lunes, 30 de septiembre de 2024

Eulalia Guzmán

 


Eulalia Guzmán 

(1890-1985)


Reivindicar el mundo prehispánico


El patrimonio material y simbólico que ha sobrevivido como testimonio del México prehispánico ha sido motivo de disputas de toda índole. La exploración, los descubrimientos, la interpretación documental, incluso el saqueo dieron pauta al desarrollo de la arqueología, sin embargo, esta disciplina fue predominantemente masculino hasta la irrupción de Eulalia Guzmán.

Hija de Julián Guzmán Pacheco y Antonia Barrón Calvillo, nació el 19 de febrero de 1890 en San Pedro Piedra Gorda, Zacatecas. Concluida su educación básica, optó por inscribirse en la Normal en la que hizo amistad con María Arias Bernal. Un relato sitúa a Eulalia como una de las personas que estaban con la intrépida profesora cuando corrió la noticia de la aprehensión de Madero. Enteradas del hecho, ambas acudieron a Palacio Nacional y solicitaron audiencia con Huerta para pedir que se protegiera la vida del presidente, pero no fueron recibidas.


Cuando iban rumbo al elevador, uno de los empleados de intendencia les dijo: "Señoritas, vengan a este pasillo para que vean, quizá por última vez, al señor Madero." Así lo hicieron, alcanzando a contemplar a través de los cristales opacos [...] la silueta a contra luz de aquel hombre que estaba en los umbrales del cadalso. Madero se paseaba, recuerda doña Eulalia, con las manos hacia atrás y la cabeza inclinada hacia adelante.

 

Una vez consumado el magnicidio, y cuando era más que necesario negar las filiaciones maderistas, Eulalia acudió con su mentora a las puertas de la penitenciaría de Lecumberri a exigir la entrega del cadáver, y "fue de las pocas personas que fueron testigos de que el caudillo de la Revolución de 1910 se le dio por mortaja una sábana de la expulsaban los delincuentes”.

A partir de ese incidente fue despedida y se le impidió ejercer. La situación cambió con la llegada de Carranza a la capital, pues la persecución terminó y pudo dedicarse al aprendizaje de la historia y la arqueología, mismo que cultivó en la Escuela de Altos Estudios.

Con el apoyo del gobierno constitucionalista viajó a Estados Unidos a continuar su especialización. A su vuelta, fungió como directora durante año y medio de una primaria rural ubicada en Sonora.

En 1921 fue profesora interina de lengua castellana en la Nacional Preparatoria y en 1922 se integró a la plantilla docente de su alma mater, para luego acudir como observadora pedagógica a las escuelas experimentales recién fundadas en Brasil, Suiza, Bélgica y Alemania. Cuando regresó, se incorporó a la campaña educativa de Vasconcelos. De 1926 a 1929, el gobierno mexicano la becó para que se radicara en Berlín y en Jena, dedicándose al perfeccionamiento de sus estudios en ciencias de la educación.

En 1930 se convirtió en una de las pioneras en el campo de la arqueología mexicana y acompañó a Alfonso Caso, máximo representante en la materia, a las excavaciones de Monte Albán, entonces las más importantes del país. Para 1934 obtuvo el grado de maestra por la UNAM, mismo que le fue concedido por su tesis Caracteres esenciales del Arte antiguo mexicano.

Entre 1936 y 1940 regresó a Europa para documentar la historia del México precolombino. Aprovechó su estancia para trasladarse a Egipto a distintos congresos de actualización. También en ese periodo se pronunció a favor del nombramiento de Alfonso Caso como catalogador de tesoros arqueológicos: "Yo sé lo que le digo: el Lic. Caso es gente de mente para la ciencia, es autoridad en arqueología de México, [...] es incansable investigador y ama la arqueología, a tal punto que ha abandonado toda otra clase de actividades profesionales [...] y tiene además una reputación internacional muy alta. [...] si se quiere el avance de la ciencia en México: ¿por qué no poner en los lugares precisos a las personas precisas?”

En 1942 fue nombrada presidenta del Servicio Civil Femenino, un movimiento que tenía como propósito preparar a las mexicanas ante un posible escenario bélico en paralelo al servicio militar varonil, dadas las circunstancias de la Segunda Guerra, en la que México se involucró después de un ataque alemán que resultó en el hundimiento de dos buques petroleros. El cargo de Eulalia fue simbólico y se le otorgó debido a su estatuto de científica eminente, sin embargo, su trabajo arqueológico le exigió viajar a California a continuar con la catalogación de códices.

Al año siguiente fue invitada al programa radiofónico La Hora Nacional, en el cual elogió la labor histórica de Sor Juana Inés de la Cruz, Leona Vicario y Josefa Ortiz de Domínguez; también dirigió un discurso sobre el deber moral de la mujer en el marco del conflicto:


En la historia tormentosa de nuestra vida independiente, la mujer mexicana, en su enorme mayoría, ha continuado siendo lo que fue en las horas decisivas de México: colaboradora enérgica y desinteresada al lado del hombre patriota, siempre a favor de aquello que significa justicia y bien social. Ahora henos aquí ante una nueva situación [...] puesto que se trata de los destinos de la humanidad. A los males terribles que la guerra armada ha desatado, se agregan conceptos equivocados, dogmas y abusos que en nombre de falsos derechos de grupos que quisieron ser privilegiados, se predicaron como bandera de combat, y que ahora en estos momentos de confusión han ahondado sus raíces por todas partes bajo diversas formas. Males morales por un lado y desequilibrios económicos por el otro, forman ya un séquito de calamidades cuyo aumento se presiente. Puesto que México ha entrado a la contienda, es de urgencia inmediata que, al igual que lo que acontece en otros pueblos, en esta vez, como en el pasado, la mujer cumpla con su deber [...] Ninguna mujer, cualquiera que sea su situación, debe de permanecer inactiva o indiferente. Una era llena de calamidades toca a su fin, pero es forzoso que la mujer ponga su contribución moral y material en las labores que han de preparar un mundo mejor.

 

Reafirmó su compromiso con la educación en 1946, año en que aceptó escribir el primer curso de Historia universal para maestros rurales, al tiempo que impartía clases durante los talleres de verano organizados por la Normal.

El 26 de septiembre de 1949, después de meses de investigación a cargo de un equipo de trabajo, Eulalia hizo público su hallazgo más importante: el de los restos de Cuauhtémoc, último gobernante azteca, quien según sus investigaciones había sido enterrado en una pequeña población del estado de Guerrero. La noticia provocó revuelo internacional, pero también el escepticismo de buena parte de su gremio. Caso fue de los primeros en felicitarla. Eulalia refirió que ese día "los pobladores [...] esperaron la noticia en el atrio de la iglesia y las campanas se echaron a vuelo para llamar a los indígenas de los pueblos vecinos, quienes dieron gracias al cielo por haber comprobado lo que se venía diciendo de generación en generación”.

Las dudas sobre la autenticidad de la osamenta derivaron en que el grupo opositor creara una comisión dedicada a desmentirla. En medio de la controversia, el historiador José Mancisidor escribió un artículo en defensa del trabajo de Eulalia, al tiempo que criticó con dureza a sus detractores:

 

Tenaz, con la persistencia del mezquite sobre la arena, [...] pertenece a ese tipo de seres humanos capaces de forjarse, pese a las más empecinadas dificultades, su propio destino. El azar, la suerte, la de buenas o la de malas no significan nada para ella. [...] ¿Qué de raro tiene, pues, que una mujer de tales condiciones haya sido predestinada para sacar del fondo de su tierra los restos de Cuauhtémoc? [...] Eulalia Guzmán ha tocado con sus manos constructivas una parte de esa verdad tan buscada por ella misma. La ha tocado en [...] los sagrados huesos de Cuauhtémoc, cuyo recuerdo no han podido destruir, ni siquiera opacar, quienes [...] ante Hitler y Francisco Franco, se arrodillan, en el día y en la noche, ante el recuerdo de Cortés, Eulalia Guzmán ha comenzado a caminar en los senderos de la inmortalidad ahora que sus detractores, impotentes, se arrastran a ras de suelo.


El gobierno de Guerrero organizó, el 23 de abril de 1950, un homenaje nacional a Cuauhtémoc en Ixcateopan. La prensa aprovechó la ocasión para reconocer la valía de los descubrimientos de Eulalia:



No basta la opinión de unos cuantos [...] hispanófilos para destruir el sentimiento patrio que con entusiasmo desbordante se ha exaltado, y mucho menos la pretensión de las autoridades para oscurecer la gloria que ella [Eulalia] ha conquistado al realizar los descubrimientos que, por su significación, han traspasado las fronteras de México mostrando una vez más, que amamos lo nuestro y que las libertades defendidas por los hombres íntegros del ayer, sabremos defenderlas también, en todos los tiempos, aun a costa de nuestra propia vida.


Sus oponentes emitieron un dictamen adverso que fue duramente refutado por Eulalia. La arqueóloga inició su defensa cuestionando sus credenciales, para después interrogar los procedimientos que llevaron a cabo, pues de acuerdo con su versión nadie había tenido acceso a las piezas pictóricas y artesanales que, además de los restos, legitimaban la identidad del tlatoani.

En 1951 fue investigada por la policía secreta de Miguel Alemán por su supuesta filiación comunista. En su expediente de la Dirección de Seguridad se lee un fragmento de un discurso que pronunció con motivo del secuestro y expulsión del país del estadounidense Gus Hall:


Quiero hacer hincapié en este mensaje en mi convicción de que de ninguna manera se trata en esta asamblea de defender ideologías comunistas simplemente porque el señor Hall sea comunista ni de cualquier otro color político o religioso, pues hay muchos que reprochamos por el hecho por el cual se protesta que, como en el caso mío, no somos comunistas, ni de izquierdas ni de derechas, sino que tenemos nuestro propio modo de pensar y de actuar, y en lo que concierne a la cosa pública simplemente profesamos ideas liberales y de obediencia y respeto a las leyes que nos rigen y defendemos nuestra dignidad de pueblo independiente, cosas que en este caso pedimos que se respeten.


Diego Rivera y Emma Hurtado difundieron los esfuerzos de Eulalia en la antigua URSS: "No hemos logrado tener noticias exactas de tus gestiones en pro de nuestro gran señor Cuauhtémoc, sólo rumores de que fue oficialmente reconocida la autenticidad de tu formidable descubrimiento y además supimos [...] que ya se está construyendo [el camino] de Taxco a Ixcateopan, todo lo cual nos hace pensar que tu triunfo ya abarcó todos los aspectos.”

Congruente con su amor a lo indígena, Eulalia refutó la figura de Hernán Cortés ya que, desde su perspectiva analítica, fue la mezquindad del español la que dio pie a la tergiversación de la historia de México, pues en sus cartas caricaturizó a los líderes prehispánicos, por lo que ella consideraba necesario reivindicar el mundo azteca a través de las biografías de Moctezuma y de Cuauhtémoc.

En 1958 publicó Relaciones de Hernán Cortés a Carlos V sobre la invasión de Anáhuac. Rectificaciones y aclaraciones, en el que, con una fiera exposición nacionalista, 'arranca ante el mundo la careta de hidalguía, bondad y santidad con que se había cubierto 'aquel satánico cristiano, el pirómano Cortés', y con ese espíritu, justiciera y veraz proclama en este libro al pueblo mexicano: la necesidad de pública reparación y reivindicación obligada de exaltar la noble [...] figura de Moctezuma Xocoyotzin”.

El libro de Eulalia fue recibido con recelo por buena parte de los estudiosos de la historia precolombina. Nemesio García Naranjo comentó: "Sigo creyendo que sobre nuestra raza cayó lo mejor de los insectos, o lo menos malo: los españoles, porque el porvenir nuestro era peor. Acuérdese usted de lo que hicieron otros con las demás razas aborígenes. Quiero ver un día en la Casa Blanca a un piel roja como presidente, como en México tuvimos [...] a un gran indio: Benito Juárez.”

En medio de la controversia, Eulalia conminó a sus adversarios a dejar el terreno del descrédito personal y a limitarse a criticar su publicación, ya que ella no basaba su trabajo en opiniones personales, pues "las rectificaciones grandes y pequeñas a los relatos de Hernán Cortés sobre la Conquista de México, no las hago yo, sino sus contemporáneos, que fueron testigos de aquélla; es decir, sus compañeros, sus víctimas, sus aliados, los simples espectadores y los que después, dentro de la misma época, consultaron a unos y a otros y escribieron sobre el mismo asunto”.

Como reconocimiento a su trayectoria, recibió el premio bienal de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. En el acto de entrega criticó los errores de contenido en los libros de texto de su materia. Habló también acerca de una concepción equívoca de la civilizaciones de Anáhuac, pues aseguró que eran comunidades pacíficas que fueron calificadas con alevosía por los invasores de bárbaras.

Algunos vieron en el proyecto de Eulalia la intención subrepticia de caricaturizar a Cortés, por lo que enarbolaron la bandera de la hispanidad como respuesta histórica al fenómeno de la Conquista. Alfonso de la Serna, en una carta abierta, escribió: "Usted no ha comprendido a su propio país, en donde España realizó una de las operaciones más difíciles y audaces de la historia: fundir la sangre de los hidalgos de Castilla con la morena sangre de los príncipes de Anáhuac, [...] hacer que se entendieran, a través de las edades, dos pueblos tan distintos. [...] Esta grandeza y servidumbre, que recaen directamente sobre México, haciendo de él uno de los países más originales y fascinantes del mundo, no las ha comprendido usted.”

A pesar de su renuncia a la participación política, David Alfaro Siqueiros la invitó a formar parte de un frente patriótico nacional, que estaría integrado por "personalidades no reaccionarias", con la finalidad de presentar un bloque unido de candidatos al Congreso. Eulalia se negó a participar en el proyecto y continuó con sus investigaciones.

Durante la década de los sesenta reflexionó sobre la importancia de las lenguas nativas o indígenas, e insistió en su preservación:


Nuestras instituciones enseñantes superiores no tienen en sus planes de estudio cursos completos de lenguas nativas, ni siquiera de la principal que se hable en la región (náhuatl, maya, mixteca, zapoteca, purépecha, otomí) para leer lo que los nativos escribieron en su lengua, ya en caracteres latinos. Tal parece que no nos importa conocer nuestro pasado ni entender nuestro presente; hay una especie de vergüenza, repulsión o menosprecio, formas claras del malinchismo consciente o inconsciente que padecemos.


Tras catorce años de haberse hallado la osamenta del último gobernante de Tenochtitlán, el Senado organizó una celebración en Ixcateopan que constituyó un reconocimiento tácito al trabajo de Eulalia Guzmán.

Poco después, pidió que se recogieran las medallas otorgadas con motivo de la celebración del Día de la Raza de 1963, ya que en una de sus caras tenían la imagen de Cuauhtémoc y en la otra la de Cortés, desde su punto de vista, los metales así acuñados constituían una afrenta: "Si se permite la circulación de esa medalla conmemorativa [...] pediremos que se acuñen otras con las efigies de Hidalgo y Elizondo; de Morelos y de Calleja, de Guerrero y Picaluga, y de Madero y Victoriano Huerta; el equivalente de vergüenza será el mismo.

Vinculada al instituto Nacional de Antropología e Historia, exigió apoyo del gobierno para evitar los saqueos al patrimonio nacional y que se crearan sistemas de vigilancia en los perímetros de las zonas arqueológicas. Su dedicación al trabajo sin la mediación de ambiciones económicas le ganó admiración, pues su temperamento no se permitía "egoísmos" o "codicias" de ningún tipo.

El 23 de febrero de 1968 se le rindió un homenaje con motivo de su jubilación, después de 58 años de servicio. Durante el evento se le felicitó por ser "la primera figura que abiertamente se ha pronunciado por la defensa del mundo indígena en México,. Antes de ella, los investigadores de la época precortesiana se basaban en las obras de autores hispanos y no se atrevían a contradecirlos". También se dijo que la profesora había sido víctima de una gran injusticia, ya que no había recibido financiamiento suficiente durante su trayectoria.

Después de su retiro, continuó su campaña de cambiar la imagen heroica y aventurera de Cortés. Ya había logrado que Rivera lo pintara como un individuo de notoria debilidad física y mental, sin embargo, aprovechaba cualquiera de sus apariciones públicas para reiterar su desprecio por él, mismo que volvió a estar en boca de la prensa cuando un vecino de Popotla se apoyó en las opiniones de Eulalia para exigir que se cambiara el nombre del Árbol de la Noche Triste por el de la Noche Alegre, considerando que los únicos que podían lamentarse por lo ocurrido aquella fecha eran los españoles. La iniciativa no prosperó.

La década de los setenta vio el renacimiento de la polémica sobre la osamenta de Ixcateopan. Con nuevos procedimientos, Eulalia pidió la exhumación, pues las dudas lastimaban su prestigio. Sin embargo, ya no logró participar personalmente debido a su estado de salud.

En 1975 se impuso su nombre a una de las calles de la colonia Atlampa, en la que tenía su domicilio. Aquejada por una arterioesclerosis cerebral, pasó sus últimos días enclaustrada en su casa y dedicada a la lectura, al cuidado de María y Elvira Luján. Falleció el 1° de enero de 1985 en la Ciudad de México.

Su legado más importante fue el rescate de la riqueza ancestral de México y la sistematización de una disciplina que no había sido explorada con la pasión y la firmeza con que ella lo hizo, aún cuando fue atacada por la defensa férrea de sus convicciones.



(Tomado de: Adame, Ángel Gilberto - De armas tomar. Feministas y luchadoras sociales de la Revolución Mexicana. Aguilar/Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. de C. V. Ciudad de México, 2017)

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