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jueves, 10 de agosto de 2023

Teatro de Ulises, una secta inesperada

 


Una secta inesperada 

Antonio Magaña Esquivel


(En Introducción a Teatro mexicano del siglo XX

Letras Mexicanas 26, México, FCE, 1956, pp. III-XI)


Una secta inesperada, una especie de sociedad secreta, con el mismo espíritu de las órdenes monásticas, sostenida por un pacto de inconformidad y cultura, surge aislada y representa el papel de precursora en este aún inconcluso drama de la renovación teatral. Se llama Teatro de Ulises. A la temática nacionalista del grupo anterior, (1) sucede un sentido conceptual del teatro. A la influencia del teatro benaventino, automático, de aire local o cosmopolita, se opone la idea de un teatro universal compatible con el hombre y las verdades de nuestro tiempo; y a los viejos sistemas, el redescubrimiento de que la representación es un conjunto de problemas de la operación creadora, partes de la unidad al servicio de la obra y de su credibilidad. Sus creadores -Villaurrutia, Novo, Celestino Gorostiza y Owen, y en primer término, mecenas y mesiánica, Antonieta Rivas Mercado- lo consideran "el pequeño teatro experimental adonde se representan obras nuevas por nuevos actores no profesionales". Gorostiza lo llama "teatro de vanguardia". Villaurrutia se complace con la calificación de exótico, "porque sus aciertos venían de fuera: obras nuevas, sentido nuevo de la interpretación y ensayos de nueva decoración, no podían venir de donde no los hay". Para encontrar la raíz del verdadero y primitivo movimiento renovador del arte dramático en México, es preciso buscarla aquí, fuera de la obra de los teatros comerciales.

Es la llegada de los poetas al teatro. Sus espíritus disidentes, ávidos de nuevas lecturas, nuevo repertorio, nuevo estilo de representación, que si no se les sirve en los teatros comerciales manifiestan su disposición de procurárselo por sí mismos. Son todo, actores, escenógrafos, traductores, directores, guiados sólo por su instinto y su inteligencia. No ocultan sus fuentes. Han leído a los grandes maestros europeos y quieren ensayar una adaptación a su propio medio de los sistemas y repertorio extranjeros, con la idea juvenil de que les bastaría un punto de apoyo para mover el universo dramático. Frente a los profesionales, constituyen la secta herética impaciente de obrar por cuenta propia.

La sacudida que provocan es, principalmente la sacudida del fin y los medios teatrales, que plantean en un pequeño salón particular de la calle de Mesones número 42. Gilberto Owen traduce a Claude-Roger Marx y a Charles Vildrac; Salvador Novo, a Eugene O'Neill; Celestino Gorostiza a Lenormand y a O'Neill; Enrique Jiménez Domínguez a Lord Dunsany, Isabela Corona y Clementina Otero aparecen por primera vez como actrices. Julio Jiménez Rueda -único del grupo anterior que se incorpora a Ulises-, Celestino Gorostiza y Xavier Villaurrutia ensayan la moderna técnica de dirección. Roberto Montenegro, Manuel Rodríguez Lozano y Julio Castellanos, pintores de renombre, son los escenógrafos. Conscientes de que su labor iba a ser la primera contribución mexicana al teatro moderno en lengua española, proféticos, no dudan en prevenir a los curiosos de que vayan fijando nombres y fechas.

El Teatro de Ulises, el precursor del movimiento de renovación, muere pronto, cuando sale al aire y lleva su experimento al escenario del Teatro Virginia Fábregas, víctima de su propia actitud insurgente.


(1) El Ateneo de la Juventud, grupo liderado por Antonio Caso y en el que sobresalían Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Luis Castillo Ledón, Isidro Fabela, José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, Diego Rivera, Julián Carrillo y Manuel M. Ponce. (N. de la E.)


(Tomado de: Gorostiza, Celestino, Xavier Villaurrutia, et al. El teatro moderno en México. Paloma Gorostiza, antóloga, y Angélica Sánchez Cabrera, editora. Secretaría de Cultura, México, 2006)

jueves, 4 de mayo de 2023

Teatro de Ulises, 1928

 


Teatro de Ulises (1928)

Celestino Gorostiza 

(En México en el Arte, número 10-11, 

México, INBA-SEP, 1950, pág. 26.)


Le faltaba a México su teatro de vanguardia. Y para hacerlo se necesitaba gente que estuviera al día de lo que pasaba en el mundo y que tuviera deseos de importar novedades a su país. Es decir, gente un poco snob, pero responsable y culta. Se necesitaba gente joven, con el ímpetu y la osadía de todas las juventudes; pero con una osadía, y un ímpetu gobernados por la curiosidad, por inquietudes de orden espiritual, por el afán de saber y de hacer. Por aquella época -1928- Salvador Novo, Xavier Villaurrutia y Gilberto Owen sostenían una revista literaria: Ulises. El solo nombre parecía implicar las virtudes indispensables para llevar a cabo la tarea del teatro de vanguardia. Antonieta Rivas Mercado acababa de regresar de Europa henchida de propósitos. Para incitarla a cometer el pecado solo faltó que Manuel Rodríguez Lozano hiciera las veces de la serpiente en el paraíso. Roberto Montenegro y Julio Castellanos fueron llamados a pintar, y a mí, que predicaba el "teatro de arte" desde las páginas de la revista Contemporáneos, se me invitó a colaborar en la dirección. Así quedó conformado el "grupo de los snobs" y por primera vez en México se llevaron a la escena las obras de Cocteau,  O'Neill, Lenormand, Dunsany, Pellerin, sobre un pequeño tablado que se improvisó en una vecindad de la calle Mesones. A falta de nuevos actores capacitados para brindar el tipo de interpretación que se exigía de ellos, actuamos nosotros mismos sin más propósito que el de ver representadas de algún modo aquellas obras, ya que ninguno pretendía, con excepción tal vez de Isabela Corona y Clementina Otero, convertirse de veras en actor.

El "Teatro de Ulises" respondió de tal modo a las inquietudes, a las aspiraciones, al gusto del momento: arrebató de tal modo el entusiasmo y la admiración de los sectores cultos y avanzados; provocó de manera tan perfecta las calculadas reacciones de indignación y escándalo; superó, en una palabra con tantas creces el éxito previsto, que no le quedó más remedio que desaparecer. En México el éxito en el teatro es algo tan extraño, tan difícil, tan remoto, que las raras oportunidades en que acontece se provocan de inmediato, los celos, las envidias, las rivalidades, la disgregación de aquellos que, precisamente por haberse unido, lograron conseguirlo. Pero la semilla estaba echada y tenía que empezar a germinar. En tanto yo daba clases de actuación en el Conservatorio Nacional, Isabela Corona, secundada por Julio Bracho, formó un pequeño grupo -"Los Escolares del Teatro"- que dio, en la sala "Orientación", de la Secretaría de Educación Pública, alguna representaciones de obras en uno y dos actos: Jinetes hacia el mar de Synge; La señorita Julia de Strindberg, y Proteo, de Francisco Monterde. Una y otras actividades respondían, consciente o inconscientemente, a la necesidad de formar nuevos actores para el nuevo teatro.


(Tomado de: Gorostiza, Celestino, Xavier Villaurrutia, et al. El teatro moderno en México. Paloma Gorostiza, antóloga, y Angélica Sánchez Cabrera, editora. Secretaría de Cultura, México, 2006)