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jueves, 30 de noviembre de 2023

La increíble historia de la China Poblana

 


Catalina de San Juan 

La increíble historia de la china poblana 


Antonio Rubial García

Doctor en Historia de México por la UNAM y doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla (España). Se ha especializado en historia social y cultural de la Nueva España (siglos XVI y XVII), así como en cultura en la Edad Media. Entre sus publicaciones destacan: La Justicia de Dios. La violencia física y simbólica de los santos en la historia del cristianismo. (Ediciones de Educación y Cultura/Trama Editorial, 2011). El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804). (FCE/UNAM, 2010), Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de sor Juana (Taurus, 2005), La santidad controvertida (FCE/UNAM, 1999), La plaza, el palacio y el convento. La Ciudad de México en el siglo XVII (Conaculta, 1998).

[Este estudio fue elaborado en el Seminario de Historia de la Vida Cotidiana del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, dirigido por la Dra. Pilar Gonzalbo Aizpuru]


En 1621, llegaba a Acapulco en la Nao de China una joven esclava vestida de hombre que no hablaba ni una palabra de castellano. Como todos los años por el mes de enero, los barcos de la flota que la traía venían cargados con productos y con esclavos del Asia, los cuales habían salido de Manila cuatro meses antes. Desde hacía medio siglo, este puerto se había convertido en la entrada del comercio español en el "Lejano Oriente" y en el punto estratégico desde donde se esperaba que el cristianismo se expandiría hacia China, Japón, indochina y todo el sureste de Asia. Manila, además, tenía comercio con las ciudades portuguesas de Macao en China y de Goa y Kochi en la India, donde la esclavita había sido comprada.

La joven iba destinada a la casa de una familia de Puebla y, cuando aprendió un poco de castellano, les contó que se llamaba Catalina de San Juan, que era una princesa del Gran Mogor y que había sido raptada por unos piratas en las costas de su tierra natal. Narró como había sido bautizada por los jesuitas en Kochi y vendida como esclava en Manila. Relató también como Dios le había librado de ser violada por los piratas que la capturaron y cómo había transformado su atractiva belleza en fealdad para protegerla. No sabemos qué partes de esa narración fueron verídicas y cuáles inventadas, pero sin duda sus relatos despertaron en los oyentes una gran compasión que la esclava supo usufructuar muy bien.

Cuando su amo murió, su ama entró al convento de las carmelitas descalzas de Puebla y su nuevo dueño, el clérigo Pedro Suárez, desposó a Catalina con un esclavo chino, quien nunca pudo consumar el matrimonio pues, como contaba ella misma, una fuerza celestial se lo impedía. Su marido murió y una vez viuda consiguió que su amo le diera la libertad, lo cual le permitió dedicarse al servicio del templo de la Compañía de Jesús en Puebla. En ese tiempo, Catalina se pasaba muchas horas de oración en las iglesias y se vio influida por los sermones de los jesuitas, en los cuales los predicadores pintaban escenas de las almas torturadas en el infierno por feroces demonios y de los sufrimientos de aquellos que penaban en el fuego del purgatorio y que pedían ser rescatadas por medio de misas y oraciones.

En los retablos cuajados de oro pudo admirar a los santos y santas con sus miradas extasiadas y sus ricos vestidos y escenas donde Cristo y la Virgen se manifestaban cubiertos de luz en medio de nubes luminosas y coros de ángeles. En las procesiones observó las imágenes de Cristo cubierto de llagas sangrantes y cargando con una cruz, que se paseaban por las calles rodeadas de dolorosos lamentos, cirios y olor a incienso. Esa religión de contrastes unida a una poderosa imaginación y a un pasado lleno de sufrimiento forjaron en la joven hindú una serie de visiones exaltadas. Según contaba, tenía tiernos coloquios con Cristo, quien la trataba como esposa, y con la Virgen que le prestaba al niño Dios para que lo cargara. También se le mostraba el Demonio de distintas maneras para hacerla caer en pecado.

A su muerte en 1688, tres de sus confesores, dos de ellos jesuitas, escribieron su vida con los materiales que la "beata" les facilitó. En estas biografías, Catarina (como también ha sido llamada) era presentada como una persona contradictoria. Despreciándose y humillándose a sí misma, se mostraba siempre como la elegida predilecta de Cristo y de la Virgen. Esclava y princesa, virgen y casada, hermosa y fea, analfabeta y sabia, Catalina era un producto de la cultura barroca que exaltaba los opuestos. La sociedad que la acogió, amante de lo exótico y de lo contrastante, debió estar fascinada al escuchar que estos hechos prodigiosos ocurrían en su tierra.

La prodigiosa vida de Catalina de San Juan estuvo marcada por los cambios y movilidades que se produjeron cuando Nueva España se convirtió en el centro de las rutas que comenzaron a rodear el planeta desde Europa, Asia y África. Como Catalina, a este territorio llegaron personas y productos procedentes de todo el mundo: mercaderes y esclavos, piratas y religiosos, obispos, virreyes y mendigos, hombres y mujeres de todos los estados y condiciones se movieron atravesando los mares y arribaron a destinos que hacía cien años nadie hubiera siquiera soñado.


(Tomado de: Ruibal García, Antonio. Catalina de San Juan. La increíble historia de la China Poblana. Relatos e historias en México, año 12, número 135. Ciudad de México, 2019)

jueves, 3 de junio de 2021

Plaza fuerte de Campeche

Por la riqueza que encerraba el puerto de Campeche, debido a la exportación maderera, durante la época virreinal constituyó un objetivo para los piratas, quienes en el curso del s. XVII, lo ocuparon y saquearon 5 veces.

La primera obra fortificada que existió en Campeche fue una torre que al poco tiempo se convirtió en el Castillo de San Benito, lugar que defendió heroicamente el capitán Alcalá en 1597. Nuevos ataques piratas obligaron al gobierno a fortificar debidamente la ciudad, según proyecto del Ing. Martín de la Torre. Para finales del s. XVIII la organización defensiva comprendía: un recinto fortificado constituido por una muralla de trazo hexagonal irregular que rodeaba al caserío (muro de unos 6 m de altura media y de 2 m de espesor), con un desarrollo aproximado de 2,500 m; contenía 8 baluartes (3 en el frente de mar y el resto en los tres frentes de tierra) en cuyo interior había almacenes de pólvora y municiones. La muralla estaba coronada por un adarve que servía de camino de ronda, con un parapeto para el tiro de la fusilería. El recinto tenía una puerta en el frente del mar, que daba acceso al muelle de carga y descarga y 3 puertas en los frentes de tierra, una en cada frente (la más interesante es la llamada Puerta de Tierra, pues tenía un rediente y otras obras defensivas). La construcción de esta muralla se inició en 1686 y se terminó en 1704. Además, a fines del s. XVIII, para ampliar el radio de acción de la plaza, se construyeron en la costa, a unos 1,500 m de la plaza, una batería baja al norte y otra al sur y también, a unos 3 mil de la plaza, dos baterías más al norte y otras tantas al sur (una alta y otra baja).

El primer asedio que sufrieron estas defensas ocurrió en 1824, durante la llamada Guerra sin Lágrimas; el segundo en 1839, cuando la plaza fue tomada por los federalistas tras un asedio de más de 40 días.

En 1842 los separatistas no lograron ocupar la plaza fuerte.

Para permitir el crecimiento de la ciudad, en 1893 se derribó parte de la muralla, pero actualmente quedan en pie todos los baluartes y algunos lienzos, así como la Puerta de Tierra.

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen IV, - Familia - Futbol).

lunes, 18 de enero de 2021

Fortaleza de Veracruz


Por constituir el puerto de conexión más importante con España y el más cercano a la ciudad de México, desde fines del siglo XVI se pensó en dotar a la ciudad de algunas obras defensivas, para protegerla de los piratas.

Para 1633 ya existían algunos baluartes y estacadas situadas al derredor del caserío; estas obras fueron mejorándose al correr de los años, y para principios del siglo XIX  Veracruz era ya una ciudad amurallada considerada como plaza fuerte militar. El recinto fortificado de la plaza consistía en una muralla (de unos 3.2 m de altura media y 0.80 de espesor) que rodeaba la población y tenía un desarrollo de unos 2,540 m para formar un recinto cerrado.

Por la protección de San Juan de Ulúa, el ataque del lado del mar era poco probable, así que el frente hacia el Golfo sólo se apoyaba por sus extremos en sendos baluartes (los de Santiago y de la Concepción) cuyas artillerías batían los canales de acceso al puerto, cruzándose con las del castillo. La muralla poligonal era de siete baluartes en cuyo interior había depósitos de municiones y arriba de los cuales se debían instalar 86 cañones; el tiro de fusil se podía únicamente realizar a través de las aspilleras de la muralla.

Para entrar en la población había seis puertas; tres, en el frente de tierra, daban salida a los caminos de Jalapa, Orizaba y Medellín.

En 1683 Veracruz fue ocupada y saqueada por los piratas Nicolás Grammont y Lorenzo Jácome (a) "Lorencillo", sin que las incipientes fortificaciones lograran impedirlo; una vez construido el recinto fortificado de la plaza, ya no hubo ataques similares en todo el virreinato. En el s. XIX la plaza desempeñó funciones militares de importancia: bajo el amparo de sus fortificaciones, Santa Anna inició en 1832 la revuelta que derrocaría a Bustamante, y resistió el asedio; en 1834, cuando la Guerra de los Pasteles, los franceses asaltaron por sorpresa la plaza y fueron rechazados por las tropas de Santa Anna; en 1847, durante la guerra con los EU, Veracruz fue ocupada por los norteamericanos; en 1858 y 1859, siendo sede del gobierno de Juárez, el puerto fue asediado sin éxito por Miramón.

Para permitir el crecimiento de la ciudad, a fines del s. XIX las fortificaciones fueron demolidas: ahora sólo queda, como recuerdo de aquellas obras, el baluarte de Santiago.

                        (Baluarte de Santiago, Veracruz)

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen IV, - Familia - Futbol)

viernes, 26 de octubre de 2018

Laurent Graff (Lorencillo)


 

 

La horda de piratas que cayó sobre Campeche era formada de franceses e ingleses capitaneada por el filibustero flamenco Laurent Graff y por su teniente Agramont, cuya ferocidad e implacable saña hicieron de ellos el azote de nuestros mares.

Manuel A. Lanz

 

Mientras España, Francia, Inglaterra y Holanda celebraban diversos tratados de paz para poner orden en Europa, en la segunda mitad del siglo XVII los piratas devastaban las costas y atacaban las flotas imperiales que transportaban al viejo continente grandes riquezas extraídas de las colonias en América.

Sus ataques representaban terribles pérdidas para la Corona española. Importantes sumas de dinero invertidas en la armada de Barlovento –creada ex profeso para combatir la piratería- fueron infructuosas. Las tranquilas aguas novohispanas eran continuamente hostilizadas y asoladas.

El lunes 17 de mayo de 1683, aparecieron en el horizonte un par de navíos a dos leguas de Veracruz. Doscientos hombres comandados por Laurent Graff –pirata de origen holandés conocido como Lorencillo- desembarcaron y llegaron a la plaza de armas de la ciudad. A la medianoche, seiscientos hombres más asaltaron y tomaron el puerto.

Los piratas se dividieron en grupos para saquear la ciudad; los habitantes, sin distinción de sexo o edad, fueron llevados a la catedral, donde permanecieron encerrados hasta el 22 de mayo. Sus atacantes colocaron un barril de pólvora en la puerta del templo y amenazaron con hacerlo estallar si los prisioneros no entregaban los supuestos tesoros que tenían.

La mañana del sábado 22 de mayo, Graff sacó de la catedral a los prisioneros para trasladarlos a la Isla de los Sacrificios. A los funcionarios los tomó como rehenes y el resto, a punta de palos, fue obligado a cargar el cuantioso botín, empresa que tomó hasta el 30 de mayo. El 1 de junio Lorencillo levó anclas, desplegó velas y se hizo a la mar, dejando a su paso cuatrocientos muertos, miseria y desolación.

Dos años después, en 1685, el pirata volvió a hacer de las suyas: se apoderó de Campeche, ciudad que sufrió la misma suerte que Veracruz. Ante la apatía de la Corona para tomar medidas eficaces contra el asedio de los bandidos, el gobernador de Yucatán, don Antonio de Iseca –temeroso de que Lorencillo invadiera Mérida- salió con un grupo de soldados hacia Campeche para enfrentarlo. El tristemente célebre pirata resultó ileso y, aunque se embarcó precipitadamente, se llevó consigo un rico botín.

Ningún esfuerzo parecía suficiente para que Lorencillo y sus filibusteros se retiraran de la península. Los vecinos de Campeche, hartos de los graves perjuicios que habían sufrido a causa de los piratas, comenzaron en 1686 la construcción de murallas defensivas para la ciudad. En los siguientes años se levantaron dos kilómetros de muralla y ocho baluartes. La obra fue terminada ya muy entrado el siglo XVIII, cuando la piratería había menguado considerablemente y la historia de Lorencillo era sólo un recuerdo.

 
(Tomado de: Sandra Molina – 101 villanos en la historia de México)