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lunes, 14 de febrero de 2022

Epitacio Huerta

 


51

Epitacio Huerta (1827-1904)

"Era mi deber defender la Patria y la causa santa de sus leyes; y así lo hice -escribiría en sus memorias-. Era mi deber preferir, en el destierro, el hambre a la deshonra, el dolor a la ignominia; y con dignidad, y aún con placer, los preferí".El general había luchado contra el mejor ejército del mundo, el francés, y había sido derrotado. El castigo que tuvo que pagar por la defensa heroica de su patria fue muy caro. Y aún así, lo enfrentó con estoico carácter.

Epitacio Huerta era un reconocido militar que había entrado a la lucha ideológica durante la Revolución de Ayutla. Peleó contra Antonio López de Santa Anna en Jalisco y Michoacán, en donde estableció, con éxito, su centro de operaciones. Fue por ello nombrado comandante militar y gobernador de Michoacán. Las ideas liberales le convencían y peleó contra los conservadores en la Guerra de Reforma. Sin embargo, su mayor enemigo habría de provenir del exterior. Al inicio de la Intervención Francesa, habían pocos militares más decididos a desterrar a los invasores que Epitacio Huerta.

Estuvo en varias de las batallas más importantes de la época; sin embargo, la que habría de marcar su vida para siempre sería el sitio de Puebla de 1863. Tras varios meses de sacrificio y coraje, cayó la plaza, y lo aprehendieron. Se le ofreció un indulto a cambio de dejar las armas, lo cual rechazó tajantemente. Su castigo sería el exilio en Francia. Huerta era tan sólo uno de varios militares que no pudieron escapar en el camino de sus captores y que el 23 de julio fueron conducidos al país europeo.

En Francia, los prisioneros fueron intimidados en varias ocasiones para firmar un documento de sumisión al imperio francés. De los más de 500 soldados que llegaron al país galo, sólo 123 se negaron a firmarlo. Por supuesto, Epitacio Huerta, quien era el jefe de los prisioneros, estaba entre ellos. Por un año pasaron penas y humillaciones. No contaban con recursos para subsistir más que los que enviaban algunos mexicanos. Fue entonces cuando recibió la noticia que los prisioneros podían salir con libertad de Francia. El gobierno de Napoleón III, sin embargo, sólo pagaría el transporte a los que habían firmado la hoja de sumisión.

Huerta, desde ese momento, buscó por todo París los medios para pagar el transporte de sus compañeros leales a su patria. Para el 11 de julio, los recursos no eran suficientes. El gobierno francés decidió que, de no salir en las siguientes 24 horas, los combatientes mexicanos serían reducidos a prisión. Huerta decidió que viajaran a España. Sin embargo, el camino hacia la patria se veía aún lejano.

Pidió recursos a todo el mundo. Solicitó auxilio de los hombres más acaudalados de México, la mayoría de quienes, temerosos del castigo de los franceses, dieron poco o nada. Los alimentos comenzaron a escasear a los prisioneros en libertad.

El año de 1864 transcurrió sin que se viera una solución próxima al problema. Por si fuera poco los prisioneros comenzaron, además, a tener problemas con algunos prestamistas a quienes habían pedido dinero para comer. Aunque la desesperación hacía presa de los mexicanos, Huerta siempre mantuvo ecuanimidad y liderazgo para resolver los problemas conforme se iban presentando. Sin embargo, su frustración por no ver llegar la ayuda, a pesar de poner su nombre como promesa de pago o sus propias tierras a la venta, fue creciendo conforme se acercaba diciembre.

En los primeros meses de 1865 olvidó toda posibilidad de que los recursos oficiales auxiliaran a los leales mexicanos. Contactó entonces a uno de sus socios en México, Manuel Terreros, quien pronto aceptó donar la mitad de los gastos. El propio Huerta, de su bolsillo y de algunos donativos de otros mexicanos, puso el dinero restante. El 26 de febrero Huerta les decía a los prisioneros: "Partid al suelo patrio, buscad en el campo del honor nuevas glorias, sostened con bravura el pabellón nacional". Los prisioneros salieron de Europa el 27 de febrero siguiente. La misión más complicada y patriota de Huerta había sido cumplida.

Hubiera sido más sencillo firmar el documento de sumisión. Los traidores a la patria llegaron al país al poco tiempo de su firma; pero pisaron suelo mexicano deshonrados. Huerta y los demás oficiales prefirieron el hambre a la deshonra.


(Tomado de: Tapia, Mario - 101 héroes en la historia de México. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2008) 



jueves, 11 de noviembre de 2021

Juan A. Mateos

 


59

Juan A. Mateos (1831-1913)

Guardaba cada batalla en su memoria o en los papeles sueltos en donde siempre escribía algún comentario o recuerdo que no quería se perdiera con el tiempo. En el campo de guerra se batía como si el fuego y el coraje dieran sentido a su vida. Pero el capitalino Juan Antonio Mateos era mucho más. Aquel 1854 había interrumpido su carrera de Leyes en el Colegio San Juan de Letrán de la Ciudad de México para luchar a favor de sus ideas liberales. El deber le había llamado a las armas, pero estaba seguro de que regresaría a la senda del conocimiento.

Así lo hizo en el momento en que la guerra se intensificaba. Aunque su participación en los campos liberales había sido trascendental, el destino le tenía marcadas nuevas y más importantes tareas. No por ello dejó de participar en grandes batallas, más aún después de enterarse de que su hermano Manuel había sido fusilado por órdenes del general conservador Márquez. Mateos no encontró consuelo hasta terminada la Guerra de Reforma, cuando por fin tuvo tiempo de escribir lo que había vivido como combatiente.

Sin embargo, aquella tranquilidad le duraría poco, pues la Intervención Francesa lo obligó a enfrentar a un nuevo enemigo. Esta vez su trinchera sería las de las letras. Por medio de varios artículos atacó la ocupación francesa y al llamado Segundo Imperio. Fue por uno de sus artículos, publicado en La Orquesta, que Mateos fue encarcelado.

La prisión no lo hizo cambiar de ideas. Una vez en libertad, volvió al ataque, esta vez criticando duramente el proyecto de colonización de Sonora. Ésta vez su castigo fue el destierro en San Juan de Ulúa y, meses más tarde, en Yucatán. Fue entonces que Mateos decidió volver a las armas. Con algo de fortuna logró ponerse a las órdenes de Porfirio Díaz, a cuyo lado luchó exitosamente en contra de las tropas invasoras. Mateos fue testigo y partícipe de la derrota final del imperio de Maximiliano y vio al poder republicano y progresista, en la figura de Benito Juárez, tomar las riendas del país. El capitalino no podía más que enorgullecerse de ello.

No descansó y siguió escribiendo, contando sus recuerdos de lo que había sucedido en el país y dejando crónicas fidedignas para la posteridad. Juárez le reconoció su aporte nombrándolo ministro de la Suprema Corte de Justicia. El abogado fue además diputado y director de la Biblioteca del Congreso, pero fue el soldado y el escritor el que ha pasado para siempre a la historia.


(Tomado de: Tapia, Mario - 101 héroes en la historia de México. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2008) 

lunes, 27 de septiembre de 2021

Nicolás Romero

 


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Nicolás Romero (1827-1865)

Fue un jinete excepcional. Recorría las veredas de los estados de México, Michoacán y Guerrero cual si hubiera nacido guerrillero. Su instinto le ayudaba a desaparecer cuando no quería ser visto y a atacar cuando nadie lo esperaba. Era una calamidad para el enemigo, que veía burlados todos sus intentos para capturarlo. El hidalguense jamás recibió instrucción militar, y sin embargo las tropas del mejor ejército del mundo se vieron incapaces de frenar las escaramuzas de Nicolás Romero, "El león de las montañas".

Sus manos estaban hechas para el trabajo duro. Su jornada laboral comenzaba muy temprano y terminaba tarde. Así es la vida de quienes tienen que trabajar para mantener a sus familias día con día. Desde joven tuvo la oportunidad de trabajar en la pujante industria textil que se desarrollaba en la Ciudad de México. Como textilero, gozó de cierta tranquilidad económica, aun y cuando no pudo ascender dentro de las clases sociales. Nicolás Romero luchaba por vivir al día. En varias ocasiones, de acuerdo con las ondulaciones de la economía nacional, cambiaba de empresa. Llegó incluso a trabajar en fábricas en el entonces lejano poblado de Tlalpan. En otras se dedicaba a la agricultura. Así que cuando tuvo la oportunidad de servir a su patria, con la fortaleza de los justos, no dudó en hacerse a las armas.

Sus ideales eran republicanos y patriotas. No contaba con experiencia en las armas cuando se unió al grupo de Aureliano Rivera durante la Guerra de Reforma. Fue ahí donde aprendió la táctica y estrategia de la guerra de guerrillas. Sus operaciones tuvieron gran éxito y fueron de mucha importancia para la causa liberal. Con esa experiencia, Romero comenzó a forjarse como hombre, como guerrillero y héroe.

Cuando supo que un invasor extranjero pretendía controlar el país, no dudó en enfrentarlo. De inmediato se unió a las tropas de Vicente Riva Palacio y a su lado participó en las campañas de Michoacán, Guerrero, Querétaro y el Estado de México. Una y otra vez consiguió sorprender a las tropas francesas. Muy pronto, Romero se convirtió en uno de los enemigos más peligrosos del imperio de Maximiliano de Habsburgo.

Los franceses lo buscaron exhaustivamente. Durante días y meses siguieron su huella sin poderlo capturar, hasta aquel fatídico día en que se enfrentó al ejército imperial en la cañada de Papanzidán, en el estado de Michoacán. Después de una fuerte batida, Romero fue hecho prisionero y conducido a la Ciudad de México en donde se le juzgó. La sentencia era de todos conocida y fue fusilado el 11 de marzo de 1865 en la plazuela de Mixcalco.


(Tomado de: Tapia, Mario - 101 héroes en la historia de México. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2008) 

lunes, 13 de septiembre de 2021

Francisco Zarco

 


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Francisco Zarco (1829-1869)

"Del favor de la providencia y del patriotismo de los mexicanos, esperamos que al verse libres del yugo que los oprimía, sepan con cordura y con decisión salvar a su patria y acentuarse sobre bases sólidas la libertad", escribió al triunfo de la Revolución de Ayutla en el periódico En Siglo XIX, del cual  era editor. Tenía 26 años y era ya considerado una de las plumas más certeras de todo el país.

Su historia era admirable. Nacido en Durango, apenas había contado con algunos estudios durante su juventud en la Ciudad de México. Sin embargo, Francisco Zarco era un aguerrido autodidacta. Su memoria impactaba a quienes lo conocían y poseía un talento para los idiomas y las letras.

Tan sólo contaba con 14 años cuando entró a la Secretaría de Relaciones Exteriores como traductor -dominaba el inglés, francés e italiano-. Tres años más tarde, su inteligencia y erudición lo impulsaron a la secretaría del Consejo de Gobierno. Unos meses después, fue designado oficial mayor de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Apenas cumplía la mayoría de edad y su carrera política ya era envidiable. Para Zarco, el cielo era el límite.

Pero su verdadera pasión fue siempre el periodismo. Desde muy joven comenzó a escribir en diversos periódicos del país. Creía en las ideas liberales y se convirtió en uno de los principales periodistas políticos de México. No hizo de menos la crónica, pero fue en la columna política donde impuso su estilo combatiente y veraz. Desde las páginas de El Demócrata y El Siglo Diez y Nueve promulgaba el liberalismo. En sus artículos emprendió la lucha contra el centralismo durante la Revolución de Ayutla, y contra el conservadurismo en tiempos de la Guerra de Reforma.

"Demos libertad en todo, para todo y para todos", señalaba Zarco cuando le tocó ser diputado en el Congreso Constituyente de 1856 y 1857. Su participación en la formulación de la Carta Magna resultó fundamental. Defensor de la educación popular, la libertad de prensa y expresión, la igualdad, la democracia y los derechos populares e indígenas, también hubo de sufrir persecución, encarcelamiento y torturas por sus escritos, aunque siempre salió fortalecido de estos trances. No obstante, su salud comenzó a deteriorarse con rapidez.

En los cuarenta años que vivió, Zarco se convirtió en el escritor liberal más importante del país. Su amor por la escritura le llevó a incluso renunciar a grandes puestos políticos. Benito Juárez lo invitó a formar parte de su gabinete en Gobernación y Relaciones Exteriores, pero rechazó ambos puestos para seguir con su labor periodística. El héroe de la pluma liberal murió muy pronto, pero sus escritos siguen siendo base fundamental para entender al México de aquel entonces.


(Tomado de: Tapia, Mario - 101 héroes en la historia de México. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2008) 

lunes, 23 de agosto de 2021

Mariano Escobedo

 

 


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Mariano Escobedo (1826-1902)


Cuando se enteró de la entrada del ejército estadounidense a suelo mexicano, tomó la decisión que habría de dirigir su vida para siempre. Apenas tenía 20 años, pero ya era un jinete ejemplar. Pocos como él conocían los caminos del norte del país. Desde pequeño había ayudado a su padre a llevar ganado por esas veredas. Nunca se imaginó que, al enlistarse como soldado raso para luchar contra la invasión estadounidense, comenzaría a forjar una de las más ilustres carreras militares.

Durante la invasión, participó destacadamente en varias refriegas, pero la que mayor atención le otorgó fue la de la Angostura, donde hasta el ejército enemigo se vio sorprendido por sus hazañas. Escobedo hizo prisioneros a 37 hombres en la acción del Cañón de Santa Rosa. Quienes lo vieron en aquella ocasión supieron que aquel joven tenía un largo y próspero futuro. En especial en un país donde la forma de dirimir desacuerdos ideológicos, políticos, religiosos y sociales era por medio de las armas.

Por conciencia fue liberal. Por ello, durante la Revolución de Ayutla se unió a la lucha contra el régimen santannista. Fue en su ciudad natal, Galeana, donde en 1855 encontró a los hombres que irían con él hacia la libertad. Su paso por el sur de Nuevo León fue exitoso yreplegó a los conservadores hacia Saltillo donde impuso el orden liberal.

Para cuando dio inicio la Guerra de Reforma (1858-1861) entre liberales y conservadores, Escobedo era ya un reconocido militar. Enfrentó en el centro del país a destacados militares, como Miguel Miramón, el azote de los liberales, y venció a la mayoría, incluido este último, en distintas batallas en Zacatecas, Guanajuato y San Luis Potosí. Quizá su derrota más sensible fue la que sufrió en Irapuato frente a Adrián Woll.

Pero su fama y heroicidad serían realmente reconocidas durante la Intervención Francesa. Por segunda ocasión, el neoleonés se lanzó en defensa de su patria. Su aplaudida participación en la batalla del 5 de mayo de 1862 le valió el ascenso a general brigadier. Varias fueron las acciones de Escobedo contra los franceses y en todas destacó por su coraje, inteligencia y decisión. Ello le llevó a participar en el sitio de Querétaro en 1867. La toma de esa plaza fue el tiro de gracia al imperio de Maximiliano.

A pesar de haber ocupado en varias ocasiones la gubernatura de Nuevo León y San Luis Potosí, ser ministro de Guerra e incluso diputado, su verdadero legado se encuentra en las batallas que tan destacadamente libró en contra de conservadores y enemigos extranjeros. Su participación en cada una de ellas fue definitiva para el triunfo de unos y derrota de otros. Murió en 1902, ocupando una curul desde la que se oponía al régimen de Porfirio Díaz.


(Tomado de: Tapia, Mario - 101 héroes en la historia de México. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2008) 


sábado, 5 de septiembre de 2020

Ignacio de la Llave

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Ignacio de la Llave (1818-1863)

Se había acostumbrado a la rebelión. Desde los 26 años, su vena liberal lo impulsó a luchar contra el régimen de Antonio López de Santa Anna. No pasó mucho tiempo para que volviera al campo de batalla a pelear contra la invasión estadounidense en el estado que lo vio nacer: Veracruz. Después vino la Revolución de Ayutla y en Orizaba, su ciudad natal, se levantó en armas. La voracidad del tiempo en el que le tocó vivir le dio poco descanso, pues se mantuvo activo durante la Guerra de los Tres Años combatiendo a los conservadores. Pero ningún enemigo como el ejército francés del que ahora era prisionero.
Ignacio de la Llave era querido en su estado. El abogado ya había gobernado Veracruz en dos ocasiones, la primera de 1855 a 1856 tras el triunfo de la Revolución de Ayutla; y la segunda, varios años después, entre 1861 y 1862. Además de entablar leyes liberales, había decidido trasladar los poderes estatales hacia Jalapa.
Pero su popularidad era fuerte, incluso en los círculos políticos del centro del país. Su republicanismo había sido reconocido por Comonfort y Juárez, de cuyos gobiernos fue secretario de Gobernación en distintas etapas. Su trascendencia era tal que la cartera de Guerra y Marina también había sido suya de septiembre de 1860 a enero de 1861, antes de volver a su tierra.
La Intervención Francesa, sin embargo, fue un reto al cual no podía dar la espalda. Desde su gubernatura mandó fortificar el camino de Veracruz a Jalapa por donde habría de transitar el ejército invasor con severas dificultades. Sin embargo, la obligación de don Ignacio se encontraba no en la comodidad de la administración, sino en el ríspido camino de las armas. Por ello, se incorporó a las fuerzas de Jesús González Ortega, con quien participó en la defensa de Puebla en marzo de 1863. Sin embargo, la suerte parecía comenzar a cambiarle.
Pocos días después de la caída de Puebla (17 de mayo de 1863), De la Llave y González Ortega fueron capturados por tropas francesas. De inmediato, los invasores conscientes de la importancia de ambos personajes, decidieron remitirlos hacia Orizaba, en donde tendrían mayor control sobre ellos. Poco sabían que llevarlos a esa tierra sería su peor error.
Llegados a tierras veracruzanas fueron auxiliados por pobladores para escapar. El ímpetu de De la Llave le convenció de alcanzar a Juárez y su gabinete en San Luis Potosí con el propósito de continuar la lucha. Sin embargo, la traición le acompañaba. Los miembros de su escolta, al ver en su posesión varias onzas de oro, decidieron asaltarle. Don Ignacio salió gravemente herido de aquel triste suceso. Aún así, aguantó el trayecto hasta la hacienda del Jaral, en Guanajuato. Pero la guerra contra la muerte estaba decidida. El 23 de junio de 1863, el notable veracruzano perdió la vida.

(Tomado de: Tapia, Mario - 101 héroes en la historia de México. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2008) 

miércoles, 5 de agosto de 2020

Miguel Negrete

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Miguel Negrete (1824-1897)

La noticia corrió como reguero de pólvora. Una nueva rebelión estaba por azotar al país. Aquel junio de 1879, los periódicos publicaban: "Si las revoluciones de los pueblos no son más que la esperanza de sus necesidades legítimas no satisfechas, la revolución de México no llegará a su fin mientras no se dé un gobierno que conozca esas necesidades y sea capaz de satisfacerlas". Era la letra de Miguel Negrete. El mismo que había brillado en la victoria del 5 de mayo de 1862. De ahí su trascendencia.
Si alguien sabía de rebeliones, ése era el poblano. Después de enfrentar valerosamente a los estadounidenses entre 1846 y 1848, se había unido a la Revolución de Ayutla contra el régimen de Antonio López de Santa Anna. Tomó el llamado de las armas al inicio de la Guerra de Reforma, aunque lo hizo del lado de los conservadores bajo el mando de Miguel Miramón. Con él obtuvo victorias importantes y derrotas catastróficas como la del 22 de diciembre de 1860, que dio fin a la guerra a favor de los liberales.
Por sus servicios anteriores y sus conocimientos, fue amnistiado y desde entonces se mantuvo en las filas liberales. Fue por esos tiempos que la Intervención Francesa caló en el alma nacional. Desde el primer instante, Negrete defendió el honor patrio. Luchó contra el ejército galo en las Cumbres de Acultzingo el 28 de abril de 1862, donde a pesar de que las bajas del enemigo fueron muchas, hubo la necesidad de replegarse para esperarlo en mejor sitio: la ciudad de Puebla.
El 5 de mayo siguiente, Negrete fue encomendado para defender el Fuerte de Loreto. Era, sin duda, uno de los puntos principales por los que el ejército francés trataría de apoderarse de la ciudad. Tras un bombardeo tan fuerte como inútil, las tropas francesas decidieron comenzar su ataque. Negrete logró que sus hombres, después de algunas horas, replegaran al enemigo. A su lado, su antiguo enemigo, Felipe Berriozábal, apoyó la defensa. Ambos, unidos por la defensa de la patria, olvidaron cualquier enfrentamiento anterior. Negrete había convencido a todos de que su compromiso con la nación era superior a cualquier ideología. "Yo tengo patria antes que partido", había dicho alguna vez.
Después de aquella gloria, fue ministro de Guerra con Juárez. Sin embargo, unos años después se sublevó contra él en dos ocasiones sin éxito. En una de ellas, fue hecho prisionero y se ordenó su fusilamiento. Pero Porfirio Díaz lo perdonó por sus servicios anteriores. Más tarde, apoyaría el Plan de la Noria y de Tuxtepec junto al oaxaqueño.
Aquel 1879 la amistad estaba perdida. El levantamiento en contra de Díaz, sin embargo, no habría de durar mucho tiempo. Fue rápidamente derrotado y aunque continuó sublevándose, no llegó nunca más a ocupar un puesto de honor.

(Tomado de: Tapia, Mario - 101 héroes en la historia de México. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2008) 

miércoles, 29 de julio de 2020

Margarito Zuazo

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Margarito Zuazo (¿?-1847)

El fulgor de la batalla era continuo. Durante varias horas, el ejército invasor golpeó a los defensores con el fuego de sus armas. El Molino del Rey, en la entrada de la capital, se convirtió en el escenario de una de las más escalofriantes batallas en la historia del país. La defensa de la edificación, que los estadounidenses creían contenía una fábrica de cañones y pólvora, era resoluta. Sin embargo, no había hombre, de un bando o del otro, que no supiera que era cuestión de tiempo para que las fortificaciones cayeran.
Los invasores estaban mejor armados. Pero del bando defensor estaban la gallardía y el orgullo. Ya los estadounidenses habían sido testigos de la ferocidad con que los mexicanos actuaron en batallas anteriores. Tan sólo unos días antes, el 20 de agosto, habían tenido problemas para tomar el Convento de Churubusco. La batalla del Molino del Rey, aquel 8 de septiembre de 1847, no iba a ser distinta.
La defensa había sido establecida y coordinada por el propio Santa Anna, que esperaba el ataque el día 7. Sin embargo, ante la falta de acciones del enemigo, decidió desguarnecer en la noche parte de la defensa hacia el sur de la Ciudad de México. Al día siguiente, el error sería evidente.
La batalla dio inicio desde temprana hora. El general Antonio León y los coroneles Lucas Balderas y Gregorio Gelati hicieron todo lo posible por contener la fortaleza de los enemigos. Durante varias horas, los hombres de ambos bandos comenzaron a caer. A nadie le quedaba duda que la entrada a la capital le costaría caro a los estadounidenses.
La victoria enemiga comenzó a materializarse en el transcurso del día. Héroes anónimos caían mientras otros continuaban en la lucha sin detenerse un solo instante. Uno de ellos tenía el nombre de Margarito Zuazo, del batallón Mina. "Era un mocetón arrugado y listo -escribió de él Guillermo Prieto-; a la hora de los pujidos, él estaba en primera; él era muy hombre". Y tan lo era que, a pesar de haber sido herido, bañado en sangre se acercó a tomar la bandera de su batallón que estaba a punto de ser tomada por los enemigos. Con la fuerza que le quedó, siguió combatiendo contra los invasores sin soltar un momento el estandarte. El fuego de las armas lo envolvía, y sin embargo logró llegar hacia uno de los edificios cercanos, donde se descubrió el pecho y enredó la bandera contra su cuerpo.
No olvidó su obligación y regresó al combate. Las bayonetas de los estadounidenses encontraron una vez más su cuerpo. Zuazo sólo protegía el pabellón sagrado y con debilidad se arrastró hacia la gloria. Ese héroe desconocido no deberá jamás quedar en el olvido.

(Tomado de: Tapia, Mario - 101 héroes en la historia de México. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2008) 




viernes, 11 de octubre de 2019

Manuel Mier y Terán


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Manuel Mier y Terán (1789-1832)

Su partida rumbo al norte del país en 1827 era de gran importancia. El capitalino iba acompañado por el botánico francés Jean-Louise Berlandier, y varios militares y académicos mexicanos. La misión era delimitar la frontera entre México y Estados Unidos, nada más y nada menos. En esta ocasión no había enemigos a los cuales batir, sino una historia que reafirmar. La definición territorial de su país quedaba en sus manos.
La empresa fue realizada con éxito en Tamaulipas y Texas durante los siguientes dos años. Sus conclusiones y recomendaciones al gobierno eran claras: impedir que Estados Unidos se hiciera de aquella parte del país; Texas debía ser colonizada por mexicanos y europeos con ligas comerciales estrechas con el centro del país; además, se habría de establecer fortificaciones en caso de una invasión extranjera. De esa forma, Texas continuaría siendo parte de México.
No había por qué no hacer caso a José Manuel Rafael Simeón Mier y Terán. Había demostrado su sapiencia durante la guerra insurgente en varias ocasiones. En 1824, prácticamente todo lo que hoy es el estado de Puebla había estado en su poder. En Oaxaca logró que los realistas levantaran un largo y complicado sitio, por lo que el Congreso de Chilpancingo lo ascendió a coronel. Muchas fueron sus victorias hasta 1821 en que se adhirió al Plan de Iguala.
Había sido, además, diputado por Chiapas al inicio de la vida independiente mexicana. Con Guadalupe Victoria aceptó el Ministerio de Guerra, cargo al que luego renunció por diferencias personales. Pero muy en especial, era un fantástico militar y estratega. Fue por eso que sus opiniones no sólo fueron atendidas, sino que además fue designado para una labor de mayor importancia.
En julio de 1829, una expedición española de reconquista se hizo presente en las costas del golfo al mando del almirante Laborde. Alrededor de 3100 combatientes desembarcaron en Veracruz bajo las órdenes del brigadier Isidro Barradas. Mier y Terán fue enviado a Tampico como segundo al mando, bajo las órdenes de Antonio López de Santa Anna. Un mes les llevó expulsar a los invasores. La gesta heroica recorrió todo el país. La Segunda Independencia, como fue llamada, había sido conseguida.
Como recompensa, en 1830 se le dio la Comandancia de las Provincias Internas de Occidente: Texas, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. Un par de años más tarde, aturdido por severas depresiones, luchó contra el levantamiento de Santa Anna. Escéptico ante el porvenir de México, decidió suicidarse frente a la tumba de Iturbide aventándose sobre el filo de su espada -razón por la que también se cree que fue asesinado- un 3 de julio de 1832 en la iglesia de San Antonio, en Padilla, Tamaulipas. 

(Tomado de: Tapia, Mario - 101 héroes en la historia de México. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2008)


lunes, 16 de septiembre de 2019

Leona Vicario




35

Leona Vicario (1789-1842)

Llevaba cinco semanas enclaustrada en el convento de Belén de las Mochas como castigo por conspirar contra el gobierno virreinal y apoyar a los insurgentes con dinero e información. Sólo sus creencias y su amor a un yucateco de daban las fuerzas suficientes para continuar. Fue entonces cuando tres soldados se le acercaron y le sacaron de su celda. Tuvieron que pasar algunos minutos antes de darse cuenta de que se trataba de tres insurgentes disfrazados que habían ido en su auxilio. No sin dificultades, Leona Vicario vio de nuevo la libertad. Rápidamente, disfrazada de negra y montada en un burro cargado con cueros de pulque, se dirigió hacia Tlapujahua, Michoacán, en donde la estaban esperando. Unos días más tarde, Leona Vicario y Andrés Quintana Roo contrajeron nupcias. Su compromiso con el amor, la insurgencia y la libertad ya no lo podría romper nadie.
La ideología había unido a los enamorados. A pesar de estar bajo la tutela de su tío Agustín Pomposo, quien era un afecto al sistema virreinal, Leona Vicario creía en la gesta insurgente, y se apegó a ella con fuerza cuando su tutor le negó la oportunidad de unirse a su amado. Desde ese momento, doña Leona sirvió de espía, mensajera y patrocinadora del movimiento. En Tacuba, formó parte de un grupo clandestino de mujeres que también apoyaban la insurgencia. Y fue por esa razón que, al ser descubierta en marzo de 1813, fue hecha prisionera y llevada al convento de Belén.
Ya en libertad, junto con su esposo, participó activamente en el Congreso de Chilpancingo. Ambos sortearon los caminos itinerantes de la asamblea, salvando la vida en diversas ocasiones, a pesar de que en el vientre de Leona latía ya el fruto de su amor. Así como participaba en la planeación de las batallas, atendía a los heridos. El asedio realista se volvió tan estrecho y el embarazo de doña Leona tan avanzado, que el matrimonio decidió buscar refugio en la sierra de Tlatlaya. Hubo apenas tiempo para que Genoveva naciera en el piso de una choza. La felicidad de la pareja no pudo más que ser efímera. Los realistas les seguían el paso muy de cerca.
Cuando se vieron perdidos, doña Leona incitó a que su esposo escapara. Éste le dejó una carta para pedir el indulto en caso de que fuera aprehendida. El virrey aceptó la propuesta y el matrimonio viajó a la Ciudad de México en donde, alejados del movimiento siguieron sus vidas.
A su muerte, el 24 de agosto de 1842, Leona Vicario gozaba el reconocimiento del pueblo mexicano por prestar auxilio a los insurgentes, y apoyar a su esposo en la planeación y estrategias de guerra. Su valor se ha convertido en una muestra del carácter e importancia de la mujer durante los episodios históricos de México. 


(Tomado de: Tapia, Mario - 101 héroes en la historia de México. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2008)


viernes, 30 de agosto de 2019

Gertrudis Bocanegra


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Gertrudis Bocanegra (1765-1817)

No era usual que las mujeres tuvieran acceso al conocimiento. Pero ella buscó, de una u otra forna, el modo para hacerse de libros que le contagiaran el ánimo libertador. Los autores de la Ilustración despertaron en ella una conciencia de justicia social y libertad. Por ello, cuando inició el movimiento insurgente en 1810, y a pesar de que sus padres y su marido, Pedro Advíncula de la Vega, eran españoles, de inmediato sintió simpatía por la causa.

Al principio dudó en hacerle saber sus pensamientos a su esposo. Al fin y al cabo, don Pedro era un soldado de la tropa provincial. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que ninguno de los dos podía estar en contra de un movimiento que intentaba dar justicia a los habitantes del país.

Los dos se lanzaron a apoyar la insurgencia. Incluso un hijo suyo, a la primera oportunidad, se unió a las huestes de Hidalgo. Sin embargo, con el paso del tiempo, fue doña Gertrudis quien pudo brindar mayores servicios a la causa insurgente, en especial, después de que tanto su esposo como su hijo fallecieran en el campo de batalla.

Doña Gertrudis, a pesar de las dolorosas pérdidas, continuó con la gesta. Si de alguna forma podía honrar a sus muertos era luchando a favor de la causa por la que habían entregado sus vidas.

Bocanegra había nacido en Pátzcuaro, Michoacán, y conocía a diestra y siniestra a las personas y los senderos de aquella zona. Gracias a ello, pudo organizar una extensa red de comunicación entre los jefes insurgentes, sirviendo ella misma de correo entre Pátzcuaro y Tacámbaro.

Los cabecillas del movimiento encontraron en ella una persona de confianza. Por ello, cuando la insurgencia parecía destinada a resquebrajarse por la desunión, el poderío del ejército realista y la obstinación del gobierno virreinal, tomó un papel definitivo para la supervivencia del movimiento.

Enviada a Pátzcuaro, se le encomendó preparar la toma de su pueblo natal. De inmediato, sus cualidades de mando y organización salieron a relucir. Comenzó por organizar las fuerzas insurgentes dentro del poblado para permitir la entrada de los que se encontraban a las afueras. 

También se informó del estado de la defensa realista y trató de convencer a diversas personas de unirse al movimiento. Su gallardía llegó al punto de pedir a soldados realistas que cambiasen de bando. Tal temeridad le costó la vida.

Traicionada, fue apresada por las autoridades virreinales. Siguieron largos interrogatorios para tratar de sacarle alguna información. Sin embargo, Bocanegra no dijo una sola palabra que pusiera en peligro al movimiento, tal era su firmeza y fortaleza de carácter. Enjuiciada y sentenciada fue fusilada al pie de un fresno el 11 de octubre de 1817.


(Tomado de: Tapia, Mario - 101 héroes en la historia de México. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2008)

lunes, 8 de julio de 2019

Nezahualcóyotl



(1402-1472) Tenía apenas 16 años cuando, desde su escondite, cubierto por la sombra de un capulín, vio a su padre Ixtlixóchitl, rey de Texcoco, pelear y morir. Aún retumbaban en sus oídos las últimas palabras que le había dicho antes de que le ordenara esconderse: “Lo que te encargo y te ruego es que no desampares a nuestros súbditos y vasallos, ni eches en olvido que eres chichimeca; debes recobrar el trono que tan injustamente Tezozómoc -rey de Azcapotzalco- nos arrebata y vengar la muerte de tu afligido padre”. Ese día, mientras incineraba el cuerpo de su padre, auxiliado por súbditos leales, el príncipe Alcomiztli Nezahualcóyotl juró no olvidar su promesa.  

Había nacido el 28 de abril de 1402 en la ciudad de Texcoco. Su educación, como la de todo miembro real, fue severa pero efectiva. En su adolescencia ingresó a la escuela de la nobleza, cocida como Calmécac. Ahí aprendió a realizar cada uno de los deberes sociales. Aprendió los códices, pero muy en especial, encontró gusto por la memorización de poemas y cantos sagrados. Quizás eran éstos y los que él mismo escribió, los que repertía en los días y meses que siguieron a la muerte de su padre, mientras estaba escondido de los guerreros de Tezozómoc, quienes tenían instrucciones de hallarlo darle muerte para que no hubiera quien pudiera reclamar el trono de Acolhuacan.


Durante cuatro años, Nezahualcóyotl se ocultó en bosques y montañas. En más de una ocasión estuvo cerca de caer prisionero; sin embargo, el pueblo, que lo veía cono el verdadero rey -mientras que a Tezozómoc se le consideraba un usurpador-, le auxilió en diversas ocasiones para escapar de sus verdugos, hasta que llegó con los tlaxcaltecas y encontró un refugio donde descansar.


Con paciencia fue tejiendo su venganza. Consiguió que su tío Chimalpopoca enviara a un grupo de mujeres nobles a pedir a Tezozómoc que permitiera a Nezahualcóyotl ingresar a Tenochtitlan, en donde viviría pacíficamente. El encanto de las damas auspició la aceptación. Dos años más habrían de pasar para que Tezozómoc le permitiera ingresar a Texcoco.


Pero el tiempo venció a la venganza. Corría el año de 1427 cuando Azcapotzalco amaneció sin rey. Tezozómoc había vivido más de cien años. Antes de dar su último suspiro, pidió a sus hijos asesinar lo más pronto posible a Nezahualcóyotl, a quien había soñado destruyendo su reino y convertido en águila y en león.


El encargo recayó en Maxtla, su hijo mayor y nuevo rey de Azcapotzalco. Sin embargo, Nezahualcóyotl había aprovechado el tiempo para hacer alianzas con los señores de Tenochtitlan y Tlatelolco. Los ejércitos de Tlaxcala, Cempoala, Cholula y Huejotzingo se unieron a él y, reunidos en los llanos de Apan, esperaron el momento exacto para entrar a Texcoco.


Las guarniciones de Maxtla, aquel 5 de agosto de 1427, no pudieron resistir el embate y, en menos de un día, Nezahualcóyotl recuperó el reino de su padre y de inmediato comenzó a reorganizar el gobierno. Aquel joven poeta que cargaba con una promesa parecía haber quedado atrás. El gobernante emergía del guerrero. Pero antes de que eso ocurriera por completo, fue por Maxtla hasta Azcapotzalco, en la que fue una de las guerras más atroces del mundo prehispánico y de la cual salió vencedor el rey poeta. Cerró ese capítulo de su vida dando muerte a Maxtla y esparciendo su sangre a los cuatro puntos del universo. Tenía 25 años y su promesa había sido cumplida.


Durante los 45 años que duró su reinado, Nezahualcóyotl logró consumar la toma de Xochimilco (1429) gracias a su alianza con Tenochtitlan y Tlatelolco; y gracias a la Triple Alianza que formó con el emperador mexica, Itzcóatl, y el señor de Tacubaya, Totoquihauhtzin, pudo consolidar el imperio más grande del mundo prehispánico. A él se debe el balneario de Chapultepec, así como el acueducto que dotó de agua a Tenochtitlan. De forma especial promovió la educación, la justicia, la recaudación de tributos y las artes. Nunca un gobernante tan supremo como aquél, que había comenzado desde varios años atrás a forjar su propio destino a pesar de las contrariedades que pudo encontrar en su camino. Su fortaleza le permitió vengar a su padre, pero su sabiduría y nobleza lo convirtieron en un hombre mejor: en el líder que la gente confiaba para seguir hacia la creación de un imperio insuperable. El joven poeta nunca dejó de escribir, aun cuando la muerte le afligiera: “Allá donde no hay muerte/allá donde ella es conquistada/que allá vaya yo”.


(Tomado de: Tapia, Mario - 101 héroes en la historia de México. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2008)