La Historia de Mexico y de los mexicanos como se ha escrito: a través de diarios, de proclamas, de actas, de folletos, de libros. Los testimonios, los datos fríos, los análisis, las letras espontáneas de los corridos. Finalmente, nuestra historia. ¡No nos pierdas la pista!
Damos por supuesto que todo el mundo considera muy patético vivir al pie de un volcán por el peligro latente que representa. Sin embargo, no es tan fiero el león como lo pintan. Y las dos moles volcánicas próximas a México son, por su belleza y su grandeza, la tentación de los pintores paisajistas.
El Popocatépetl y el Iztaccíhuatl son dos promontorios ingentes anclados como inmensos trasatlánticos en una laguna gigantesca desaparecida. Uno es empinado como un cono, si se le mira desde las Lomas de Chapultepec, y el otro, alargado como un prisma tendido. Tal vez por estas formas o posturas, la gente le otorga sexo masculino al primero y femenino al segundo. El Popo, además, para subrayar su varonía, fuma de vez en cuando su cachimba. Mas el penacho de humo ligerísimo nos intimida tanto como el de la chimenea de una casita en mitad del campo. Todos sabemos que sus entrañas hierven y que los designios de Dios son arcanos, pero su amenaza latente se disipa ante la majestad de la mole.
Tanto el Popo como el Izta se complacen en ser mexicanos, se sirven de las nubes como de rebozos y sarapes. Uno y otro tienen sus cúspides nevadas durante casi todo el año, y las nubes carecen muchos días de aliento para remontarlas, quedando así como a la altura de sus cuellos súperrealistas.
Infinidad de veces se nos presenta el Popo vestido de volcán japonés o chino, de esos que vemos en las tarjetas acuareladas, donde las cimas blancas se destacan nítidas sobre un cielo añil y la base se esfuma en tenues grises, dorados y blancos.
Este chinismo o japonesismo del Popo contribuye a pensar en las raíces asiáticas de México. Muchas veces hemos rozado este tema, sobre todo al contemplar las caras indígenas. Unas nos parecían egipcias o gitanas, otras mongolas, otras hindúes y otras de familia chinesca. La palabra chino se aplica en México, además, a muchas cosas y aspectos, como si el mexicano llevase en la subconsciencia algo que no conoce pero barrunta o presiente. Así, del pelo ensortijado se dice que es chino, y de la piel erizada o en carne de gallina se dice que está chinita o enchinada. Existe, por añadidura, la china poblana, o mujer típica de Puebla, con sus vistosas ropas, nada chinas por cierto.
El chinismo o japonesismo del Popo lo ha comprendido algún pintor paisajista mexicano, pero no el extranjero que quiso levantar una colonia en sus faldas. El Popo Park. Sólo a un teutón se le ocurre edificar casas de gnomos y de leyendas nebulosas, casas pesadas y alambicadas, de aquel mal estilo germano de principios de siglo, en un paisaje de sabor y color orientales.
Este chinismo del Popo cabe enlazarlo con el de la región tarasca. Al escribir de Pátzcuaro señalé ya el sabor chino-japonés de la toponimia. Alguien me dijo ya que los japoneses comprenden y explican el significado de los nombres que llevan los pueblecitos tarascos. Y yo no sé qué tienen también de japoneses o chinos los útiles de pesca en aquel delicioso lago.
En estas páginas que me sugiere México no hablaré de ríos porque sigo creyendo no haber visto ninguno. Los hay, pero la impresión mía es de que un país tan extenso necesita más. En cambio, me veré obligado a decir algo de sus lagunas y sus lagos. Entre otros motivos porque no pasa día sin que se nos advierta que la ciudad de México está fabricada sobre un lago y que el polvo que durante el mes de marzo arremete contra nosotros viene de un lago desecado, el de Texcoco.
La realidad es que hoy, para pasearse en lancha por canales, hay que ir a Xochimilco, porque el lago de la ciudad no puede tocarse con el dedo sino en los mapas o preciosas cartas geográficas antiguas y en las páginas literarias de Bernal Díaz.
Estos lagos de la altiplanicie, tan extraordinarios, pasaron a la historia. En los mapas podemos ver que la antigua México era una isla unida a la tierra circundante por ligeros puentes que parecen esparadrapos. Pero de todo eso no nos queda más que el Puente de Alvarado, que es una calle hoy.
Para disfrutar del agua tiene los capitalinos que irse a las albercas, o a los lagos y orillas del mar que se hallan a muchas leguas. Principalmente a Acapulco, porque el lago de Chapala es terroso y el de Pátzcuaro, frío.
(Tomado de: Moreno Villa, José – Cornucopia de México y Nueva Cornucopia mexicana. Colección Popular #296, Fondo de Cultura Económica, S.A. de C.V., México, D.F., 1985)
(El Castillo de Chichén Itzá, por Frederik Catherwood)
Relación de las Cosas de Yucatán
Fray Diego de Landa
MDLXVI
Capítulo Primero
La tierra de Yucatán
Que Yucatán no es isla ni punta que entra en la mar como algunos pensaron, sino tierra firme, y que se engañaron por la punta de Cotoch que hace la mar entrando por la bahía de la Ascensión hacia Golfo Dulce, y por la punta que por esta otra parte, hacia México, hace la Desconocida antes de llegar a Campeche, o por el extendimiento de las lagunas que hace la mar entrando por Puerto Real y Dos Bocas.
Que es tierra muy llana y limpia de sierras, y que por esto no se descubre desde los navíos hasta muy cerca salvo entre Campeche y Champotón donde se miran unas serrezetas y un Morro de ellas que llaman de los diablos.
Que viniendo de Veracruz por parte de la punta de Cotoch está en menos de 20 grados, y por la boca de Puerto Real en más de 23, y que bien tiene de un cabo al otro 130 leguas de largo camino derecho.
Que su costa es baja, y por esto los navíos grandes van algo apartados de tierra.
Que la costa es muy sucia de peñas y pizarrales ásperos que gastan mucho los cables de los navíos y que tienen mucha lama, por lo cual aunque los navíos den a la costa, se pierde poca gente.
Que es tan grande la menguante de la mar, en especial en la Bahía de Campeche, que muchas veces queda media legua en seco por algunas partes.
Que con esas grandes menguantes se quedan en las ovas, y lama y charcos, muchos pescados pequeños de que se mantiene mucha gente.
Que atraviesa a Yucatán de esquina a esquina una sierra pequeña que comienza cerca de Champotón y va hasta la villa de Salamanca que es el cornijal contrario al de Champotón.
Que esta sierra divide a Yucatán en dos partes, y que la parte de mediodía hacia Lacandón y Taiza, está despoblada por falta de agua, que no la hay sino cuando llueve. La otra que es al norte, está poblada.
Que esta tierra es muy caliente y el sol quema mucho aunque no faltan aires frescos como brisa o solano que allí reina mucho, y por las tardes la virazón de la mar.
Que en esta tierra vive mucho la gente, y que se ha hallado hombre de ciento cuarenta años.
Que comienza el invierno desde San Francisco y dura hasta fin de marzo, porque en este tiempo corren los nortes y causan catarros recios y calenturas por estar la gente mal vestida.
Que por fin de enero y febrero hay un veranillo de recios soles y no llueve en ese tiempo sino a las entradas de las lunas.
Que las aguas comienzan desde abril hasta fin de septiembre, y que en ese tiempo siembran todas sus cosas y vienen a maduración aunque siempre llueva; y que siembran cierto género de maíz por San Francisco que se coge brevemente.
Que esta provincia se llama en lengua de los indios Ulumil cutz yetelceb, que quiere decir tierra de pavos y venados, y que también la llamaron Petén que quiere decir isla, engañados por las ensenadas y bahías dichas.
Que cuando Francisco Hernández de Córdoba llegó a esta tierra saltando en la punta que él llamó cabo de Cotoch, halló ciertos pescadores indios y les preguntó qué tierra era aquella y que le respondieron Cotoch, que quiere decir nuestras casas y nuestra patria, y que por eso se puso este nombre a aquella punta, y que preguntándoles más por señas que cómo era suya aquella tierra, respondieron ciuthan que quiere decir, dícenlo; y que los españoles la llamaron Yucatán, y que esto se entendió de uno de los conquistadores viejos llamado Blas Hernández que fue con el Adelantado la primera vez.
Que Yucatán, a la parte del mediodía, tiene los ríos de Taiza y las sierras de Lacandón, y que entre mediodía y poniente cae la provincia de Chiapa, y que para pasar a ella se habían atravesar los cuatro ríos que descienden de las sierras que con otros se viene a hacer San Pedro y San Pablo, río que descubrió en Tabasco Grijalva; que al poniente está Xicalango y Tabasco, que son una misma provincia.
Que entre esta provincia de Tabasco y Yucatán están las dos bocas que rompe la mar, y que la mayor de éstas tiene una legua grande de abertura y que la otra no es muy grande.
Que entra la mar por estas bocas con tanta furia que se hace una gran laguna abundante de todos pescados y tan llenas de isletas, que los indios ponen señales en los árboles para acertar el camino para ir o venir navegando de Tabasco a Yucatán; y que estas Islas y sus playas y arenales están llenos de tanta diversidad de aves marinas que es cosa de admiración y hermosura; y que también hay infinita caza de venados, conejos, puercos de los de aquella tierra, y monos, que no los hay en Yucatán.
Que hay muchas iguanas que espanta, y en una de (las isletas) está un pueblo que llaman Tixchel.
Que al norte tiene la isla de Cuba, y a 60 leguas muy enfrente la Habana, y algo adelante una islilla de Cuba, que dicen de Pinos.
Que al Oriente tiene a Honduras y que entre Honduras y Yucatán se hace una muy gran ensenada de mar la cual llamó Grijalva Bahía de la Ascensión, y que está tan llena de isletas y que se pierden en ellas navíos, principalmente los de la contratación de Yucatán a Honduras; y que hará 15 años que se perdió una barca con mucha gente y ropa, y al zozobrar el navío se ahogaron todos salvo un (tal) Majuelas y otros cuatro que se abrazaron a un gran pedazo de árbol del navío y anduvieron así tres o cuatro días sin poder llegar a ninguna de las islillas, y que se ahogaron faltándoles las fuerzas, menos Majuelas que salió medio muerto y tornó en sí comiendo caracolejos y almejas; y que desde la islilla pasó a tierra en una balsa que hizo de ramas como mejor pudo; y pasado a tierra firme, buscando de comer en la ribera, topó con un cangrejo que le cortó el dedo pulgar por la primera coyuntura con gravísimo dolor. Y tomó a tiento la derrota por un áspero monte para la villa de Salamanca, y que anochecido se subió a un árbol y que desde allí vio un gran tigre que se puso en asechanza de una cierva y se la vio matar y que la mañana (siguiente) él comió de lo que había quedado.
Que Yucatán tiene algo más abajo y enfrente de la punta de Cotoch a Cuzmil, 5 leguas de una canal de muy grande corriente, que hace la mar entre ella y la Isla.
Que Cuzmil es isla de quince leguas de largo y cinco de ancho, en que hay pocos indios y son de la lengua y costumbres de los de Yucatán y está en 20 grados a esta parte de equinoccial.
Que la isla de las Mujeres está a trece leguas abajo de la punta de Cotoch y a dos leguas de tierra enfrente de Ekab.
(Tomado de: Landa, Diego de: Relación de las cosas de Yucatán. Edición de Miguel Rivera Dorado. Crónicas de América. Dastin, S.L., España, 2003)
Ingeniero, geógrafo y escritor, nació y murió en la Ciudad de México (1832-1912). Hizo sus estudios en la Academia de Bellas Artes de San Carlos y en el Colegio de Minería. Se graduó como ingeniero en 1865. Catedrático de varios centros educativos, fue, además, director de la Sección de Colonización e ingeniero consultor de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Intervino en la cuestión de límites con Guatemala y en la Comisión Mixta de Límites para la Demarcación de la Frontera con Estados Unidos. De 1884 a 1905 participó en las negociaciones sobre El Chamizal. Le corresponde el mérito de haber presentado al extranjero la primera visión de un México organizado, después de las turbulencias que epilogaron la Intervención Francesa y el Imperio: The Republic of Mexico in 1876. A Political and Ethnographical Division of the Population, Character, Habits, Customs, and Vocations of its Inhabitants. Su obra principal, sin embargo, es el Diccionario geográfico, histórico y biográfico de los Estados Unidos Mexicanos, del que se publicaron los tomos I y II en 1888; el III en 1889; el IV en 1890 y el V, en 1891. En 1904 publicó El libro de mis recuerdos con narraciones históricas, anécdotas y costumbres nacionales. Otras obras suyas son las siguientes: Noticias geográficas y estadísticas de la Repùblica Mexicana y Reseña geográfica del distrito de Soconusco a Tapachula (1857); Atlas geográfico, estadístico e histórico de la Repùblica Mexicana (1859); Memoria para servir a la carta general de la República Mexicana (1861); Curso de dibujo topográfico y geográfico (1868); Tratado elemental de geografía universal (1869), reeditado ocho veces hasta 1910), Compendio de geografía universal (1870, reimpreso trece ocasiones hasta 1924); Atlas metódico para la enseñanza de la geografía en la República Mexicana (1874); Cuadro geográfico, estadístico, descriptivo e histórico de los Estados Unidos Mexicanos (1884, traducido al francés en 1889); Carta general de los Estados Unidos Mexicanos y Atlas pintoresco e histórico de los Estados Unidos Mexicanos (1885); Atlas geográfico y estadístico (1887); Compendio de historia de México y su civilización (1890, reeditado en 1906), y Memoria para servir a la carta general del Imperio Mexicano y demás naciones descubiertas y conquistadas por los españoles en el siglo XVI (1892). Dejó inédito Desarrollo de la civilización en México. La Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística dedicó una sesión solemne en ocasión de su muerte; en ese acto, Esteban Maqueo Castellanos dijo: "... el nombre de García Cubas se une en estrecho lazo con los de Boturini, Humboldt, Orozco y Berra, príncipes de los estudios geográficos sobre México."
(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen V, - Gabinetes - Guadalajara)
A finales del siglo XVIII, la superficie de la Nueva España rebasaba los cuatro millones de kilómetros cuadrados. En el norte, abarcaba los actuales estados norteamericanos de California, Arizona, Nuevo México, Texas y Florida. En el sur, el virreinato se extendía hasta la península de Yucatán y Chiapas. El viaje de la capital a las lejanas minas de Santa Bárbara y Parral duraba entre tres o cuatro meses en época de secas.
El paisaje novohispano se fue transformando a través de los siglos con la introducción de nuevas especies de plantas, animales y técnicas de producción. La combinación de diversos recursos naturales y la desigual distribución geográfica creó un paisaje variado. Se pueden distinguir cinco áreas principales: el México central, la vertiente del Golfo y la del Pacífico, la zona norte y la zona sur.
El México central se ha caracterizado por la presencia de sierras ásperas, clima templado y valles fértiles. Ya que las tierras están situadas en diferentes altitudes, las regiones que forman esta área tienen diversos climas. Esos contrastes climáticos permitieron la producción de múltiples productos en distancias relativamente cortas. El maíz y el frijol se daban bien en casi todas partes, y se criaban vacas, cerdos y pollos. El cultivo de trigo y la cría de ganado lanar, en cambio, se concentraban en las regiones templadas. Los cultivos tropicales, como la caña de azúcar, el algodón y el tabaco, florecieron en la tierra caliente cercana y en las vertientes del Golfo y del Pacífico.
Hacia el norte, la tierra se va haciendo cada vez más árida y agreste. Esta región dilatada tuvo poca población, pero fue muy rica en minas y ganados, y abasteció al centro de materias primas: lana, algodón, mulas, caballos, vacas, cueros y plata. La novedad del siglo XVIII es la ampliación de la frontera norte. El temor a la penetración de los rusos en la costa del Pacífico, y de los franceses en el golfo de México, obligó a una expansión defensiva en esos territorios. California, Nuevo México y Texas se poblaron entonces de misiones y presidios.
En el sur, las dos cadenas de montañas que limitan el altiplano se unen y forman un paisaje de montes altos salpicados por pequeños valles. La Sierra Madre del Sur, los macizos de la Mixteca y las montañas de Oaxaca tienen un clima similar al de las mesetas altas. En las tierras bajas de Tabasco abunda el agua y la vegetación es exuberante. En Chiapas se combinan las tierras altas y boscosas con zonas de bosque tropical, mientras que Yucatán se caracteriza por planicies cálidas, escasa vegetación y aguas subterráneas.
La región del sur estuvo poco integrada al centro del virreinato. Allí la economía se dedicó a satisfacer la demanda local, con escasas excepciones: la grana cochinilla de Oaxaca y el cacao de Tabasco lograron acceder al comercio de ultramar. Un caso de aislamiento más acusado es el de Yucatán. Esta región prefirió extender sus redes comerciales hacia el Caribe español, y sólo hasta el siglo XIX comenzaría a insertarse en la economía nacional. La rica geografía sureña creó una diversidad regional que se distinguía por los rasgos étnicos, la vestimenta, la comida, las fiestas y tradiciones locales, del resto de la Nueva España.
(Tomado de: Florescano, Enrique y Rojas, Rafael - El ocaso de la Nueva España. Serie La antorcha encendida. Editorial Clío Libros y Videos, S.A. de C.V. 1a. edición, México, 1996)
Vamos a conocer al monstruo más antiguo de nuestra cultura. Un monstruo que hace dos décadas apenas fue dominado. Su edad se calcula entre los 18 y los 40 millones de años. Se tragó durante siglos a muchos seres humanos que se aventuraron a desafiarlo en sus aguas, en sus acantilados, en sus profundidades, en su terreno. Se quedó con todo aquel que intentó navegar en sus aguas.
A 23 kilómetros al norte de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, nos encontramos con él, con sus impresionantes muros de más de mil metros de altura. con su vegetación que se aferra y crece amarrando sus raíces al viento, con su fondo por donde corre un río que oculta su magia: el río Grijalva. Todo impone, todo resulta majestuoso, es en realidad, un bello monstruo de la naturaleza.
El monstruo no con todos se portó mal: respetó la vegetación y los alimentos, la fauna que desde hace siglos compartía su imponencia y que durante siglos se reprodujo hasta que el hombre llegó a despojarlos el uno del otro.
El Cañón del Sumidero fue, hasta hace dos décadas, impenetrable. Legendario por sus animales, sus acantilados y sus aguas, que se unificaban para proteger su territorio, magia que atrajo a varios grupos de científicos a internarse parcialmente en el cañón a partir de 1915.
La historia que envuelve a este cañón, llevaría horas y horas de relatos. Baste decir que fue lugar de sacrificios de docenas de indígenas de Chiapa de Corzo que se resistieron a los conquistadores españoles. Se narra que en 1527, el capitán Diego de Mazariegos atacó a los habitantes de Chiapa en el cañón de Tepechia, dentro del Sumidero, y los indígenas, lejos de rendirse, prefirieron la muerte en garras del cañón, de su cañón, y no de los conquistadores.
Este monstruo fue creado por una falla tectónica, es decir, un acomodamiento de las capas de la corteza terrestre, un fenómeno que pudo haber ocurrido hace unos 18 o 40 millones de años.
Los fósiles encontrados en la materia rocosa de los precipicios del cañón, han hecho pensar a los científicos que, en un pasado muy remoto, esta zona fue un lecho marino.
Durante siglos este cañón fue el dominador, pero, al fin, no pudo contra el avance técnico, contra la máquina y los explosivos que lo dominaron. La primera excursión exitosa fue a lo largo de su río: el Grijalva.
Su derrota total se debió a la construcción de la presa de Chicoasén, una de las más grandes e importantes del país. Su sumisión se inició en el año de 1980, cuando la apertura de la presa causó sensación por su tamaño y por el trabajo que tuvo que hacerse para ganarle la batalla al monstruo. Solo que la lucha fue desigual, a traición: no hubo aviso.
Así, miles de víctimas, los antiguos aliados del cañón se vieron perdidos frente a la detención del agua, frente al líquido que subió de nivel hasta cubrirlo todo. Algunos animales fueron rescatados pero la mayoría perecieron. Su selva, sus muros inexpugnables, se volvieron en contra de ellos y no pudieron salir. No se les dio tiempo de hacerlo, sólo uno que otro logró escapar escalando los muros o volando, pero los nidos y las crías, las orquídeas silvestres, mágicas, que surgían de los acantilados, perecieron.
Así, ese día de aquel año, la historia registró el hecho mágico, la derrota del cañón del Sumidero, el triunfo de la generación de la electricidad, el funcionamiento de la reserva de agua en Chicoasén, el vaso de 20 kilómetros de longitud.
Ya domesticadas las aguas, se puede navegar en ellas y encontrarse con los vestigios de su imponencia. Lo que sirvió de tumba para los indígenas de Chiapa de Corzo y para cientos de especies, ahora sirve de camino para llegar hasta la presa misma. Sigue siendo impresionante, sigue siendo misterioso, visto desde arriba o desde abajo, como quiera que sea.
Sigue guardando algo de su magia. Se está adaptando a su nueva vida, una que atrae turistas de todas partes del mundo, para admirar, sobre todo, al árbol más grande del mundo, resultado de formaciones caprichosas que durante millones de años se han ido esculpiendo en el muro del cañón.
Nuevas plantas y animales se están asentando en sus paredes y en sus aguas, bastante más altas que antes. Ya tiene un uso productivo, no sólo es bello. Ya se exhibe ante todos como una parte más de lo que tenemos de mágico en nuestro país, en nuestro Estado de Chiapas. Donde todavía hay mucho más, El Estado de Chiapas que doblegó al monstruo del Sumidero.
(Tomado de: Sendel, Virginia - México Mágico. Editorial Diana, S.A. de C.V., México, D.F., 1991)
Gracias a
nuestro amigo Guillermo Ortiz de Montellano, tenemos algunos datos del
significado de este nombre, que obtuvo consultando sus libros y reflejando con
ello su laboriosidad y amor a los estudios.
Desgraciadamente,
la interpretación que se le puede dar a la palabra Chontalcoatlán es “Lugar en que abundan las serpientes extrañas”.
Esto es contradictorio al jeroglífico contenido en el libro de Peñafiel, que
representa una víbora de cascabel, la cual no pudo ser extraña a nuestros aborígenes.
Otra versión de la palabra “chontali” la da don Marcos F. Becerra, haciéndola
corresponder a “bárbaro”, por una combinación de las voces rústico y tierra. ¿No
podrá esta aglutinación indicar que las víboras de la región guerrerense hayan
sido más venenosas que las de otras partes? Siendo así y siquiera para formar
un equivalente ideológico aceptaremos, sin querer ni imponer la traducción ni
menos alardear de que sea correcta, que la mejor acepción de esta palabra es “Lugar donde abundanlas víboras más venenosas”.
Pero pasando
del significado de la palabra al lugar de ensueño, ubicado debajo de las
mundialmente famosas Grutas de Cacahuamilpa, resulta simbólico al descender
hacia el lecho del río subterráneo de Chontalcoatlán encontrar un magnífico ejemplar
de serpiente de cascabel, que afortunadamente es una llamada de atención para
no perder la infinidad de detalles que sin duda habremos de encontrar
posteriormente. Este incidente es como la chispa que enciende la linterna de
nuestra imaginación que insospechadamente creemos tendrá durante todo el
recorrido bajo la superficie terrestre, alimentos abundantes y variadísimos.
¿Qué
diferencia puede haber, se preguntarán algunos, entre ir por caminos
desconocidos en una noche oscura, a recorrer el túnel amplísimo donde con
curiosidad bulliciosa se internan las aguas un río? ¿No será semejante a seguir
las márgenes de la corriente en medio de absoluta ausencia de luz? No. Inmediatamente
que penetramos bajo tierra sentimos la corriente de aire encajonado con olor
muy distinto al puro y libre que respiramos en nuestras aventuras alpinas. El
rumor del líquido adquiere distintos tonos, ya que cuenta con la resonancia de
las paredes. La ninfa Eco nos acompaña y en más de una ocasión se burla de
nosotros.
La indumentaria
de rigor es la del bañista con el aditamento de la lámpara ajustada a la
cabeza, para tener las manos libres y poder, ya sea nadar o asirse de las
paredes. Aún los más potentes reflectores portátiles dan idea de poco alcance.
Las tinieblas reinan por doquier y alzando la vista extrañamos la inmensidad de
una noche estrellada o los grises matices de las nubes, perceptibles aún
estando la Luna en conjunción. Un haz de luz partiendo del punto superior de
cada uno de nosotros no sirve más que para agigantar espectros originados por
las proyecciones de maravillosas formaciones de estas galerías, que arrojan
nuestras almas a un abismo, desorbitan nuestros ojos que vanamente intentan
penetrar la penumbra, excitan nuestros cerebros y brotan ideas que en ningún
otro lugar hubieran podido surgir.
Caminamos con
el agua a la cintura, agachando la frente para iluminar nuestros pasos, vana
ilusión, ya que el agua saturada de aluvión no es penetrada por los rayos
luminosos y no sabemos si al avanzar quedaremos sin fondo a nuestros pies, lo
que nos obligará a nadar, o si un ascenso del terreno que pisamos disminuirá el
nivel del agua hasta la pantorrilla. ¿Y no es así la vida? Nuestra ridícula
inteligencia cree poder prever los acontecimientos y nos recomienda sigamos tal
dirección, pero uno tras otro dan al traste nuestros planes y nos percatamos de
la incongruencia de lo desconocido. ¡Cuán pobres de espíritu los que tienen la
presunción de poder evitar los momentos trascendentes de la existencia! Nuestro
talento no es más que un charquito de agua putrefacta, agua del río de la vida
que en una creciente inundó una depresión minúscula y que al volver las aguas a
su nivel normal ha quedado aislada, pero ensoberbecida de su origen. Nos
encerramos tras las murallas en lugar de abrir todas nuestras puertas. Tememos
perder lo que creemos tener, sin saber que con certeza recibiremos
infinitamente más de lo que podemos dar.
Dediquémonos devotamente a nuestras
labores pero permitiendo siempre que las aguas del río infinito renueven
nuestras energías ampliando nuestros alcances con los mensajes que ellas traen
y así no caeremos en el error de estrechar cada vez más nuestros panoramas.
Y si aunque
el lecho del río variara de profundidad manteniéndose las aguas a igual nivel,
nosotros lográramos sostenernos a la misma "línea de flotación”, habríamos
logrado el milagro de la fe, incomprensible para las ciencias, indiferente para
los que ven la superficie de la corriente únicamente pero nunca han caído en
una poza, esto es, para los que no han tenido ante sí una pregunta que
contestar al destino. Pero, tarde o temprano, quien tiene el entusiasmo, el
ansia de conocimiento y de comprensión, caerá en alguna poza y procurará
contestarse preguntas y después él mismo se las hará y sólo encontrará la
respuesta alejándose de la razón y de las ciencias, de la lógica y la llamada
justicia, ensimismándose en la fe que es creer en lo que no se ve ni se palpa,
ni se oye ni se gusta, creer en lo imposible pues no en otra forma logramos
identificarnos con la vida, continua contradicción, cúmulo de sorpresas.
Algún
compañero vislumbra una escalinata que parece llegar hasta besar la bóveda es
la fuente monumental formada por un conjunto admirable de sedimentos que han
adquirido la forma de toneles hacinados, de fuentes de base altísima comparada
con la profundidad de la cavidad que contiene el líquido, apiñadas a tal grado,
que sus partes superiores ya no tienen formas circulares entremezclándose unas
circunferencias con otras y formando la misma variedad de caprichosas figuras
que las que se observan al arrojar varios objetos, uno tras otro, en algún lago
tranquilo y amplio, provocando ondas en la superficie que se entrelazan de mil
maneras. Salimos del lecho del río y empezamos a ascender sobre las paredes del
túnel. Quedamos perplejos las iridiscencias que estas formaciones producen al
recibir la luz de nuestras lámparas dan la impresión de estar en un lugar
incrustado de piedras preciosas semejantes a las que la dulce plática de la
madre crea en nuestras mentes cuando oímos los cuentos de hadas. Los fogonazos
del magnesio, siendo de duración reducidísima, aún sin deslumbrarnos no
permiten formarnos un concepto completo de aquella majestad. Ni las fotos, una
vez reveladas, transmiten fielmente lo que aquello realmente es. Cada uno de
nosotros debe tener una idea distinta, muy personal, de estos lugares, pero
todas sin duda erróneas si pudieran ser comparadas con lo verdadero. Recordamos
a Goethe cuando comparó la arquitectura con música cristalizada. Aquella vasta
pileta debe ser la nota del tambor, esa otra, alta y esbelta, un agudo de la
viola. Catarata musical congelada; arquitectura espontánea, sin intromisión
humana, millares de ideas embrionarias; éxtasis. Abajo suena el río
transmitiendo siempre la idea de “adelante”, de la prisa, del ansia de llegar.
¿Llegar a dónde?
Hacemos un
descanso y apagamos todas las luces. Atraen nuestra curiosidad unos puntos
luminosos de color azul zafiro. Son luciérnagas, gusanitos arrastrados a la
profundidad de estas grutas de donde nunca posiblemente podrán salir.
Peregrinos perdidos en la inmensidad de esta noche que es siempre y que no sabe
de auroras ni crepúsculos. En obscuras noches se gestan los días luminosos.
Obscuridad
donde se antoja vagar sin rumbo ni objeto, confiando en que alguien guíe
nuestros pasos. Pero somos tan pueriles que, al querer alcanzar una de esas
minúsculas fosforescentes criaturas, sin preocuparnos de alumbrar nuestra
trayectoria, recibimos un golpe seco con alguna roca cuya lengua colgante pasó desapercibida
a nuestra memoria. El golpe nos resta orgullo, nos muestra insignificancia y
aunque obstaculizó nuestro intento, nos hizo adelantar en el camino de la luz
espiritual, como debe haberle sucedido a Job quien, no obstante lo que en
contrario dice la Biblia, debió creer más ne Dios, por razón humana, cuando fue
sujeto a más pruebas que antes. ¡Quién vive en la abundancia, tiende a olvidar
los problemas primeros!
Un compañero
pregunta la hora. ¿Qué significado tienen aquí las horas? ¿Qué significado
tienen las distancias si ni aun poniendo las propias manos casi tocando
nuestras narices podemos verlas? ¿Qué significado tiene nuestro deseo de
recorrer el Chontalcoatlán en este momento y en este lugar? Ninguno. Si
desmenuzáramos nuestras vidas en una infinidad de segundos, veríamos lo poco
importante que es cada uno y toda ella, máxime que ella no es más que un
segundo comparada con el infinito. ¿No es pues conveniente dejar de
preocuparnos de nuestras tristezas y contratiempo intentando adivinar los campos
que nuestra vista alcanzan?
Se pueden
acercar las paredes laterales del conducto subterráneo y nosotros nadaremos. Se
pueden anteponer rápidos que intenten estrellarnos contra las rocas. Los golpes
y las heridas no deben distraernos. Vamos ávidos buscando los horizontes
infinitos pero viendo lo infinito en todo lo que nos rodea. Nuestra posición,
después de todo, es un horizonte infinito para los que vienen muy atrás y
siempre seguiremos a otros y otros nos seguirán a nosotros. Somos como las
aguas de los ríos, que no tienen principio ni fin.
Los
maravillosos encajes que forman estalactitas y estalagmitas en continua
vertical, alcanzan en algunos lugares tales dimensiones que más asemejan
laberintos encantados que al golpe de un codo o una mochila dejan escapar notas
graves y sordas. Las que penden de las bóvedas que a veces tienen alturas hasta
de sesenta o setenta metros, dan la impresión de enormes candelabros que faltos
de luz quisieran irradiarla. Las estalagmitas desean alcanzar a sus hermanas las
estalagmitas pero tienen que esperar pacientemente la caída de millones de
gotas que contengan el material que ha de solidificarse, de acuerdo con ciertos
procesos físicos para elevarse unos cuantos centímetros más. Están ya a punto
de tocarse algunas y sus nudosos cuerpos dan muestra de las dificultades que
han tenido. Otras, aparentemente de distinta familia, parecen hojas de plantas
gigantescas que buscaran inútilmente al Sol del que sólo han oído hablar. En su
afán, cada una de ellas toma distinta posición según la roseta de los vientos.
Ruidos
extraños se oyen en dirección de donde tenemos enfocada la vista e imaginación.
Una oleada de tenue luz nos viene al encuentro. Las chachalacas que habitan en
la salida de las grutas son las que motivan el alboroto. Poco a poco vamos
olvidando que llevamos linternas en las cabezas. Vamos dejando atrás la noche.
Ha llegado nuestra aurora. Se va haciendo, no de un golpe sino poco a poco, la
luz. Volvemos a la vida física. Volvemos a donde la criatura humana. Salimos
del infierno de los aztecas: la negra oscuridad.
Ya afuera, ni
aún los rayos esplendorosos del Sol logran penetrar el agua para permitirnos
ver los obstáculos que existen en el fondo del río. Las aguas turbulentas están
demasiado llenas de cuerpos en suspensión para ser claras. Más adelante, mucho
más adelante esas mismas aguas serán tranquilas y transparentes. Se habrán
despojado de todas las partículas de tierra y el lecho del río podrá ver al Sol
y el Sol podrá regocijarlo y nosotros podremos ver a dónde poner los pies pero
al saberlo yo no veremos dónde pisamos.
Las revueltas
aguas de nuestra juventud tampoco son cristalinas pero a medida que nos
acercamos al misterio, al tranquilizarnos, se van aclarando. Pero ni aún
entonces podrán dar imágenes exactas por los fenómenos de refracción. Posiblemente cuando se evaporen, posiblemente.
¿Y si no? Posiblemente después, posiblemente.
De improviso
las aguas se tornan más turbias. Es que se han unido en un solo cauce las del
Chontalcoatlán y las de su gemelo el San Gerónimo, estas últimas siempre han
sido más frías y también más oscuras, llegando a tonos chocolatosos.
El recorrido
del San Jerónimo es mucho más largo, no tiene el entreacto de “Agua Brava” que
es un respiro psicológico. Desde que penetramos por el callejón extraordinario
de cortinajes pétreos que parece la antesala del infierno, nos vemos obligados
a luchar tenazmente, venciendo sitios como el bautizado “El Pongo” en recuerdo
de la novela “La Vorágine” de Rivera. La fuente monumental aunque menos
espectacular que la del chontal, implica encaramamientos de unos sobre los
hombros de los otros, y los rápidos son más numerosos y veloces.
Naufragan
nuestras esperanzas de llegar alguna vez a caminar sobre aguas transparentes.
Nuestras vidas también se verán enturbiadas con el vómito intempestivo de
elementos cargados de opacidad y no posiblemente sino probablemente, nunca
abandonemos este camino fangoso donde bajo la corriente presurosa nuestras
piernas luchan por dar lentos, inseguros, tambaleantes pasos, no siempre hacia
adelante.
(Tomado de: Luis
Felipe Palafox – Horizontes Mexicanos. Editorial Orión, México, D.F., 1968)