Mostrando las entradas con la etiqueta oficio tradicional. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta oficio tradicional. Mostrar todas las entradas

lunes, 28 de agosto de 2023

El cartero

 


El cartero

Su silbato es el de la alegría, aunque a veces sin que él tenga la culpa, pueda ser del sobresalto y la tristeza. Nada, ni la noticia de recibir herencia, es tan esperada como él, porque esta noticia habría de llegar por su conducto.

Es la incertidumbre: "¡El cartero!" -Es la ilusión diferida: "¿No tengo carta hoy?..."

¿Qué hace usted? -preguntaron a cierto imberbe literato, y éste contestó: Por aquí, dando vueltas. ¡Como un tío vivo! -concluyeron los preguntones.

El cartero es un tío bueno que gana el pan de sus hijos dando vueltas, repartiendo de su gran valija de cuero, verdadera lámpara encantada, genios buenos y alguno que otro de mal humor. Si usted, lector, o yo, fuésemos de veras Aladino, estoy seguro de que le concederíamos tres deseos para el regalo de sus pies: las botas de siete leguas, la alfombra mágica y una bicicleta de carreras.

Yo conozco muchachas que lo atisban tras los visillos de las ventanas, como a un novio. A padres que lo esperan como al beso de sus hijos. A hombres llenos de soledad que lo aguardan como al amigo de las confidencias. La simpatía de su informal uniforme y gorra azul, quemados de sol y de cansancio, es unánime, y él lo sabe, pero sólo el Día del Cartero y por Navidad se atreve a ponerla a prueba. Es pobre, pero honrado. Sin embargo, les voy a contar un cuento que sucedió hace muchos años en la tierra de Fue y ya no Volverá.

Este era un cartero que tenía 10 hijos. Un día no tuvo para darles de comer, y extrajo de una carta un giro de $10.00. Entonces el Gran Visir, que era inflexible, lo condenó a 10 años de prisión.


(Tomado de: Cortés Tamayo, Ricardo (texto) y Alberto Beltrán (Dibujos) – Los Mexicanos se pintan solos. Juego de recuerdos I. El Día en libros. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas S.C.L. México, D. F., 1986)

jueves, 17 de agosto de 2023

El merolico

 


El Merolico

"¡Esta pluma importada de Alemania por la firma de Balk, cuesta en los aparadores la cantidad de 75 pesos. Aquí conmigo, representante directo, esta pluma legítima alemana punto garantizado, oro de 14 kilates, acompañada de un fino lapicero y elegante estuche de terciopelo, no le cuesta a usted cien pesos, ni 75 de 50 ni 30. Le cuesta a usted, caballero, en oferta especial de propaganda, la insignificante cantidad de siete cincuenta. ¡Siete pesos con cincuenta centavos!..."

Un palero compra una pluma; otro también. Adquisiciones bastantes para que indecisos pero picados fuereños y crédulos capitalinos se resuelvan a efectuar tan tentadora operación.

Este, vende plumas; aquél, que tiene una serpiente enroscada al brazo, medicinas curalotodo; el otro, elíxires para extraer muelas sin dolor; ese, adivina el porvenir; el de más allá, vende carteras de piel de Rusia a tres pesos.

Su utilería: una pequeña mesa de tijera, un paño tendido en el suelo; el curalotodo tiene una tribuna con quitasol, y silla para el "paciente". Los paleros se dejan extraer muelas, poner cataplasmas, hacen de clowns y sostienen diálogos picarescos que hacen morirse de risa. Su escenografía es la plaza pública, el mercado, la calle.

Yo he engrosado muchas veces el auditorio del merolico, y he quedado bobo ante su extraña habilidad, su psicología al centavo, su desplante, su irresistible elocuencia, su marrullería graciosa. Esto último me convence de que el merolico no es un político disfrazado.


(Tomado de: Cortés Tamayo, Ricardo (texto) y Alberto Beltrán (Dibujos) – Los Mexicanos se pintan solos. Juego de recuerdos I. El Día en libros. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas S.C.L. México, D. F., 1986)

viernes, 23 de agosto de 2019

La venta del amor, DF


Es un mercado de amor, de ilusión, de fe, de esperanza o de remedios. Un mercado difícil de encontrar en todo el mundo porque, generalmente, todo esto no se vende. Pero aquí sí. Se vende todo eso y más, se venden recetas para curar los males de amor, se venden oraciones para quien no lo conoce, se venden ilusiones y se venden los medios para que el amor llegue.
Y no sólo se venden,  sino que también se compran, y se compran mucho. En este mercado de Sonora, que se encuentra en el mercado en la Merced de la Ciudad de México, y en muchos otros, en diferentes partes de la República, se vende el amor; se vende en pastillas y en palabras. Ahora que mucho depende de qué clase de amor se compre. Puede ser un amor pasajero o duradero, el que termina en matrimonio, o quizá lo que se necesite sea una cura contra el mal de amor; no importa, también la hay.
Los productos amorosos de este mercado son muchos, cientos, y se presentan en diferentes formas. Si se quiere resultar irresistible a un galán, entonces conviene adquirir un jabón atrayente, que según dice en las indicaciones, no es un jabón cualquiera, sino un jabón protector de los enamorados que con su exquisito aroma atrae al sexo opuesto, ya que está elaborado con esencia de flores exóticas.
Pero no se usa así nada más. Para que haga efecto hay que decir estas palabras mágicas: “Jabón atrayente, te pido, por la virtud que tienes, me ayudes a conquistar a fulano de tal que de día y de noche ocupa mis pensamientos”.
Parece un jabón cualquiera y huele como un jabón cualquiera, pero no, es el jabón “atrayente”, y para lograr un mejor efecto, se debe pensar en el ser amado mientras se usa. Ahora que si no le hace efecto el jabón con todo y la oración, el pensamiento, y el baño, no importa, para eso están los polvos. Éstos son llamado “polvos de San Antonio”, y para que resulten, hay que espolvorearlos sobre el cuerpo después del baño y decir “San Antonio, traedme novio y pronto matrimonio”.
Se dice que, por lo regular, las instrucciones garantizan su efectividad, la cual se debe a que están hechos con legítimo polvo de arroz y perfume de virgen de azahar, y es muy difícil que fallen. Pero si esto tampoco resulta, entonces se puede recurrir a las veladoras o a las velas, que en este caso tienen que ser 9. Además hay que rezar:
Estas velas que enciendo, en 9 días se consumirán, y las almas que invoco cuanto les pida me concederán. Almas, moved el corazón de fulanito o zutanita, para que su corazón lleno de amor hacia mí se acuerde, y todo cuanto tenga me lo venga a dar.
Esta oración es muy importante, sobre todo cuando de amor desinteresado se trata. Pero todavía hay más remedios o más esperanzas, y no sólo para el sexo femenino; también hay talismanes y oraciones para los hombres.
El del coyote dice así: “Coyote hermoso, con tu talismán poderoso, que cargas en la cabeza, préstamelo para que con él haga lo que yo quiera, y que se enamore de mí cuanta mujer yo viera”.
La piedra imán también es importante en el mercado de amor, como lo son los perfumes, las flores y los ajos. Las más discretas se venden en forma de polvo molido, pero todas con la oración al chupamirto o chuparrosa, siempre presente, que debe rezarse toda los viernes con una vela y frente a la imagen del ser amado (aunque sea una foto).
Polvo de chuparrosa disecada, molida y pulverizada en luna llena para espolvorear en todo el cuerpo, para obtener la gracia del amor.
El chupamirto para atraer al novio, la chuparrosa para atraer a la novia, polvos para que no se olviden, oraciones para que se atormenten, velas para que repartan lo que tienen, jabones para que no se alejen. Remedios para todo y para todos, esperanzas a la venta por unos cuantos pesos y unas muchas ilusiones, todo como parte del México Mágico que encontramos en el mercado de Sonora de la Ciudad de México,


(Tomado de: Sendel, Virginia - México Mágico. Editorial Diana, S.A. de C.V., México, D.F., 1991)



jueves, 2 de mayo de 2019

Púrpura imperial


¿Había usted oído hablar de los amuzgos? No, no son ni animales ni plantas. Son unos quince mil hombres y mujeres que constituyen todo un país. Con su propio idioma y costumbres y tradiciones. Durante siglos han tratado de no mezclarse racialmente con sus vecinos, y han tenido éxito. Siguen viviendo en la oscura noche de su pasado misterioso. Hoy son los únicos depositarios de un proceso de teñido que data de hace más de mil años y quizás sea tan antiguo  como el que hizo célebre las telas de los fenicios: la púrpura de tiro, o múrice.

Ese color “púrpura imperial” ha sido como oro para los amuzgos y mucho depende de él la supervivencia económica del grupo. En noches de cuarto menguante lunar, bajan a la costa guerrerense y van recorriéndola pacientemente en busca de Murex purpura, el caracol mágico. Uno por uno, hasta sumar miles, los hacen segregar unas gotas de líquido tinte con el que dan color al algodón hilado a mano. Después, con jugos de frutas y otros recursos secretos, consiguen una gama de colores que va desde el brillante verde limón y el chartreuse, hasta el más oscuro púrpura. Las telas así teñidas jamás se decoloran y jamás se pudren. Además, llevan la prueba de su autenticidad: un leve aroma marino. Y hasta ahora nada iguala, en brillo, tonos y riqueza, a las sedas y algodones teñidos por los amuzgos.



Para encontrar a esos raros mexicanos, la ruta se inicia en Acapulco, costea hacia el sur, le lleva a Ometepec y de ahí por caminos de tierra, hacia el pueblo Amuzgos y otros que le rodean. No le asuste nada de lo que vea ahí, está usted en un país que se ha conservado independiente casi totalmente, y quieren seguir así. Lo demás, es aventura memorable.

(Tomado de: Mollër, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)



martes, 28 de agosto de 2018

Gritos callejeros


Gritos callejeros



Hay en México diversidad de gritos callejeros que empiezan al amanecer y continúan hasta la noche, proferidos por centenares de voces discordantes, imposibles de entender al principio; pero el señor… me los ha estado explicando, mientras empiezo a tener un más claro entendimiento de lo que significan. Al amanecer os despierta el penetrante y monótono grito del carbonero:

¡Carbón, señor!” El cual, según la manera como se pronuncia, suena como “¡Carbonsiú!
Más tarde empieza su pregón el mantequillero:

“¡Mantequía! ¡Mantequía de a real y di a medio!”

¡Cecina buena, cecina buena!”; interrumpe el carnicero con voz ronca.

¿Hay sebo-o-o-o-o?” Esta es la prolongada y melancólica nota de la mujer que compra las sobras de la cocina, y que se para delante de la puerta.

Luego pasa el cambista, algo así como una india comerciante que cambia un efecto por otro, la cual canta:

¡Tejocotes por venas de chile!”; una fruta pequeña, que propone en cambio de pimientos picantes. No hay daño en ello.

Un tipo que parece buhonero ambulante deja oír la voz aguda y penetrante del indio. A gritos requiere al público que le compre agujas, alfileres, dedales, botones de camisa, bolas de hilo de algodón, espejitos, etcétera. Entra a la casa, y en seguida le rodean las mujeres, jóvenes y viejas, ofreciéndole la décima parte de lo que pide, y que después de mucho regatear, acepta. Detrás de él está el indio con las tentadoras canastas de fruta; va diciendo el nombre de cada una hasta que la cocinera o el ama de llaves ya no pueden resistir más tiempo, y asomándose por encima de la balaustrada le llaman para que suba con sus plátanos, sus naranjas y granaditas, etc….

Se oye una tonadilla penetrante e interrogativa, que anuncia algo caliente, que debe ser comido sin demora, antes de que se enfríe: “¡Gorditas de horno caliente!”, dicho en un tono afeminado, agudo y penetrante.

Le sigue el vendedor de petates: “¿Quién quiere petates de la Puebla?, petates de cinco varas?” Y éstos son los pregones de las primeras horas de la mañana.

Al mediodía, los limosneros comienzan a hacerse particularmente inoportunos, y sus lamentaciones y plegarias, y sus inacabables salmodias se unen al acompañamiento general de los demás ruidos. Entonces, dominándolos, se deja oír el grito de:

“-¡Pasteles de miel!

¡Queso y miel!

¿Requesón y melado bueno?” (El requesón es una especie de cuajada, que se vende como si fuera queso).

En seguida llega el dulcero, el vendedor de fruta cubierta, el que vende merengues, que son muy buenos, y toda especie de caramelos.

¡Caramelos de espelma, bocadillos de coco!

Y después, los vendedores de billetes de la lotería, mensajeros de la fortuna, con sus gritos:

¡El último billetito, el último que me queda, por medio real!” un anuncio tentador para el mendigo perezoso, que ha encontrado que es más fácil jugar que trabajar, y que a lo mejor tiene el dinero para comprarlo, escondido entre sus harapos. A eso del atardecer se escucha el grito de:

¡Tortillas de cuajada!”, o bien “¡Quién quiere nueces!”, a los cuales le sigue el nocturno pregón de “¡Castaña asada, caliente!”, y el canto cariñoso de las vendedoras de patos: “¡Patos, mi alma, patos calientes!”, “¡Tamales de maíz!”, etc., etc. Y a medida que pasa la noche, se van apagando las voces, para volver a empezar de nuevo, a la mañana siguiente, con igual entusiasmo.


(Tomado de: Madame Calderón de la Barca: La vida en México)


viernes, 13 de julio de 2018

Los pajaritos adivinadores

Los pajaritos adivinadores



El encantador de pájaros está en la esquina, rodeado de niños. Sobre el largo tripié la tablita del asombro sostiene una jaula de tres compartimientos, donde Marcelino, Rino y Pancho López regalan gorjeos. El desvaído terciopelo rojo, flecos dorados, de un toldo les hace sombra. Cada canario tiene vasija, el cuenco de la mano, con agua limpísima.

-Sal de tu casa, Marcelino, y con todo comedimiento, digno de tu esmerada educación, dile a esta niñita la buena suerte…

Marcelino llega hasta la cajita apretada de doblados y bien acomodados papelitos y con el pico escoge uno de color blanco.

“¿Quieres evitarte disgustos y prevenirte de la traición? Escoge las amistades y no confíes secretos personales”. Otro anaranjado: “No olvides que siempre le queda a uno tiempo para ser feliz y nunca es tarde para ser dichoso”; el último, amarillo: “Días felices para ti son los domingos y el día primero de cada mes”.

Marcelino suena centavos para probar si no son falsos; toca la campana de la escuela; empuja camioncitos de plástico; se desayuna con chocolate en tacita mínima y, como despedida, pone el sombrero a un muñequito de porcelana.

Al final de cada suerte el lindo verdín se gana un grano de alpiste, que toma de entre el pulgar y el índice de su dueño.

Marcelino vuelve a su casita muy obediente y se encarama al travesaño de su bien ganado descanso. A Rino le toca el siguiente turno. Pancho López, que cabecea en su sitio, pues anda develado, alborota un revoloteo de alas. Es que ha descubierto, enfrente, a la pájara pinta, sentada en su verde limón.

Marcelino y Rino, en tanto, juegan adivinanzas con los niños.

(Tomado de: Cortés Tamayo, Ricardo (texto) y Alberto Beltrán (Dibujos) – Los Mexicanos se pintan solos. Juego de recuerdos I. El Día en libros. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas S.C.L. México, D. F., 1986)






lunes, 2 de julio de 2018

El de los Raspados

El de los Raspados



El de los raspados está en la tierra y en todo lugar. También está en la puerta del cielo, que es la puerta de las escuelas.

-¿De qué lo quieres, niño? “¡A mí de tamarindo! ¡Yo de fresa! ¡El mío de piña! ¡Dos de anís!

En provincia, a los raspados los llaman pabellones. En México, tricolores a los que tienen verde de limón, blanco de leche, colorado de frambuesa y de grosella.

Sí, es cierto: es como si en un carro de dos ruedas el de los raspados viniera empujando un desfile de banderas, sacándole destellos de unidad y paz.

Ahora que cada botella se zarandea en un huequito, como cada chango en su mecate. Entre un costal de yute, para defenderlo del calor, asoma su frialdad de iceberg el hielo: el de los raspados, con su cepillo metálico lo va raspando, lo echa en un vaso grueso y venoso, levanta una botella, le quita el corcho, vierte la miel. Al cliente toca menearlo con la larga cuchara

¡Umm, los raspados! ¡Allí viene el de los raspados!

A sorbos se beben –comen- los raspados, a cucharada lenta, deteniendo la lengua el éxtasis de su sabor. Cuestan 10, 20, 25 centavos; baratos, para que los niños de las escuelas pobres puedan comprarlos, y los grandes que aún no se envenenan el gusto con nombres y sabores extraños.

Son las cinco de la tarde, la hora solemne en que el de los raspados y el día arrían sus banderas.


(Tomado de: Cortés Tamayo, Ricardo (texto) y Alberto Beltrán (Dibujos) – Los Mexicanos se pintan solos. Juego de recuerdos I. El Día en libros. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas S.C.L. México, D. F., 1986).




miércoles, 20 de junio de 2018

El Lechero




En el amanecer, lechoso, el grito arma revuelos de padre y señor mío. La patrona se restriega los ojos y a su vez grita:

¡Mariana! ¡La leche! Y un ¡Ahí voy, señora! Le contesta. Pero si a Mariana le tocó salir el día anterior, es ella, la señora, la que entre pereza y mohín sale a “recibir la leche”.

-¡!La leche¡!, grita una segunda vez el lechero, con voz ruda, presurosa; a timbrazo y aporreo de puerta; pues no sabe de tardanzas.

¡Ya van! ¡Orita van! Al fin salen. Va quitando él las tapas de las blancas, ventrudas botellas de a litro que palidecen como al ataque de un “miserere”, como volviéndose agua. Si la topografía de la casa lo permite, las deja en el umbral de la puerta, para renovarlas al día siguiente, y corre al carro repartidor: cajas, botellas y hielo. O a su bicicleta diligente, o al carrito de mano, voluntarioso, para seguir aquí y allá voceando: ¡leche!

El lechero es gente joven. De otro modo no se explicaría su ánimo de madrugar y correr. Huele a establo, a jergón de camastro, pues ¿qué valiente se baña a las cuatro de la mañana?

Se le conoce, desde dentro, en las habitaciones del sueño, por el tintinear de las botellas, campanillas despertadoras. Y por el paso recio de sus zapatos vaqueros. Sus modales, llegados del campo, no han tenido pulimento: pero el domingo se endominga y el tiempo es suyo.

Y si la patrona es perspicaz, cuando Mariana vuelve percibirá en sus blandos quehaceres un ligero tufillo a establo.

(Tomado de: Cortés Tamayo, Ricardo (texto) y Alberto Beltrán (Dibujos) – Los Mexicanos se pintan solos. Juego de recuerdos I. El Día en libros. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas S.C.L. México, D. F., 1986)




jueves, 14 de junio de 2018

La Herbolaria

La Herbolaria



Dentro de los mercados hay jardines en primavera y bosques antiguos en perpetuo invierno. Estos bosques son los de las yerbas, que vienen del tiempo indígena en que la gente, sin complicaciones presuntuosas, se curaba con la sencilla hechicería de la naturaleza.

La yerbera -herbolaria dicen los diccionarios- es la durmiente de un bosque de mil años; raíces y ramas petrificadas, hojas y flores de ceniza. Cuachalate para la úlcera; doradilla para la vescícula; cola de caballo para los riñones; boldo, un té en ayunas, para la bilis; flores de azahar y naranjo para los nervios; semillas de sulemán para las reúmas, los calambres y el dolor de huesos por el frío; grangel para la vejiga; tumbavaquero para el insomnio; polvo de culebra para la sangre…


Ay, marchanta! ¿Qué haré con mi muchacho?  No puedo quitarle lo empachado.

Y la yerbera:


-¡Um! Para el empacho no hay como la lengua de vaca con una cortecita de viuchito; tres cogollitos de guayaba y de Durazno; una cascarita de lo blanco del mesquite y una rama de yerbabuena. Se hierve todo y se toma en ayunas. Eso y con untarle al muchacho manteca con flor de ceniza. Luego le jala el cuerito de la rabadilla, y cuando truena, ya salió el empacho….¡Ah, y no deje de ponerle su ojo de venado con un collarcito, pa’que no vuelvan a hacerle mal de ojo!...


Hay que ver a la yerbera, perdida en su follaje y breñal milagroso, entre canastos, paquetes, haces de ramas y montes de raíces y flores secas. “Concha nácar para las cicatrices; flor de yoloxóchitl para el corazón”…


(Tomado de: Ricardo Cortés Tamayo (Texto) y Alberto Beltrán (Dibujo) – Los Mexicanos se pintan solos)




miércoles, 30 de mayo de 2018

La Elotera





¡Los elotes! ¡Los elotes cocidos! ¡Tiernitos los elotes!


De verdad tiernos; de veras dientes de leche para nuestros cansados dientes.



-¿A cómo los da, marchantita?



La elotera va sacando del agua hervida, dentro del bote de lata renegrida, tiznada a fuerza de tantas lumbres, atados de blancos peces, sartas de perlas, y los va colocando en la tablita de madera bañada que está sobre el bote, pero a modo de ocupar sólo una tercera parte de su obertura.



-Éstos grandes a ochenta; éstos cuestan sesenta…



-Caray, marchanta, ni que fueran las perlas de la virgen. A ver, búsqueme uno chiquito de a cuarenta para este muchacho de porra, tan necio.



-Pos sólo que sea este, marchanta. Pero tiéntelo, está muy tiernito.



Exactamente como en los peces: la clienta o el cliente clava la uña al elote previamente despojado de la seda verdenilo de sus hojas.



-Póngale sal, marchanta.



-¿Con chile?



Y la elotera unta de la sal húmeda de los platitos sobre la tabla, el elote túrgido. Sal con chile o blanca. Al gusto.



Llovió a cántaros, quedaban despidiéndose las gotitas menudas de la lluvia cuando la elotera recogió sus cosas: el bote ya vacío, la tablita, el banquito también de madera en que se sienta, los platos de la sal blanca y de chile y el cerrito de hojas dos veces mojadas de los elotes, y se encamina a su vivienda olorosa a maíz, arrebujada en su rebozo a pintas azules, brincando los charcos de la calle. Y uno va por la tarde con la abierta sonrisa del campo entre los dientes, y el aroma del campo y su figura morena que se ha vuelto blanca para nuestra gula.


(Tomado de: Ricardo Cortés Tamayo (texto) y Alberto Beltrán (dibujo) – Los mexicanos se pintan solos)



sábado, 26 de mayo de 2018

El Nevero

El Nevero



Este era el profesor de historia sagrada. Una vez preguntó a sus alumnos: -¿A qué vino Jesús al mundo?

Y un vozarrón se metió entre los barrotes de la ventana del salón contestando:

-¡A tomar nieve!

Era, ¿lo recuerda usted?, el cuento inocente de abuelito; cuando abuelita, tan piadosa, se enfurruñaba, apostrofándolo: -¡Mídete esa boca, hereje!

Era el nevero, un amigo jurado de este calor que ya no se aguanta. Y del bochorno.

El vendedor equilibrista con su chongo de trapo sobre la cabeza, sobre el chongo el cubo de madera; dentro del cubo, entre hielo y sal gruesa, de cocina, el bote de nieve.

"¡De limón la nieve!"...

Porque la nieve clásica es la que cae del cielo, por diciembre, cuando Jesús nació entre los humildes. Después la de limón; después la de piña, después la de mango, después... porque, dígase lo que se diga, las nieves maravillosas, talismanes del sosiego refrescante, son las "de agua".

Chente aguarda al nevero que trae su cubo y bote con la nieve, junto con los barquillos, los vasos y conos de papel, sobre un carrito con ruedas de patines. Pero también le compra, a la entrada del mercado de Independencia, al tradicional nevero de los "cartuchos" de vainilla, que todavía anda por ahí.

Marcela, en cambio, apenas es mediodía y ya tiene el oído prendido en los tendederos del aire, esperando las campanitas del carro moderno de los helados. En cuanto lo oye, corre y me dice: -¡Dame veinte centavos para un helado de campanitas! -¿De campanitas? Ya caímos. Es por eso que nos parece, a veces, que Marcela tiene la música por dentro.

(Tomado de: Ricardo Cortés Tamayo (Texto) y Alberto Beltrán (Dibujo) – Los Mexicanos se pintan solos)



 

martes, 22 de mayo de 2018

La Quesadillera



Las de huitlacoche y flor de calabaza se llevan el premio de la gula; pero la quesadillera, como madre para sus hijos, no tiene predilecciones; le valen igual las de papa y olas de queso, suavecitas; las de crujiente chicharrón que las endiabladas de rajas, que retuercen la lengua.

Al pardear la tarde, instala su comercio la quesadillera. Es corriente y común que al amparo de una tienda, de donde saca, cable de por medio, la luz de un foco. Pero hay muchas todavía que prefieren el modo antiguo de instalarse en la esquina y alumbrarse con mechero de petróleo.

Hace años se situaba en la esquina de Justo Sierra con Argentina una vendedora de quesadillas con sabor glorioso. Probarlas era como oír a Castellanos Quinto su clase de literatura; ignorarlas, no ser estudiante. Hoy día opera por la colonia Independencia, junto a La Barata, y le hacen rueda por las quesadillas y por lo apetitosa.



Pero aquí y allá bate blandas palmas la quesadillera y, por no perder la costumbre, la gente se hace bolas.




-¿Ya, marchanta? Ya tengo mucho aquí.




-¡Orita, marchantita! Estas para la señora, que llegó primero...




Las doradas quesadillas... !Si sólo recordarlas afloja las mandíbulas y hace agua la boca!


(Tomado de: Ricardo Cortés Tamayo (texto) y Alberto Beltrán (dibujo) – Los Mexicanos se pintan solos)



viernes, 18 de mayo de 2018

El afilador

El afilador



En estos tiempos de confort norteamericano en que el hogar cuenta desde calderos atómicos hasta con música de las esferas, las amas de casa se olvidan del afilador. Pero su protesta no es agresiva, es entre sobrio y melancólico el acento de su caramillo.
Una vez, por la calle 60 de Mérida, apareció un afilador; la caminó de punta a punta por mitad del arroyo, bajo el sol de plomo de la tarde, sin que ninguna de las puertas, cerradas a piedra y lodo contra el sopor de la siesta, se abriera para llamarlo. Desde entonces, aunque la cuchillería, las tijeras y mi navaja corten un cabello en el aire, yo hago que llamen al afilador. No sé, pero entre todos los humildes operarios que caminan el loco tiempo y el loco capricho de las ciudades, es el afilador el de más hinchados pies y corazón más dolorido.


¡!Pist¡! Le hacen de pronto al afilador, y él detiene su caballete medieval, levanta su enorme rueda, y con ella, torno de su piedra para afilar, va mojando y afilando, afilando y mojando, y ¡qué bárbaro!, con la yema de los dedos prueba el filo que recrea. Los niños le hacen coro como a un mago o a un faquir.


Algunos han hecho su taller ambulante a lomo de bicicleta, pero la inmensa mayoría parecen como salidos de estampas antiguas. Antes sus mejores amigos eran los espadachines; ahora son los carniceros, dueños y señores de la cuchillería del mundo.
Sigue el afilador su rodar y rodar tozudo. El largo y suplicante tono de su caramillo va partiendo el alma y afilando el aire.

(Tomado de: Ricardo Cortés Tamayo y Alberto Beltrán – Los Mexicanos se pintan solos)