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viernes, 6 de septiembre de 2019

Asaltantes de canoas son atrapados, 1842

1842

Asaltantes de canoas son atrapados


[Basado en: “Ejecución de justicia”, Unipersonal del Arcabuceado, pp. 159-160]


La Ciudad de México tuvo un paisaje acuático desde su origen y lo conservó hasta principios del siglo XX, época en que concluyó, prácticamente, la navegación como forma de transporte.
Resulta difícil imaginar una ciudad acuífera; es curiosa la referencia que hace, en el siglo XVII, Miguel de Cervantes Saavedra, en su obra El Licenciado Vidriera:


[...] desde allí embarcándose en Ancona, fue a Venecia, ciudad que de no haber nacido Colón en el mundo, no tuviera en él semejante: merced al cielo y al gran Hernando Cortés, que conquistó la gran Méjico, para que la gran Venecia tuviese en alguna manera quien se le opusiese. Estas dos famosas ciudades se parecen en las calles, que son todas de agua: la de Europa, admiración del mundo antiguo; la de América, espanto del mundo nuevo.


Por toda la ciudad podían verse las canoas y barcas que transitaban por los canales y las acequias que cruzaban por todas partes, comunicando la ciudad con Xochimilco, Chalco, Iztacalco y Mixquic. Esta forma de transporte era fundamental para el transporte de los alimentos que, por lo general, procedían de esas zonas.
La urbe se encontraba llena de canales y vías fluviales a través de los lagos de Texcoco, Chalco, Xochimilco, Zumpango y Xaltocan.
Guillermo Prieto describe un viaje por uno de los canales más famosos de aquel tiempo:


En un galope estábamos en La Viga; colocamos en el balcón de piedra que forma la garita sobre pel y lo vimos cubierto, tapizado de flores; debajo de las flores desaparecían las aguas. Los conductores de las canoas, todos tan alegres, tan presurosos de llegar a sus destinos; varias familias en simones madrugadores, en coches particulares y a caballo también [...] A las seis de la mañana parte de aquellas innumerables canoas, ya están en destino.
Generalmente se estacionan en la parte del canal que va desde el Puente de San Miguel de la Leña, es decir, espalda de la calle de Quemada, Convento de la Merced y Callejón de Santa Ifigenia. En las aceras que forman estas calles, cuyo centro ocupa el canal, hay balcones coronados de espectadores y de damas, perfectamente vestidas [...]


En estos espacios, el coronel Francisco Vargas acompañado de un piquete de tropa logró capturar a una peligrosa banda de asaltantes.
Los primeros ladrones apresados fueron el español Abraham de los Reyes y su cómplice Cipriano Márquez, acusados de atracar, en octubre de 1842, las canoas que circulan por Chalco.
Cuando estaba por concluir el proceso judicial, el gachupín delató al resto de sus cómplices, designando los más variados delitos cometidos. Se trataba de Cipriano Márquez, Francisco Ramírez, José Antonio González, Vicente Tovar, Francisco Tapia, José Trinidad Contreras, Gorgonio Guzmán y Guadalupe Sánchez. 
Cipriano Márquez, comerciante, guardia auxiliar de Mexicalcingo, era capitán de varias cuadrillas de delincuentes con quienes se reunía para atracar en la mojonera del camino de San Ángel, al pueblo de Coyoacán, lo que no pudo realizarse pues no llegaron todos los ladrones que esperaban. No ocurrió lo mismo en el pueblo de Culhuacán, en donde saquearon la casa de don José Manuel Rodríguez a quien robaron más de nueve mil pesos. Días después, esta misma cuadrilla robó una mula cargada de cobre de antigua moneda en el pueblo de Huichilaque. Así mismo, Confesó haber sido responsable de la balacera suscitada durante más de dos horas a las canoas de Chalco, el 8 de diciembre pasado.
Cómplice de los anteriores, era un reo que se había fugado de la cárcel, de nombre Francisco Ramírez, de oficio carpintero, que al ser atrapado se le descubrió como la persona que había robado a dos pasajeros en la mojonera del camino a San Ángel.
El cuarto ladrón atrapado fue Antonio González, sin oficio, acusado de los asaltos efectuados el 12 y 13 de diciembre en los montes de Canales, Cruz del Marquéz y de Fierro del Toro. También tenía causa pendiente por hurto en los juzgados de Toluca y Tenancingo.
Vicente Tovar, de oficio carpintero, fue denunciado debido a los asaltos a que por espacio de cinco días dieron a innumerables pasajeros en Cerro Gordo y demás parajes del camino a Cuernavaca, batiéndose con la tropa comandada por el general Jerónimo Cardona. En junio, asaltó una tienda del barrio de los Reyes, en Coyoacán; entre el 9 y el 11 de septiembre atracaron a una multitud de pasajeros de San Agustín de las Cuevas, robándose en el peaje de Cerro Gordo las armas y dinero colectado; el 19 del mismo mes asaltó a tres pasajeros en la mojonera de san Ángel; el 26 concurrió al atraco de José Rodríguez, en Culhuacán; el 8 de octubre asaltó en la zona de “más arriba”, a todas las canoas de Chalco; más tarde hizo lo mismo en el Carrizal de Ixtacalco, cuando secuestró cinco canoas trajineras desarmando a la tropa que las escoltaba; el 31 de octubre participó en el robo de más de cincuenta personas en “El Cuernito”, arriba de Tacubaya, entre cuyos pasajeros se encontró el cura del pueblo de Santa Fe y a quienes quitaron con violencia el dinero, ropa y caballos que tenían. Así mismo, confesó una media docena de asaltos más, además de ser desertor del ejército.
A Francisco Tapia de oficio carnicero y de veintiséis años, se le responsabilizó del atraco a la diligencia en las inmediaciones de Huichilaque, de los asaltos del Cuernito y Fierro del Toro e igualmente, de ser desertor de la brigada ligera de artillería.
José Trinidad Contreras, de ejercicio herrero y de veintidós años, fue denunciado como concurrente al repetido asalto de Fierro del Toro y preso por complicado en el atraco que el 6 de abril dieron ocho individuos a Bernardo Herrera en su casa, sita en la 2a. Calle de Vanegas y desertor del octavo regimiento de caballería.
Gorgonio Guzmán, de ejercicio zapatero y de veinticinco años, fue cómplice en los asaltos de la mojonera de San Ángel, del de Culhuacán y del efectuado en Fierro del Toro.
Guadalupe Sánchez, de veintiséis años, era el guía de los pillos y concurrente a los asaltos del camino a Cuernavaca, a los de la Cruz del Marquéz y Monte de Canales, con el agregado de desertar dos veces del regimiento ligero de caballerías, una de ellas con circunstancia agravante.
Al realizarse las aprehensiones, se practicaron las diligencias y se comprobaron los delitos. Los criminales confesaron con el mayor cinismo su culpabilidad, en cuya virtud, el consejo de guerra ordinario los condenó a la pena del último suplicio.


(Tomado de: Sánchez González, Agustín - Terribilísimas historias de crímenes y horrores en la ciudad de México en el siglo XIX. Ediciones B, S.A. de C.V., México, D.F., 2006)

martes, 30 de julio de 2019

Trotsky, herido de muerte, 1940


Trotsky, herido de muerte


  • Atentado a la sombra de la confianza


  • Fue un falso admirador y amigo suyo el que lo atacó, propinándole terribles golpes: uno de ellos gravísimo. Quién es el agresor


  • La guardia del líder ruso acudió en su auxilio, y uno de los que la forman derribó al atacante, pegándole con su pistola


Por JOSE PEREZ MORENO,
Reportero de Policía


(21 de agosto de 1940)


Ayer a las seis de la tarde fue herido gravemente por un periodista belga el ex comisario de la Guerra en Rusia, León Trotsky, en su casa en Coyoacán. El heridor, que también está lesionado, se llama Frank Jackson o Jacques Morton y ha confesado plenamente su delito, expresándose así al ser curado en la Cruz Verde: "¡Deben matarme o dejar que yo lo haga!... Mi vida no vale nada…!"
Por más que la comisión misma del delito se encuentra clara, en cambio no se ha podido todavía adelantar gran cosa en la investigación de la trama secreta. El heridor, que tiene a lo sumo unos 28 años de edad, llevaba escrita en tres hojas una declaración en forma de carta, en la que expresa sus motivos personales para atentar contra la vida del exiliado ruso.
Esto demuestra su premeditación absoluta, así como también el hecho de que iba provisto de un "piolet" de alpinista de mango corto, de un pequeño puñal y de una pistola calibre 45 "Star".
Según lo declarado por los mismos ayudantes de Trotsky, intentó suicidarse con el puñal, pero uno de ellos, Jack Cooper, se lo impidió a las voces que la esposa de Trotsky, Natalia Sedov, daba: "¡No lo maten, hay que entregarlo vivo!" y así fue como tan sólo recibió algunos golpes clasificados como aquellos que sanan en dos semanas a lo sumo, y sin necesidad de hospitalización.
Trotsky recibió tres heridas, causadas por el pico del "piolet", una en la cabeza,que es la grave, con fractura expuesta de los huesos del cráneo y pequeña hernia de la masa encefálica; otro en la clavícula derecha y una más en una pierna. Los doctores Rubén Leñero, Gustavo Baz, Jacinto Segovia y Joaquín Mass, solicitados por el mismo herido, procedieron a hacerle la trepanación, mostrándose los facultativos muy optimistas.


"ESTABA DECEPCIONADO DE TROTSKY, POR ESO LO HICE…"


El general José Manuel Núñez, jefe de la Policía, personalmente tomó conocimiento, minutos después del suceso, de lo acontecido, y más tarde el procurador de Justicia del Distrito, licenciado Luis G. García; con el licenciado Amezcua, delegado del Ministerio Público, en la Jefatura de Policía y el señor Francisco Russi, jefe de la Policía Judicial, estuvieron en las salas de la Cruz Verde a hacer levantar el acta correspondiente. Por su parte, el jefe del Servicio Secreto, coronel Leandro Sánchez Salazar, y el comandante de agentes Jesús Galindo, iniciaron con un centenar de agentes las investigaciones.
A las 22 horas el general Núñez permitió que los periodistas pasaran al patio del Puesto Central de Socorros, habiéndoles mostrado el "piolet" con que fue atacado Trotsky, y expresó que el heridor del líder ruso se llama Frank Jackson, y que éste le había dicho que desde hace cuatro meses se encuentra en el país y que siempre había tenido gran admiración por Trotsky, al que procuró por todos los medios posibles conocer, logrando ser recibido por él en distintas ocasiones; y que de sus conversaciones con el ex comisario de la Guerra de la URSS se había decepcionado completamente de él y resolvió matarlo para lo cual se proveyó de las armas ya descritas.
En esos momentos era operado Trotsky, que fue sometido a enérgica anestesia. También fue curado Jacques o Jackson, quien desde luego pudo rendir su declaración, como hemos dicho.


(Tomado de: Hemeroteca El Universal, tomo 3, 1936-1945. Editorial Cumbre, S.A. México, 1987)

lunes, 15 de abril de 2019

Frida Kahlo


Para contemplar su rostro desde el lecho de inválida y pintar sus autorretratos, Frida había mandado instalar un espejo en el techo de su dormitorio. Armada de pinceles copiaba sus expresivos ojos, el arco negrísimo de sus cejas, sus labios llenos, la extrema belleza de sus facciones.

La cama de madera torneada; el armario repleto de vestidos de tehuana; los floreros con alcatraces siempre frescos; la caja de cristal donde están guardados el ropón y los zapatos de estambres que usó en su bautismo un niño llamado Diego; la figura nerviosa y oscura del señor Xólotl, el perro azteca; los judas de cartón… todos esos objetos forman, dentro de la casona de Coyoacán, el mundo íntimo de Frida Kahlo, testigos de la lucha de años que entabló esta mujer contra el sufrimiento, empleando las armas que mejor manejaba: el amor y el arte.


 
En esa casa nació Frida en 1910 y allí vivió hasta el día de su muerte. En el patio cerrado, la pequeña jugaba, a veces desnuda, entre las macetas floridas, o se perdía en la pequeña selva del jardín, o corría por las habitaciones de altos techos y paredes adornadas con los retratos ovalados de sus abuelos o de la boda de sus padres, el fotógrafo húngaro Guillermo Kahlo y la dulce dama mexicana Matilde Calderón. A los 6 años enfermó de parálisis y aunque se repuso, la vida ya se había propuesto condenarla a la inmovilidad.


 
El accidente

Por 1926 Frida cursaba la preparatoria. No sólo desafiaba los convencionalismos en una época en que se creía que la mujer no debía pisar las universidades, sino que era el único miembro femenino de una pandilla de estudiantes rebeldes llamados Los Cachuchas.

Un día de septiembre abordó, en compañía de un amigo, uno de los frágiles autobuses que circulaban por la ciudad de México. Frente al mercado de San Juan, un tranvía aplastó al autobús contra una esquina. “Fue un choque extraño” escribiría más tarde Frida. “No fue violento, sino sordo, lento, y maltrató a todos. Y a mí mucho más”.

No sentía sus heridas ni lloraba, a pesar de que tenía fracturada la columna vertebral, la pelvis y el brazo izquierdo; la pierna derecha estaba rota en 11 pedazos y una varilla de acero le atravesaba el cuerpo de lado a lado.

Un hombre rescató a Frida de entre los fierros retorcidos, la llevó a un billar y la colocó sobre una mesa mientras llegaba la ambulancia. En el hospital la muchacha sintió por primera vez un dolor intenso. En aquella época no se hacían radiografías y los médicos no sospecharon la magnitud de sus lesiones. Más tarde llegó la familia; la madre enmudeció por un mes, la hermana se desmayó y el padre enfermó de tristeza. En una cama, Frida balbuceaba: “No tengo miedo a la muerte, pero quiero vivir”.

El accidente la condenó a una vida de invalidez intermitente; pero también le dio oportunidad de establecer contacto con el mundo maravilloso de la pintura. En su cama de hospital, aprisionada dentro de una coraza de yeso, Frida tomó los pinceles que le había obsequiado su padre y comenzó a pintar.

El encuentro

Años atrás se había fascinado al ver cómo Diego Rivera llenaba de color los muros del anfiteatro Bolívar, en la Preparatoria. El artista acababa de regresar de Europa con la fama de haber figurado entre los mejores pintores cubistas. Lleno de vitalidad hacía entonces las primeras incursiones en lo que comenzaba a llamarse el muralismo mexicano.

El día en que Diego y Frida se vieron por primera vez, él pintaba trepado en un andamio mientras Lupe Marín, su temperamental mujer, tejía a sus pies. Frida irrumpió en el sitio empujada por unos estudiantes. Parecía no tener más de 12 años de edad. Pidió permiso al artista para verlo trabajar y la celosa Lupe le lanzó un insulto que Frida recibió sin inmutarse. Lupe tuvo que sonreír al reconocer el valor y la presencia de ánimo de la joven.

En 1928 se produjo un segundo encuentro. Frida había mejorado de su invalidez y estaba dedicada por completo a pintar. Un día vio a Diego encaramado en sus andamios, pintado un mural en la Secretaría de Educación Pública. Ella le pidió que viera 3 retratos de mujer que acababa de pintar. Diego se entusiasmó con las pinturas y Frida lo invitó a su casa para mostrarle otras.

Al siguiente domingo Diego tocó la puerta de la casa número 126 de la calle Londres, en Coyoacán. Frida lo esperaba en el jardín, al pie de un árbol y silbando La Internacional, vestida de overol para recalcar su condición de comunista. Poco después hacía desfilar sus pinturas ante el visitante. Días más tarde se repitió la visita; al despedirse, el pintor beso a Frida. Ella tenía 18 años; Diego el doble.

La primera boda

Al poco tiempo contraían matrimonio por lo civil ante el alcalde de Coyoacán, un comerciante en pulque. Un peluquero y un médico homeópata fueron los testigos. En la fiesta hizo irrupción Lupe Marín para llenar de insultos a la novia.


                                                                    (Frida Kahlo: La Venadita)

Diego fue para Frida todo el amor y todo el sufrimiento. Después del accidente, los médicos le habían advertido que no intentara concebir un hijo. Ella los desobedeció. Su intento de ser madre reavivó las heridas y terminó en un fracaso doloroso. En 3 ocasiones más perdió a los vástagos que anhelaba. Expresaba su dolor en bellas imágenes, con la del cuadro en que se representaba a sí misma con su rostro injertado en un cuerpo de venado horriblemente lacerado por flechas.


(Frida Kahlo: Las dos Fridas)

Su pintura tenía obsesivas reminiscencias de salas de operaciones, camas de sanatorio, planchas de granito. Un sol agónico ilumina el cuadro en que dos Fridas, con los corazones descubiertos y unidas entre sí, dejan escapar la vida por unas venas que detienen levemente unas pinzas quirúrgicas. En otro autorretrato aparece mostrando en el tronco una columna rota, una lluvia de lágrimas en los ojos, y el cuerpo vendado y herido por mil clavos.

(Frida Kahlo: La Columna rota)
 

Cuando André Breton, el padre del surrealismo, visitó México, quedó sorprendido por aquella pintura que reflejaba el universo íntimo de un ser poseído por el dolor. En Nueva York y en París recibieron a la pintora con entusiasmo. Kandinsky la levantó en brazos y la besó en las mejillas; Picasso, avaro para los elogios, expresó públicamente su admiración ante los autorretratos de la mexicana. Frida se hizo célebre en París, y Schiaparelli presentó en una de sus colecciones el vestido Madame Rivera, versión de alta costura del traje mexicano que lucía la pintora.

El divorcio

Frida regresó a México enferma. Sufría además por las continuas infidelidades de Diego. “Supongo que todo el mundo espera de mí revelaciones indecentes”, dijo ella en una ocasión. “Tal vez esperen oír también mis lamentaciones por lo que me ha hecho sufrir Diego. Pero yo no creo que la tierra sufra a causa de la lluvia”.

Frida había descubierto que su mejor amiga era amante de su esposo y se dejó consumir por la amargura. Diego pensó que procuraría cierto alivio a su compañera divorciándose. Ella se opuso, diciendo que prefería el engaño a la separación. Hubo escenas en las cuales él confesó que deseaba el divorcio. Finalmente se separaron después de 13 años de matrimonio.

Producto de esa tormenta fue un autorretrato en el que Frida aparece vestida de tehuana, con el rostro de Diego en la frente. Finalmente se puso tan enferma que Rivera la llevó a un hospital de San Francisco, California.

La segunda boda

Cuando Frida se recuperó, Diego le propuso una reconciliación. Ella aceptó y el día en que el pintor cumplía 54 años, el 8 de diciembre de 1940, volvieron a casarse. Ella lo reincorporó a su vida consciente de cuáles eran sus defectos y con la certidumbre de seguir siendo engañada. Años más tarde Diego le pidió de nuevo el divorcio para casarse con María Félix. La propia María dijo a Frida que no se preocupara: ella no tenía ningún deseo de casarse con Diego.

La salud de Frida seguía empeorando. En 16 años los médicos le habían practicado 14 operaciones. Cuando le amputaron una pierna se sintió tan deprimida que ya no podía reír cuando Diego le contaba sus chistes habituales. Recluida en su cuarto, con el corsé de yeso que había decorado con florecitas y otras figuras de colores, contemplaba su piernas postiza y en un momento de cruel ironía decidió cubrirla con un botín rojo al que había cosido unos cascabeles.


(Frida Kahlo: Árbol de la esperanza, mantente firme)

Siguió entregando a la pintura sus últimas energías. Creó así ese paisaje agrietado en el que flotan dos desolados planetas y ella aparece desnuda sobre una camilla de hospital, con una herida en la espalda, un corsé ortopédico en el cuerpo y una banderita de papel en la mano: “Árbol de la esperanza, mantente firme”, dice el letrero de la bandera.

Frida lloraba y suplicaba que llegara la muerte. La víspera del 13 de julio de 1954 su enfermedad hizo crisis. Al anochecer dio a Diego un anillo, como regalo anticipado de sus 25 años de casados. Murió al amanecer.

Diego despidió en el cementerio al amor de su vida. Durante mucho tiempo buscó el recuerdo de Frida en la casa de Coyoacán. Luego quiso disfrutar de los últimos años que le quedaban, y volvió a su vida de siempre.


(Tomado de: Valdéz, Alejandro - Frida Kahlo: Te amo, Diego. Contenido ¡Extra! Mujeres que dejaron huella, segundo tomo. Editorial Contenido, S.A. de C.V. Mexico, D.F., 1998)