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lunes, 3 de febrero de 2025

Puños de algodón

 


Puños de algodón 

Margarita Montes, muchacha de rasgos duros y faldas "bien puestas", primero probó suerte como torera. Pronto se cansó de la indiferencia de los empresarios y cambió el paseíllo de la plaza de toros por los atirantados movimientos en los montículos beisboleros, donde se convertiría en la estrella de la novena femenil de la cervecería Díaz de León. 

Sin dar explicaciones, nunca, del porqué de su decisión, dejó que sus compañeras se siguieran divirtiendo con "elevaditos", "pisa y corre" y demás reglas misteriosas del beisbol. Si ya había probado su valentía y suerte frente a los cuernos del toro, por qué no lo iba a hacer frente a un contrincante con los puños envueltos en algodón. 

Así, en 1930, en su natal Mazatlán, inició la carrera de "La Maya", alias que le disgustaba tanto como la tranquilizaba cuando escuchaba al anunciador pregonar su aparición a grito pelado: la primera mexicana que se dedicaba al boxeo. Rápido trabó rivalidad con su paisana, Josefina Coronado, anunciadas por los mercados y rastros del puerto como Las primeras boxeadoras de México

Los combates se hicieron arduos y fieros, y el empresario local, Rodrigo Gómez Llanos, descubridor del indiferente Joe Conde, las llevó por las distintas plazas de la costa del Pacífico hasta llegar a Nogales, donde un grupo de managers norteamericanos entrenaron a Margarita para pelear con la desconocida campeona de Arizona, a quien venció por nocaut en el primer round. Después de esa experiencia, y por prohibición expresa de las autoridades de enfrentarse a mujeres, combatió contra boxeadores, los cuales corrieron la misma suerte que la misteriosa campeona. 

Con el retiro de "La Maya" se hicieron escasas, formalmente, las peleas de mujeres en nuestro país. Sin embargo, había una realidad alterna a la desaparición del boxeo femenil: muchos peleadores famosos entrenaban con mujeres que se ganaban la vida como sparrings. Julio César Chávez, el mejor boxeador mexicano de todos los tiempos, tuvo su primer enfrentamiento contra Pilar López, avecindada en el mismo Puerto donde "La Maya" tuviera sus grandes éxitos. 

En tiempos recientes el boxeo femenil ha renacido, sobre todo en los gimnasios universitarios, como deporte amateur. Laura Serrano, quien enfrentó la discriminación e indiferencia de las autoridades de las diferentes comisiones, ha sido la boxeadora más exitosa en los últimos tiempos. 

Serrano se coronó, en el año de 1999, como monarca de los pesos pluma, reconocida por la Federación Internacional de Boxeo Femenil (WIFB, por sus siglas en inglés). Por falta de oportunidades decidió irse a erradicar a Estados Unidos, donde continúa su exitosa carrera. 

Frente a la crisis que el boxeo mexicano sufre, los empresarios, que antes desdeñaban y se burlaban de sus largas horas de "sufrimiento" en los gimnasios sin reconocimiento ni fruto posibles, ahora ahora ven en ellas la posibilidad de salvar el negocio y meter gente curiosa para verlas pelear, ya no en los lavaderos sino en los mismos rings donde se presentan los grandes ídolos. Si el reconocimiento ha tardado en llegar, el ritmo de entrenamiento se ha incrementado, ya no por ser tomadas en cuenta sino por la realidad de tener un combate en puerta. 

Finalmente, en la Arena Coliseo, la catedral de nuestro boxeo -como pomposamente se le llama al embudo de las calles de Perú- se volvieron a ver las monedas llover sobre la lona, para demostrarles a las nuevas guerreras lo agradecidos que estaban los viejos aficionados.


(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Videos, S.A. de C.V., México, abril 2000)

lunes, 30 de diciembre de 2024

Ricardo "Finito" López, el destino como voluntad

 


Ricardo "Finito" López, el destino como voluntad 

Desde niño supo que quería ser boxeador. Su obstinación sometió a su padre, quien, resignado, lo llevó al gimnasio. Ricardo López recordaría más tarde: "Sí, es ese olor del sudor, el olor del gimnasio. Se siente el ambiente, la vibra, el sonar de las peras, de los costales, el gritar de los entrenadores, 'faltan diez segundos, ¡tiempo!'... Me llamó tanto la atención que sentí que yo era de este ambiente, del ambiente boxístico." Pero cuando subió al encordado, especie de altar, advirtió que la alegría le llegaba en oleadas de calor y sudor. "Para mí fue una gran emoción y pensé en hacer lo mejor posible las cosas dentro de mis obligaciones como niño, que eran ir a la escuela y obedecer, para tener permiso de entrenar el boxeo, una carrera muy riesgosa donde expones la vida y debes ir preparado a todo.”

Si el ambiente lo impactó, lo que ocurría arriba del ring lo marcaría. El niño de siete años quedó prendado al ver a un boxeador cubano que mostraba movimientos rápidos y precisos. "Mi ídolo era José Ángel "Mantequilla" Nápoles; él fue a quien idealicé como imagen técnica de lo que yo quería ser." Al año siguiente escenificaría su primer combate en Iguala, Guerrero. Pasaron los años y el tiempo lo dividía entre el gimnasio y la escuela, a la que no dejó de asistir hasta terminar la preparatoria. “Después de esto, tuve la oportunidad de trabajar bajo la dirección de don Arturo "Cuyo" Hernández y Tony Torre, mi entrenador." Pero la enseñanza que más lo marcó fue la de su padre, don Magdaleno López, quien le dijo: "Una pelea se gana con inteligencia, no con fuerza; la fuerza se utiliza para levantarte a correr diariamente, para entrenar, para llevar una dieta, para abstenerse de cosas que no se pueden mezclar cuando estás entrenando.”

Se preparó para pelear en donde se comienza: el torneo de los Guantes de Oro. En esos primeros encuentros sintió el miedo: "Sentía ese nervio, esa tensión... el miedo; salir y caminar por el pasillo que te llevaba al ring. En un momento dado te decías: 'ojalá se vaya la luz para que no se lleve a cabo esta pelea'; era un miedo natural.”

Todo lo que vale la pena en la vida pasa en cierto momento por etapas tediosas y de fastidio. Así deben verse las etapas de entrenamiento y concentración, que son la base para el triunfo sobre el encordado. Siendo un peso pequeño tuvo que partir para buscar peleas en el Lejano Oriente. "He tenido la fortuna de pelear siete veces en Oriente: tres en Japón, dos en Corea y dos en Tailandia. Soy muy conocido por allá." Boxear en un país extraño, donde todos apoyan al local, requiere un gran autodominio mental. No se puede permitir que el pánico escénico "te absorba; al contrario, tienes que subir bien concentrado en lo que sabes, en lo que has aprendido, llevar una táctica y una estrategia”.

Cuando "Finito" ganó el campeonato del mundo tuvo que poner todo esto en práctica. Cuando peleó por el campeonato mundial, el 19 de mayo de 1991, contra Hideyuki Ohashi, "él estiraba la mano, no me alcanzaba a pegar y la gente lo coreaba y se oía un grito muy fuerte, un estruendo. Yo pensaba '¿a quién le pegó?; si no domino este momento y me concentro, estoy perdido’”.

El ser nombrado por varios años como el mejor boxeador kilo por kilo no le ha hecho perder el camino que se ha trazado. "Cuando te coronas campeón mundial, todo te llega en abundancia y muy rápido. Hay que saber tomar las cosas con calma, seguir los consejos; porque como cualquier ser humano, luego luego quiere salirte del guacal.”



(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Videos, S.A. de C.V., México, abril 2000)

martes, 19 de noviembre de 2024

Julio César Chávez, el silencioso camino al campeonato


 

Julio César Chávez, el silencioso camino al campeonato 

Vio la primera luz el 12 de julio de 1962, en Ciudad Obregón, Sonora, dentro de un vagón de ferrocarril donde vivía la familia. El trabajo itinerante de su padre como ferrocarrilero no lo dejó familiarizarse con esa ciudad de trazo perfecto y amplias avenidas. Abandonaron Sonora para ir a vivir a Culiacán, Sinaloa, donde ha pasado toda su vida. 

Su carrera empezó modestamente impulsada por sus hermanos, quienes lo llevaron al gimnasio que acababan de descubrir en uno de los barrios cercanos a donde vivían. La mirada pesada y la jactancia de uno de los boxeadores que entrenaba ahí lo motivó a dedicarse al boxeo.

Los números y los récords de Julio César sin duda le permite tutearse con los grandes, de hecho es uno de ellos. Nadie niega lo meritorio de esto, pero convengamos también en que la frialdad de las cifras, muchas veces contundente, tampoco puede mostrar al hombre en toda su dimensión. Por supuesto, es cuestión de estilo, tanto abajo como arriba del ring. Boxísticamente, Chávez nunca produjo la "sensación agradable" o la admiración de "bailarines" como Ray Robinson, Sugar Ray Leonard o Muhammad Ali, gente dotada de cualidades para gustar al más exigente de los adictos al boxeo en su mayor pureza. Sin dejar de reconocer que su gran virtud ha sido el ataque, Chávez tampoco impresionó por la exagerada solidez, como Roberto Durán, o por la frialdad implacable, como Carlos Monzón. Lo destacable de este hombre singular, lo que lo elevó a las alturas como boxeador y como campeón, fue una mezcla singular de ingredientes únicos: sabía caminar en el ring para achicar las distancias, y sabía eludir los ataques mientras avanzaba. Con estos dos atributos suplió su falta de velocidad de piernas y puños. Su tercera cualidad: sabía aplicar los golpes al cuerpo de manera precisa, incluyendo dónde y cuándo podían hacer daño. 

Chávez fue un auténtico cirujano del boxeo; cuando llegaba bien preparado destazaba metódicamente a su enemigo. Tampoco puede soslayarse el ingrediente extra de un corazón de guerrero que nunca se rendía. 

Como conclusión y balance de su lado deportivo, se puede afirmar que sobre la lona y entre las cuerdas lo suyo fue emocionante e incluso espectacular. Polémico en algunas ocasiones y discutido en otras, no por casualidad llegó a ser el número uno del mundo en seis oportunidades, precedido de auténticas luminarias. Ha sido el boxeador mexicano más grande y así lo avalan sus impresionantes cifras, que lo colocan en la cumbre del boxeo nacional del siglo XX. 


Julio César Chávez, Rey de Reyes 

El 29 de enero de 1994, Julio César Chávez cumplió casi 14 años invicto en el terreno profesional, haciendo pedazos los récords y estadísticas, no sólo de las dos décadas que le tocó cubrir como el boxeador más importante y primera figura mundial del deporte, sino de la historia del pugilismo. 

Julio César alcanzó el título de mejor boxeador del mundo en forma oficial, de acuerdo a la votación de las nueve federaciones que integran el Consejo Mundial de Boxeo, el cual agrupaba a 129 países -incluyendo al ex bloque socialista-, así como por la votación de los periodistas expertos de Estados Unidos, que lo habían declarado boxeador del año por encima de Tyson, Holyfield y compañía. 

Por votación de los lectores del diario deportivo de mayor prestigio en Francia L'Equipe, fue entronizado como "El dios del boxeo"; a estas distinciones se añadían la de mejor peleador libra por libra y muchas menciones más. 

En el lapso de 14 años logró hazañas de todo tipo arriba de los cuadriláteros, hasta convertirse en el rostro del deportista mexicano más conocido en el planeta, por virtud de sus tres títulos mundiales: súper pluma, ligero y súper ligero, además de haber unificado el ligero ante José Luis Ramírez, el súper ligero en la memorable batalla ante Medrick Taylor y su reconquista ante Frankie Randall. De tal forma que Chávez conquistó seis fajas mundiales, algo que hasta ahora ningún boxeador ha logrado. 

El 15 de mayo de 1993, Chávez volvió a escribir otro capítulo en su propia historia y en las del deporte universal al llegar a ser el pugilista con más tiempo de permanecer invicto. Para obtener este récord, que tenía 93 años de establecido, había pasado sobre nombres y hombres que fueron verdaderas leyendas del pugilismo en diferentes décadas del siglo XX. 

Julio César también superó el registro de todos los tiempos en el renglón de mayor cantidad de peleas titulares sin perder, el 18 de diciembre de 1993, en el Estadio Cuauhtémoc de Puebla, en México. 

Resultan impresionantes los logros estadísticos en la carrera del deportista sinaloense más famoso. El entonces tricampeón mundial, el día 1° de abril de 1993, en la ciudad de Nueva York, fue distinguido -por quinta vez en su carrera- como el mejor boxeador del año por el Consejo Mundial de Boxeo; esa consideración lo ubicó en el primer sitio de todos los tiempos en este renglón, empatando la marca de Muhamad Alí. 

Pronto todos esos estos honores quedarían en el olvido. Su carrera se iba a pique. Los problemas judiciales tenían más continuidad que sus peleas. Además, se empezaba a notar su cansancio y fastidio por los entrenamientos y las concentraciones. Nuevos boxeadores aparecían. Uno de ellos, Oscar de la Hoya, lo destronaría el 7 de junio de 1996. El guerrero ya no pudo levantarse, lo había vencido el tiempo.


(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Videos, S.A. de C.V., México, abril 2000)

jueves, 3 de octubre de 2024

Daniel Zaragoza, el conocimiento del oficio

 


Daniel Zaragoza el conocimiento del oficio 



Daniel Zaragoza viene de una familia en la que el boxeo ha sido una pasión y una práctica comunes. Su padre, Agustín Zaragoza, fue boxeador profesional cuando la luz que emanaban los grandes ídolos de los años treinta, Casanova, Kid "Azteca" y Conde, oscurecía todo a su alrededor. Don Agustín, comentaría alguna vez, se dio cuenta de que no iba a trascender pero que lo que obtuviera de las tres o cuatro peleas semanales que realizaba en arenas pequeñas le ayudaría para sacar adelante a su familia. 

Después vino su hermano Javier, quien se entusiasmó con la posibilidad de representar a México en la Olimpiada de 1968. Ese espíritu lo llevó a obtener la medalla de bronce en la división de los gallos. Esas dos experiencias sin duda animaron a Daniel a decidirse por la práctica de ese deporte. 

En 1978 decidió asistir a las Olimpiadas y las próximas se realizarían en Moscú 1980. Llegar a los Juegos Olímpicos y ganar una medalla eran las metas que quería cumplir. En el camino de su preparación encontraría tres elementos fundamentales para su carrera: un amigo, Gilberto Román; un maestro, Rafael Beristáin, y -factor determinante- la fortaleza física y psicológica para llegar a ser un grande entre los grandes.

Las expectativas que llevaba a Moscú no se cumplieron. Si la decisión, en los inicios de su carrera, era sólo dedicarse al boxeo amateur, a su regreso y motivado por las buenas bolsas que le prometieron, determinó su entrada al profesionalismo. Debutó el 17 de octubre de 1980. Un día en que se preparaba para una pelea en puerta escuchó los gritos de "¡campeón! ¡campeón!" a la puerta del gimnasio. Eran para Pipino Cuevas, que había llegado. Se acercó a la ventana y vio un Corvette rojo estacionado: de él había bajado Cuevas. Daniel se prometió comprarse uno cuando fuera campeón. Siguió entrenando, ahora con más ganas. 

Para 1982 y con cerca de 15 peleas en su cuenta, se coronó campeón nacional de los pesos gallo. Ya como tal, las buenas bolsas llegaron y las defensas se sucedieron hasta que el 4 de mayo de 1985 enfrentó, como retador al campeonato mundial de los gallos, a Freddy Jackson, en Aruba. Zaragoza recuerda la pelea: "Era como las tachuelas para el águila descalza, tenía un estilo que nunca se me acomodó... pero lo vencí, gracias a que yo ya me sentía campeón mundial y no me iba a quitar el gusto este peleador.”

En su primera defensa perdió por decisión ante el colombiano Miguel Happy Lora; tuvo problemas con la báscula: "Ya no marcaba [el peso y] tuve un error garrafal, tremendo... me metí a la división 15 días antes... es de las peores tonterías que se pueden cometer pues se tiene que seguir corriendo duro, entrenando duro y sin comer... llegué muy debilitado a la pelea.”

Hasta el 29 de febrero de 1988, recibió la revancha, ahora en peso súper gallo. La pelea era ante otro mexicano que había tenido años de mayor Gloria, Carlos Zárate. La pelea se llevó a cabo en California y Zaragoza lo noqueó en diez rounds. Perdió el campeonato después de cinco defensas, frente a Paul Banke, en abril de 1990. 

Recibió su tercera oportunidad a los 34 años, contra el japonés Kyoshi Hatanaka. Daniel triunfó de nuevo y en Oriente el combate fue declarado la mejor pelea de la década. Perdió el título ante Tracy Patterson, el 25 de septiembre de 1993. El retiro estaba cerca. Pero, como Ave Fénix, volvió a ganar un campeonato mundial ante Héctor Acero; lo perdería finalmente ante otro mexicano. Daniel Zaragoza conquistó cuatro campeonatos mundiales, todos a base de disciplina y constancia.



(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Videos, S.A. de C.V., México, abril 2000)

viernes, 30 de agosto de 2024

"Maromero" Páez, el payaso de las cachetadas

 


"Maromero" Páez, el payaso de las cachetadas 


Y el circo llegó a los encordados. La solemnidad del guerrero y la solemnidad en el vestir se vieron seriamente trastocadas por Jorge Páez, llamado "Maromero" por su origen circense. Su estilo alocado de boxear y sus estrafalarias actitudes, antes, durante y después de los combates, dieron una nueva dimensión al deporte de los puños como un gran show. 

De payaso y trapecista, Jorge Páez pasó al boxeo profesional sin ninguna experiencia de amateur. Durante los primeros años, sus rivales no fueron de peligro pero "Maromero" se fue colocando insidiosamente en las listas de retadores para un título del mundo en peso pluma. 

Su oportunidad se presentó el 22 de septiembre de 1988. A favor tenía la sede, Mexicali, su tierra natal. En contra, la sólida carrera del campeón -versión IBF- Calvin Grove, invicto en 33 peleas. Y, por primera vez, Páez se enfrentaría a un clasificado mundial. ¡Vaya momento para hacerlo! 

Sin embargo, "Maromero" llegó a la pelea no sólo con el respaldo del público de Mexicali, sino con la idolatría de sus seguidores. Tenía cuatro años en el boxeo de renta, tiempo suficiente para crearse una aureola de ídolo. Aunque, también, a fines de los ochenta, era uno de los valores del pugilismo mexicano, y como tal se le apoyaba. 

Páez era un boxeador ágil y sorpresivo, dos armas de gran valor en el box cuando la dinamita no se manifiesta de manera importante imponente. Su vista era del lince y tenía un sentido de la distancia envidiable. Por lo mismo sus rivales sufrían para conectarlo. 

La pelea contra Grove fue de película. La campanada del round 15 anunció al "Maromero" que era su última oportunidad para llevarse el cinturón. Los jueces lo tenían abajo en el conteo. Páez buscó a Grove como una fiera y lo mandó tres veces a la lona en este último asalto. Fue suficiente para ganar el campeonato. 

Los medios fueron generosos con él pero también tuvo constantes críticas sobre su boxeo y su manera de “faltarle el respeto al ring”.

"Maromero" se convirtió en uno de los pugilistas más rentables a causa de su estrambótica imagen. Las televisoras norteamericanas se lo peleaban para conseguir las transmisiones de sus combates. Tal vez esa fue su ruina. Páez continuó con su misma táctica de siempre, no desarrolló nuevas actitudes y, con el tiempo, se volvió predecible para sus contrarios. 

Después de Grove enfrentó a una serie de boxeadores experimentados ante los cuales ya no tuvo nada que exhibir. Rafael Ruelas, Freddy Pendleton y Óscar de la Hoya. 

Fue un gran peleador pero nunca pudo dar el gran paso porque no quiso desarrollarse, rápidamente sus mejores armas se volvieron previsibles para sus contrarios.


(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Videos, S.A. de C.V., México, abril 2000)

lunes, 29 de julio de 2024

Sal(vador) Sánchez, el héroe trágico

 


Sal(vador) Sánchez el héroe trágico 

A principios de los años ochenta, las cabezas de los campeones mexicanos de la década anterior habían rodado por el suelo. Después del fulminante nocaut propinado por Thomas Hearns a Pipino Cuevas, la lista de destronados incluía a Alfonso Zamora, Guti Espadas, Miguel Canto y Carlos Zárate. 

Dos nombres, sólo dos, continuaban asociados a los títulos: Lupe Pintor y Salvador Sánchez. Por la forma en que Pintor se quedó con el título de Zárate, Sánchez era considerado el más sólido de nuestros campeones. 

Pero, a decir verdad, los inicios de la carrera boxística de Sal Sánchez, originario de Santiago Tianguistenco, Estado de México, no fue atendida con tanto entusiasmo ni siquiera cuando se anunció su pelea ante Danny "Coloradito" López por el campeonato mundial pluma para el 2 de febrero de 1980. 

Se le tenía como un peleador joven con ansias de conseguir el cetro y, a pesar de su potente pegada, los triunfos que había hilvanado eran considerados "nada del otro mundo". En 1977 fracasó en su intento por obtener el título nacional de la división de los gallos ante Antonio Becerra, quien además le quitó lo invicto. 

Danny López era un rival de cuidado. Ante Sánchez expondría por novena vez su corona. La juventud y la dinamita estaban del lado de Salvador, sólo era cuestión -se decía- de aguantarle los toletazos al "Coloradito". 

La pelea no fue nada fácil para Sánchez. Pero había estado estudiando a su oponente, quien no pudo conectar su dinamita sobre el cuerpo de Salvador. El mexicano dominó la pelea desde el principio. Se mostró impetuoso y combativo. Para el round número 13 aquello era una carnicería. Sánchez golpeaba casi a placer a López. El réferi detuvo la pelea. El de Santiago Tianguistenco era campeón del mundo y apenas contaba 21 años. 

Sánchez se convirtió en el hijo predilecto del boxeo mexicano. Su personalidad introvertida permitía que su sonrisa descubriera un rostro casi infantil. Jovial, sencillo y de vida tranquila, Sal Sánchez se convirtió rápidamente en modelo del deportista y de la juventud. 

Su estilo y su poderío -aún cuando su esmirriada figura lo ocultase- pronto lo colocaron como uno de los mejores boxeadores del mundo, al lado de Sugar Ray Leonard, Larry Holmes y Wilfrido Benítez. 

 Una de las mayores satisfacciones para Sal Sánchez y de seguro para todos los mexicanos, fue el nocaut que le propinó a Wilfrido Benítez cuando este osó disputarle la corona. El puertorriqueño llegó como favorito. Se le consideraba uno de los mejores boxeadores kilo por kilo. O Sánchez no lo sabía o no le importó. 

Desde el primer round el campeón impuso condiciones, administró su pelea, parecía que su propósito era castigar lo más posible al verdugo de los mexicanos. Benítez no encontró tregua. En el octavo asalto, el boricua cayó a la lona completamente destrozado. El nativo de Santiago Tianguistenco salió victorioso de una de las batallas más difíciles y decisivas de su meteórica carrera. 

Cuando se preparaba para su siguiente defensa, que sería la décima Sal Sánchez encontró la muerte en la carretera durante las primeras horas del 12 de agosto de 1982. Su Porsche alcanzó un camión y el impacto le quitó la vida. En la cúspide de su carrera, moría uno de los boxeadores más disciplinados, inteligentes y sólidos que ha conocido el pugilismo mexicano.


(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Videos, S.A. de C.V., México, abril 2000)

jueves, 11 de mayo de 2023

José Pipino Cuevas, la naturaleza indómita

 

José Pipino Cuevas: la naturaleza indómita.

En la selecta aristocracia de los monarcas mundiales, a José Pipino Cuevas bien se le pudo haber llamado Pipino El Breve por el tiempo que necesitaba para batir a sus oponentes. A fines de los años setenta, Pipino se colocó en el horizonte de los pesos wélter donde solo brillaba una cuarteta de luminarias a nivel mundial, era el póquer de ases de los 66.678 kilogramos: Sugar Ray Leonard, Wilfredo Benítez, Roberto "Mano de Piedra" Durán y el mexicano Pipino Cuevas.

El ascenso de José Pipino Isidro Cuevas González a los primeros sitios del pugilismo mundial fue meteórico. Para sorpresa de todos, Cuevas, de 18 años, noqueó en dos  asaltos al boricua Ángel Espada para obtener el título mundial wélter, versión AMB, en julio de 1976. Desde entonces, el punch -bendito tesoro- fue la firma de Pipino Cuevas. Su pacto con el nocaut era infernal aunque el dominio de la técnica dejaba mucho que desear. Todavía en 1980 salía a los encordados a convencer -sobre todo a los mexicanos- de su buen boxeo, aunque en la región californiana sus fanáticos lo apodaban el "Toro" por la forma en que, con decisión inquebrantable, siempre iba hacia adelante hasta arrollar a sus adversarios.

Su carencia de técnica la suplía con poderío, aguante y juventud, En sus primeras defensas del título todos los retadores acabaron en la lona. A principios de 1980, Cuevas era considerado el más salvaje y demoledor de los pesos wélter. Era capaz de aniquilar todo lo que le ponían enfrente; parecía la naturaleza misma cuando deja escapar sus fuerzas recónditas y avasalladoras. Pipino se encargó de despachar en el primer round a Billy Backus en 1978, el mismo que, tres años atrás, le arrebató la corona al Gran "Mantequilla" Nápoles.

Para mediados de agosto de 1980, Cuevas acudió a su cita más trascendente: su duodécima defensa ante el norteamericano Thomas Hearns. Acerca de la mayor altura y alcance de Hearns sobre Pipino, éste sólo dijo: "Los boxeadores son como las mujeres, cuando están en la cama (nosotros en el cuadrilátero) todas tienen el mismo tamaño".

Pero el encuentro no fue cuestión de tamaño sino de poder. La afición mexicana no daba crédito a lo que veía en sus pantallas de televisión aquel día: un Pipino Cuevas completamente destrozado, con los codos y puños en el piso, apenas en el segundo asalto.

La división wélter tenía nuevos dueños. Pipino sostuvo algunas peleas más, pero esa naturaleza indómita que lo caracterizaba en el cuadrilátero había sido dominada. Hearns fue el encargado de hacerlo.


(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Vídeos, S.A. de C.V., México, abril 2000)


jueves, 30 de marzo de 2023

Lupe Pintor, una izquierda bien educada


Lupe Pintor: una izquierda "bien educada"

No fue quizá la mejor manera de llegar a una pelea de campeonato. Guadalupe Pintor, el noqueador de Cuajimalpa, se enfrentó al campeón gallo del Consejo Mundial de Boxeo, su compatriota y compañero de establo, Carlos "Flaco" Zárate.

Zárate era considerado uno de los noqueadores más temibles de los últimos tiempos y, con la experiencia que dan los años, había pulido su técnica boxística. La historia se volvía a repetir: de nuevo frente a frente madurez y juventud.

Las apuestas favorecían al "Cañas" y la afición mexicana se inclinaba, en su mayoría, por el de Tepito. Aunque el historial de Pintor no era tan contundente como el de su adversario, sí era para preocuparse: de sus últimas 22 salidas, en 18 había acabado con sus oponentes por el método del cloroformo.

Zárate contra Pintor, una misma escuela, una misma izquierda fulminante. Cara o cruz. Y lo que tanto temía Zárate aconteció: la pelea llegó hasta el límite. Los jueces vieron ganar a Pintor y, de alguna manera, mandaron a Carlos al retiro. Toda la prensa coincidió en que Zárate había sido despojado de su corona. Sin embargo, la verdad fue que no pudo contra Pintor en la única pelea de su carrera boxística en la que hubo 15 campanadas.

El reinado de Pintor no fue tan prolongado como el de su antecesor. Defendió con éxito ocho veces el título entre nocauts, victorias por decisión y un empate.

Lupe Pintor, conocido también como "El Grillo de Cuajimalpa", enfrentó cierta indiferencia por parte de la afición. Sólo en su lugar de origen tenía calidad de ídolo. En 1982 tuvo poca actividad, apenas y defendió una vez el título e intento infructuosamente obtener la corona de los supergallos antes del campeón, y verdugo acérrimo de los mexicanos, Wilfredo Gómez.

Parecía que la carrera de Pintor iba en franco declive. El Consejo llegó a desconocerlo en 1983 y para el mes de agosto de 1985 volvió a disputar el título supergallo, ahora ante el mexicano Juan Meza. Era su última oportunidad para obtener la corona en esa división ya que muchos consideraban que los mejores tiempos del de Cuajimalpa había pasado.

La mejor arma de los dos era de izquierda -considerada la mano buena en el boxeo-. La de Pintor estaba mejor educada, pero la de Meza era más explosiva.

El combate fue feroz -el Consejo lo consideró el mejor del año. Pintor tumbó tres veces a su rival para acreditarse una victoria por decisión unánime, en una pelea pactada a 12 rounds, según lo mandaba el recién modificado reglamento del Consejo para peleas de campeonato del mundo.

La victoria, escenificada en el Palacio de los Deportes en la Ciudad de México, provocó una locura colectiva entre los 15 mil espectadores presentes. Pintor por fin era un ídolo pero su carrera estaba por llegar a su ocaso. Cinco meses después, Smart Payakaroon le arrebata el título en Tailandia.


(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Vídeos, S.A. de C.V., México, abril 2000)

jueves, 16 de febrero de 2023

Carlos Zárate, un flaco de mucho peso

 


Carlos Zárate: un flaco de mucho peso

Los tiempos de "Mantequilla" se habían ido y las glorias del gran "Púas" formaban parte ya de la nostalgia. Nuevos nombres sin embargo incursionaban en el ambiente boxístico. Se hablaba de Miguel Canto, Pipino Cuevas, Alfonso Zamora y Carlos Zárate, muy jóvenes todos ellos.

Para Carlos Zárate, el boxeo representó una excelente oportunidad para dejar los pleitos callejeros que, según se cuenta, era de uno o dos por noche. "El boxeo para mí es menos peligroso -dijo en una ocasión-. La pelea dura es en la calle, cuando te tunden a patadas o agarran una piedra y ¡zas!, te dan con ella, o traen un fierro para enterrártelo."

En la calle templó su puño y en los cuadriláteros se manifestó como lo que fue durante su carrera, un peleador espectacular. Desde que el "Púas" Olivares conquistó el título mundial de peso gallo, esta división estuvo monopolizada por mexicanos. Rafael Herrera, Jesús Castillo y Rodolfo Martínez fueron los pugilistas que, después de Rubén Olivares, acapararon el cetro de los gallos.

Carlos "Flaco" Zárate, también apodado el "Cañas", empezó en el box de renta allá por 1970. Fueron cinco años dando golpes como profesional antes de arribar a su pelea de campeonato frente al púgil más técnico del momento, Rodolfo Martínez.

Zárate no sólo llegaba invicto al combate por el título, sino que promediaba 3.4 rounds por pelea. La prensa comentaba que Martínez pondría a prueba la resistencia de Zárate, pero pobre de él si lo alcanzaba un sólido puñetazo. Los 22 años del "Cañas" se medirían con los 29 de Martínez; en el box, la edad tiene su peso: juventud contra experiencia, como se dice.

Momentos antes de la pelea, Zárate le comento a su amigo el "Púas": "No dejaré que los jueces hagan cuentas. En cuanto sienta mi mano... ¡abajo!" Esa fue su filosofía. Martínez lo supo en el noveno round cuando, con un salvaje derechazo del "Flaco", visitó la lona. Y eso fue todo.

Zárate no sólo se convirtió en el nuevo ídolo de su barrio, Tepito, sino de toda la afición boxística del país. Carlos se volvió también uno de los consentidos de la prensa deportiva. Su golpe explosivo revivía los tiempos de ese box mexicano que descuidaba un poco la técnica para poner el acento en ese "gran tónico de la hazaña": el nocaut.

Cómo campeón, Zárate tuvo dos peleas de gran taquilla. Una, frente a Alfonso Zamora, el campeón gallo de la AMB, a quien noqueó en el cuarto asalto pero donde no estaba en disputa el título, y la otra, frente a Wilfredo Gómez, campeón mundial supergallo. El puertorriqueño Gómez le dio una tunda a Zárate, le quitó lo invicto y de paso lo mandó a saborear la lona: nocaut en el quinto.

El "Cañas" hizo nueve defensas en la división de los pesos gallo, todas ganadas por la vía rápida. Nunca dejó, pues, que los jueces determinaran al ganador. Sus puños eran el mejor e inapelable árbitro. El 3 de junio de 1979 en las Vegas, Nevada, Zárate se enfrentó a su compañero de establo -ambos eran manejados por "Cuyo" Hernández- Guadalupe Pintor. Esta pelea se esperaba desde mucho tiempo atrás, pero que el vedetismo del "Cañas" y de su mánager la habían pospuesto a placer. Pintor se quejaba de que el preferido del "Cuyo" fuera a Zárate. Presiones y dinero se unieron para que se concretara la cita.

Que la pelea no llegaría al límite programado, era evidente; ya se preveía nocaut seguro, viniera de cualquiera de las dos esquinas. Si la pelea se prolongaba hasta el round 15, ahí estarían, por fin, los jueces como protagonistas…


(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Vídeos, S.A. de C.V., México, abril 2000)


lunes, 16 de enero de 2023

Miguel Canto, el pequeño ministro de la defensa

 

Miguel Canto, el pequeño ministro de la defensa

La década de los 70 del boxeo mexicano tuvo nombre y apellido: Miguel Canto. Durante más de 7 años no dejó de aparecer en los medios deportivos. Entre enero de 1975 y febrero de 1979 no hubo rival que pudiera arrebatarle su campeonato. Hizo 14 defensas de manera exitosa, un récord en el ámbito mexicano. Sin embargo, su falta de golpeo demoledor, conjuro mágico para la afición, lo colocó en una posición de mediano perfil en la atención de la prensa. Era más espectacular seguir a Carlos Zárate, Pipino Cuevas o Alfonso Zamora. También tenía otro factor en contra el pequeño Miguel Canto era de provincia, del estado más lejano del centro del país: Yucatán.

Desde que debutó como profesional el 5 de febrero de 1969, antes de buscar el campeonato sus sedes fueron cuadriláteros de Yucatán y Campeche. Y de pronto le llegó la noticia: tenía que viajar a Maracaibo para enfrentarse al venezolano Betulio González por el campeonato mundial de peso mosca que estaba vacante.

Canto se encontraba clasificado como sexto en la lista del CMB y no desaprovechó la oportunidad. Su viaje a Venezuela no género mayor expectación en nuestro país. Betulio ganó por decisión pero Canto se reveló, desde entonces, como un verdadero maestro de la defensa.

Miguel regreso sin hacer realidad su sueño de coronarse campeón y continuó boxeando en Mérida hasta que de nuevo surgió otra oportunidad. Esta vez tenía que volar hasta el Lejano Oriente, a Japón. En México nadie pronosticaba su triunfo, y menos en un país donde, tanto se comentaba, los jueces favorecían ampliamente a los locales. Si Canto ganaba, apuntó Fernando Marcos días antes del encuentro, sería "por buen boxeador y por hombre". Así fue, el yucateco obtuvo el cetro mundial de los pesos mosca ante el nipón Shoji Oguma en el frío invierno de 1975.

Canto no fue un peleador de pegada fulminante. Su boxeo era siempre ágil, rítmico y equilibrado. De 14 defensas exitosas que realizó, sólo una la ganó por nocaut. El deporte de los puños era para Canto el dominio, el control, el combate en su máxima pureza: la técnica del pugilismo.

Con 31 años a cuestas, Canto viajó a Corea para una defensa más, el 18 de marzo de 1979, ante el joven coreano Chan-Hee Park. En el Lejano Oriente el yucateco dejó la corona en una pelea que, como el acostumbraba, llegó  a 15 rounds. Dos meses más tarde regresó a Corea pero Chan-Hee Park contuvo a Canto en un combate que perdió por decisión.


(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Vídeos, S.A. de C.V., México, abril 2000)


martes, 15 de junio de 2021

José Ángel 'Mantequilla' Nápoles

 


"Mantequilla" Nápoles: la paciente espera.


Los primeros años de la década del setenta se concentrarían en una división sin mucho éxito en nuestro país: el peso wélter. El dueño de este peso provenía de Cuba pero adoptó México como residencia y lugar de su consagración. Su nombre era José Ángel Nápoles, "Mantequilla", o "Mantecas" para abreviar. Llegó a México junto con un puñado de excelentes pugilistas isleños que hicieron época en nuestros escenarios. "Mantequilla", sin embargo, se quedó un poco a la zaga de las grandes peleas de sus connacionales. Esto no se atribuía a su boxeo-descomunal y soberbio- ni a su carácter -dicharachero y bromista-. Sencillamente, los campeones del mundo no querían darle la oportunidad.

Nápoles hizo lo debido: boxear, noquear y no ser presa de la desesperación. Durante cuatro años fue el eterno retador en los pesos ligero y wélter junior. Los poseedores de estos títulos siempre le dijeron "no". Entonces, se decidió a ir por el wélter.

En México debutó en 1962 y su primer encuentro de campeonato mundial se programó para el mes de abril de 1969. Había pasado siete largos años esperando esa oportunidad. El campeón wélter era el norteamericano Curtis Cokes, dueño de un temible y rotundo contragolpe, sin una técnica depurada pero capaz de decirle adiós al "Mantequilla" con un solo golpe.

Hacía años que en nuestro país no se levantaba tanto revuelo por una pelea. Pronosticar el resultado del combate Nápoles vs. Cokes era tema en todos los ámbitos sociales de la ciudad de México. El norteamericano era favorito. De Nápoles se decía que era un gran boxeador pero que había llegado tarde a su intento por conquistar una corona mundial. Tenía 29 años.

Durante la pelea, "Mantequilla" exhibió las razones por las cuales los campeones del mundo le habían rehuido: hizo polvo a Cokes. Fue un gran maestro en el ring, demostró cómo atacar, defenderse, esquivar, usar los pies. Manejó a su antojo la pelea. Con la cara tumefacta, casi sin poder ver, el campeón simplemente no salió de su esquina para el round 14. José Ángel, se dijo entonces, dejaba de ser el campeón sin corona.

"Quisiera pelear cada 15 días pues la juventud se va y hay que coger todo el dinero que venga", dijo Nápoles después de obtener el cetro. Las cosas son así, sólo el campeonato da billetes y "Mantequilla" conquistaba el cinturón con pocos años de ardua vida profesional por delante.

En su cuarta defensa del título, el 3 de diciembre de 1970, un error táctico permitió a su adversario, Billy Backus, quedarse con el cetro mundial. "Mantequilla" había sido noqueado en el cuarto. Pero fiel a su carácter, Nápoles sólo tomó esa derrota como un préstamo del título al boxeador neoyorquino. Así fue. Seis meses después lo recuperaba. Volvió a dar muestras de su admirable maestría en el cuadrilátero. Nápoles fue un "dechado de inteligencia, de dominio del boxeo como arte y fue también un alarde precioso de coraje", dirían las crónicas al día siguiente.

El "Mantecas" dio excelentes exhibiciones de su boxeo durante cinco años más. Diez veces defendió con éxito su corona. Y, como si lo hubiera planeado, vino a entregar el cinturón en su país adoptivo. El 6 de diciembre de 1975, al enfrentar a John Stracey en la Plaza de Toros México, el gran José Ángel "Mantequilla" Nápoles dejaba el campeonato por la misma vía que tantas veces les hizo recorrer a sus oponentes: el nocaut.


(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Vídeos, S.A. de C.V., México, abril 2000)

viernes, 30 de abril de 2021

Efrén "Alacrán" Torres

 


"Alacrán" vs. Chionoi 

Tres veces se enfrentaron, tres veces combatieron por la misma corona, tres veces el cetro cambió de dueño. En la primera ocasión el campeonato era lo importante; las dos restantes, fue la nostalgia del mito.

Chartchai Chionoi, campeón mundial mosca -versión CMB-, viajó a la ciudad de México para exponer su corona ante el mexicano Efrén "Alacrán" Torres. Nuestro boxeador había tenido una oportunidad anterior para obtener el cetro mundial mosca ante el argentino Horacio Acavallo y la había dejado ir.

Poco después de un año, Efrén subía al cuadrilátero con las mismas aspiraciones: el trono mundial. El peso mosca no era, en principio, particularmente atractivo para ningún empresario.

Pero las expectativas crecieron conforme se acercaba el 28 de enero de 1968. En esos años, a Torres se le consideraba uno de los pocos valores aztecas con cualidades para disputar con éxito un título mundial.

El tailandés Chionoi y el tapatío Torres poseían suficiente dinamita como para que los pronósticos se inclinaran a que la pelea nunca arribaría a los 15 rounds.

El día esperado llegó. Fueron 13 los asaltos trepidantes de sangre, contusiones y emoción. En el segundo round, el "Alacrán" cayó a la lona con el párpado cortado. Un día antes, un periodista había escrito que eso podía suceder, y que Torres se levantaría a dar lo máximo.

Así sucedió. Después de la tercera campanada, según registraron las crónicas, la batalla se convirtió en algo "inenarrable". Torres golpeó con todo su poderío pero Chionoi parecía convertir los bazucazos del "Alacrán en caricias.

A Torres le pararon la pelea en el round 13, pero cualquiera de los dos pudo ganar. El rostro descompuesto de ambos era un fiel reflejo del combate.

Una vez que el réferi detuvo la pelea, Chionoi fue a donde su rival, se arrodilló ante él y abrazó sus piernas. El tailandés lloraba y con tal acto brindaba un reconocimiento a su rival por su impulso guerrero. El público eufórico había presenciado una de las peleas más emotivas, rabiosas y sangrientas de que se tenga memoria en la historia del boxeo en México.

Se volvieron a ver las caras 13 meses después. El padre de Efrén declaró, antes de la pelea, que si sus hijos no tenían valor para matar a un rival arriba del ring mejor ni se metieran al box. Esto le vino a dar un nuevo ingrediente a la función.

Pero la pelea no fue ni siquiera la caricatura de aquella de 1968. Torres ganó por nocaut en el octavo a un Chionoi convertido en fantasma. El "Alacrán" lograba el campeonato en su tercera oportunidad. Los 22 mil asistentes estaban frenéticos, pero todos coincidían en que la primera pelea sería irrepetible.

Torres fue a Bangkok el 20 de marzo de 1970, sólo para regresarle el cetro a Chionoi en una pelea que llegó hasta el límite.


(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Vídeos, S.A. de C.V., México, abril 2000).



miércoles, 17 de marzo de 2021

Rubén el "Púas" Olivares

 


Rubén Olivares: "voy a ser campeón del mundo"

Cuando Rubén Olivares, joven menudo de la Colonia Bondojo, se paró frente al tormentoso "Cuyo" Hernández para, más que pedirle, exigirle que lo entrenara porque quería ser campeón, la determinación y el hambre no lo dejaban en paz. Nadie esperaba que aquel muchacho de cara picada y dientes irregulares llegaría a ser uno de los mejores campeones de todos los tiempos.

"Cuando yo descubrí quién era -cuenta el propio Olivares- y qué cosa me iba a justificar en el mundo, o sea, que me encantaban los madrazos y que iba a vivir de ello, el "Chilero" Carrillo me mandó a adquirir mi equipo y luego, ya con mi equipo de boxeo, me fui directo a ver al "Cuyo" Hernández para decirle que yo iba a ser campeón del mundo, y [él] se cagó de risa; [...] el "Chilero" [...] me tomó por su cuenta y me empezó a enseñar los secretos del boxeo. Lo primero que hice fue sombra. El "Chilero" me decía: "siéntate", "muévete" [...] luego me dijo: "Vamos a empezar por el escalafón", o sea a caminar lento, muy lento, con tu expresión corporal bonita; nada de parecer un pinche Cuasimodo".

Rubén entró al boxeo en el año de 1963 y el "Chilero" lo entrenó para las Olimpiadas de Tokio, de lo cual el "Cuyo" ni siquiera se preocupaba. Ingresó a la selección y de los cuatro contrincantes con los que se eliminó , noqueó a tres pero Fernando Blanco le ganó, gracias a la viveza y la experiencia ganadas a través de mucho tiempo dedicado al boxeo amateur. Las cosas en el Comité Olímpico se resolvieron, como siempre, en la trastienda y por recomendación. Un tanto descorazonado, Rubén le preguntó al "Chilero" qué iba a pasar ahora. Carrillo lo inscribió en el Torneo de los Guantes de Oro de 1964. Ganó el torneo sorprendiendo a propios y extraños; los nocauts le creaban fama de destructor y aguantador. Llegó a la final con la mandíbula fracturada, pero aun así derrotó a Juan Mancilla.

La opinión de todo el mundo es que Rubén Olivares nació para ser campeón. Lo cierto es que sin haber ganado ningún campeonato nacional lo presentaron rápidamente como contendiente al campeonato mundial de los pesos gallos. El primer título que disputó fue contra Lionel Rosse, el 22 de agosto de 1969. Este australiano, llamado "El Canguro de Melbourne", era conocido como verdugo de mexicanos. George Parnassus fue quien concertó el encuentro en el Forum de Inglewood, en Los Ángeles, California, y causó mucha expectación entre los mexicano norteamericanos y los aficionados latinos radicados en Estados Unidos.

El resultado de este combate sorprendió a los expertos pues Olivares venció a Rosse en el quinto round con una bella combinación de golpes, cinco para ser exactos: un jab, un gancho izquierdo arriba, un gancho de derecha a la mandíbula, castigó al hígado con otro gancho izquierdo para rematarlo con la derecha a la quijada. El "Canguro" cayó como regla. En ese momento había nuevo campeón mundial de peso gallo. Rubén había cumplido su primer sueño y el hambre había amainado.

Las diabluras del "Púas"

Una vez alcanzado el campeonato ante Lionel Rosse, el "Púas" saltó a la categoría de ídolo nacional. La prensa lo acosaba. La televisión no dejaba de apuntarle con las cámaras. Los dueños de cantinas donde pasaba a"echar la copa" se anunciaban como amigos del campeón. Su hablar cantado y cantinflesco lo parodiaron los cómicos de la época hasta el cansancio. Nadie podía dejar de notar las "diabluras" del campeón. La prensa lo seguía en sus desmanes y sus declaraciones podían hacer que se vendiera una buena tirada de los matutinos deportivos.

Vinieron las primeras defensas y los nocauts se sucedían uno tras otro. A la par que su fama crecía, el gimnasio lo cansaba. Como resultado, el 16 de octubre de 1970 perdió el campeonato mundial a manos del aguerrido guanajuatense Chucho Castillo, a quien ya había vencido meses antes, en lo que sería la primera victoria por decisión de su carrera. La pelea por el campeonato fue cansada; se trabó en un toma y daca del que salió perdiendo el "Púas".

Se concertó la revancha. La decisión se la dieron al de la Bondojo, quien volvió a lucir el gran fajín de campeón. Defendió su título varias veces y de nuevo lo perdería contra el mexicano Rafael Herrera. La báscula empezó a girar al ritmo de su fama. Decidió entonces trasladarse a la división inmediata superior. Se eliminó con Art Haffey para disputar el campeonato pluma, que conseguiría venciendo al japonés Zensuke Utagawa. La fortuna le sonreía de nuevo pero sus correrías y pachangas no dejaban de aparecer en la prensa deportiva. Los líos con su manager, Arturo "Cuyo" Hernández, se hicieron públicos y las declaraciones fueron cada vez más fuertes.

Más tarde, peleó contra el nicaragüense Alexis Argüello. El combate se llevó a cabo en el patio preferido de Olivares, California. La pelea empezó con un "Púas" decidido a satisfacer a su público. Inteligente, se movía de aquí para allá, sin presentarle al nicaragüense un blanco fijo. Pero la porfía de Argüello y la confianza de Olivares llevaron el combate a un final inesperado. En el round 13 un gancho de izquierda del retador pescó al campeón, dejándolo derribado en la lona para recibir la cuenta fatídica.

Olivares volvió a hacer campaña entre los plumas para disputar, el 20 de junio de 1975 en California, el campeonato a Bobby Chacón. La pelea sólo duró dos rounds; en el primero pelearon cabeza con cabeza, golpe por golpe, sin marrullerías. Al comenzar el segundo round, la expectación creció entre el público: los jabs de Olivares laceraban la cara del campeón; se retiraron hacia las cuerdas, donde siguieron combatiendo tozudamente. Un cruzado de derecha depositó en la lona al campeón. Éste se levantó lentamente a la cuenta de ocho. El de la Bondojo se le fue encima con una andanada de golpes hasta derribarlo definitivamente.

Sin embargo, la carrera del famoso "Púas" había entrado en picada definitiva. En la primera defensa perdió contra el africano David Cottey por decisión dividida. 

Después de esto su trayectoria continuó en zigzag, con más bajas que altas. Ya no sería nunca el mismo muchacho que empezó con el deseo de"comer con manteca", como había declarado a un periodista sorprendido por la franqueza y la seguridad del ídolo en ciernes.

(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Vídeos, S.A. de C.V., México, abril 2000)

lunes, 13 de enero de 2020

Vicente Saldívar


A pesar de ser zurdo
Los primeros años de la década del sesenta le guiñarían el ojo a uno de los boxeadores más técnicos, cerebrales y disciplinado que nunca haya tenido el boxeo en México: hablamos de Vicente Saldívar, el "Zurdo de Oro". En 1960, como amateur, consiguió el título pluma del Distrito Federal, el nacional, el campeonato de los Guantes de Oro y representó a Mexico en las Olimpiadas de Roma. Contaba apenas con 17 años de edad.
Aún así, para los entrenadores no dejó de ser más que un aplicado púgil amateur con el agravante de ser zurdo, salvo para Adolfo "Negro" Pérez, quien pagó por el derecho de dirigirlo la cantidad de 5,000 pesos -aunque hay versiones que hablan de 14,000. Monto considerable porque se trataba, si acaso, de una promesa. Pero el "Negro" ya tenía al muchacho y sólo faltaba prepararlo para conseguir un campeonato.
El lanzamiento de Saldívar al profesionalismo atrajo la atención de la prensa. Al muchacho se le conocía como amateur y los medios declaraban que, a pesar de ser zurdo, era un "peleador muy espectacular", o "no por ser zurdo es peleador apagado y difícil". Los promotores no eran del gusto de contratar a púgiles cuya arma principal fuera su puño izquierdo.
Para casi todos los boxeadores, la provincia representaba la plaza del fogueo. Así, en febrero de 1961 Vicente debutó con un nocaut en el tercer asalto a Babe Palacios en la ciudad de Iguala, Guerrero. Sostuvo peleas en Oaxaca, León, Acapulco y Huachinango antes de hacer su debut en la capital del país. En todas sus peleas había despachado a sus contrincantes por la vía rápida. No había duda de su poderío, pero Saldívar no conseguía atraer a la afición.
Nocaut tras nocaut, Vicente se fue abriendo el espacio para la pelea grande a nivel nacional. El 8 de febrero de 1964 no tuvo problemas para vencer a Juan Ramírez, campeón del país en peso pluma, al cual derrotó de manera fulminante en el segundo asalto. Sin embargo, no hubo celebraciones frenéticas para el nuevo monarca.
Su trayectoria fue impresionante, no sólo por su golpeo demoledor, sino porque su pelea profesional número 25 se realizó bajo los reflectores que iluminaban el escenario de una pelea de campeonato mundial. El 26 de septiembre de 1964, se enfrentaba a un ídolo del pueblo mexicano: Ultiminio Ramos.

"Respetable público: me retiró del box"
La entrevista con Saldívar representaba la cuarta defensa del título de Ramos. A uno de los retadores lo había noqueado y con los otros dos alcanzó el triunfo por decisión. Éstas dos últimas peleas le habían restado a Ultiminio su fama de pegador fulminante. Sin embargo, nadie podía decir que la dinamita de sus puños estaba mojada. Saldívar había derrotado a todos sus oponentes por nocaut el año anterior, 1963. Aunque en sus últimas dos salidas obtuvo la victoria por decisión. Se encontraban en el ring dos boxeadores que podían acabar la pelea de un momento a otro. La seducción del nocaut atrajo a miles al coloso de Cuatro Caminos.
Eran tiempos de dedicatorias incuestionables. Las peleas estaban brindadas a algún personaje público casi por reglamento. Saldívar le dedicó la pelea al presidente López Mateos y al gobernador de Guanajuato. Los otros dos mexicanos que actuarían en la función eran el "Canelo" Urbina y José Medel, quienes brindaron su pelea al presidente municipal de Coronel, Guanajuato, y a Raúl Salinas Lozano, secretario de Industria y comercio, respectivamente. Al encuentro acudieron López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, ya entonces presidente electo. La taquilla fue un éxito.
Nunca en la historia del deporte se había recaudado tanto dinero: casi 1,850,000 de aquellos pesos.
Ultiminio llegó como favorito. En sus entrenamientos generaba una gran atención del público. Saldívar era un muchacho callado y disciplinado. En su gimnasio no era común tener una multitud arremolinada para verlo practicar. Dos estilos distintos de boxear, dos personalidades opuestas se enfrentaban ese 26 de septiembre de 1964.
La pelea empezó pareja. No se hicieron daño en los primeros cuatro rounds. A partir de quinto, el retador tomó la iniciativa, aunque estuvo a punto de caer en el octavo. El décimo asalto fue claramente para Saldívar el de Matanzas recibió una verdadera paliza. El undécimo round fue la conclusión del anterior. Entre las cuerdas y el retador, se encontraba un campeón que era molido a golpes. Se encendieron los focos rojos y la pelea concluyó. Saldívar era campeón del mundo. Tenía 21 años.
Saldívar se convirtió en un ejemplo de la disciplina boxística. Se preparaba a conciencia antes de cada pelea y no aceptaba visitas en sus entrenamientos. Tal vez por eso nunca alcanzó los niveles de idolatría de un Macias, un "Toluco" o un "Pájarito" Moreno. Pero Vicente daba un aviso al mundo del boxeo: el ring no estaba para dar sorpresas o golpes de suerte; la preparación y el cuidado personal se convertían en elementos centrales para un pugilista. El box estaba cambiando.
Las peleas que sostuvo en adelante fueron exclusivamente para defender su cinturón mundial pluma. Lo hizo exitosamente en ocho ocasiones.
Su retiro fue perfecto. El 14 de octubre de  1972 defendió su corona mundial de peso pluma ante el galés Howard Winston -a quien ya había derrotado un par de veces- en el Estadio Azteca. Momentos después de que el réferi detuvo la pelea en el duodécimo asalto y declaró a Saldívar vencedor, el campeón pidió el micrófono y dijo con acento sereno: "Respetable público. Me retiro del box. Muchas gracias." Posteriormente, ya en vestidores, confirmó: "Me voy entero."
Unos dijeron que se retiraba un gran campeón. Otros afirmaron que nunca demostró serlo, pues sus contrincantes no estaban a la altura del universo pluma. Lo cierto es que fue el boxeador más sólido que había tenido México hasta entonces.

(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Vídeos, S.A. de C.V., México, abril 2000)

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Manuel "Pulgarcito" Ramos

La gloria a 20 segundos, Ramos vs Frazier


El periódico de los deportistas, como pomposamente se autonombraba Esto, anunciaba en una de sus páginas interiores, no se sabe si con inocencia, con dolo o ignorancia: “¡Nacerá un nuevo campeón y será mexicano!” Una línea aérea nacional, que quiso guardar el anonimato, anunciaba que si “Pulgarcito” Ramos ganaba, pondría a su disposición un jet particular para su regreso. Esos eran los únicos augurios favorables para Manuel “Pulgarcito” Ramos en su intento por arrebatarle el título mundial de los pesos completos al norteamericano Joe Frazier.
La oportunidad surgió, como el propio Ramos, de la nada. Rara avis en el ambiente del boxeo mexicano -un peso pesado entre aguerridos pesos pequeños-, destacó por ello mismo. No lo pensó mucho; si se quedaba aquí, no cumpliría la meta que lo había empujado al boxeo: “Ganar dinero y vivir de mis rentas”, y partió para Estados Unidos. Allá derrotó a peleadores que estaban en declive. Poseía la combatividad de los pequeños peleadores mexicanos y el peso de dos de ellos juntos, así como un excelente gancho al hígado. Las sucesivas y fáciles victorias le dieron fama como para aspirar al campeonato que poseía el norteamericano Joe Frazier. Pero nuestro “Pulgarcito” sólo era un ídolo de cuentos de hadas.
La corona de Frazier era motivo de controversia. Medallista de oro en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964, Joe encontró, por casualidad, el lugar vacante; se lo habían arrebatado a Cassius Clay. Le querían dar una lección a ese negro insolente que había rehusado presentarse al servicio militar para no ir a Vietnam. Naufragando y con un campeón en entredicho, la Asociación Mundial de Boxeo le propuso a George Parnassus enfrentarlo a la supuesta maravilla mexicana de los pesados, Manuel “Pulgarcito” Ramos. Se programó el combate para el 24 de junio de 1968. 
Las cosas empezaron a salir mal. El Esto seguía paso a paso las aventuras del gigante tlacoyero: que “Pulgarcito” sufría porque Pancho Rosales, su manager, no lo dejaba ir a ver a los Tijuana Brass; que se veía desmejorado por la falta de alimento; que en los entrenamientos era dominado por sus sparrings; que sufría con el mal del “jamaicón”; en fin, que no calentaba a la prensa, la cual seguía considerándolo un desconocido y fácil pichón, aun para el descolorido campeón. 
La televisión, que en un principio había mostrado poco interés en la transmisión, accedió y nos trajo los pormenores desde el Madison Square Garden, donde se efectuó el combate. Los comentarios se centraban en los diez centímetros que le sacaba Ramos al negro norteamericano, como si en eso se fincara la deseada victoria.
Inició la pelea; apenas había pasado un minuto cuando Frazier descargó un gancho de izquierda a la cara y lo remató con un golpe al cuerpo. El mexicano se amarró a la cintura del negro. Ramos contraatacó con un fuerte derechazo a la cabeza, Frazier se tambaleó. Los comentaristas mexicanos gritaron: “¡Está noqueado, está noqueado!” Pero “Pulgarcito” se quedó pasmado, inexplicablemente no lo siguió. El norteamericano, en plena huída, soltó un derechazo a la cabeza y Ramos se estremeció. La campana sonó y la mirada fija de “Pulgarcito” ofrecía malos augurios.
Para el segundo round, Frazier salió decidido a terminar el combate. Cuatro golpes al rostro arrojaron a Ramos a la lona. Se incorporó lentamente a la cuenta de ocho. El norteamericano estaba incontenible y ya no obtenía respuesta. Una izquierda a la nariz detuvo el combate. Ramos se había quedado a 20 segundos de la gloria…


(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Vídeos, S.A. de C.V., México, abril 2000)