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martes, 7 de abril de 2020

Cultura zapoteca

Los zapotecos, llamados en su propio idioma ben zaa, "la gente de las nubes", constituyen el grupo más antiguo de la región oaxaqueña. Habitaron principalmente los Valles Centrales y las sierras circundantes, desde por lo menos 1400 a.C. En la actualidad, en esa zona viven una gran cantidad de personas cuya lengua materna es una variante del zapoteco, yor todo el editado de Oaxaca habitan miembros de grupos indígenas que han sabido preservar tradiciones y modos de vida similares a los que eran comunes en la época prehispánica.
Los zapotecos son notables por su larga permanencia, en la época prehispánica, como el grupo dominante de una amplia región de Oaxaca en lo político, lo económico y lo cultural. Se distinguen entre otros aspectos por su arquitectura, sus monumentos grabados, su pintura mural y su arte cerámico. Era una sociedad compleja -formada por campesinos, artesanos, guerreros, comerciantes, sacerdotes y gobernantes- que desarrolló uno de los sistemas de escritura y registro más antiguos de Mesoamérica. Monte Albán fue la principal ciudad zapoteca -y una de las más importantes de Mesoamérica- durante varios siglos, entre 500 a.C. y 800 d.C., cuando ejerció el dominio político y económico en la región y llegó a albergar a una numerosa población, para aquélla época, de 35 000 personas. La mayoría de los habitantes vivía en las laderas del cerro en que se situaba el centro cívicos ceremonial, conformado por una gran cantidad de templos, edificios públicos juego de pelota, tumbas y habitaciones para el grupo gobernante. La ubicación de la ciudad seguramente respondía a la necesidad de dar a sus habitantes un refugio ante posibles ataques de grupos hostiles.
Al igual que para otros pueblos mesoamericanos, la muerte era un aspecto fundamental en la cosmovisión de los zapotecos. Es por ello que las tumbas son uno de los rasgos más distintivos de esta cultura; en ellas y en su contenido se expresan con claridad su idea de la religión y la fuerte diferencia que existía entre las clases de la sociedad zapoteca. Mientras más importante fuera o más recursos poseyera el personaje enterrado, más elaborado era el sepulcro y más rica la ofrenda depositada para acompañarlo en su último viaje.
Las tumbas de Monte Albán se encuentran entre los mejores ejemplos no sólo de la región zapoteca, sino del área mesoamericana en su conjunto. En ellas, cuyo número conocido es superior a cien, se observa claramente la diversidad cultural de los habitantes de esta ciudad a lo largo del tiempo.

Cronología
9000-1500 a.C. Los Valles Centrales son ocupados por grupos de cazadores-recolectores que paulatinamente se transformarán en sociedades agrícolas. Hay evidencia de domesticación de plantas en lugares como Guilá Naquitz.

1500-500 a.C. Desarrollo de las primeras aldeas agrícolas, algunas de las cuales muestran signos de estratificación social. Se establece un sistema de intercambio regional de diversos productos. San José Mogote escala población más importante, y en ella se encuentran ya algunos de los elementos que serán característicos de la cultura zapoteca, como el sistema de escritura.

500 a.C.-800 d.C. Surge y alcanza su esplendor Monte Albán, sin duda la ciudad zapoteca más relevante. En su apogeo contó con una población de cerca de 35 000 habitantes, dominaba una parte del territorio oaxaqueño y mantuvo relaciones con otras regiones.

800-1200 d.C. Posclásico temprano. A la caída de Monte Albán se da el florecimiento de un buen número de ciudades-Estado que controlaban unidades formadas por varios pueblos, en regiones menos amplias.

1200-1521 d.C. Varios poblados de la región zapoteca son conquistados por la Triple Alianza. Los mixtecos incursionan en los Valles Centrales y establecen relaciones de dominio o de alianza con los zapotecos. Las dos principales ciudades zapotecas son Mitla y Zaachila, sus capitales religiosa y política, respectivamente.

(Tomado de: Vela, Enrique - Culturas prehispánicas de México. Arqueología Mexicana, Edición Especial #34. Editorial Raíces/Instituto Nacional de Antropología e Historia. México, D.F.,)

domingo, 3 de marzo de 2019

Franz Mayer




(1882-1975) Fotógrafo y coleccionista alemán. Llegó a suelo mexicano en 1905 y se nacionalizó en diciembre de 1933. Vino al país a trabajar con su compatriota, el banquero Hugo Scherer y posteriormente adquirió un lugar en la bolsa, participando como corredor independiente. Una de sus pasiones fue la naturaleza, por lo que instaló en su casa un invernadero dedicado al cultivo de orquídeas y claveles. La fotografía fue otra de sus predilecciones y se dedicó a ella cerca de 20 años, tomando imágenes de la diversidad cultural de México y de las naciones que visitó. Atesoró cientos de libros, textiles y cerámica conocida como talavera; actualmente más de 1400 azulejos antiguos forman parte de una colección en el museo que lleva su nombre en la CDMX. Antes de morir donó su repertorio de libros y arte decorativo al pueblo mexicano, este acervo es administrado por el Banco de México.

(Tomado de: Muy Interesante, septiembre de 2018, no. 09. 100 Extranjeros que amaron México)




lunes, 3 de diciembre de 2018

Fundación de Puebla

 
 
 
Para edificar Puebla se escogió un terreno inmejorable. Ésta, la segunda ciudad novohispana, fue fundada para dar albergue a las legiones de españoles anhelosos de enriquecerse, que llegaron al país al término de la conquista de la meseta central, y como el botín ya había sido repartido y nada podía dárseles, se diseminaron por la comarca subsistiendo en calidad de vagabundos o bandoleros.

Además de absorber a los malvivientes, se creyó que una población española afirmaría la seguridad en un territorio en el que abundaban los señoríos indígenas, y que serviría de modelo a los nativos para que conocieran y adoptaran los métodos de trabajo de los españoles. Se buscaron terrenos en los que no fuese necesario despojar a los indios, y después de probar dos sitios que resultaron inadecuados, la ciudad quedó definitivamente establecida en 1533. Se le llamó Puebla de los Ángeles en alusión a la ciudad angélica de la que habla san Juan Evangelista en el Apocalipsis.

Inicialmente la ciudad tuvo unos cincuenta vecinos españoles, para 1547 ya contaba trescientos, en 1570 sumaban ochocientos y hacia 1600 ascendían a 1,500. Muchos españoles estaban casados con indias, y además un buen número de indígenas se establecieron desde el principio en los suburbios. Los negros llegaron en número tan elevado que al finalizar el siglo XVI ya igualaban a la población blanca. Con el explosivo crecimiento de Puebla, el primer asentamiento español en la cercana Tepeaca de la Frontera y la vecina ciudad de Tlaxcala perdieron su importancia.

A fines del siglo XVI Puebla ya había ganado renombre como productor de trigo y otros cereales de origen europeo, que no sólo servían para abastecer a la Nueva España sino que se exportaban a Cuba, Perú y Guatemala. La multiplicación de los rebaños de ovejas alentó la creación de talleres en los que se fabricaban telas de lana. Se introdujo el gusano de seda y se llegaron a producir buenas telas. La cochinilla obtenida localmente se exportaba a Europa. En Puebla se fabricaban también embutidos, jamones y tocinos destinados al abasto de los barcos que partían de Veracruz a España.
 
 

Esto, más el comercio local y el de las mercaderías europeas y orientales que pasaban por Puebla y desde allí eran redistribuidas a otras partes del país, constituyó la base inicial de la prosperidad poblana. Luego fueron traídos de Bohemia varios maestros cristaleros que enseñaron a los artesanos locales a fabricar bellos candiles, y paralelamente llegaron procedentes de Talavera de la Reina, España, los hábiles alfareros que iniciaron la producción de la famosa cerámica local.
 
(Biblioteca Palafoxiana)

En 1678 la población ya rebasaba los 60,000 habitantes. La ciudad contaba con magníficas plazas y jardines públicos, y un gran número de mansiones particulares embellecían las calles. Con el auge se multiplicaron también los establecimientos religiosos. Conventos de monjas como los de Santa Clara, Santa Teresa, Santa Mónica y la Santísima Trinidad se unieron a los majestuosos reclusorios de frailes que empezaron a ser construidos en el siglo anterior. Como los de San Francisco, Santo Domingo, San Agustín y San Antonio, que ocupaban varias manzanas cada uno. La catedral, iniciada en 1575, quedó prácticamente terminada en 1649 merced al empeño del obispo Juan de Palafox y Mendoza, quien también creó la biblioteca conocida hoy por su nombre, notable por la magnificencia de sus estanterías, hechas por ebanistas locales. Éstos también producían finos muebles para ser vendidos al público.

En el siglo XVIII vino una caída, ya que la metrópoli prohibió el comercio de las colonias entre sí y las exportaciones cesaron. Los productores locales de lana y seda encontraron difícil competir con los de Europa y Asia y la actividad prácticamente desapareció. Para colmo, en el valle de México y el Bajío surgieron nuevos centros agrícolas y manufactureros que hicieron fuerte competencia a los establecimientos similares poblanos. Sólo prosperó la industria textil algodonera. Se registraron además epidemias que causaron miles de muertos y el 1793 la población de la ciudad fue calculada en 56,859 habitantes, o sea menos que en el siglo anterior.
 
(San Francisco Acatepec, Puebla)

Con todo, Puebla seguía siendo la segunda ciudad de la colonia en los primeros años del siglo XIX. Su silueta urbana ya era muy parecida a la actual, con las torres de catedral y las cúpulas de las iglesias dominando el panorama. Las casas particulares habían sido embellecidas aplicando filigranas de argamasa blanca y azulejos policromados a los rojos ladrillos que recubrían las fachadas. Ya se consumía en grandes cantidades “mole” (¿derivado de los currys de la India, como ha sugerido Octavio Paz?) y se había impuesto el vestido de china poblana, que aparentemente fue creado a partir de las prendas importadas de Manila.
 
(Tomado de: Armando Ayala Anguiano - ¡Extra! Contenido. México de carne y Hueso III. Tercer tomo: La Nueva España (1). Editorial Contenido, S.A. de C.V., México, D.F., 1997)