, por lo que resolvieron retirarse todos definitivamente a Chichihualco, y aun allí tuvieron que ocultarse en una barranca de difícil acceso, a la que llevaron armas para defenderse en el caso de que fuesen atacados. Este caso no tardó en presentarse, por cierto, cuando menos lo esperaban, pero sí cuando más en aptitud de defenderse estaban.

El Comandante Garrote llegó a Chichihualco con objeto de aprehender a los Bravo; pero ignoraba que las fuerzas de Morelos, mandadas por Galeana, acababan de llegar a la hacienda, donde habían sido bien recibidas, y estaban unos soldados sesteando y otros bañándose, mientras los amos almorzaban. Entonces fue cuando los pintos de Galeana pelearon desnudos, y unidos a los sirvientes de la hacienda derrotaron a Garrote, que dejó cien fusiles y bastantes prisioneros. Los Bravo se vieron con esto comprometidos a tomar parte decididamente en esta revolución a la que dio no poca importancia esta familia y la de Galeana, ambas respetadas en aquella región, y fueron desde entonces los oficiales de mayor confianza de Morelos. Únicamente don Casimiro Bravo, que accidentalmente no se encontraba ese día en la hacienda, no tomó parte en la revolución y permaneció neutral durante toda la lucha (mayo de 1811).

Don Nicolás acompañó con el carácter de subalterno a Morelos en toda la primera campaña del Sur y en Chiautla estuvo a las órdenes de su tío Miguel con un grado menos inferior; después quedó a las de su padre y mandando una sección de las tropas de éste, se separó de Galeana en Tepecoacuilco para ir en auxilio de Morelos, que en su avance sobre Izúcar, se hallaba amenazado por Soto Maceda. No pudieron llegar a tiempo porque el jefe español adelantó el ataque, y quedó herido y derrotado, perdiendo su artillería y a su segundo Ortiz, pero sí reforzaron al caudillo que entró a Cuautla, donde dejó a aquéllos mientras él seguía para Taxco. Bravo tomó parte en los combates de Tenancingo y Tecualoya y se portó tan bizarramente que Morelos empezó a distinguirlo, y ya le dio mando superior.

El famoso sitio de Cuautla fue también una piedra de toque del valor y pericia de don Nicolás Bravo. Concentrados en esa población, como punto estratégico, los elementos más valiosos de la insurrección encabezados por Morelos, que había llegado a ser el único objetivo de los realistas, éstos comprendieron que era preciso reconcentrar allí también lo mejor del ejército virreinal, para de una vez acabar con la guerra que se prolongaba demasiado, en concepto del virrey Venegas.

Mientras Morelos subía al valle de Toluca ya don Leonardo estaba en Cuautla fortificándose por orden suya. Llegado Morelos y con noticias de la aproximación de las fuerzas de Calleja, se resolvió la defensa hasta lo último. Bravo no tuvo al principio mando especial, pero habiendo salido su padre en busca de provisiones y auxilios, quedó en la división de don Hermenegildo Galeana, y en ella tuvo frecuentes ocasiones de distinguirse. Se incorporó en Chiautla, y bajo las órdenes de Morelos hizo toda la campaña hasta Tehuacán, donde recibió el nombramiento de comandante militar de la provincia de Veracruz, y como tuviese noticia el general del movimiento de convoyes que por aquellos días había, ordenó a Bravo los atacase.

Por esos días era preciso hacer pasar de Veracruz a Puebla una fuerza armada para custodia de un gran convoy y de la numerosa correspondencia de España que se había acumulado en la primera población, y que después regresara amparando otro convoy de harinas y varias otras mercancías para el abastecimiento de aquella plaza. Esto era indispensable para los realistas; y en tal virtud el gobernador de Veracruz, Dávila, dispuso que don Juan Labaqui, que no era militar de profesión, pero si de reconocida capacidad para el caso, saliese con 300 infantes, sesenta caballos y tres piezas de artillería ligera, fuerza que se consideró suficiente en vista de que los insurgentes estaban lejos. Era Labaqui de origen español y se tenía gran confianza en su cometido; como en Veracruz se ignoraba que Morelos se encontraba en Tehuacan, Labaqui esquivó el camino llano de Jalapa, que estaba obstruido por los insurgentes, y se dirigió por el de las Villas hacia Orizaba, no sin tener algunos encuentros de escasa importancia; subió luego hasta Acultzingo, y llegó a la llanura que se extiende hasta Puebla, alojándose en el pueblo de San Agustín del Palmar; punto al cual se dirigió Bravo con unos seiscientos hombres, entre los que se contaban doscientos indios de la costa, hombres aguerridos y resueltos, y sobre todo, ya bastante experimentados.

Aunque Bravo caminó toda la noche y llegó al amanecer del 19 de agosto a las inmediaciones del Palmar, lo encontró ya ocupado por las fuerzas de Labaqui y no le quedó otro recurso que batirlo; Labaqui se atrincheró en la población y resistió durante dos días con sus noches, pero dominado por los insurgentes que se habían apoderado de las alturas del Calvario y ocupado por ellos el pueblo, fue atacado a la bayoneta en su propio domicilio, y cayó con el cráneo hendido de un solo machetazo que le dio un negro suriano. Los realistas tuvieron más de cuarenta muertos, algunos heridos, dejaron doscientos prisioneros y perdieron íntegro el convoy. Regresó a Tehuacán con sus heridos y en el camino encontró el refuerzo que le enviaba Morelos, del que ya no tenía necesidad; entregó a Morelos la espada de Labaqui y salió para Veracruz atacando en Puente del Río a otro convoy que iba a Jalapa y al que hizo bastantes prisioneros. Estos repetidos triunfos sembraron el pánico entre los realistas, y Castro Terreño temió verse atacado en Puebla.

Bravo partió a Medellín y allí recibió la infausta nueva de que don Leonardo, su padre, había subido al cadalso en el ejido de México, el día 13 del mismo mes, condenado a sufrir la pena de muerte en garrote vil. Indignación y dolor profundo causó esta noticia en el ánimo del héroe del Palmar. La noticia le fue comunicada por Morelos, quien lo facultó para indultarse si con esta condición le salvaba la vida a don Leonardo, y le mandó que en justa represalia fusilara a los prisioneros que tenía en su poder.

Don Nicolás Bravo pensó por un momento acogerse al indulto que se le ofrecía para salvar la vida de su padre, pero recordando el caso de los señores Orduña comprendió que muy poco o nada podía fiar en las promesas de los españoles. Esos Orduña eran hermanos, don Juan y don Rafael, vecinos acomodados de Tepecoacuilco, no se sublevaron, pero huyeron a su rancho cuando legó el realista Andrade, que consiguió aprehender al segundo, al que puso en capilla, y mandó decir al primero que si no se presentaba inmediatamente fusilaría a su hermano al día siguiente. Don Juan, tanto para salvar la vida de su hermano cuanto para demostrar que no era insurgente, se presentó, y entonces Andrade puso en capilla y fusiló a los dos hermanos. En cuanto a la orden que recibió de Morelos para fusilar a los prisioneros españoles, Bravo pensó obedecerla, y en el momento que la recibió mandó poner en capilla a los trescientos que tenía en Medellín y ordenó al Capellán Sotomayor que los auxiliase; pero en la noche, no pudiendo conciliar el sueño, reflexionó que esas represalias disminuirían mucho el crédito de la causa nacional, y que observando una conducta contraria a la del Virrey, podría conseguir mejores resultados; sin embargo, tenía una orden que no podía desobedecer: pasó toda la noche pensando en lo que debía hacer, hasta que en la madrugada se resolvió a perdonar a los presos de una manera que se hiciese pública y surtiese efecto a favor de la causa nacional. A las ocho de la mañana mandó formar la tropa, hizo sacar a los realistas y les dirigió la palabra diciéndoles que el mismo Virrey los había condenado a muerte, pero que él (Bravo), no queriendo ejercer represalias, les perdonaba la vida y les daba su libertad. Con lágrimas de gozo acogieron los condenados a muerte aquellas palabras, y sólo cinco, que eran comerciantes, pidieron sus pasaportes y uno de ellos, poco tiempo después, regaló al insurgente el paño suficiente para vestir un batallón. A envidiable altura se encumbró don Nicolás con tan generoso rasgo.

Morelos no aprobó la conducta de Bravo; sin embargo, por su parte, tampoco cumplió su amenaza de fusilar los cuatrocientos prisioneros realistas que tenía en el presidio de Zacatula.

Con el carácter de Comandante de Veracruz empezó don Nicolás a expedicionar por la provincia, y unido a las fuerzas que allí había atacó a Jalapa que no pudo tomar, pero situado en el puente del Rey impidió el comercio del puerto y estableció una contribución, que ingresó a los fondos de la guerra; en esa posición impedía el paso de un convoy de cuatro millones de pesos que iba para Veracruz, y sólo la astucia del jefe español hacerlo pasar por otro punto; sin embargo, no era posible dejar aquel punto en poder de los insurgentes, y fuerzas superiores se encargaron de desalojarlo, así como de rechazarlo de Tlaliscoyan y Alvarado, que también intentó ocupar, no quedándole más recurso que retirarse a San Juan Coscomatepec, lugar estratégico que se apresuró a fortificar (mayo de 1813). Por entonces, los guerrilleros de la provincia, disgustados del régimen moralizador que procuraba implantar, lo acusaron ante Morelos, que por esa ocasión no dio ninguna importancia a la acusación.

El 28 de julio fue atacado por las fuerzas superiores de Conti, y las hizo retroceder con grandes pérdidas, dedicándose desde entonces con más ahínco a terminar las fortificaciones, porque supo que una verdadera división iba a atacarlo. Para la causa realista era indispensable impedir a toda costa que se hiciese fuerte en Coscomatepec; pues desde el sitio de Cuautla, Calleja, que había palpado los sacrificios que ello significaba, ordenó que por ningún pretexto se diese tiempo a los insurgentes de fortificarse en ninguna parte; por tanto, hízose formar una división por el Conde de Castro Terreño, compuesta del Batallón de Asturias y otros Cuerpos, fuerte en 1,000 hombres y cuatro cañones, y se designó para jefe de ella al Teniente Coronel Cándano, quien en unión de Conti se presentó a la vista de Coscomatepec el 5 de septiembre y empezó desde luego a batirla. Pero Bravo, a quien por la parte de afuera ayudaba eficazmente Machorro, la defendió bien, y después de 24 días y de varios asaltos infructuosos, sin que Cándano lograse apoderarse de la posición mantenida por los patriotas, el Virrey dispuso que tomase en mando de las fuerzas sitiadoras don Luis del Águila, Comandante de la provincia, a quien se juzgaba muy competente para el caso y que en efecto activó de tal modo el sitio, que obligó a Bravo a pensar seriamente en romperlo, escaso como estaba, de víveres y municiones.

A las once de la noche del 4 de octubre, después de un asedio de setenta días, después de clavar sus dos cañones y enterrar los pequeños, decidió la salida, que sus soldados aprobaron; dejó encendidas las lumbradas y ató los perros a las sogas de las campanas para que con el repique que aquéllos hiciesen, creyesen los sitiadores que aún estaban allí los sitiados, y en muy buen orden se salió con toda la fuerza y con los habitantes, pasó por el punto del río donde Machorro había derrotado un destacamento y llegó a Ocotlán, donde dejó a los pacíficos, y siguió a Huatusco sin que nadie lo sintiese ni menos lo molestase. Águila se desquitó arrasando el pueblo y fusilando las imágenes de los Santos. Morelos, que nunca dejaba abandonados a sus Tenientes, había enviado en socorro de Bravo a Arroyo y a Matamoros, pero sabiendo éstos que el sitio estaba roto y que un convoy de tabaco estaba cerca, lo atacó el segundo y se apoderó de él, haciendo perder a los realistas 600 hombres y apoderándose del Comandante Cándano, que fue fusilado. Bravo cooperó a aquel hecho de armas.

Por orden de Morelos regresó al Sur para contribuir a la desgraciada expedición sobre Valladolid, y en Cutzamala se unió con los demás generales; cumplió con su cometido de apoderarse del fortín de la garita del Zapote; pero atacado por todos lados, por la llegada de Iturbide, perdió su infantería, tres cañones, parque, y 233 prisioneros. Que fueron fusilados inmediatamente; también se batió en Puruarán, y por verdadera casualidad escapó de caer prisionero. Retrocedió al Mexcala y sufrió varias peripecias y algunas derrotas, demostrando en general poca actividad, debido a que el Congreso no era muy afecto a operaciones militares; cuando este Cuerpo resolvió trasladarse a Tehuacán, Bravo fue uno de los que lo escoltaron, y mandando la izquierda estuvo en la acción de Tezmalaco, en la que cayó prisionero Morelos, no cayendo aquél, por haberle mandado el Generalísimo que siguiese dando escolta a los diputados para que el Congreso íntegro no quedase en poder de los realistas.

En Tehuacán fue nombrado don Nicolás miembro del Tribunal Supremo, con lo que se le quitaba el mando de tropa, desacierto muy grande que no duró mucho tiempo, pues disuelto el Congreso por un pronunciamiento, Bravo, que permaneció extraño a los sucesos que lo originaron, salió para la provincia de Veracruz, donde Victoria lo recibió mal y lo invitó a volverse al Sur; caminó rápidamente por Chalchicomula y Tepeji, se encargó del mando de la gente de Guerrero, que estaba herido, y sin ningún tropiezo llegó a Ajuchitlán. Allí, unido a Galeana (don Pablo), se negó a reconocer a Rayón (Ignacio), e hizo salir a don Ramón Rayón, enviado para someterlo, de su jurisdicción. Durante el resto del año de 1816 descansó Bravo de sus tareas militares y pasó algunas temporadas en su hacienda de Chichihualco; es cierto que Armijo lo persiguió poco y por eso gozó de alguna tranquilidad. Cuando la expedición de Mina, que volvió a poner en agitación al país, Rayón trató de hacerse fuerte en Jaujilla, pero la Junta de Uruapan, que quiso acabar de una vez con sus pretensiones, lo mandó prender y encomendó este encargo a Bravo, que lo cumplió sin dificultad y que condujo al preso a Patambo; se situó en seguida en Ajuchitlán, donde unido a don Benedicto López empezó a organizar algunas fuerzas (mayo de 1817), y a hostilizar a los realistas de Zitácuaro, y aun obtuvo algunas ventajas; éstas lo decidieron a fortificar Cóporo, en donde rechazó al realista Mora, pero no pudo resistir mucho tiempo, y el primero de diciembre tuvo que abandonar el fuerte al ser atacado por Márquez Donallo, y echándose por un voladero sufrió algunas contusiones; a pie y con mil trabajos recorrió treinta leguas, hasta el Atascadero, donde consiguió un caballo que lo llevó a Huetamo.

No repuesto de sus heridas trató de libertar a Rayón y a Verduzco, que acababan de ser cogidos prisioneros, pero no lo pudo conseguir, a pesar de que obligó a los realistas a encerrarse en la iglesia de Ajuchitlán; se dirigió, sin embargo, al paso de Coyuca, fortificándolo ligeramente, pero habiéndolo flanqueado Armijo, dejó sus soldados a Guerrero y se dirigió a lo más escondido de la Sierra para curarse de las heridas que había recibido en Cóporo. Armijo, sabedor de esto, emprendió a marchas forzadas el camino del rancho de Dolores, y el 22 de diciembre de ese año de 1817 aprehendió a Bravo y en unión de los demás presos lo condujo a Cuernavaca. Realistas e insurgentes se interesaron por la suerte de don Nicolás, y el mismo Armijo subió a México llevando una solicitud firmada por su padre y por toda la división pidiendo la libertad del prisionero; consiguió del Virrey una suspensión y que se empezase una causa a todos los insurgentes notables, pues los soldados ya habían sido fusilados, y consiguieron salvar la vida Bravo, Rayón, Verduzco y otras veinticinco o treinta personas.

Dos años estuvo don Nicolás con una barra de grillos en los pies. Su ocupación era hacer cigarreras de cartón para venderlas; su familia, entre tanto, vivía a expensas de la caridad del español Antonio Zubieta, pues los bienes de la familia habían sido confiscados; “en las visitas de presos que el Virrey hacía con la Audiencia en las Pascuas y Semana Santa, nunca pidió nada, nunca se quejó de nada, y el Virrey, que en una de estas ocasiones lo socorrió con una onza de oro, solía decir que siempre que veía a Bravo, le parecía ver a un monarca destronado”. En octubre de 1820, al restablecerse la Constitución española, fue puesto en libertad y escogió la población de Izúcar y después la de Cuernavaca como lugar de residencia, permaneciendo allí hasta que Iturbide proclamó nuevamente la Independencia en Iguala; dos veces tuvo que invitar a Bravo para que se le uniera, pero éste, desconfiando, y con razón, de aquél, no le contestó, sino hasta que un mensajero del nuevo insurgente habló largamente con él; inmediatamente marchó al Sur, reunió algunos hombres y volvió sobre Izúcar y Atlixco, tan rápidamente que Hevia no pudo alcanzarlo; los antiguos insurgentes de los Llanos de Apam acudieron a ponerse a las órdenes de don Nicolás, que al fin se situó en Huejotzingo, amenazando a Puebla, ocupó Tlaxcala y Huamantla y aumentó considerablemente sus fuerzas con soldados de las tropas españolas. En Tepeaca se unió a Herrera, que mandaba la columna de granaderos imperiales y rehusó el mando superior, que le correspondía; Hevia consiguió rechazarlos, y habiendo resuelto Herrera dirigirse a las Villas, Bravo decidió quedarse en los llanos con su caballería, y allí rechazó al sanguinario Concha, terror de la comarca, ocupó a Pachuca, y después de Hidalgo en octubre de 1810, fue el primer insurgente de valer que más se acercó a México, pues estuvo en San Cristóbal Ecatepec; en Tulancingo estableció su maestranza y una imprenta, y el 14 de junio, después de dos meses de campaña, se acercó a Puebla para sitiarla, contando ya con un ejército de 3,600 hombres, mandado por los antiguos generales insurgentes.

Habiendo llegado Herrera con su división se estrechó de tal manera el sitio, que el 10 de julio Llano entró en parlamento, pero como sólo se avino a tratar con el primer jefe, se estipuló (día 17) un armisticio y al fin se rindió la ciudad, haciendo en ella su entrada el ejército nacional, mandado por Iturbide, el 2 de agosto, en medio del regocijo de los habitantes. Bravo, con su división, marchó con estudiada lentitud sobre México, cuyo sitio iba a empezar, pero que al fin no se verificó por haber entregado el mando y el ejército las autoridades españolas; con el ejército trigarante entró Bravo en la vieja Tenochtitlán, el memorable 27 de septiembre de 1821, viendo ese día coronados sus esfuerzos de diez años y realizada la ilusión que lo llevara a tomar las armas en 1811.

El resto de la biografía de Bravo no pertenece ya a este libro y por lo mismo procuraremos nada más decir algunas palabras acerca de sus hechos. De mala gana aceptó el Imperio de Iturbide, y cuando éste cayó, a petición suya fue Bravo encargado de conducirlo a la costa, demostrando alguna severidad en su cometido, pues veía en aquél a un prisionero político y no a un Emperador que voluntariamente había abdicado y que se dirigía al destierro. Formó parte del poder ejecutivo (1823) y después se le eligió para Vicepresidente de la República en 1824; tuvo algunas participaciones en nuestras divisiones políticas y se vio desterrado en Guayaquil; varias veces fue presidente de la República en cortos períodos, siendo la última vez en 1847, ya invadido el centro del país por los angloamericanos; el 13 de septiembre de ese año se batió en Chapultepec con los invasores, mandando a los alumnos del Colegio Militar ahí establecido, y cayó prisionero. Terminada la guerra se retiró a la vida privada y fuese a vivir a su hacienda de Chichihualco, donde murió el 22 de abril de 1854. En 1886 el gobernador de Guerrero, Arce, celebró el centenario de Bravo erigiéndole una estatua en Chilpancingo.

La figura de don Nicolás Bravo se destaca imponente y majestuosa en la historia, y siempre digno por sus hazañas, esclarecido por sus levantados sentimientos, es y será en todo tiempo la honra y la gloria de la patria, dice uno de sus biógrafos. El atildado escritor don Rafael Ángel de la Peña escribió un notable artículo en el que hace un paralelo entre César y Bravo, que es digno de leerse, y numerosos son los escritores que se han ocupado de este personaje de la revolución mexicana, que es uno de los más populares de ella y el que más simpatías despierta; el teatro también ha llevado a la escena sus principales hechos, y en los días del Centenario, probablemente, se representará una ópera cuyo argumento es Bravo en Medellín, de la que escribió el libreto el conocido literato y hombre público don Ignacio Mariscal, que poco ha bajó a la tumba.


(Tomado de: Villaseñor, Alejandro - Caudillos de la Independencia . Cuadernos Mexicanos, año II, número 60. Coedición SEP/Conasupo. México, D.F., s/f)

jueves, 15 de junio de 2023

Mariano Matamoros


Mariano Matamoros

Alejandro Villaseñor

Fue el segundo de Morelos, y esto solo basta para dar idea de su capacidad, de su genio y de su patriotismo, pues el héroe del Sur sabía escoger a sus hombres y elevarlos según sus méritos, aún cuando no hubiesen tenido ocasión de darlos a conocer todavía. A él lo puso sobre toda esa pléyade de generales improvisados que tan bien supieron secundar los proyectos del caudillo y que hicieron estremecer en su Palacio al Virrey, a pesar del poder que ejercía y de los elementos que en tres siglos de no disputada dominación había acumulado el gobierno español.

Se ignora la fecha y el lugar de nacimiento de Matamoros, pues no ha sido posible encontrar dato alguno, si bien no se han buscado con la solicitud que se debiera. La historia lo encuentra en 1811 en su Curato de Jantetelco, perteneciente al Arzobispado de México, pero no obstante esto, creemos que cuando se disipen las nubes que cubren los primeros años de su vida, se sabrá que fue originario del Obispado de Michoacán, habiendo nacido por los años de 1770 a 1776; si ha de juzgarse por lo que fue después, no es aventurado afirmar que sus estudios fueron brillantes y acaso hechos en el colegio de San Nicolás, de Valladolid, casi al mismo tiempo, o un poco antes, que los del mismo Morelos, pues se ha averiguado ya que ambos se conocían antes de 1810, y que Hidalgo también conocía a Matamoros. En la carta a que hicimos referencia en la biografía de Morelos, se habla del Cura interino de Jantetelco, diciéndose que estuvo en Dolores a visitar al iniciador de la Independencia, y que se fue muy entusiasmado y a disponerse para la gran función, o sea para empezar la revolución, el 29 de octubre de 1810, como estaba convenido. Ignoramos qué vicisitudes de fortuna fueron las que llevaron a Matamoros al Curato de Jantetelco, pueblecillo casi perdido en las últimas estribaciones de la Sierra Nevada, y tan distante de Michoacán.

Sea de esto lo que fuere, inútil es perder el tiempo en hacer suposiciones, por lo que nos atendremos a lo que ya está averiguado. Matamoros era de los conspiradores de 1810, y si no se lanzó a la revolución al tener noticia del grito de Dolores, debe de haber sido porque aún no contaba con los elementos suficientes para ello, y porque ese grito se adelantó; sabedor desde su Curato de los primeros pasos de la revolución, no pudo, como Morelos, ir en busca de Hidalgo, y permaneció en observación de los acontecimientos, que no tardaron en ser adversos para la causa con la dispersión de Aculco. Sin embargo, no ocultaba sus inclinaciones y simpatías a favor de la Independencia y nada más esperaba una oportunidad para unirse a ellos; esas inclinaciones fueron causa de que los Comandantes realistas lo molestasen continuamente y, por último, de que Roca fuese decidido a prenderlo; Matamoros no lo esperó, sino que dejando su Curato al saber la aproximación de Morelos, caminó rápidamente hacia Izúcar, y el 16 de diciembre de 1811 se le presentó; como ya se conocían, el segundo empezó inmediatamente a utilizar sus servicios y no lo tuvo como a Bravo, bastante tiempo como subalterno, sino que a los muy pocos días le dio el grado de Coronel, medida que causó celos entre los demás jefes insurgentes.

Después de permanecer algunos días al lado de Morelos en la excursión a Taxco, estuvo en las acciones de Tecualoya y Tenancingo, en la última de las cuales entró en fuego mandando una sección, y donde obtuvo su grado de Coronel; el 9 de febrero de 1812, que entraron los insurgentes en Cuautla ya mandaba una parte del ejército, y el 19, día del ataque de Calleja, manda en la hacienda de Buenavista, en unión de don Víctor Bravo, y cuando se formalizó el sitio quedó en el mismo lugar. Como empezaran a escasear los víveres, a pesar de los esfuerzos hechos por los insurgentes de afuera para introducirlos, fue enviado Matamoros, llevando a sus órdenes al Coronel Perdiz, cerca de don Miguel Bravo para intentar la entrada de un convoy: la noche del 21 de abril rompieron el sitio por el punto de Santa Inés: Perdiz murió, pero el ex cura de Jantetelco consiguió llegar a Ocuituco y a la barranca de Tlayacac, donde Bravo tenía sus provisiones, y ambos se dirigieron a la Barranca Hedionda en la madrugada del 27, y con gran brío atacaron el campamento de Llano, mientras otro cuerpo atacaba el de Calleja, y los sitiados hacían una vigorosa salida; el batallón de Lobera fue desbaratado, pero la nueva batería de Amelcingo rechazó a los asaltantes y la combinación se frustró, con lo que la plaza no pudo ser socorrida, y Morelos decidió abandonarla.

En Chiautla se unió a Morelos con la escasa gente que mandaba, y de ahí pasó a Santa Clara, donde se ocupó de organizar su tropa; a fines de junio llegó a Izúcar, donde tuvo conocimiento del bando publicado el 25 de junio en el cual el Virrey desaforaba a los eclesiásticos que tomaran parte en la revolución; para demostrar Matamoros que los insurgentes no vulneraban los derechos de esos eclesiásticos, al regimiento de Dragones que organizó, le dio el nombre de Apóstol San Pedro y le asignó por bandera un estandarte negro con una cruz roja semejante a los que usan los canónigos en las ceremonias de la Seña, con la inscripción “Inmunidad eclesiástica”. Don Manuel Terán fue el auxiliar de Matamoros en Izúcar, y con él consiguió hacer unos regulares y bien montados cañones. Acabada de organizar la división de este jefe se presentó en Tehuacán, donde Morelos lo nombró su segundo, y lo hizo salir para Oaxaca, cuya plaza iba a ser atacada. Tomó a su cargo el ataque del fortín del Marquesado, que Terán derribó al segundo tiro, y entró a la ciudad, mientras Galeana entraba por otro rumbo y se dirigía a Santo Domingo; en el Carmen se encontró Matamoros con la resistencia que le hacían los religiosos españoles; fácilmente los venció e hizo prisionero al Comandante Régules, que se había escondido en un sepulcro.

Realizado este hecho de armas, donde culminó la fortuna de Morelos, Matamoros se situó en Yanhuitlán en observación de las Mixtecas en enero de 1813, pero habiendo enviado tropas a Oaxaca el Capitán General de Guatemala, salió don Mariano contra ellas (abril) y las alcanzó en Tonalá el 19 del mismo mes; la derrota que sufrió Dambrini fue completa y se vio perseguido hasta más allá de la línea divisoria. El 28 de mayo hizo Matamoros su entrada triunfal en Oaxaca, vestido con el uniforme de Mariscal de campo y siendo objeto de calurosas felicitaciones: como premio de su victoria recibió el grado de Teniente General, lo que fue materia de rivalidades y celos entre los demás jefes. Vuelto a Yanhuitlán se ocupó activamente en disciplinar a sus soldados, proveerse de pólvora y municiones, fabricar cañones y arreglar las milicias de la provincia, pues era incansable y activísimo y siempre estaba ocupado en hacer algo útil y en hacer que los demás también lo hicieran; como su jefe Morelos, atendía todo, por insignificante que pareciese.

No veía, según parece, con muy buenos ojos, a don Nicolás Bravo, y, sin embargo, corrió en su auxilio, como lo vamos a ver. Comprendiendo que la ociosidad es un mal para el soldado, discurrió de acuerdo con Morelos una nueva expedición a Izúcar, y el 16 de agosto salió para ella, pero al llegar a Tehuicingo supo que Bravo estaba sitiado en Coscomatepec y necesitado de auxilio; con rapidez reunió las diversas partidas que había más cerca y tomó el rumbo de Chalchicomula, pero en el camino recibió la noticia de que el sitio había sido roto y que Bravo estaba en salvo: al mismo tiempo supo que la tropa realista se disponía a pasar un convoy que estaba detenido por causa de las operaciones del sitio, que exigían muchos soldados; determinó atacar a este convoy, que iba al mando del Teniente Coronel don Manuel Martínez y del Comandante Cándano. En la hacienda de San Francisco dispuso el plan de ataque el 13 de octubre, y ordenó a diversos jefes que salieran en observación del enemigo, en tanto que Zavala empezaba a hostigarlo. Al día siguiente fue el ataque entre San Agustín del Palmar y Quechula, y tan empeñado estuvo, que llegaron a la bayoneta los contrincantes; Cándano formado en cuadro caminó dos leguas, pero a metrallazos fue desorganizado casi a las puertas de Quechula; Morán, que iba a la vanguardia consiguió salvar parte del tabaco, pero todo lo demás se perdió, y los soldados, todos españoles, del Batallón de Asturias, no tuvieron otro recurso que tirar las armas y rendirse al grito de “Viva la América” y fueron hechos prisioneros: los realistas perdieron 215 muertos, 368 prisioneros, entre ellos muchos oficiales, y 521 fusiles, sin contar el convoy. Los prisioneros fueron conducidos a San Andrés y sólo Cándano y un oficial mexicano fueron fusilados; Matamoros celebró con salvas y repiques su victoria, y envió los prisioneros a Acapulco. Aquella victoria se hizo notable por ser la primera vez en que combatiendo de una parte puras tropas españolas y de la otra mexicanas, quedaron derrotadas las primeras, que ya, por cierto, habían sufrido gran quebranto en el sitio de Coscomatepec; el Virrey llegó a preocuparse tanto por el suceso, que hasta pensó en el primer momento salir a ponerse al frente del ejército; Castro Terreño, Gobernador de Puebla, que ordenó la salida del convoy, fue depuesto; Martínez estuvo procesado y salió condenado a ser dado de baja por incapaz, y Águila también fue sumariado. El nombre de Matamoros se hizo muy conocido en toda la colonia y los afectos a la Independencia cifraron en él grandes esperanzas.

No permaneció mucho tiempo ya en el Oriente, pues llamado por Morelos volvió al Sur y se situó en Tepecoacuilco, de donde marchó a Tlalchapa, y ya unido al resto del ejército se dirigió a Valladolid; derrotados allí, se retiraron a Zatzio y a Puruarán, donde don Mariano, dio la famosa batalla de Puruarán, en la que se eclipsaron todas sus glorias y él perdió la libertad al buscar paso por el río, pues el puente había sido ocupado por los realistas. Los prisioneros hechos fueron fusilados en el mismo campo de batalla, y sólo Matamoros fue conducido a Valladolid, engrillado, y sobre una mula aparejada, en Pátzcuaro se le puso a la expectación pública, y durante el camino no se le trató nada bien; por último, llegado a Valladolid fue fusilado, sin formársele gran proceso, el 3 de febrero de 1814, en el portal que hoy lleva su nombre y donde se lee una inscripción alusiva: Morelos escribió al Virrey proponiéndole el canje de Matamoros por doscientos prisioneros de los cuerpos expedicionarios que tenía en la costa, pero esta proposición llegó tarde, y aunque hubiera llegado oportunamente, no habría sido aceptada, pues el Gobierno español conocía toda la importancia de su prisionero.

El Congreso de 1823 declaró a don Mariano Matamoros Benemérito de la Patria y mandó escribir con letras de oro su nombre en el salón de sesiones. Los restos del héroe, depositados provisionalmente en la capilla de los Terceros de San Francisco, de Morelia, la tarde de la ejecución, fueron trasladados a México en 1823 y enterrados en el altar de los Remedios de la Catedral de México.

Morelos quedó privado de su brazo derecho y no volvió a tener fortuna de ninguna de las empresas que acometió, pues parece que con la muerte de Matamoros aquel jefe hasta la facultad de discurrir acertadamente perdió. 


(Tomado de: Villaseñor, Alejandro - Caudillos de la Independencia . Cuadernos Mexicanos, año II, número 60. Coedición SEP/Conasupo. México, D.F., s/f)

lunes, 15 de mayo de 2023

Hermenegildo Galeana


Hermenegildo Galeana

Alejandro Villaseñor


Digno teniente de un general como Morelos, fue Galeana, el cual ha sido calificado por algún escritor de Aquiles de la revolución mexicana. Y en verdad que si por aquél se siente respeto, éste inspira admiración.

Vio la primera luz en el pueblo de Tecpan, perteneciente al actual estado de Guerrero y entonces a la provincia de Michoacán, el 13 de abril de 1762. respecto de sus progenitores, se sabe por tradición, que era descendiente de un marino inglés que con otros compatriotas había naufragado en la Costa Grande (al sur de Acapulco), habiendo ocurrido tal acontecimiento a principios del siglo XVIII; mucho tiempo tardó en aparecer otro buque enviado por el gobierno inglés en busca de los náufragos, quienes por haberse ya aclimatado en la tierra, enlazándose con las hijas del país, y haberse dedicado a cultivar algodón en los terrenos feraces que para su residencia eligieron, rehusaron regresar a su antigua patria. De uno de esos colonos, cuyo nombre no conserva la tradición, nacieron don Hermenegildo y don José Antonio Galeana, siendo hijos de éste último, don Pablo, don Hermenegildo, don Antonio, don Fermín y doña Juana, de los que el primero y el último no tomaron las armas contra el gobierno virreinal. Parece que el apellido inglés del progenitor fue cambiado por el de Galeana, españolizado por los hijos del país.

Se ignoran los pormenores de la infancia de don Hermenegildo, aunque no es difícil adivinarlos, dada la población pequeña y tranquila en que residía, y únicamente se sabe que a esa corta edad fue objeto de persecuciones, ignoramos por qué causa, de parte de los españoles don Toribio de la Torre y don Francisco Palacios; para evitarlos lo llevó a su lado su primo hermano don Juan José Galeana, propietario de la Hacienda del Zanjón, dedicándolo a las faenas agrícolas para las que mostró afición; allí permaneció algunos años y contrajo matrimonio, pero habiendo quedado viudo a los 6 meses no quiso volverse a casar, y cuando estalló la revolución de Dolores era un labrador acomodado, en la fuerza de su edad, que vivía descansadamente en Tecpan en compañía de sus hermanos, primos y sobrinos.

Morelos llegó a Tecpan por noviembre de 1810 con un corto ejército mal armado, sin artillería ni caballería, pero medio disciplinado y animoso; los Galeana se le presentaron ofreciéndole sus servicios, y aunque el caudillo los recibió con alguna frialdad, pues ignoraba quiénes eran, los admitió en sus filas así como el donativo de algunas armas y de un pequeño cañón, llamado “El Niño”, primero que tuvo Morelos y que, habiéndolo comprado a un buque inglés que llegó por aquella costa, les servía para hacer salvas en las funciones religiosas. Los que se adhirieron a la revolución fueron don Juan José Galeana, su hijo don Pablo y los primos de aquél, don Hermenegildo y don Antonio; el otro, don Pablo, por su edad no se creyó apto para tomar las armas y don Fermín quedó al cuidado de los intereses de la familia. Nuestro héroe, además de su persona, llevó al incipiente ejército un valioso contingente de soldados que por simpatía a él se dieron de alta; sobre ellos ejercía don Hermenegildo, al que llamaban “Tata Gildo”, verdadero ascendiente por el buen trato que les daba. El 7 de noviembre se incorporaron los Galeana y muy pocos días después tuvo ocasión Morelos de apreciar lo que valían sus nuevos auxiliares, pues ya el 13 se batían valientemente en el Veladero contra el comandante Calatayud, y “El Niño” hacía estragos en las filas realistas.

El 8 de diciembre se distinguió don Hermenegildo en el Llano Grande y el 13 en la Sabana, a las órdenes de Ávila, pero cuando Morelos pudo apreciar bien a Galeana, fue el 29 de marzo de 1811 en el campo de los Coyotes, donde por la enfermedad del caudillo mandaba a los insurgentes el coronel Hernández que la víspera de la acción huyó vergonzosamente del lugar de la batalla: los soldados en el momento del conflicto eligieron por jefe a Galeana, que sin atrojarse empezó a dar órdenes como si fuera un jefe consumado y obtuvo la victoria; seis días después rompió el sitio y rechazó a Cosío, y desde entonces dejó de ser un oficial obscuro para convertirse en un jefe que cada día era más conocido. Morelos lo llevó a su lado cuando se dirigió a Chilpancingo, dándole el mando de la vanguardia; en Chichihualco se hizo de víveres y trató de decidir a los dueños de la hacienda a que se decidiesen por la revolución, para lo que no tuvo que emplear mucha elocuencia, pues los Bravo eran partidarios de ella y bastó la presencia de Morelos para que se resolviesen. Allí dio descanso a su tropa que se echó al río para bañarse cuando se presentaron inopinadamente los realistas; no obstante tal circunstancia “los negros no teniendo tiempo de vestirse pelearon desnudos y parecían demonios”; consiguiendo al fin dispersar las fuerzas del comandante Garrote que dejó cien fusiles y otros tanto prisioneros. En Tixtla, no teniendo ya parque sus soldados, hizo Galeana repicar las campanas para hacer creer que Morelos llegaba en su auxilio y consiguió así infundir ánimo en los suyos y desaliento en los enemigos, que al fin abandonaron el pueblo, dejando ocho cañones, doscientos fusiles y seiscientos prisioneros; ese día fue el primero que los realistas experimentaron el valor del famoso machete suriano, pues Galeana y los suyos, empuñando esa arma, cargaron decididamente sobre aquéllos a pesar del vivísimo fuego que se les hacía.

Estuvo en la acción de Chilapa mandando un ala, pues ya Morelos tácitamente lo consideraba como su segundo; destinado a obrar por su propia cuenta fue enviado a Taxco de cuya población se apoderó después de vencer una obstinada resistencia y habiendo pacificado la comarca esperó a Morelos que tenía el proyecto de subir a los valles altos de la Mesa Central. Habiendo solicitado auxilio los insurgentes de Toluca, Morelos fue a llevárselo enviando por delante a don Hermenegildo que resistió valientemente en Tecualoya y libró al ejército de una derrota total, que sin su arrojo le hubieran dado los arrojados marinos que mandaban Porlier, Michelena y Toro; retirados los realistas a Toluca, Galeana con la vanguardia penetró a Cuernavaca y Cuautla y destacó algunas partidas que penetraron al Valle de México hasta Juchi, Ameca y Chalco. Resuelto Morelos a esperar a Calleja en Cuautla, hizo fortificar la plaza, acopiar provisiones y dictó las medidas necesarias para que sus propósitos se cumplieran; y cuando el general español se presentó el 18 de febrero [de 1812], dio el mando del punto de Santo Domingo, que era el más peligroso de todos, a Galeana, que estuvo muy oportuno en auxiliar a su general cuando éste con su escolta pretendió inquietar la retaguardia realista, movimiento en el que por poco cae prisionero. Al día siguiente fue el ataque general de la plaza, los granaderos realistas atacaron con gran ímpetu el punto de San Diego y llegaron hasta los parapetos, pero Galeana saltando la trinchera los rechazó, matando con su propia mano al capitán Sagarra; dos nuevas columnas vuelven a la carga y por un momento se creen dueñas del punto, pero a su turno son rechazadas a machetazos y Calleja por primera vez en toda su campaña se ve obligado a retroceder. Al formalizarse el sitio, Galeana fue de opinión que se atacase a los realistas en su campo antes de que recibiesen refuerzos, pero Morelos se negó a ello temeroso de perder las ventajas adquiridas. Durante aquél tuvo el mando efectivo del ejército don Hermenegildo, y aunque hizo varias vigorosas salidas, las más notables fueron las emprendidas con el fin de recobrar el agua que los realistas habían cortado; el dos de abril en la madrugada se verificó la primera y consiguió introducir agua a Cuautla; pero Llano, reforzado, la volvió a cortar; entonces Galeana decidió hacer el esfuerzo que relata Calleja en su informe de 4 de abril. “Al amanecer de ayer, quedó cortada el agua de Juchitengo que entraba en Cuautla, y terraplenada sesenta varas la zanja que la conducía con orden al señor Llano, por hallarse próximo a su campo, de que destinase el batallón de Lobera con su comandante, a sólo el objeto de impedir que el enemigo rompiese la toma; pero a pesar de todas mis prevenciones y en el medio del día permitió por descuido que no sólo la soltase el enemigo, sino que construyera sobre la misma presa un caballero o torreón cuadrado y cerrado, y además un espaldón que comunica al bosque con el terreno, para cuyas obras cargó gran número de trabajadores, sostenidos desde el bosque. A pesar de su ventajosa situación, dispuse que el mismo batallón de Lobera, ciento cincuenta patriotas de San Luis y cien granaderos, todo al cargo del señor coronel don José Antonio Andrade, atacase el torreón y parapeto a las once de la noche, lo que verificó sin efecto, y tuvimos cuatro heridos y un muerto”. La construcción de este fortín, levantado en momentos, a la vista y bajo el fuego de los realistas, y artillado con tres piezas, hizo a los independientes dueños del agua, durante todo el tiempo que aún duró el sitio.

La noche del 30 de marzo intentó Galeana apoderarse del reducto del Calvario y aunque consiguió que algunos de sus soldados entrasen a él, no pudo conservarlo por haber cargado sobre él numerosas fuerzas realistas; el 21 de abril favoreció la salida de Perdiz y Matamoros con objeto de introducir un convoy, operación que se frustró, y cuando se decidió a romper el sitio, don Hermenegildo recibió el mando de la vanguardia y consiguió durante buen rato detener a los realistas que cargaban sobre la muchedumbre inerme que acompañaba al ejército. En Chiautla se reunieron los dispersos y apenas había descansado algunos días, Galeana salió contra Añorve, que se había hecho fuerte en Chilapa, lo derrotó fácilmente el 4 de junio y limpió de realistas toda esa parte de la comarca hasta la costa; en seguida siguió a Morelos a Huajuápam donde Trujano estaba estrechamente sitiado, y levantado el sitio, estuvo en la acción del Palmar donde el gobierno español perdió un gran convoy, y en el ataque de Orizaba se situó en el cerro del Cacalote desde donde rechazó a Andrade, facilitando con esta ventaja la entrada de Morelos. En la reñida acción de las Cumbres donde el general hizo funcionar la artillería como el más hábil técnico, Galeana se vio en gravísimo riesgo de caer prisionero, pues hubo un momento en que se encontró solo y con su caballo muerto; se salvó gracias a que pudo esconderse en el hueco de un tronco de alcornoque; el realista Águila le dio por muerto y Morelos también dudaba de que se hubiese salvado, hasta que al día siguiente lo vio llegar cuando ya había salido personalmente en busca de él o de su cadáver.

También concurrió Galeana a la toma de Oaxaca y al sitio del castillo de Acapulco, para rendir el cual se situó en el cerro de la Iguana; ocupada la ciudad faltaba apoderarse de la fortaleza; don Hermenegildo encargó a su sobrino don Pablo que se apoderase de la isla de la Roqueta mientras él rodeaba el castillo; operación ésta peligrosísima, pues tenía que hacerse bajo los fuegos enemigos y en un terreno muy escabroso donde la menor imprudencia podía causar la muerte en aquellos profundos voladeros; ambas operaciones se llevaron a cabo con felicidad y el castellano de san Diego, falto de víveres y de auxilios, capituló (octubre de 1813). Cuando el segundo de Morelos creía que iba a descansar unos días cerca de su familia, recibió orden de dirigirse a expedicionar a la Costa Chica, operación que realizó prontamente y sólo muy pocos días permaneció ocioso mientras se organizaba la expedición sobre Valladolid.

No podía faltar en esa función de armas, así es que estuvo presente y recibió el encargo de atacar la garita del Zapote por donde debían presentarse Llano e Iturbide; penetró a una parte de la ciudad y encontró a Llano, que lo atacó con tal brío que Galeana temiendo un desastre, mandó decir a Morelos que, o lo reforzaba inmediatamente, o mandaba que Matamoros atacase por San Pedro y Núñez por Santa Catalina, pues él iba a verse atacado por frente y espalda; Morelos comprendió el peligro y en el acto envió a Matamoros en su socorro, pero ya los realistas habían cargado demasiado recio, y lo único que Galeana pudo hacer fue reunirse a las fuerzas de Bravo. Al día siguiente Galeana se retiró en buen orden por el camino de Itúcuaro y acudió a Puruarán designado punto de reunión, donde contra su opinión y la de los demás generales, Morelos dio orden que se diese la batalla. Derrotados completamente los insurgentes, siguió Galeana escoltando al general por Zirándaro y Coyuca.

Ya en el sur, mientras Morelos se unía al Congreso, Galeana quedó mandando en el punto del Veladero, donde lo atacó Armijo con fuerzas superiores. Consiguió rechazar varios ataques; pero sabiendo que Morelos era perseguido y viéndose sin recursos, rompió fácilmente el sitio y tuvo que refugiarse en su hacienda del Zanjón; la desgracia lo perseguía y aun allí fue a buscarlo Avilés, que quedó derrotado la primera vez, pero reforzado el realista no pudo esperarlo Galeana que se refugió en el Tomatal. El Congreso lo puso a las órdenes de Rosains, ignorante en asuntos de milicia, con lo que ambos y los Bravo fueron derrotados en Chichihualco; disgustado por estas circunstancias quiso dejar las armas y aun habló de ello a Morelos, pero éste lleno de fe, todavía trató de disuadirlo. Sin embargó, volvió a su hacienda del Zanjón con ánimo de mezclarse poco en la contienda armada, pero para ello necesitaba limpiar de realistas las cercanías y todavía le sonrió la fortuna algunas veces.

Derrotó en Azayac al capitán Barrientos quitándole todo su armamento, rechazó otros ataques de Murga y Avilés y partió para Coyuca. Al pasar el río hizo replegar las avanzadas enemigas y se lanzó decididamente en su persecución, pero atacado por fuerzas superiores, se parapetó tras de unas parotas (árboles de grueso tronco) y auxiliado por don José María Ávila, empezó a defenderse; desmoralizada su gente tuvo que batirse en retirada: una partida realista guiada por un tal Oliva a quien Galeana había hecho algunos beneficios en Zanjón y en Tecpan, comenzó a llamar a Galeana por su nombre y a avanzar sobre él con su partida; ya casi lo alcanzaba cuando don Hermenegildo picando recio a su caballo que tenía el defecto de dar de brincos, al pasar debajo de un árbol que tenía una gruesa rama en posición horizontal, recibió de ella un fuerte golpe que lo desarzonó; otro golpe lo hizo caer en tierra, arrojando sangre por boca y narices. Inmediatamente lo rodearon catorce dragones enemigos que sin embargo no osaban acercársele por el respeto que inspiraba; algo repuesto del golpe intentó defenderse cuando el soldado Joaquín León desde su caballo le tiró un balazo de carabina que le atravesó el pecho; en vano Galeana quiso sacar su espada para defenderse; el mismo León se apeó entonces y le cortó la cabeza, que puso en la punta de una lanza; los realistas sin ocuparse de perseguir a Ávila y a los fugitivos, regresaron a Coyuca. El tronco quedó tirado y cuando su sobrino Pablo quiso recogerlo ya Avilés había destacado una partida que impidió la maniobra.

El comandante realista mandó fijar la cabeza en un alto palo en la plaza de Coyuca, y al ver los denuestos y befa que de aquel despojo hicieron dos mujerzuelas de la tropa las reprendió severamente añadiendo: “Esta es la cabeza de un hombre honrado y valiente” la quitó del palo haciendo que se colocara sobre la puerta de la iglesia, y poco después la hizo enterrar en la misma.

La muerte de Galeana ocurrió el 27 de junio de 1814 en el puente llamado El Salitral al lado poniente de Coyuca, a unas dos leguas de la población. Dos de sus soldados enterraron después su cuerpo, pero como algún tiempo después fueron fusilados no se ha podido descubrir el sepulcro por más pesquisas que oficialmente se hicieron, pues el monte ha tomado diversa forma, llenándose de bosque que crece prodigiosamente en aquellos feraces parajes. La valentía de don Hermenegildo rayaba en la temeridad, y en los combates parecía un verdadero león; su nombre solo bastaba para infundir terror entre los realistas y pocos eran los que le resistían cuando se presentaba empuñando su espada que manejaba como si fuera machete. Jamás atacó personalmente a un enemigo por la espalda y no derramó sangre fuera del campo de batalla, y aun cuando se le diese orden, se resistía a fusilar a alguien. Amó con verdadera veneración a Morelos y lo respetaba tanto que siempre le habló con mucho comedimiento y esperaba a que lo interrogase para dirigirle la palabra. Cuando éste supo la muerte de Galeana se abatió mucho y exclamó lleno de tristeza: “¡Se acabaron mis brazos!... ¡ya no soy nada!...” En efecto, a Matamoros por su inteligencia lo consideraba como su brazo derecho y a don Hermenegildo, por su valor, su brazo izquierdo; de haber recibido alguna instrucción (pues no sabía ni escribir) habría superado al mismo Morelos en aptitudes militares.

El estado de Guerrero le dedicó una estatua en el paseo de la Reforma, obra del malogrado escultor Jesús Contreras, que fue descubierta el 5 de mayo de 1898; pero en Tecpan o en Cuautla, que es donde más la merece, aún no perpetúa el bronce sus hazañas, las que por otra parte no necesitan de ella, pues en el Sur son relatadas con fidelidad por los padres a sus hijos y en el resto del país son también bastante conocidas.


(Tomado de: Villaseñor, Alejandro - Caudillos de la Independencia . Cuadernos Mexicanos, año II, número 60. Coedición SEP/Conasupo. México, D.F., s/f)