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miércoles, 16 de julio de 2025

Santuarios - El Santo Niño de Atocha

 



Santuarios - El Santo Niño de Atocha 


La historia del Niño Jesús de Santa María de Atocha tiene más vueltas que un tranvía, pero después de mucho andar llegamos al mismo sitio. El 8 de octubre de 1566, se descubren las minas de San Demetrio. Para 1621 se le denomina al sitio Plateros. Desde el siglo XVII se venera un bello crucifijo de tamaño casi natural llamado El Señor de los Plateros. Su fama milagrosa se acrecenta con la resurrección de un muerto, lo que hace crecer la actual iglesia iniciada en 1789. 

Para 1830 circulan por toda la República con gran profusión, folletitos o estampas llamadas "novenas" que contienen la imagen del Niño Azul diciendo que es el Santo Niño de Atocha que se venera en Plateros. La estampa representa a un niño de 8 a 10 años con sombrero ancho y remate de plumas. El Infante está sentado en una silla con brazos, calza huaraches y lleva sobre los hombros una esclavina con la concha del peregrino y un cuello de encaje. En la mano izquierda lleva el báculo y el guaje del viajero y en la derecha una canastita. Cuando el peregrino viene a su santuario esa imagen no existe. 

El pequeño que nunca está 

Este niño no está y en el altar mayor, al pie del Santo Cristo de los Plateros se encuentra desde 1829 el Santo Niño de Santa María de Atocha que fue regalado, según tradición, por el marqués de San Miguel de Aguayo, propietario de las minas de Plateros. 

Esa imagen es cierta réplica del de Santa María, venerada en Atocha, Madrid, pero se trata de un niño recién nacido al que también se le ha dado atuendo de peregrino y se le coloca sentado, aunque en más modesta silla. La otra es una pintura, ésta es una escultura. Aquí como observa López de Lara se pregunta uno ¿Por qué se le quita de los brazos de su madre la Virgen María? 

Para darle culto independiente se le hace sentar en una silla y se le viste como a un Niño mayor. ¿Qué relación tiene ese pequeño con el Niño Azul o con el Santo Niño de Praga? El pueblo no se lo cuestiona ni le importa, sabiendo que sólo rinde culto al único Niño Dios nacido de la Virgen María, pero sí explica sus efectos: es que el Niño de la estampa se fue de viaje para ayudar a sus devotos. Por eso viste de peregrino y usa sombrero, por eso sus sandalias han aparecido con lodo. 

El santuario tiene un gran anexo para guardar los exvotos. Como en todos estos sitios el espacio siempre es insuficiente. 

Datos que hay que tener al alcance de la mano 

Ubicación.- Cerca de Fresnillo, Zacatecas.

Cómo llegar.- El santuario del Santo Niño de Atocha se encuentra cerca de la localidad de Fresnillo, está después de un recorrido, desde la capital, de 51 km aproximadamente por las carreteras 45 y 49. A casi 5 km al norte de Fresnillo se localiza la población de Plateros.

Fecha de celebración.- 25 de diciembre 

Peregrinaciones.- Atrae a casi un millón de visitantes cada año y es uno de los lugares de peregrinación más populares en nuestro país.


(Tomado de: Quesada A, Emilio H. - Santuarios, Guía #21, México Desconocido, Edición Especial, Editorial Jilguero, S. A. de C. V., México, Distrito Federal, 1995)

jueves, 13 de febrero de 2025

José Miguel Gordoa

 


Gordoa (José Miguel). Nació en el Real de Álamos, Zacatecas. Estudió primero en el Colegio de San Ildefonso, de México, y después se incorporó a la Universidad de Guadalajara. Representó a la provincia de Zacatecas en las Cortes españolas, de las que era presidente cuando llegó el decreto de Fernando VII, de 4 de mayo de 1814, en que manifestaba que no juraría la Constitución y disolvía las Cortes. En esa ocasión pronunció un discurso que causó grandísima sensación y fue publicado en España y América. Regresó a México trayendo la cruz de Carlos III. Fue electo diputado por Zacatecas al Congreso Constituyente de 1824. Se le consagró obispo de Guadalajara en agosto de 1831.


(Tomado de: México en las Cortes de Cádiz (Documentos). El liberalismo mexicano en pensamiento y en acción. Colección dirigida por Martín Luis Guzmán. Empresas Editoriales, S. A. México, D. F. 1949)

lunes, 30 de septiembre de 2024

Eulalia Guzmán

 


Eulalia Guzmán 

(1890-1985)


Reivindicar el mundo prehispánico


El patrimonio material y simbólico que ha sobrevivido como testimonio del México prehispánico ha sido motivo de disputas de toda índole. La exploración, los descubrimientos, la interpretación documental, incluso el saqueo dieron pauta al desarrollo de la arqueología, sin embargo, esta disciplina fue predominantemente masculino hasta la irrupción de Eulalia Guzmán.

Hija de Julián Guzmán Pacheco y Antonia Barrón Calvillo, nació el 19 de febrero de 1890 en San Pedro Piedra Gorda, Zacatecas. Concluida su educación básica, optó por inscribirse en la Normal en la que hizo amistad con María Arias Bernal. Un relato sitúa a Eulalia como una de las personas que estaban con la intrépida profesora cuando corrió la noticia de la aprehensión de Madero. Enteradas del hecho, ambas acudieron a Palacio Nacional y solicitaron audiencia con Huerta para pedir que se protegiera la vida del presidente, pero no fueron recibidas.


Cuando iban rumbo al elevador, uno de los empleados de intendencia les dijo: "Señoritas, vengan a este pasillo para que vean, quizá por última vez, al señor Madero." Así lo hicieron, alcanzando a contemplar a través de los cristales opacos [...] la silueta a contra luz de aquel hombre que estaba en los umbrales del cadalso. Madero se paseaba, recuerda doña Eulalia, con las manos hacia atrás y la cabeza inclinada hacia adelante.

 

Una vez consumado el magnicidio, y cuando era más que necesario negar las filiaciones maderistas, Eulalia acudió con su mentora a las puertas de la penitenciaría de Lecumberri a exigir la entrega del cadáver, y "fue de las pocas personas que fueron testigos de que el caudillo de la Revolución de 1910 se le dio por mortaja una sábana de la expulsaban los delincuentes”.

A partir de ese incidente fue despedida y se le impidió ejercer. La situación cambió con la llegada de Carranza a la capital, pues la persecución terminó y pudo dedicarse al aprendizaje de la historia y la arqueología, mismo que cultivó en la Escuela de Altos Estudios.

Con el apoyo del gobierno constitucionalista viajó a Estados Unidos a continuar su especialización. A su vuelta, fungió como directora durante año y medio de una primaria rural ubicada en Sonora.

En 1921 fue profesora interina de lengua castellana en la Nacional Preparatoria y en 1922 se integró a la plantilla docente de su alma mater, para luego acudir como observadora pedagógica a las escuelas experimentales recién fundadas en Brasil, Suiza, Bélgica y Alemania. Cuando regresó, se incorporó a la campaña educativa de Vasconcelos. De 1926 a 1929, el gobierno mexicano la becó para que se radicara en Berlín y en Jena, dedicándose al perfeccionamiento de sus estudios en ciencias de la educación.

En 1930 se convirtió en una de las pioneras en el campo de la arqueología mexicana y acompañó a Alfonso Caso, máximo representante en la materia, a las excavaciones de Monte Albán, entonces las más importantes del país. Para 1934 obtuvo el grado de maestra por la UNAM, mismo que le fue concedido por su tesis Caracteres esenciales del Arte antiguo mexicano.

Entre 1936 y 1940 regresó a Europa para documentar la historia del México precolombino. Aprovechó su estancia para trasladarse a Egipto a distintos congresos de actualización. También en ese periodo se pronunció a favor del nombramiento de Alfonso Caso como catalogador de tesoros arqueológicos: "Yo sé lo que le digo: el Lic. Caso es gente de mente para la ciencia, es autoridad en arqueología de México, [...] es incansable investigador y ama la arqueología, a tal punto que ha abandonado toda otra clase de actividades profesionales [...] y tiene además una reputación internacional muy alta. [...] si se quiere el avance de la ciencia en México: ¿por qué no poner en los lugares precisos a las personas precisas?”

En 1942 fue nombrada presidenta del Servicio Civil Femenino, un movimiento que tenía como propósito preparar a las mexicanas ante un posible escenario bélico en paralelo al servicio militar varonil, dadas las circunstancias de la Segunda Guerra, en la que México se involucró después de un ataque alemán que resultó en el hundimiento de dos buques petroleros. El cargo de Eulalia fue simbólico y se le otorgó debido a su estatuto de científica eminente, sin embargo, su trabajo arqueológico le exigió viajar a California a continuar con la catalogación de códices.

Al año siguiente fue invitada al programa radiofónico La Hora Nacional, en el cual elogió la labor histórica de Sor Juana Inés de la Cruz, Leona Vicario y Josefa Ortiz de Domínguez; también dirigió un discurso sobre el deber moral de la mujer en el marco del conflicto:


En la historia tormentosa de nuestra vida independiente, la mujer mexicana, en su enorme mayoría, ha continuado siendo lo que fue en las horas decisivas de México: colaboradora enérgica y desinteresada al lado del hombre patriota, siempre a favor de aquello que significa justicia y bien social. Ahora henos aquí ante una nueva situación [...] puesto que se trata de los destinos de la humanidad. A los males terribles que la guerra armada ha desatado, se agregan conceptos equivocados, dogmas y abusos que en nombre de falsos derechos de grupos que quisieron ser privilegiados, se predicaron como bandera de combat, y que ahora en estos momentos de confusión han ahondado sus raíces por todas partes bajo diversas formas. Males morales por un lado y desequilibrios económicos por el otro, forman ya un séquito de calamidades cuyo aumento se presiente. Puesto que México ha entrado a la contienda, es de urgencia inmediata que, al igual que lo que acontece en otros pueblos, en esta vez, como en el pasado, la mujer cumpla con su deber [...] Ninguna mujer, cualquiera que sea su situación, debe de permanecer inactiva o indiferente. Una era llena de calamidades toca a su fin, pero es forzoso que la mujer ponga su contribución moral y material en las labores que han de preparar un mundo mejor.

 

Reafirmó su compromiso con la educación en 1946, año en que aceptó escribir el primer curso de Historia universal para maestros rurales, al tiempo que impartía clases durante los talleres de verano organizados por la Normal.

El 26 de septiembre de 1949, después de meses de investigación a cargo de un equipo de trabajo, Eulalia hizo público su hallazgo más importante: el de los restos de Cuauhtémoc, último gobernante azteca, quien según sus investigaciones había sido enterrado en una pequeña población del estado de Guerrero. La noticia provocó revuelo internacional, pero también el escepticismo de buena parte de su gremio. Caso fue de los primeros en felicitarla. Eulalia refirió que ese día "los pobladores [...] esperaron la noticia en el atrio de la iglesia y las campanas se echaron a vuelo para llamar a los indígenas de los pueblos vecinos, quienes dieron gracias al cielo por haber comprobado lo que se venía diciendo de generación en generación”.

Las dudas sobre la autenticidad de la osamenta derivaron en que el grupo opositor creara una comisión dedicada a desmentirla. En medio de la controversia, el historiador José Mancisidor escribió un artículo en defensa del trabajo de Eulalia, al tiempo que criticó con dureza a sus detractores:

 

Tenaz, con la persistencia del mezquite sobre la arena, [...] pertenece a ese tipo de seres humanos capaces de forjarse, pese a las más empecinadas dificultades, su propio destino. El azar, la suerte, la de buenas o la de malas no significan nada para ella. [...] ¿Qué de raro tiene, pues, que una mujer de tales condiciones haya sido predestinada para sacar del fondo de su tierra los restos de Cuauhtémoc? [...] Eulalia Guzmán ha tocado con sus manos constructivas una parte de esa verdad tan buscada por ella misma. La ha tocado en [...] los sagrados huesos de Cuauhtémoc, cuyo recuerdo no han podido destruir, ni siquiera opacar, quienes [...] ante Hitler y Francisco Franco, se arrodillan, en el día y en la noche, ante el recuerdo de Cortés, Eulalia Guzmán ha comenzado a caminar en los senderos de la inmortalidad ahora que sus detractores, impotentes, se arrastran a ras de suelo.


El gobierno de Guerrero organizó, el 23 de abril de 1950, un homenaje nacional a Cuauhtémoc en Ixcateopan. La prensa aprovechó la ocasión para reconocer la valía de los descubrimientos de Eulalia:



No basta la opinión de unos cuantos [...] hispanófilos para destruir el sentimiento patrio que con entusiasmo desbordante se ha exaltado, y mucho menos la pretensión de las autoridades para oscurecer la gloria que ella [Eulalia] ha conquistado al realizar los descubrimientos que, por su significación, han traspasado las fronteras de México mostrando una vez más, que amamos lo nuestro y que las libertades defendidas por los hombres íntegros del ayer, sabremos defenderlas también, en todos los tiempos, aun a costa de nuestra propia vida.


Sus oponentes emitieron un dictamen adverso que fue duramente refutado por Eulalia. La arqueóloga inició su defensa cuestionando sus credenciales, para después interrogar los procedimientos que llevaron a cabo, pues de acuerdo con su versión nadie había tenido acceso a las piezas pictóricas y artesanales que, además de los restos, legitimaban la identidad del tlatoani.

En 1951 fue investigada por la policía secreta de Miguel Alemán por su supuesta filiación comunista. En su expediente de la Dirección de Seguridad se lee un fragmento de un discurso que pronunció con motivo del secuestro y expulsión del país del estadounidense Gus Hall:


Quiero hacer hincapié en este mensaje en mi convicción de que de ninguna manera se trata en esta asamblea de defender ideologías comunistas simplemente porque el señor Hall sea comunista ni de cualquier otro color político o religioso, pues hay muchos que reprochamos por el hecho por el cual se protesta que, como en el caso mío, no somos comunistas, ni de izquierdas ni de derechas, sino que tenemos nuestro propio modo de pensar y de actuar, y en lo que concierne a la cosa pública simplemente profesamos ideas liberales y de obediencia y respeto a las leyes que nos rigen y defendemos nuestra dignidad de pueblo independiente, cosas que en este caso pedimos que se respeten.


Diego Rivera y Emma Hurtado difundieron los esfuerzos de Eulalia en la antigua URSS: "No hemos logrado tener noticias exactas de tus gestiones en pro de nuestro gran señor Cuauhtémoc, sólo rumores de que fue oficialmente reconocida la autenticidad de tu formidable descubrimiento y además supimos [...] que ya se está construyendo [el camino] de Taxco a Ixcateopan, todo lo cual nos hace pensar que tu triunfo ya abarcó todos los aspectos.”

Congruente con su amor a lo indígena, Eulalia refutó la figura de Hernán Cortés ya que, desde su perspectiva analítica, fue la mezquindad del español la que dio pie a la tergiversación de la historia de México, pues en sus cartas caricaturizó a los líderes prehispánicos, por lo que ella consideraba necesario reivindicar el mundo azteca a través de las biografías de Moctezuma y de Cuauhtémoc.

En 1958 publicó Relaciones de Hernán Cortés a Carlos V sobre la invasión de Anáhuac. Rectificaciones y aclaraciones, en el que, con una fiera exposición nacionalista, 'arranca ante el mundo la careta de hidalguía, bondad y santidad con que se había cubierto 'aquel satánico cristiano, el pirómano Cortés', y con ese espíritu, justiciera y veraz proclama en este libro al pueblo mexicano: la necesidad de pública reparación y reivindicación obligada de exaltar la noble [...] figura de Moctezuma Xocoyotzin”.

El libro de Eulalia fue recibido con recelo por buena parte de los estudiosos de la historia precolombina. Nemesio García Naranjo comentó: "Sigo creyendo que sobre nuestra raza cayó lo mejor de los insectos, o lo menos malo: los españoles, porque el porvenir nuestro era peor. Acuérdese usted de lo que hicieron otros con las demás razas aborígenes. Quiero ver un día en la Casa Blanca a un piel roja como presidente, como en México tuvimos [...] a un gran indio: Benito Juárez.”

En medio de la controversia, Eulalia conminó a sus adversarios a dejar el terreno del descrédito personal y a limitarse a criticar su publicación, ya que ella no basaba su trabajo en opiniones personales, pues "las rectificaciones grandes y pequeñas a los relatos de Hernán Cortés sobre la Conquista de México, no las hago yo, sino sus contemporáneos, que fueron testigos de aquélla; es decir, sus compañeros, sus víctimas, sus aliados, los simples espectadores y los que después, dentro de la misma época, consultaron a unos y a otros y escribieron sobre el mismo asunto”.

Como reconocimiento a su trayectoria, recibió el premio bienal de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. En el acto de entrega criticó los errores de contenido en los libros de texto de su materia. Habló también acerca de una concepción equívoca de la civilizaciones de Anáhuac, pues aseguró que eran comunidades pacíficas que fueron calificadas con alevosía por los invasores de bárbaras.

Algunos vieron en el proyecto de Eulalia la intención subrepticia de caricaturizar a Cortés, por lo que enarbolaron la bandera de la hispanidad como respuesta histórica al fenómeno de la Conquista. Alfonso de la Serna, en una carta abierta, escribió: "Usted no ha comprendido a su propio país, en donde España realizó una de las operaciones más difíciles y audaces de la historia: fundir la sangre de los hidalgos de Castilla con la morena sangre de los príncipes de Anáhuac, [...] hacer que se entendieran, a través de las edades, dos pueblos tan distintos. [...] Esta grandeza y servidumbre, que recaen directamente sobre México, haciendo de él uno de los países más originales y fascinantes del mundo, no las ha comprendido usted.”

A pesar de su renuncia a la participación política, David Alfaro Siqueiros la invitó a formar parte de un frente patriótico nacional, que estaría integrado por "personalidades no reaccionarias", con la finalidad de presentar un bloque unido de candidatos al Congreso. Eulalia se negó a participar en el proyecto y continuó con sus investigaciones.

Durante la década de los sesenta reflexionó sobre la importancia de las lenguas nativas o indígenas, e insistió en su preservación:


Nuestras instituciones enseñantes superiores no tienen en sus planes de estudio cursos completos de lenguas nativas, ni siquiera de la principal que se hable en la región (náhuatl, maya, mixteca, zapoteca, purépecha, otomí) para leer lo que los nativos escribieron en su lengua, ya en caracteres latinos. Tal parece que no nos importa conocer nuestro pasado ni entender nuestro presente; hay una especie de vergüenza, repulsión o menosprecio, formas claras del malinchismo consciente o inconsciente que padecemos.


Tras catorce años de haberse hallado la osamenta del último gobernante de Tenochtitlán, el Senado organizó una celebración en Ixcateopan que constituyó un reconocimiento tácito al trabajo de Eulalia Guzmán.

Poco después, pidió que se recogieran las medallas otorgadas con motivo de la celebración del Día de la Raza de 1963, ya que en una de sus caras tenían la imagen de Cuauhtémoc y en la otra la de Cortés, desde su punto de vista, los metales así acuñados constituían una afrenta: "Si se permite la circulación de esa medalla conmemorativa [...] pediremos que se acuñen otras con las efigies de Hidalgo y Elizondo; de Morelos y de Calleja, de Guerrero y Picaluga, y de Madero y Victoriano Huerta; el equivalente de vergüenza será el mismo.

Vinculada al instituto Nacional de Antropología e Historia, exigió apoyo del gobierno para evitar los saqueos al patrimonio nacional y que se crearan sistemas de vigilancia en los perímetros de las zonas arqueológicas. Su dedicación al trabajo sin la mediación de ambiciones económicas le ganó admiración, pues su temperamento no se permitía "egoísmos" o "codicias" de ningún tipo.

El 23 de febrero de 1968 se le rindió un homenaje con motivo de su jubilación, después de 58 años de servicio. Durante el evento se le felicitó por ser "la primera figura que abiertamente se ha pronunciado por la defensa del mundo indígena en México,. Antes de ella, los investigadores de la época precortesiana se basaban en las obras de autores hispanos y no se atrevían a contradecirlos". También se dijo que la profesora había sido víctima de una gran injusticia, ya que no había recibido financiamiento suficiente durante su trayectoria.

Después de su retiro, continuó su campaña de cambiar la imagen heroica y aventurera de Cortés. Ya había logrado que Rivera lo pintara como un individuo de notoria debilidad física y mental, sin embargo, aprovechaba cualquiera de sus apariciones públicas para reiterar su desprecio por él, mismo que volvió a estar en boca de la prensa cuando un vecino de Popotla se apoyó en las opiniones de Eulalia para exigir que se cambiara el nombre del Árbol de la Noche Triste por el de la Noche Alegre, considerando que los únicos que podían lamentarse por lo ocurrido aquella fecha eran los españoles. La iniciativa no prosperó.

La década de los setenta vio el renacimiento de la polémica sobre la osamenta de Ixcateopan. Con nuevos procedimientos, Eulalia pidió la exhumación, pues las dudas lastimaban su prestigio. Sin embargo, ya no logró participar personalmente debido a su estado de salud.

En 1975 se impuso su nombre a una de las calles de la colonia Atlampa, en la que tenía su domicilio. Aquejada por una arterioesclerosis cerebral, pasó sus últimos días enclaustrada en su casa y dedicada a la lectura, al cuidado de María y Elvira Luján. Falleció el 1° de enero de 1985 en la Ciudad de México.

Su legado más importante fue el rescate de la riqueza ancestral de México y la sistematización de una disciplina que no había sido explorada con la pasión y la firmeza con que ella lo hizo, aún cuando fue atacada por la defensa férrea de sus convicciones.



(Tomado de: Adame, Ángel Gilberto - De armas tomar. Feministas y luchadoras sociales de la Revolución Mexicana. Aguilar/Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. de C. V. Ciudad de México, 2017)

sábado, 17 de septiembre de 2022

Expansión territorial y conquistas siglo XVI, II

  


Fundaciones

Las expediciones militares fundaron en su recorrido villas y fuertes que corrieron diferentes suertes. Unas se conservaron, otras con el tiempo se despoblaron y desaparecieron. Muchas de ellas originaron nuevos centros, que a su vez sirvieron de punto de partida para la penetración en territorios desconocidos.

Una de las principales fuerzas que movieron este avance paulatino a territorios inexplorados fue la misma que empujó a algunas expediciones militares: la búsqueda de metales preciosos. Pequeños grupos de hombres se internaban en tierras de chichimecas, impulsados por alguna vaga noticia acerca de la existencia de vetas. Los poblados fundados a causa de ello eran, a su vez, origen de otros.

Así como la expedición de Francisco de Ibarra tuvo su génesis en la zona minera de Zacatecas, se estimuló la formación de poblaciones en la zona del Bajío; en un principio fueron presidios (lugares donde estaba destacada una fuerza militar) y crecieron gracias al comercio que se efectuaba con la región minera. Tal es el caso de San Miguel el Grande.

Por 1554, los chichimecas comenzaron a asaltar y robar sistemáticamente las carretas que transitaban con mercaderías rumbo a Zacatecas. Al principio se intentó detener estos asaltos mediante una campaña militar, organizada por don Luis de Velasco, quien puso a Francisco de Herrera al frente de numerosos soldados. Pero esta fuerza no consiguió dominar a los indios, los cuales sistemáticamente se refugiaban en sitios inaccesibles ante la presencia de los soldados. Otras campañas militares, como la de Hernán Pérez de Bocanegra, consiguieron el mismo resultado.

Se vio, pues, que era indispensable buscar otra manera de proteger la seguridad de los caminos; la mejor manera de conseguirla sería fundar otras poblaciones además de San Miguel el Grande, que fueron Celaya, Aguascalientes y León. Pero estas fundaciones no bastaron para contener a los chichimecas, los cuales siempre encontraban un lugar o un momento propicio para atacar, de manera que se trató de lograr un acuerdo de paz con ellos. Un mestizo llamado Miguel Caldera estableció conversaciones con los indios y, finalmente, en la época de don Luis de Velasco el segundo, se logró la paz. El virrey comprometióse a darles carne para su sustento. En cambio, ellos aceptaron que se fundaran poblados de indios y de españoles en las regiones que habitaban. Así nacieron San Luis de la Paz, San Miguel Mezquitic y Colotlán.

También la ganadería originó el que se abrieran nuevos territorios a la expansión española. La rápida reproducción del ganado creó grandes problemas a la agricultura en las zonas centrales de Nueva España. Los cultivos de las regiones de Tepeapulco, del valle de Toluca, de Oaxaca y Jilotepec eran destruidos con mucha frecuencia por los rebaños; para evitarlo, el virrey ordenó que se dirigieran a zonas donde había grandes extensiones de tierra despoblada. Así fue como en los años posteriores a 1540 se inició el establecimiento de estancias ganaderas en tierras habitadas por chichimecas. Se introdujo la ganadería en los llanos de San Juan del Río, en la región de Apaseo y en Querétaro. Antes del descubrimiento de las vetas de plata, Guanajuato existía como estancia de ganado, propiedad de Pedro Muñoz. A medida que las regiones fueron aumentando su población, el ganado fue conducido más al norte; y con el tiempo llegó a ser una de las causas del nacimiento de grandes haciendas, como la de Francisco de Urdiñola, gobernador de Nueva Vizcaya, en Coahuila, a principios del siglo XVII.

Fundaciones hechas por indios.

El papel representado por los indios sedentarios en la colonización y población del virreinato de Nueva España es de suma importancia. Ya en las primeras expediciones que se llevaron a cabo para acrecentar el dominio español se encuentran los grandes ejércitos de indios aliados que las acompañaban. Pedro de Alvarado condujo tlaxcaltecas a Guatemala. De Tlaxcala, Huejotzingo y Cholula procedían los indios que auxiliaron a Nuño de Guzmán en la conquista de Nueva Galicia. Ibarra, Carbajal y Oñate utilizaron sus servicios, y cuando se consideró indispensable la colonización de Texas, los tlaxcaltecas fueron llevados también allí.

Pero no sólo se recurrió a ellos en las campañas militares, sino que como pacificadores fueron enviados para fundar en regiones alejadas de sus centros de origen. Se pensaba que ante el ejemplo de su vida, que transcurría en forma pacífica y organizada, los indios nómadas terminarían, a su vez, por aceptar ser reducidos. Así, fray Juan de San Miguel estableció con guamares, otomís y tarascos el pueblo de San Miguel, conocido actualmente como el Viejo para distinguirlo de la población española que se formó años después con el fin de detener los ataques de los chichimecas.

Cuando don Luis de Velasco logró la paz con estos últimos, se llevaron cuatrocientas familias de tlaxcaltecas, que fundaron Tlaxcalilla (muy cerca de San Luis Potosí), San Miguel Mezquitic, San Andrés y Colotlán. Para evitar que Saltillo continuara despoblándose, Francisco de Urdiñola fundó muy cerca San Esteban de la Nueva Tlaxcala.

Las poblaciones establecidas por las autoridades españolas con fines civilizadores tuvieron una organización especial que favorecía el que los indios ofrecieran menos resistencia a abandonar sus lugares de origen. A los habitantes se les dotaba de tierras y agua, se prohibía la proximidad de estancias propiedad de españoles, e incluso se limitaba su paso por ellas. Se les autorizaba tener ganados y poseer caballos, y sus parroquias eran administradas por frailes. No siempre se logró mantener estas condiciones, porque los españoles, que vivían o tenían estancias en las regiones donde estos pueblos se fundaron, trataban de obligarlos a trabajar en su provecho y procuraban apoderarse de las tierras que consideraban buenas, haciendo caso omiso de las disposiciones existentes para la protección de estos poblados. No fue posible conseguir la fusión de los indígenas llevados del centro con los nómadas que aceptaban reducirse, porque los primeros siempre miraron con menosprecio a los segundos.

Aparte los movimientos de población india, a los que nos hemos anteriormente, hubo otros hacia el norte, en que en forma espontánea un gran contingente de indios se dirigió en busca de la libre contratación a las zonas mineras y a las estancias de ganado.

La expansión misional.

A partir del territorio conquistado por Hernán Cortés, las órdenes religiosas extendieron sus labores misionales hasta regiones distantes y desconocidas. Los frailes seguían instaurando nuevos centros para la predicación, sin esperar que nuevos establecimientos de españoles dieran a los lugares una relativa seguridad. En esta actividad son muy conocidos fray Juan de San Miguel, quien predicando recorrió tierras que ahora pertenecen al estado de Guanajuato; fray Bernardo Cosin llegó al actual estado de San Luis Potosí; fray Andrés de Olmos evangelizó la Huasteca; fray Andrés de Segovia y fray Miguel de Bolonia, en 1541, fundaron el pueblo de Juchipila; fray Agustín Rodríguez, en 1581, predicaba en territorios inexplorados, los cuales en la actualidad pertenecen al estado de Chihuahua, y fray Juan de Larios, en 1674, fundó la misión de San Francisco de Coahuila. Los misioneros redujeron a muchos indios, que terminaron por adaptarse a la vida sedentaria, y facilitaron el posterior establecimiento de centros españoles, que encontraban en estos pueblos la mano de obra necesaria para sus estancias y haciendas.

Muchas veces la llegada de hacendados que trataban de obligar a los indios reducidos a que trabajasen en sus propiedades destruyó la labor de los evangelizadores, porque ellos, que habían aceptado paulatinamente la vida en los pueblos y que algunas veces difícilmente se habían sometido a la autoridad de los frailes, se rebelaban ante las exigencias de autoridades y propietarios de tierras, y se volvían a los montes o huían a las sierras, destruyendo las misiones y matando a la población blanca y a los misioneros.

A causa de ello, durante los siglos XVI y XVII, en el norte las misiones estuvieron constantemente expuestas a la destrucción, y el trabajo de los religiosos se vio muchas veces reducido a la nada; entonces volvían a empezar, construyendo nuevas misiones o reconstruyendo las perdidas.

Franciscanos y jesuitas fueron principalmente los encargados de la evangelización en tierras de chichimecas. Los franciscanos ejercieron las misiones principalmente en Zacatecas, Nueva Vizcaya (actualmente los estados de Durango y Chihuahua), Nuevo Reino de León, Coahuila y Texas; es decir, hacia el norte y este de Zacatecas.

Sinaloa (norte del estado que lleva ese nombre) fue punto de partida para los jesuitas; se extendieron hacia el este por la Sierra Madre Occidental, y hacia el norte por las regiones que llamaron Ostimuri, Sonora y Pimerías, en el actual estado mexicano de Sonora y en el norteamericano de California.

Expansión por necesidades de defensa.

Nueva España siempre tuvo problemas de defensa en la región septentrional. La amenaza que representaba el avance de los establecimientos franceses obligó a las autoridades españolas a ocuparse de la colonización de provincias, que no habían presentado atractivos suficientes a fin de mover a su poblamiento espontáneo.

En 1682, Roberto Cavelier, señor de La Salle, partió de Nueva Francia (Canadá) y exploró el río Mississippi de norte a sur hasta llegar a su desembocadura. El gobierno francés consideró que la comunicación fluvial con el golfo de México era de gran trascendencia y ayudó a La Salle para que en una segunda exploración se adentrara por el río en sentido inverso al de la expedición anterior.

Los exploradores llegaron a La Florida en el año 1684; costeando, pasaron frente a la desembocadura del Mississippi, al parecer sin advertirla. Continuaron navegando y desembarcaron en la bahía del Espíritu Santo, donde fundaron el fuerte de San Luis. La Salle exploró la región, siempre en busca del río, que no encontró. Viendo que los bastimentos se habían perdido, decidió ir por tierra en busca de auxilio. En el camino algunos de sus compañeros lo asesinaron y los hombres del fuerte quedaron abandonados a su ventura. Los indios, que advirtieron su precaria situación, los atacaron y mataron.

En la capital del virreinato de Nueva España se tuvo noticias del desembarco de los franceses, porque capturaron a unos piratas que hablaron sobre la fundación del fuerte de San Luis. De Cuba y Veracruz partieron navíos que recorrieron las costas del golfo de México sin encontrar al enemigo, aunque hallaron los restos de una nave.

Mientras tanto, los gobernadores de Nueva Vizcaya y del Nuevo Reino de León recibieron informes de los misioneros y de los indios sobre algunos extranjeros vestidos de hierro, que andaban entre los texas preguntando por las minas de plata, y los aconsejaban en contra de los españoles, a los que decían no debían obedecer porque no eran buenos. El capitán Alonso de León hizo prisionero a un francés, el cual no pudo proporcionar datos sobre el sitio que buscaban porque no había pertenecido a la fuerza de La Salle, sino a un grupo que había salido de Nueva Francia con intenciones de encontrarlo. El indio Juan Xaviata procuró los datos que finalmente permitieron en el año 1689 la localización de las ruinas del fuerte de San Luis en la bahía del Espíritu Santo.

Con el fin de evitar que en lo venidero los franceses pudieran ocupar esa región, en 1690 el rey ordenó que los franciscanos de Santa Cruz de Querétaro se encargaran de fundar misiones entre los texas. La primera fue la de San Francisco y, apoyándose en ella, otras que no tuvieron muy larga vida, ya que se abandonaron en 1694 debido a los problemas que presentaban su abastecimiento y mantenimiento.


(Tomado de: Camelo, Rosa - Expansión territorial y conquistas. Historia de México, tomo 6, México colonial. Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V. México, 1978)

jueves, 14 de julio de 2022

El ojo de Dios, Nayarit

 


Es un ojo mágico que nos mira, un ojo mágico y multicolor que nos observa, que nos guía y nos orienta. Es el "ojo mágico" como le han llamado actualmente a esta pieza de estambre y madera que los coras, los huicholes y los tepehuanos designan con el nombre de "Tsicuri", que en su lengua propia es un derivado del náhuatl.

Todos los colores del arcoíris y más tienen cabida, todos los tamaños, , un sinfín de variantes. Este emblema es el escudo de los habitantes del norte de Jalisco y de una pequeña porción de Zacatecas y Durango, donde todavía hay auténticos creyentes del primitivo embrujo.

Es el "Ojo de Dios" el que simboliza, encierra y describe algo más que un pensamiento, una filosofía, una manera de ser, una religión. Para nosotros podría ser una artesanía más, pero no. No es un simple adorno. El "Tsicuri" u "Ojo de Dios" es el principio y el final: es agua, fuego, aire y tierra; es el mapa donde viven todos los dioses.

Se ignora su origen, aunque se cree que antes de la llegada de Cortés, los huicholes y los coras lo fabricaban con fibras naturales, antecesores de los estambres y colores que hoy se utilizan. El primero en estudiar su significado fue Carl Lumholtz, en el año 1900, quien atraído por la magia del Nuevo Mundo llegó, como Humboldt, a estudiar los encantos de México.

Lumholtz definió al "Ojo de Dios" como una cruz de varillas entretejidas con hilo o estambre de diversos colores en forma de un cuadrado colocado diagonalmente. Este cuadrado es el centro de gravedad de otros que se colocan en cada uno de los extremos de la cruz, hasta completar un total de cinco.

Éste es el número mágico de los huicholes, el 5, porque son 5 los colores de los granos del maíz, 5 los dedos de la mano y 5 los días nefastos del calendario azteca. Éste es el significado del "Ojo de Dios". El centro es donde vive el hombre, es la comunidad. El cuadrado de arriba, que apunta al norte, es el mágico lugar donde nació el fuego, el abuelo fuego, en la cueva de Teacata.

El cuadrado de abajo es la laguna de Chapala, el punto sur, lugar de viento y agua. El cuadrado de la derecha apunta hacia su paraíso, posiblemente el lugar de origen de sus antepasados. Se trata del desierto de San Luis Potosí, cerca de Real de Catorce, en un lugar mágico, un cerro conocido con el nombre de "La Quemada", donde nació el Sol, donde el hermano mayor de los huicholes, Tamatz Cayaumari "El Gran Venado", levantó al Sol con sus grandes cuernos hacia el firmamento, haciendo posible la vida en el planeta.

Otra vez, se repite lo profundo, nada es casual.

No es un adorno caprichoso. Este cuadrado, el de la derecha, representa a "Huirikuta", el paraíso huichol adonde van las almas, de donde provino el Diluvio, donde crece el peyote... el cerro más mágico de toda América.

El cuadrado de la izquierda, que apunta hacia el mar, la costa de Nayarit y Jalisco, aún no ha sido descifrado.

Todo el "Ojo de Dios" en su conjunto, los cinco puntos cardinales del mundo huichol, indican también tres niveles de vida porque los cuadrados son concéntricos, indican también el cielo, la tierra superficial y el inframundo subterráneo. El "Ojo de Dios" no es una concepción plana del mundo, es la mágica idea del universo, las tres dimensiones, y aún más, el mapa celestial.

Cuando un huichol nace, tiene un "Ojo de Dios". Es un amuleto que lo protegerá durante la vida. En cada aniversario se irá agregando un rombo más, hasta completar cinco en total, y entonces el niño tendrá que cruzar la cordillera para depositar la mágica ofrenda, en forma de plegaria, ante el fuego en la caverna de Teacata.

México es mágico, como mágico es el "Ojo de Dios". Un símbolo que identifica no tan sólo a los huicholes sino el embrujo que conservamos de esta hermosa tierra frente a todo el mundo.


(Tomado de: Sendel, Virginia - México Mágico. Editorial Diana, S.A. de C.V., México, D.F., 1991)

miércoles, 5 de febrero de 2020

Peyote, raíz diabólica


X. LA “RAÍZ DIABÓLICA”
EL PRIMER cacto alucinogénico representado en el arte antiguo de América es un miembro alto y columnario de la familia cereus, el trichocereus pachanoi, que contiene mescalina y es llamado San Pedro por los curanderos de la costa del Perú (Sharon, 1972). El San Pedro ha sido identificado a través de las efigies funerarias de barro y en los textiles pintados de Chávin, la más antigua de una larga sucesión de civilizaciones de los Andes que data aproximadamente del año mil a. c. También ha sido representado en el arte ceremonial de las posteriores culturas moche y nazca, que confieren al psiquedélico cacto sagrado, del oeste de Sudamérica, un rango cultural de cuando menos tres mil años.
Pero el miembro alucinogénico más importante, química y etnográficamente más complejo, de la familia de los cactos (en términos de su historia; de la atención popular, científica, religiosa y legal; y de su utilización cultural desde épocas antiguas hasta el presente) es el lophophora williamsii, mejor conocido como “peyote”, un cacto pequeño, sin espinas, nativo del desierto de Chihuahua.
A pesar de su hábitat desértico relativamente limitado (que se extiende desde la cuenca del río Bravo en Texas hacia la alta meseta central del norte de México ubicada entre las sierras Madres Oriental y Occidental hasta la latitud aproximada del Trópico de Cáncer), el peyote tuvo mucha estimación en gran parte de la antigua Mesoamérica, y sus representaciones artísticas más antiguas, halladas en piezas de cerámica mortuoria del México occidental, datan de los años 100 a. e. al 200 d. e.
El peyote es aún altamente valorado por muchos indios, y para una población indígena, los huicholes, permanece, como en las épocas prehispánicas, en el centro mismo de un sistema chamanístico de religión y ritual que, insólitamente, ha permanecido libre de influencias cristianas mayores.
Finalmente, el cacto divino de los huicholes y de pueblos más antiguos se ha convertido en el sacramento de un nuevo fenómeno religioso: el culto pan-indio de peyote, originado por una profunda crisis espiritual y sociocultural en el siglo XIX, se extendió de la frontera de Texas hasta sitios tan lejanos como las llanuras canadienses, hasta integrarse en la actualidad como la Iglesia Nativa Americana, con un cálculo estimado de 225 mil miembros. Su notable historia, y la de la larga lucha de los indios, antropólogos y libertarios civiles para que el peyote ganara un status legal en contra de leyes estatales y federales científicamente absurdas y constitucionalmente cuestionables, está documentada en The Peyote Cult, de La Barre. Publicada por primera vez en 1938, esta obra clásica de la antropología ha sido puesta al día repetidas veces y fue reimpresa recientemente en 1969 y de nuevo en 1974. En este capítulo y en el próximo, a partir de mi experiencia personal trataré de mostrar algo de la forma y significado del “peyotismo” en su contexto indígena mexicano que ciertamente ha contribuido a su manifestación norteamericana (si es que a fin de cuentas no representa su ancestro).

UNA “FÁBRICA DE ALCALOIDES”
El peyote es identificado popularmente con su alcaloide mejor conocido, la mescalina, pero en realidad ésta sólo es uno de más de treinta alcaloides distintos que hasta la fecha se han aislado, junto con sus derivados de las aminas, de esta notable planta, que Schultes (1972a) correctamente llama “una verdadera fábrica de alcaloides”. La mayoría de estos constituyentes pertenecen a las feniletilaminas y a las biogenéticamente emparentadas isoquinolinas simples; y casi todos son, de una manera u otra, biodinámicamente activos, con la mescalina como el principal agente que induce visiones (pp. 39, 40). Pero el peyote es una planta alucinogénica muy compleja, cuyos efectos incluyen no sólo imágenes brillantemente coloridas y auras débilmente resplandecientes que parecen rodear a los objetos del mundo natural, sino también sensaciones auditivas, gustativas, olfatorias y táctiles, junto con sensaciones de falta de peso, macroscopia y alteración de la percepción del tiempo y del espacio. A causa de la interacción fisiológica de los distintos alcaloides en toda la planta, Schultes advierte en contra de un paralelismo demasiado próximo entre los efectos de la mescalina sintética, como los descritos tan elocuentemente por Aldous Huxley, y las experiencias psíquicas de los peyotistas indios.
Aunque la iglesia Católica no titubeó en emplear las medidas más ásperas para exiliar el peyote del uso nativo como “raíz diabólica” —llegó incluso al extremo de igualar el consumo del peyote ¡con el canibalismo!—, el culto del cacto sagrado sobrevivió a la represión colonial; los poderes sobrenaturales y terapéuticos que se le atribuían antiguamente quedaron, sin embargo, intactos.
Una razón fue, por supuesto, el aislamiento físico de algunos de los grupos que más estimaban el peyote. Los huicholes y sus primos cercanos, los coras, por ejemplo, continuaron disfrutando una libertad relativa de la dominación española, incluso después de que su abrupto territorio en la Sierra Madre Occidental fue, nominalmente, puesto bajo el dominio militar y eclesiástico de la colonia alrededor de 1722. Se establecieron misiones, pero los indios se opusieron exitosamente a la conversión. Hubo una cierta aculturación, pero física e ideológicamente los huicholes continuaron siendo relativamente autónomos, y esta condición se hizo aún más pronunciada después de la Independencia mexicana. Este aislamiento de la corriente principal sociológica y religiosa del México posthispánico explica en gran medida por qué los diez mil huicholes preservaron mucho más de su herencia religiosa pre-europea de lo que lo hicieron otros indios mesoamericanos.
En el México moderno el peyote ha estado al alcance en muchos mercados herbolarios como una planta medicinal de gran estima. Y los huicholes (que por encima de otros pueblos indígenas consideran sagrado al peyote —en realidad, divino— y que lo ingieren durante actos ceremoniales) no han impuesto sanciones, legales o éticas, a causa de su uso extrarritual. Ellos lo emplean terapéuticamente para combatir una variedad de males físicos; se toma para aliviar la fatiga, y a menudo se le consume sólo para obtener sensaciones psíquicas agradables. Pero jamás se le considera meramente “una droga” ni se le equipara con otros productos químicos que los huicholes paulatinamente han llegado a conocer vía los servicios médicos que el gobierno lleva hasta los indios más remotos. Insisten mucho en que asuntos de esa importancia no deben confundirse. Un reportero cometió el error de llamar “droga” al peyote cuando entrevistaba, en mi presencia, a un chamán huichol, y éste, indignado, respondió: “La aspirina es una droga, el peyote es sagrado.”

“MESCALINA”: DENOMINACIÓN INEXACTA
Debo mencionar aquí que tanto “mescalina” como “peyote” son en realidad denominaciones erróneas. El lophophora williamsii es llamado en ocasiones “botón de mescal” (de allí, mescalina), pero no tiene nada que ver con la variedad del agave del cual se destilan las fuertes bebidas alcohólicas conocidas como mezcal y tequila. “Peyote” se deriva del náhuatl peyótl, pero ese término no sólo ha sido aplicado al lophophora williamsii sino también a varias otras plantas no relacionadas que tienen propiedades medicinales. Los huicholes lo llaman híkuri, y ya que así llaman también a muchas otras plantas pertenecientes a la familia de la lengua uto-azteca y nahua, híkuri es tal vez el nombre aborigen correcto.
El peyote, como la coca (erythroxylon coca) en los Andes, es un efectivo estimulante contra la fatiga, y como tal se le ha conocido desde hace mucho tiempo. De esto tenemos, entre otros, el testimonio de Carl Lumnholtz (1902), el etnógrafo noruego pionero en el estudio de los huicholes y de otros indios mexicanos, quien viajó mucho a través de la Sierra Madre en los últimos años del siglo pasado [siglo XIX]. En una ocasión, completamente exhausto y en el fondo de un cañón profundo, después de una larga marcha e incapaz de dar otro paso (para empeorar las cosas acababa de recuperarse de un ataque de malaria), sus amigos huicholes le dieron un solo híkuri:
...El efecto fue casi instantáneo, y ascendí la colina con gran facilidad, descansando aquí y allá, para llenarme de aire. (pp. 178-179.)
Aún más interesantes resultan las recientes pruebas de laboratorio que confirman que cuando los indios llaman “medicina” al peyote no lo hacen sólo en términos de un poder sobrenatural (“medicina de poder”, en la terminología de los indios de las Llanuras), sino más bien como un medicamento real. Los investigadores de la Universidad de Arizona aislaron una sustancia cristalina de un extracto de etanol de peyote que, descubrieron, manifestaba una actividad antibiótica en contra de un amplio espectro de bacterias y de una variedad de un hongo imperfecto, incluyendo cepas del staphylococcus aureus, que es resistente a la penicilina (McLeary et al., 1960:247-249).
Los huicholes, para quienes el peyote es sinónimo de —y cualitativamente equivalente a— venado divino o del sobrenatural Amo de la Especie de los Venados, toman la planta alucinogénica principalmente de dos maneras. Una es el cacto fresco, entero o cortado en pedazos, en cuya forma equivale a la carne del venado. La otra es el cacto macerado o molido en un metate y mezclado con agua. La última combinación simboliza, entre otros significados, la simbiosis o interdependencia de las estaciones húmeda y seca, caza y agricultura, y hembra y macho (cacto y venado son masculinos; el agua, femenina).

LA BÚSQUEDA SAGRADA DEL PEYOTE
El peyote no es originario de la Sierra Madre, así es que los indios tienen que viajar grandes distancias a fin de obtener la dotación necesaria para las ceremonias, para el uso personal y para intercambiar con los indígenas vecinos. Este peregrinaje es por mucho la empresa más sagrada del ciclo ceremonial anual y también sirve como un rito de iniciación, así es que no todo huichol adulto ha sido participante, ni puede decirse que todos ellos han probado el peyote. El peregrinaje no es obligatorio, pero como en el caso del devoto musulmán que va a La Meca, es una tarea sagrada que conlleva un enorme beneficio potencial para la vida de uno y para el bienestar de la comunidad, y viene a ser una empresa a la cual muchos indios aspiran cuando menos una vez, y a la que los aspirantes a chamanes deben dedicarse un mínimo de cinco veces; algunos de los más viejos y más tradicionales de los huicholes la han llevado a cabo diez, veinte y, en casos raros, hasta treinta veces a lo largo de su vida.
Al final de esa marcha larga y ardua, a 450 kilómetros al noroeste del territorio huichol, en los altos desiertos de San Luis Potosí, se encuentra Wirikuta, el mítico lugar de su origen. Allí moran los seres sobrenaturales conocidos como los kakauyarixi, los Antiguos, los ancestros divinos, en sus sitios sagrados. Allí el híkuri, el cacto mágico, se manifiesta como el Hermano Mayor Venado, el mediador cuya carne divina permite no sólo al elegido, el chamán, sino también al huichol ordinario trascender las limitaciones de su condición humana: “encontrar su vida”, como dicen los indios.

LOS ORÍGENES MITICOS DEL PEYOTE
Recuerdo a un viejo mara’akame (término huichol que designa tanto al chamán que cura y al que canta, así como al sacerdote de los sacrificios) de gran renombre, de quien se decía que había llevado a cabo la dificultosa jornada no menos de 32 veces ¡a pie! Caminar la ida y el regreso era la forma tradicional, pero actualmente la mayor parte de los peyoteros huicholes utilizan cualquier transportación que esté a la mano: autos, camiones, autobuses, carretas y hasta el tren. Esto se acepta siempre y cuando los lugares sagrados que se hallen en el camino sean debidamente reconocidos con plegarias y ofrecimientos, y se cumplan todos los demás requerimientos rituales. El modelo fue establecido hace mucho tiempo, en tiempos míticos, cuando el Gran Chamán, Fuego, conocido como Tatewarí, Nuestro Abuelo, condujo a los dioses ancestrales en la primera búsqueda ritual de peyote. Se dice que el dios del fuego se les apareció cuando los peyoteros se hallaban sentados en círculo en un templo huichol, cada uno de ellos quejándose de distintos males. Cuando le preguntaron al Gran Chamán, Fuego, que adivinara la causa de sus padecimientos, éste respondió que sufrían porque no habían ido a cazar al Venado divino (peyote) en Wirikuta como habían hecho una vez antes sus propios ancestros, y por eso habían sido privados de los poderes curativos de la carne milagrosa. Se decidió entonces tomar arco y flecha, y seguir a Tatewarí para “encontrar sus vidas” en la distante tierra del Venado-Peyote.
Estos dioses eran masculinos, pero, fieles a la creencia huichol de que sólo la unificación y el equilibrio adecuado de lo masculino y lo femenino garantizan la vida, en el transcurso del camino, en los pozos de agua sagrados del desierto, que los huicholes llaman Tateimatinieri, Sitio de Nuestras Madres, se les unió el componente femenino del Olimpo huichol, la Diosa Madre terrena del agua y de la lluvia, de la fecundidad y la fertilidad de la tierra, y de todos los fenómenos de la naturaleza, incluyendo la humanidad. En su aspecto animal estas diosas maternas son serpientes, una identificación simbólica que los huicholes de la actualidad comparten con los pueblos prehispánicos.
Cada huichol está familiarizado por completo con esta tradición del peyote y con el itinerario sagrado. Cada año, cuando las primeras puntas de la milpa y las primeras calabazas han madurado en los campos, se lleva a cabo una prolongada ceremonia entre los niños más pequeños, quienes son comparados con los primeros frutos de la agricultura, y para quienes el chamán mayor del grupo recita la historia en una canción repetitiva con el acompañamiento de su tambor mágico.
Yo participé en dos peregrinajes de peyote, en 1966 y después en 1968. Lo que sigue está esencialmente basado en el segundo de éstos, cuando en dos vehículos transportamos a dieciséis huicholes, incluyendo a cuatro mujeres y tres niños (el más pequeño de sólo siete días de nacido cuando iniciamos el viaje), desde Nayarit, en el occidente de México, a Wirikúta. Estos dos peregrinajes fueron conducidos por el ya fallecido Ramón Medina Silva, un artista y chaman carismático y dotado que durante varios años había vivido marginado de la tradicional sociedad de agricultura de subsistencia de los huicholes, aunque sin dejar de seguir firmemente comprometido con la validez de la religión y tradición huicholes. El peregrinaje de 1968 era el quinto que hacia, y culminaba su autoaprendizaje como mara´akarne. Él conduciría después dos más, uno de ellos enteramente a pie (en cumplimiento de un voto que hizo a los divinos ancestros por la curación de la artritis reumática de su esposa Lupe), antes de que ocurriera su muerte trágica, en junio de 1971, durante el tiroteo que tuvo lugar en una fiesta en la que se celebraba la limpia de los bosques de la sierra a fin de tener un nuevo campo para sembrar maíz. Tales fiestas usualmente conllevan mucha bebida, y ella fue la que lo llevó a la muerte. Entonces andaba por los cuarenta y cinco años de edad.
Como el etnógrafo alemán Konrad Theodor Preuss (1908) observó previamente en este siglo, el chamanismo y el ritual huichol, aunque comparten muchos elementos básicos, tienden hacia lo idiosincrático en la ceremonia en sí, y ni siquiera es probable que dos chamanes, aun cuando pertenezcan a la misma comunidad, lleguen a concordar enteramente en la interpretación de una particular tradición. No obstante, la estructura básica permanece. Así sucedió con la versión de Ramón en la búsqueda ritual del peyote: aquí y allá difería de otras descripciones que me habían hecho, pero en lo esencial concordaba notablemente con las que, basándose en las narraciones de los informantes, hicieron Lumholtz y otros estudiosos de la cultura huichol.

“SOMOS RECIÉN NACIDOS”
Absolutamente esencial para el éxito físico y metafísico de la empresa sagrada del peyote es un rito de purificación sexual, concebido para que los peregrinos retornen a un estado de inocencia prenatal. El rito requiere que todos los presentes, hombres y mujeres, identifiquen por su nombre y en público a todos y cada uno de los compañeros sexuales que han tenido desde la pubertad. Esto se aplica incluso a aquellos que no harán el viaje, y que se quedarán para cuidar que el divino fuego del hogar —una de las manifestaciones de la deidad del fuego— permanezca encendido durante todo el peregrinaje.
Para apreciar esto se debe saber que los polígamos huicholes, aunque defienden el ideal de la fidelidad marital, no se distinguen precisamente por su apego a él; que los participantes usualmente son extraídos de la misma, pequeña, comunidad, por lo general de casas más o menos emparentadas por sangre o matrimonio; y que el público, muy atento, las más de las veces está compuesto por los mismos compañeros sexuales cuyos nombres han sido públicamente proclamados. Sin embargo, es una exigencia absoluta que ningún presente, sea esposo, esposa o amante, muestre el menor grado de ira o celos. De hecho, tales sentimientos tienen que ser alejados de lo más profundo del ser (“del corazón de uno”, como dicen los indios), y las confesiones han de ser recibidas con buen humor, incluso alegremente. Por tanto, en vez de recriminaciones o lágrimas, en los dos ritos de purificación sexual que presenciamos hubo risas, exclamaciones, de aliento, y algunas veces oportunos y jococos recordatorios, por parte de maridos, esposas y otros familiares, de asuntos amorosos omitidos inadvertida o deliberadamente.
Como chamán oficiante y manifestación del viejo Dios del Fuego Tatewarí (quien se halla presente en el fuego ceremonial en torno al cual el grupo se congrega para personificar a los peregrinos originales, divinos, de las épocas míticas, pues cada peregrinaje recrea la primera búsqueda ritual del divino cacto), la tarea de Ramón consistía en aceptar la confesión de sexualidad y en “deshacer”, es decir, revertir, el paso del peregrino a través de la vida hacia la edad adulta, y en hacerlo regresar simbólicamente a la infancia y a un estado afín a ese espíritu. Los huicholes dicen: “Nos hemos vuelto nuevos, estamos limpios, somos recién nacidos.”
El tierno estado del “recién nacido” también se simboliza a través de una cuerda anudada que ata a los peregrinos simbólicamente uno con otro y, a través de su chamán, con la Madre Tierra misma. Como si desatara el ombligo, el chamán ata un nudo para cada compañero y después enrolla la cuerda en forma de espiral, que él añade a la parte trasera de su arco de cacería. Esta espiral es una metáfora del viaje al “lugar de origen” y el regreso subsecuente “este mundo” (es decir, muerte y renacimiento). 
El simbólico cordón umbilical cuyos nudos serán desligados a su regreso de Wirikuta no debe de confundirse con la cuerda de nudos-calendario, mencionada por Lumholtz (pero omitida en nuestros dos peregrinajes), ni con el cordel anudado que desempeña una función crucial en la obliteración de la sexualidad adulta, y que representa la cuerda a la cual el chamán ha “atado” la experiencia sexual de todos, y cuyo sacrificio en el fuego completa el rito de purificación.

EL PASO PELIGROSO
Habiéndose despojado, simbólicamente, de su condición y adulta y de su identidad humana, los peregrinos ahora pueden asumir verdaderamente la identidad de espíritus, pues así como su guía es Tatewarí, el Dios del Fuego y Primer Chamán, ellos se convierten en las deidades ancestrales que lo siguieron en la caza primordial del Venado-Peyote. De hecho, sólo como espíritus pueden “cruzar”, esto es, recorrer a salvo, el paso peligroso, el umbral de las Nubes Estrepitosas, que dividen el mundo ordinario del no-ordinario. Ésta es una de las varias versiones huicholes de un tema casi universal en la mitología funeraria, heroica del chamanismo.
Que en la actualidad este extraordinario paso simbólico se encontrara localizado a unos cuantos metros de una carretera densamente transitada en las afueras de la ciudad de Zacatecas, era algo que no parecía aportar gran cosa a los huicholes, quienes siempre, durante toda la marcha sagrada, actuaban como si el siglo XX y todos sus portentos tecnológicos no existieran, ¡aun cuando ellos mismos viajaban en un vehículo de motor y no a pie! En realidad, para nosotros nada ilustraba con tanto dramatismo la cualidad intemporal de toda la experiencia del peyote que ese ritual de pasar a través de un umbral peligroso que existía sólo en las emociones de los participantes, pero que para ellos no era menos real a pesar de su invisibilidad física.
Llegamos a las afueras de Zacatecas a media mañana. Acomodados en el orden propio que Tatewarí decretó en tiempos antiguos, los peregrinos procedieron en fila india hacia una cueva de cactos pequeños y de espinos que se hallaba a poca distancia de la carretera.
Escuchaban con atención arrobada cómo Ramón relataba los pasajes relevantes de la tradición del peyote, e invocaba, para la ordalía inminente, la protección y asistencia de Hermano Mayor Kauyumarie, una deidad-venado y héroe de la cultura que es el espíritu ayudante del chamán. En dirección de Ramón, cada uno tomó una pequeña pluma roja y verde de cotorra de un montón que se hallaba en el sombrero de paja de un matewáme (alguien que nunca ha asistido previamente a un peregrinaje de peyote, o sea, un neófito no iniciado), y la ató a las ramas de un espino en un rito propiciatorio que tiene sus analogías entre los indios pueblos del suroeste de los Estados Unidos.
A cierta distancia del camino, los peregrinos fueron conducidos a un espacio abierto que ofrecía un bello paisaje del valle del cual habíamos llegado. Allí formaron un semicírculo: los hombres a la izquierda de Ramón; las mujeres y los niños, a la derecha. Aunque conocían de memoria las tradiciones del peyote, escuchaban cuidadosamente cuando Ramón les platicaba cómo, con la ayuda de las astas de Kauyumarie, podrían pasar a través del peligroso umbral de las Nubes Estrepitosas. Pero desde ese momento hasta que llegaran al Lugar Donde Moran Nuestras Madres, los matewámete (pl.) que había entre ellos tendrían que “caminar en la oscuridad”, pues eran “nuevos y muy delicados”. Empezando con las mujeres en un extremo de la fila, Ramón procedió a cubrir los ojos de los novicios. Aun los niños, incluyendo a los bebés, fueron vendados.
Todos tomaban el vendaje de los ojos con gran seriedad; algunos incluso lloraban, pero también ocurrían los rápidos cambios entre solemnidad y humor que son característicos del ceremonial huichol. Diálogos vivos y cómicos tenían lugar entre Ramón y los veteranos de previos peregrinajes: ¿había comido bien el compañero, había mitigado su sed? Sí, cómo no, la panza estaba llena a reventar de todo tipo de cosas ricas para comer y beber. ¿Le dolían sus pies después de tanto caminar? No hombre, caminaba muy cómodo. (En realidad, nadie había comido más que el magrísimo alimento consistente en cinco tortillas secas por día. Nada de agua se permitía durante el camino a Wirikuta. En cuanto a la caminata, naturalmente nosotros íbamos en automóvil, pero el reconocimiento adecuado de varios sitios sagrados en el camino repetidamente requirió marchas en fila india dentro y fuera del desierto.)
Después del vendaje ritual de los ojos, Ramón condujo a los peregrinos a unos cuantos cientos de metros al noroeste. Allí, un sitio sin interés alguno para el ojo inexperto, era la vertiente mística, el umbral del divino territorio del peyote. Los peregrinos permanecieron inmóviles donde se hallaban, observando intensamente todo movimiento de Ramón. Algunos encendían velas que habían guardado en sus canastas y morrales. Los labios se movían en súplicas silenciosas o apenas audibles. Ramón se inclinó y depositó su arco y flechas en forma de cruz sobre su oblongo takwátsi, la canasta con pliegues del chamán: el arco y el carcaj de piel de venado apuntando al oriente, en dirección de Wirikuta.
Hay dos etapas en el cruce del umbral crítico. La primera es llamada Zaguán de las Nubes; la segunda, Donde Las Nubes se Abren. Las dos se hallan a unos cuantos pasos de distancia, pero el impacto emocional, cuando pasaban de una a la otra, era inequívoco. Una vez a salvo, “en el otro lado”, los participantes sabían que viajarían a lo largo de una serie de lugares de paradas ancestrales en los sagrados pozos de agua maternales donde se pide fertilidad y fecundidad, y desde donde los novicios, ya sin venda en los ojos, pueden tener su primer atisbo de las distantes montañas de Wirikuta. Por supuesto, es inútil buscar en cualquier mapa oficial lugares que tengan nombres como Donde las Nubes se Abren, la Vagina, Donde Moran Nuestras Madres, o incluso Wirikuta mismo, ya sea en, español o en huichol. Como otros sitios sagrados en el itinerario del peyote éstos son territorios que sólo existen en la geografía mítica.
Visualmente, el paso por el Zaguán de las Nubes Estrepitosas era poco dramático. Ramón avanzó adelante, lazó el arco y, colocando una punta contra la boca mientras rítmicamente golpeaba la tensa cuerda con una flecha mixta de punta de madera, avanzó hacia delante. Se detuvo una vez, hizo un gesto (a Kauyumarie, se nos dijo después, para agradecerle el haber sostenido las puertas abiertas con sus poderosas astas) y reinició el camino nuevamente con un paso más rápido, haciendo sonar su arco todo el tiempo. Los otros le siguieron muy de cerca, en fila india. Algunos de los neófitos vendados temerosamente se aferraban a los que iban al frente, y otros lo hacían por sí mismos.

“DONDE MORAN NUESTRAS MADRES”
En la tarde del día siguiente llegamos a los sagrados pozos de agua de Nuestras Madres. Los novicios permanecieron con los ojos vendados todo el tiempo. De nuevo, el escenario físico difícilmente podía considerarse inspirador: un pueblo mestizo empobrecido y más allá un grupo de surtidores, obviamente contaminados, rodeados de fangales: eso era todo lo que quedaba de un antiguo lago que tenía mucho tiempo de haberse secado. El ganado y los dos o tres cerdos que tascaban entre los pozos sagrados tampoco ayudaban a inspirar más confianza en la pureza física —en cuanto opuesta a la espiritual— del agua que los huicholes consideraban el verdadero manantial de fertilidad y fecundidad. En la búsqueda ritual del peyote, sin embargo, no importa lo que podría considerarse el mundo real, sino sólo la realidad del ojo de la mente. “Esto es hermoso dicen los huicholes, “pues aquí moran Nuestras Madres. Ésta es el agua de la vida.”
Por un tiempo, los peyoteros veteranos se afanaron en actividades rituales y los matewámete vendados tuvieron que sentarse calladamente en la tierra, en una hilera, con las rodillas alzadas y los brazos oprimiéndolas fuertemente contra el cuerpo: la posición fetal.
Finalmente, llegó el momento en que debían emergir a la luz, o sea, nacer, quitándoles las vendas. Ramón lo hizo mediante un ritual por separado que incluía el mismo tipo de diálogo humorístico que tuvo lugar cuando llegamos al paso peligroso, después vació sobre sus cabezas un tazón de agua helada que tomó de uno de los manantiales, y les instruyó para que se untaran el fecundo líquido profusamente en su rostro y cuero cabelludo. Se les ofreció, un segundo guaje lleno de agua para que bebieran, con algunas galletas de animalitos previamente humedecidas y con trozos pequeños de tortilla, “porque están nuevecitos, nomás pueden tomar comida tierna”.
Dejaron ofrecimientos en los manantiales y llenaron con el agua preciosa numerosas botellas y otros recipientes. La manera en que llenaron las botellas celebraba inequívocamente la unión de lo masculino y femenino, pues Ramón y otros peyoteros hundían una flecha de caza en un pozo de agua y retiraban unas gotas con las puntas de madera dura: la flecha era insertada entonces en una botella que aguardaba y las gotas eran sacudidas con un movimiento que simulaba el acto sexual. Con esto todos los requerimientos rituales que preparaban la verdadera cacería, arco y flecha en mano, del Hermano Mayor Venado-Peyote estaban cumplidos. El agua llevada primero a Wirikuta. y después a casa, para que los peregrinos que retornaban la usasen en los ritos del peyote y en otras ceremonias, y para rociarla con manojos de flores sobre las cabezas e incluso sobre el ganado hembra, un acto simbólico de fertilización que recuerda la tradición prehispánica en la que el gobernante tolteca Mixcoátl procrea al rey sacerdote y héroe de la cultura Quetzalcóatl, impregnando a su esposa con rociadores de flores (otra versión habla de una joya de jade). Los contenidos de los manantiales de Nuestras Madres parecen implicar de esa manera aspectos tanto masculinos como femeninos.

(Tomado de: Furst, Peter T. - Alucinógenos y Cultura. Colección Popular #190. Traducción de José Agustín. Fondo de Cultura Económica, México, 1980)