jueves, 28 de febrero de 2019

Himno nacional mexicano, segundo más bonito del mundo



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El himno mexicano, el segundo más bonito del mundo

Nuestro himno tiene el segundo lugar a nivel mundial, el primero unánimemente fue otorgado a Francia. Todas las pláticas sobre él contienen este diálogo:

-Nuestro himno es muy bonito.

- Sí, dicen que es el segundo más bonito del mundo, después del francés.

Lo curioso es que, al menos, en Chile y Costa Rica se sostiene lo mismo.

La versión sobre el ranking mundial de himnos es prueba de la velocidad con que un rumor puede convertirse, ligado a una causa nacionalista, en un hecho social.

Ahora bien, el rumor asegura, no sin humorismo, que fue en Viena, durante la primera mitad del siglo XX, cuando apareció la Asociación Mundial para la Conservación y Catalogación de Canciones e Himnos Nacionales. Preocupada por allegarse fondos, la excéntrica asociación habría realizado un concurso que tuvo como jurado a los mejores músicos y poetas de la época. Por alguna extraña razón, el segundo lugar generó una rebatinga entre los jueces, quienes tuvieron que declarar un empate entre 73 países. Sin embargo, La Marsellesa se quedó con el primer lugar. Al poco tiempo, la Asociación desapareció, tanto por la avanzada edad de sus miembros, como por la falta de interés que el tema generaba. No obstante, la leyenda estaba fundada: el mexicano era el segundo himno más bonito del mundo.

Ahora bien, sobre nuestro himno existe un conflicto más serio. El presidente del Instituto Mexicano de Derechos de Autor, el licenciado Larrea Richerand, descubrió, hace unos años, que una empresa de Estados Unidos tiene registrados los derechos de autor, o eso dicen.

Desde entonces, Larrea Richerand ha promovido una solución entre ambos países. Según una nota de Julio Alejandro Quijano, aparecida en El Universal, "ninguno de los gobiernos ha hecho caso a la propuesta de Larrea Richerand, quien cuenta que todo empezó como una historia absurda".

Un día llegó el propietario de los derechos a la embajada de México en Washington con el descaro de querer cobrar regalías por el uso del himno en actividades cívicas.

Este señor se llama Henneman Harry, con número de registro internacional de autor CAE99999960. Así que la Broadcasting Music Incorporated (BMI), sociedad recaudadora de derechos de ejecución pública en Estados Unidos, tiene el himno nacional mexicano firmado en "co-autoría de Henneman Harry y Nunó Jaime". Puesto que Nunó murió en 1908, Henneman es quien quiere cobrar las regalías.

(Tomado de: Marcelo Yarza - 101 Rumores y secretos en la historia de México, Editorial Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F., 2008)



miércoles, 27 de febrero de 2019

De la adoración y culto que dan al huautli





Donde más manifiestamente hay formal idolatría, es al fin de las aguas, con las primicias de una semilla menuda más que mostaza, que llaman huautli, porque también el demonio quiere que le ofrezcan primicias: es pues esta semilla más temprana, endurece y sazonarse que otra ninguna, y así la cogen cuando el maíz que llaman temprano o nemesina empieza a espigar, que en tierras calientes sucede en dos meses; desta semilla hacen una bebida como poleadas para beberla fría, y hacen también unos bollos, que en la lengua llaman tzoalli, y éstos comen cocidos al modo de sus tortillas.



La idolatría está en que acción de gracias de que se haya sazonado, de lo primero que cogen bien molido y amasado, hacen unos ídolos de figura humana de tamaño de una cuarta de vara poco más o menos; para el día que los forman tienen preparado mucho de su vino, y en estando hechos los ídolos y cocidos los ponen en sus oratorios, como si colocaran alguna imagen, y poniéndoles candelas e incienso les ofrecen entre sus ramilletes del vino preparado para la dedicación, o en los tecomatillos supersticiosos arriba referidos, o si no los tienen en otros escogidos, y para esto se juntan todos los de aquella parcialidad que es la cofradía de Bercebú, y sentados en rueda con mucho aplauso, puestos los tecomates y ramilletes delante de los dichos ídolos, empieza en su honra y alabanza, y en la del demonio, la música del teponaztli que es un tambor todo de palo, y con él se acompaña la canturia de los ancianos, y cuando ya han tañido y cantado lo que tienen de costumbre, llegan los dueños de la ofrenda y los más principales, y en señal de sacrificio derraman de aquel vino que habían puesto en los tecomatillos, o parte o todo delante los idolillos del huautli, y esta acción llaman tlatotoyahua, y luego empiezan todos a beber lo que quedó en los dichos tecomates primero, y luego dan tras las ollas hasta acabarse, y sus juicios con ellas, y siguiéndose lo que suele de idolatrías y borracheras. Empero los dueños de los idolillos, los guardan con cuidado para el día siguiente, en el cual juntos todos los de la fiesta en el dicho oratorio, repartiendo los idolillos a pedazos como por reliquias se los comen entre todos.



Este hecho prueba muy bien las grandísimas ansias y diligencias del demonio, en continuación de aquel su primer pecado, origen de toda soberbia de querer ser semejante a Dios nuestro Señor, pues aun en los misterios de nuestra Redención trabaja tanto por imitarle, pues en lo que acabo de referir se ve tan al vivo envidiado y imitado el singularísimo misterio del Santísimo Sacramento del Altar, en el cual recopilando nuestro Señor los beneficios de nuestra redención dispuso que verdaderísimamente le comiésemos, y el demonio, simia, enemigo de todo lo bueno aliña como estos desventurados le coman, o se dejen apoderar dél comiéndole en aquellos idolillos.

(Tomado de: Hernando Ruiz de Alarcón – Tratado de las supersticiones y costumbres gentílicas que hoy viven entre los indios naturales desta Nueva España. Colección 100 de México, Secretaría de Educación Pública, México, D.F., 1988)

martes, 26 de febrero de 2019

Chontalcoatlán




Gracias a nuestro amigo Guillermo Ortiz de Montellano, tenemos algunos datos del significado de este nombre, que obtuvo consultando sus libros y reflejando con ello su laboriosidad y amor a los estudios.

Desgraciadamente, la interpretación que se le puede dar a la palabra Chontalcoatlán es “Lugar en que abundan las serpientes extrañas”. Esto es contradictorio al jeroglífico contenido en el libro de Peñafiel, que representa una víbora de cascabel, la cual no pudo ser extraña a nuestros aborígenes. Otra versión de la palabra “chontali” la da don Marcos F. Becerra, haciéndola corresponder a “bárbaro”, por una combinación de las voces rústico y tierra. ¿No podrá esta aglutinación indicar que las víboras de la región guerrerense hayan sido más venenosas que las de otras partes? Siendo así y siquiera para formar un equivalente ideológico aceptaremos, sin querer ni imponer la traducción ni menos alardear de que sea correcta, que la mejor acepción de esta palabra es “Lugar donde abundan  las víboras más venenosas”.

Pero pasando del significado de la palabra al lugar de ensueño, ubicado debajo de las mundialmente famosas Grutas de Cacahuamilpa, resulta simbólico al descender hacia el lecho del río subterráneo de Chontalcoatlán encontrar un magnífico ejemplar de serpiente de cascabel, que afortunadamente es una llamada de atención para no perder la infinidad de detalles que sin duda habremos de encontrar posteriormente. Este incidente es como la chispa que enciende la linterna de nuestra imaginación que insospechadamente creemos tendrá durante todo el recorrido bajo la superficie terrestre, alimentos abundantes y variadísimos.

¿Qué diferencia puede haber, se preguntarán algunos, entre ir por caminos desconocidos en una noche oscura, a recorrer el túnel amplísimo donde con curiosidad bulliciosa se internan las aguas un río? ¿No será semejante a seguir las márgenes de la corriente en medio de absoluta ausencia de luz? No. Inmediatamente que penetramos bajo tierra sentimos la corriente de aire encajonado con olor muy distinto al puro y libre que respiramos en nuestras aventuras alpinas. El rumor del líquido adquiere distintos tonos, ya que cuenta con la resonancia de las paredes. La ninfa Eco nos acompaña y en más de una ocasión se burla de nosotros.

La indumentaria de rigor es la del bañista con el aditamento de la lámpara ajustada a la cabeza, para tener las manos libres y poder, ya sea nadar o asirse de las paredes. Aún los más potentes reflectores portátiles dan idea de poco alcance. Las tinieblas reinan por doquier y alzando la vista extrañamos la inmensidad de una noche estrellada o los grises matices de las nubes, perceptibles aún estando la Luna en conjunción. Un haz de luz partiendo del punto superior de cada uno de nosotros no sirve más que para agigantar espectros originados por las proyecciones de maravillosas formaciones de estas galerías, que arrojan nuestras almas a un abismo, desorbitan nuestros ojos que vanamente intentan penetrar la penumbra, excitan nuestros cerebros y brotan ideas que en ningún otro lugar hubieran podido surgir.

Caminamos con el agua a la cintura, agachando la frente para iluminar nuestros pasos, vana ilusión, ya que el agua saturada de aluvión no es penetrada por los rayos luminosos y no sabemos si al avanzar quedaremos sin fondo a nuestros pies, lo que nos obligará a nadar, o si un ascenso del terreno que pisamos disminuirá el nivel del agua hasta la pantorrilla. ¿Y no es así la vida? Nuestra ridícula inteligencia cree poder prever los acontecimientos y nos recomienda sigamos tal dirección, pero uno tras otro dan al traste nuestros planes y nos percatamos de la incongruencia de lo desconocido. ¡Cuán pobres de espíritu los que tienen la presunción de poder evitar los momentos trascendentes de la existencia! Nuestro talento no es más que un charquito de agua putrefacta, agua del río de la vida que en una creciente inundó una depresión minúscula y que al volver las aguas a su nivel normal ha quedado aislada, pero ensoberbecida de su origen. Nos encerramos tras las murallas en lugar de abrir todas nuestras puertas. Tememos perder lo que creemos tener, sin saber que con certeza recibiremos infinitamente más de lo que podemos dar.

Dediquémonos devotamente a nuestras labores pero permitiendo siempre que las aguas del río infinito renueven nuestras energías ampliando nuestros alcances con los mensajes que ellas traen y así no caeremos en el error de estrechar cada vez más nuestros panoramas.

Y si aunque el lecho del río variara de profundidad manteniéndose las aguas a igual nivel, nosotros lográramos sostenernos a la misma "línea de flotación”, habríamos logrado el milagro de la fe, incomprensible para las ciencias, indiferente para los que ven la superficie de la corriente únicamente pero nunca han caído en una poza, esto es, para los que no han tenido ante sí una pregunta que contestar al destino. Pero, tarde o temprano, quien tiene el entusiasmo, el ansia de conocimiento y de comprensión, caerá en alguna poza y procurará contestarse preguntas y después él mismo se las hará y sólo encontrará la respuesta alejándose de la razón y de las ciencias, de la lógica y la llamada justicia, ensimismándose en la fe que es creer en lo que no se ve ni se palpa, ni se oye ni se gusta, creer en lo imposible pues no en otra forma logramos identificarnos con la vida, continua contradicción, cúmulo de sorpresas.



Algún compañero vislumbra una escalinata que parece llegar hasta besar la bóveda es la fuente monumental formada por un conjunto admirable de sedimentos que han adquirido la forma de toneles hacinados, de fuentes de base altísima comparada con la profundidad de la cavidad que contiene el líquido, apiñadas a tal grado, que sus partes superiores ya no tienen formas circulares entremezclándose unas circunferencias con otras y formando la misma variedad de caprichosas figuras que las que se observan al arrojar varios objetos, uno tras otro, en algún lago tranquilo y amplio, provocando ondas en la superficie que se entrelazan de mil maneras. Salimos del lecho del río y empezamos a ascender sobre las paredes del túnel. Quedamos perplejos las iridiscencias que estas formaciones producen al recibir la luz de nuestras lámparas dan la impresión de estar en un lugar incrustado de piedras preciosas semejantes a las que la dulce plática de la madre crea en nuestras mentes cuando oímos los cuentos de hadas. Los fogonazos del magnesio, siendo de duración reducidísima, aún sin deslumbrarnos no permiten formarnos un concepto completo de aquella majestad. Ni las fotos, una vez reveladas, transmiten fielmente lo que aquello realmente es. Cada uno de nosotros debe tener una idea distinta, muy personal, de estos lugares, pero todas sin duda erróneas si pudieran ser comparadas con lo verdadero. Recordamos a Goethe cuando comparó la arquitectura con música cristalizada. Aquella vasta pileta debe ser la nota del tambor, esa otra, alta y esbelta, un agudo de la viola. Catarata musical congelada; arquitectura espontánea, sin intromisión humana, millares de ideas embrionarias; éxtasis. Abajo suena el río transmitiendo siempre la idea de “adelante”, de la prisa, del ansia de llegar. ¿Llegar a dónde?

Hacemos un descanso y apagamos todas las luces. Atraen nuestra curiosidad unos puntos luminosos de color azul zafiro. Son luciérnagas, gusanitos arrastrados a la profundidad de estas grutas de donde nunca posiblemente podrán salir. Peregrinos perdidos en la inmensidad de esta noche que es siempre y que no sabe de auroras ni crepúsculos. En obscuras noches se gestan los días luminosos.

Obscuridad donde se antoja vagar sin rumbo ni objeto, confiando en que alguien guíe nuestros pasos. Pero somos tan pueriles que, al querer alcanzar una de esas minúsculas fosforescentes criaturas, sin preocuparnos de alumbrar nuestra trayectoria, recibimos un golpe seco con alguna roca cuya lengua colgante pasó desapercibida a nuestra memoria. El golpe nos resta orgullo, nos muestra insignificancia y aunque obstaculizó nuestro intento, nos hizo adelantar en el camino de la luz espiritual, como debe haberle sucedido a Job quien, no obstante lo que en contrario dice la Biblia, debió creer más ne Dios, por razón humana, cuando fue sujeto a más pruebas que antes. ¡Quién vive en la abundancia, tiende a olvidar los problemas primeros!

Un compañero pregunta la hora. ¿Qué significado tienen aquí las horas? ¿Qué significado tienen las distancias si ni aun poniendo las propias manos casi tocando nuestras narices podemos verlas? ¿Qué significado tiene nuestro deseo de recorrer el Chontalcoatlán en este momento y en este lugar? Ninguno. Si desmenuzáramos nuestras vidas en una infinidad de segundos, veríamos lo poco importante que es cada uno y toda ella, máxime que ella no es más que un segundo comparada con el infinito. ¿No es pues conveniente dejar de preocuparnos de nuestras tristezas y contratiempo intentando adivinar los campos que nuestra vista alcanzan?

Se pueden acercar las paredes laterales del conducto subterráneo y nosotros nadaremos. Se pueden anteponer rápidos que intenten estrellarnos contra las rocas. Los golpes y las heridas no deben distraernos. Vamos ávidos buscando los horizontes infinitos pero viendo lo infinito en todo lo que nos rodea. Nuestra posición, después de todo, es un horizonte infinito para los que vienen muy atrás y siempre seguiremos a otros y otros nos seguirán a nosotros. Somos como las aguas de los ríos, que no tienen principio ni fin.

Los maravillosos encajes que forman estalactitas y estalagmitas en continua vertical, alcanzan en algunos lugares tales dimensiones que más asemejan laberintos encantados que al golpe de un codo o una mochila dejan escapar notas graves y sordas. Las que penden de las bóvedas que a veces tienen alturas hasta de sesenta o setenta metros, dan la impresión de enormes candelabros que faltos de luz quisieran irradiarla. Las estalagmitas desean alcanzar a sus hermanas las estalagmitas pero tienen que esperar pacientemente la caída de millones de gotas que contengan el material que ha de solidificarse, de acuerdo con ciertos procesos físicos para elevarse unos cuantos centímetros más. Están ya a punto de tocarse algunas y sus nudosos cuerpos dan muestra de las dificultades que han tenido. Otras, aparentemente de distinta familia, parecen hojas de plantas gigantescas que buscaran inútilmente al Sol del que sólo han oído hablar. En su afán, cada una de ellas toma distinta posición según la roseta de los vientos.

Ruidos extraños se oyen en dirección de donde tenemos enfocada la vista e imaginación. Una oleada de tenue luz nos viene al encuentro. Las chachalacas que habitan en la salida de las grutas son las que motivan el alboroto. Poco a poco vamos olvidando que llevamos linternas en las cabezas. Vamos dejando atrás la noche. Ha llegado nuestra aurora. Se va haciendo, no de un golpe sino poco a poco, la luz. Volvemos a la vida física. Volvemos a donde la criatura humana. Salimos del infierno de los aztecas: la negra oscuridad.

Ya afuera, ni aún los rayos esplendorosos del Sol logran penetrar el agua para permitirnos ver los obstáculos que existen en el fondo del río. Las aguas turbulentas están demasiado llenas de cuerpos en suspensión para ser claras. Más adelante, mucho más adelante esas mismas aguas serán tranquilas y transparentes. Se habrán despojado de todas las partículas de tierra y el lecho del río podrá ver al Sol y el Sol podrá regocijarlo y nosotros podremos ver a dónde poner los pies pero al saberlo yo no veremos dónde pisamos.

Las revueltas aguas de nuestra juventud tampoco son cristalinas pero a medida que nos acercamos al misterio, al tranquilizarnos, se van aclarando. Pero ni aún entonces podrán dar imágenes exactas por los fenómenos de refracción.  Posiblemente cuando se evaporen, posiblemente. ¿Y si no? Posiblemente después, posiblemente.

De improviso las aguas se tornan más turbias. Es que se han unido en un solo cauce las del Chontalcoatlán y las de su gemelo el San Gerónimo, estas últimas siempre han sido más frías y también más oscuras, llegando a tonos chocolatosos.

El recorrido del San Jerónimo es mucho más largo, no tiene el entreacto de “Agua Brava” que es un respiro psicológico. Desde que penetramos por el callejón extraordinario de cortinajes pétreos que parece la antesala del infierno, nos vemos obligados a luchar tenazmente, venciendo sitios como el bautizado “El Pongo” en recuerdo de la novela “La Vorágine” de Rivera. La fuente monumental aunque menos espectacular que la del chontal, implica encaramamientos de unos sobre los hombros de los otros, y los rápidos son más numerosos y veloces.

Naufragan nuestras esperanzas de llegar alguna vez a caminar sobre aguas transparentes. Nuestras vidas también se verán enturbiadas con el vómito intempestivo de elementos cargados de opacidad y no posiblemente sino probablemente, nunca abandonemos este camino fangoso donde bajo la corriente presurosa nuestras piernas luchan por dar lentos, inseguros, tambaleantes pasos, no siempre hacia adelante.

(Tomado de: Luis Felipe Palafox – Horizontes Mexicanos. Editorial Orión, México, D.F., 1968)




lunes, 25 de febrero de 2019

Andanzas de Lorenzo Boturini




La historia de las andanzas de Lorenzo Boturini Benaduci en Nueva España parece ser el resultado del modo de sentir de muchos novohispanos de las clases altas y de los patrones de gobierno de las autoridades virreinales. Este caballero Boturini, nacido en Italia, vivió en Viena por algún tiempo y, debido a que la corte de España ordenó, por guerra entre España y Austria, que todos los italianos saliesen de los dominios austríacos, pasó por Portugal y luego a España. Sin arraigo en ésta, aceptó venir a Nueva España, en 1735, a gestionar el pago que la condesa de Santibáñez cobraba en México como descendiente del emperador Moctezuma.

No se sabe por que razones el pasaporte y la licencia para viajar al virreinato no cumplían todos los requisitos que exigían las autoridades metropolitanas. Para salir de España no tuvo mayores dificultades; éstas vendrían después. Llegó a México en febrero de 1736.

Como se recordará, en 1737 la Virgen de Guadalupe fue proclamada patrona de la Ciudad de México, y la curiosidad de Boturini se despertaría ante esta manifestación de fe popular. Se interesó por averiguar el origen del culto a la imagen conservada en el Tepeyac. Dicen sus biógrafos que anduvo buscando testimonios que documentaran la aparición a Juan Diego. Durante ese tiempo no sólo recogió la tradición oral de la historia prehispánica, sino también muchos otros documentos que han sido considerados muy valiosos para conocer el pasado de México.

Mientras todo fue afán de satisfacer su curiosidad de anticuario parece que no tuvo dificultades. Según los catálogos o inventarios que existe de su colección, pudo reunir una considerable cantidad de manuscritos y pinturas antiguas. Pero no paró allí su interés por las cosas de Nueva España. Poseído de fervor guadalupano, quiso contribuir al mayor esplendor de la Virgen, gestionando su coronación, para lo cual se acogía a la gracia que concedía la basílica vaticana de Roma de que fueran coronadas públicamente las imágenes "taumaturgas". Aquí ya entraba en terrenos ajenos y no iba a poder actuar con independencia de los órganos de gobierno colonial. La Audiencia de México pasó por alto la licencia que debía expedir el Consejo de Indias para llevar a cabo la coronación, se mostró anuente a los deseos de Boturini y le permitió seguir adelante con los preparativos. Estaba Boturini recogiendo limosnas o donativos para costear la ceremonia cuando llegó a Nueva España el virrey Fuenclara. Antes de llegar a la capital, en Jalapa se enteró de lo que se proponía don Lorenzo. La desconfianza con que se miraba a los extranjeros hizo que el virrey pidiera un amplio informe sobre la estancia del italo-español. Inmediatamente fue llamado a comparecer ante el alcalde del crimen y se le procesó. Fue acusado de ser extranjero y hallarse en el país sin la debida licencia, de haber recogido donativos sin permiso, de haberse atrevido a promover el culto de Nuestra Señora de Guadalupe siendo extranjero y de haber tratado de poner en la corona de la Virgen otras armas que las del rey. Fue puesto en prisión en febrero de 1743. Papeles, ropa y dinero le fueron embargados y de todo el asunto se dio cuenta al rey.

Boturini se defendió enérgicamente durante su proceso y logró demostrar su inocencia, pero el virrey juzgó que era mejor alejarlo de Nueva España y dio orden para que saliera hacia España a principios de 1744. Con trabajos llegó a Madrid, pues unos corsarios ingleses apresaron el navío en que viajaba, le quitaron su equipaje y lo desembarcaron en Gibraltar. De allí, a pie, se fue a España. Se presentó ante el Consejo de Indias pidiendo que se le hiciera justicia y reclamando sus papeles. El rey había mandado amonestar a los oidores de México por no cumplir con todos los trámites en los negocios de Boturini, pero no encontró reprensible su interés de anticuario. Accedió a recompensarlo por el trabajo que había realizado al juntar los documentos y aprovechar sus conocimientos para que escribiera una historia de los indios. Le concedió licencia de volver a México y le nombró historiógrafo de Indias. Pero Boturini no vivió lo suficiente para gozar del favor del rey. Se quedó en España y allá murió en 1751. Su famosa colección, llamada Museo, quedó depositada en la secretaría de Cámara del virreinato.

Esos papeles, a los que se refieren posteriores historiadores lamentándose de su pérdida, fueron utilizados por don Mariano Veytia (Mariano José Fernández de Echevarría y Orcolaga, Alonso Linage Veytia), criollo distinguido, abogado e historiador, nacido en Puebla de los Ángeles en 1720. Su padre fue José de Veytia, oidor decano de la Real Audiencia y primer superintendente de la Casa de la Moneda, y un tío abuelo, don José Veytia Linage, autor de la célebre obra Norte de la Contratación de Indias. Estudió en México, en donde obtuvo los grados de bachiller en artes, en 1733, y en leyes, en 1736, y el título de abogado en 1737. Viajó extensamente por Europa y visitó Jerusalém y Marruecos. Después de servir al rey en la península, volvió a su patria, a la muerte de su padre, para ponerse al frente de los negocios de la familia.

En Madrid tuvo estrecha amistad con Boturini, a quien alojó en su casa. Allí escribió Lorenzo su libro Idea de una nueva historia de la América septentrional y también allí fue donde Veytia recibió las primeras ideas de las antigüedades mexicanas, que más tarde habían de servirle para redactar su libro Historia Antigua de México.

Veytia dejó varios escritos inéditos, entre otros una pequeña obra llamada Baluartes de México, en la que da noticia de cuatro santas imágenes de Nuestra Señora, que se veneraban en cuatro santuarios, a los cuatro vientos de México. De las cuatro, " la más prodigiosa y que verdaderamente se lleva la admiración y asombro... es la de Guadalupe ". Si se desconociera el lugar y la fecha de su nacimiento, leyendo sus obras advertiríamos su amor y preferencia por la historia de los indios, y podríamos determinar la época en que vivió y su nacionalidad.

(Tomado de: María del Carmen Velázquez - El despertar Ilustrado. Historia de México, tomo 7, El despertar Ilustrado, Salvat Mexicana de ediciones, S.A. de C.V., México,D.F., 1978)

domingo, 24 de febrero de 2019

Wolf Rubinskis





(1921-1999) Actor, empresario y luchador profesional originario de Letonia. Dejó su país natal desde temprana edad y llegó a vivir a la Argentina, donde desarrolló su gusto por la lucha grecorromana, aunque debido a su precaria situación económica se vio obligado a pedir limosna. Buscando alcanzar Estados Unidos, llegó a México en 1946. Durante algún tiempo realizó pequeños trabajos, pero fue en la lucha libre donde comenzó a ganar reputación, llegando a pelear contra personajes de la talla de El Santo o Blue Demon. Hacia 1948 debutó como actor de teatro bajo la dirección de Seki Sano, en Un tranvía llamado Deseo y un año después logró hacer su primera incursión en cine al lado de Germán Valdés, “Tin Tán”. A partir de ahí se convierte en una figura socorrida en la pantalla grande alternando escena con los más grandes actores y luchadores.

(Tomado de: Muy Interesante, septiembre de 2018, no. 09. 100 Extranjeros que amaron México)





Un atleta llamado Deseo

Llegó a México a mediados de los años 40, proveniente de Argentina, a donde había arribado de Lituania, un pequeño país al norte de Europa. Aquí se ganaba la vida como luchador y entró a la academia de actuación del renombrado maestro japonés, Seki Sano. Con el tiempo, se ganó a pulso el personaje de Stanley Kowalsky, en la primera puesta escénica de Un tranvía llamado Deseo, de Tennesse Williams; su actuación es ya una leyenda en el teatro mexicano. Su presencia exhala sexualidad de la cabeza a los pies y su voz rasposa lo identifica plenamente. En cine, su personificación del héroe de cómic “Neutrón”, que apareció en cinco películas, lo hizo inmensamente popular. Estuvo espléndido también en La bestia magnífica, Ladrón de cadáveres (la obra maestra de Fernando Méndez) y La última lucha. Es el atleta con más credibilidad de nuestro cine. (Luis Terán)

Partes memorables de su cuerpo:
Los ojos, labios, tórax, piernas y derrière.

Su papel más sexy:
Bobby Galeana, en Pepe, el toro.

Su escena más provocadora:
Cuando se deja seducir por Miroslava en La bestia magnífica.


(Tomado de: Somos, especial de colección núm. 6, Los símbolos sexuales + ardientes del mundo, Editorial Eres, S.A. de C.V. México, D.F., 1997)







viernes, 22 de febrero de 2019

Fundación de Guadalajara



Guadalajara parecía predestinada a convertirse en una gran urbe: el conquistador de sus tierras, Nuño de Guzmán, enemigo jurado de Hernán Cortés, logró separarla de los confines de la Nueva España y convertirla en capital del reino de Nueva Galicia. Guadalajara tuvo Audiencia propia, independiente de la de México, pero el reino era pobretón y la ciudad capital apenas contó durante el virreinato.

Fundada definitivamente en 1540 en un territorio en el que habían vivido unos indígenas tan primitivos que ni siquiera dejaron huellas de su paso, Guadalajara sobrevivió trabajosamente a las continuas incursiones de chichimecas empeñados en expulsar a los intrusos. Hacia 1700 apenas albergaba quinientos españoles, quinientos negros y otros tantos indios y mestizos. Sólo existían casitas de adobe y no había jardines; el drenaje, a cielo abierto, daba origen a mortíferas enfermedades.

Apenas a mediados del siglo XVIII fueron construidos los portales de la plaza principal. La catedral con sus torres de “alcatraces al revés” no fue concluida sino hasta 1854, y las bóvedas del imponente Hospicio Cabañas acababan de ser cerradas en 1810, cuando el edificio fue destinado a servir de cuartel para los soldados que libraban la guerra de Independencia. Paradójicamente, al revés de Guanajuato, la guerra atrajo a Guadalajara muchos miles de individuos que huían de la violencia desatada en sus comarcas, y con esto la ciudad empezó a crecer aceleradamente. Hacia 1820 ya tenía unos 30,000 habitantes. Medio siglo antes se había comenzado a producir en sus alrededores el aguardiente de tequila a escala industrial. 


(Tomado de: Armando Ayala Anguiano - ¡Extra! Contenido. México de carne y Hueso III. Tercer tomo: La Nueva España (1). Editorial Contenido, S.A. de C.V., México, D.F., 1997)

jueves, 21 de febrero de 2019

Plano parcial de la ciudad de México



Se trata de un detallado mapa en el que se muestran más de 400 terrenos demarcados por caminos y canales. La mayor parte de estos terrenos aparecen con sus respectivos dueños, representados mediante una cabecita con su glifo onomástico y una glosa. Frente a estas tierras, y a lo largo del margen derecho del mapa, se dibujaron los gobernantes de Tenochtitlan desde Itzcóatl hasta Luis de Santamaría Cípac, lo que permite inferir que las tierras frente a ellos es Tenochtitlan.

La falta de un topónimo hace muy difícil precisar en qué lugar estaban ubicadas estas tierras. La única posible referencia es un gran dique y la iglesia de Santa María, según indica una glosa. El problema es que en diferentes momentos, distintas personas fueron retocando el documento original, cubriendo con papel amate algunas de sus partes o raspando su superficie para hacer nuevos dibujos. La iglesia de Santa María, por ejemplo, es un añadido posterior como lo corrobora su estilo y el tipo de letra de su glosa. Algo similar sucede con el dique que fue cubierto con papel amate para cambiar su trayecto.



Fecha de elaboración. El último gobernante en la lista es Luis Santamaría Cípac, quien gobernó entre 1563 y 1565. Es por tanto muy probable que el Plano fuera elaborado en ese período.


(Tomado de: María Castañeda de la Paz – Plano parcial de la Ciudad de México. Arqueológica Mexicana, edición especial #42, La colección de códices de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia. Editorial Raíces, México, D.F., 2012)

martes, 19 de febrero de 2019

Las calles de Tasco



Imposible imaginar seres más caprichosos, más locos que las calles de Tasco. Odian la línea recta por su fealdad matemática; detestan la horizontal por su falta de espíritu. Aquí, en Tasco, las calles avanzan, suben, descienden, tuercen a la izquierda, después a la derecha; de pronto se encabritan en una barranca, o se arrepienten y regresan al punto de partida. ¿Quién dijo que las calles fueron inventadas para ir de un sitio a otro, o para dar salida a las casas? Las calles de Tasco existen como entes de sinrazón, lo cual justifica su existencia más que si lo fuesen de razón. Algunas son puramente decorativas como el espacio que se abre, hacia algo desconocido, entre los bastidores de una trascendental decoración de teatro. Otras quieren ceñir a la población, viboras rellenas de plata alrededor del abdomen excesivo, y renuncian, desmayan lánguidas y se pierden en la ladera de un cerro. Después inventan un pretexto para reanudarse, pero no donde debieran, sino en el sitio que a su pereza conviene.

Las calles de Tasco llevan una ventaja sobre las de otros reales de minas, como Guanajuato o Zacatecas, y es que no hay en ellas esas odiosas escaleras; todas son en forma de rampa, aunque tengan cuarenta y cinco grados de pendiente y los tacones se claven, como garras, en los intersticios del empedrado. ¡Qué románticas, de noche, con su vetustez, su silencio y su farol colonial en la esquina! Cale hay que no tiene en su ámbito una sola puerta o ventana; admirable para un idilio de sordomudos, sería como si estuviesen en el país de los ciegos sin serlo ellos.



Pero hablemos de algunas calles cuya historia o tradición llega a nosotros.

La calle más importante es la Antigua Calle Real. Atraviesa la población entrando por el Norte y sale por el Sur para seguir la ruta de Acapulco. Pero serpea a su antojo; procura cruzar por sitios cuyo paisaje encanta; es una buena propagandista de Tasco. Los nombres de sus tramos variaban con el sitio que recorrían: Calle Real de San Bernardino de Siena; Calle Real de los Mercaderes; Calle Real de San Nicolás y que hoy ha cambiado y son: del coronel Agustín Tolsá, de la Libertad y de Porfirio Díaz.

La Calle del Arco, acaso la más característica, parece que antaño se llamó de San Sebastián. La Calle de Pineda debió sin duda su nombre a algún minero prominente que llevaba ese apellido. La Calle de la Muerte se designó así por el esqueleto de piedra que, roído de años y amarillecido de intemperies, gesticula sobre la puerta que da acceso a la escalera de la torre sur del templo. La Calle de la Veracruz nos lleva a la capilla de su nombre y la de Guadalupe trepa –calvario cotidiano, coronado por la riqueza del paisaje- hasta el templo de igual designación. El Callejón del Nogal, más que cerrado, ciego, con un recodo a su entrada para que nadie pueda inspeccionarlo atrevido, se indigna porque lo usan como letrina…

Algunas tradiciones se relacionan con las calles. Dicen que doña Elena de Añorga, dueña que fue de la riquísima mina del Espíritu Santo, mandaba peones que alfombraban con barras de plata las calles por donde tenía que pasar cuando venía a Tasco. La Calle de las Estacas que cruza la barranca así llamada, debe su nombre a unas estacas que había en la parte más baja; todavía muestran allí unos grandes bloques de piedra con el hueco que sostenía las estacas. Servían éstas para clavar en ellas a las mujeres que hacían torpe o ilícito comercio de su cuerpo.

La rebeldía de las calles de Tasco, al no querer seguir un plan definido, ha hecho que, sin pensarlo, se formen entre ellas huecos que no ha sido posible llenar de casas: entonces se realizó el prodigio de las plazas de Tasco.


(Tomado de: Manuel Toussaint (texto) y Francisco Díaz de León (grabados) - Oaxaca y Tasco)


lunes, 18 de febrero de 2019

La lucha por la Libertad


(Grabado por Adolfo Mexiac)

Todo el siglo anterior lo hemos pasado luchando por la libertad.

Luchamos por ella cuando el dominio español hincaba sus garras en esta joven América. Sacudido su yugo, vino un tirano, audaz y de odiosa memoria: Iturbide. Hizo traición a los españoles para después hacer traición a los mexicanos. Con su vida pagó su audacia.

Después, en lucha siempre por la libertad, se regaron los campos con sangre hermana. El clero, por medio de sus mercenarios, quería imponerse, pero las ideas democráticas y republicanas se lo impedían: la fresca savia de este pueblo tan befado y hostigado repudiaba las tenebrosidades del claustro y por naturaleza odiaba las opresiones vergonzosas.

Con vertiginosidad pasmosa sucedían presidentes a los presidentes. Sus administraciones efímeras no eran más que el reflejo de ese ir y venir de ideas que se encontraban, y después de una corta lucha decidían una situación.

La patria sangraba. La República era un inmenso campo de batalla. El hambre hacía víctima y la peste asolaba las comarcas, y los campos fecundos se convertían en yermos.
Y continuaba la pugna.

Al anglosajón le correspondía representar su papel: sangrando, la patria tuvo que sufrir una dolorosa amputación, quedando sus miembros amputados en poder del cirujano. Muchos lloramos esa pérdida, pero el dolor se olvidó con nuevos dolores.

El enemigo irreconciliable del progreso volvió a atentar contra las libertades públicas, y el mismo déspota que vendió por un puñado de dólares la integridad de la patria, siempre afiliado a su partido tenebroso, porque siempre han hermanado la soldadesca y el fraile, removió el rescoldo y se avivaron los odios, y la sangre hermana continuó empapando los campos.

Pero vino la mejor época para las instituciones democráticas. Una época que había de decidir la suerte de los dos partidos antagonistas: la de la Reforma. No obstante que la patria sangraba, tuvo vigor para sostenerla, porque ese era el remedio de sus males porque con la Reforma habían de recibir libertad sus hijos y con ellos asegurarían sus derechos y podrían reclamar sus prerrogativas. Ya no habría esclavos en el territorio mexicano; todos seríamos iguales; todos podrían abrazar el oficio o profesión que tuvieran por conveniente; a nadie se juzgaría sino por ley expresa; las ideas podrían ser emitidas libremente; ya no habría prisión por deudas, ni penas infamantes ni trascendentales, etcétera, etcétera. Pero esas libertades no convencían al enemigo de la libertad, y volvieron a ensangrentarse los campos y la patria volvió a sangrar.

El enemigo de la libertad, en su despecho, echó un lazo al cuello de la nación y la sujetó a los pies de un déspota europeo.

La patria, indignada, rompió sus cadenas y ensució con la sangre del déspota el Cerro de las Campanas.

Volvimos a aspirar un soplo de libertad, bajo el gobierno del Benemérito de las Américas pero murió el coloso, el que encarnaba las aspiraciones nacionales, porque él había sostenido nuestra bandera en la época de prueba, la bandera de la libertad que tanto amamos y que tanto se nos arrebata.

Otro coloso, de enorme talento y de firmes convicciones, ocupó el puesto del anterior; pero la revolución, so pretexto de un plan regenerador, lo derrocó.

Triunfó Tuxtepec; su programa de regeneración política lo acreditó y le abrió los brazos de todos los mexicanos.

No reelección, moralidad administrativa, sufragio libre, libertad de prensa, supresión de las alcabalas, supresión del timbre, etcétera, etcétera, formaban ese halagador programa.

La República se conmovió hondamente ante tales promesas, y como joven, se entregó a la voluntad del iniciador de tan simpáticas ideas.

Veinticuatro años llevamos de esperar a que se cumpla el programa y en balde hemos esperado. Las cosas siguen como antes, con el agravante de haber perdido la libertad de sufragio, la libertad de prensa, la libre manifestación de las ideas, en lo que se refiere a asuntos políticos, y de haber reformado la Constitución en el sentido de que haya reelección indefinida y de haber dado cabida, en un programa que se decía liberal y regenerador, a ese odioso espectro que se llama política de conciliación. De modo que una administración que comenzó liberal termina conservadora y que las instituciones democráticas y federales han sido desalojadas por el centralismo y la autocracia.

Por lo que se ve, habiendo luchado por la libertad todo el siglo XIX, estamos condenados a seguir luchando por ella en el presente.

No obstante, no debemos desmayar, que las debilidades políticas se quedan para espíritus medrosos y voluntades nulas; no debemos encontrar en la decepción un pretexto para huir de la refriega, sino un estímulo para procurar que en lo de adelante sean un hecho, y no una quimera, las libertades públicas.

Regeneración, n. 21. 7 de enero de 1901.

(Tomado de: Armando Bartra (Selección) - Ricardo Flores Magón, et al: Regeneración, 1900-1918. Secretaría de Educación Pública, Lecturas Mexicanas #88, Segunda Serie, México, D.F., 1987)

sábado, 16 de febrero de 2019

El mexicano, manual de usos y costumbres





El mexicano de Abel Quezada: manual de usos y costumbres


Ficción voluntariosa y anhelante, relato especular, la indagación sobre "el mexicano" requiere que todo un pueblo se convierta en persona, derive en carácter y al fin ascienda al cielo de los arquetipos. Desde esa altura metafísica tendrá que responder a nuestras acuciantes y repetitivas preguntas: ¿Qué somos? ¿Qué deuda acumulada nos inquieta? ¿Qué destino se manifiesta en nuestras abulias, desgracias, cantares, salsas picantes y bravatas de cantina?

En tonos que van de la comprensión condescendiente al regaño desesperado, no pocos de los intelectuales mexicanos del siglo XX han solicitado la comparecencia de un ente que es el albacea de nuestra diferencia idiosincrásica, en buena medida proyección de nuestra complicada estancia en los limbos e infiernos de la historia. Estos médicos de almas colectivas han concluido que "el mexicano" es el nombre común de un hondo desasosiego que requiere, para empezar, de muchas explicaciones, largas terapias y, sobretodo, de instructivos para su manejo. El diagnóstico conjunto señala que nuestro máximo representante es una criatura empachada de pasado, asolada por sus espectros y sitiada en su incurable soledad.



Samuel Ramos, el autor del primer clásico de estas pesquisas introspectivas, El perfil del hombre y la cultura en México (1934), extrapola un concepto de la teoría sicológica de Alfred Adler y lo coloca en el sufrido corazón del comportamiento mexicano: "Al nacer México, se encontró en el mundo civilizado en la misma relación del niño frente a sus mayores. Se presentaba en la historia cuando ya imperaba una civilización madura, que solo a medias puede comprender un espíritu infantil. De esta situación desventajosa nace el sentimiento de inferioridad que se agravó con la conquista, el mestizaje, y hasta por la magnitud desproporcionada de la naturaleza." A esta falla de origen, según Ramos, "el mexicano" le debe su gusto imitador de las modas extranjeras y su ánimo autodenigratorio, así como su recurrencia al camuflaje para ocultar sus debilidades, su engañosa percepción de la realidad y su "inmutabilidad egipcia".

Emilio Uranga, en su Ensayo de una ontología del mexicano (Cuadernos Americanos num. 2, marzo-abril de 1949), sustituye la inferioridad por la "insuficiencia" y califica a "el mexicano" de sentimental, un carácter determinado por "el juego de la emotividad, la inactividad y la rumiación interior infatigable". Nuestro compatriota es un ser ensimismado cuya frágil interioridad se esconde de las asechanzas e incitaciones del mundo exterior a través del fingimiento, el doblez y el disimulo. Su imaginación está enferma de melancolía; su ánimo desganado está siempre a la espera de ser salvado por los otros.



Jorge Portilla, en su Fenomenología del relajo (ensayo establecido en su versión definitiva en 1966, de manera póstuma), revela a "el mexicano" a través de una de las más socorridas expresiones de su conducta pública, el ruidoso comportamiento que a base de gestos, actitudes y palabras provocadoras, de reiteradas invocaciones al desorden, pone en suspenso a la seriedad y desvaloriza sus contenidos. Concluye el filósofo que aquel hombre de indudable simpatía, alma de todas las fiestas, no se define por el humor o la ironía, "modalidades de la libertad subjetiva [ que] aclaran los caminos de la acción", sino por el insustancial chisporroteo del relajo: el sabotaje, la abdicación, la seudo-libertad mediante las que consigue no elegir nada y escurrir de sus compromisos.

El laberinto de la soledad (1959) de Octavio Paz, el ensayo tótem sobre nuestra identidad nacional, reconfirma a "el mexicano" como un ser distante y hermético, un prófugo de sí y de los otros, que se evade tras la hueca muralla de los formalismos y las formas. El poeta descubre  que el rostro y la sonrisa, el silencio o la palabra, el trato cortés y reservado con los que "el mexicano" se presenta en sociedad y enfrenta la mirada ajena, son en realidad las máscaras de "un cuerpo y un alma a la intemperie", el disfraz de un "desollado" que quiere pasar desapercibido porque se sabe Ninguno, hijo de Don Nadie y de la Malinche, producto de la cópula violenta entre el Gran Chingón y la Chingada. Por debajo de las malas palabras y las dulces devociones sigue manando la hiel de la conquista, la orfandad que busca consuelo en Guadalupe-Tonantzin. La fiesta mexicana es el ritual estallido, la momentánea liberación, el alarido y la desgarradura de un pueblo en el fondo triste, tan indiferente a la vida como fascinado por la muerte. "La historia de México -resume Paz- es la del hombre que busca su filiación, su origen. Sucesivamente afrancesado, hispanista, indigenista, 'pocho', cruza su historia como un cometa de jade que de vez en cuando relampaguea. En su excéntrica tarea ¿qué persigue? Va tras su catástrofe: quiere volver a ser sol, volver al centro de vida de donde un día -¿en la conquista ola independencia?-fue desprendido. Nuestra soledad tiene las mismas raíces que el sentimiento religioso. Es una orfandad, una oscura conciencia de que hemos sido arrancados del todo y una ardiente búsqueda: una fuga y un regreso, tentativa por restablecer los lazos que nos unían a la creación".



Una década más tarde, de regreso a esos conflictivos orígenes donde dos mundos se encontraron de manera por demás dramática, Santiago Ramírez conduce a "el mexicano" hacia el diván sicoanalítico e indaga sobre la formación de una personalidad calificada de insegura, fatalista, "chipilona", mimética e "importamadrista", según el término acuñado por Jorge Carrión. En El mexicano. Psicología de sus motivaciones (1959) Ramírez perfila un eterno adolescente afectado por "un conflicto oagudo de identificaciones múltiples" que ha crecido con la imagen de un padre ausente y una madre desvalorizada. Este trauma de la infancia histórica explicaría nuestra debilidad por los caudillos y los héroes, nuestra ambivalente relación con la autoridad, el poder y Estados Unidos, nuestro alcoholismo y guadalupanismo –según esto, expresiones, sicopática y sublimada, del anhelo de madre- y nuestra afición por las canciones con falsete. "El mexicano" sería, entonces, la prolongada y doliente queja que va del "¿Somos acaso algo?" del libro de los Coloquios de Tlatelolco a "La vida no vale nada" del guanajuatense José Alfredo Jiménez.

(Tomado de: Alfonso Morales (prólogo) - Abel Quesada: El Mexicano. Los mejores cartones. Colección Espejo de México. Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V.; México, D.F., 1999)