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lunes, 5 de diciembre de 2022

Grupo Atlacomulco



Edomex. Corriente hegemónica de la clase política fundada por el gobernador Isidro Fabela, que se caracteriza por su cohesión y militancia en el PRI, que impulsó el vigoroso crecimiento económico y que ha gobernado ininterrumpidamente hasta la fecha, salvo el periodo de 1987-88.

Líderes del Grupo Atlacomulco:

Isidro Fabela (1942-64)

Gustavo Baz Prada (1964-82)

Carlos Hank González (1982-01)


Tres generaciones del grupo Atlacomulco y sus distinguidos representantes:

Primera

*Isidro Fabela. Gobernador (1942-45).

*Alfredo del Mazo Vélez. Gobernador (1945-51). Secretario de Recursos Hidráulicos (1958-64).

*Salvador Sánchez Colín. Gobernador (1951-1957).

*Gustavo Baz Prada. Gobernador (1957-63).


Segunda

*Adolfo López Mateos. Senador (1946-52), Secretario del Trabajo (1952-58), presidente de la República (1958-64).

*Juan Fernández Albarrán. Secretario general del PRI (1958-62), gobernador (1963-69).

*Carlos Hank González "Un político pobre es un pobre político". [Presidente municipal de Toluca (1955-1957), Diputado del Congreso de la Unión (1958-1961), Gobernador del Estado de México (1969-1975), Jefe del Departamento del Distrito Federal (1976-1982), Secretario de Turismo (1988-1990), Secretario de Recursos Hidráulicos (1990-1994)]

*Jorge Jiménez Cantú. Secretario de Salud (1970-75), gobernador (1975-81)


Tercera

*Ignacio Pichardo Pagaza. Secretario de SECODAM [Secretaría de la Contraloría y Desarrollo Administrativo] (1974-76), gobernador sustituto (1988-93), presidente del PRI (1994).

*Alfredo del Mazo González. Gobernador (1981-86), secretario de SEMIP [Secretaria de Energía, Minas e Industria Paraestatal] (1986-88).

*Óscar Espinoza Villarreal. Regente [de la ciudad de México] (1994-97), secretario de Turismo (1997-00).

*Emilio Chuayfett Chemor. Director del IFE (1990-93), gobernador (1993-95), secretario de SEGOB [Secretaría de Gobernación] (1995-97).

*Arturo Montiel Rojas. Diputado federal en la LV Legislatura (1991-94), gobernador (1999-05).


[*Enrique Peña Nieto. Secretario de Finanzas del Estado de México (2000-02), diputado estatal (2003-05), gobernador (2005-11), Presidente de la República (2012-18).

*Alfredo del Mazo Maza. Presidente municipal de Huixquilucan (2009-12), Director general de BANOBRAS [Banco Nacional de Obras y Servicios Públicos] (2012-15), diputado federal  (2015-17), gobernador (2017-)]


(Tomado de: Roldán Quiñones, Luis Fernando. Diccionario irreverente de Política mexicana. Con ilustraciones de Helguera. Grijalbo/Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2006).




viernes, 28 de febrero de 2020

Pretexto para la ocupación de Veracruz, 1914


El pretexto para la ocupación de Veracruz

Isidro Fabela

La ocupación militar de Veracruz por la infantería de marina de los estados Unidos, el año de 1914, fue un delito internacional que constituyó, por parte de su autor principal, el Presidente Wodrow Wilson, no sólo un desconocimiento evidente de los principios del derecho de gentes, sino de un gravísimo error político que puso en claro su incomprensión absoluta de la Revolución mexicana y de la psicología de nuestro pueblo.
Para que se comprenda la injusticia de la invasión de nuestro territorio por las fuerzas norteamericanas, principiaremos por dar a conocer los antecedentes que determinaron las equivocadas órdenes del que fuera profesor de la Universidad de Princeton.
El 9 de abril de 1914, un oficial y siete marinos del barco norteamericano Dolphin desembarcaron en el puerto de Tampico para comprar gasolina, la cual transportaron, en parte, a la lancha en que viajaban. Como en su primer viaje dichos infantes no pudieron transportar toda la gasolina que habían comprado, regresaron al muelle para cargar el resto, que era de ocho latas. En esos momentos diez soldados federales, bien armados, al mando del coronel Hinojosa, detuvieron a los americanos y les ordenaron que los acompañaran en calidad de prisioneros.
En seguida, el expresado coronel intimó, a los marinos que habían permanecido en la lancha, que salieran de ella, pero como se negaron, algunos soldados mexicanos se acercaron con ademanes amenazadores, insistiendo en que saliesen. Viendo esto el oficial americano, Copp, les ordenó salir de la lancha, en la que flotaba la bandera norteamericana. Los soldados mexicanos hicieron marchar a los norteamericanos como cinco minutos por el muelle y la calle hasta cruzar la línea de ferrocarril. Allí un jefe militar de grado más alto se les acercó, hizo preguntas al coronel Hinojosa, y un poco enojado mandó que todos los americanos regresaran a la lancha, que terminaran de cargar; pero no pudieron salir. (Entonces), esperaron la llegada de otro oficial que dio la mano al oficial Copp, se disculpó profusamente y les permitió que partieran.
Al ser detenidos los americanos, el alemán que les vendió la gasolina fue al Dolphin a informar al almirante Mayo, quien envió inmediatamente al oficial Earle a pedir al general Zaragoza la libertad de los prisioneros y una explicación. Cuando el general Zaragoza se enteró de los hechos, ordenó que se pusiera en libertad a los norteamericanos, y dijo que lo sentía mucho y que le apenaba que el oficial no supiera los principios ni las leyes de guerra, y que solamente había querido cumplir con la orden que se le había dado de no permitir que desembarcasen barcos, ni lanchas en aquel lugar. Earle le dijo que a los americanos no se les había comunicado esta orden. Todavía antes de que saliesen los americanos, el general se disculpó de nuevo. Cuando Earle llegó al muelle, encontró que los norteamericanos ya estaban en libertad.
Al oír el informe de Earle, el almirante Mayo mandó una comunicación al general Zaragoza por medio del capitán Moffett, diciendo que había recibido su mensaje de disculpa pero que exigía de los oficiales a su mando una contestación antes de las 18:00 horas del 10 de abril dando 1)una disculpa oficial; 2) seguridades de que el oficial responsable sería castigado, y 3) que la bandera de los Estados Unidos sería izada y saludada.
Enterada la secretaría de Relaciones Exteriores de Huerta de las exigencias del gobierno de Washington, se dirigió a Nelson O'Shaughnessy en los siguientes términos:

México, 10 de abril de 1914. Señor encargado de negocios. La secretaría de Guerra y Marina acaba de comunicarme un incidente ocurrido entre unos marinos del barco americano Dolphin en el puerto de Tampico, y el coronel Ramón H. Hinojosa, que tenía bajo sus órdenes las fuerzas del estado de Tamaulipas en el puente Iturbide.
De esta comunicación resulta que el día de ayer, a las diez de la mañana, unos marinos norteamericanos, portando sus uniformes, llegaron en una lancha hasta un almacén situado cerca del puente Iturbide, para adquirir gasolina, según se supo después; y que el expresado coronel Ramón H. Hinojosa, encargado de la defensa de ese puente contra los revolucionarios, mandó llevar entre filas a los marinos, a su presencia.Inmediatamente que el general jefe de las armas en Tampico tuvo conocimiento del hecho, por el cónsul de los Estados Unidos de América en el puerto, y por el comandante del Dolphin, dio satisfacciones, explicó que el coronel Hinojosa mandaba fuerzas del estado, y ordenó el arresto del mismo coronel, enviándolo al cuartel de artillería. Hasta aquí, como se servirá ver Vuestra Señoría, el jefe de las armas de Tampico fue cortés, hasta el extremo de arrestar al comandante de la fuerza que detuvo a los marinos del Dolphin, no obstante que, como sabe muy bien Vuestra Señoría, y de ello hay precedentes durante la guerra civil de los estados Unidos de América, cuando un puerto se encuentra sujeto a las autoridades militares, amenazado por un ataque de rebeldes, no puede ser de libre acceso para nadie; y además, es perfectamente explicable que un jefe militar, que ve llegar individuos uniformados, al puerto que dicho militar resguarda, proceda a detenerlos mientras se esclarece si la presencia de esos individuos está o no justificada. Así pues, el general jefe de las armas de Tampico ha hecho más de lo que la cortesía internacional reclamaba; y en consecuencia, por deplorable que haya sido el incidente, debió considerarse terminado en la forma expresada. Por desgracia, no fue así, sino que el cónsul de los Estados Unidos de América, y un ayudante del almirante Mayo en la tarde del mismo día de ayer, presentaron al general jefe de las armas en Tampico una nota con cinco capítulos, en los que piden: satisfacción por una comisión de miembros del estado Mayor del mismo jefe de las armas; que la bandera de los Estados Unidos de América se ice en un lugar público y elevado; que se disparen veintiún cañonazos de saludo; y que se castigue severamente al coronel Hinojosa, para todo lo cual se fijaba un término de veinticuatro horas que expira esta tarde.

Creo que bastará a Vuestra Señoría conocer estos hechos para que se sirva telegrafiar desde luego al cónsul de los Estados Unidos de América en Tampico, y al almirante Mayo, a fin de que retiren sus peticiones, supuesto que, sin discutir si caben dentro de las atribuciones que dichos funcionarios desempeñan o si aquella nota ultimátum se ajusta o no al derecho internacional, carecen de justificación los capítulos de la misma, después de las satisfacciones dadas por el general jefe de las armas en Tampico, y del castigo impuesto al coronel Hinojosa. Reitero Reitero a Vuestra Señoría...
Con tales antecedentes podemos afirmar que fue en esos momentos cuando surgió el conflicto internacional, siendo pues los responsables de él: en primer lugar el almirante Mayo que exigió condiciones exageradas después de las cumplidas excusas del señor general Morelos Zaragoza, las cuales excusas eran suficientemente satisfactorias para un incidente que no tenía mayor importancia si Mayo lo hubiera juzgado con ecuanimidad y justicia. Pero como no fue así, porque dicho almirante, al parecer, lo que deseaba era buscar un pretexto para provocar una dificultad, ésta tomó cuerpo cuando el almirante Fletcher, el secretario de Estado Bryan y el propio Presidente Wilson consideraron justificadas las demandas de Mayo. En consecuencia, dichos señores deben tenerse por coautores del absurdo conflicto internacional que provocó en último análisis la delictuosa ocupación de nuestro primer puerto por tropas norteamericanas.

(Tomado de: Contreras, Mario, y Jesús Tamayo - Antología. México en el siglo XX, 1913-1920, textos y documentos. Tomo 2. Lecturas Universitarias #22. Dirección General de Publicaciones UNAM, 1983)

jueves, 11 de octubre de 2018

Isidro Fabela

Isidro Fabela en la Sociedad de Naciones




Vivía yo entonces a orillas del lago de Neuchátel, pero pasaba mis fines de semana en Ginebra. Como sede de la Sociedad de Naciones, la vieja ciudad de Juan Jacobo Rousseau se había convertido en capital política del mundo. Pero ¡qué mundo y qué política! Triunfaba la ilegalidad internacional: en China, en Etiopía, en España, en Checoslovaquia, en Austria, las traiciones se alternaban con las agresiones y la actitud de los diplomáticos en las asambleas ginebrinas se volvía cada vez más “diplomática”.


Enfrentarse con “realismo” a las nuevas situaciones creadas por las potencias totalitarias y evitar a todo trance mayores tensiones con Japón, Alemania e Italia –en otras palabras, la aceptación de los “hechos consumados”, el apaciguamiento a ultranza, la no intervención mal entendida, el cuidar ante todo el “equilibrio de las fuerzas”- era la tendencia de la equívoca política internacional seguida por Francia y Gran Bretaña, política que condujo directamente a la catástrofe.

Una sola nación se opuso entonces a la hipocresía y a la cobardía de los gobiernos europeos: una nación americana, todavía no industrializada, que carecía del respaldo de una poderosa organización militar. Un país “cuya fuerza consistía en su derecho y en el respeto a los derechos ajenos”. Su presidente se llamaba Lázaro Cárdenas y su delegado en Ginebra, Isidro Fabela.


Tuve la suerte de conocer a éste último la primavera de 1938, poco después de mi primer viaje a México. No ignoraba su actitud en defensa de Etiopía, cuando Víctor Manuel III sustituyó nominalmente al León de Judá, y admiraba el valor con que defendió a Austria, en las horas funestas del Anschluss, cuando ni una sola de las grandes potencias ni la propia Sociedad de las Naciones protestaron contra la supresión de un estado miembro de la Liga.


Ahora la preocupación principal de Fabela era la situación de la España republicana. La lucha, cada día más desigual, se volvía estéril, debido a la “no intervención” que de hecho era, como dijo muy bien el Presidente Cárdenas, “uno de los modos más cautelosos de intervenir”, pues dejaba al gobierno legítimo en condiciones de absoluta inferioridad frente a los rebeldes y a sus aliados nazis y fascistas.

A fines del mismo año el licenciado Fabela estaba turbado por la tragedia de los refugiados que vegetaban en condiciones pavorosas, en los campos de concentración improvisados por el gobierno francés cerca de la frontera. “El problema de migración a México de esos infelices es de una urgencia inmediata”, escribía al Presidente.


Sabemos que pocos meses más tarde empezaron a llegar a Veracruz los vencidos. México tendió sus brazos a decenas de millares de republicanos que aquí rehicieron sus vidas.


Ante la indiferencia del mundo y la cobardía colectiva, el general Cárdenas y el licenciado Fabela defendieron gallardamente los valores éticos fundamentales: libertad, justicia, humanidad. Es tan fácil pronunciar estas palabras, y tan difícil obrar en coherencia con ellas. Esta coherencia, a través de tantos años, es uno de los aspectos más positivos del clima, instaurado aquí por la Revolución. Al cabo de un cuarto de siglo, México sigue reconociendo el gobierno legítimo de España y no acepta el “hecho consumado”: actitud que singulariza a México en el mundo de conciencia algo elástica en que vivimos.


Fabela como profeta


La clarividencia política de Isidro Fabela en aquellos años demuestra que a su innato quijotismo aúna el sentido común de Sancho Panza. A principios de 1939 escribe a Cárdenas que la nueva guerra europea es inevitable: se llama Chamberlain “el apóstol negativo de la paz”; condena el antisemitismo nazi, que reduce a los judíos “que han contribuido al considerable progreso material y moral e intelectual del Estado alemán, y del mundo, a la condición de miserables parias, sin patria, sin paz y sin pan”; analiza las verdaderas causa por las cuales el Perú se ha retirado de la Sociedad de las Naciones: la afinidad de su gobierno con la ideología totalitaria de Hitler y Mussolini.


Además de Quijote-Sancho, es profeta. Escribe al general Cárdenas que Hitler sumirá a su país en el peor de los desastres, condenándole a su posible desaparición como gran potencia; añade que si la conflagración se generaliza, la intervención de los Estados Unidos será decisiva en la hora culminante.


Este es el hombre que me brindó su amistad en Ginebra; un hombre que ennoblece toda una nación. Allá en Suiza su valor civil y su postura tan distinta a la de todos los demás diplomáticos la había conquistado un respeto que, desde luego, repercutía sobre la nación que representaba. El licenciado Fabela me hablaba de México y de su Revolución, de la que había sido él uno de los protagonistas. Evitaba la hipérbole; pero aseguraba con la lucidez del vidente que en su nuevo clima social México adelantaría con un ritmo insospechado. Pocos años más tarde, él mismo contribuyó, como gobernador de su estado natal, a la industrialización de Toluca, Tlalnepantla y de Naucalpan. Su fe en la nueva generación de México no se fundaba en razones sentimentales, sino en el conocimiento de la historia: los mexicanos han logrado sobrellevar y dominar las crisis más duras de la conquista hasta la de la liberación del coloniaje; desde las de las intervenciones militares extranjeras del siglo pasado hasta la de la Revolución en la segunda y tercera década de nuestra centuria.


Estaba convencido de que un pueblo de tan recia personalidad como el suyo, confluencia de ríos culturales europeos y americanos, dotado además de una sensibilidad nueva y singularmente aguda, diría pronto una palabra nueva al mundo. ¿En el arte? ¿En la ciencia? ¿En la filosofía? Estaba por verse. Por el momento, él, Isidro Fabela, interpretaba en Ginebra el pensamiento del gobierno y del pueblo mexicano, y lo expresaba contra el viento de los demócratas acobardados y la marea de los totalitarios ensoberbecidos.


Cierto día don Isidro Fabela me preguntó si no me agradaría proseguir mi existencia en su país, esto era (son sus palabras), incorporarme a la vida nacional de México.


Un cuarto de siglo después puedo decir que aquí he ensanchando mis horizontes, trabajando con pasión y enjundia en el campo que he elegido, el de la investigación; que mi  vida ha sido aquí dichosa y llena de estímulos; en fin, que desde el primer día he sentido que pertenecía para siempre (¡qué palabra tan definitiva, y sin embargo es la justa!) a esta tierra suya y ahora también mía.



(Tomado de: Gutierre Tibón - México en Europa y en África)