Una mística irreverente: Concha Urquiza
En su búsqueda de Dios solo consiguió ahogarse en un mar de contradicciones
Por Alberto Cirigo
En 1924 la popular Revista de Revistas mostró la foto de una joven poeta de 14 años que destacaba por su intensa mirada, su corta melena de rubios y encrespados cabellos y la precoz sensualidad que irradiaba. Un año antes había había publicado versos de excelente factura en la Revista de Yucatán. Los poemas revelaban una fascinante mezcla de fervor religioso con amor profano, pero sobre todo reflejaban el alma atribulada de la autora, Concha Urquiza.
Esa singular moreliana nació la Nochebuena de 1910, cuando la revolución ya se extendía sobre gran parte del territorio mexicano, en el seno de una familia católica y tradicionalista. Tempranamente se vio sacudida por la tragedia: a los 3 años murió el padre y la familia se trasladó a la ciudad de México. La ausencia paterna marcó de manera indeleble a Concha, quien empezó a llevar una existencia tan trágica e inestable como la que vivía el país por esa época. Educada en un austero ambiente religioso, le tocó presenciar primero las atrocidades del conflicto revolucionario y luego las de la guerra cristera.
A los 17 años empezó a escribir una especie de diario que terminó 6 años después y que contiene relatos autobiográficos, esbozos de novelas, cuentos y poemas agrupados bajo el título de El reintegro. En los escritos se notan elementos que no se utilizaban en la literatura mexicana de aquel tiempo, tales como el cuestionamiento de la conducta y la vida de los personajes. Entonces Concha estaba muy influenciada por el escritor inglés de origen polaco Joseph Conrad, con quien compartía un hondo sentimiento de soledad, una radical incapacidad para mantener relaciones amorosas y un profundo amor por el mar.
ENTRE LA CRUZ Y EL VERSO
A los 18 años se fue a vivir a Nueva York, donde permaneció un lustro y donde consolidó su formación intelectual. Trabajó en el departamento de publicidad de la empresa cinematográfica Metro Goldwin Mayer y perfeccionó su inglés leyendo a los más destacados autores anglosajones. Por entonces solía decir a sus amigos: "Cuando estoy en Estados Unidos y oigo ladrar en inglés, me pongo a leer a Shakespeare; cuando estoy en México y oigo aullar en español, leo a Cervantes".
Regresó al país en 1933 más temperamental y caprichosa que cuando se había ido y dueña de una recia personalidad matizada con severos arrebatos de inestabilidad. De carácter más bien modesto -nunca alardeó de intelectual ni dio gran importancia a sus escritos-, pasó su vida entre la bohemia y la religión. Muchos de quienes la conocieron cuentan que mientras estaba platicando en una cafetería pedía una servilleta y se ponía a escribir entusiastamente sobre ella; pero a menudo dejaba lo escrito sobre la mesa o lo regalaba a sus acompañantes. Muchas de esas servilletas son, en la actualidad, originales de numerosos poemas.
Cuando convivía con amigos no vacilaba en utilizar un lenguaje salpicado de groserías, impropio de las damas de aquella época. Trabajó durante un tiempo en el archivo de la Secretaría de Hacienda, se declaró simpatizante de las ideas de izquierda, militó en el Partido Comunista Mexicano (constituido en la segunda década de este siglo) y posteriormente adoptó un anarquismo crítico que degeneró en una aguda insatisfacción personal. En este último periodo emprendió una desesperada búsqueda de sentido para su existencia.
CONVERSIÓN APASIONADA
Su radical insatisfacción empujó a Concha hacia la vida religiosa. Estaba convencida de que en el seno del catolicismo resolvería las dudas que la acusaban y se convirtió en novicia en un convento michoacano de las Hijas del Espíritu Santo.
Al igual que sor Juana Inés de la Cruz, tuvo un confesor y guía espiritual, Tarsicio Romo, quien tomó a su cargo la tarea de inculcarle las enseñanzas de Cristo. Romo la describe como "rebelde como un matorral, nerviosa y moralmente hecha pedazos". Además de estimular su fervor religioso, el clérigo le ayudó a incrementar sus conocimientos literarios, prestándole obras del poeta español Federico García Lorca, que él consideraba no aptos para estar en la biblioteca de un convento. En una carta en que le pedía la devolución de los libros, Romo se refería a ella como si fuera un hombre, escribiéndole: "usted es demasiado inteligente y puro".
Dentro del convento en Morelia, Concha tuvo que soportar una vida de encierro, obediencia y disciplina que contrastaba con su dominante carácter. A raíz de ello sus nervios, de por sí muy sensibles, se mantenían "siempre tensos como un arco a punto de disparar la flecha", de acuerdo con el sacerdote Gabriel Méndez Plancarte, uno de sus biógrafos y principal promotor.
ESTE AMOR QUE YO ALIMENTO...
Durante años la poeta se sintió torturada por la falta de amor, "aun por el más bajo de los amores humanos", hasta que una noche de 1937 tuvo, por fin, su encuentro con la divinidad, su enamoramiento de Dios, quien -escribió- "se apoderó completamente de todos mis deseos". Meses después la conversa declaró: "Nunca amé a nadie con tal pasión del entendimiento y la voluntad, ni creo que después de haber sentido esto pudiese contentarme con el amor a un hombre", sentimiento que expresó en la frase "quiero amarte sin mí", que aparece en uno de sus versos.
En esa etapa escribió sus mejores poemas, caracterizados por imágenes amorosas similares a las de los poetas místicos como fray Luis de León, santa Teresa y san Juan de la Cruz. Ubicada a un paso del erotismo, la poesía mística requiere de una revelación, de un trance espiritual como los que Concha experimentaba después de orar intensamente. Ella describió esa sensación "que entraba por todos los sentidos, mezcla de estupor y angustia, como quien pasa de un medio físico a otro…"
Apunta el investigador José Vicente Anaya que para el amor del misticismo católico la muerte es el único medio por el cual el amante puede vivir definitivamente con el amado, por lo que morir es un anhelo ferviente de los místicos. En Concha Urquiza las ansiedades terrenales y los impulsos celestiales chocaban duramente, provocándole reiteradas crisis nerviosas, mientras en sus escritos la vida y la muerte constituye un único y reiterativo tema. Empezó a sufrir lo que llamó "marejadas de sombra" y escribió: "Sufro porque vivo en una contradicción perpetua... No sé qué tengo ni qué quiero".
VUELTA A LA VIDA TERRENA
Harta de la vida conventual, regresó a la Ciudad de México a vivir con su madre y su hermana. Fumaba sin parar y le gustaba beber cerveza en las comidas, cosa que no hizo mientras permaneció con las monjas. Luego realizó un viaje a Morelia y Pátzcuaro en el que lamentó separarse por segunda vez de sus allegados. Escribió: "Sólo he querido morir para descansar un poquito, pero no quisiera morir por haberte amado poco" e imaginó una muerte gloriosa, "morir por amor al amado".
Aunque fuera del convento, continuó ligada a la congregación, enseñando literatura e historia en colegios confesionales del DF y provincia. En 1939 viajó a San Luis Potosí, donde impresionada por la tranquilidad interior que sentía decidió quedarse una temporada. Trabajó como maestra de lógica e historia de las doctrinas filosóficas, y su vida se volvió más sosegada y fecunda. Terminó el bachillerato en ciencias sociales e inició el primer año de leyes en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Continuó escribiendo y consolidando un estilo propio. Hizo la adaptación para cine de la obra de Edmundo D'Amicis, Corazón, diario de un niño, y escribió poesías, cartas y su Diario.
A pesar del remanso de paz que había encontrado en tierra potosina, en septiembre de 1944 regresó a México para profundizar sus estudios de filosofía. Asistió al seminario de investigaciones históricas que impartía el admirado José Gaos, pero una severa crisis nerviosa la sumió en "una gran aridez espiritual".
Censurados por la Iglesia, muchos de los escritos de Urquiza acabaron quemados por las monjas del Espíritu Santo, en tanto otros fueron "editados" por Méndez Plancarte. Si bien a este biógrafo se debe el descubrimiento público de la poeta, comenta el escritor Emmanuel Carballo que los maledicentes de los años 50 murmuraban que el editor había transformado los poemas eróticos de Concha, dirigidos en su mayoría al filósofo Adolfo Menéndez Samará, en intensos poemas místicos. El afán apostólico de Méndez Plancarte por salvar un alma descarriada -dice Carballo- acabó por imponerse; y donde la autora escribía "señor" con minúscula, el religioso copiaba "Señor" con mayúscula, operación que también realizó con el pronombre "Él".
BORRASCA ESPIRITUAL
Los demonios internos volvieron a atormentar a Concha, quien viajó a Baja California invitada por las Hijas del Espíritu Santo para dar clases en su colegio de Tijuana. Abordó la avión a Mexicali y de allí partió a Ensenada con el fin de pasar unos días de descanso junto al mar. Llegó a su destino muy afectada, pues en los últimos tiempos se había sentido muy alejada de Dios. Miguel M. Domínguez, un conocido de ella quien la vio en esa época, dijo que "su alma venía buscando a Dios en ese mar tan azul".
El 20 de junio de 1945 fue al balneario "El Estero" con un grupo de amigos. Realizó un paseo por un islote cercano, mientras sus acompañantes se alejaban en una embarcación, dejándola con otro de los visitantes y despreocupados de ella, a quien consideraban excelente nadadora. Un día después se encontraron los dos cuerpos flotando en el océano Pacífico y el 22 de junio la poeta fue sepultada en el panteón del Tepeyac, en Tijuana.
De los amores de Concha poco se sabe, salvo lo dicho por Carballo. Lo cierto es que ella consideraba que el amor humano y el divino eran excluyentes, lo cual le acarreó una vida de dudas, incertidumbre y mortificaciones. Aun cuando todavía se especula sobre su muerte, muchos sostienen que se abrazó voluntariamente a la inmensidad del mar para castigarse por haber interrumpido su íntima ligazón con lo divino.
------
Dos poemas de Concha Urquiza
A Jesús, llamado "El Cristo"
Entre el cobarde impulso de olvidarte
y el doloroso afán de poseerte,
el corazón vacila de tal suerte
que ya no sabe huirte ni buscarte.
Conozco que he nacido para amarte,
que dejarte de amar sería mi muerte,
y más quiero perderme con perderte
que mi torpe placer sacrificarte.
más, ¿qué mucho, mi Dios, si me quisiste
de contrarios principios engendrada?
Cielo y tierra es el ser que tú me diste;
y cuando busca el cielo su morada
primera, y va a subir, se le resiste
la tierra, de la tierra enamorada.
San Luis Potosí 14 de junio, 1939
De "Cinco sonetos en torno a un tema erótico"
Mi cumbre solitaria y opulenta
declinó hacia tu valle tenebroso,
qué oro de espiga ni frescor de pozo
ni pajarera gárrula sustenta.
En tu luz gravitante y macilenta,
quebrado el equilibrio del reposo,
vago sobre su espíritu medroso
como un jirón de bruma cenicienta.
Libre soy de tornar a mis alcores
do Eros impúber la zampoña toca
ceñido de corderos y pastores;
mas a exilio perpetuo me provoca
la chispa de tus ojos turbadores,
la roja encrespadura de tu boca.
(Tomado de: Círigo, Alberto: Una mística irreverente: Concha Urquiza. Contenido ¡Extra! Mujeres que han dejado huella. Segunda serie, segundo tomo. Editorial Contenido, S. A. de C. V. México, D. F., 1999)