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lunes, 3 de junio de 2024

México ante la Segunda Guerra Mundial, 1940


La actitud de México ante el conflicto 

sigue siendo comentada con elogio en Estados Unidos: discurso en el Senado.


Por William H. Lander

Corresponsal de la United Press 


Washington, 14 de junio.- Ha sido objeto de favorables comentarios tanto en los círculos oficiales como en la prensa la determinación de México de ponerse al lado de Estados Unidos y de Francia. Una de las primeras repercusiones que la noticia de esa actitud ha tenido se manifestó hoy en el Senado, durante un discurso que pronunció el senador Downey, de California, recomendando que se mejoraran las relaciones entre Estados Unidos y México. 

Se recordará que Downey está considerado como uno de los mejores amigos de México, entre el elemento oficial de Estados Unidos, y que recientemente hizo una visita al vecino país del Sur. En unas declaraciones que hizo a la United Press el embajador de Francia, conde de Saint Quentin, este representante diplomático manifestó que ha sido muy satisfactorio el telegrama del general Cárdenas al presidente Lebrun; pero no hizo otro comentario. 

El senador Downey manifestó en su discurso que entre los medios que Estados Unidos podría adoptar para reforzar sus defensas se encuentra principalmente una mejoría inmediata en las relaciones con México, insistiendo en que esas relaciones deben colocarse sobre la misma base en que se encuentran las relaciones entre Estados Unidos y Canadá. 

Los observadores extraoficiales recuerdan que México, durante la guerra de Etiopía asumió distintamente y en forma decisiva una actitud contraria a los procedimientos seguidos por Italia.

Por otra parte, en los círculos británicos de esta capital se tiene entendido que Inglaterra siempre ha estado dispuesta a discutir las posibilidades de que se reanuden las relaciones diplomáticas con México, siendo muy explicable que los ingleses prefieran que México asuma la iniciativa puesto que fue México el primero en ordenar que su ministro se retirara de Londres. 

Todos esos factores, unidos al reciente arreglo con la Sinclair y las negociaciones que están sosteniéndose con las empresas independientes para dejar terminado el problema petrolero, han relegado ese problema que con anterioridad ha determinado circunstancias muy difíciles, a un plan decididamente muy secundario. 

Todo parece indicar que se dejará ese problema en paz por lo menos hasta después de las elecciones y posiblemente aun hasta después de que tome posesión el nuevo presidente. 

Se ha observado con máximo interés la mejoría registrada por el peso mexicano en el mercado de cambios; pero hasta ahora no ha sido objeto de comentario alguno. Se espera que un aumento del 20 por ciento más o menos en el valor internacional de la moneda mexicana será de mucha ayuda para su capacidad adquisitiva, especialmente en lo que respecta a la compra de productos extranjeros y sobre todo para los productos americanos.



(Tomado de: Hemeroteca El Universal, tomo 3, 1936-1945. Editorial Cumbre, S.A. México, 1987)

domingo, 7 de enero de 2024

Rosario Castellanos

 


Rosario Castellanos

Intelectual feminista y gran escritora


Las protagonistas 


Ricardo Cruz García | Historiador


"Cáite cadáver", suelta emocionada Rosario al escribirle a su futuro esposo, Ricardo Guerra, para contarle que conoció en París, gracias a Octavio Paz, a la voz viva del feminismo en el mundo occidental, Simone de Beauvoir, y al padre de la existencialismo, el filósofo Jean-Paul Sartre. Era 1951 y una de las más reconocidas feministas mexicanas del siglo XX, aparte de grandiosa escritora, se encontraba frente a frente con dos de los más célebres intelectuales franceses de la época.

Ese encuentro marcaría a Rosario de por vida, pues sus trabajos estarían influidos por la obra de Beauvoir, autora del famoso ensayo El segundo sexo (publicado por la prestigiosa editorial Gallimard en 1949), del que aún hoy resuena la frase que resume la visión de la francesa: "No se nace mujer: llega una a serlo."

Rosario Castellanos Figueroa nació en Ciudad de México el 25 de mayo de 1925, aunque su infancia y parte de su adolescencia las pasó en la hacienda de su familia en Comitán, Chiapas, un pueblo cerca de la frontera con Guatemala en donde atestiguó las condiciones de vida de los indígenas de la región, así como su arraigada cultura.

En 1941, con apenas dieciséis años, la encontramos de nuevo en la capital mexicana. Aquí continuó su educación y más tarde estudió derecho, carrera que luego abandonó para adentrarse en la literatura y la filosofía. De acuerdo con la historiadora Gabriela Cano, en 1948 Castellanos empezó a trabajar en su tesis para obtener el grado de maestra en Filosofía, la cual llevaría el título Sobre cultura femenina, un luminoso ensayo sobre la marginación de la mujer en la cultura occidental que, pese a su valiosa aportación al debate intelectual de la época en torno a la condición femenina, se mantuvo casi en el olvido por más de medio siglo, hasta que el Fondo de Cultura Económica lo rescató en 2005.

Casualmente, justo en ese año en que Rosario inició su trabajo de tesis Simone de Beauvoir estaba de viaje en México, acompañada de su amante, el escritor estadounidense Nelson Algren, con quien entre mayo y julio visitó ruinas arqueológicas, sitios históricos y museos, además de ciudades como Mérida, Morelia, Puebla y la capital del país. Seguramente ninguna de las dos imaginaba que pocos años después se saludarían en París.

En 1950 Castellanos se tituló como maestra en Filosofía y después regresó a Chiapas. Tras una estancia como becaria en la Universidad Complutense de Madrid, España, volvió a México y se convirtió en promotora cultural del Instituto de Ciencias y Artes chiapaneco, con sede en Tuxtla Gutiérrez. Más tarde se estableció en San Cristóbal de las Casas e ingresó como docente a la Universidad Autónoma de Chiapas, al tiempo que colaboraba en el Instituto Nacional Indigenista.

El año de 1957 marcó el despegue de Rosario como escritora reconocida, luego de la publicación de su primera novela Balún Canán (que alude al nombre maya de Comitán), una obra con tintes autobiográficos que retrata un mundo dividido por el conflicto entre los terratenientes blancos y los indígenas explotados.

Rn 1958 se casó con el filósofo Ricardo Guerra y se estableció en Ciudad de México. En los sesenta hizo de la Universidad Nacional su centro de estudio, reflexión y trabajo. Bajo el rectorado de Ignacio Chávez, se encargó de la jefatura de Información y Prensa de dicha casa de estudios, aparte de impartir cátedra en la Facultad de Filosofía y Letras y redactar semanalmente su artículo para el Excélsior.

En 1960 salió a la luz su colección de cuentos Ciudad Real; en 1962, su segunda novela, Oficio de tinieblas, y dos años más tarde su libro de relatos Los convidados de agosto. Asimismo, en esa década fue invitada como profesora huésped a universidades de Estados Unidos. A su regreso a México en 1967, fue designada Mujer del Año. En ese tiempo también se divorció de Guerra.

En 1971 tuvo que dejar la UNAM para cumplir con el cargo de embajadora de México en Israel. Establecida en Tel Aviv, llevaba a cabo su labor diplomática, daba cátedra en la Universidad Hebrea de Jerusalén y continuaba con la publicación de sus obras, entre ellas Poesía no eres tú y Mujer que sabe latín..., así como con sus colaboraciones para Excélsior. Sin embargo, nunca volvería a pisar suelo mexicano, pues un trágico accidente derivado de una descarga eléctrica terminó con su vida el 7 de agosto de 1974.

Intelectual comprometida, gran representante de una visión del feminismo mexicano del siglo XX, magnífica escritora, sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres de la capital del país.



(Tomado de: Cruz García, Ricardo. Las protagonistas: Rosario Castellanos. Relatos e historias en México, año 12, número 135. Ciudad de México, 2019)

lunes, 28 de junio de 2021

Federico Gamboa


Nació y murió en la Ciudad de México (1864-1939). Desempeñó varias misiones diplomáticas. De 1908 a 1911 fue subsecretario de Relaciones Exteriores, y ministro del ramo en 1913, con Victoriano Huerta, por lo cual fue desterrado, regresando al país en 1923. Fue compilador de documentos relativos a la reclamación del Fondo Piadoso de las Californias. Miembro de la Academia Mexicana correspondiente de la Real Academia Española, y su director de 1924 a 1939. Colaboró en distintos periódicos nacionales y extranjeros. Autor de las novelas Santa (1903), que se ha llevado a la pantalla varias veces, y La llaga (1910). Para el teatro escribió La última campaña (1894), La venganza de la gleba (1904) y Entre hermanos (1928). Sus memorias, publicadas con el título de Mi diario (cinco vols., 1907-1938), son documento interesante lleno de datos útiles para la historia del país y de las letras mexicanas. Representante del realismo español, recientemente se ha iniciado su revaloración. Hay una recopilación de sus principales trabajos novelísticos: Novelas, 1965, con prólogo de Francisco Monterde. Su labor periodística espera una investigación que sería de múltiple interés.

Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen V, - Gabinetes - Guadalajara)

jueves, 3 de octubre de 2019

Matías Romero


Nació en Oaxaca el 24 de febrero de 1838. hizo sus estudios en esa ciudad, en el Seminario y en el Instituto de Ciencias y Artes del Estado, donde concluye la carrera de Derecho. En 1854 se traslada a México y trabaja como funcionario judicial; el 12 de octubre de 1857 obtiene el título de abogado. Después del golpe de Estado de Comonfort, se unió a Juárez en Guanajuato, acompaña al presidente a Panamá y Veracruz, y actúa como secretario de Melchor Ocampo cuando es ministro de Relaciones. En diciembre de 1859 se le nombra secretario de la Legación en Washington y a partir del 14 de agosto del año siguiente queda como Encargado de Negocios; en 1863 se le designa ministro en Washington permaneciendo en Estados Unidos hasta 1867. Nombrado ministro de Hacienda en 1868, desempeñó el cargo hasta 1872, año en que se retiró para dedicarse a la agricultura en Chiapas. Después de ser elegido diputado y senador, vuelve a la Secretaría de Hacienda, de 1877 a 1879, cargo del que se separa por su quebrantada salud. Promueve el cultivo del café en Chiapas y Oaxaca. Nuevamente se le envía como ministro a Estados Unidos en 1882, donde permanece hasta 1892 en que atendió el Ministerio de Hacienda por un año, en 1893 regresa a Washington, donde murió el 30 de diciembre de 1898. Pocos días antes se había elevado nuestra representación a Embajada, pero Romero ya no pudo ostentar esa categoría.


(Tomado de: Tamayo, Jorge L. (Introducción, selección y notas) - Antología de Benito Juárez. Biblioteca del Estudiante Universitario #99. Dirección General de Publicaciones, UNAM, México, D. F. 1993)

jueves, 15 de noviembre de 2018

Urbanidad a la mexicana II

[El carácter de los indígenas]

El carácter de las tribus que tuve oportunidad de tratar no es, en lo general, franco y abierto, sino cerrado, desconfiado y calculador. El indio no solamente levanta ese muro de defensa contra los miembros de otra tribu y contra los descendientes de sus opresores, lo cual sería muy natural; sino también contra su propia gente. Esta tradición está en su lenguaje, en sus maneras y en su historia. De esta suerte, las salutaciones de los indios entre ellos, especialmente las de las mujeres, son todo un galimatías de deseos y de preguntas sobre la salud, repetidas monótona e indiferentemente por los dos lados, aun sin mirarse una a la otra, y a veces sin detenerse. El indio que desea obtener algo de otro, nunca se lo pide directamente o sin rodeos; primero le hace un pequeño regalo, en seguida elogia esto o aquello, y al final formula su deseo. Si un indio tiene algo que preguntarle al juez o al alcalde de su aldea, y aun cuando su demanda sea plenamente justificada, quien por supuesto es también un indio como él, y posiblemente un pariente suyo, primeramente envía a un íntimo amigo con una botella de aguardiente o con una gallina gorda para asegurarse de que el funcionario que recibirá tal presente lo recibirá de buen grado. A menudo acudieron a verme grupos de vecinos de las aldeas indias para pedirme consejo acerca de sus problemas locales; tales grupos constaban de diez o doce personas, por el temor de que un solo emisario pretendiera sacar provecho del asunto en alguna forma. El grupo entero entraba en mi cuarto, un indio tras otro, y a la cabeza iba un gran dignatario que llevaba la voz; cada uno de los visitantes llevaba en la mano algún presente. El que hacía las veces de jefe comenzaba cumplimentándome con una serie de reverencias y diciendo: “Buenos días, padre, ¿cómo está usted?, ¿cómo está nuestra madre, su esposa, y los niños? Vea usted: le traemos esta nimiedad, es pequeña, porque somos pobres; pero debe tomarla por nuestro buen deseo, más que por lo que es.” En seguida, todos se acercaban para entregarme aves, huevos y diversas frutas. Era totalmente inútil que yo rehusara. Respondía: “Usted conoce a mis hijos. Yo no puedo aceptar esto. Si puedo serles útil a ustedes, los atenderé con mucho gusto. Guarden sus regalos y díganme lo que desean.”

“No, padre, no hablaremos si usted rechaza estas cosas…” al terminar el diálogo, y después de que la honorable embajada de vecinos era invitada a sentarse, los mayores se acomodaban en el piso, en semicírculo, a pesar de que no faltaban las sillas; sólo el portavoz permanecía de pie y por medio de un discurso cuidadosamente estudiado exponía sus deseos, mientras los demás asentían de vez en cuando con la cabeza como para reforzar las palabras del que hablaba.

En sus negociaciones los indios actúan como verdaderos diplomáticos, y les gusta expresarse con ambigüedad, con el objeto de poder después interpretar con ventaja para ellos todo cuanto se hubiere hablado. En los tratos con ellos, uno debe tener en cuenta que todas las condiciones sean especificadas de manera precisa.

Si después de una transacción de esta índole usted les ofrece una copa de ron, todas las caras se iluminan y unos y otros se intercambian miradas significativas; ellos prefieren tomar licor fuera de la puerta, y el hombre que regresa con su vaso vacío ciertamente sabe cómo expresar su gratitud en forma tal que pueda asegurarse una segunda copa.
(Tomado de: Carl Christian Sartorius – México hacia 1850)

jueves, 11 de octubre de 2018

Isidro Fabela

Isidro Fabela en la Sociedad de Naciones




Vivía yo entonces a orillas del lago de Neuchátel, pero pasaba mis fines de semana en Ginebra. Como sede de la Sociedad de Naciones, la vieja ciudad de Juan Jacobo Rousseau se había convertido en capital política del mundo. Pero ¡qué mundo y qué política! Triunfaba la ilegalidad internacional: en China, en Etiopía, en España, en Checoslovaquia, en Austria, las traiciones se alternaban con las agresiones y la actitud de los diplomáticos en las asambleas ginebrinas se volvía cada vez más “diplomática”.


Enfrentarse con “realismo” a las nuevas situaciones creadas por las potencias totalitarias y evitar a todo trance mayores tensiones con Japón, Alemania e Italia –en otras palabras, la aceptación de los “hechos consumados”, el apaciguamiento a ultranza, la no intervención mal entendida, el cuidar ante todo el “equilibrio de las fuerzas”- era la tendencia de la equívoca política internacional seguida por Francia y Gran Bretaña, política que condujo directamente a la catástrofe.

Una sola nación se opuso entonces a la hipocresía y a la cobardía de los gobiernos europeos: una nación americana, todavía no industrializada, que carecía del respaldo de una poderosa organización militar. Un país “cuya fuerza consistía en su derecho y en el respeto a los derechos ajenos”. Su presidente se llamaba Lázaro Cárdenas y su delegado en Ginebra, Isidro Fabela.


Tuve la suerte de conocer a éste último la primavera de 1938, poco después de mi primer viaje a México. No ignoraba su actitud en defensa de Etiopía, cuando Víctor Manuel III sustituyó nominalmente al León de Judá, y admiraba el valor con que defendió a Austria, en las horas funestas del Anschluss, cuando ni una sola de las grandes potencias ni la propia Sociedad de las Naciones protestaron contra la supresión de un estado miembro de la Liga.


Ahora la preocupación principal de Fabela era la situación de la España republicana. La lucha, cada día más desigual, se volvía estéril, debido a la “no intervención” que de hecho era, como dijo muy bien el Presidente Cárdenas, “uno de los modos más cautelosos de intervenir”, pues dejaba al gobierno legítimo en condiciones de absoluta inferioridad frente a los rebeldes y a sus aliados nazis y fascistas.

A fines del mismo año el licenciado Fabela estaba turbado por la tragedia de los refugiados que vegetaban en condiciones pavorosas, en los campos de concentración improvisados por el gobierno francés cerca de la frontera. “El problema de migración a México de esos infelices es de una urgencia inmediata”, escribía al Presidente.


Sabemos que pocos meses más tarde empezaron a llegar a Veracruz los vencidos. México tendió sus brazos a decenas de millares de republicanos que aquí rehicieron sus vidas.


Ante la indiferencia del mundo y la cobardía colectiva, el general Cárdenas y el licenciado Fabela defendieron gallardamente los valores éticos fundamentales: libertad, justicia, humanidad. Es tan fácil pronunciar estas palabras, y tan difícil obrar en coherencia con ellas. Esta coherencia, a través de tantos años, es uno de los aspectos más positivos del clima, instaurado aquí por la Revolución. Al cabo de un cuarto de siglo, México sigue reconociendo el gobierno legítimo de España y no acepta el “hecho consumado”: actitud que singulariza a México en el mundo de conciencia algo elástica en que vivimos.


Fabela como profeta


La clarividencia política de Isidro Fabela en aquellos años demuestra que a su innato quijotismo aúna el sentido común de Sancho Panza. A principios de 1939 escribe a Cárdenas que la nueva guerra europea es inevitable: se llama Chamberlain “el apóstol negativo de la paz”; condena el antisemitismo nazi, que reduce a los judíos “que han contribuido al considerable progreso material y moral e intelectual del Estado alemán, y del mundo, a la condición de miserables parias, sin patria, sin paz y sin pan”; analiza las verdaderas causa por las cuales el Perú se ha retirado de la Sociedad de las Naciones: la afinidad de su gobierno con la ideología totalitaria de Hitler y Mussolini.


Además de Quijote-Sancho, es profeta. Escribe al general Cárdenas que Hitler sumirá a su país en el peor de los desastres, condenándole a su posible desaparición como gran potencia; añade que si la conflagración se generaliza, la intervención de los Estados Unidos será decisiva en la hora culminante.


Este es el hombre que me brindó su amistad en Ginebra; un hombre que ennoblece toda una nación. Allá en Suiza su valor civil y su postura tan distinta a la de todos los demás diplomáticos la había conquistado un respeto que, desde luego, repercutía sobre la nación que representaba. El licenciado Fabela me hablaba de México y de su Revolución, de la que había sido él uno de los protagonistas. Evitaba la hipérbole; pero aseguraba con la lucidez del vidente que en su nuevo clima social México adelantaría con un ritmo insospechado. Pocos años más tarde, él mismo contribuyó, como gobernador de su estado natal, a la industrialización de Toluca, Tlalnepantla y de Naucalpan. Su fe en la nueva generación de México no se fundaba en razones sentimentales, sino en el conocimiento de la historia: los mexicanos han logrado sobrellevar y dominar las crisis más duras de la conquista hasta la de la liberación del coloniaje; desde las de las intervenciones militares extranjeras del siglo pasado hasta la de la Revolución en la segunda y tercera década de nuestra centuria.


Estaba convencido de que un pueblo de tan recia personalidad como el suyo, confluencia de ríos culturales europeos y americanos, dotado además de una sensibilidad nueva y singularmente aguda, diría pronto una palabra nueva al mundo. ¿En el arte? ¿En la ciencia? ¿En la filosofía? Estaba por verse. Por el momento, él, Isidro Fabela, interpretaba en Ginebra el pensamiento del gobierno y del pueblo mexicano, y lo expresaba contra el viento de los demócratas acobardados y la marea de los totalitarios ensoberbecidos.


Cierto día don Isidro Fabela me preguntó si no me agradaría proseguir mi existencia en su país, esto era (son sus palabras), incorporarme a la vida nacional de México.


Un cuarto de siglo después puedo decir que aquí he ensanchando mis horizontes, trabajando con pasión y enjundia en el campo que he elegido, el de la investigación; que mi  vida ha sido aquí dichosa y llena de estímulos; en fin, que desde el primer día he sentido que pertenecía para siempre (¡qué palabra tan definitiva, y sin embargo es la justa!) a esta tierra suya y ahora también mía.



(Tomado de: Gutierre Tibón - México en Europa y en África)

martes, 26 de junio de 2018

Alfonso Reyes

Alfonso Reyes



(Monterrey, Nuevo León, 17 de mayo de 1889 – México, 27 de diciembre de 1959)


Participó en la fundación del Ateneo de la Juventud (1910) y publicó a los veintiún años su primer libro: Cuestiones estéticas. De 1914 a 1924 vivió en Madrid, donde sobresalió como periodista literario, investigador, traductor, crítico y cuentista. Diplomático en Francia, Argentina y Brasil, volvió a su país en 1939 para organizar el hoy Colegio de México. Fue la época de sus trabajos unitarios (El deslinde, La crítica en la edad ateniense), sin desmedro de los ensayos breves y libres, crónicas en las que nadie lo ha superado y que guardan, tal vez, lo mejor de su estilo (de Simpatías y diferencias, 1924, a Las burlas veras, 1959).

Inteligencia ávida de encerrar en palabras todos los estímulos del mundo, el poeta Alfonso Reyes no tiene entre nosotros antecedentes ni continuadores directos. Es uno de los primeros que incorporan a la moderna lírica española el prosaísmo de tradición inglesa –un prosaísmo que alterna la finura con la sabia ramplonería, el juego y la canción. En él lo más clásico es sinónimo de lo más popular. Humor y nostalgia, alegría y descripción. Aun cuando para objetivarlas refiera las emociones a un tema mítico (Ifigenia cruel), escribe un verso que se diría a media voz, a contracorriente de las facilidades rítmicas del castellano.


La secreta unidad de su obra quebranta la distinción de géneros: en Reyes la excelencia del prosista es también la excelencia del poeta que fue en todo momento.

Libros de poesía:

Sus versos, escritos entre 1906 y 1958, están en Constancia poética, tomo X de las Obras completas (1959). Habría que añadir cuando menos su “traslado” de La Ilíada (1951) y su prosificación del Poema del Cid (1919).


(Tomado de: Octavio Paz, Alí Chumacero, et al: Poesía en Movimiento, II)

EL LLANTO

Al declinar la tarde, se acercan los amigos;
pero la vocecita no deja de llorar.
Cerramos las ventanas, las puertas, los postigos,
pero sigue cayendo la gota de pesar.
No sabemos de donde viene la vocecita;
registramos la granja, el establo, el pajar.
El campo en la tibieza del blando sol dormita,
pero la vocecita no deja de llorar.
-¡La noria que chirría!- dicen los más agudos-
Pero ¡si aquí no hay norias! ¡Que cosa tan singular!
Se contemplan atónitos, se van quedando mudos
porque la vocecita no deja de llorar.
Ya es franca desazón lo que antes era risa
y se adueña de todos un vago malestar,
y todos se despiden y se escapan de prisa,
porque la vocecita no deja de llorar.
Cuando llega la noche, ya el cielo es un sollozo
y hasta finge un sollozo la leña del hogar.
A solas, sin hablarnos, lloramos un embozo,
pero la vocecita no deja de llorar.
 

AUSENCIAS
 
De los amigos que yo más quería
y en breve trecho me han abandonado,
se deslizan las sombras a mi lado,
escaso alivio a mi melancolía.
Se confunden sus voces con la mía
y me veo suspenso y desvelado
en el empeño de cruzar el vado
que me separa de su compañía.
Cedo a la invitación embriagadora,
y discurro que el tiempo se convierte
y acendra un infinito cada hora.
Y desbordo los límites, de suerte
que mi sentir la inmensidad explora
y me familiarizo con la muerte.