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martes, 17 de diciembre de 2019

Sencillez pueril de los californios

De su sencillez pueril tenemos varios ejemplos curiosos. Habiendo hallado algunos indios entre la arena de la playa de mar Pacífico unas tinajas grandes de barro dejadas allí sin duda por los marineros de algún navío de las Islas Filipinas, se admiraron, como que jamás habían visto vasijas semejantes, las llevaron a una cueva poco distante de su habitación ordinaria, y las colocaron allí con las bocas vueltas hacia la entrada a fin de que todos las observasen bien. Después concurrían con frecuencia a verlas, sin dejar de admirar aquellas grandes bocas siempre abiertas, y en sus bailes, en donde imitaban los movimientos y voces de los animales, remedaban con sus bocas las de las tinajas. Entre tanto les sobrevino una enfermedad, y no sabiendo qué hacer para librarse de ella, se reunieron en consejo, en el cual, después de una larga deliberación, el más autorizado de todos dijo que aquellas tinajas habían sin duda transmitido la epidemia por sus bocas y que el remedio sería tapárselas bien. Parecióles bueno a todos este dictamen; mas como para ponerle en práctica era necesario acercarse a las tinajas y se creía que esto no podía hacerse sin peligro de muerte, se determinó que algunos jóvenes robustos se acercasen a ellas de espaldas y con manojos de yerbas tapasen aquellas bocas fatales, como efectivamente se hizo. 
Poco después que los jesuitas empezaron a plantar sus misiones en la California envió un misionero a otro por medio de un indio neófito dos tortas de pan (regalo entonces muy apreciado por la escasez del trigo) con una carta, en que le hablaba de esta remesa. El neófito probó el pan en el camino, y habiéndole gustado le comió todo. Llegado a presencia del misionero a quien era enviado, le entregó la carta, y habiéndole reclamado el pan, negó haberle recibido, y como no pudiese adivinar quién había dicho aquello al misionero, se le advirtió que la carta era la que se lo decía, sin embargo de lo cual insistió en su negativa y fue despedido. A poco tiempo volvió a ser enviado al mismo misionero con otro regalo, acompañado también de una carta y en el camino cayó en la misma tentación. Mas como la primera vez había sido descubierto por la carta, para evitar que ésta le viese la metió debajo de una piedra mientras devoraba lo que traía. Habiendo entregado al misionero la carta y siendo con ella convencido nuevamente del hurto, respondió con esta extraña simplicidad: Yo os confieso, padre, que la primera carta os dijo la verdad porque realmente me vio comer el pan; pero esta otra es una embustera en afirmar lo que ciertamente no ha visto. 

(Tomado de: Clavijero, Francisco Xavier - Historia de la antigua o Baja California. Estudio preliminar por Miguel León-Portilla. Colección “Sepan cuantos…” #143. Editorial Porrúa, S.A. México 1990)

miércoles, 23 de octubre de 2019

La sal en Baja California



En cuanto a sales, hay allí sal común, sal gema y nitro. Estando la California rodeada del mar, casi todas por partes, no puede dejar de haber en ellas buenas salinas. Y en efecto, hay muchas: pero ninguna es comparable con la de la isla del Carmen situada en el golfo a los 26° frente al puerto de Loreto, del cual dista cuatro leguas. Esta isla, que tiene trece leguas de circunferencia, está toda desierta, y no se alimentan en ella más que ratones y un gran número de serpientes: en la parte occidental tiene una áspera montaña; pero el terreno de la parte oriental es llano, y en él se halla aquella salina que sin contradicción es una de las mejores del universo. Comienza a distancia de media legua del mar, y se extiende tanto, que no se alcanza a ver el fin, presentando al observador el espectáculo de una inmensa llanura cubierta de nieve. Su sal es blanquísima, cristalizada y pura, sin mezcla de tierra ni de otros cuerpos cuerpos extraños. Aunque no es tan dura como la piedra, se necesitan picos para trozarla, y de este modo la dividen en panes cuadrados de un tamaño proporcionado para que cada operario pueda llevar uno de ellos a cuestas. Este trabajo se ejecuta en las primeras y en las últimas horas del día, porque en las restantes refractan en ella los rayos del sol con tanta viveza, que deslumbran a los trabajadores. Aunque todas las flotas de Europa acudiesen a cargar sal de aquella salina, jamás podrían agotarla, no sólo por su grande extensión, sino principalmente porque se reproduce luego la sal que de ella se extrae: apenas pasan siete u ocho días después de haberle sacado la cantidad necesaria para cargar un barco, cuando la excavación está llena de nueva sal. Si ésta salina estuviera en algún país de la Europa, produciría al soberano que la poseyera una de las rentas más considerable que la que producen las famosas de Williska en Polonia, en cuya tenebrosa y horrible profundidad se sepultan tantos centenares de esclavos a sacar sal; mas en el Golfo de California no sirve más que de proveer a los pocos habitantes de aquella península. Aun en el lugar en que dios la puso pudiera ser mucho más útil si se excitara la industria de los habitantes de Sinaloa, de Culiacán y de los otros pueblos de la costa; porque siendo allí tan abundante y excelente la pesca, como después diremos, y habiendo toda la sal que se quiera sin que cueste nada, podrían hacer un comercio muy lucrativo de pescado salado con las provincias mediterráneas de la Nueva España.

Dos criaderos de sal gema se han descubierto en la península: el uno en la costa del mar Pacífico a los 26°, y el otro a los 28° en la llanura perteneciente a la misión de San Ignacio. La sal que de ellos se extrae es semejante en la blancura y pureza a la del Carmen, pero no es tan tersa y reluciente. En el monte del Rosario hay nitro puro, y en varios lugares le hay mezclado con tierra. 

El llamado por los mexicanos tequizquitl y por los españoles de México tequesquite, es más bien la espuma del nitro, de la cual se suelen servir en la Nueva España, como en Egipto, para hacer la legía de blanquear los lienzos, y para cocer las legumbres, que con este mineral se ponen más suaves y más sabrosas.

(Tomado de: Clavijero, Francisco Xavier - Historia de la antigua o Baja California. Estudio preliminar por Miguel León-Portilla. Colección “Sepan cuantos…” #143. Editorial Porrúa, S.A. México 1990)

lunes, 7 de octubre de 2019

Las perlas en Baja California



Aunque los múrices de la California son muy apreciables, ninguno se ha dedicado hasta ahora a pescarlos y a servirse de su púrpura, porque las perlas han llamado toda la atención de los pescadores. La abundancia de ellas, que tanto ha contribuido a dar celebridad a aquella península, por otra parte tan miserable, fue mucha en el Golfo cerca de la costa oriental de la misma península y junto a las islas adyacentes. Las que se pescaban desde el cabo de San Lucas hasta los 27° eran en general blancas y brillantes, o como dicen los comerciantes, de buen oriente. Las que se hallaban desde el paralelo citado hacia el N., eran comúnmente algo empañadas, y por lo mismo menos apreciadas.
A fines del siglo XVI en que fueron descubiertas estas, digámoslo así, minas marítimas, comenzaron a buscar riquezas en ellas los habitantes de Nueva Galicia, Culiacán y Sinaloa, y efectivamente, enriquecieron algunos en los dos siglos pasados; pero por el año de 1736 empezaron a escasear las perlas, de modo que a muchos les era desventajosa la pesca de ellas. En 1740 arrojaron las olas una gran cantidad de madreperlas en la playa desde los 28° adelante: los indios habitantes de aquella costa, que entonces estaban recién convertidos al cristianismo, sabiendo cuánto apreciaban los españoles las perlas, llevaron muchas a los soldados de la misión de San Ignacio, que a la sazón era fronteriza con los gentiles, dándolas en cambio de algunas cositas que estimaban más porque les eran más útiles. Don Manuel de Ocio, uno de aquellos soldados y yerno del Capitán Gobernador de la California, esperando hacer una gran fortuna, pidió su retiro y marchó a la Nueva Galicia, en donde empleó todo su capital en comprar barcas, pagar buzos y proveerse de todo lo necesario para el buceo de la perla. Con el producto de la que sacó en 1742, hizo mayores preparativos para el año siguiente, en el cual obtuvo 127 libras españolas de perlas; pero esta pesca, aunque abundante, no es comparable con la de 1744, que ascendió a 275 libras. Aunque las perlas eran de inferior calidad, como pescadas más allá de los 28°, enriquecieron pronto a Ocio por su abundancia; pero de entonces acá se ha ido disminuyendo la pesca, en términos de hallarse casi absolutamente abandonada, y los pocos que se han dedicado a ella, apenas han podido sacar los costos, especialmente en estos últimos años en que la economía europea ha introducido en México el uso de las perlas falsas.
El tiempo destinado a esta pesca son los tres meses de julio, agosto y septiembre. Luego que el armador del buceo, esto es, aquel a cuyas expensas se hace la pesca, tiene los barcos aprestados y provistos de todo lo necesario, se dirige a la costa oriental de la California y elige en ella un puerto cercano a los placeres, es decir, a aquellos lugares en donde abunda la madreperla, con tal que haya en él agua potable. En los tres meses que dura el buceo, van diariamente los barcos con los buzos del puerto a los placeres. La pesca comienza dos horas antes y termina dos horas después del mediodía, porque la posición perpendicular del sol aclara mucho el fondo del mar y facilita el hallazgo de las ostras, y por este motivo no se pesca en las restantes horas del día, ni en las expresadas si el sol está nublado. La profundidad a que descienden los buzos a buscar las ostras, es de ocho, doce, diez y seis, y hasta de veinte y veinticuatro pies, según su destreza. Se sumergen llevando cada uno una red atada al cuerpo para poner en ella las ostras, y un bastón bien aguzado para defenderse de las mantas y para otros usos. Luego que llenan la red o no pueden contener más el aliento, vuelven al barco o a vaciar aquélla o a tomar alguna respiración, porque es mucha la fatiga que sufren, tanto al sumergirse como al salir. Terminada la pesca del día, tornan al puerto, en donde se hace la cuenta y partición de las ostras. De los buzos, algunos se contratan por salario y otros no: los primeros no tienen de la pesca más que el sueldo en que han convenido con el armador; los segundos tienen la mitad de las ostras que pescan, y tanto unos como otros son alimentados por el armador todo el tiempo de la pesca, y deben ser restituidos por él al mismo lugar de donde son llevados.
La distribución diaria de las ostras se hace del modo siguiente: si el buzo está asalariado, del conjunto de las ostras se toman cuatro para el armador y una para el Rey, pero si no lo está, toma el armador la primera y la tercera, el buzo la segunda y la cuarta, y se aparta la quinta para el Rey; de este modo van contando y separando hasta concluir el montón, pues el Rey Católico tiene el quinto de todas las ostras que se pescan. La exacción de este impuesto ha estado encomendada por el Virrey de México al Capitán Gobernador de la California, el cual, no pudiendo hacerla personalmente, delegaba otros que la hiciese efectiva en su nombre, y acabado el tiempo de la pesca, mandaba a Guadalajara, capital de la Nueva Galicia, toda la cantidad de perlas perteneciente al real erario, con los correspondientes documentos. Como todos los gobernadores que han tenido esta comisión han sido buenos cristianos y hombres muy honrados, se han manejado en ella con suma fidelidad, sin premio alguno y sin más interés que el de servir a su soberano.
Después de hecha la división se abren las ostras para sacarles las perlas, si las tienen; pues algunas no tienen absolutamente nada, otras tienen una, y suele haber algunas que tienen dos o más. Los armadores compran a los buzos las que les han tocado, o se las cambian por mercancías, que con este fin llevan comúnmente consigo los que emprenden la tal pesca.
Las madreperlas son por lo general de cinco pulgadas de longitud y de tres a cuatro de anchura: su color por defuera es un verde sucio, pero interiormente son hermosas. Las perlas se forman en algunos pliegues del cuerpo del animal, aunque no falten algunas que se hallan adheridas a la superficie interna de la concha, las cuales son llamadas topos, y aunque sean grandes y bellas, no tienen estimación, por razón de tener plana la parte que estaba en contacto con la concha. Las más apreciadas son las que además de ser grandes, blancas y brillantes, son esféricas u ovales, y sobre todo las que tienen figura de pera.

(Tomado de: Clavijero, Francisco Xavier - Historia de la antigua o Baja California. Estudio preliminar por Miguel León-Portilla. Colección “Sepan cuantos…” #143. Editorial Porrúa, S.A. México 1990)