Mostrando las entradas con la etiqueta historia antigua de mexico. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta historia antigua de mexico. Mostrar todas las entradas

lunes, 7 de octubre de 2024

La lengua mexicana



Las lenguas de América, dice Paw, son tan estrechas y escasas de palabras, que no es posible explicar en ellas ningún concepto metafísico. “No hay ninguna de estas lenguas en que se pueda contar arriba de tres. No es posible traducir un libro, no digo en las lenguas de los algonquines y de los guaranís o paraguayos, pero ni aun en las de México o del Perú, por no tener un número suficiente de términos propios para enunciar las nociones generales."
Cualquiera que lea estas decisiones magistrales de Paw, se persuadirá sin duda que decide así después de haber viajado por toda la América, de haber tratado con todas aquellas naciones y haber examinado todas sus lenguas. Pero no es así. Paw sin salir de su gabinete de Berlín, sabe las cosas de América mejor que los mismos americanos, y en el conocimiento de aquellas lenguas excede a los que las hablan.


Yo aprendí la lengua mexicana y la oí hablar a los mexicanos muchos años, y sin embargo, no sabía que fuera tan escasa de voces numerales y de términos significativos de ideas universales, hasta que vino Paw a ilustrarme. Yo sabía que los mexicanos pusieron el nombre centzontli (400), o más bien el de centzontlatale (el que tiene 400 voces) a aquél pájaro tan celebrado por su singular dulzura y por la incomparable variedad de su canto. Yo sabía también que los mexicanos contaban antiguamente por xiquipili, así las almendras de cacao en su comercio como sus tropas en la guerra; que xiquipili valía ocho mil, y así para decir que un ejército se componía, por ejemplo, de cuarenta mil hombres, decían que tenía cinco xiquipili.


Yo sabía, finalmente, que los mexicanos tenían voces numerales para significar cuantos millares y millones querían; pero Paw sabe todo lo contrario y no hay duda que lo sabrá mejor que yo, porque tuve la desgracia de nacer bajo un clima menos favorable a las operaciones intelectuales. Sin embargo, quiero, por complacer la curiosidad de mis lectores, poner abajo la serie de los nombres numerales de que se ha valido siempre los mexicanos, en la cual se ve que los que, según dice Paw, no tenían voces para contar más que tres, a pesar suyo las tienen para contar por lo menos cuarenta y ocho millones. Del mismo modo podemos convencer el error de [Charles-Marie de] La Condamine y Paw en otras muchas lenguas de América, aun de aquellas que se han reputado las más rudas, pues se hallan actualmente en Italia personas experimentadas de aquel Nuevo Mundo y capaces de dar plena noticia de más de sesenta lenguas americanas; pero no queremos cansar la paciencia de los lectores. Entre los materiales recogidos para esta mi obra, tengo los nombres numerales de la lengua araucana, que a pesar de de ser la lengua de una nación más guerrera que civil, tiene voces para explicar aun millones.


No es menor el error de Paw en afirmar que son tan escasas las lenguas americanas, que no son capaces de explicar un concepto metafísico, lección que aprendió de La Condamine. “Tiempo, dice este filósofo hablando de las lenguas de los americanos, duración, espacio, ser, sustancia, materia, cuerpo. Todas estas palabras y otras muchas no tienen voces equivalentes en sus lenguas, y no sólo los nombres de los seres metafísicos, pero ni aun de los seres morales, pueden explicarse por ellos sino impropiamente y por largos circunloquios”. Pero La Condamine sabía tanto de las lenguas americanas como Paw, y tomó sin duda este informe de algún hombre ignorante, como sucede frecuentemente a los viajeros. Estamos seguros de que muchas lenguas americanas no tienen la escasez de voces que piensa La Condamine; pero omitiendo por ahora lo que mira a las otras, discurramos sobre la mexicana, principal asunto de nuestra contienda.


Es verdad que los mexicanos no tenían voces para explicar los conceptos de la materia, sustancia, accidente y semejantes; pero es igualmente cierto que ninguna lengua, de Asia o de Europa, tenía tales voces antes que los griegos comenzasen a adelgazar, abstraer sus ideas y crear nuevos términos para explicarlas. El gran Cicerón, que sabía tan bien la lengua latina y floreció en los tiempos en que estaba en su mayor perfección, a pesar de estimarla más abundante que la griega, lucha muchas veces en sus obras filosóficas para encontrar voces correspondientes a las ideas metafísicas de los griegos. ¿Cuántas veces se vio precisado a crear nuevas voces equivalentes en algún modo a las griegas, porque no las encontraba entre las voces usadas por los romanos? Pero aun hoy día, después de que aquella lengua fue enriquecida por muchas palabras inventadas por Cicerón y otros doctos romanos, que a ejemplo suyo se dedicaron al estudio de la filosofía, le faltan términos para explicar muchos conceptos metafísicos, si no se recurre al bárbaro lenguaje de las escuelas.


Ninguna de aquellas lenguas que hablan los filósofos de Europa, tenía palabras significativas de la materia, la sustancia, el accidente y otros semejantes conceptos, y por lo tanto fue necesario que los que filosofaban adoptasen las voces latinas o las griegas. Los mexicanos antiguos, porque no se ocupaban en el estudio de la metafísica, son excusables por no haber inventado voces para explicar aquellas ideas; pero no por esto es tan escasa su lengua en términos significativos de cosas metafísicas y morales, como afirma La Condamine que son las de la América meridional; antes aseguro que no es tan fácil encontrar una lengua más apta que la mexicana para tratar las materias de la metafísica, pues es difícil de encontrar otra que abunde tanto en nombres abstractos, pues pocos son en ella los verbos de los cuales no se formen verbales correspondientes a los en io de los latinos, y pocos son también los nombres sustantivos o adjetivos de los cuales no se formen nombres abstractos que significan el ser o, como dicen en las escuelas, la quiditad de las cosas, cuyos equivalentes no puedo encontrar en hebreo, ni en griego, ni en latín, ni en francés, ni en italiano, ni en inglés, ni en español, ni en portugués, de las cuales lenguas me parece tener el conocimiento que se requiere para hacer el cotejo. Pues para dar alguna muestra de esta lengua y por complacer a la curiosidad de los lectores, pondré aquí a su vista algunas voces que significan conceptos metafísicos y morales, y que las entienden aun los indios más rudos.


La excesiva abundancia de semejantes voces ha sido causa de haberse expuesto sin gran dificultad en la lengua mexicana los más altos misterios de la religión cristiana y haberse traducido en ella algunos libros de la Sagrada Escritura, y entre otros los de los Proverbios de Salomón y los Evangelios, los cuales, así como la Imitación de Cristo, de Tomás Kempis, y otros semejantes trasladados también al mexicano, no pueden ciertamente traducirse a aquellas lenguas que son escasas de términos significativos de cosas morales y metafísicas. Son tantos los libros publicados en mexicano sobre la religión y la moral cristiana, que de ellos solos se podría formar una buena biblioteca. Después de esta disertación pondremos un breve catálogo de los principales autores de que nos acordamos, así para confirmar cuanto decimos como para manifestar nuestra gratitud a sus fatigas. Unos han publicado un gran número de obras que hemos visto. Otros, para facilitar a los españoles la inteligencia de la lengua mexicana, han compuesto gramáticas y diccionarios.


Lo que decimos del mexicano podemos en gran parte afirmarlo de otras lenguas que se hablaban en los dominios de los mexicanos, como la otomí, matlatzinca, mixteca, zapoteca, totonaca y popoluca, pues igualmente se han compuesto gramáticas y diccionarios de todas estas lenguas y en todas se han publicado tratados de religión, como haremos ver en el catálogo prometido.


Los europeos que han aprendido el mexicano, entre los cuales hay italianos, franceses, flamencos, alemanes y españoles, han celebrado con grandes elogios aquella lengua, ponderándola al grado de que algunos la han estimado superior a la latín y la griega,como hemos dicho en otra parte. Boturini afirma que “en la urbanidad, elegancia y sublimidad de las expresiones, no hay ninguna lengua que pueda compararse con la mexicana”. Este autor no era español sino milanés; no era hombre vulgar sino erudito y crítico; sabía muy bien, por lo menos, el latín, el italiano, el francés y el español, y del mexicano supo cuanto bastaba para hacer un juicio comparativo. Reconozca, pues, Paw su error y aprenda a no decidir en las materias que ignora.


Entre las pruebas en que quiere apoyar [Georges Louis Leclerc, conde de] Buffon su sistema de la reciente organización de la materia en el Nuevo Mundo, dice que los órganos de los americanos eran toscos y su lengua bárbara. “Véase -añade- la lista de sus animales, y sus nombres son tan difíciles de pronunciar que es de admirar haya habido europeos que se hayan tomado el trabajo de escribirlos.” No me admira tanto de su fatiga en escribirlos como de su descuido en copiarlos. Entre tantos autores europeos que han escrito en Europa, la historia civil o natural de México, no he encontrado ni uno que no haya alterado y desfigurado los nombres de las personas, animales y ciudades mexicanas, y algunos lo han hecho en tal grado, que no es posible adivinar lo que quisieron escribir. La historia de los animales de México pasó de las manos de su autor el Dr. Hernández, a las de Nardo Antonio Recchi, el cual nada sabía de mexicano; de las manos de Recchi pasó a las de los académicos Linces de Roma, los cuales la publicaron con notas y disertaciones y de esta edición se sirvió Buffon. Entre tantas manos de europeos ignorantes de la lengua mexicana, tenían que alterarse los nombres de los animales. Para convencerse de la alteración que sufrieron en las manos de Buffon, basta confrontar los nombres mexicanos que se leen en su Historia Natural, con los de la edición romana del Dr. Hernández.


Por lo demás, es cierto que la dificultad en pronunciar una lengua a la que no estamos acostumbrados, y principalmente si la articulación de ella es muy diversa de la de nuestra propia lengua, nos convence que sea bárbara. La misma dificultad que experimenta Buffon para pronunciar los nombres mexicanos, experimentarían los mexicanos para pronunciar los nombres franceses. Los que están acostumbrados a la lengua española, tienen gran dificultad para pronunciar la alemana y la polaca, y les parecen las más ásperas y duras de todas. La lengua mexicana no ha sido la de mis padres ni la aprendí de niño y, sin embargo, todos los nombres mexicanos de animales que cita Buffon como prueba de la barbarie de aquella lengua, me parecen más fáciles de pronunciar que muchos otros tomados de algunas lenguas europeas, de las cuales usa en su Historia Natural. Tal vez parecerá lo mismo a los europeos que no están acostumbrados ni a una ni a otras lenguas; y no faltará quien se admire de que Buffon se haya tomado el trabajo de escribir aquellos nombres, capaces de causar miedo a los más valientes escritores. Finalmente, en lo que respecta a las lenguas americanas, debe estarse al juicio de los europeos que las supieron, más bien que a la opinión de los que nada saben.


(Tomado de: Clavijero, Francisco Javier - Historia Antigua de México. Prólogo de Mariano Cuevas. Editorial Porrúa, S. A, Colección “Sepan Cuántos…” #29, México, D. F., 1982)

viernes, 28 de junio de 2019

Moneda prehispánica

El comercio no se hacía solamente por vía de permuta, como lo han publicado varios historiadores, sino también por rigurosa compra y venta. Tenían cinco especies de moneda que servían de precio a sus mercaderías. La primera era una especie de cacao, distinto del que ordinariamente empleaban en sus bebidas, el cual circulaba incesantemente de mano en mano, como entre nosotros el dinero. Contaban el cacao por xiquipiles (cada xiquipilli era 8,000 almendras); para ahorrarse la molestia de contar cuando la mercadería era de mucho valor, contaban por cargas, regulando cada carga, que por lo común del peso de dos arrobas, por tres xiquipiles o 24,000 almendras.

La segunda especie de moneda eran ciertas pequeñas mantas de algodón que llamaban patolcuachtli, casi únicamente destinadas a adquirir las mercaderías que habían menester. La tercera especie era el oro en grano o polvo, encerrado en cañones de ánsares que por transparencia dejaban ver el precioso metal que contenían y subían o bajaban su valor según su grandeza y amplitud. La cuarta, que más se acercaba a la moneda acuñada, era de ciertas piezas de cobre en forma de T, que se empleaba en cosas de poco valor. La quinta, finalmente, de que hace mención Cortés en su última carta a Carlos V, era de ciertas piezas útiles de estaño. Esta moneda creo que era sellada por la razón que daré en mis Disertaciones.

Vendíase y permutábase las mercaderías por número y medida; pero no sabemos que se sirviesen del peso, o fuese porque lo creyeron expuesto a fraudes, como dijeron algunos autores, o porque no les pareció necesario, como escribieron otros, o  por ventura lo usaron y los españoles no alcanzaron a saberlo.

(Tomado de: Clavijero, Francisco Javier - Historia Antigua de México. Prólogo de Mariano Cuevas. Editorial Porrúa, S. A,, Colección “Sepan Cuántos…” #29, México, D. F., 1982)

sábado, 1 de diciembre de 2018

El temazcal

El temascal o hipocausto mexicano
 
 
 
Poco menos frecuente era entre los mexicanos y demás naciones de Anáhuac el baño de temazcalli, el cual siendo digno por todas sus circunstancias de particular mención en la historia de México, no la ha merecido a ninguno de los historiadores, entretenidos por lo común en descripciones de menor importancia; de suerte que si no se hubiera conservado hasta hoy entre los americanos aquel baño, se hubiera perdido enteramente su memoria. El temazcalli o hipocausto mexicano se fabrica por lo común de adobes. La hechura es semejantísima a la de los hornos de pan, con la diferencia de no estar construido sobre terraplén, sino al haz de la tierra; su mayor diámetro es de unas tres varas castellanas, su mayor altura un poco más de dos. Su entrada, que es también semejante a la boca de un horno, tiene la amplitud suficiente para que un hombre pueda entrar cómodamente en cuatro pies. En la puerta opuesta a la entrada tiene una hornilla con su boca hacia afuera por donde se le mete el fuego, y un agujero arriba por donde respira el humo. La parte por donde la hornilla se une a la bóveda del hipocausto, que es un espacio como de una vara en cuadro, está cerrada a piedra seca con tetzontli o con otra piedra porosa. El pavimento del baño es un poco convexo y como un palmo más bajo que el suelo exterior, la cual depresión comienza antes de la boca o entrada del baño. Junto a la clave de la bóveda tiene un respiradero como el de la hornilla. Esta es la estructura común del temazcalli, que representamos en la lámina del mismo; pero en algunas partes se reduce a un pequeño edificio o choza cuadrilonga, y sin bóveda ni hornilla pero más abrigada.

Cuando llega la ocasión de bañarse se mete en el baño una estera, una vasija de agua y un buen manojo de hierbas o de hojas de maíz; se enciende fuego en la hornilla y se mantiene ardiendo hasta dejar perfectamente inflamadas las piedras porosas que dividen el baño de la hornilla. El que ha de bañarse entra por lo común desnudo y las más veces o por enfermedad o por mayor comodidad lo acompaña alguno de sus allegados. En entrando cierra bien la puerta dejando un rato abierto el respiradero de la bóveda para evacuar el humo de la leña, que de la hornilla se insinúa en el baño por las junturas de las piedras. Después de cerrado este conducto apaga con agua las piedras inflamadas de las cuales se levanta inmediatamente un denso vapor que ocupa la región superior del baño. Entre tanto que el enfermo se mantiene tendido en la estera, su doméstico (si ya no lo hace él mismo por su mano) comienza a llamar el vapor hacia abajo con el manojo de hierbas un poco humedecidas, y a azotar suavemente al enfermo y en especial en la parte doliente. El enfermo prorrumpe inmediatamente en un dulce y copioso sudor, el cual se promueve o modera a proporción de la necesidad. Conseguida la evacuación deseada se da libertad al vapor, se abre la puerta del baño y se viste al enfermo o es transportado en su misma estera y bien cubierto a su cámara; pues regularmente se continúa el baño con la habitación, y tiene su entrada a algunas piezas interiores de la casa para mayor resguardo de los que se bañan.

Ha sido en todo tiempo muy usado este baño para varias especies de enfermedades, especialmente para fiebres ocasionadas de constipación de los poros. Lo usan comúnmente las mujeres después del parto y aun los que son mordidos o picados de animal ponzoñoso con buen efecto, y no hay duda de que es un remedio excelente para los que necesitan evacuar humores crasos y tenaces. Cuando se pretende del enfermo un sudor más copioso del que produce regularmente el baño, lo elevan del pavimento y lo acercan más al vapor, porque es mayor el sudor a proporción de la mayor elevación. Es hasta hoy tan común el temazcalli, que no hay población por pequeña que sea, que no tenga muchos.
 
 
(Tomado de: Francisco Javier Clavijero - Historia antigua de México)




jueves, 8 de noviembre de 2018

Chinampas



Sementeras y jardines nadantes en el lago mexicano.

El modo que tuvieron de hacerlas y que hasta hoy conservan, es muy sencillo. Forman un gran tejido de mimbres o de raíces de enea que llaman tolin y de otras hierbas palustres, o de otra materia leve, pero capaz de tener unida la tierra de la sementera. Sobre este fundamento echan algunos céspedes ligeros de los que sobrenadan en la laguna, y sobre todo cieno que sacan del fondo de la misma laguna. Su figura regular es cuadrilonga; su longitud y latitud es varia, por lo común tendrán, a lo que me parece, de 25 a 30 varas de largo, de 6 a 8 de ancho y como un pie de elevación sobre la superficie del agua. Estas fueron las primeras sementeras que tuvieron los mexicanos después de la fundación de México; las cuales se multiplicaron después excesivamente y servían, no solamente para el cultivo del maíz, del chile o pimiento y de otras semillas y frutos necesarios para su sustento, sino también para el de las flores y plantas odoríferas que se empleaban en el culto de los dioses y en las delicias de los señores.

Al presente siembran en ellas hortalizas y flores. Todas estas plantas se logran bien, porque el cieno de la laguna es fertilísimo y no necesita del agua del cielo para sus producciones. Algunas de estas sementeras tienen uno u otro arbolillo, y aun una chozuela en donde se resguarde el cultivador de los ardores del sol y de la lluvia. Cuando el dueño de una sementera, o como vulgarmente la llaman, chinampa, quiere pasarse a otro sitio por librarse de algún mal vecino o por estar más cerca de su familia, se embarca en su canoa y se lleva a remolque su sementera o huertas a donde quiere. La parte del lago en que están estas huertas nadantes es uno de los paseos más deliciosos que tienen los mexicanos, en donde perciben los sentidos el más dulce placer del mundo.


(Tomado de: Francisco Javier Clavijero - Historia antigua de México)





miércoles, 29 de agosto de 2018

Escorpiones y arañas


Escorpiones y arañas



[…]Los alacranes o verdaderos escorpiones son comunes en todo aquel vasto reino; pero en las tierras frías o templadas son por lo común pocos y no considerable su picada. En las tierras cálidas y en aquellas en que el aire es muy seco, aunque el calor sea moderado, abundan más y es tal su ponzoña que en algunas partes basta a quitar la vida a los niños y ocasionar ansias terribles en los adultos. Se ha observado que la ponzoña de los escorpiones pequeños y rubios es más activa que la de los grandes y negros, y que es menos funesta su picada en aquellas horas del día en que calienta más el sol.



Entre las especies de arañas, que son muchas, hay dos que por su particularidad no pueden omitirse: la tarántula y la casampulga. Dan allí impropiamente el nombre de tarántula a una araña muy grande, cuyo cuerpo y piernas están cubiertas de un pelillo negro que tira a ceniciento, semejante al de los pollos recién nacidos. Es propia de tierras cálidas y se halla no solamente en los campos sino aun en las casas. Está tenida por venenosa, y se cree que el caballo que la pisa pierde luego el casco; pero no he tenido noticia de algún caso particular que confirme esta común creencia, aun habiendo vivido cinco años en una tierra calidísima en que eran muy frecuentes. La casampulga es pequeña, de pies cortos y su vientre es de un rojo encendido, de la magnitud de un garbanzo. Es muy venenosa y común en Chiapas. No sé si esta sea la misma que en otros países de aquel reino es conocida con el nombre de arañas capulina.

(Tomado de: Francisco Javier Clavijero - Historia antigua de México)

jueves, 16 de agosto de 2018

Clima de Anáhuac

Clima de Anáhuac

(José María Velasco - El Valle de México)


El clima de las tierras de Anáhuac es vario según su situación. Las marítimas son calientes, y por la mayor parte húmedas y malsanas. Su calor, que hace sudar aun en enero, es originado de la gran depresión de las costas respecto de las otras tierras, y de los montes, de arena que hay en sus playas, como se ve en la costa de la Veracruz, mi patria. La humedad proviene de las aguas que en gran copia se precipitan de las montañas que dominan las costas. En estas tierras calientes no hiela jamás, y en muchas ni aun tienen idea de la nieve, sino por la lectura de los libros o la relación de los extranjeros. Las tierras muy elevadas o contiguas a los altísimos montes eternamente cubiertos de nieve son frías, pero no tanto como las que son tenidas por tales en Europa. Los demás países mediterráneos en que estaba la mayor y mejor población de aquella tierra, gozaban y gozan de un clima tan benigno y dulce, que ni sienten los rigores del invierno ni los ardores del estío. Es verdad que en muchos de aquellos países hiela frecuentemente en el invierno y tal vez suele nevar; pero la leve incomodidad que ocasiona semejante frío no dura más  que hasta que nace el sol. No es menester otro fuego que el de sus rayos para calentarse en el mayor invierno, ni más refrigerio en tiempo de calor que el de la sombra. El mismo vestido que cubre a los hombres en los caniculares los defiende en enero, y todo el año el año duermen los animales a cielo descubierto.

Esta dulzura y apacibilidad de clima bajo la zona tórrida, es efecto de varias causas naturales incógnitas a los antiguos que la creyeron inhabitable, y a no pocos modernos que la reputan poco favorable a los vivientes. La limpieza y despejo de la atmósfera, la menor oblicuidad de los rayos del sol y su mayor demora sobre el horizonte en el invierno respecto de otras regiones más distantes de la equinoccial, contribuyen a disminuir notablemente el frío e impiden todo aquel horror que cubre a la naturaleza bajo las otras zonas. Se goza aun en aquel tiempo de la belleza del cielo y del verdor de las campiñas. Los días son entonces los más claros y las noches las más apacibles y serenas, cuando en las zonas templadas roban las nubes la vista del cielo y la nieve sepulta las bellas producciones de la tierra. No menores causas concurren en el estío a templar el calor. Las copiosas lluvias que bañan frecuentemente la tierra después de medio día, desde fines de abril o principios de mayo hasta septiembre u octubre, los altos montes coronados siempre de nieve y distribuidos por toda la tierra de Anáhuac, los vientos frescos que entonces soplan y la menor demora del sol sobre el horizonte respecto de las regiones de la zona templada, convierten el estío de aquellas felices tierras en alegre y fresca primavera.


Pero la apacibilidad del clima se contrapesa con las tempestades de rayos que son frecuentes en el estío, especialmente en las inmediaciones del volcán Matlalcueye o sierra de Tlaxcala, y con los terremotos que a veces se sienten, aunque con más susto que daño.


 A uno y otro efecto contribuye el azufre y otros materiales combustibles depositados en grande abundancia en el seno de aquella tierra. Las tempestades de granizo aunque no son más frecuentes que en Europa, han sido algunas veces notables por la enorme magnitud del granizo. En 1762 cayó en Huexotzinco una gran tempestad de granizo que alcanzó hasta la ciudad de Puebla, en donde entonces me hallaba.  En un monte vecino a Huexotzinco se hallaron granizos de tres libras, pero excede a este y a cuantos leemos en las historias el que cayó en las cercanías de Guadalajara en 1765, en que hubo granizos de más de 25 libras de peso. Arruinó esta tempestad algunos edificios rústicos y mató cuantos animales había en el campo. La relación que se me dio de esta tempestad en Valladolid de Michoacán, no me pareció creíble hasta que habiendo ido el año siguiente a Guadalajara, la reconocí cierta.

(Tomado de: Francisco Javier Clavijero – Historia antigua de México)

sábado, 4 de agosto de 2018

Los zapotes

Los zapotes


Todas las frutas comprendidas por los mexicanos bajo el nombre genérico de tzapotl o zapote, como dicen los españoles, son redondas o se acercan a esa figura, y todas tienen el hueso duro.



El zapote prieto tiene la cáscara verde, sutil, lisa y suave, y la pulpa negra, blanda y de bellísimo gusto. Su magnitud es varia, desde una pulgada y media hasta cuatro o cinco de diámetro. Entre la pulpa tiene su semilla en varios huesecillos de color de castaña, aplastados y largos de un dedo. Su pulpa helada y condimentada con azúcar y canela es de un gusto exquisito. Dase esta fruta en árbol mediano de hojas redondas.



El zapote blanco, al cual por su virtud narcótica llaman los mexicanos cochitzapotl (fruta soporífera) es algo semejante al negro en la magnitud y figura y en el color de la corteza, aunque en la del blanco es el verde más claro, pero su pulpa es blanca y muy gustosa. Su hueso, que es grande y duro, se tiene por venenoso. Dase esta fruta en árboles grandes y muy copados.




El chicozapote (en mexicano chitzapotl) tiene por lo común de una y media a dos pulgadas de diámetro; su corteza es parda y su carne de un blanco que tira a rojo, aunque se hallan de color más encendido; sus pepitas son negras, duras y puntiagudas. De esta fruta cuando está verde se extrae una leche glutinosa y fácil a condensarse, que llaman los mexicanos chictli y los españoles chicle, la cual mascan por antojo las mujeres y sirve de materia a algunas estatuas curiosas en Colima. El chicozapote tomado en su debida sazón es de un gusto excelente, y al paladar de muchos muy superior a cuantas frutas se conocen en Europa. El árbol es mediano y de buena madera, su hoja redonda y del color y consistencia de la del naranjo. Dase sin cultivo en las tierras calientes y hay bosques de estos frutales de cuatro a cinco leguas en la Mixteca, en la Huaxteca y en Michuacán.



(Tomado de: Francisco Javier Clavijero - Historia antigua de México)




lunes, 16 de julio de 2018

Tlahuicole

Tlahuicole, célebre general tlaxcalteca

 
(Tlahuicole, escultura por Manuel Vilar, 1851. Museo Nacional de Arte, México)


Entre otras víctimas es memorable en las historias mexicanas la que en uno de esos asaltos apresaron los huexotzincas. Había en la arma de Tlaxcala un famosísimo general  nombrado Tlahuicole cuyo valor no era inferior a la asombrosa fuerza de su brazo. La macana con que ordinariamente combatía era tan pesada, que otro soldado de moderadas fuerzas apenas podía alzarla del suelo. Su nombre era el terror de los enemigos de la república y todos huían del lugar donde él se presentaba con su macana. Este, pues, en un asalto que dieron los huexotzincas a una guarnición de otomíes, en el calor de la acción se metió incautamente en un lugar pantanoso, en donde no pudiendo moverse con tanta libertad como había menester, fue hecho prisionero y, encerrado en una fuerte caja de madera fue llevado a México y presentado a Moctezuma. Este rey, que sabía apreciar el mérito de las personas aun en sus propios enemigos, en vez de darle la muerte le concedió generosamente la libertad de volverse a su patria; pero el arrogante tlaxcalteca no aceptó el favor, pretextando que, habiendo sido cautivo, no osaba presentarse con tan grande ignonimia a sus nacionales; que quería morir como los demás prisioneros, en honor de sus dioses. Moctezuma, viéndolo tan renuente a volver a su patria y no queriendo, por otra parte, privar al mundo de un hombre tan célebre, lo fue entreteniendo en la corte con el ánimo de ganarle la voluntad y servirse de él en beneficio de la corona.


Entre tanto se ofreció la guerra con el rey de Michoacán, cuya ocasión y circunstancias ignoramos, y envió su ejército a Tlaximaloyan que era la raya de ambos reinos, a las órdenes de Tlahuicole. Este general desempeñó con valor la confianza del rey, y aunque no pudo desalojar a los michoacanenses del lugar donde se habían hecho fuertes, les hizo muchos prisioneros y les quitó mucho oro y plata y con estas ventajas volvió a México lleno de gloria. El rey le dio las gracias y le convidó de nuevo con la libertad, y no aceptándola el tlaxcalteca, le ofreció el empleo estable de tlacatécatl o general del ejército, a lo cual respondió Tlahuicole con bastante desenfado que no quería ser traidor a su patria; que deseaba morir sacrificado, pero pedía a su majestad que fuese en el sacrificio gladiatorio, que sería el más honroso a su persona por ser ese el destinado a los prisioneros de mérito.


Más de tres años estuvo este célebre general cautivo en México con una de sus mujeres que de Tlaxcala se había ido a hacer vida con él; lo cual solicitaron verosímilmente los mismos mexicanos, por la esperanza de que les dejase una gloriosa posteridad que ennobleciese con sus hazañas la corte y el reino de México. Al cabo de los años, viendo Moctezuma la obstinación con que desechaba todos los partidos que le ofrecía, condescendió finalmente a sus bárbaros deseos y señaló el día del sacrificio. Ocho días antes comenzaron los mexicanos a celebrarlo con bailes y, cumplido el término, en presencia del rey, de toda la nobleza y de inmenso pueblo, ataron de un pie, según el rito establecido, al cautivo tlaxcalteca al temalacatl o piedra grande y redonda donde se hacía semejante sacrificio.


Salieron sucesivamente a combatir con él varios hombres esforzados, de los cuales dejó, según dicen, muertos ocho y heridos unos veinte, hasta que habiendo recibido un fuerte golpe cayó en tierra fuera de sí, y antes de morir lo llevaron a la presencia de Huitzilopochtli, en donde le abrieron los sacerdotes el pecho y le sacaron el corazón y echaron a rodar su cadáver, según la costumbre, por las escaleras del templo. Así acabó este famoso general cuyo valor y fidelidad a su patria lo hubieran elevado al más alto grado del heroísmo, si se hubiera dirigido por mejores luces.


(Tomado de: Francisco Javier Clavijero - Historia antigua de México.)