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jueves, 27 de junio de 2024

Tarzán a la mexicana

 


Tarzán a la mexicana 

desempolvando recuerdos 

por Elisa Queijeiro 


Antes de la caricatura de Disney con la maravillosa voz de Phil Collins -Tarzán (1999)- o la no tan inteligente cinta de George de la selva (1997), con Brendan Fraser, Tarzán tuvo un icono y ese fue Johnny Weissmüller, con su cuerpo musculoso que no era producto de anfetaminas o anabólicos, un hombre de la selva que enloqueció a más de una Jane. 

El actor y nadador nació en Rumanía en 1904, pero se nacionalizó estadounidense y por este país ganó cinco medallas de oro y una de bronce en varios juegos Olímpicos. Guapo, se hizo modelo de ropa interior en 1929, de donde brincó a la pantalla grande, en 1932, para seguir en calzoncillos, pero ahora sin más marca que la del Tarzán de los monos. Hizo doce películas de ese personaje alimentado por las historias de Edgar Rice Burroughs seis con la MKM y seis más con RKO. 


México y su Tarzán


Silencioso. Lo que no siempre se recuerda es el amor de Weissmüller por Acapulco; ahí grabó su última cinta como Tarzán, en 1948. El "Bello Puerto" le dejó el corazón más atravesado que cualquiera de sus cinco esposas.

Pasaron tres décadas desde esta filmación para que en la última etapa de su vida, enfermo, cansado, después de tener su estrella en Hollywood Avenue, tres hijos y más de 56 años de carrera, se retirara en Acapulco. Ahí murió y está enterrado en el panteón Valle de la Luz, donde una piedra, no tan discreta, que podría ser la punta gigante de una de sus lanzas, dice primero "Tarzán" y luego "Johnny Weissmüller (1904-1984)”.

Pero no nada más porque a Johnny le gustaba el puerto guerrerense les digo que México tuvo un Tarzán silencioso, sino por Damián Pizá, nuestro héroe desconocido: Johnny posaba y Damián nadaba; Johnny gritaba "¡ah-ah-ah-ahhh!"- y Damián se colgaba de las dianas, peleaba con los cocodrilos, huía de los hambrientos leones... y no le tocaban los besos de Jane. Pizá fue su doble mientras el actor filmó en México: era nadador, igual que Weissmüller, no olímpico, pero sí mundialista, de los mejores dorsistas y fondistas que ha dado nuestro país. Su espalda ancha y fuerte, combinada con su sangre ítalo-española-tabasqueña, hacían que en el foro no se supiera cuál de los dos era más guapo. Ambos compartían su amor por el agua y Acapulco, por las mujeres y la música. 

Orgullo nacional.

Era 1948 y Damián estaba a unos años de lograr una hazaña mayor que ser el único doble mexicano de Weissmüller: cruzar el Canal de la Mancha. Entrenó incansablemente en el agua helada de La Marquesa toluqueña para cruzarlo, ¡y lo logró dos veces! una en 1953 y otra en 1955. En aquellos años, el país se paralizó para recibir al "tiburón tabasqueño" que pasó más de doce horas nadando de Dover a Calais, uniendo entre brazadas los 34 km que hay de Gran Bretaña a Francia y los corazones de muchos mexicanos que, a su regreso, abarrotaron las calles de la capital, desde el aeropuerto hasta el Ángel y del Ángel a su casa en Echegaray: porras, flores, cantos y una histórica botella de tequila -regalo inteligente del presidente Ruiz Cortines. 

Y si vemos las fotografías hoy, la euforia por Hugo Sánchez en los años 80 o por Ana Guevara en los 2000 se queda corta. Igual que la memoria si no la ejercitamos. Por eso hoy recordamos al más famoso Tarzán, con su silencioso doble mexicano, para que hagan ruido, junto los dos, en el blanco y negro de nuestros recuerdos. 


*****

Mujer, mamá, mexicana, dramaturga y escribiente por la necesidad de compartirse, Elisa Queijeiro es una humanista que nació comunicóloga y hoy se dedica a la enseñanza, a la investigación y al estudio de lo que importa: el ser humano y su quehacer... por lo demás, escribe. Puede encontrarla en Twitter como @ElisaQuei



(Tomado de: Queijeiro, Elisa - Tarzán a la mexicana. Algarabía #120, Año XIV, Editorial Otras Inquisiciones, S.A. de C.V. México, D.F. 2014)

lunes, 6 de mayo de 2024

Lo Mauricio no quita lo Garcés

 


Vida y milagros | Semblanzas 

Lo Mauricio no quita lo Garcés 

por Arturo Páramo Rojas y Carlos B. R.


¿Quién fue en realidad ese personaje cuya imagen continúa vigente en el imaginario colectivo a pesar del tiempo transcurrido desde su última actuación? ¿En verdad era tan mujeriego como se rumoraba? ¿Cuál era su auténtica pasión? Un poco de todo eso se pretende responder en esta semblanza sobre uno de los íconos populares más notables de México. 

En el ocaso, Mauricio Garcés definió así su vida de actor: "Sólo faltan dos minutos para que se acabe mi partido; y todo el tiempo estuve en off side" Era 1982 y ya le pesaban los problemas pulmonares, estaba virtualmente retirado, sólo se presentaba en palenques, daba entrevistas en las que se le apreciaba cansino, agotado... vivía de la fama, en su caso: la "mala fama". 

Seguir los datos biográficos de Garcés no es tan difícil, su profusa filmografía -69 cintas- está reseñada en varios portales, pero su influencia solo se puede aquilatar con el paso de los años. La imagen del galán otoñal, hombre maduro, más allá del cuarentón, con cabello entrecano -tirándole a blanco- imagen exitosa, seductor a toda prueba, sin compromisos, amante de la moda, con fortuna salida de quién sabe dónde -inventada, incluso- con la firme promesa de pasarla bien a toda costa; está de regreso. 

Si no, dé un vistazo a los actores más cotizados en la actualidad -agregue el nombre del de su preferencia-: las canas venden. Los veinteañeros son obsoletos; Mauricio, "el criado bien criado", está en boga. Basta caminar por los barrios más in de la capital: se ve a pequeños "mauricitos" en bares y terrazas de las colonias Condesa y Roma haciendo lo imposible por no verse chavitos, con aire de "a ésta la hago pedazos", con ínfulas de haber recorrido mundo. Pero Mauricio sólo habrá uno. 

Siempre se consideró a sí mismo una rara avis. La biografía de Garcés está ligada a la diáspora libanesa que se asentó en México, a su tío José que era fotógrafo y conocía a miembros de la farándula; él le consiguió su primer papel en La muerte enamorada (1950), a los 24 años de edad. 

Mauricio Galán 

Aquellos inicios fueron un tormento para este hombre -nacido en Tampico, Tamaulipas, en 1926- que paulatinamente ganaba terreno en el cine nacional: "En la lucha estéril de extra grababa hasta diez películas al año", afirmaba Garcés en sus años de superestrella, cuando batía récords de taquilla en México y era el actor que generaba más ganancias en la industria. 

Treinta y seis películas y dos series de televisión -telenovelas- debieron transcurrir para que Mauricio Garcés puliera, a base de ensayo y error, al personaje del que ya no pudo disociarse. 

Cuenta la historia que Angélica Ortiz -madre de Angélica María- le dio el protagónico de Don Juan 67: Mauricio Galán. Antes tuvieron que recapitular toda la saga de Mauricio, recortar el bigotillo, peinar perfectamente las canas, trabajar ese desenfado y apabullante seguridad, el tono de voz, la vestimenta a la medida, para dar con el alter ego: "Galán otoñal, elegante, mundano..." y con un gran sentido del humor. 

A partir de ahí Garcés se convirtió en el seductor más cotizado de latinoamérica. Filmaría en España, Ecuador, República Dominicana, Puerto Rico, Venezuela. En Italia aseguraban que poseía el talento de Vittorio Gassman y desplegaba la personalidad de Marcello Mastroianni. 

Una máquina de hacer dinero 

Hacia 1968 Garcés estaba en la cima de la fama, sólo comparada con la altura que una década antes alcanzara Pedro Infante. Su ritmo de trabajo era tan intenso que durante el rodaje de Click, fotógrafo de modelos (1968), se desmayó por agotamiento en el plató. 

Fue llevado a la enfermería, se le aplicó un estimulante para el corazón y después de dormir un rato regresó a filmar. No había oportunidad de descanso. La máquina de hacer dinero no podía detenerse. 

En noviembre de 1969, al publicarse la lista de las películas más taquilleras, tres de sus filmes eran exhibidos simultáneamente y siete estaban aún a la espera de fecha de estreno. Según este reporte Olimpiada en México fue la más taquillera, seguida del melodrama Cuando los hijos se van, y en fila seguían sus cintas: El matrimonio es como el demonio (1967) Las fieras (1968), El criado malcriado (1968), 24 horas de placer (1969), y Modisto de señoras (1969). A Garcés le llovían papeles, mujeres, viajes, entrevistas, reconocimiento, cariño del público... y polémicas. 

Ave de tempestades 

A ese tampiqueño, estereotipo del Casanova moderno, con bata y gazné de seda, fumador, bebedor inquebrantable, sexualmente hiperactivo y querendón, le sobraban enfrentamientos con sus compañeros actores, con productores y directores: él mismo se sabía insoportable. 

Atizaba contra lo que se moviera. Contra el cine de charros, declaró: "Todavía el cine mexicano no ha superado el tema de las rancheras, las pistolas, las cantinas y se sigue pensando que la atracción es el cantante de moda. Creo que es el momento en que se vea al cantante como apoyo, no como atracción. Esto me va a costar por lo menos algunos contratos, pero no puedo negar lo que existe. Soy muy bravo por eso me temen los productores”.

En 1970, por una polémica con el director teatral español Álvaro Custodio, Garcés montó en cólera: "Ese señor no ha pagado el buen recibimiento que se le ha dado. Sobre que el presupuesto al teatro es mínimo, lo dijo para quedar bien". Y se siguió de filo contra los actores mexicanos y contra él mismo: "Dijo Custodio que a los mexicanos nos faltaba disciplina. Reconozco que los artistas españoles han adoptado la disciplina teatral para filmar, en México no somos tan puntuales ni disciplinados, siendo yo el primero”.

De la voracidad de los productores y la sobreexplotación de su imagen en las salas de cine también se quejó: "Siempre estoy jugando a policías y ladrones o a algo, y la gente se ríe. Por eso [el público] no se cansa. Si el público llegara al aburrimiento no sería por mi culpa; los productores podrían espaciarlas [las películas]”.

Sus amores 

Respecto al eterno cuestionamiento de su soltería respondía: "Aún no encuentro a la mujer de mis sueños, y entre más conozco más cuenta me doy de lo difícil que es. Si es difícil encontrar amigos, debe ser más difícil encontrar una mujer”.

Se inventaron muchos rumores alrededor de las personalidades con quienes compartió créditos en sus cintas o sólo porque alguna vez se les sorprendió juntos en alguna reunión o en su infaltable hipódromo: Elsa Aguirre, Elsa Cárdenas, Regina Torné, Norma Nazareno, Jaqueline Andere, Angélica María, Gina Román, Sandra Boid, Rosángela Balbó, Lorena Velázquez, Teresa Velázquez, Sonia Furió o incluso Silvia Pinal, de quien sí estuvo profundamente enamorado. 

A partir de su papel en Modisto de señoras (1969), se rumoró que era homosexual por "lo natural que le salió el personaje". Cuestionado por esto, el mismo Mauricio bromeaba: "El otro día un señor me sacó a bailar... "Le aventé los aretes y lo empecé a agarrar a bolsazos!”.

Lo único confirmado es que su "único amor incondicional" -para completar el cliché del estereotipo del don Juan mexicano- fue su madre; con quien vivió hasta sus últimos días y a quien dedicó sus principales atenciones. 

Una vida de excesos 

Se sabe que Garcés era ludópata: adicto al juego y que por ello se "desaparecía" por temporadas; se encerraba a perder -o ganar, según la suerte- auténticas fortunas en el póquer y las carreras de caballos; cualquier tipo de apuesta o contienda lo extasiaban: era su verdadero placer. 

Decía el ventrílocuo Carlos Monroy, creador de los muñecos Neto y Titino: "[siempre] en Las Vegas me lo encontraba jugando sonriente". Su vicio por el juego era de tal magnitud que una vez arrebató a una de sus sobrinas el juego de backgammon furioso porque no podía ganarle la partida a la niña y tiró el estuche en un barranco. 

Jugar y fumar formaban parte de su indumentaria y personalidad. Y la vida se lo cobró. El vicio del cigarro le produjo un enfisema pulmonar que se agravó con los años. Pese a la fama nunca pudo grabar comerciales de televisión y su voz debía ser doblada por León Michel, Jorge Zúñiga o Isidro Olace porque, además, nunca obtuvo la licencia del locutor. Por su parte, Juan Carlos Calderón, el legendario periodista de espectáculos, decía que "Garcés era el hombre más rico de México, si por riqueza se entiende el cariño del público”.

Un mito atemporal 

Siendo el actor más taquillero durante una década, Mauricio Garcés no fue reconocido con premios de la industria sino hasta su ocaso, en 1986, cuando la comunidad artística la rindió un gran homenaje en vida. 

Con la debacle del cine mexicano, cuando comenzó el llamado "cine de ficheras", Garcés prefirió excluirse: "Me ofrecieron un papel estelar en una película y el personaje era tan asqueroso que dije que sólo la haría por diez millones de dólares. Porque si lo aceptaba no tendría cara para enfrentarme a mi familia, al público, y a mis amistades; y ese dinero me bastaría para irme del país y no volver”.

Este "zorro plateado" siempre tuvo claro a quién se debía: "Ser el más taquillero era una pluma en el sombrero y el sombrero me lo quito ante el público”.

El periodista Ricardo Rocha -quien lo convenció de hacer una de sus últimas apariciones en TV- lo describe así: "En realidad era un tipo muy moderado: jamás lo vi beber; era muy cuidadoso con su alimentación. Era muy disciplinado contra lo que proyectaba en sus películas. Siendo el prototipo del "galán" en realidad fue el "antigalán" porque no era guapo, si lo comparas con los galanes de la época -los hermanos De Anda, Jorge Rivero, Andrés García-. Si lo analizas fríamente más que guapo era chistoso. Creo que su encanto radica en que hizo posible "el galán que todos podíamos ser" si nos expresábamos y presentábamos de cierta manera: ejerciendo el arte de la seducción. Sin duda Mauricio es el gran ejemplo de que "rollos sí mata carita". Y tal vez por eso nos cae tan bien, porque sabemos que es un cuate como cualquiera, pero que su encanto radica en su ingenio y su seguridad. Aparte de Tin Tan y Pedro Infante, se ha comprobado que Garcés es de los contados personajes que, si te lo topas mientras haces zapping al ver TV, te detienes a verlo”.

De ser un extra sin esperanzas Mauricio encabezó el escalafón del cine nacional; sus cintas aún se transmiten por televisión, se pueden ver en YouTube y con frecuencia se proyectan ciclos de ellas. Sus frases "Arroooozzz" -zorra al revés-, "Las traigo muertas" y "Te voy a hacer pedazos", son marca registrada. 

A pesar de los papeles que le asignaron -de los cuales se quejó amargamente-, Garcés supo imponer su estilo porque, en el fondo, era un gran actor con una simpatía arrolladora y una extraordinaria capacidad de improvisación que pervive en los diálogos de sus películas y que no dejan duda de lo bien que tenía dominado su personaje: "Les tengo una excelente noticia: ya llegué”.

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Arturo Páramo Rojas es reportero urbano desde 1994; ha colaborado en el diario Reforma y ahora escribe reportajes e investigaciones para Excélsior, Cadena 3, Reporte 98.5 e Imagen donde también es comentarista. Hijo de la UNAM. Padre de Pedro. 

Carlos B. R. es el director editorial de esta revista, sígalo en Twitter como @alguienomas


(Tomado de: Páramo Rojas, Arturo, y B. R., Carlos - Lo Mauricio no quita lo Garcés. Algarabía #120, Año XIV, Editorial Otras Inquisiciones, S.A. de C.V. México, D.F. 2014)

lunes, 18 de diciembre de 2023

La lucha libre mexicana

 


Respetable público: 

lucharaaaaaaaaaán, dos a tres caídaaaaaaaas, 

sin límite de tiempooooo.

En esta esquinaaaa el Santo y Cavernario; 

y en esta otraaaaa Blue Demon y el Bulldog.


La lucha libre mexicana 

por Francisco Correa y Selynda Pérez Argueta


¿Quién no ha oído esa canción del Conjunto África? La letra es emblema de una de las manifestaciones culturales más representativas del país y, en particular, del entorno urbano. Nos introduce al universo de los héroes populares que no tienen relación con los cómics o el cine hollywoodense. Frente a ésos, los de los gringos -extravagantes seres superdotados o multimillonarios que "regalan su tiempo libre" a la caza de villanos con resentimiento social- los mexicanos oponemos el héroe enmascarado, surgido de los barrios marginales de Tepito, la Doctores o Peralvillo; el luchador que esconde su identidad tras una colorida máscara y no con unos lentes y un copete envaselinado -que sólo engaña a aquellos con miopía intelectual.


¿Qué puede Batman contra Blue Demon? ¿Qué Hulk contra Psicosis?¿Cuál de todos los Ironman sería capaz de derrotar al Huracán Ramírez?¿Qué miembro de la Liga de la Justicia le haría frente a los Perros del Mal? ¿Podría Spider-man ganarle al Rayo de Jalisco? ¿Derrotaría Superman al Santo?


Preguntas hipotéticas que tienen por respuesta una sola certeza: los héroes mexicanos siempre saldrán vencedores por la sencilla razón que ellos sí existieron -y siguen vigentes-. Cada fin de semana se materializan en el ring -de la Arena México o la Coliseo- pero no se esfuman al terminar la función. Los encontramos inmortalizados en el llamado Cine de Oro, pero también en las calles de las colonias Doctores, Obrera y Bondojto, como parte inherente de la gráfica popular y recientemente de la publicidad de otros productos que "se cuelgan" de la fama de estos personajes; los vemos en orfanatos u hospitales dando ánimos a los niños con leucemia o en funciones públicas que son parte de las ferias regionales o en la carpa improvisada de cualquier plaza del país.

La lucha libre mexicana es el espacio del desahogo colectivo, de la catarsis social, donde el chingón -ése que describió Octavio Paz en El laberinto de la soledad-, se encarna con musculatura de hierro en un ring de seis por seis metros, donde el hombre marginal condenado al ostracismo económico tiene la oportunidad de renacer como héroe de las arenas de concreto -el gladiador redivivo que pelea por algo más que su libertad- y se gana la admiración y el aplauso de la gente, hasta alcanzar su propia estatua en el barrio o el pueblo que lo vio nacer".

Deporte y disciplina, pasión y sufrimiento, donde la violencia, a decir de Carlos Monsiváis, se vuelve estética y refleja la eterna lucha entre el bien y el mal: los técnicos contra los rudos, la máscara contra la cabellera, en un duelo de dos a tres caídas -con límite de espacio, sin límite de tiempo- hasta que el derrotado salga entre un bullicio de chiflidos -cubriéndose el rostro- y el puño del vencedor sea levantado por El Tirantes [uno de los referís más polémicos y reconocidos que lleva casi treinta años en activo], y cual efigie de guerrero helénico, se corone su victoria con un cinturón de fino metal labrado.


Emulando a los griegos 


la arena estaba de bote en bote,

la gente loca de la emoción 

en el ring luchaban los cuatro rudos 

ídolos de la afición.


La lucha libre mexicana nace como un espectáculo ideado por extranjeros que se aventuraron con una osada propuesta: inventar un deporte que combinara el catch europeo y el wrestling americano. Presentaron a los primeros luchadores -entre los que se encontraban Conde Koma, León Navarro y Kawamula- emulando a los atletas griegos que, en tiempos de Heracles, se batían para demostrar quién era, no sólo el mejor luchador, sino "digno de la gracia de los dioses".

En la década de 1920 Giovanni Relesevitch, Antonio Fournier y Constant Le Marin organizaron los primeros espectáculos. Pero no fue sino hasta 1933 cuando se fundó la Empresa Mexicana de lucha libre hoy como hoy conocida como el consejo mundial de Lucha Libre, hoy conocida como el Consejo Mundial de Lucha Libre -CMLL-, por Salvador Lutteroth, quien es considerado como el "padre de la lucha libre mexicana".

La fusión entre la lucha y la identidad desconocida -combinar el deporte con la teatralidad y emparentarlo con la "eterna lucha del bien contra el mal"- comenzó con Ciclón Mackey, el primer enmascarado en pisar una arena en el país. Antes de la Arena México hubo otros escenarios como la Coliseo -también llamado El Embudo de Perú 77-, sede de históricas batallas donde se forjaron los cimientos de, además de uno de los deportes más populares, un emblema de la mexicanidad ante el mundo.

Desde la década de 1950 hasta los años 70, la lucha libre vivió su época de oro: se definieron los personajes más relevantes dentro del ring y de la pantalla grande; se volvieron ídolos internacionales mientras combatían a los más estrafalarios maleantes, reales o imaginarios: momias, brujas, vampiros, hombre lobo, científicos desquiciados, magnates del mal, villanos del absurdo. Ahí Santo y Blue Demon forjaron sus leyendas.

Nombres como el Huracán Ramírez, célebre por su "huracarrana", el Perro Aguayo y sus peludas botas; la Parka derrotando a Pierrot en un duelo de máscaras; Octagón y su cinta roja en la frente a imitación de los guerreros ninja; Mil Máscaras y el Matemático en los tiempos de la Legión de los Villanos; Cavernario Galindo gritando su bramido salvaje; el Rayo de Jalisco aplicando por última vez la desnucadora, Tinieblas y su inseparable amigo Alushe; Dos Caras ganando los campeonatos en los EE. UU.; Lismarck sin nunca haber perdido su máscara; Psicosis y su característica mezcla de cabellera-máscara-cuernos; el Negro Casas y su gusto por Juan Luis Guerra y su 440 -de ahí su apodo-; Máscara Sagrada y su disputa con la AAA; y Atlantis rivalizando con el tiempo, uno de los más longevos y que hasta la fecha sigue vigente en el ring.

En los últimos años peleadores como Dr. Wagner, Shoker el Hijo del Perro Aguayo, Místico o Rey Misterio le han dado otro matiz a las arenas, desarrollando una lucha de acrobacia y espectáculo más cercana a la WWE estadounidense que a la lucha tradicional mexicana. No obstante, también son responsables que este deporte sea muy admirado y respetado en todo el mundo; ni los gringos han podido con el entrenamiento la disciplina y la agilidad que se requieren y más de uno ha salido con un brazo roto o decepcionado por "no dar el ancho" ante las exigencias del público mexicano.


La tragedia nacional 


Y la gente comenzaba a gritar 

se sentía enardecida sin cesar:

"¡Métele la Wilson, métele la Nelson,

la quebradora y el tirabuzón…!"


Todo caos puede ser derrotado por una sobrecarga de tensión: la inseguridad, la corrupción , las injusticias, los desaparecidos, la pobreza o el desempleo. En nuestro país sobran miles de razones por las que un mexicano necesita gritar. Alaridos que reconfortan y desahogan, que exasperan y relajan, que se hacen indispensables -y presentes- en cualquier festejo, pero que cobran especial fuerza en las esquinas de los cuadriláteros.

El colectivo inconsciente se ve constantemente amedrentado, la insatisfacción social amenaza con estallar en cualquier momento, lo que genera la imperiosa necesidad de encontrar válvulas de escape. En su obra El Malestar en la Cultura, Sigmund Freud señala que es necesario que las sociedades tengan medios para liberarse del hartazgo y así no desencadenar algún tipo de histeria colectiva. En México hay varias válvulas de escape y una de las más efectivas -junto con el fútbol- ha sido la lucha libre.

Semejante a un juego ancestral, este deporte puede conceder su origen al pueblo grecorromano. Por un lado nos remonta a las luchas cuerpo a cuerpo que se desarrollaban en el imponente coliseo como preparación física para los gladiadores. Por otro, rememora las tragedias griegas, las cuales asumían la función de caja de resonancia de las ideas y las principales problemáticas de los pueblos que habitaban las polis de la hélade.

Con el tenis término κάθαρση/kátharsis, Aristóteles describió la práctica liberadora de hechos traumáticos que producía la tragedia: sacar a la luz cuanto está en el fondo del ser y que constituye un obstáculo para alcanzar la purificación mental y espiritual. De esta manera se presenta la construcción del escenario idóneo para la puesta en escena de cuanto aqueja al mexicano, como representación teatral contenida en la lucha libre. Arriba del ring los luchadores representan la eterna dualidad de la Hybris y la Némesis griegos, manteniendo un vínculo por medio de la violencia como instinto humano y hermanados por el riesgo a la muerte.

La lucha libre es pues, la catarsis de las energías contenidas en hombres y mujeres de todas las edades, es un fenómeno surgido del barrio y de las colonias populares y que ha logrado permear todos los estratos sociales. Al ser uno partícipe de la batalla en la arena, la imaginación se desborda por el audaz juego de acrobacias y saltos mortales desde la tercera cuerda. El cuadrilátero iluminado es el escenario donde los titanes se enfrentan; reflejo a su vez de la lucha diaria por la supervivencia, de la que todos somos parte aún de forma involuntaria.

El santuario de las pasiones urbanas abre sus puertas a la comunión masiva. Los vestuarios y las coreografías son el preámbulo para el rito místico que congrega a las masas. El grito de: "¡Lucharaaaán de dos a tres caídaaaas... sin límite de tiempoooo!" desata a las fuerzas universales, las cuales se enfrentan hasta alcanzar el punto en el que las máscaras son emblemas del día y la noche, de la dualidad que impera también en nosotros.

Todo sucede en un ambiente donde convergen la música surf con gritos a favor o en contra de tal o cual luchador; en donde los personajes que se encuentran sobre el ring trasladan su protagonismo a los espectadores, quienes, envalentonados con unos tragos de cerveza, son capaces de arrojar toda su ira en un vaso de cartón.

con cada golpe, con cada llave, con cada salto, se desahoga el hartazgo social y es posible posible liberarse de la frustración. Un pancracio [combate gimnico de origen griego, que estuvo de moda entre los romanos, en el que la lucha, el pugilato y toda clase de medios, como la zancadilla y los puntapiés, eran lícitos para derribar o vencer al contrario] que simula la batalla entre colosos, con patadas voladoras, candados asesinos y aterrizajes violentos; la interacción entre el público y los luchadores, se convierte en una especie de comunión, un rito catártico en el que todos desahogan sus miedos y frustraciones. Así, entre silbidos, gritos y mentadas, nos unificamos en una sola voz, somos iguales... excepto en un pequeño detalle: unos son técnicos y otros rudos.


De máscaras y artilugios 


"¡Quítale el candado , pícale los ojos,

jálale los pelos, sácalo del ring…!"


La máscara y la personalidad son vocablos griegos que resultaron fundamentales para la representación dramática de la realidad. Al enmascararse, el luchador se vuelve una abstracción, su historia y su origen se transforman en un signo en forma de glifo mexica o maya, en ángel o demonio, héroe o villano; es una encarnación del misterio. Los elementos inspiradores para la creación de máscaras y personajes en la lucha libre son infinitos. Entidades metafísicas, fenómenos meteorológicos, adjetivos heroicos o en ocasiones despectivos, atributos puros, objetos vivos o inanimados, constituyen la fuente para la conformación del personaje.

La máscara se vuelve un elemento definitorio de su historia, sin importar la tela o el color con que se confeccione: es su tarjeta de presentación y el símbolo de inmortalidad para quien la porta. El valor de la máscara se mide en función del sudor, del estilo y de las maniobras aplicadas sobre el cuadrilátero. Sólo aquellos luchadores que sean capaces de despojarse de sí mismos y convertirse en el personaje -querido u odiado por el público- podrán convertirse en leyendas. Por ello los duelos en los que se apuesta la máscara -o la cabellera-, conllevan la lucha no sólo por un elemento decorativo del disfraz, sino por la identidad y el honor mismo. El luchador que pierde la máscara, pierde su nombre, su trayectoria, su misma existencia. Podría ser su último combate ser borrado de la memoria y sumarse al polvo del olvido; o puede reinventarse y transformar su derrota en el dintel de una nueva historia como lo hizo el mítico Blue Panther.


"¡Uno, dos...tres!"


De entre toda la parafernalia que rodea el espectáculo de la lucha libre mexicana: los carteles anunciando el siguiente encuentro, las arenas repletas de gente, las máscaras, cabelleras y disfraces, la música estridente y el lenguaje del público, se suman las incontables figurillas de plástico que representan a los luchadores en pseudoposición de combate: la mano izquierda levantada con la palma al enfrente, la derecha hacia abajo y las rodillas semiflexionadas. A esas figuras se suman "rines" -cuadriláteros y hexadriláteros- de madera u acolchonados con cuerdas de ligas juguetes tradicionales que han hecho la diversión de varias generaciones.

Finalmente, la lucha libre mexicana es una pelea por ser auténtico. Juan Villoro ha dicho al respecto: "Póngale una máscara a un hombre y dirá la verdad". Los luchadores son la encarnación viva de ello, sus cuerpos son el testimonio vivo de esta mezcla de teatralidad y rito que, por medio del dolor y el esfuerzo -del sudor y las lágrimas- logra su apoteosis. Alegoría de las batallas a que nos enfrentamos a diario, éste deporte se ha convertido en un emblema de nuestra mexicanidad -como los grabados de Posada, Frida Kahlo o el muralismo-, un entretenimiento que también nos remite a nuestras emociones más básicas, a nuestra infancia y, por lo mismo, a nuestra esencia como individuos y que nos anima a levantarnos cada día, sin importar que tanto nos hayan "dejado en la lona".


(Tomado de: Correa, Francisco, y Pérez Argueta, Selynda - La lucha libre mexicana. Algarabía #157, Año XVII, Especial Tragedia y Comedia, Editorial Otras Inquisiciones, S.A. de C.V. México, D.F. 2017)

miércoles, 13 de mayo de 2020

Leonora Carrington

"Desde pequeña [...] tuve experiencias
extrañas con todo tipo de fantasmas. [...]
Las he tenido toda mi vida. Quizá fue porque
siempre estuve en contacto con la
mitología celta"
Leonora Carrington

"Irremediablemente loca". Con esa etiqueta que escapaba a cualquier metáfora lúdica o creativa, Leonora Carrington (1917-2011) vivió momentos de encierro. Pese a ello, fue eternamente libre con su pintura, sus esculturas, sus escritos y su vida misma, por concebir el mundo de una manera poco habitual, lejano de las simplificaciones, cargado de gnomos, astros, sacerdotisas, chamanes y duendes. Por otorgarles poderes cósmicos a los objetos más humildes. Por tratar de salvar el orbe o, al menos, descubrirlo de otra manera para ofrecer de él una estampa divergente.
Cuestionadora de los sistemas racionales, mujer rebelde y creadora indescifrable, firme creyente en los poderes del más allá y, sobre todo, con la fe puesta en la inteligencia, Leonora Carrington fue una surrealista plena, aunque la etiqueta le molestara. Con el grupo de André Breton, Benjamín Péret y Max Ernst, ella decía: "No tratábamos de reinventar el mundo; era descubrir y dar una imagen diferente. Eso ya lo habían hecho los románticos y mucho antes en la Edad Media. Sólo queríamos descubrir un mundo. De reinventarlo no hubiéramos sido capaces".
Inmersa en la forma del pensamiento surrealista, prefería situarse por separado: "Lleva su tiempo individualizarse. Al calor del entusiasmo inicial de un movimiento se da cabida a todo tipo de cosas. Pero [el surrealismo] era un movimiento dominado por los hombres". Y por ello, Leonora cuestionaba algunos sesgos "machistas" del colectivo y la consideración romántica de que la mujer era "musa", con un lugar asegurado en un nicho.
Decía Carrington: "Enfrentábamos nuestra situación de mujeres -junto a Remedios Varo y Alice Rahon- con mucho cabrón trabajo. ¿De qué otra manera lo puedo decir? Era sobre todo el trabajo de no mentirse a una misma para tener un poco de más paz. De no aceptar chistes desagradables sobre las mujeres, de no aceptar los paternalismos ni que te dijeran "mejor ocúpate de tejer o de cuidar a tus hijitos." Tampoco que te dieran palmaditas en la cabeza como diciendo: "¡Qué bien, mi chula!". Breton tenía una visión tradicional de la mujer. Establecía límites a la realidad de seres mucho más ricos, complejos y profundos: las mujeres de carne y hueso. Las veía como musas y yo no estaba de acuerdo".
Así, como una insurrecta siempre, no tuvo acogida en un mundo supuestamente "racional", atento a las guerras y a una concepción plana de la naturaleza de los hombres y de los animales.
Su pintura fue su mejor y más complicado lenguaje con el que entabló contacto con su entorno. Pleno de múltiples significados, su trabajo con el pincel, el bronce y la letra estableció, sin embargo, un orden laberíntico que encerró siempre el enigma: "Raras veces pongo en mi pintura cosas que son literalmente de cuerdas... Nunca he creído en las simplificaciones", le dijo a la crítica de arte Teresa del Conde con motivo de la retrospectiva que ocupó el Museo de Arte Moderno en febrero de 1995.
El guardián del huevo, ca. 1947

Una niña ineducable
Nació el 6 de abril de 1917 en Clayton Green, Lancashire, Inglaterra. Procedente de una familia de buena cuna en la que rigió la educación católica estricta, tuvo como progenitores a una irlandesa de extracción rural y a un rico industrial inglés al que le llegaban de manera constante los reclamos de profesores por considerar a esa pequeña un ser "ineducable", interesado sólo en dibujar desde los 3 años. En 1920 la familia se mudó a Crookhey Hall, cerca de Lancaster, y la niña y sus hermanos quedaron al cuidado de una institutriz francesa, un tutor religioso y una nana irlandesa, personaje que sería fundamental, pues llenó la imaginación de Leonora con cuentos populares irlandeses y relatos de fantasmas.
En 1921 comenzó a inventar historias y a ilustrarlas con dibujos pero, mientras su rebeldía afloraba, sus padres la enviaron a Florencia y a París para formarla adecuadamente dentro de los cánones de la sociedad británica. En la ciudad italiana pasó nueve meses en un internado, donde se empapó del arte del Renacimiento. En 1936 ingresó en Londres a la academia del pintor purista Amédée Ozenfant, y conoció a Max Ernst a través de su ilustración para la portada del libro Dos niños amenazados por un ruiseñor. Un año después estableció contacto personal con él; decidieron vivir juntos y, ya como pareja, se mudaron al sur de Francia, donde ambos realizaron los decorados para la obra de Alfred Harry, Ubú rey.
Toro bravo, 1959

Memorias de abajo
En 1939, escribió La dama oval, con ilustraciones de Max Ernst, quien ese mismo año fue recluido por los nazis en un campo de concentración. Leonora logró liberarlo meses después, pero al poco tiempo, el pintor volvió a ser encarcelado y, al no lograr su rescate, ella escapó a España, donde sufrió un colapso nervioso que motivó su internamiento en un hospital para enfermos mentales de Santander, durante seis meses. No volvió a ver a Ernst. Por recomendación de André Breton y Pierre Mabille escribió Down Below como testimonio de esa experiencia.
En 1941 su padre solicitó la transferencia de Leonora al sur de África, pero ella huyó a Lisboa y se refugió en el consulado mexicano, donde contactó al escritor Renato Leduc, con quién contrajo matrimonio para conseguir la visa que haría posible su salida hacia Nueva York. Ya en Manhattan la pintora colaboró en revistas y exhibiciones surrealistas; en 1942 viajó a México para mantener, desde entonces, una vida activa en el mundo intelectual, sobre todo, con los surrealistas refugiados de guerra: Benjamin Péret, Remedios Varo, Kati y José Horna, así como con el fotógrafo húngaro Emerico "Chiqui" Weisz, quien -una vez divorciada de Leduc- desde 1946 se convirtió en su esposo, padre de sus hijos y compañero de vida.
Night Nursery Everything, 1947.

Armada de locura
Muchas fueron las descripciones que de ella hicieron escritores y pintores, amigos y admiradores. Breton dijo que Leonora contempló el mundo real con los ojos de la locura y la locura del mundo con cerebro lúcido. Octavio Paz la llamó -junto con Remedios Varo- "hechicera hechizada", insensible a la moral social, a la estética y al precio.
Finalmente, uno de los comentarios más entrañables que pinta a Leonora de cuerpo entero es de Luis Carlos Emerich: "Una fantasía en pie, con la rebeldía como sello. Una mujer culta e inteligente que parece tenebrosa, pero en el fondo es un chistorete cotidiano. Creadora de mundos donde confluyen el juego eterno del bien, el mal y el conocimiento. Pintora abigarrada, compleja, irónica, con una sintaxis que escapa a la anécdota. Surrealista que es pura intuición y sabiduría de los valores esenciales: vida, muerte, destino y trascendencia del ser".
"Estoy armada de locura para un largo viaje". Esa afirmación hecha por Leonora en 1948 se incluyó en el catálogo de una de sus primeras exhibiciones en París. Y la sentencia fue cumplida con creces: en su trayecto la acompañaron siempre el frenesí frente al mundo y sus pobladores; un cerebro lúcido frente a la injusticia de los hombres. Y entre la locura y la clarividencia, transitó ese interminable viaje que concluyó el 25 de mayo de 2011.

Obras literarias
Además de su obra plástica, Carrington dejó varios escritos de un valor literario notable: su obra de teatro Penélope se publicó en 1946 y fue estrenada en 1962, bajo la dirección de Alejandro Jodorowsky. En 1976 publicó La porte de pierre --La puerta de piedra- y una década más tarde salió a la luz Pigeon vole -Vuela paloma-, relatos que había escrito entre 1937 y 1940. En México, La dama oval apareció bajo el sello Era en 1965; La trompetilla acústica salió al público por medio de Monte Ávila Editores en 1977. Además, sobre ella han aparecido múltiples volúmenes, como Leonora Carrington (1974), con textos de Juan García Ponce y de ella misma. La editorial Siglo XXI publicó en 1992 El séptimo sello y otros cuentos y La casa del miedo. Memorias de abajo.

(Angélica Abelleyra es una de las periodistas cultura más notables de México -con más de 30 años de trayectoria-, experta en artes visuales y literatura. Ha sido docente de maestría en periodismo y curadora de varias exposiciones)

(Editado del texto publicado en "Laberinto", de Milenio Diario, 28 de mayo de 2011. Abelleyra, Angélica - Leonora Carrington, la rebeldía como sello. Algarabía #128, Surrealismo, el arte de los sueños, Editorial Otras Inquisiciones, S. A. de C. V., México, D. F., 2015)

lunes, 4 de mayo de 2020

El cine de ficheras


Por Edmundo Bastarrachea

"¿Cuál cine? Esto es un burdel."
Vox Populi

Bombay fue el exótico nombre con el cual se bautizó en 1952 a un cabaret localizado en el centro de la ciudad de México. Tras cambiar de nombre en varias ocasiones, se terminó llamando Bar el Pirulí. Este tugurio, donde se disfrutaba por igual del placer, el amor, los enredos y los bailes cachondos, fue el escenario de Bellas de noche, la película que inauguró el género cinematográfico conocido como Cine de ficheras.

El cine del sexenio de Luis Echeverría -1970-1976- resultó afortunado: Rodolfo Landa, actor de la Época de Oro del cine mexicano y hermano del presidente, fue nombrado director del Banco Cinematográfico Nacional. Landa impulsó a buenos directores, como Arturo Ripstein, Jaime Humberto Hermosillo, Felipe Cazals y Paul Leduc
La presidencia echeverrista terminó y entró en acción José López Portillo -1976-1982-, que también impuso a un familiar al frente del cine mexicano: su hermana Margarita, quien, como directora de Radio, Televisión y Cinematografía, favoreció la producción cinematográfica privada y, con ello, la proliferación de un género que aportaría mucho dinero y poca calidad a los filmes nacionales: el cine de ficheras.
Abundantes desnudos femeninos, agasajos generosos al compás de bailes con sabor tropical, diálogos cómicos desbordados en albures y un muy básico argumento romántico, son los elementos esenciales que podemos ver en las películas de ficheras o "sexicomedias", que tuvieron su mayor auge entre 1975 y 1982, aunque se prolongó hasta finales de los años 80.

Desde Italia con amor

¿Y usted desde qué fecha ficha?
Mario Moreno, "Cantinflas", en El gendarme desconocido

Las comedias eróticas italianas de los años 70 tuvieron influencia directa sobre las sexicomedias mexicanas. Divorzio All'italiana -Divorcio a la italiana- (1982), de Pietro Germi, fue una comedia de enredos que dio pie a una serie de cintas con temáticas sexuales tratadas en forma picante, y muchos desnudos incluidos. Los reyes de las sexicomedias italianas fueron la curvilínea Edwige Fenech -la Sasha Montenegro de la península itálica- y los actores Lando Buzzanca -equivalente al galán Jorge Rivero- y Alvaro Vitali -equiparable a Alfonso Zayas.
Por otra parte, el cine de ficheras surgió como una adaptación de obras teatrales muy exitosas desde finales de los años 60, como Las Golfas (1968) y Las ficheras (1971) -que llegó a cumplir 2500 representaciones en el Teatro Principal-, de Víctor Manuel Castro Arozamena, "el Güero" (1924-2011).
En 1975, Bellas de noche (1974), adaptación cinematográfica de Las ficheras, abarrotó de público cuatro salas cinematográficas durante 26 semanas. Fue una producción de Cinematográfica Calderón y estuvo dirigida por Miguel M. Delgado.
La censura gubernamental impidió que la cinta se titulara Las ficheras, como la obra de teatro. Por lo tanto, a manera de "homenaje" a Luis Buñuel, el guionista Víctor Manuel Castro tomó el título Belle de jour -Bella de día- (1967), le cambió número y horario, y así quedó: Bellas de noche.
Los 70 fueron los años de la apertura del Banco Cinematográfico y del Centro de Capacitación Cinematográfica. En esta década convivieron el cine de autor y el cine de ficheras. El primero, representado por cintas como El castillo de la pureza (1972) de Arturo Ripstein, El apando (1975) de Felipe Cazals, y La pasión según Berenice (1975) de Jaime Humberto Hermosillo. El segundo, que muchos calificarían de malo, vulgar, malhecho, con títulos como: Las ficheras (1976), Muñecas de medianoche (1978), La pulquería (1980) y Las vedettes (1983).


Ambientes
"Amor de cabaret, que no es sincero."
La Sonora Santanera, "Amor de cabaret"

Las "ficheras" son mujeres que trabajan en los cabarets haciendo compañía a los parroquianos, a quienes les entregan una ficha por cada copa y por cada baile, que ellas cambian al final de la jornada por la cantidad de dinero correspondiente.
La esencia artificial del cabaret es la compañía comprada, el falso cortejo, la coquetería preparada, la bohemia imitada. Escenario que a algunos les pudo parecer vulgar, pero gustó a muchos, de ahí que las películas que retrataban el ambiente noctámbulo y viciado de los antros citadinos fueran un trancazo de taquilla.
No existen películas de ficheras sin música guapachosa, y la Sonora Santanera hace el soundtrack perfecto de una sexicomedia. La agrupación musical formada en 1955 por Carlos Colorado tiene como sellos distintivos: la melodía en los teclados, las trompetas como acentos, vivas percusiones, contraste de voces cristalinas como la de Sonia López con las masculinas de medio tono, que exaltan sentimientos como despecho, traición, congoja, sacrificio, y llaman a la mujer coqueta, ave sin rumbo o mariposa equivocada.
Toda escena de cine de ficheras nació y murió en un albur -juego de palabras de doble sentido que sirve para responder a algo en plan de burla, aludiendo a lo que se considera una humillación sexual-. Los títulos de las sexicomedias reflejaban especialmente este elemento básico: Las cariñosas (1979), Huele a gas (1986), Sexo, sudor y lágrimas (1987), La torta caliente (1989) y un largo etcétera.


Arquetipos
Yo también quiero mi ficha, padrino.
Germán Valdés "Tin Tán" en El Ceniciento

En el cine de ficheras ellas son las reinas, o más bien, las reinitas. El requisito es tener un cuerpo de historieta sentimental: pechos inmensos, cinturita de avispa, caderas y nalgas descomunales. No siempre son seductoras por naturaleza: también hay amas de casa aburridas del marido, coquetas sirvientas que quieren divertirse e inocentes jovencitas a punto de ser seducidas por un sátiro.
Ellos, por su parte, se desempeñan en diversas facetas: los galanes de cuerpos bien trabajados; los tipos feos, pobres y ganosos, pero simpáticos y dicharacheros, hablando siempre en doble sentido. Los protagonistas de las películas de ficheras, en general, desempeñan oficios populares: albañiles, taqueros, verduleros, lecheros, taxistas, plomeros, repartidores de gas. Hombres sin fortuna que consiguen acostarse con mujeres buenísimas, gracias a su desvergüenza y lenguaje ingenioso. En escenas eróticas con desnudos frontales por parte de ellas, estos barbarazos se encueran cómicamente en cámara rápida y se lanzan a la cama para retozar.
Los repartos de sexicomedias se completan con maridos cornudos, padrotes despiadados, amanerados y tipos humillados por una mala mujer.
este elenco de arquetipos se deshace en desplantes sobre la pista de baile, desgrana su ociosidad lo mismo en cabarets que en habitaciones de hoteles, tejiendo melancolía o diversión con una labia salpicada de adjetivos prosaicos.


Una de ficheritas, por el amor de Dios

"Hay cosas que el cine sabe,
que la vida ignora."

Ripstein y otros jóvenes directores ganaron los premios Ariel, mientras, las Cariñosas y compañía se quedaron con la taquilla, al mostrar un sórdido espejo de los vicios, muy alejados de la moral sexual civilizada. A finales de los años 80, las sexicomedias fueron sustituidas paulatinamente por otros géneros, como el Cabrito Western.
Las escenas de cine de ficheras no son aptas para gente melindrosa. Los más delicados dirán que los amantes de esas comedias tienen "una choya que no da pa' mucho", pero esos filmes poseen una gracia difícil de igualar, que para las multitudes bien vale un refrán: "cuando la gana llega, la gana, gana". Y también merecen una súplica: "una de ficheritas, por el amor de Dios". Ya que las sexicomedias siguen incrustadas en el corazón y el gusto de muchos ficheroadictos.


"Siento una pena muy honda dentro del alma
y quiero ahogarla con vino y caricias de amor,
mi vida no tiene remedio perdido ya estoy
en este medio maldito de amargura y dolor.
Amor de cabaret que no es sincero,
amor de cabaret que se paga con dinero,
amor de cabaret que poco a poco me mata,
sin embargo yo quiero amor de cabaret."

La Sonora Santanera "Amor de cabaret"


(Tomado de: Bastarrachea, Edmundo. El cine de ficheras. Algarabía Tópicos: Sexo, censura & cine. Pocket 4 Noviembre 2012-enero 2013, año 2. México, D.F., 2012)