Aunque los múrices de la California son muy apreciables, ninguno se ha dedicado hasta ahora a pescarlos y a servirse de su púrpura, porque las perlas han llamado toda la atención de los pescadores. La abundancia de ellas, que tanto ha contribuido a dar celebridad a aquella península, por otra parte tan miserable, fue mucha en el Golfo cerca de la costa oriental de la misma península y junto a las islas adyacentes. Las que se pescaban desde el cabo de San Lucas hasta los 27° eran en general blancas y brillantes, o como dicen los comerciantes, de buen oriente. Las que se hallaban desde el paralelo citado hacia el N., eran comúnmente algo empañadas, y por lo mismo menos apreciadas.
A fines del siglo XVI en que fueron descubiertas estas, digámoslo así, minas marítimas, comenzaron a buscar riquezas en ellas los habitantes de Nueva Galicia, Culiacán y Sinaloa, y efectivamente, enriquecieron algunos en los dos siglos pasados; pero por el año de 1736 empezaron a escasear las perlas, de modo que a muchos les era desventajosa la pesca de ellas. En 1740 arrojaron las olas una gran cantidad de madreperlas en la playa desde los 28° adelante: los indios habitantes de aquella costa, que entonces estaban recién convertidos al cristianismo, sabiendo cuánto apreciaban los españoles las perlas, llevaron muchas a los soldados de la misión de San Ignacio, que a la sazón era fronteriza con los gentiles, dándolas en cambio de algunas cositas que estimaban más porque les eran más útiles. Don Manuel de Ocio, uno de aquellos soldados y yerno del Capitán Gobernador de la California, esperando hacer una gran fortuna, pidió su retiro y marchó a la Nueva Galicia, en donde empleó todo su capital en comprar barcas, pagar buzos y proveerse de todo lo necesario para el buceo de la perla. Con el producto de la que sacó en 1742, hizo mayores preparativos para el año siguiente, en el cual obtuvo 127 libras españolas de perlas; pero esta pesca, aunque abundante, no es comparable con la de 1744, que ascendió a 275 libras. Aunque las perlas eran de inferior calidad, como pescadas más allá de los 28°, enriquecieron pronto a Ocio por su abundancia; pero de entonces acá se ha ido disminuyendo la pesca, en términos de hallarse casi absolutamente abandonada, y los pocos que se han dedicado a ella, apenas han podido sacar los costos, especialmente en estos últimos años en que la economía europea ha introducido en México el uso de las perlas falsas.
El tiempo destinado a esta pesca son los tres meses de julio, agosto y septiembre. Luego que el armador del buceo, esto es, aquel a cuyas expensas se hace la pesca, tiene los barcos aprestados y provistos de todo lo necesario, se dirige a la costa oriental de la California y elige en ella un puerto cercano a los placeres, es decir, a aquellos lugares en donde abunda la madreperla, con tal que haya en él agua potable. En los tres meses que dura el buceo, van diariamente los barcos con los buzos del puerto a los placeres. La pesca comienza dos horas antes y termina dos horas después del mediodía, porque la posición perpendicular del sol aclara mucho el fondo del mar y facilita el hallazgo de las ostras, y por este motivo no se pesca en las restantes horas del día, ni en las expresadas si el sol está nublado. La profundidad a que descienden los buzos a buscar las ostras, es de ocho, doce, diez y seis, y hasta de veinte y veinticuatro pies, según su destreza. Se sumergen llevando cada uno una red atada al cuerpo para poner en ella las ostras, y un bastón bien aguzado para defenderse de las mantas y para otros usos. Luego que llenan la red o no pueden contener más el aliento, vuelven al barco o a vaciar aquélla o a tomar alguna respiración, porque es mucha la fatiga que sufren, tanto al sumergirse como al salir. Terminada la pesca del día, tornan al puerto, en donde se hace la cuenta y partición de las ostras. De los buzos, algunos se contratan por salario y otros no: los primeros no tienen de la pesca más que el sueldo en que han convenido con el armador; los segundos tienen la mitad de las ostras que pescan, y tanto unos como otros son alimentados por el armador todo el tiempo de la pesca, y deben ser restituidos por él al mismo lugar de donde son llevados.
La distribución diaria de las ostras se hace del modo siguiente: si el buzo está asalariado, del conjunto de las ostras se toman cuatro para el armador y una para el Rey, pero si no lo está, toma el armador la primera y la tercera, el buzo la segunda y la cuarta, y se aparta la quinta para el Rey; de este modo van contando y separando hasta concluir el montón, pues el Rey Católico tiene el quinto de todas las ostras que se pescan. La exacción de este impuesto ha estado encomendada por el Virrey de México al Capitán Gobernador de la California, el cual, no pudiendo hacerla personalmente, delegaba otros que la hiciese efectiva en su nombre, y acabado el tiempo de la pesca, mandaba a Guadalajara, capital de la Nueva Galicia, toda la cantidad de perlas perteneciente al real erario, con los correspondientes documentos. Como todos los gobernadores que han tenido esta comisión han sido buenos cristianos y hombres muy honrados, se han manejado en ella con suma fidelidad, sin premio alguno y sin más interés que el de servir a su soberano.
Después de hecha la división se abren las ostras para sacarles las perlas, si las tienen; pues algunas no tienen absolutamente nada, otras tienen una, y suele haber algunas que tienen dos o más. Los armadores compran a los buzos las que les han tocado, o se las cambian por mercancías, que con este fin llevan comúnmente consigo los que emprenden la tal pesca.
Las madreperlas son por lo general de cinco pulgadas de longitud y de tres a cuatro de anchura: su color por defuera es un verde sucio, pero interiormente son hermosas. Las perlas se forman en algunos pliegues del cuerpo del animal, aunque no falten algunas que se hallan adheridas a la superficie interna de la concha, las cuales son llamadas topos, y aunque sean grandes y bellas, no tienen estimación, por razón de tener plana la parte que estaba en contacto con la concha. Las más apreciadas son las que además de ser grandes, blancas y brillantes, son esféricas u ovales, y sobre todo las que tienen figura de pera.
(Tomado de: Clavijero, Francisco Xavier - Historia de la antigua o Baja California. Estudio preliminar por Miguel León-Portilla. Colección “Sepan cuantos…” #143. Editorial Porrúa, S.A. México 1990)
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