Mostrando las entradas con la etiqueta isabel arvide. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta isabel arvide. Mostrar todas las entradas

lunes, 10 de agosto de 2020

Levantamiento guerrillero en Chiapas V

El Subcomandante Marcos tuvo especial interés en hacer pública la versión del combate militar por parte del EZLN durante la entrevista que le hiciera La Jornada los días primeros de febrero. Parte de su orgullo guerrillero lo impulsó a ser reconocido como estratega. Es por su vanidad que ya es verdad publicada que para los miembros del EZLN hubieron, por lo menos, 180 bajas en las filas del Ejército.
Calificando como "maravilla militar" a sus acciones de los primeros días de enero, el Subcomandante Marcos insiste en tener reconocimiento en ese aspecto, asegura no haber "copiado la ofensiva del 89 en San Salvador", y otorga elementos invaluables para juzgar la conducta de los militares, del general Riviello y del general Godínez, que tanto insistieron ante el Primer Mandatario para combatir a la guerrilla cuando descubrieron el campamento de Corralchém: "...ya estábamos esperando. El Ejército cometió un error al retirarse, si ya estaban allí. Nosotros estábamos a punto de activar la ofensiva que estaba planeada para fin de año... si no en mayo hubiera tronado".
Con verdadera fascinación, la que curiosamente no he encontrado entre los militares de diversos grados con quienes conviví durante las jornadas armadas, Marcos acepta: "no se quién estaba al mando de Rancho Nuevo... pero el que estuvo hizo bien, se defendió bien. Nosotros fingimos atacar por el flanco derecho para atacar por los dos lados, pero ellos se defendieron por los dos lados, también. Entonces cuando mandamos a una patrulla a chocar se da el choque, hay muertos de los dos lados... nos desbarataron la ofensiva, pues. Estábamos todavía aprendiendo. Estamos aprendiendo".
Cuando entra a hablar de Ocosingo ya no es tan claro el seguimiento, no se refiere a las batallas con igual entusiasmo. Y sí hace hincapié en que los guerrilleros se sacrificaron, ofrecieron sus vidas para defender a la población civil.
Es obvio que la discusión histórica, que la referencia obligada será Ocosingo.
"Nuestros militares tiraron desde una posición fija, cosa que es suicida para cualquier francotirador, que tiene que cambiar de posiciones, pero lo hicieron por sacar a los civiles... perdimos en el peor de los casos 40 compañeros" afirma el jefe guerrillero.
Quizás lo más interesante de sus declaraciones sea, en total acuerdo con la desaprobación de los altos jefes militares que se enfurecieron ante la prematura orden de cese al fuego: "...y de pronto me dicen alto al fuego. Chin. Párate, algo pasó. Se supone que esto deba pasar cuando ya tengamos meses peleando... nosotros estábamos corriendo, no estábamos afrontando con nuestros heroicos pechos las balas del enemigo..."
***
Los miembros del autollamado Ejército Zapatista de Liberación Nacional recogieron a la mayoría de sus muertos y de sus heridos. Como parte de su estrategia guerrillera para no aceptar derrotas frente al enemigo, no dejar rastros o permitir la identificación de sus miembros.
No es tan claro el motivo de las fuerzas armadas para negar el número y el nombre de sus muertos. O la razón del gobierno para hacerlo.
Oficialmente se ha dicho, ya terminada la guerra -cuando continúa la tregua, el periodo de no agresión- que sus bajas fueron 14, incluidos dos capitanes. Sin embargo en esta lista, que se ha mantenido discretamente fuera del alcance de los medios de comunicación, no aparece el teniente coronel que estaba como segundo comandante del 24°. Regimiento de Caballería, ni los 30 militares muertos en El Corralito, ni tampoco los 14 emboscados al llegar a Rancho Nuevo. Y aquellos que se van conociendo entre los militares, poco a poco.
Los enterados en el ámbito castrense, hablan de un mínimo de 300, y aceptan que haya habido cerca de 400 muertes entre "zapatistas" y la población civil. No los 40 aceptados por "Marcos".
Quienes están cerca del poder civil aumentan esta cifra, contando las bajas de los tres sectores, a un mínimo de mil. El silencio oficial al respecto es poco lógico.
Cualquiera podría creer que morir por la patria es algo que debe llenar de orgullo a familiares, a compañeros, a jefes, a la institución que conocemos como Ejército mexicano. Quizás estén obligados a guardar silencio. Es más fácil, al menos para el Presidente Salinas, evitar la responsabilidad histórica de haber ordenado su muerte. O sea más conveniente para la propaganda en el exterior que se hable de unos cuantos, apenas más de una centena, muertos en una pequeñita revuelta, que no revolución, que tuvo lugar en unos cuantos, pocos, municipios del estado de Chiapas, uno de los muchos que conforman a la República Mexicana.
Cada cual juega al olvido como mejor le conviene. Al menos sexenalmente.
Lo cierto es que ninguno de los generales, jefes de las operaciones armadas en Chiapas, quiere admitir un muerto más de las cifras oficiales, de los 14 que existen en una lista. Así se les demuestre con una operación matemática elemental que esto no puede ser verdad.
El cálculo, para expertos en cuestiones de guerra, para documentar la contabilidad por fuera, es de aproximadamente dos heridos por cada muerto, dentro de cada grupo armado participante. Es decir, alrededor de 600 heridos en el Ejército, no los 44 que se admiten.

(Tomado de: Arvide, Isabel - Crónica de una guerra anunciada. Grupo Editorial Siete, S.A. de C.V. México, 1994)

lunes, 8 de junio de 2020

Levantamiento guerrillero en Chiapas IV

El Boletín número 1, con fecha de 2 de enero de 1994, documenta lo poco preparada para comunicar acontecimientos de guerra que estaba la oficina de comunicación social de la Secretaría de la Defensa Nacional.
Varios pasos atrás de lo que había mostrado ya la televisión, tanto nacional como internacional, los militares pusieron título (contra las más elementales reglas al respecto) al comunicado: 
"Grupo de agresores asalta campo militar en Chiapas".
Su manejo, tan deficiente en lo informativo, asienta sin embargo la manera en que los soldados entraron a la guerra. Al menos en lo oficial: "se ordenó que el personal militar jurisdiccionado a la VII Región Militar permanecieran en el interior de sus instalaciones esperando un posible diálogo a cargo del gobierno estatal, que permitiera que los integrantes de los grupos agresores armados retornaran a la legalidad". (sic).
En otros párrafos se afirma que a partir de las siete de la mañana de ese día, lunes, "efectivos no precisados" cercaron y asaltaron el campo militar sede de la 31a. Zona Militar.
Informa, asimismo, que a las 13:00 horas de ese día, continuaba la agresión "por parte de grupos armados". Y el fantasma de Tlalixcoyan apareció, en sus boletines por primera vez: "Se procedió a convocar al agente del Ministerio Público Federal con el fin de dar de de los hechos en cuanto esto sea posible". (sic).
En esa misma fecha, como continuación de telenovela mexicana donde todo transcurre con desesperante lentitud, un segundo boletín se tituló: "El ejército repele a los agresores de la zona militar de San Cristóbal de las Casas" 
***
Aquí hay muchas versiones encontradas y contradictorias.
La verdad es que efectivos militares recibieron la orden de actuar, es decir, de comenzar el operativo militar, de responder a la declaración de guerra con las armas, en la madrugada del día dos de enero. Es decir, 24 horas, tiempo largo y contrario a cualquier estrategia militar, después de que el EZLN había ocupado las ciudades de San Cristóbal de las Casas, Ocosingo, Las Margaritas, Altamirano y Chanal. A Comitán, que quedó en medio del fuego cruzado, no la invadieron por problemas de comunicación internos, según admitieron sus voceros semanas después.
Así grupos de comando militar, conocidos como la "GAFE", que se traduce en algo así como Grupo Aéreo de Fuerzas Especiales que están, en el organigrama castrense, bajo la orden directa del titular de la Sedena, entraron a la población de San Cristóbal de las Casas al clarear el día dos.
No hubo resistencia.
Los guerrilleros, con todo y el Subcomandante Marcos -ya famoso en todo el mundo- se retiraron rumbo a la zona militar de Rancho Nuevo donde intensificaron el ataque de sus compañeros, al tiempo que se escondían en las proximidades, sobre todo en la población cercana de El Corralito.
Las bajas de las fuerzas armadas fueron muchas, demasiadas pese a la falta de costumbre del combate, para lo que era esperado por el alto mando. Sólo de una compañía que llegaba procedente de Tlaxcala, los guerrilleros mataron a 14 soldados, igualmente fue muerto en batalla un teniente coronel (se desconoce el nombre porque no ha sido reconocida oficialmente su muerte) que era el segundo comandante, es decir, el segundo jefe en importancia del 24° Regimiento de Caballería con sede en Comitán, cuyos efectivos llegaron a colaborar en la defensa del cuartel militar de Rancho Nuevo.
A partir del primer combate, y hasta el cese al fuego el día 12 de enero, en esa zona de Chiapas se sucederían los tiroteos, las batallas más continuas entre el Ejército y los "transgresores". Casi cada noche el ruido de mortero fue rutinario.

(Tomado de: Arvide, Isabel - Crónica de una guerra anunciada. Grupo Editorial Siete, S.A. de C.V. México, 1994)

viernes, 27 de marzo de 2020

Levantamiento guerrillero en Chiapas III

No es la primera guerra que se libra en Chiapas. Tampoco es la primera vez que el obispo de la diócesis de San Cristóbal juega un papel destacado. Ya en 1914 el obispo Francisco Orozco y Jiménez, que después sería célebre protagonista de la guerra cristera como arzobispo de Guadalajara, encabezó una lucha donde los indios, marginados como hoy, fueron utilizados en contra de las autoridades porfiristas [sic].
En esos mismos años los hacendados de Comitán formaron su propio ejército "revolucionario" bajo el mando de Alberto Pineda, quien terminó uniéndose con Tiburcio Fernández, hasta que en 1920 pactaron con las autoridades federales.
La enumeración de luchas guerrilleras, de pequeñas guerras internas en la entidad es larga. En todas ellas hay un patrón de alianzas y enfrentamientos casi chuscos. Los compañeros de una gesta se convierten, poco tiempo después, en enemigos. Todos, sin excepción, quieren repartirse el botín mientras los campesinos y los indígenas siguen viviendo en las peores condiciones.
En los años cuarenta la propiedad de la tierra convoca a enfrentamientos violentos. En Zinacantán una resolución presidencial, para citar un ejemplo, que otorgaba la propiedad de fincas locales a campesinos, sólo pudo ser ejecutada después de un combate, largo y pleno de muertes, donde los campesinos se armaron y ocuparon sus tierras. Pese a ello le tomó 17 años al gobierno federal, reconocerles sus derechos, bajo el mandato del Presidente Ruiz Cortines.

(Tomado de: Arvide, Isabel - Crónica de una guerra anunciada. Grupo Editorial Siete, S.A. de C.V. México, 1994)

viernes, 24 de enero de 2020

Levantamiento guerrillero en Chiapas II

Solo, en verdad solo, como únicamente puede estar un hombre con la historia sobre sí, Carlos Salinas de Gortari optó por la prudencia. Al menos en las primeras horas siguientes al "ataque" guerrillero de que fueron objeto varias poblaciones chiapanecas. La decisión le pertenece por entero, tanto como su consecuente responsabilidad.
Porque así lo quiso, porque así entiende el Primer Mandatario el mando que le otorgó y le ha sostenido el pueblo, no respondieron de inmediato las fuerzas armadas, según lo dicta la Constitución, en defensa de la soberanía.
Optó por salvar vidas, y seguramente lo consiguió en alguna medida.
También por la búsqueda de una salida, de una solución concertada, negociada o simplemente menos dramática, menos criticada en el exterior. Es ovbio que su intención, como estadista, fue la de evitar que bajo sus órdenes el Ejército sofocase lo más semejante a una asonada subversiva que hemos vivido en la historia moderna.
Contra todas las leyes, por encima de la más elemental convivencia social, sin otra bandera que derrocar a un gobierno constitucional y legítimo, que destruir a su Ejército, cientos -quizá miles- de hombres perfectamente armados, uniformados como lo que son: miembros de otro ejército, le declararon la guerra a México. Dentro de nuestro propio país. Y la respuesta fue permitirlo.
Esta realidad tiene que estremecer la conciencia colectiva de la Nación.
Si lo mismo: tomar alcaldías, estaciones de radio local, matar policías, lo hubiesen hecho fuerzas extranjeras, todos, un todo muy amplio, hubiésemos pedido a gritos que nuestros soldados los expulsaran. Los sometiesen al orden legal, los hicieran pedazos por su osadía contra todo lo establecido, es decir, contra la sociedad en su conjunto.
¿Por qué se mostró un rostro de paciencia, de larga paciencia, en respuesta al ataque?
Queda ahí la interrogante.
Lo que no se puede negar es que los militares estaban listos para responder, en el terreno de la guerra donde ellos se situaron, a los supuestos guerrilleros. Que debe haberles sido muy difícil el gran compás de espera que todo permitió en su contra, sobre todo -lo peor- el admitir que la población civil fuese vulnerable.
Este es el mensaje más terrible, en lo relativo a a seguridad nacional.
Pacíficas poblaciones dejadas de la mano de Dios, lejanas del centro del país por kilómetros y costumbre fueron, textualmente "tomadas" por guerrilleros perfectamente entrenados y armados. ¿Por qué tardó tanto la respuesta de las fuerzas armadas, que por mandato constitucional deben defender pueblo y soberanía? Únicamente hay un motivo: así lo decidió su comandante supremo, el señor Presidente.
¿Qué motivos tuvo Carlos Salinas de Gortari para actuar de esta manera? La historia se lo demandará, el diálogo en el momento fue de uno. De un hombre que decidió, quizás sin consultar siquiera a su propio espejo, que esto era lo mejor. Lo mejor para el país, para su gobierno, para su concepción del planeta Tierra, para su proyecto nacional. Y seguramente también que era lo mejor para el ser humano que ostenta la investidura presidencial por sexto año consecutivo.
La decisión, hay que admitirlo, no debe haber sido fácil. Sus consecuencias no las podemos siquiera imaginar todavía, víctimas que somos de la gran impresiónimpresión, del profundo impacto que significó comenzar el año 1994 inmersos en una violencia que sacude todos los cimientos de nuestro sistema político.
***
Esta no ha sido una revuelta romántica y justa, producto de la desesperación en que la miseria ha sumido a los chiapanecos, sobre todo a los indígenas. Mucho cuidado con que terminemos por creernos lo que será el discurso de la paz.
Si bien existe una gran miseria ancestral, un pésimo reparto de las tierras, insalubridad, mortalidad infantil, analfabetismo y otros vicios de la marginación, no son el motivo principal, sino sólo uno de ellos. Una de las razones que llevaron a las armas a campesinos que son de origen indígena, que son casi indígenas, pero que no pueden ser conceptualizados iguales a quienes viven en sus comunidades, anclados a usos y costumbres étnicas que los diferencian del resto de los pobladores.
Sí habría que buscar responsabilidad en el programa de Solidaridad, en la gran cantidad de recursos que el gobierno federal ha invertido en el desarrollo social del Estado. Por una parte razón muy simple, junto a estas inversiones que en verdad cambiaron la vida y la visión del mundo de los chiapanecos que menos tienen, no hubo programas productivos eficientes. No hubo un empleo que les permitiese acceder a mejores niveles de vida. Mismos que les fueron enseñados, apenas mostrados, por los servicios de los que se dotó como agua, electricidad, etcétera.
No se trata de conservar, como estadística sobre el escritorio de los doctores de Economía, a los pobres en plenitud de su derecho a seguir siendolo. Por del contrario, así sea con metas -colaterales- electorales y sentido populista, el PRONASOL y cualquier tipo de inversión federal que proporcione una mejor vida a su beneficiarios tiene que ser bienvenido. Que haya agua es mejor a que no la haya, igual con las escuelas, con la electricidad, hasta con las canchas deportivas que desde el helicóptero se observan en comunidades que no deben aparecer, siquiera, en los mapas.
El conflicto surge cuando estos programas no vienen acompañados, insisto en ello, de la posibilidad de ingreso. Y, además, vienen a fortalecer el cacicazgo local. Cuando las estructuras sociales, tan infinitamente corruptas como fueron descubiertas ante la opinión pública por esta guerra, no han cambiado antes de estos programas. Porque entonces los abismos, no registrados por estadísticas -pero graves en su entorno social- se hacen mayores.
Así las grandes inversiones en Chiapas, a través de la gente de Carlos Rojas, fueron un detonante social. Y no, como le contaron al Presidente, un paliativo a su miseria ancestral.
Paradójicamente, el progreso los hizo más pobres al darles mayor conciencia de su marginación y no proporcionarles empleo remunerado.
No olvidemos la presencia en Chiapas, por los programas de dotación de tierras que comenzaron durante el sexenio de Luis Echeverría, de campesinos del norte del país que ya forman parte del entorno, habiendo incorporado su visión de la realidad. Y sobre todo, su capacidad de organización.
Esta sería la base real sobre la que se montó el movimiento guerrillero. Junto con las peculiaridades geográficas de Chiapas. Su imposibilidad de comunicación, su gran disgresión de poblados, el origen de sus habitantes, tan diferente entre sí.
El trabajo de organización de la guerrilla estuvo en manos de profesionales de esa forma de lucha, seguramente de guerrilleros del extremo más al sur de la América que venían, habiendo tenido posiciones muy altas en sus jerarquías, de alguna lucha social fracasada y por tanto pudieron aplicar, con buen éxito, su experiencia. Ellos trabajaron, durante muchos años, con miembros de la iglesia, de la teología de la liberación. Movimiento que además trajo líderes, dispuestos a inmolarse, del extranjero. Entre ellos seguidores del obispo brasileño Pedro Casaldáliga, cuyos testimonios adornan las paredes de las casas de seguridad, descubiertas antes de rendirnos ante el EZLN.
No fueron los únicos. También forman parte del movimiento guerrilleros mexicanos que tuvieron experiencia guerrillera en otros tiempos y otras partes del país. Y algunos miembros del PRD.
Todos ellos trabajaron sobre las organizaciones campesinas existentes en Chiapas. Ellas son clave para entender la fuerza del movimiento guerrillero. Sobre todo el papel que juega la CIAOC y la ANCIEZ, pero no sólo estas.
Es la combinación de todos los factores aquellos objetivos de marginación y falta de empleo, de una geografía muy difícil, de la convivencia obligada de costumbres y orígenes que ponen a los chiapanecos en contra de ellos mismos. Eso es real, eso es una de las razones. Pero no hubiese bastado para una revolución si no existiese la mística religiosa, la influencia inmensa de la gente seguidora del obispo Ruíz y de tantos otros. Sobre todo extranjeros que vinieron a hacer su revolución, sintiéndose los nuevos redentores que deben ser crucificados por las balas del malvado Ejército.
Añádase el trabajo meticuloso, disciplinado de sus dirigentes durante muchos años. Sobresale en ello el papel de los catequistas. De otra manera no hubiese sido tan eficiente su organización.
Y, por último, pero de una importancia vital: el dinero que recibieron del extranjero, de Alemania, Bélgica y supuestamente del millonario norteamericano Ross Perot; también hay versiones de influencia por parte de Cuba. Y la eficiente red de abastecimiento, de cuidado sanitario, hospitales en todos sus niveles siempre atendidos por monjas, que fueron construyendo durante muchos años.
Esa es la realidad que no quiso enfrentar el gobierno, pero que siempre supo que existía. Quizá no con información precisa sobre su fuerza, su magnitud, el número de simpatizantes y lo dispuestos que estaban a morir por sus ideas, pero que sí conoció con tiempo suficiente para tomar otras medidas. Que no se tomaron o que en su momento, ya muy tarde, no fueron suficientes para detener el estallido violento.
Lo que no funcionó fue el papel que desempeñó Patrocinio González Garrido, o aquél de José Córdoba. O lo que no funcionó fue algo mucho más complicado. Que no se soluciona con culpables a priori.
Porque no basta con crucificar a unos y revivir al otro, al que debió ser definitivamente, desde el inicio del sexenio, el titular de Gobernación si es, con lo que demuestra su nombramiento presidencial de Comisionado por la Paz, el único capaz de negociar efectivamente con todos los sectores de la sociedad, incluso en las condiciones más adversas. No es suficiente aceptar que algo no funcionó, sino regresar los pasos, hasta donde sea posible, para recuperar o hallar por primera vez el camino. Y al decir camino quiero decir verdad. Una que no es la que se nos quiere vender como la oficial. La verdad no es aquella de la miseria que pone en el peor de los sitios a los soldados y hace héroes a criminales, a quienes declararon la guerra y asesinaron a sangre fría a humildes policías y soldados sorprendidos en sus cuarteles. No es la verdad aquella que dice que Samuel Ruíz es inocente y José Córdoba Montoya culpable absoluto del mal manejo del estallido de violencia en Chiapas. Ojalá y todo fuese así de simple.
Porque negar que existen muchas verdades en contraposición, no hará sino agravar las tensiones sociales consecuencia de la guerra de Chiapas.

(Tomado de: Arvide, Isabel - Crónica de una guerra anunciada. Grupo Editorial Siete, S.A. de C.V. México, 1994)

martes, 24 de diciembre de 2019

Levantamiento guerrillero en Chiapas I


I
LA GUERRA

Quien sabe lo dice: “Solucionar la guerra por la vía armada hubiese costado cinco mil vidas. Sin contar las muertes entre los guerrilleros, ni tampoco las bajas en el Ejército”.
***
Poco antes de que el calor arreciase a principios de mayo de 1993, una patrulla militar se internaba por una región de los altos de Chiapas llamada Corralchém, en el municipio de Ocosingo. La operación era una más, no de rutina porque no la hubo, en el estricto sentido de la palabra, en Chiapas desde principio de sexenio para el Ejército, pero sí dentro de la normalidad.
De entre los árboles dispararon matando a dos soldados, aunque se dice que fueron más, mientras el resto de los militares daban aviso y se refugiaban entre la maleza.
Enterados en la Comandancia de la Séptima Región Militar, fueron enviados refuerzos. La batalla, con desventaja que crecía para el Ejército a cada momento, duraría varias horas. Por su importancia, porque no pudieron vencer a los entonces desconocidos que les disparaban perfectamente parapetados, el general Miguel Ángel Godínez, responsable del mando en esa zona, se hizo cargo.
El operativo duró más de dos días. No hay reportes conocidos de las bajas, además de los dos soldados primeros en morir, pero fue especialmente cruento. Fueron movilizados efectivos militares de la región y de Tabasco, hasta donde llega el mando de Godínez; para cuando pudieron vencer a los francotiradores ya habían, muy cerca de donde se llevó a cabo la batalla, más de mil 500 soldados.
El general de división DEM Godínez Bravo, se llevó una gran sorpresa, pese a ser hombre curtido en imprevistos, al descubrir kilómetros adelante, caminando entre los cadáveres de ambos bandos, un campamento de entrenamiento guerrillero.
La descripción del mismo correspondía en ese entonces, antes de que la mentalidad mexicana fuese afectada brutalmente por los acontecimientos de principios de 1994, a la más extrema ciencia ficción. Los recursos ahí invertidos estaban lejos de lo que se gasta en muchos cuarteles del Ejército. Había comodidades singulares, gimnasios, equipos de radiocomunicación que apenas tuvieron tiempo de desmantelar, televisiones a colores, comida, uniformes, insignias, escenografías copiando cuarteles militares chiapanecos, todo lo que define a un grupo armado organizado y con capacidad bélica más allá de lo que permitían saber las informaciones semi fantasiosas sobre la existencia de estos grupos.
Alarmado, el general Godínez dejó bajo custodia su “hallazgo” y procedió a viajar a la ciudad de México para informar, con todo cuidado y detalladamente al general Antonio Riviello. Pese a estar convaleciente de una intervención quirúrgica, el Secretario de la Defensa Nacional se trasladó, varias horas caminando, hasta el lugar.
***
El fotógrafo, avecindado hace varios años en San Cristóbal de las Casas, Antonio Turok estaba, de acuerdo al decir local, un poco “bolo” en las primeras horas de la madrugada del día primero de enero cuando, al asomarse a la puerta de su casa, enfrentó el desfile menos esperado: un ejército de enmascarados que presumían sus insignias de plástico y sus armas modernas. A punto de que se le bajara “la borrachera” corrió por su cámara y regresó a tiempo para escuchar: “Órale Turok, que es un acontecimiento histórico, no vaya a salir mal la foto”.
Al día siguiente el mundo entero conocería al personaje que se preocupaba tanto del enfoque de sus lentes: El Subcomandante Marcos.


(Tomado de: Arvide, Isabel - Crónica de una guerra anunciada. Grupo Editorial Siete, S.A. de C.V. México, 1994)