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lunes, 21 de octubre de 2024

Panteón de San Fernando

 



Panteón de San Fernando 

Gerardo Díaz | Historiador

Un espacio difícil de imaginar como museo es un panteón, lugar que, independientemente de la religión que se adopte, es interpretado como un recinto de descanso para los restos de las personas y, por ende, digno de respeto. 

A unos pasos de la Alameda Central de Ciudad de México se encuentra el panteón de la iglesia de San Fernando. Este sitio alberga a importantes figuras de la historia mexicana. El más destacado de ellos es sin duda Benito Juárez, junto a él, tumbas y mausoleos de virreyes, militares y artistas pasan desapercibidos debido a las vialidades aledañas y por la búsqueda prioritaria de la estación Hidalgo del metro, que está a unos cuantos pasos. 

Este recinto llegó a ser la última morada más importante de México y una de las más caras y exclusivas. Ha sido refugio de las tumbas originales de otros constructores de la patria como Vicente Guerrero e Ignacio Zaragoza, quienes posteriormente fueron exhumados y trasladados a recintos distintos. La tumba del general conservador Miguel Miramón también se encuentra ahí, aunque vacía, pues al morir don Benito la viuda de Miguel, Concepción Lombardo, decidió que su esposo no podría descansar junto a su eterno enemigo y lo trasladó a Puebla. 

Dada su importancia histórica, el panteón fue declarado monumento histórico por el Instituto Nacional de Antropología e Historia y con el paso de los años fue reconocido como un sitio que merece la pena ser visitado, entre otras cosas, para concientizarnos de lo efímero que es el ser humano.


(Tomado de: Díaz, Gerardo. Panteón de San Fernando. Relatos e historias en México. Año XII, número 137. Ciudad de México, 2020)








domingo, 8 de septiembre de 2024

Carta de Juárez, optimista por situación militar, 1860


Juárez se muestra optimista sobre la situación militar 

Veracruz, septiembre 17 de 1860.

Sr. don Matías Romero. 

Mi querido amigo: 

Llegó el Sr. Mata antes de ayer y hoy se ha ido para Jalapa a ver a sus hermanas. Me entregó una carta de usted y además había yo ya recibido otras de fecha posterior, siendo la última de 25 de agosto, en la que me habla usted de la venida de 10 buques para este puerto. 

Los españoles han estado en muda respecto de sus ansiosas exigencias tanto que hace cuatro días se retiraron los buques que tenía en Sacrificios habiéndose dejado dos solamente. 

Después de que nuestras fuerzas del interior derrotaron a Miramón en Silao estuvieron unos días en Querétaro y Guanajuato y luego se han ido para Guadalajara con el objeto de hacer rendir a Castillo que está allí con 4,000 hombres. Han dado este paso para no dejar enemigo en la retaguardia cuando se vengan sobre la Capital donde se haya hoy Miramón con 10,000 hombres porque reconcentró sus tropas que había en Orizaba, Jalapa, Tulancingo y Toluca. En Puebla habrá una guarnición de 1500 hombres. 

Luego de que se tome Guadalajara se disiparán todos nuestros temores sobre México, a cuyo fin estoy organizando las tropas de Oaxaca y de este Estado. 

Si por no encontrarse un libramiento de 500 pesos no se remite por este buque, irá indefectiblemente por el Rapid

Entonces contestaré a otros amigos. 

Si ve usted al Sr. don Edward S. Dumbar dígale usted que recibí su carta y que por el Rapid le contestaré favorablemente su referida carta. 

Soy de usted amigo afectísimo q. b. s. m.

Benito Juárez

(Tomado de: Tamayo, Jorge L. - Benito Juárez, documentos, discursos y correspondencia. Tomo 3. Secretaría del Patrimonio Nacional. México, 1965)

jueves, 20 de junio de 2024

10 batallas decisivas en México (V)



10 batallas decisivas en la historia de México [V]


Luis A. Salmerón Sanginés


(Maestro en Historia por la UNAM. Cursa el doctorado en Historia en la misma institución y es profesor de la Universidad Pedagógica Nacional. Especialista en investigación iconográfica y divulgación histórica)

5

Batalla de Calpulalpan

22 de diciembre de 1860

Ese día se enfrentaron en las cercanías de Calpulalpan (hoy en Jilotepec, Estado de México) los ejércitos de los partidos liberal y conservador en lo que sería la última batalla de la Guerra de Reforma (1858-1860).

En la primera etapa del conflicto la balanza parecía inclinarse a favor de los conservadores, quienes contaban con el apoyo de la mayoría del ejército formal, pero poco a poco la tendencia fue revirtiéndose hasta que en Calpulalpan el partido conservador se jugó la última carta con su mejor general, Miguel Miramón, al mando de ocho mil soldados, treinta cañones y algunos de los oficiales más experimentados como Leonardo Márquez o Miguel Negrete.

Por su parte, los liberales contaban con once mil hombres, aunque poco menos de la mitad de cañones que los conservadores; su general en jefe, Jesús González Ortega, contaba con oficiales como Ignacio Zaragoza y Leandro Valle. Su ejército estaba formado por las guerrillas republicanas que se habían levantado contra el golpe de Estado tres años atrás y, pese a no tener en su mayoría educación militar, eran soldados curtidos en los campos de batalla.

El combate inició a las ocho de la mañana con la ventaja inicial de los conservadores que, tomando la iniciativa y aprovechando la superioridad de su artillería, atacaron el ala izquierda liberal, pero dos horas después la superioridad numérica del bando enemigo y una serie de movimientos estratégicos para envolver a los conservadores por la retaguardia decidieron la victoria liberal. El ejército conservador quedó completamente destrozado.

Tres días después de la batalla, en la Navidad de 1860, González Ortega entró a la capital al frente de treinta mil soldados, marcando el triunfo liberal en la Guerra de Reforma. Así el Estado laico y republicano se afirmó en la historia mexicana al someter a las poderosas corporaciones que influían decisivamente en el rumbo del país: la Iglesia y el Ejército.


(Tomado de: Salmerón, Luis A. - 10 batallas decisivas en la historia de México. Relatos e historias en México. Año VII, número 81, Editorial Raíces, S.A. de C. V., México, D. F., 2015)

martes, 14 de julio de 2020

Porfirio Díaz Mori I 1830-1861


Nació en la ciudad de Oaxaca el 15 de septiembre de 1830; murió en París, Francia, el 2 de julio de 1915. Fueron sus padres José Faustino Díaz y Petrona Mori. Fue el penúltimo de 7 hijos, de los cuales sobrevivieron 5: 3 mujeres y 2 varones. Todavía no cumplía años 3 años de edad, cuando quedó huérfano de padre, a consecuencia de la epidemia de cólera morbus que asoló a México en 1833. Su madre asumió la manutención y educación de sus 5 hijos, para lo cual administró por un tiempo el mesón de La Soledad, que había regenteado su esposo y posteriormente tuvo que vender gradualmente las propiedades que había heredado. 
A los 6 años de edad, Porfirio fue enviado a una escuela de primeras letras llamada Amiga, y después a la municipal, donde aprendió a leer y escribir. Su tío y padrino, el canónigo José Agustín Domínguez, que después llegó a ser Obispo de Oaxaca, lo tomó bajo su cuidado a condición de que ingresase al Seminario Conciliar de Oaxaca para seguir la carrera sacerdotal. Se le prometió hacer valer sus derechos a una capillanía que disfrutaba otro pariente suyo, también sacerdote. A los 13 años de edad, Porfirio ingresó al seminario en calidad de alumno externo y estudió latín y filosofía; y para allegarse fondos adicionales, aceptó dar clases privadas de latín al hijo del abogado Marcos Pérez, amigo de Benito Juárez. Las conversaciones con Marcos Pérez le despertaron, a la par que la repugnancia por el sacerdocio, las primeras convicciones liberales. Dejó el seminario e ingresó al Instituto de Ciencias y Artes del Estado, para seguir allí la carrera de leyes. El canónigo Domínguez, al conocer la decisión de su protegido, le retiró toda ayuda y aún le pidió que le devolviera los libros que le había regalado. Así, Porfirio perdió la capellanía, la beca en el seminario y aún la amistad de su tío.
Hizo amistad con Benito Juárez, quien entonces dirigía el Instituto. La precaria situación económica de su familia lo obligó a dar clases particulares y a aprender los oficios de zapatero y carpintero. Más tarde consiguió el empleo de bibliotecario del Instituto, con un salario de 25 pesos mensuales, e hizo prácticas forenses, como pasante de derecho, en el bufete de Pérez. Se habría recibido de abogado, pero lo impidieron las vicisitudes políticas del país.
Durante la dictadura de Antonio López de Santa Anna, el abogado Pérez fue encarcelado. El 1° de diciembre de 1854 el presidente convocó a un plebiscito para afirmarse en el poder. Porfirio Díaz, entonces catedrático del Instituto, se negó a votar; pero como se le tachase de cobarde, fue el único que se pronunció porque se entregara la presidencia a Juan Álvarez, entonces en rebelión contra el gobierno. Con ese motivo sufrió persecuciones y buscó refugio entre las guerrillas adictas al Plan de Ayutla. Un ataque por sorpresa a una partida de soldados que descansaba en el aguaje de la cañada de Teotongo fue el primer hecho de armas del joven Díaz, aunque con poco lustre, pues se dispersaron al mismo tiempo ambos contendientes. Al triunfo de la revolución, Porfirio Díaz fue nombrado jefe político del Distrito de Ixtan. Era muy aficionado a la milicia, y ya desde antes, con motivo de la invasión norteamericana en 1847, había formado parte de un cuerpo de voluntarios, aunque no llegó a entrar en combate. Siendo estudiante del Instituto, asistió a una cátedra de estrategia y táctica, creada por Benito Juárez e impartida por el teniente coronel Ignacio Uría. 
Como jefe político de Ixtan, organizó la Guardia Nacional de su distrito, y la puso en tan buen estado, que con ella salvó al gobernador de Villa Alta, amenazado por los indios juchitecas sublevados, los cuales se dieron a la fuga al presentarse los milicianos de Porfirio Díaz. Esto valió que el gobernador de Oaxaca, Benito Juárez, le otorgara implementos de guerra para armar a sus hombres. Después de servir un año como jefe político, Díaz entró al servicio activo del ejército con el grado de capitán de granaderos adscrito a la Guardia Nacional de Oaxaca. En 1857 ocurrió la rebelión de los conservadores contra la Constitución promulgada ese año; en Oaxaca se pronunció a favor de éstos el coronel José María Salado; el capitán Porfirio Díaz, que estaba a las órdenes del teniente coronel Manuel Velasco, salió a batirlo; en Ixcapa los rebeldes sorprendieron a las guardias nacionales, pero el capitán Díaz tomó la iniciativa del ataque y, seguido de las demás fuerzas gobiernistas, derrotó por completo a Salado, quien resultó muerto en el combate. A su vez, Díaz fue gravemente herido de bala y sufrió una peritonitis, de la cual se salvó por lo excelente de su constitución física. El 28 de diciembre de 1857 Oaxaca fue tomada parcialmente por el general conservador José María Cobos. A Porfirio Díaz, que aún convalecía, se le confió la defensa del convento de Santa Catarina, improvisado en fuerte. Durante el sitio, intentó un asalto, que resultó fallido, a la fortificación de los conservadores establecida en la esquina del Cura Uría (8 de enero de 1858). Al fin, las fuerzas liberales asaltaron y lograron capturar por entero a Oaxaca (día 16) aunque el general reaccionario pudo ponerse a salvo y establecerse en Tehuantepec. Bajo las órdenes del coronel Ignacio Mejía, el capitán Díaz salió a perseguirlo. Mejía hubo de salir de Tehuantepec en auxilio de Juárez, quien se proponía establecer su gobierno en Veracruz. Díaz quedó entonces como gobernador y comandante militar de Tehuantepec, aunque con fuerzas muy escasas, lo cual aprovecharon los conservadores para atacarlo. Este los derrotó en Las Jícaras (13 de abril de 1858), por cuyo triunfo ascendió a mayor de infantería. Sin embargo, su posición era muy precaria, pues los habitantes de Tehuantepec eran profundamente adictos a la Iglesia, la cual patrocinaba a los conservadores. Para sostenerse tuvo que recurrir a toda clase de medios, inclusive la crueldad, pues al igual que sus adversarios fusilaba sin misericordia a todos los prisioneros que caían en sus manos. Recibió y custodió hasta la Ventosa, para embarcarlo allí rumbo a Zihuatanejo, un cargamento de municiones y explosivos comprado en Estados Unidos para el general Juan Álvarez. Todo esto pudo conseguirlo a pesar del duro acoso de las tropas que pretendían capturarlo.
La ciudad de Oaxaca fue nuevamente tomada por los conservadores y el gobierno liberal del Estado hubo de retirarse a Ixtlán. Camino de esa población, Díaz fue interceptado y derrotado, pues los cuerpos de juchitecos y chiapanecos que mandaba huyeron ante el enemigo; logró, sin embargo, incorporarse a las fuerzas del gobierno en Tlalixtac. Con ellas avanzó sobre Oaxaca, a la que pusieron sitio del 1° de febrero al 11 de mayo de 1859, pero tuvieron que levantarlo ante la superioridad de los conservadores. Perseguidos por éstos, Díaz les hizo frente en Ixtepexi (15 de mayo) y les infligió severa derrota. Pudo así el ejército de Díaz establecerse en la sierra durante largo tiempo sin ser molestado. Una vez reorganizadas sus fuerzas, tomó Oaxaca el 15 de mayo de 1860. En premio, el presidente Juárez lo ascendió a coronel efectivo. Tras la toma de Oaxaca, el general conservador Miguel Miramón fue derrotado definitivamente en Calpulalpan y Juárez regresó a la Ciudad de México. Por ese tiempo Díaz enfermó de tifo y se vio a las puertas de la muerte. Al recuperarse, fue elegido diputado al Congreso de la Unión por el distrito oaxaqueño de Ocotlán, por lo cual pasó a residir en la capital de la República. 
El 24 de junio de 1861, mientras el Congreso sesionaba, se supo que el general Leonardo Márquez amenazaba caer sobre la capital. Los diputados acordaron no moverse de sus curules para que Márquez, en ese caso, los encontrase allí cumpliendo con su función legislativa; pero Porfirio Díaz pidió permiso para unirse al ejército y enfrentarse al enemigo. Al mando de una fuerza, rechazó y persiguió a Márquez hasta la Tlaxpana. Al día siguiente se le nombró jefe de la brigada de Oaxaca, por enfermedad del titular, y pudo así participar en la campaña contra los conservadores, bajo las órdenes de Jesús González Ortega. Díaz alcanzó a Márquez en Jalatlaco y antes de que se presentara el grueso de la división, logró derrotarlo. Por ésta acción fue ascendido a general de brigada (13 de agosto de 1861). Dos meses después (20 de octubre) volvió a derrotar a Márquez en Pachuca.
Arribaron entonces a Veracruz los barcos de guerra de la triple alianza formada por Inglaterra, España y Francia, dispuestos a invadir México si no se satisfacían sus reclamaciones presentadas al gobierno de Juárez...

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S.A. México, D.F. 1977, volumen III, Colima-Familia)

jueves, 5 de septiembre de 2019

La flota de Miguel Miramón, 1860


Al reto de Juárez, Miramón preparó un ejército y se dispuso a atacar el puerto de Veracruz. Fue el segundo intento. Llegó frente a los muros de la ciudad heroica en los momentos en que Juárez declaraba nulo el Tratado Mon-Almonte, concertado entre el gobierno de Isabel II y el general Juan N. Almonte, hijo natural de Morelos, ministro del Presidente Zuloaga en Francia. Sus puntos principales fueron: la ratificación del Convenio de 1853, por medio del cual el gobierno de Santa-Anna se obligó a pagar a España una suma de mucha consideración, por deudas atrasadas, y la obligación del gobierno de Zuloaga a pagar otra cantidad por los asesinatos de españoles cometidos en San Vicente y San Dimas. Pero el gobierno de Juárez celebra el Tratado MacLane-Ocampo, por el que se pactaba conceder a los Estados Unidos el derecho, a perpetuidad, de transitar libremente por el itsmo de Tehuantepec, y el otorgamiento de otras franquicias mediante el pago de cuatro millones de pesos. Este tratado no ha tenido, ni tendrá, justificación alguna, ya que implicaba “una verdadera servidumbre internacional y graves peligros para la independencia de la patria”. Este tratado no llegó a ponerse en vigor, porque el Senado de los Estados Unidos se negó a aprobarlo. Estábamos en la buena época romántica..
Miramón aprovechó, pues, un instante de hondo encono en contra de Juárez para emprender su campaña sobre Veracruz y, para hacer más cierto su triunfo, adquirió en La Habana dos barcos grandes y una balandra, que fueron bautizados con los nombres de Marqués de la Habana, General Miramón y Concepción. La escuadrilla no tenía nada imponente: se trataba de dos barcos viejos, sin condiciones marinas, y una lancha pequeña:

La escuadra de Papachín,
dos guitarras y un violín.

En tanto, el general Gutiérrez Zamora hacía prodigios con la disciplina: organizaba un ejército, adiestraba a las guardias nacionales y artillaba la plaza con 148 cañones. El 27 de febrero salió la flotilla de La Habana y el 6 de marzo llegó frente a Veracruz; siguió de largo, hacia el Sur, hasta el fondeadero de Antón Lizardo, pero al pasar frente al castillo de San Juan de Ulúa, la fortaleza le pidió bandera “sin que los barcos aludidos atendieran la demanda”, por lo cual se les hicieron varios disparos. Juárez y su ministro de Guerra, general Partearroyo, trataron con Mr. Jarvis, jefe de una escuadrilla norteamericana surta en Veracruz, y el cubano Domingo Goicuría, el modo de apresar estos dos barcos, haciendo, antes, la declaración de que se trataba de “embarcaciones piráticas, y, en consecuencia, debiendo ser considerados así por los buques nacionales y de las naciones amigas”. Se preparó entonces una expedición en contra de los barcos de Miramón: “A las ocho de la noche salió la Saratoga, remolcada por el vapor Wawe y acompañada del Indianola, que servía únicamente de transporte, con 80 hombres a bordo, entre marinos y soldados de los Estados Unidos. El Wawe llevaba también tropas de los Estados Unidos y cada uno de los vapores iba provisto de un obús de montaña.
“Los tres buques de guerra llegaron hacia la medianoche a Antón Lizardo, donde encontraron a los dos vapores Marqués de La Habana y General Miramón, los cuales, de estar a muy corta distancia, intentaron alejarse, sobre todo el General Miramón, que había emprendido la fuga . en el acto la Saratoga tiró al aire una granada para hacer que se detuviera; no habiendo obedecido, el Indianola, que no remolcaba ya a la Saratoga, persiguió al dicho General Miramón, hasta que estuvo bastante cerca para hablarle. El Indianola le gritó repetidas veces que suspendiera su marcha, y viendo que no hacía caso de esa insinuación, le disparó tres o cuatro tiros de fusil, al aire, a los que respondió el General Miramón con un cañonazo, cuya bala pegó en la cámara alta del Indianola. Entonces este vapor se precipitó sobre aquél haciéndole vivo fuego de fusilería. 
“Mientras esto pasaba, la Saratoga tiró al Marqués de La Habana otro cañonazo, cuya bala lo atravesó de un lado a otro, y este vapor echó ancla enarbolando la bandera española.
En seguida el Wawe dejó anclada a la Saratoga y fue en ayuda del Indianola, que perseguía al General Miramón, y viendo que éste ganaba la delantera, avanzó sobre él y lo abordó, pero no teniendo los utensilios necesarios para retenerlo, y habiendo sufrido, además, un vigoroso choque que le causó muchas averías en la cámara alta, el General Miramón logró pasar por su popa, haciéndole fuego de cañón y de fusilería.
“Entonces el Wawe comenzó a darle caza, haciéndole fuego de cañón y fusilería. En su huída el General Miramón encalló en un bajo, y el Indianola, que se hallaba cerca, lo abordó por segunda vez, sin encontrar resistencia, y lo capturó.
“Se encontraron a bordo 30 heridos, que fueron transbordados a la Saratoga, a fin de prestarles los auxilios posibles. El Wawe y el Indianola pasaron la noche fondeados en aquel lugar.
“Por la mañana, el Wawe y el Indianola hicieron lo posible para poner a flote al General Miramón, pero no habiendo podido lograrlo, la Saratoga se dirigió al puerto, remolcada por el Marqués de La Habana. “En la santabárbara del Marqués de La Habana y del General Miramón fueron encontradas varias cajas de municiones con este rótulo: “Arsenal de La Habana”, y Juárez comprendió los inmediatos resultados del Tratado Mon-Almonte.
“Ante el fracaso de su escuadrilla, Miramón inició el bombardeo del puerto. Juárez se obstinó en permanecer en la ciudad durante los ataques de Miramón, y sólo el general Gutiérrez Zamora logró hacerle desistir de su propósito “haciéndole ver que no habría tranquilidad en el ánimo de los defensores de la plaza si él permanecía en ella, y que no respondería de nada mientras el Presidente, que era el legítimo representante de la causa que defendía, no pasaba a Ulúa”.
Juárez penetró por segunda vez a la fortaleza: en aquel salón sus ropas fueron registradas; allí estaba el libro de la prisión con su nombre; en esa celda se volvió más impenetrable. Nada dijo; ni cuando Miramón abandonó el ataque de la plaza tuvo un gesto expresivo.
El 23 de mayo desembarcó en Veracruz don Joaquín Francisco Pacheco, embajador de España cerca del gobierno de Miramón, y mientras todos afilaban sus uñas, Juárez dio órdenes para que se le diera libre tránsito y escolta dentro de los límites de Veracruz. Sólo permitió a Guillermo Prieto unos versos:

Cada tiro es un gazapo,
cada paso un tropezón:
nos pone ya como un trapo
la España, por diversión.


Jamás faltarán pretextos
a los hijos de la Iberia
para enviarnos mil denuestos
en prosa burlesca o seria…

…..

Madre España, ¿a qué ese anhelo
de insultarnos, imprudente?
¿No ves que escupiendo al cielo
te escupes, madre, en la frente?   


¿Tus viejos pecados ora
quieres que solos carguemos?
Eso es injusto, señora…
tu origen reconocemos.


Ten, Iberia, caridad,
con el que lucha y se afana;
que el pan de la libertad
sólo con sangre se gana.


Y tú tienes experiencia
de lo que cuesta el progreso,
pues, tras tu larga existencia,
aún estás royendo el hueso.

(Tomado de: Pérez Martínez, Héctor - Juárez, el impasible. Colección Austral #531 (biografías y vidas novelescas). Espasa-Calpe Mexicana, S.A., México, 1988)

martes, 29 de enero de 2019

Plan de Zacapoaxtla I, 1855


Juan Álvarez seguía en Tlalpan, un poco fatigado por la carga que llevaba sobre los hombros y con la cual no sabía qué hacer. Nunca pudo superar esa situación y como las molestias, planes y levantamientos crecían a ojos vistas, el 10 de diciembre, usando las “facultades omnímodas”, nombró sucesor a Ignacio Comonfort y se fue con sus “pintos” a la costa del Pacífico.

Exaltados escándalos en la capital de la República anuncian la salida del presidente Álvarez, el más destacado de los cuales es el que frente a la Universidad promueve un Miguel Buenrostro –que cooperó con la intervención americana-, quien se dirige a las puertas de la Diputación para apoderarse de las armas y poner en prisión al gobernador del Distrito, Juan José Baz, en medio de grandes gritos contra el nuevo presidente, contra el clero, contra los americanos y contra los cantos y misterios de la Iglesia. Juan José Baz tomó enérgicas medidas contra los alborotadores y gracias a éstas no alcanzó proporciones sangrientas el motín.  Al día siguiente, 11 de diciembre, Comonfort ocupa por delegación la Presidencia omnímoda de la República.

Si esto acontecía en la ciudad Capital, en los Estados de la Federación las arbitrariedades, las medidas irritantes, los excesos jacobinos, los salteadores en despoblado, son las plagas que acosan a los ciudadanos. Hay lugares en los que, siguiendo la antigua tradición municipal, se unen los pueblos a deliberar sobre el estado de cosas que los aflige, y se pronuncian por fórmulas que publican en forma de planes. Para nuestra historia y para la vida de nuestro héroe [Miguel Miramón], el más significativo es el Plan de Zacapoaxtla.
Escasamente conocido, apodado de religión y fueros, para así ocultar con frases polémicas la justicia de la causa reclamada, dice así:
“En la Villa de Zacapoaxtla, a los doce días del mes de diciembre de mil ochocientos cincuenta y cinco, reunidos en las casas consistoriales, los señores cura párroco, sub-prefecto, jueces de la Villa y los de todos los pueblos inmediatos, y los vecinos principales, después de una indicación que dirigió el señor Cura a la multitud de los concurrentes, todos acordaron que, cuando abandonó el poder el general Santa-Anna, se temió que una acefalía produjera el destrozo de nuestra sociedad, y la nación para salvarse, de tamaño mal, abrazó con entusiasmo el Plan de Ayutla, reconoció a sus jefes y depositó en sus manos con poder absoluto la suerte de la patria. Debió esperarse en consecuencia que haciendo cesar el estado de guerra en que nos encontrábamos, se procurara la unión y se hicieran efectivas las garantías que ofreció el mencionado Plan de Ayutla; pero nada menos que eso, aun antes de establecerse el gobierno del general Álvarez, hemos visto que poniendo en práctica principios disolventes y desplegándose una persecución encarnizada a todos los buenos ciudadanos que prestaron con fidelidad sus servicios a la administración anterior, el gobierno actual después de tres meses de existencia, siguiendo el camino que el propio ha trazado, se ha enajenado las simpatías de los verdaderos libertadores y de todo ciudadano que profese amor a su Patria, puesto que el relacionado Plan de Ayutla en sus manos, no sólo ha destrozado, sino que le ha dado un sentido completamente contrario. En lugar de garantías sociales ha producido la persecución de las dos clases más respetables de la sociedad, el clero y el ejército, sin tener presente que atacando al primero se destierra de una vez del suelo mexicano la poca moralidad que existe, y persiguiendo al segundo, hoy que el enemigo de nuestra nacionalidad lo tenemos en el seno de la República, sin duda perderemos nuestra independencia que nuestros padres compraron con su sangre. En lugar de garantías individuales, sólo tenemos prisiones, destierros y confiscaciones; y en lugar de conservar nuestro territorio, se faculta al gobierno para poder vender, cuyas arbitrariedades no han podido sufrir ni aun los mismos que fueron caudillos de la revolución y se han separado. ¿En qué hemos mejorado entonces? ¿No estos mismos hechos nos hizo sufrir la administración anterior? –El Plan de Ayutla, por tanto, no ha servido más que de pretexto para el triunfo de un partido débil. La revolución que acaba de operar no ha tenido por objeto más que las personas, y nada más lejos de ella, que la felicidad de los pueblos y la seguridad de la Patria. Triste, muy triste es este cuadro, pero verdadero; la República entera está mirando con escándalo que mientras el enemigo del exterior se presenta en la frontera del norte disfrazado con el nombre de ejército libertador, a las órdenes del traidor Vidaurri, la parodia de gobierno que tenemos, sólo se ocupa de remover empleados, sin cuidar de la seguridad de los pueblos, porque los salteadores con entera libertad cometen sus depredaciones, no sólo en los caminos, sino aun en el corazón de nuestras más populosas ciudades. –Por lo tanto, para conjurar este estado de males, y poner con oportunidad el debido remedio, desconocemos y rehusamos con toda energía las odiosas denominaciones de los partidos que dividen a los mexicanos: nosotros invitamos a todos los que tengan amor a su Patria, sea cual fuere su fe política, a que reunidos bajo una bandera nacional, concurran con sus luces a salvar nuestra nacionalidad y religión, porque primero es tener asegurada nuestra herencia, y como para esto sea necesario poner el gobierno en manos de personas que reuniendo el patriotismo, la inteligencia y moralidad, obtengan la confianza de los pueblos, invitamos a nuestros conciudadanos para que sostengan como lo hacen los que firman, el siguiente
PLAN:

Art. 1°-Se desconoce el actual gobierno de la República y en consecuencia todos sus actos.

2°.-Inter tanto la nación se constituye de una manera libre y legal, las autoridades civiles y eclesiásticas de esta villa, su guarnición y vecindario en general, proclaman para el gobierno de la República las Bases Orgánicas adoptadas en el año de 1836.

3°.-Para la elección de los supremos poderes de la Nación, las mismas autoridades, guarnición y vecindario, se reservan hacer una declaración posterior, de manera que satisfaga los intereses nacionales.

4°.-Mientras no se presente jefe de confianza y de más graduación, se reconoce por jefe de las fuerzas pronunciadas, al teniente coronel del ejército, ciudadano Lorenzo Bulnes. Siguen tres mil seiscientas setenta y ocho firmas, que han puesto los pueblos de este partido y fuerzas pronunciadas de este rumbo hasta ahora. –Es copia del original a que me remito. –Zacapoaxtla, diciembre 12 de 1855. –Francisco Ortega y García. –Lorenzo Bulnes.”
(Tomado de: Luis Islas García – Miramón, caballero del infortunio. Editorial Jus, México, D.F., 1989)