Imposible
imaginar seres más caprichosos, más locos que las calles de Tasco. Odian la
línea recta por su fealdad matemática; detestan la horizontal por su falta de
espíritu. Aquí, en Tasco, las calles avanzan, suben, descienden, tuercen a la
izquierda, después a la derecha; de pronto se encabritan en una barranca, o se
arrepienten y regresan al punto de partida. ¿Quién dijo que las calles fueron
inventadas para ir de un sitio a otro, o para dar salida a las casas? Las
calles de Tasco existen como entes de sinrazón, lo cual justifica su existencia
más que si lo fuesen de razón. Algunas son puramente decorativas como el
espacio que se abre, hacia algo desconocido, entre los bastidores de una
trascendental decoración de teatro. Otras quieren ceñir a la población,
viboras rellenas de plata alrededor del abdomen excesivo, y renuncian,
desmayan lánguidas y se pierden en la ladera de un cerro. Después inventan un
pretexto para reanudarse, pero no donde debieran, sino en el sitio que a su
pereza conviene.
Las calles de
Tasco llevan una ventaja sobre las de otros reales de minas, como Guanajuato o
Zacatecas, y es que no hay en ellas esas odiosas escaleras; todas son en forma
de rampa, aunque tengan cuarenta y cinco grados de pendiente y los tacones se
claven, como garras, en los intersticios del empedrado. ¡Qué románticas, de
noche, con su vetustez, su silencio y su farol colonial en la esquina! Cale hay
que no tiene en su ámbito una sola puerta o ventana; admirable para un idilio
de sordomudos, sería como si estuviesen en el país de los ciegos sin serlo
ellos.
Pero hablemos
de algunas calles cuya historia o tradición llega a nosotros.
La calle más
importante es la Antigua Calle Real. Atraviesa la población entrando por el
Norte y sale por el Sur para seguir la ruta de Acapulco. Pero serpea a su
antojo; procura cruzar por sitios cuyo paisaje encanta; es una buena
propagandista de Tasco. Los nombres de sus tramos variaban con el sitio que
recorrían: Calle Real de San Bernardino de Siena; Calle Real de los Mercaderes;
Calle Real de San Nicolás y que hoy ha cambiado y son: del coronel Agustín
Tolsá, de la Libertad y de Porfirio Díaz.
La Calle del
Arco, acaso la más característica, parece que antaño se llamó de San Sebastián.
La Calle de Pineda debió sin duda su nombre a algún minero prominente que
llevaba ese apellido. La Calle de la Muerte se designó así por el esqueleto de
piedra que, roído de años y amarillecido de intemperies, gesticula sobre la
puerta que da acceso a la escalera de la torre sur del templo. La Calle de la
Veracruz nos lleva a la capilla de su nombre y la de Guadalupe trepa –calvario
cotidiano, coronado por la riqueza del paisaje- hasta el templo de igual
designación. El Callejón del Nogal, más que cerrado, ciego, con un recodo a su
entrada para que nadie pueda inspeccionarlo atrevido, se indigna porque lo usan
como letrina…
Algunas
tradiciones se relacionan con las calles. Dicen que doña Elena de Añorga, dueña
que fue de la riquísima mina del Espíritu Santo, mandaba peones que alfombraban
con barras de plata las calles por donde tenía que pasar cuando venía a Tasco.
La Calle de las Estacas que cruza la barranca así llamada, debe su nombre a
unas estacas que había en la parte más baja; todavía muestran allí unos grandes
bloques de piedra con el hueco que sostenía las estacas. Servían éstas para
clavar en ellas a las mujeres que hacían torpe o ilícito comercio de su cuerpo.
La rebeldía
de las calles de Tasco, al no querer seguir un plan definido, ha hecho que, sin
pensarlo, se formen entre ellas huecos que no ha sido posible llenar de casas:
entonces se realizó el prodigio de las plazas de Tasco.
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